Cosas oscuras

Un viejo (¿algo gagá?) recuerda un amorio con el amante de una empleada de su casa materna...

COSAS OSCURAS

por

Eduardo de Altamirano

María Riberes de Racondo. Así se llamaba una de las empleadas que trabajaba en mi casa, digamos, paterna, aunque en realidad la propiedad de la finca era de mi tío abuelo, el Dr. Rafael de Altamirano, médico… Vean como era mi casa…

María era una criolla fortachona y para nada desagraciada… Había entrado a trabajar en la casa, más o menos, cuando nació mi hermana mayor, en 1935… En esa época debía rondar los veinte años y ya tenía un hijo. Estaba casada con un tal Ceferino Racondo. La tarea principal de María era planchar. En la casa había pilas y pilas de cosas para planchar. Aparte de eso, si le sobraba tiempo, se ocupaba de trabajos pesados, los más pesados… Parecía preferirlos… Si traían la leña para la estufa hogar del comedor grande, ella se adelantaba y en unos minutos se llevaba la tonelada de leña al galpón… Movía la carretilla como si fuera un juguete…

María no dormía en casa… Venía de lunes a viernes, temprano por la mañana y a las tres de la tarde se iba… Cuando andaba por los veintiocho, treinta años ya tenía cuatro hijos… Todos varones… Yo solo conocí a dos: el Pedro y el Humberto… Tenían, más o menos, mi edad… A veces los traía a casa… Eran buenos… Medio como que le tenían miedo a la madre… Ella no se veía mala… Siempre andaba con cara de risa, pero era algo dura…

Un día, yo, que era una sombra en la casa, aparecí de sorpresa en la entrada (o salida) del costado de la casa y la sorprendí charlando con Ridruejo, un hijo del  panadero… La estaba invitando para ir a un baile… María le explicaba que ella no podía salir de noche… Yo debía tener doce años, pero entendía que esa no era la conducta de una mujer casada y menos con cuatro hijos… Cuando se percataron de mi presencia,  cambiaron de postura, pasaron a ser dos que apenas se conocen… Yo, impávido y sonriente, como siempre…

En el 54, hubo un revuelo en casa… María se había separado de Ceferino porque, según decía, él la pegaba… Por eso, ella lo echó y él se fue… A mí eso me sonó a cuento… Podía ser, pero no era fácil de entender… Ceferino no llegaba al metro sesenta y cinco, y no era débil, pero tampoco era un toro… Estoy seguro que María, de un castañazo lo mandaba al suelo… No se iba a dejar pegar, así porque si…

Algo oscuro había… No era cosa que me interesara, pero no podía dejar de oír lo que se rumoreaba en casa… Contra viento y marea, María seguía haciéndose la víctima y tratando que la verdad de los hechos fuera la que ella se empeñaba en instalar…

Unos meses después de la separación, se apareció con la noticia de que “el Ceferino” la “ispeaba” (espiaba) y la seguía a todas partes… Resaltaba que ella le tenía miedo… ¿Miedo de que?... De que la matara… “Porque el Ceferino, cuando se enoja, es capaz de todo”... Este relato se contradecía con algunos hechos… Un domingo por la mañana, cuando mi madre volvía de misa, Ceferino la estaba esperando en la puerta… Con alguna vergüenza y mucho respeto se presentó y le rogo que lo escuchara… Según mi madre, era un hombre con el corazón destrozado… Le pidió a mamá que intercediera para que María lo dejase volver a la casa… Mamá le dijo que iba a hacer todo lo posible; es decir, nada… Un detalle: también le pidió que le diera un paquetito con unas chucherías que había comprado para ella…

Mamá le contó a María lo que había pasado y le dio el paquetito… Ella lo dejó sobre la mesa, no lo quiso y no dijo nada… El paquete anduvo dando vueltas… Mi hermana lo abrió; recuerdo que tenía unas peinetas con piedritas brillantes y otras cosas mas que no fiché… Alguien se las debe haber llevado o habrán ido a parar a la basura… La conducta de Ceferino no se compadecía con la de un asesino que anda persiguiendo a una mujer para matarla…

Sin embargo, María insistía con eso de que el Ceferino la ispeaba… Y con lo de que cada vez tenía más miedo… Mas de un año anduvo con eso… A pesar de los años recuerdo claramente que, poco tiempo después de que unos militares sublevados derrocaran al Presidente Perón, elegido democráticamente por la mayoría del pueblo argentino, María, que lo había derrocado a su esposo, hizo aparecer en escena a su medio hermano, “el Nolberto”… Lo había hecho venir de donde ella era oriunda para que la protegiera…

Nolberto, que efectivamente se llamaba así y no Norberto como se suponía en un principio, se apellidaba Sánchez y no Riberes como María, porque eran hijos de distintos padres, según el relato de ella… Rondaba los veinticinco años y era del tipo de hombre que se ve en esta foto…

En un primer momento, a Nolberto se lo nombraba, pero no se lo veía personalmente… No entraba a casa… La esperaba a María en la esquina… Así estuvo un buen tiempo… Hasta que un día, siempre hay un día, por no se qué causa, pero alguna causa debía haber, el Nolberto entró en la casa y aguardó bajo techo que María terminara su faena… ¡Qué buen hermanito!...

Fue, más o menos, para cuando el Padre Carlos 1 debió instalarse en casa por causa de la pulmonía que lo tuvo a mal traer… Es decir, pasada la primera mitad de 1956…

(1)     Se recomienda la lectura del relato “El Padre Carlos” publicado en esta misma página editorial.

En esos momentos, yo estaba por demás atareado atendiendo al Padre y cumpliendo con mis obligaciones escolares, etc., etc., y no me sobraba tiempo como para prestarle atención al Nolberto… Ni siquiera sabía que venía a casa y esperaba ahí que ella terminara sus tareas… Por otra parte, una casa como esa daba para que sus ocupantes vivieran en ella sin verse unos con otros… Al tío Rafael, por ejemplo, yo lo veía los sábados y los domingos; los demás días nuestros horarios y ocupaciones no coincidían nunca…

Un día que baje a la cocina, rara avis , el Nolberto estaba ahí… María me lo presentó… Lo fiche de inmediato… Era el mismo que algunas veces, anteriormente, había visto apostado a dos cuadras de casa, como esperando a alguien…

Si ustedes miran bien la foto anterior y conocen mis inclinaciones, se darán cuenta por qué el muchacho no se me pasó desapercibido… Con todo, continué sin prestarle atención, nada mas que por falta de tiempo disponible…

De este tiempo me hice cuando el Padre Carlos, ya completamente recuperado de su cuadro pulmonar, dejó la casa y volvió a su parroquia… Sin exagerar la nota, sabiendo que el Nolberto estaba ahí, de vez en cuando me aparecía por la cocina con algún pretexto… A la hora que él estaba allí, ni Carmen, la cocinera, ni Susana, la mucama, andaban por el lugar… Se lo podía ver a él tomando mate y escuchando la radio, que estaba encendida de la mañana a la noche… Precioso el muchacho, me calentaba muchísimo, pero resultaba inaccesible… Era lo que se llama una  fruta prohibida…

Algo que había observado el Padre Carlos sembró algunas dudas y despertó mi curiosidad, tanto como para inspirar una discreta investigación, al solo efecto de conocer la verdad de la milanesa… En efecto, en sus últimos días de “reposo” en nuestra casa, el reverendo se desplazaba por ciertas dependencias y lugares con absoluta libertad… Dependencias y lugares que de ningún modo podían considerarse áreas privadas… Incluso la biblioteca del tío Rafael había dejado de ser, para él, un sitio reservado… El tío lo había invitado para que fuera allí cuando quisiera; puso a su disposición todas las existencias del lugar… Tenía a fe de cierto que el Padre era una persona muy moderada… Y, en efecto, lo era, salvo en una sola cosa, de la que mi culo y yo podíamos dar testimonio y gratitud…

El Padre Carlos era un diplomático por naturaleza… Capaz de hablar con una pared y lograr que algo le contestara… La siguiente imagen da, mas o menos, una idea de cómo era su figura… Se le parece muchísimo, sobre todo la mirada…

En un par de ocasiones el Padre se había encontrado con Nolberto en la cocina… Me imagino la escena… Carlos con su sotana imponente, su gesto amable, su andar mayestático, su enigmática sonrisa… Y el Nolberto, una fiera astuta, ocultando la sorpresa y acomodándose para no molestar ni ser molestado y, en caso de ser necesario, desaparecer o mostrar toda la impiedad de su fuerza…

Pero, el Padre Carlos, avezado cazador, no se interesaba por la clase de presa que podía representar el Nolberto, él, mas bien, le apuntaba a los inocentes bambis y cabritos… Al Nolberto solamente lo fichaba como corresponde, consignando las anotaciones que su ojo clínico le sugería hacer.

Fue justamente después de estos procedimientos cleropolicíacos que el Padre Carlos me comentó algunas de sus observaciones… La primera se refería a la corta edad del “hermanito”… Al reverendo le pareció algo extraño que, siendo hijos de la misma madre (como enfáticamente le remarcó María) hubiera entre ellos tal diferencia de edades… Es posible, pero no habitual. Lo segundo que le extraño a Monseñor fue la ausencia de todo parecido físico… Dentro de su tipología, cada uno era notoriamente agraciado, pero no se parecían. Lo tercero en constatar el Padre fue el acicalamiento del Nolberto. No daba la impresión de venir de trabajar y menos de un taller mecánico. Por último, el clérigo detecto que María casi no sabía leer ni escribir; el cambio el Norberto daba la impresión de haber ido bastante a la escuela… La segunda y última vez que lo encontró en la cocina, el muchacho, además de tomar mate, estaba haciendo las palabras cruzadas de un diario…

A partir de estas “ingenuas” observaciones que, con su particular destreza, el Padre Carlos me transmitió a mi, yo inicié una investigación que no dio mayores resultados… Lo único que pude agregar fue una curiosidad… Si… El hijo menor de María, el Humberto, pasaba los días de semana en un internado próximo a casa, ya que ella no podía atenderlo… Los viernes, a las tres pasaba por casa para irse con su madre a la suya… También era la de la partida, como todas las tardes, el Nolberto… Ambos la esperaban a María en la cocina de casa; pero, cosa curiosa, casi no se hablaban entre ellos y el Humberto no le decía “tío” al Nolberto… Era como si le tuviera bronca…

Quien aportó datos sustantivos a la investigación fue la Divina Providencia, que seguramente tiene “alma milica”… Ya hice alusión a mi costumbre de desplazarme silenciosamente cual si fuera una sombra; pués bien, fue así que un día de principios de octubre bajé a la cocina para tomar agua; cosa rara en mi que no soy de tomar mucha agua… Cuando iba por mitad de la escalera, pude divisar un inesperado espectáculo: el Nolberto la tenía trincada a María junto a la mesada y no era precisamente para quitarle una basurita del ojo… En forma casi automática, puse marcha atrás y, sin girar sobre mis talones, retrocedí hasta desaparecer de la escena, por supuesto, sin hacer el menor ruido… Me ayudaba el calzado con suela de crepe que usaba para sumar algún centímetro a mi baja estatura… Vuelto al rellano, tosí fuertemente como para ser escuchado y continué haciéndolo mientras descendía, como si quisiera expulsar algo incordioso de mi garganta… Cuando la cocina se me hizo visible, el cuadro era otro: el Norberto estaba sentado a la mesa y María fingía hacer algo en la mesada… Yo… fui directo a pileta, tomé agua y me devolví…

