Cosas extrañas
Hay cosas que te suceden en la vida y que resultan tan inverosímiles que es mejor no contarlas, para no quedar como mentiroso ante los amigos. Lo mejor que puedes hacer es olvidarlas. Pero como olvidar cosas que cada vez que vienen a tu memoria te dejan en un estado de inquietud y ansiedad como al día después de haber ocurrido. Tratar de olvidar lo inolvidable ... ¡Que tarea más inútil!
Cosas extrañas.
Hay cosas que te suceden en la vida y que resultan tan inverosímiles que es mejor no contarlas, para no quedar como mentiroso ante los amigos. Lo mejor que puedes hacer es olvidarlas. Pero como olvidar cosas que cada vez que vienen a tu memoria te dejan en un estado de inquietud y ansiedad como al día después de haber ocurrido. Tratar de olvidar lo inolvidable ... ¡Que tarea más inútil!
El esfuerzo se hace, pero de nada vale. No lo cuentas a nadie, pero no lo olvidas. Esos recuerdos permanecen en tu mente. Y un día piensas: ¿Y si le contara a alguien aquellos extraños sucesos? Que importa quedar como un mentiroso, si al salir de mi esta historia pudiera comenzar el proceso del olvido de algo que tanto me inquieta. Por eso me he decidido a contar esto. Igual me da lo que puedan pensar de mi los lectores. Los hechos que voy a relatar son verídicos, créanlo o no.
Ocurrió hace mucho tiempo, yo era un joven militar que estaba de baja por enfermedad. Bueno, no vayan a pensar que realmente estaba muy enfermo, tampoco piensen que fingía estar enfermo. La verdad es que estaba enfermo y aproveché las circunstancias para agravar un poco mi mal y de paso tomarme unas buenas vacaciones. Así las cosas, logré convencer al médico de mi unidad militar, que dicho sea de paso era un tío de dudosa reputación profesional, graduado de una Universidad que tal vez no exista, pero que ocupaba la plaza de médico en la plantilla. Entre los soldados lo apodamos del médico "SUERO". Que tenías una fiebre de origen desconocido, te llegabas a él y te ingresaba y como tratamiento te ponía un suero intravenoso de algún carbohidrato inofensivo. Que si te dolía una muela: venga te ponía un suero. Que si la cosa era una diarrea: la misma medicina. A nosotros este tío nos daba risa y terror.
La cosa vino a más, cuando un día entre nosotros hicimos una obra teatral para entretener al resto de los soldados de la unidad y la misma se desarrollaba en una maltrecha enfermería donde un médico pasaba consulta a sus pacientes ingresados en su sala. Los síntomas de los pacientes eran distintos y al final de su visita matinal, muy orondo se paró en un extremo de la sala y gritó a su enfermero: Suero para todo el mundo.
Bueno, convencí a nuestro galeno de marras que padecía de una peligrosa hemorragia cerebral en el dedo gordo de mi pie derecho. Yo solo esperaba reírme un poco. Pero el tío, primero mostró un rostro muy preocupado y de paso me dio la baja militar por una semana.
Aquello había que sacarle lascas y como es natural, una semana no me bastó para mejorar, en realidad me puse peor de aquella extraña enfermedad y al fin logré un tratamiento de un mes en mi casa. Unas verdaderas vacaciones. Me envió a casa con una caja de pastillas y sueros, los dejé en el armario y saqué pasaje para pasarme una semana en un hotel del occidente del país.
Escogí un hotel que se encuentra en unos de los lugares más hermosos y extraños del mundo: el valle de Viñales. El Hotel se llama Los Jazmines y desde él se puede observar un impresionante paisaje. Está en una altura que constituye un verdadero mirador natural hacia ese valle de una hermosa fertilidad y se pueden observar incrustados en medio de ese valle unos hermosas montañas de laderas muy verticales, llamadas mogotes, que son como enormes piedras que parece que un día cayeron del cielo. Cuando estudiaba en la escuela me decían los maestros que este tipo de mogotes solo existían en dos lugares en el mudo. Aquí donde ahora los estaba observando y creo que en una región de Italia. Bueno igual da.