Como tenía claro que el chismerío le encantaba al Padre Carlos, yo me regodeaba por anticipado, delineando la forma en que le iba a contar mi descubrimiento… En eso estaba cuando sucedió otro episodio que no figuraba para nada en mis especulaciones, que siempre fueron muy febriles… En ese entonces, yo estaba iniciando mi relación con Carlos Alberto y la mayor parte de mis pensamientos estaba concentrada en su persona, ya que poseía el atractivo más grande que yo había conocido hasta ese momento y deseaba con toda el alma gozar de sus bondades… Pero las circunstancias no eran muy propicias y no tenía mas remedio que regar la maceta de la paciencias… A veces, el tener que esperar medio como que me exasperaba, e iba de un lado para otro sin saber qué hacía ni qué buscaba… Una de esas veces, fui al galpón a buscar algo que no sé lo que era… Cuando pasé por la cocina, no estaban ni María ni el Nolberto… María no estaba porque había a la casa de mis abuelos para ayudar no sé en que cosa… Nolberto no había llegado, eso calculé yo… Por eso, cuando entre (como una sombra) al galpón y vi lo que vi, no lo podía creer… Allí, al costado de la leñera que María había llenado tantas veces con su gran fuerza, estaban el Nolberto y la Susana en una pose y una actitud que no necesitaba de otras explicaciones para saber de qué  trámite se trataba…

Si, en lugar mío, hubiese sido otro miembro de la familia o de la casa quien hubiera entrado ahí en ese momento culminante del amor y del cariño, no quiero pensar el desquicio que se hubiese armado… Generoso, el destino me puso a mí, un amigo de guardar las apariencias y de no armar quilombo por cualquier cosa… Como si el galpón estuviera vacio, entré y prestamente me dirigí a la parte trasera donde estaban las herramientas a buscar, ahora me acuerdo, un destornillador para afirmar uno de los tornillos de mi tálamo de bronce, condenado a desenrosque perpetuo…

Tan pronto entré en el galpón, la pareja pecadora se hizo humo… Susana debe haberse recluido en su cuarto; volví a verla a la hora de la cena… El Nolberto desapareció por completo hasta tres días después… En casa, por supuesto, no hice ningún comentario… Al único que pensaba decirle era al Padre Carlos, por algo era mi confesor…

La cosa no hubiese pasado a mayores de no haber mediado algo que bien puede llamarse “un giro inesperado”… Efectivamente, después del episodio, varias veces volví a ver al Nolberto y todo lo que hicimos fue saludarnos… Estimo que las circunstancias no daban para otra cosa, porque siempre hubieron otras personas presentes o sea testigos indeseados… Pero, una tarde, el Nolberto me enganchó solo y aprovecho la ocasión… Yo estaba leyendo bajo el alcanforero, resueltamente se me acercó y con el preámbulo: “no te molesto” (cosa que confirmé) me despacho el speeche que seguramente tenía preparado, porque le salió como ristra de ajo… Quería hablarme de “lo del otro día” y pedirme que “lo cubriera, que no hiciera ningún comentario, no quería que María se enterase, si llegaba a saberlo se iba a enojar fiero”… Haciéndome el tontito, cosa para lo cual no necesito entrenamiento, y aprovechando el tono cuasi familiar que el candidato le imprimió a sus dichos, le repliqué “y por qué se va a enojar María, vos sos grande y podés hacer lo que quieras”…

Fue ahí, exactamente, cuando la expresión del rostro del Norberto cambió por completo… Y también cambió su forma de dirigirse a mí, que hasta ese momento no dejaba de tener en cuenta que yo era “el niño de casa”… Sin vueltas, me espetó: “no me jodás Eduardo, vos sabés bien como es la cosa, sos el único acá que se dio cuenta”…

Insistiendo en el papel de tonto, le pregunté “qué me quería decir con eso de que me había dado cuenta”, para luego afirmar categóricamente: “yo no me he dado cuenta de nada”… El Nolberto me miraba y se sonreía… Con absoluto desparpajo me disparó: “vos sos más ligero que el fraile” Por supuesto, se refería al Padre Carlos… Hasta ahí todo habría ido bien, de no mediar lo que agregó… Después de una breve pausa dijo: “yo no me chupo el dedo; miro, observo y saco mis propias conclusiones”…

¿Qué me había querido decir con eso de “miro, observo y saco mis propias conclusiones?... ¿Qué había visto, qué había observado, cuáles eran sus conclusiones?... Yo no lo sabía, pero, por las dudas, se hacía conveniente abandonar el papel de tontito y hablar claro, hasta donde el hablar claro resultara provechoso… Asumiendo el rol de Su Alteza Serenísima (así me llamaba mi hermana menor), le signifiqué al Nolberto que me parecía muy bien que mirara, observara y sacara sus propias conclusiones, ya que caminar a ciegas no es aconsejable… Y remarqué: “siempre es bueno conocer con que clase obstáculo nos podemos chocar y, en lugar de enfrentarlo, hacer otra cosa más beneficiosa”… Y le dí el pie, con una pregunta, para que continuara… “¿No te parece?”…

Con una sonrisa que dejo al descubierto su perfecta dentadura, desgrano lentamente unas palabras muy alentadoras: “Claro que si; veo que hablamos la misma lengua y que no podemos entender muy bien”…

Me agarré de sus dichos y sin darle respiro, ataqué: “Entonces, si hablamos la misma lengua, vos me vas a decir con tus palabras de qué me dí cuenta yo; pero, bien clarito; después, vamos a ponernos de acuerdo o no en lo que me pediste… Y otra cosa, “yo no te quiero joder a vos, porque yo no jodo a nadie ni consiento que me jodan a mi”…

Le impuse un tono imperativo a mis palabras como para que no se le olvidara quien era yo… Imperativo, pero no irrespetuoso ni falto de delicadeza… Mas bien “didáctico”…

“Lo que vos sabés es que yo no soy hermano de María… Todo eso de que soy el hermanastro y que vengo a buscarla para que el marido no le pegue es una macana que ella inventó  para que tu mamá no le diga nada y le siga dando trabajo… Yo la conocí de viajar juntos en el tranvía… Como vi que siempre me carpeteaba, calculé que estaría caliente conmigo y un día la avancé… Es una mina grande, pero está fuerte… Cuando la encaré, yo tenía 24 años y ella 39… Vivía con el marido y sus pibes más chicos… Quería pija, pero no teníamos libertad de movimiento ni donde garchar… Un día arreglamos que, a eso de las diez de la noche, la fuera a esperar a dos cuadras de la casa… Salió con el cuento de ir a lo de la curandera… Nos fuimos a un montecito y ahí le eché dos polvos, uno detrás del otro… Se calienta como una yegua y es capaz de hacer cualquier cosa cuando se alza… Al tiempito de andar con ella, vino todo el quilombo con el marido… Lo armó ella para sacárselo de encima… El pibe más grande se le fue a la casa del hermano mayor, casado… Ella se quedó sola con el mas chico… Después yo empecé a ir a la casa… Iba a la noche… Para coger… Despacito me fui quedando, hasta que me quedé a vivir… Es buena… Muy laburadora”…

Con estas palabras, que son mías pero repiten hasta donde me acuerdo, lo que él me dijo, el Nolberto puso, blanco sobre negro, cuál era su relación con María… Cosa que yo, en lo substancial, ya me imaginaba… Aprovechando el clima de confianza que se creo, me permití preguntarle qué era eso de que trabajaba de mecánico…

Lo primero que le salió fue decirme: “no se te escapa una” y volvió a sonreírse… “Eso es otro invento de María. En realidad, de los 14 a los 20 trabajé como ayudante en un taller mecánico; pero el dueño se murió y como yo no me llevaba bien con el que se hizo cargo del taller, me las tome… Un par de años estuve changueando y después conseguí trabajo en la Fraccionadora donde estoy ahora… Es un laburo piola… Trabajo de 8 a 14… Ahí se reciben productos de San Juan, Mendoza, también de Buenos Aires, el café, y yo hago el fraccionamiento y preparo el reparto”…

Vista la situación, consideré oportuno llevarle al Nolberto la tranquilidad quería… Le señalé que conmigo podía estar absolutamente tranquilo, que podía contar con que yo nunca iba a decir o hacer nada que pudiera perjudicarlo… Por supuesto, siempre y cuando no se mandara algún disparate que pudiera perjudicarme, porque ahí la cosa cambiaría…

El Nolberto entendió perfectamente mi mensaje, dejando entrever con sus dichos finales que la única diferencia entre nosotros dos residía en que mi situación socio-económica era algo mejor que la suya, por lo demás éramos igual de buenos y teníamos la misma visión de las cosas… Entre las cosas que me dijo, rescato esto que me pareció clave: “si no es para joder a alguien, podés contar conmigo para lo que sea” y remarcó “yo no le hago asco a nada, a nada”… Para el postre dejó algo muy sugestivo: “sabía que me iba a entender con vos, sos un tipo muy inteligente; me caes bien”…

Cuando terminó nuestra conversación, está demás decirlo, no continué con mi lectura… Había vivido un momento muy intenso y debía ordenar mis pensamientos… El Nolberto era el Nolberto… Mucho hombre… Pero, como ya dije en ese tiempo comenzaba a despuntar Carlos Alberto en el horizonte y había que estar atento… Esa tarde fui a su casa…

Puede decirse que luego, de alguna manera, me olvidé del Nolberto… Lo veía en casa, a veces hablaba con él, pero nunca gran cosa… Así hasta que Gabriel, un soldado con quien trabé una interesante relación, apareció algunas veces en casa e incluso se quedó a pernoctar conmigo…

Uno de los días en que Gabriel estuvo en casa, el Nolberto, así como al pasar, él que no era de preguntar, me preguntó: “¿rinde el pibe?”… Yo, que para contestar soy mandado a hacer, respondí, también como al pasar: “claro que rinde y no te imaginás cómo”… Ni la pregunta ni la respuesta cayeron en sacos rotos… Cada uno la anotó de inmediato en “la cuenta capital”…

En marzo de 1958, el soldado Gabriel emprendió la retirada, como dice el tango, “para nunca más volver”… Yo no creo que esa desaparición haya producido alteraciones visibles en mi aspecto ni en mi conducta, pero debe haberlas habido, pues el Nolberto, aprovechando de un ocasional y breve encuentro a solas, me disparó otro dardo: “¿se lo extraña al pibe?”… No hacía falta que me dijera que el pibe era Gabriel… Yo, que me la veía venir, le disparé: “lo bueno siempre se extraña” y, para alentar sus esperanzas, si las había, agregué: “de todas maneras, no hay por qué afligirse, no hay bueno que no se pueda reemplazarse por otro mejor”… Por la sonrisa que esbozó,  hizo evidente que le complacía tirarme la lengua…

A todo esto, yo estaba totalmente convencido de que el Nolberto no sabía en concreto absolutamente nada acerca de mi persona ni de lo que yo hacía o dejaba de hacer… Pero, como a pesar de sus pocos años, era un zorro viejo, atando cabos sueltos llego a algunas conclusiones que no eran otra cosas que “meras hipótesis”… Hipótesis que le picaban lindo, hipótesis qué debía confirmar, de ahí las preguntas y, también de ahí, mis respuestas… Nada claro, directo y preciso… Todo sugestivo…

En junio, más o menos para mi cumpleaños, volví a tener problemas con el tornillo autodesajustable de mi cama… Yendo al galpón en busca del destornillador, tropecé con el Nolberto que, como siempre estaba esperando a María… Se ofreció para ayudarme… Yo, por el gusto de estar con él y respirar un poco su olor, acepté… Como había entendido bien cuál era el problema, buscó entre la infinidad de cosas y porquerías existentes en el galpón “una arandela Drover”, con eso –según él- le pondría fin al problema… La encontró y nos mandamos para mi dormitorio… El nunca había entrado ahí… Alguna impresión le debe haber causado el cuarto, ya que mientras ponía el tornillo y lo ajustaba para que la arandela hiciera su efecto, soltó un comentario muy llamativo, “acá si que se puede hacer de todo”, mientras probaba las bondades del colchón, que era de lana y se apoyaba en un tejido de alambres de acero que lo hacía por demás mullido y saltarín…

Era evidente que la disposición del Nolberto era total… Lo que no había que esperar de él era que tomara la iniciativa… Una tarde, desde la ventana de mi cuarto, vi como maniobraba con un banco de piedra que estaba emplazado en el jardín del fondo; parecía Tarzán… Me hizo recalentar… Tomé la decisión de encararlo… Pero, no era algo sencillito… La cuestión se centraba en cómo hacerlo, para que pudiéramos conversar a solas sin despertar ni sospechas ni curiosidades…

Ese mismo día, cuando me fui a dormir, me concentré en el tema… Como suele sucederme, la solución del problema me resultó mas fácil de lo que esperaba… En ese tiempo yo ya tenía 18 años y estaba en trámites para obtener la licencia de conductor… Sabía manejar y de hecho algunas veces, clandestinamente, manejaba el Ford de mi padre, que era bastante silencioso… Con el Packard de mi tío Rafael no me metía porque era un armatoste, un cascarudo… En mi relato “El Negro Barreto”, lo identifiqué como “Buick”, pero Buick era el auto de mi abuelo, hermano de Rafael… Se me ocurrió que el Nolberto, como era mecánico, me podía dar unas lecciones de conducción…

Y así se lo hice saber, delante de todo el mundo… Le pregunté si en algún momento en que tuviera tiempo me podía adiestrar un poco en el manejo del auto… Agarró viaje enseguida… En lugar de esperarla a María tomando mate y haciendo palabras cruzadas, por unos días se encargaría del darme unas clases de conducción… Mas redondito: imposible…

Para practicar iríamos al Paseo del Bosque donde no había movimiento de automóviles durante los días de semana… Con una horita y media por día: sobraba… Empezamos un lunes… Ese día me porté bien: me concentré en el aprendizaje de la conducción… El Nolberto manejaba muy bien… Tuvo un par de gafes cuando arrancó la primera vez, pero enseguida le agarró la mano… Era un tipo hábil…

El segundo día la cosa cambió,,, Tan pronto llegamos al Paseo me puse al volante del auto y saque a relucir mis habilidades para conducir… Teóricamente, yo sabía conducir desde 1952 ó sea desde que tenía 12 años… Aprendí solo, viéndolo a don Vidal, el chofer del tío Rafael… El primer auto que conduje fue el Buick de mi abuelo… Anduve 6 ó 7 cuadras… Después y hasta que cumplí los 18, manejé pero siempre de contrabando… En si, el manejar auto no me atraía… Sabía que era necesario… Hace 60 años que manejo… Solo tuve dos pequeños percances de tránsito…. No manejo bien… Soy batata, pero trato de no cometer infracciones y cederle el paso a todo aquel que quiera llegar antes que yo al infierno…

Ese segundo día lo desconcerté al Nolberto… En un día había aprendido un montón… Mientras dábamos vueltas por el Paseo, le pregunté: “…y vos que mirás, observás y sacás conclusiones, se puede saber, ¿qué pensás de mi?...  Rapidito el mozo, preguntó: “¿de cómo maneja?”…. Obviamente, no quería entrar en honduras, pero yo me ocupé de meterlo de cabeza en la olla… Le retruqué: “de cómo manejo y de todo, quiero saber cómo es que me tenés fichado; pero quiero que me digas la verdad sin vueltas ni tapujos”… “Yo no me ofendo”…

Íntimamente, yo tenía la convicción de que el Nolberto era un gato y que, a pesar de mi encerrona, se las ingeniaría para caer parado… Eso exactamente ocurrió, se las compuso para caer parado… Lo que más me gusto fue cómo lo hizo, la forma… El otras circunstancias, sus potencialidades hubieran dado para muchísimo mas de lo que fue… Con todo y hasta donde yo supe de él, creo que fue un tipo feliz, que en resumen es lo que el hombre debe buscar y, si lo halla, disfrutar…

Como después de mi apriete el Nolberto se quedaba callado, lo apuré un poquito: “…y, ¿me vas contestar?... Sin tardanza, me respondió “si, pero con el auto andando: no… Estacioná y yo te digo lo pienso”… Avance unos metros y detuve la máquina en un punto muy lindo del Paseo… Un lugar al que de vez en cuando suelo volver, porque tiene un encanto especial… No ha cambiado casi nada en los últimos cincuenta largos años … Alguna vez supo estar descuidado, pero con poco es posible mantenerlo muy bien…

Bueno, una vez que detuve el coche, nos acomodamos en el asiento y quedamos mirándonos a la cara… Al Nolberto se lo veía brutal… Con la barba un poco crecida y esos ojos, pícaros, entrecerrados, que para que les voy a contar… Algo así

Con un aplomo increíble, una confianza en si mismo que se podía tocar, arrancó con su speeche… Yo lo escuchaba atento… “No es una sola cosa lo que pienso de vos; pienso varias cosas… Puede ser que en alguna o alguna esté equivocado, pero, es lo que yo pienso… Vos me pediste que te dijera la verdad y yo te la digo… Lo primero que pienso es que vos no necesitas que yo te enseñe a manejar este auto… Vos lo manejas; por ahí no muy bien, pero lo manejas… Cuando me pediste que te adiestrara en el manejo del auto, lo que tenías en mente era otra cosa… Perfecto, no digo nada… Cada uno juega con las cartas que le tocan… Esta agachada tuya me gusta, me demuestra que sos hábil y yo ante la gente hábil: me saco el sombrero… Lo segundo que pienso de vos es que sos un tipo que no se ocupa de joder a los demás, podría decir: bueno… Eso se ve comparándote con los que están cerca tuyo… El que mas, el que menos, todos renguean de alguna pata… Por ahí no se ocupan de joder; pero no se preocupan por no joder y mas de una vez terminan jodiendo involuntariamente… Vos, en cambio, te cuidas de no pisar una hormiga… Tratás a la gente muy bien… Solo tu tío es como vos… Es posta que a uno lo traten bien… Lo tercero que pienso de vos es que no sos para nada egoísta, ni con lo que tenés ni con lo que sabés… Tu mamá dice que sos regalero y que no te fijas en lo que das… Yo creo que vos te fijas mas en lo que los demás necesitan… Te vi en el patio, debajo del árbol donde te sentás a leer, enseñándole a un muchacho morocho, grandote, que debe ser compañero tuyo (el Negro Barreto) algo que el pibe no sabía… Me sorprendió tu paciencia… Lo cuarto que pienso de vos es que, no se bien cómo explicarlo, vos no sos siempre el mismo… En general sos un tipo amable, sonriente, fino aunque digas cosas fuertes; pero, a veces estás recontraserio, tan serio que no se si das miedo, pero como que asustás a la gente… Eso de la seriedad se ve cuando estás solo o con alguien que por alguna razón no te cae bien… María dice que sos muy bueno, pero muy seco… Yo he observado que a Susana la tratás distinto que a la María… A ninguna la tratás mal, pero a Susana parece que la tratás mejor”...

Hasta ahí, todo iba muy bien… El hombre demostraba que nada se le pasaba por alto y, algo raro e interesante, era que sabía analizar, tenía buen criterio… Algo que no en todas las personas se da y menos en aquellas que han debido hacerse a si mismas, como era el caso del Nolberto… El retrato que hacía de mi se ajustaba mucho a la realidad, al menos a lo que yo pensaba de mi mismo… En alguna cosa no compartía su valoración, lo que para él pesaba 4, para mí no pasaba de 2; pero, algo que hiciera peso había… A su retrato todavía le faltaban algunos detalles no menores… Yo aguardaba en silencio que los dibujara… Él hacía tiempo… Mi impresión es que su mente buscaba la forma de decir lo que quería decir sin recurrir a vulgaridades ni groserías…  Al fin encontró el camino y se largó… “Lo quinto que pienso de vos es que ni el fútbol ni las polleras te hacen perder el sueño”… Yo me sonreí… Mi sonrisa fue un aplauso a su habilidad… Como suponía, cayó parado… Me había dicho puto, sin decírmelo… ¡Qué calidad!... Esa afirmación suya le daba el verdadero sentido a la pregunta que me hizo cuando estaba Gabriel en casa: “¿rinde el pibe?”…

Yo me aprestaba formular mi solemne discurso, pero el Nolberto no me dio tiempo… Retomó la palabra para decir algo que yo no esperaba… “Vos me trajiste acá porque querías hablar conmigo y cómo ves: estamos hablando… Te digo una cosa, a mi me gusta hablar con vos… No tenemos siempre oportunidad de hacerlo; pero, bueno, así son las cosas… Me gusta hablar con vos porque sos un tipo inteligente y sabés bien lo que decís; no hablás solo porque tenés lengua… Sos un tipo interesante, puedo decir que me gustás y que me gustaría estar mas cerca tuyo… Pero, por ahí, lo que me gustaría a mi, a vos no te interesa o no te gusta… No sé, vos dirás…

Con semejante pase (a pesar de no gustarme el fútbol y no saber nada de él) era claro que lo único que yo tenía hacer era mirar la pelota, la redonda entraba sola en el arco… Pero no podía quedarme callado… En mi cuaderno de estilo busqué el mejor, encontré que el formato intimista era el mejor y me mandé por allí…

Resumiendo, lo que le manifesté fue que había dado en el clavo, que yo quería no era que me adiestrara en el manejo del auto, aunque sabía que tenía mucho para enseñarme, sino hablar con él, para que me dijera todo lo que me dijo… Uno a uno fui comentando cada uno de sus pensamientos sobre mí, buscando anular los elogios desmesurados que me hizo, hasta que llegué al quinto, el del fútbol y las polleras… En ese punto, lo que hice fue darle nuevamente la razón, como lo había hecho en los cuatro anteriores… Le confirmé que ni el fútbol ni las polleras me quitaban el sueño… El fútbol porque no lo entendía, me faltaba y me falta ese entendimiento familiar que hay entre el jugador, cualquiera sea su nivel, y la pelota… Nunca nadie se ocupo de entreverarnos y así cada uno anduvo por su lado… En cuanto a las polleras, manera elíptica de aludir a la mujeres, lo hice participe de lo que era uno de mis secretos: no despertaban ningún interés en mi; por supuesto, en orden a lo sexual… En otros órdenes, la cosa cambia y de hecho son parte importante de mi vida… Para ser explícito, lo interiorice que, en orden a lo sexual,  mis necesidades tenían otro rumbo y que no siempre era posible satisfacerlas dignamente…

Aún cuando yo creo tener gran dominio sobre mi mismo, en ese momento no debo haber sujetado bien las riendas, por los que mis palabras se cubrieron de algún tono especial que hizo impacto en el Nolberto…

Me miró como siempre, con los ojos entrecerrados, como si quisiera ver más allá de donde le daba vista; no había en sus labios no esa sonrisa socarrona que lo hacía tan seductor… Como un boxeador que arrincona a otro boxeador, quitándole toda posibilidad de defensa, dispuesto a perpetrar un irremisible knoctout , me disparo su inapelable sentencia: “Para eso me tenés a mí, ya te lo dije cuando hablamos por lo de Susana… Yo entiendo bien y sé lo que es… Mirá, yo debuté a los 15 años con un tipo… Un hombre grande… No sé cuantos años tenía… Lo conocí en la calle, cuando volvía del taller… El tipo me encaro de una; me pidió disculpas y me dijo que andaba desesperado, que quería estar un rato con un hombre… Yo también andaba desesperado, meta paja y paja… No era un tipo feo… Un poco bajo, más bajo que yo… Le dije que si y fuimos a la casa… Me preguntó si alguna vez lo había hecho con un hombre… Le dije que no… Le macaneé, le dije que solo lo había hecho con mujeres… Desnudo se lo veía mejor… Tenía el culito grande y bien redondito… Yo estaba con una carga encima tremenda… Le eché tres polvos… Estuvimos cogiendo hasta las diez y media de la noche… Cuando me di cuenta, rajé… En mi casa me iba a matar… Para mí fue algo muy lindo, me gustó… Cuando llegué a mi casa la vecina me dijo que mi vieja y mi padrastro se habían ido temprano a un velorio, se había muerto un tío de él… Me reí, que casualidad, yo volvía de  enterrársela a un tío… Con Hugo, el tipo este, anduve dos años en que le dí con todo… La verdad, me gustaba coger con él… Me calentaba… Después, la cosa cambió… Empecé a andar más con mujeres… El también cambió… Como yo desparecía y a veces pasaba mucho tiempo y no nos veíamos, él se enganchó con un pibe más grande que yo; el pibe iba a la casa, se quedaba… Nunca nos peleamos, ni nada y es el día de hoy en que él me dice que macho mejor que yo nunca tuvo ni va a tener… Yo nunca lo viví ni le saque nada… Muchas veces quiso darme plata y no acepté… En alguna oportunidad me ayudó, pero siempre le devolví lo que me prestó… Yo soy así, trabajo, vivo con lo que tengo y no jodo a nadie… Naturalmente me caliento con las mujeres, pero con un hombre también me puedo calentar… Con vos, me parece, no necesitaría nada para calentarme… Se me hace que en la cama debés ser el Diablo…

Después de semejante declaración, resultaba obvio que ya no quedaba mucho por decir y debía pasarse a la acción… El Nolberto, no obstante, puso en claro algo que debía ser esclarecido… Preciso que él era bueno para todo, menos para que se quisiera acortar su libertad… Y dijo algunas cosas muy interesantes… Sostuvo que si hacíamos algo, lo que el pretendía era que entre nosotros hubiera lealtad, no fidelidad… Para él, la lealtad era cuidar de no hacernos daño el uno al otro, respetarnos, tratarnos con consideración y sin ocultamientos… A diferencia de la fidelidad que para él era más bien una especie de sometimiento… Y puso un ejemplo: “si yo mañana arreglo algo con vos y antes de concretar el asunto me surge algo que me gustaría hacer primero, lo que yo hago es comunicarme con vos y ver de organizarnos de otra manera, sabiendo que vos no vas a poner obstáculos, y, en el supuesto que no pudiera comunicarme con vos, haría a un lado lo que haya surgido, por muy interesante que fuese, y primero cumplo con vos, porque te debo respeto… Lo mismo quiero que vos hagas conmigo”…

Esa aclaración fue la nota que faltaba para subirlo al Nolberto a lo más alto del podio… De hecho presté toda mi conformidad, pues estaba en línea con una forma de comportarse que me parecía estupenda…

Y aquí surgía el problema capital; dicho en forma concisa: debíamos encontrar el lugar donde darle al frito… Esto que hoy se resuelve en un abrir y cerrar de ojos, el 1958 era un problemón mayúsculo… Tener sexo con mi primo, por ejemplo, era relativamente fácil… En casa de mis abuelos siempre existía alguna forma; pero, hasta ese entonces, yo no podía ir con alguien y mandarme a garchar como lo hacía con el Chiqui… Tampoco tener sexo con Juanjo o con Carlos Alberto era problema, porque en la casa de cada uno de ellos había comodidad y ocasión para darle al frito… Además, las cosas se podían organizar de modo bien rápido, de un momento para otro…

Con el Nolberto, el asunto no era para nada fácil, pués aunque el defendía su libertad, lo cierto era que libremente tomaba compromisos que le dejaban poco resto… Había, entonces, que encontrar el lugar y la forma… Y de eso tenía que ocuparme yo…

El deseo de comerme semejante bombón era enorme; pero, con todo, no me enloquecía porque yo tenía quien me hiciera los bajos, más o menos, a mi gusto; de modo que podía tomarme mi tiempo para pensar, investigar, buscarle la vuelta… Tenía fe en que la solución iba a aparecer en cualquier momento…

A todo esto, el Nolberto me aguijoneaba preguntándome “para cuando iba a ser la cosa”… Además, empezó a permitirse licencias que a mí me resultaron encantadoras… Nunca, ni aún en el momento en que sellamos nuestro entendimiento en el auto, en el viejo Ford 1938, allá en el Paseo del Bosque, hubo entre nosotros algún acercamiento físico… Lo máximo que se permitió el Nolberto, ahí, en el auto, fue palmearme el brazo; el brazo que yo tenía acodado sobre el asiento mientras charlábamos y dibujábamos nuestro entendimiento… Después, el tiempo empezó a transcurrir sin que se produjera ningún hecho concreto, nada efectivo… Solo saludos y cambio de palabras a distancia… Las circunstancias no permitían otra cosa… Hasta que un día la mano cambió…

Un día, a mediados de agosto, bajé a la cocina a devolver la tasa donde solía tomar té de cedrón (vieja manía mía) y, también, si estaba, a echarle una miradita al Nolberto… Para mí, la contemplación de machos atractivos ha sido siempre un placer inmenso… Pero el Nolberto no estaba ni había nadie en la cocina… Resignado, me puse a lavar la taza… En eso estaba, cuando silenciosamente se plantó detrás de mí el Nolberto, tan cerquita mío que entre mi cuerpo y su cuerpo no había espacio para nada… No solo se plantó, sino que con sus poderosas manos me tomó de las caderas, para inmovilizarme, y volcó su cabeza en mi cuello… ¡Qué perfume!, dijo mientras me sembraba un morrocotudo beso… Apoyé mis manos sobre las suyas y dejé que con su cuerpo me arrinconara contra la mesada… ¡Qué hermoso era sentir ese cuerpo, caliente, fuerte, adueñándose de mí!... “Tenés que conseguir algo urgente, no doy más de las ganas de hacerte la boleta”, dijo a mi oído con voz susurrante… Si yo andaba algo caliente, ese toquecito me puso a mil… Todo duro apenas unos instantes, porque Nolberto sabía bien que ahí se corría siempre riesgo… El solito se apartó y se volvió a sentar frente a la mesa, de donde se había levantado para ir al bañito bajo la escalera… Fue justo en ese intervalo que yo llegué, no lo encontré y supuse que no estaba…

Ya en posiciones insospechables, le dije que seguía estudiando el caso y que en cuanto tuviera novedades se lo diría… Después de ese apriete, que produjo un quiebre en la forma de comportarnos, el Nolberto no dejaba pasar ocasión… Si la oportunidad se presentaba, siempre me surtía alguna cosita: un beso, una tocadita de cola, una apretada, una refregada… Algo siempre me daba… Y eso me enloquecía, me cambiaba el humor, todo…

Yo seguía sin encontrarle salida a nuestro problema… Me reprochaba que no se me ocurriera nada, yo que siempre había sido tan imaginativo… La solución vino de la mano de la Divina Providencia que, a veces, suele tratarme con cierta magnanimidad… La historia, hasta donde yo recuerdo, fue así…

A principios de septiembre, un poco retrasada, se presentó la tormenta de Santa Rosa, que mas que tormenta fue una catástrofe, porque llovieron sin parar casi dos semanas… Para quienes vivíamos en el centro, el diluvio fue un serio contratiempo, pero que de alguna manera podía zanjarse… Para los que vivían en los alrededores, en zonas donde no había pavimento y los medios de transporte dejaban que desear, el temporal fue bravísimo… El barrio donde vivía María quedó aislado… La casa de ella no se inundó porque era una zona de tierras altas, pero, a unas cuadras, por donde pasaba el tranvía, todo estaba bajo el agua… Cuando María se percató que la situación podía empeorar y aún era posible realizar algunos movimientos, lo mandó al hijo a la casa del hermano mayor y con el Nolberto se vinieron para casa buscando refugio…

Llegaron hechos sopa… Por suerte las pilchitas que traían envueltas estaban secas… La casa y los animales quedaron al cuidado de un vecino… Mi madre le daba albergue a todo el mundo… De antiguo, el tío Rafael había delegado en ella todas las facultades… Así que, ni bien se presentaron María y el Nolberto, mi madre les consiguió ubique…

A pesar de que nuestra casa era muy grande, no siempre había espacios disponibles… Los seis dormitorios tenían ocupantes… Cuando había que darle comodidad a alguien, se barajaban los posible acomodos… A veces, yo metía la cuchara para simplificar las cosas, ya que mi familia era especialista en empelotar todo… En lo que se planteó cuando cayeron María y el Nolberto preferí quedarme en el molde, porque vi como venía la mano y pretendía que mi neutralidad fuera evidente… Tan en el molde me quedé que desaparecí de la escena… Me fui a la casa de mis Abuelos… Allí había un espacio que parecía reservado para mí: la biblioteca… Ni el loro la visitaba… Mi abuelo ya había bajado la cortina, había nacido en 1868… El resto, tíos, primos y demás deudos, siempre anduvieron en otras cosas, le tenían alergia a los libros… Solo yo disfrutaba las bondades de ese lugar… El día ese no recuerdo con que me entretuve… Sé que cuando se acercaba la hora de cenar volví a mi casa… Ni bien llegué, mi madre me dijo “el hermano de María va a dormir en tu cuarto”…

María debió compartir habitación con Carmen, la cocinera… Su “hermanito” debía compartir cuarto con el niño de la casa… Mas perfecto: imposible… Es que cuando Dios hace las cosas, las hace bien… Mientras estuve donde mis abuelos, ya se habían hecho todos los acomodos mobiliario… En mi habitación se desplegó el mismo catre usado por Gabriel, el soldado…

Era un día jueves… Como el Nolberto debía levantarse temprano y yo otro tanto, ni bien cenamos, nos fuimos a dormir, al igual que el resto de la familia y del personal de la casa… ¡Qué momento!... Yo había comido en el comedor de diario y Nolberto en la cocina… Como terminé primero, fui el primero en llegar a la habitación… Antes había pasado por el baño y me había puesto en condiciones óptimas para todo lo que pudiera suceder… Cuando llegó el Nolberto, yo ya estaba en la cama… Solo tenía puesto un calzoncillito medio volantero, de los que se usaban entonces… Los slips y demás artificios modernos: no se conocían… Se paró al lado de la cama y me preguntó: “¿cómo hacemos?... Era cantado que algo íbamos a hacer… Le pregunte si había pasado por el baño y como me respondió en forma negativa, le sugerí que fuera a ponerse en condiciones… El baño era prácticamente un baño privado mío, ya que mi padre y mi tío Rafael lo usaban solo para bañarse, siempre de mañana y no todos los días… El Nolberto fue y se estuvo un buen rato… Cuando volvió se lo veía más reluciente… Le indiqué que se acostara del lado derecho, así yo tenía más libertad de movimientos… Prudentemente, al tiempo de desvestirse, le echó llave a la puerta… Se desnudó totalmente… Me parecía mentira tenerlo ahí, en esas condiciones… Si vestido llamaba la atención, desnudo la llamaba mil veces más… Como no podía ser de otro modo, le miré el bulto… La tenía en reposo… No parecía ser como la de Carlos Alberto… Pero, con estas cosas siempre hay sorpresas… Había que esperar la evolución de los acontecimientos… Se metió en la cama y, una vez dentro, no me dio tiempo a nada… Tomó la iniciativa y puso en evidencia que en materia de sexo y esas cosas sabía más que un montón y era innecesario enseñarle nada…

Justamente eso era lo que siempre había deseado, un hombre que me poseyera íntegramente y casi nunca, por no decir nunca, había conseguido… Con todos, incluyendo a mi primo Chiqui y al Padre Carlos, siempre, en algunos espacios, que a veces eran bastante extensos, tenía que asumir la dirección de la orquesta… El me llevaba, el tenía la voz cantante, me hacía hacer lo que el quería y que, por alguna razón profundamente misteriosa, coincidía con lo que yo quería, con lo que yo necesitaba… Para mi no hay una buena cogida sin una regia mamada… Cuando el Nolberto terminó de atizarme a besos y caricias, cuando comprobó que yo era una tea encendida, me llevó a su entrepiernas a mamar su verga, definitivamente erecta, maravillosamente erecta… No era el monumento a la poronga que tenía Carlos Alberto, ni la de Juanjo, que poco le faltaba para ocupar el primer puesto… Estaba a milímetros de la del Padre Carlos, con un rasgo muy interesante: era algo más gruesa… Y las pijas gruesas se sienten, en la boca y en donde sea… Se la mamé con desesperadas ganas… Le hice todos los chiches que yo sabía hacer… Me excitaba escuchándolo jadear como una fiera… No se cuanto tiempo estuve gozando con su poronga en mi boca… Lo que si se es que, en un momento dado, me movilizó, me ubicó en la cama bien con el culo para arriba y me proveyó un beso negro de novela… Nunca nadie antes, me había dado un beso negro y menos de tamaña jerarquía… Nolberto, literalmente, me comió el culo… Lo que se siente, lo que sentí, fue algo inenarrable… El ano me palpitaba con furia… En medio de ese descontrolado frenesí, me pidió vaselina… Le di una crema que tenía prepara ad hoc ; no sé como hice, pero se la di… No tuve tiempo para pensar, un segundo después empecé a sentir la enorme presión de esa cosa divina que el Nolberto contaba entre sus íngles, apoyada en dos soberanas pelotas… La operación “entre” no la realizaba al tun-tun, o como diría un castellano “a tientas y a locas”, lo suyo era algo que llevaba el sello de su maestría… Como ninguno antes, se posicionó de tal modo que su verga en relación a mi ano conformaba el ángulo perfecto como para que, de un certero envión, la pija me entrara como bala toda entera… Y así fue… ¡Que la sentí, la sentí; pero me entró toda y una vez adentro empezó a irradiar felicidad y goce!...

El Nolberto era, sin dudas, un cogedor nato… Se lo veía apto para muchas cosas; pero, por forma en que me garchó, resultaba indiscutible que, entre todas las cosas posibles, el coger era su especialidad… Pese a todo lo que me gustaba que me machetearan, yo no era persona de entrar fácilmente en trance mientras me la estaban dando… Rara vez perdía la conciencia… Las veces en que eso me había sucedido, pocas, no se debía al accionar de mi pareja, sino a hechos de otra raigambre…

Con el Nolberto, desde ese primer día, me quedo claro que él tenía la facultad de hacerme perder el equilibrio mental… Yo sentía como que mientras me cogía, me iba trabajando, me empujaba hacia un barranco, con el preciso designio de que los dos nos precipitáramos en una descontrolada caída…

Yo me preguntaba por qué los otros machos no me hacían sentir todo lo que me hacía sentir el Nolberto… Me lo sigo preguntando…

Tras una acabada espectacular que me dejo el culo como para chiflar monos, nos acomodamos en nuestras respectivas camas a fin de descansar en lo que nos restaba de la noche… Al día siguiente, el Nolberto debía ir a la Fraccionadora y yo al Colegio… Dormimos algo más de siete horas… Yo me levanté 6:40 y él dejó el catre minutos después… La única que estaba levantada a esa hora era María, seguramente la preocupaba saber cómo había pasado la noche “su querido hermanito”… No se lo que éste le habrá comentado porque a las 7:05 partí rumbo a mis obligaciones, por suerte, bajo una llovizna livianita…

En el Colegio los vi al Negro Barreto, a Carlos Alberto y a Juanjo, que también estudiaba allí, pero no en 5to., como nosotros, sino en 4to… Todos estaban como siempre muy apetecibles, pero yo todavía tenía que hacer la digestión por todo lo que me había comido apenas unas horas … Afortunadamente era viernes y se venía el fin de semana…

El día se pasó volando… Por la tarde tuve que llevarla en el auto a mi madre por varios sitios y esperarla… Una tortura, ya que todo lo que no se llovió por la mañana, se llovió por la tarde… Tenía que manejar poco menos que a ciegas… Así fue que, en un santiamén, la noche se vino encima y se repitió la escena de la noche anterior: comer y a la cama… Solo que esta noche la cosa cambió un poco, pero no mucho: como al día siguiente no tenía obligaciones, me quedé mas tiempo en la sobremesa… Lo hice adrede… No quería que, ni remotamente, se llegara a pensar de algún interés personal mío por irme a mi cuarto, donde ocasionalmente estaba durmiendo “un asilado”… Mi hermana menor tenía un juego llamado “Semku”: una cruz de botones donde  un numero N de botones estan colocados en un número (N + 1) de agujeros… El desafío es retirar de a uno los botones, una vez que sobre cada uno haya pasado otro botón sin saltear agujeros… Mi hermana, ejecutiva como siempre, le daba sin ton ni son a los movimientos y terminaba siempre enganchada con algunos botones imposibles de mover sin transgredir las reglas de juego… Mentalmente diseñé una “coreografía”, la puse en práctica y di con la solución del juego…

Cuando se acabó este entretenimiento, “la Corte” se levantó de la mesa y a la camita… No eran las once de la noche… Yo no dejaba de tener presente que el Nolberto, al otro día trabajaba… Entre en la habitación sigilosamente, por las dudas se hubiese dormido; pero no, estaba en su catre, tranquilamente, fumando y mirando el techo…

Mi habitación, antes de que la ocupara yo, la había ocupado mi tío Rafael… Era la mejor de todas, no colindaba con ninguna otra habitación y era la única con boiserie y cielorraso pintado con escenas de la campiña inglesa… Había para entretenerse mirando el techo…

Comencé a desvestirme, dispuesto a ocupar el mismo  lugar en la cama que había ocupado la noche anterior; pero, el Nolberto se levantó rápido del catre y, sin decir nada, cambió mi plan… Si pedir permiso, se acomodó en el sector izquierdo (mirando la cama desde la piecera)… Eso, para mi, que no era lego, quería decir mucho… Quien ocupa este sector tiene libre la mano derecha y puede hacer mucho mas que el otro ocupante… Por supuesto, no hice ninguna observación… Si el hombre tenía ganas de hacer: que hiciera… Yo era todo suyo… Cuando me iba a acostar en el sector que me asignara, me cuidé de echarle llave a la puerta… Mientras me acostaba observé que sobre la mesa de luz de mi costado estaba el potecito con diadermina, mi lubricante favorito y la toallita húmeda… Estaba en todo… Mejor… Apagué la luz…

Fue nada más que apagar la luz, para que el Nolberto entrara en acción de inmediato… Me atrajo hacia él y atrapándome en sus brazos, como para advertirme de lo que se venía, me dijo “estoy más caliente que ayer”…  En otro caso, hubiese sido como para fruncir el culo; en el mío, el efecto fue todo lo contrario: dilatarlo, bien dilatado… Si el día anterior me lo había dejado como para chiflar monos, ese día podía destruírmelo…

Tras la advertencia, vinieron los besos, las caricias, los apretones fuertísimos, todo ese efluvio incontenible de ardores que encendían en mi la pasión  del deseo… El Nolberto se había convertido en un alud descontrolado que me ahogaba, me enloquecía… Como si todo lo que me hacía fuera poco, a los hechos sumaba su dichos… Verdaderas lenguas de fuego que me ponían al rojo vivo… “Me calentás, chiquito”, “Me calentás mas que una mujer”, “Estás divino”, “¿Sabés cómo te voy a coger?”… No sé lo que me hizo preguntarle: ¿Cómo?... “Te voy a coger con todo, te voy a coger todo, te voy a llenar como ninguno te llenó”… Y seguía dándome besos de lengua, mordiscones y todo el repertorio de sonatas franeleras que él conocía y a mi me encantaban … Decir que estaba hecho una fiera: es poco…

Como la noche anterior, haciéndome bajar a su entrepierna, me obligó a fellarlo… Pocas obligaciones en mi vida he cumplido con tanto gusto y placer como esa de encubrir con mi boca esa pija suya, erecta y palpitante… Comprobé que mis mamadas lo hacían vibrar con la misma intensidad de una descarga eléctrica… Perverso, como si quisiera verlo reventar de placer, yo no paraba, una tras de otra, con mis mortíferas succiones… El glande traspasaba mi garganta y toda su poronga la tenía dentro de mi boca… Gozaba viendo como sus piernas se estremecían con la virulencia que emanaba de mis labios…

Casi en el borde mismo de perder el gobierno de la situación, el Nolberto cambio el rumbo y volvió a la ofensiva con todo… Me hizo cambiar de posición y disponerme para recibir el halago de su poderosa virilidad… Esta vez, no hubo beso negro… Me lubricó la cola y, sin pérdida de tiempo, me la enterró todo lo más profundo que la dimensión de su caliente verga lo permitía… Necesitaba encerrarla en el cálido cobijo de mi hambriento y avariento culo…

Tan pronto como me calzó su poronga, me instó a estirar mis piernas, así él podía tenderse por completo sobre mi… Estiré mis piernas y el Nolberto consiguió lo que quería… Quede apresado bajo su cuerpo caliente y sudoroso… Me abrazó, apretándome los pechos, que entonces no eran lo que son ahora, pero si algo diferente a los pectorales de un macho… Me besaba en la nuca, me besaba en la espalda, me mordía las orejas… Quería que la braza del deseo que ardía en mi no perdiera ni una centésima de grado de su ardiente calor… Y de vuelta su voz, varonil, excitante: “¿Te gusta cómo te cojo, chiquito?... “¿Te abro bien el culo?”… “Tenés un culito divino”… “Ninguna mujer tiene el culo como vos”… “¿Me lo vas a dar siempre?”… “Levantá el culito así te la hago entrar más adentro”… Y me apretaba las tetitas… Y me macheteaba, dale y dale…

Algo muy particular, muy especial había en la forma que el Nolberto me cogía; algo que lo diferenciaba del resto de muchachos que hasta ese momento había conocido… Los otros, por asi decirlo, incluido en Padre Carlos, que no era tan muchacho, cuando me garchaban, estaban y no estaban conmigo… Estaban físicamente conmigo, eso era innegable; no eran alucinaciones o fantasías mías las porongas que me hacían tragar… En lo que no estaban conmigo era mentalmente, emocionalmente, espiritualmente… Sus mentes, sus corazones, sus sentires, al menos en gran parte, se hallaban ausentes… Vaya uno a saber en qué lugares se hallaban, tras qué deseos corrían, qué fantasías tejían… Pequeños hechos, sutiles indicios me indicaban que yo no formaba parte del orbe de sus verdaderos intereses… Me cogían porque no tenían otra…

No voy a negar que, a veces, cuando mi inteligencia y mi voluntad no daban para confundirme de ex profeso , la situación arañaba mi lado izquierdo; pero, nunca tardé mucho en recuperarme y ajustar “la Cuenta Pito” equitativamente, tanto como para no dar por el Pito, más de lo que el Pito vale…

Con el Nolberto la cosa fue diferente desde el principio mismo… Mi radar no detectaba ninguna sutileza, ningún detalle que indicara, ni aún remotamente, que él, en ese momento en que me destrozaba con su arma viril mi enamorado agujero, no estuviera presente, conmigo en cuerpo y alma… Esa presencia tan enorme era lo que me hacía perder contacto con el mundo exterior y extraviarme en las vaporosas nubes del delirio y del placer… Una macho me poseía, no en una puesta teatral, donde todo es mentira; sino en una puesta de la realidad, donde todo es verdad, dulce y contundente…

Por supuesto, la explicación del fenómeno no la encontré en esos instantes de vértigo, en los que solo quería saciar un hambre de antigua data y servir, como se merecía, a quien con enorme grandeza me brindaba el pan de su generosidad… La explicación me llegó después, cuando en la serenidad de mis reflexiones, pude efectuar el análisis profundo de los hechos…

El Nolberto no era un hombre común, un hombre con vuelo de perdiz que apenas se levanta del suelo… Para nada… El Nolberto era un ser excepcional, tanto por sus dones como por la sabiduría con que había hilvanado su filosofía de vida… Una sabiduría adquirida más mirando la vida que leyendo los libros, tal como lo quería Göethe… Aunque nunca lo discutí con él, a mí se me hacía claro que no veía ni consideraba la vida como un algo continuo, donde todo se mezclaba, sino como una sucesión de actos individuales, no siempre relacionados entre si ni necesariamente obligados a relacionarse…

Cuando el Nolberto estaba conmigo: estaba conmigo y punto. Se sentía mío y me sentía suyo y obraba en consecuencia… En ese presente, no figuraban María, ni nadie de su historia ni de su futuro… Todo su combustible lo gastaba conmigo y, cálculo, pretendía que yo gastara todo el mío con él… El mundo desaparecía, no pensaba en nada más, éramos él yo con el deseo de coger, con la obligación de coger, coger hasta reventar… Por eso, su poronga no era tan grande como la de Carlos Alberto, pero, por momentos, se hacía sentir como el doble, el triple o qué se yo, porque era él quien con su pija se metía dentro mío y se largaba a hacer destrozos…

En los poquitos días que duró su asilo, menos uno en que no cogimos, me enseño lo que era coger de verdad… Después yo adapté sus enseñanzas a las crudezas de la realidad… No siempre se hiere la cuerda que quiere y por eso no vamos a dejar de tocar la guitarra… Conviene recordar que, guitarras, en el Cielo no se consiguen… Allá te embalurdan con el arpa…

Dije “menos uno” porque, en efecto, uno de los días no estuve a dormir y, por lo tanto, no hubo coito con el Nolberto, que tenía reservas para coitear todas las noches, una tras otra… No estuve a dormir porque juzgue conveniente enviar un mensaje subliminal que evitara la germinación de cualquier semilla de sospecha que anduviese, como las esporas, revoloteando por los aires…

El lunes en que hubiese tenido lugar el quinto polvo de mi Maestro, acepté una invitación de Carlos Alberto para “ir a estudiar a su casa”… Lo hice deliberadamente para transmitir en forma  subliminar un mensaje que hablara mi falta de interés en pernoctar con el joven Nolberto… Nadie me cuestionaba eso, pero ya se sabe: más vale prevenir que curar… Para mi era claro cuál era el sentido de la invitación a estudiar a lo de Carlos Alberto… El muchacho debía haber pasado un fin de semana algo acalorante y necesitaba de alguien que le abanicara el pito… ¿Quién que no tuviera dramas se lo podía abanicar?... Eduardito…

En verdad, ir a estudiar a lo de Carlos Alberto, para mi, era todo un entretenimiento… La mamá lo sobreprotegía… Creía que su nene era un cándido angelito expuesto a las más terribles acechanzas del “mundo moderno”… No había ninguna chica que, a su criterio, le pareciera merecedora del “tesorito” que era su hijito y, lo más cómico del asunto, era que, en su invisión de la realidad,  me pedía a mí, un pobre puto, que le abriera los ojos a su bebe, ya que cualquier desvergonzada lo podía engatusar… Por supuesto, yo le prometía hacer todo cuanto estuviera a mi alcance… Así la dejaba contenta…  Lo cierto es que Carlos Alberto era un tipo lucido y mas que atractivo, tenía arrastre con las mujeres; pero, nada más que eso: arrastre… Del arrastre a las realizaciones concretas había un largo camino de por medio, si lo que se pretendía era cazar algún ejemplar interesante dentro del coto de caza de nuestro círculo social… Fuera de este circuito, a precio de moneda, por supuesto no faltaban ejemplares para el bombeo, pero en general eran piezas mayores (mayores de edad, de peso y otras desventajas)… En los alrededores había piezas menores muy atractivas, pero había que cuidarse de los cuidadores que las cuidaban (padres, hermanitos, primos, tíos y otros cancerberos)… Estos no se andaban con vueltas y con un par de trompadas le hacían entender a cualquiera que “la mercadería se mira y no se toca”… Cuestión de orgullo, decían algunos, para mi era de dignidad…

Esa noche, Carlos Alberto, que no quería cargar con ninguna culpa ni sentirse culpable de nada, introdujo una fórmula de acción muy novedosa:  me contó con todo lujo de detalles el “terrible polvo” que le había echado a una tal Margarita, a quien yo no conocía, pero él si, por habérsela levantado de puro macho que era en una fiesta de sociedad que no identificó… Para que yo me compenetrara profundamente del sensacional evento que él había protagonizado: escenificó los hechos, asignándome a mi, como era de suponer, el papel de la tal Margarita… De modo que, cuando me besaba, me estrujaba las tetas y todas esas lindas cosas con que sazonan un buen polvo, no era a mí a quien se las hacía, sino a la dulce Margarita de sus amores, por no decir de sus calenturas… Para simplificarle el parangón (que no es lo mismo que porongón), le pregunté si se la había mamado bien… Como no tenía palabras para describir la formidable fellatio que le dispensó la Margarita, le di una ayudita: me puse a mamársela yo (cosa que me encantaba) a fin de que pudiera ponderar comparativamente el tenor de la misma… Margarita la chupaba mucho mejor, pero él no me soltaba la cabeza, intentando enjaretarme su pija en la boca hasta los huevos, como para achicar diferencias en la evaluación de las prácticas… Nada más que por eso… Llegado el momento, también me la mando a guardar, como se la había mandado a guardar a Margarita, así yo podía hacerme a la idea de lo fabuloso que había sido aquel polvo… Cuando acabó, la cosa estaba como para preguntarle dónde es que habían internado a la niña Margarita, porque un polvo como el me echó a mi podía dejar moribundo a cualquiera… Yo resistí porque, casualmente, en esos días, venía siendo entrenado por un Maestro, el asilado Nolberto…

El martes al mediodía, bajo una lluvia torrencial, tras haber ido al colegio de 7:30 a 12:30, volví a casa empapado… Solo se mantuvieron a salvo del agua, mis libros y papeles, muy bien guardados en un cartapacio de plástico que, como gran novedad, me había traído mi prima Azucena de Nueva York… La tarde de ese día la apliqué enteramente al estudio… Como solía hacer, me encerré en la biblioteca del tío Rafael y le dí sin asco a los puntos de matemática que estábamos estudiando: paso al límite y derivadas… Todos mis compañeros andaban medio perdidos en eso, yo procuraba no desbarrancarme… Aclaro que, entre la 13:30 y las 15:00 dormí una discreta siesta… El garche en lo de Carlos Alberto me había molido un poco…

Al Nolberto lo volví a ver por la noche, cuando vino a dormir a mi cuarto… Había tenido, según me contó, un día de locos en la Fraccionadora… A pesar de ello, se lo veía enterito; de modo que había que estar preparado para todo…

Yo dudaba en contarle o no contarle lo de la ida a estudiar a casa de Carlos Alberto; pero, de últimas, me resolví y se lo conté… Se lo conté con la mayor naturalidad, más o menos como lo relaté aquí… Cuando le mencioné lo del “mensaje subliminal”, que no lo hice bajo ese título, sino bajo el de “meter la púa de sottovoce”, le brotó un “vos no podés con tu genio” y se río… Lo único que me pregunto fue “si la había pasado bien”… Le dije que si…

Cuando me metí en la cama, apagamos las luces de nuestros respectivos veladores y él, acodado sobre la almohada, pellizcándome uno de mis no pequeños pezones, el de la derecha, me despachó “no se si voy a poder ponerte contento después de la fiestonga que tuviste anoche”… “Hay que probar” fue mi respuesta… Una respuesta que sonaba más bien a desafío… El Nolberto cazó el reto en el aire y se largo a la carrera… Yo lo dejé obrar y me mantuve atento para seguir al milímetro todos y cada un de sus pasos… Arrancó despacito, como quien dice: regulando, probando motores… Se me tiró suavemente encima… No me decía un sola palabra, pero yo creía oír su voz: “te voy a ahogar, chiquito”… De pique me zampó un beso capaz de quitarle la respiración al más pintado… No fue un beso: fue una operación de amígdalas sin anestesia…  Me atravesó la garganta con la lengua… Su boca no era una boca, era una bomba de vacio de 1000 hp… Me quitaba el aire… Después fue acelerando hasta convertirse en el torbellino que siempre era y donde se mezclaba todo: abrazos, caricias, besos, mordiscos, todo… Cuando comprobó que yo hervía de deseo, empezó a soltar la lengua para excitarme más, para hacerme perder todo control sobre mí mismo y someterme a su antojo… Empezó a decirme algo que antes no me había dicho: “putito”… En su boca era el más excitante de los adjetivos… “¿Estás caliente, putito?”... “¿Me extrañaste?”…   “Sos mi putito”… “¿Me vas a aguantar, mirá que estoy muy caliente, vos me hacés calentar, te voy a partir la colita como un queso?”… “¿Quién te calienta más que yo, decime putito?”… No era necesario que le contestara, el sabía muy bien que nadie podía calentarme más de lo que me calentaba él… El Nolberto era un volcán y su lava derretía todo cuanto se cruzara a su paso… A mi turno, yo lo acicateaba para que me diera más, que me diera con todo, que me hiciera gozar, que me reventara… Le decía que era suyo, todo suyo, que me podía hacer lo que quisiera…

A medida que pasaban los segundos un solo deseo se apoderaba de todo mi ser: quería que me penetrara, quería sentirlo a él dentro de mi cuerpo… Como si leyera mi mente y mi corazón, el Nolberto me llevo a la pose ideal para penetrarme en forma total y me penetró… No puedo narrar todo lo que sentí en ese momentos y en los momentos que le sucedieron porque me faltan las palabras que permitan describir ese sentimiento, ese goce, en toda su real dimensión, en toda la magnitud de su potencia, en toda la profundidad de sus repercusiones… El Nolberto, desbordante de todo lo maravilloso que pueda tener una persona, iba y venía dentro de mi ser haciendo resonar todas las fibras de mi yo, aun aquellas remotamente escondidas… Ese maremágnum de cosas que movilizaba la hombría del Nolberto parecía querer grabar en mi una sentencia inapelable: yo soy el que mejor te coge, yo soy el que te da vida, volveré a ti cada vez que me nombres o me recuerdes… Yo soy el Nolberto, nunca tendrás otro macho como yo…

No me avergüenza decir que eso que yo creí antever o que realmente anteví, resultó a través de la visión que dan los años algo indiscutiblemente cierto… El Nolberto fue el macho que me mejor me cogió… En mi vida, antes y después, hubieron machos de toda marca y jaez, desde muy malos hasta muy buenos y excelentes; pero, como él: ninguno… De mi memoria no se borra la imagen suya en la cama… Terrible macho… Si no te calentabas con él había que ir al médico a que te cambiara el termostato… De seguro no te llegaba nafta al pertuso…

El decorado no es el mismo, la actitud que trasunta el si… Sabía que su pija era una llave maestra capaz de abrir cualquier caja… Mi caja la abrió como si nada…

Recuerdo que, para aquel entonces, el Padre Carlos, con quien seguía teniendo una excelente relación y a veces “algún tiroteo amistoso”, me sorprendió con la noticia de que había encontrado algo de lo que siempre me había hablado… El Padre me repetía que yo tenía un parecido asombroso con la imagen de un personaje romano que supo atribular la existencia del Emperador Adriano… El personaje se llamaba Antínoo y su imagen la había visto en un libro de la biblioteca del Seminario donde hizo sus estudios sacerdotales… Un libro que no podía recordar ni ubicar… La casualidad lo reencontró con ese volumen y lo tomó prestado para mostrármelo y demostrarme que lo que él decía era rigurosamente cierto, ya que yo siempre apuntaba que eso era una más de sus bondadosas exageraciones… La imagen es esta:

La Internet me permitió encontrarla en uno de sus innumerables rincones… De hecho la recuperé y acondicioné para exponerla aquí… Mirándola con la mayor objetividad permitida por mi vanidad, llego a la conclusión de que el Padre Carlos no estaba muy errado… Y pienso que no debían pasarla del todo mal quienes tuvieron la desdicha de compartir el calor de mis sábanas…

Pienso, también, que tal vez yo deje grabado algo en el corazón del Nolberto… ¿Habrá sido así?... Ciertos datos me llevan a pensar que eso… En fin, uno nunca sabe cuánto influye en los demás…

Después del quinto polvo, vinieron otros cinco mas en sendos días consecutivos, hasta que el Nolberto y María pudieron volver a “las casas”, como decía ella… Dos días después que cesaran las lluvias pudieron retornar; antes la zona seguía intransitable… Un par de veces habíamos intentado acercamos con el auto; pero, cuando faltaban varias cuadras debimos regresar porque el agua continuaba allí, impertérrita…

Con tantos días de abstinencia, María lo debe haber exprimido con tutti al Nolberto… No quiero exagerar, pero por un par de semanas no lo volví a ver, no debe haber aparecido por casa… María si… Ella vino como siempre, con cara radiante de alegría… Ni ostias se habrá comido la paisana… Me alegré por ella…

Un lunes me encontré, como siempre y de casualidad, con el Nolberto en la cocina… Serían las dos y media de la tarde… Estaba solo, tomando mate, escuchando la radio y dándole a las palabras cruzadas… Cuando me vio corrió el telón de su hermosa sonrisa… “¿Cómo estás chiquito?”… “Muy bien, por suerte”… Yo no le pregunté nada porque era ostensible que estaba bien… Me apliqué a preparar mi te de cedrón, que no era lo único que sabía hacer en cocina, porque mirándola a Carmen cocinar durante años, el sector “Arte Culinario” de mi fresca cabecita estaba lleno de recetas de cocina y técnicas de cocción… Y no me faltaba habilidad práctica… Podía ejecutar cualquiera de ellas…

Al segundo, el Nolberto se paró y, tras bichar si no había moros en la costa, se me acercó… Como buen cazador, se me arrimo por la espalda… Yo no hice ningún movimiento extraño… Lo dejé hacer… Cuando estuvo bien pegadito a mi, me invitó al dialogo:

-          ¿Me extrañaste?, dijo

-          Todo lo bueno se extraña…

-          Yo también te extrañe, chiquito…

-          No me digas…

-          Si… Tenemos que organizarnos rápido… Me muero por volver a comer el culito…

-          ¿Cómo querés que nos organicemos?...

-          No sé, conseguí un lugar donde podamos ir… Vos sabes cuando estoy libre…

-          No es fácil, tengo que pensar… Dame tiempo…

-          Te doy tiempo, pero quiero darte otra cosa…

-          ¿Qué cosa?...

La respuesta no fue verbal, fue gestual: me la arrimó bien arrimada y me la refregó con todo… Y como era de presumir bastó para hacer calentar como yo me calentaba: con todo…

Rápido alcé la taza de te y salí de la cocina, por toda despedida y saludo le dije: “en cuanto tenga algo te aviso”… Me fui directo a mi dormitorio, tomé el té y me metí en la cama para prodigarme una soberana paja, por supuesto, pensando en ese bombón… ¿Qué otra cosa podía hacer?...

Encontrar un sitio donde encamarme con el Nolberto era todo un tema para mi… No había ningún lugar cien por cien seguro y, además, con un mínimo de confort, porque –debo confesarlo- a mi las cosas a la que te criaste nunca me gustaron…

Estaba abocado a estas “investigaciones científicas”, sin descuidar desde luego las prácticas asistencialistas de mi apostolado, cuando se cruzó la invitación del Negro Barreto para ir a ver el Final de la Carrera de Bicicletas de los 7 que se corría en Buenos Aires, más precisamente en el Estadio del Luna Park… Acepté el convite y fuimos a Buenos Aires… Quienes quieran conocer algo mas de esta pedaleada, lean mi relato “El Negro Barreto”, publicado también en este Portal…

Lo de la carrera y otros asuntos menores bastaron para que el asunto con el Nolberto se fuera demorando… Así las cosas, en noviembre, como no podía ser de otro modo, la Divina Providencia acudió en mi socorro… La historia fue así… La casa de mis abuelos paternos, al igual que la nuestra, era un caserón de principios del siglo XX, la había diseñado (o copiado) un arquitecto francés que, seguramente, aplazó la materia “Economía de Materiales”, porque con lo que se gastó ahí, hoy se pueden hacer cuatro o cinco casas, no tan imponentes y pomposas, pero si más cómodas y funcionales… En alguno de los álbumes que me legó el tío Rafael debe estar la fotografía de esa antigua mansión, cuando la encuentre la agregaré… Verán que no miento… La casa también tenía dos plantas y un semisubsuelo… Una entrada de servicio abría a un jardín no muy grande desde donde se accedía a una escalera que llevaba directamente a las distintas plantas del edificio… Las otras escaleras estaban dentro de la casa… En el año 1958, cuando mi abuelo cumplió 90 años, mi tía Celia, viendo que la casa era habitada solo por mis abuelos, ella y el personal de servicio (dos empleadas), decidió introducir algunos cambios funcionales, a resultas del cual el segundo piso quedo libre de ocupantes, pero no de sus muebles… Como quien dice “clausurado”… Ante tal circunstancia, se me ocurrió pedirle a la tía su venia para disponer de dos salas del segundo piso… El permiso me fue concedido a cambio de que me ocupara de proveer a la conservación, mantenimiento y limpieza del sector, o sea: dos ambientes interconectadas, un baño, otra habitación mas reservada para huéspedes (que nunca llegaron) y los espacios comunes, incluyendo la escalera de salida al exterior, que servía a los dos sectores del piso… La tía se reservaba el derecho de inspección… Esto descartaba la opción de utilizar esas comodidades con otra finalidad que no fuera la de estudiar y acumular porquerías… No creo que la tía Celia pensara nada raro, pero estaba en su naturaleza vigilantear y había que actuar acorde a ello…

De mi parte, yo no estaba urgido por llevar a nadie que no pudiera entrar por la puerta principal… Pero eso sólo fue hasta que caí en la cuenta de que el lugar podía cubrir otras finalidades, como ser la dar cabida a que el Nolberto y yo practicáramos allí nuestros dilectos ejercicios de bombeo… No había caído en esa cuenta porque no conocía con exactitud cuál era el movimiento de personas en la casa… Este detalle, empero, lo disipé rápidamente… La única que jodía para realizar una operación de este tipo era la tía Celia, quien siempre estaba presente y con total libertad de acción… Al menos eso es lo que yo creía o daba por cierto… Pero la cosa no era así… Dos veces en la semana, los martes y los jueves, durante el ciclo lectivo,  entre las 14 y las 16 horas, la Prof. Celia de Altamirano concurría a un establecimiento educacional a propósito de amargarle la vida a un cierto número de inocentes criaturas que tenían que soportar sus letanías acerca del método de extracción de la raíz cuadrada de un número y otras yerbas… Ello significaba que, entre las 13:30 y las 16:30 horas de los días martes y jueves, en la casa de mis abuelos, precisamente en el segundo piso, había piedra libre para quilombear a gusto… Los abuelos no tenían fuerza para subir al segundo piso y el personal le huía a esa planta, no fuera cosa que las hicieran trabajar… Solo dos veces en la semana, en momentos en que estaba la tía Celia, iba Susana, la mucama de mi casa para cumplir con el acuerdo de conservación, limpieza  y mantenimiento…

La gente de mi casa, ni ebría ni dormida aparecía por allí… María, que en otro tiempo solía ir para ayudar en trabajos de fuerza, dejó de hacerlo por una seria diferencia con mi tía y una de la empleadas… En consecuencia, el problema de la falta de espacio para “estudiar” con el Nolberto estaba solucionado… Unos días antes había resuelto un problema de idéntico jaez para “estudiar” con el Negro Barreto… En este caso me apiolé del uso opcional que podía dársele a la cochera de casa, entre las 0:00 y las 7:00 hs. de cualquier día… Lamentablemente en esta franja horaria, el Nolberto no tenía libertad de acción…

Bueno, el caso fue que lo impuse al Nolberto de la novedad y de inmediato nos dimos en organizar el primer encuentro… El iría directamente de la Fraccionadora a lo de mis abuelos, yo le franquearía el paso hasta el segundo piso, sin que los habitantes de la casa se enteraran y, ante cualquier eventualidad, la excusa sería “había ido a ayudarme a mover unos muebles”… Las salas para mi uso eran estas:

El día previsto, a las 13:55 hs., me instalé tras la puerta de servicio y dos minutos después apareció el Nolberto… Lo hice entrar como bala y en segundos estuvimos en mi “Atelier”, el mismo que años después usara con mi amigo Mauricio, mencionado en mi relato “Una Técnica Mas”, publicado en este mismo espacio y cuya lectura no aconsejo, pero pueden hacerla si tienen ganas y coraje…

No se si era mi calentura, pero el Nolberto se veía mas bombón que nunca… En un primer momento pensé llevarlo al cuarto de huéspedes, pero después desistí… Si el vago se la quería garchar a Susana contra un costado de la leñera, bien podía culearme a mi en uno de los sillones de mi Atelier, que no eran poca cosa….

Tomé la precaución de cerrar los dos accesos al sector y nos mandamos a la sala de la estufa… El Nolberto se puso en bolas y otro tanto hice yo… ¡Qué lindo se lo veía!.... Se sentó en uno de los bérgere, montando una de sus piernas sobre un apoyabrazos… Era como si hubiera puesto en la vidriera su poronga, que solo necesitaba un tris para ponerse bien al palo…

Para ponerla al palo estaba yo, caliente como de costumbre… Me arrimé al trono del Nolberto e hincándome ante su real majestad, me consagre a sobarle la verga, cosa que a él le placía en demasía… El Nolberto era un monarca generoso, ni bien me prendí a su verga, él arranco con una franela fina que, poco a poco, se convirtió en franela gruesa… Quería que, como alguna vez lo había hecho, me tragara todo entero su chipote… Era de esos tipos que, hasta que no entierran el último milímetro, no se sienten satisfechos… Por supuesto, fue un gusto para mi complacerlo, aunque la cosa no fuera fácil… Con Carlos Alberto no hubiera podido hacerlo, porque no creo que haya garganta lo suficientemente amplia como para dar cabida a su fenomenal pija… El caso del Nolberto digamos que rayaba en el límite de lo posible, al igual que el de Juan José, el joven con quien aprendí a hacerlo… Mi relación con Juan José duró lo que duró justamente porque no quería perderse las mamadas que yo le dispensaba… Es que en esa materia, modestia aparte, yo merecía un doctorado, al menos honoris causa

Tras la mamada vino una franeleada de puesta a punto y, por indicación del Nolberto,  me posicioné de rodillas sobre el sillón, con el culito expuesto y bien levantado como para que pudiera garcharme de parado… La infaltable diadermina y la maestría del hombre hicieron que la pija, a pesar de su rotunda importancia, me entrara como bala… Tal vez esto no sea una metáfora, porque bien mirada, la poronga del Nolberto tenía la forma de una bala… Lo que lleva a pensar que las balas fueron copiadas de remotas pijas iguales a la del Nolberto…

Sea como fuere, una vez que me la metió toda adentro, me surtió unos matracazos demoledores y, por las cosas que me decía mientras me cogía, no dudo que el muchacho la pasaba tan bien o mejor que yo… El éxito de mi culo me enorgullecía… La acabada fue espectacular… Mi adecuada dilatación hacía posible que el Nolberto me la sacara toda y, después, como si quisiera asesinarme, me la enchufara, como una espada hasta el mango o, bien dicho, hasta el pomo… Me hizo ver las estrellas, pero que gozar, gocé como una yegua… Me ahogó en leche… Yo no sé de dónde sacaba tanta leche, parecía un toro de “La Martona”, estancia de la mamá de Adolfo Bioy Casares que proveía a la empresa láctea del mismo nombre… ¡Qué cuajadas hacía!... Hoy le llaman “yogour” en homenaje a algún señor de allende el horizonte, experto en cagar gente…

Después de pasar por el baño, se vistió y se fue para mi casa a buscar a María… Todavía no eran las tres de la tarde… Mientras lo acompañaba a la puerta, le pregunté si no le hacía la cola a María… Sonriendo me dijo que era imposible, que lo tenía más cerrado que ojete de muñeco y agregó: “el único culito que hago es el tuyo; es el único que me calienta; espero que me lo sigas dando siempre; me encanta perforarlo”… Mi respuesta no se hizo esperar: “Faltaría más, caballero, haga de cuenta que es suyo, está siempre a su disposición”… Mi reacción le causó gracia… “¡Qué puto sos!”, me dijo, mientras palmeaba mi espalda… Ese “que puto sos” me lo dijo con tanta dulzura, porque también sabía ser dulce, que me sonó como una caricia en el alma…

Las “reuniones de estudio” que celebrábamos el Nolberto y yo se repitieron a lo largo de todo el año 1959 y 1960, con una discreta periodicidad… Para mi, todas tuvieron el encanto de coger con un Maestro del Garche… En el mes de noviembre de 1960 sucedió algo malo: la tía Celia, que a la sazón contaba 60 años de edad, tuvo la desgracia de caer por la escalera y fracturarse una pierna… No hay mal que por bien no venga… Eso significó que mi libertad en el Atelier pasó a ser absoluta… Por suerte, la tía se recupero rápidamente… Se recuperó, pero al segundo piso no subió mas… El médico le recomedó no subir escaleras y ella cumplía al pie de la letra su recomendación…

Nunca le comenté al Negro Barreto la tenencia de ese “boudoir privado”; mejor dicho, le dije que lo tenía, pero que era inutilizable para otro fin que no fuera el estudio de las ciencias exactas… Ello así, porque si el Negro se enteraba de que cómodamente el Atelier se podía usar como cogedero: de hecho me lo iba a pechar, a él nunca le faltaban programas para entretener a su pajarito, lo que le faltaba era un sitio acogedor para realizar sus prácticas ornitológicas… Y yo no quería verme envuelto en ningún lío… Para que se reuniera conmigo tenía la cochera que era segura y súper cómoda…

Desde el mismo principio del año 1961, las cosas en la familia estuvieron signadas por graves contratiempos, que se vieron reflejados en el deterioro de nuestra posición económica… La malaria se extendió hasta 1965 en que viajé becado a Francia… Mi situación, empero, fue mejor que la de mis primos y tíos, cuya suerte iba atada a la fortuna económica de los negocios del abuelo… Yo, mientras pudiera estudiar, comer y vestirme discretamente y continuar con el tratamiento del Dr. Angulo, para mantener sano y lozano mi primoroso culo: era la persona mas feliz de la tierra… Mis primos, primas y tíos tenían otras pautas de comportamiento que no se compadecían con la sequía de sus faltriqueras y la pasaban como el orto… De ahí la bronca que siempre me han tenido… No se explicaban como yo podía reírme y estar contento  cuando me anunciaban algún desastre de nuestra economía… Como explicarles, que era posible porque, p.ej., la noche anterior, mi compañerito de estudios, Jorge Edwin (ver relato en este mismo espacio web) mientras estudiábamos los complementos matemáticos al Análisis II, se había distraído unos minutos y me había roto el culo con todas las de la ley: buena pija y buen corazón… Salvo el Chiqui, ninguno estaba en condiciones de valorar lo que eso significaba… El Chiqui, vago empedernido, había pasado a tratarme con la prosopopeya digna de un príncipe… Eso a mis demás parientes los ponía nerviositos…

Volviendo al Nolberto, la relación con él se fue diluyendo, porque también se fue diluyendo su relación con María… Dejo de venirla a buscar y un buen día apareció “un señor que la pretendía y la venía a buscar en un Renault, no Gordini”… Nunca lo vimos… María empilchaba mejor y hablaba de vender su casa y mudarse a La Loma… Del Nolberto no se hablaba… El papel de guarda lo había cumplido con creces, ¿cuántos años se la había mandado a guardar?... A mí me divertía como, de cuando en cuando, reflotaba el fantasma de Ceferino y lo hacía aparecer como la sombra misma de Satanás…

En 1968, cuando amablemente me invitaron a tomarme un descanso en mi actividad universitaria, decidí realizar, para entretenerme, unas operaciones inmobiliarias al estilo de mi abuelito, pero sin su maestría… Eso me vinculó a hombres de la construcción, con quienes mantenía un trato distante, ya que donde se come no se debe hacer otra cosa que comer… En una obra tuvimos la desgracia de que un obrero se accidentara… Sin dilaciones lo cargué en mi Peugeot 404 flamante y lo lleve a la sala de guardia del Policlínico… Fue un día de suerte para mi… De entrada me encontré con dos médicos amigos que se hicieron cargo inmediatamente del herido… Mientras esperaba que terminaran de atenderlo, ¿quién apareció por ahí?... Adivinen… Si, ¡el Nolberto!... Estaba igual que siempre o mejor… Como yo, él también  había ido a llevar un accidentado… Ni bien me vio, se me acercó con una sonrisa en los labios… Como correspondía, a mi se me empezó a hacer agua la boca y el upite caramelo… Nos explicamos nuestras presencias allí y, tras cartón, el Nolberto me preguntó si seguía teniendo “el Atelier”… Le dije que si, sin especificar que, a la sazón, mi amigo Mauricio era quien se encargaba de baquetearme la cañería, con una baqueta importada de Galicia… Alegre con la noticia, me dijo que teníamos que organizar algo… Como en la Fraccionadora tenían teléfono y podía llamarlo allí, por supuesto con discreción, le prometí que lo iba a llamar… Seguimos charlando de cosa varia y como a su herido lo arreglaron antes que al mío, el Nolberto se tomó el piróscafo y me dejó con la cola caliente como en los mejores tiempos… De hecho, no lo llamé inmediatamente… No es bueno dar muestras de desesperación… Pero si unas dos semanas largas después… Convinimos que lo iría a buscar, tipo nueve de la noche (ríanse) a la puerta del cementerio… El estaba viviendo cerca… Ese lugar, a esa hora: era la muerte… A ochenta y capota baja lo traje para la casa de los abuelos… En “la mansión” solo vivían mi abuela, de casi 100 años,  la tía Celia, que orillaba los 70, pero aparentaba tener 1.000, y sus fieles asistentes que estaban para una sala de paleontología…

Una vez en el Atelier, me entregué al Maestro para que él hiciera de mi lo que quisiera… Sabedor, el Nolberto arrancó pellizcándome los pezones que, dicho sea de paso, recordaran que no se distinguen por ser pequeñitos… Eso y apretar el acelerador para superar la velocidad del sonido es, en mi, la misma cosa… Al segundo estaba arrodillado a sus pies rezándole mis jaculatorias a su excelsa poronga, como siempre, ostentando un palo descomunal… No sé si porque yo estaba muy caliente o por qué otra cosa, a mí se me hacía que la tenía más grande y más linda que antes… Esa noche, su antojo era horadarme el culo con sus robustos dedos… Lo que para mi representa un placer inconmensurable… De modo que adopte la posición más conveniente al caso: arrodillarme en el sillón grande dándole a él con el culo… El Nolberto se sentó y empezó su faena… Me dio con todo… Primero uno, después dos, luego tres dedos… Ya a esta altura y revolviendo como revolvía, yo ya estaba completamente descajetado y con ganas de que me matara… Creía que no iba a ir por más, pero su resolución era otra: el muy guacho atacó con cuatro dedos y logró metérmelos… También entro parte de la palma de su mano… Llegamos a un punto en que, sinceramente, mi resistencia a semejante destrozo estaba agotada… Quería que le encontrara el final… Y se lo encontró, pero no el final propiamente dicho, sino el camino hacia el final… Mientras operaba en mi culo con la mano derecha, el Nolberto se jalaba convenientemente su pijota, por lo que era de suponer que su erección debía ser de primera… En un punto, se puso de pie, retiro su diestra de mi orto y, en simultaneo, me mando su verga adentro toda entera… Cuan abierto tendría yo el ojete que ni sentí su tránsito… Al segundo sentía el golpeteo de sus bolas, marcando en compás de una fenomenal cogida…

Una de las habilidades del Nolberto residía en la capacidad de demorar la acabada más o menos a su antojo… Esa noche de reencuentro, tengo la impresión de que se calentó más de la cuenta y la calentura lo traicionó, porque me serruchó menos de diez minutos y ahí se mandó la descarga… Los dos quedamos fusilados…

En dos ocasiones más nos reunimos en mi Atelier… Dos ocasiones en las que el Nolberto supo hacer brillar al máximo sus dotes viriles y las de su almita… Y aquí, ya sobre el final de estas demasiadas páginas, quiero citar un dicho del Nolberto que, para mí, es y será siempre un orgullo: “sos la única persona que me conoce”… Después, el Nolberto comenzó a ser parte de la historia de cosas oscuras que se esconden en mi memoria… Curiosamente, el Nolberto siendo una cosa oscura en mis recuerdos, siempre ha brillado con la luz diáfana de una estrella única, quizás por haber sido, como él mismo lo predijo, “el mejor de mis machos”… ¡Nunca tuve otro igual!…

Eduardo de Altamirano

Nota : Si algún lector quiere escribirme, sepa que puede hacerlo a mis direcciones de correo-e: decubitoventral@yahoo.com.ar o buenjovato@yahoo.com.ar . Todos los mensajes serán respondidos en tiempo y forma. Puedo enviar las fotos que aquí no se cargan.Gracias.