Llegué al hotel como a las 2 de la tarde, reservé una habitación e inmediatamente me dirigí a ella. Me cambié de ropa, puse en el armario mi uniforme militar y solo me vestí con un bañador y me fui a la piscina del hotel. El paisaje era maravilloso. Por unos instantes me detuve a disfrutar del valle y luego me lancé de cabeza a la piscina. Sentía una extraña sensación de libertad que me hizo recordar los tiempos en que todavía no había sido reclutado por el Ejército y podía hacer lo que me apeteciera. Nadé varias veces de un borde a otro de la piscina y finalmente salí del agua y me recosté en uno de los asientos reclinables de plástico que estaban al borde de piscina. Bajo la sombra de una sombrilla playera me dormí por un buen rato y después, cuando serían aproximadamente las 5 de la tarde me fui de nuevo a mi habitación, me bañé y finalmente me dispuse a dirigirme al restaurante para saciar mi apetito juvenil.
El restaurante estaba lleno hasta el tope y no solo era por turistas o huéspedes del hotel. Había muchos hombres solos que parecía que estaban en medio de su jornada laboral y hacían un alto para cenar. En realidad en ese instante descubrí que el sitio era muy frecuentado por conductores de camiones, que aparcaban sus vehículos en el mirador y tomaban su cena, para después continuar su viaje de trabajo. Otros simplemente se hospedaban en el hotel, para pasar la noche y continuar su viaje a la mañana siguiente, pues la carretera de Viñales a Pinar del Río tiene numerosas, pronunciadas y peligrosas curvas donde han ocurrido un muchos accidentes y transitar de noche por esos sitios resulta muy peligroso.
El sitio de verdad que resultaba acogedor. Se podía descansar a tus anchas, pero después de estar un par de días en el lugar, tanta tranquilidad se me empezó a convertir en un tremendo aburrimiento. Al fin decidí que lo mejor era largarme al día siguiente para la capital. Esa tarde después de comer me retiré a mi habitación a descansar y después de dormir una corta siesta me puse el bañador y me fui a dar un chapuzón en la piscina. El sitio estaba muy solo y rápidamente me zambullí y di unas cuantas brazadas. No me di cuenta cuando dejé de estar solo en el lugar. El llegó y se recostó debajo de una sombrilla. Yo no le hice mucho caso y continué disfrutando del agua. Como a la media hora el tío se levantó y cosa extraña para mi me detuve a observar su cuerpo. Era un hombre fuerte de unos 35 años, su piel estaba bronceada por el sol y lucía unos musculosos brazos, no esos artificiales de un gimnasio, sino de esos que te premia el trabajo fuerte y que te imprimen una masculinidad muy excitante. El tío tenía puesto un bañador ajustado a la piel y se podías ver que debajo estaba como que atrapado y reprimido un grueso y bien dotado paquete. Bueno, esta observación me fue muy extraña, pues yo nunca había sentido atracción hacia los hombre y miren que en el ejército abundan y de todos los tipos. Pero aquel me provocó una extraña sensación de seducción. Dejé de mirarlo, no fuera a mal interpretar mi forma de observarlo. Continué en mi baño y el tío también se lanzó al agua. Y ahora éramos dos los que nadábamos en el mismo receptáculo. Y no se porque magnetismo mi vista se detuvo a observarlo de nuevo y creo que en esta ocasión él se dio cuenta de que lo estaba mirando. Volví a cambiar mi vista hacia otro sitio y a los pocos instantes, cuando fui a mirar de nuevo, buscando tal vez la tranquilidad de que el tío no se había percatado de mis insistentes miradas, me encontré que de nuevo volvió a sorprenderme y esta vez me sobresaltó y me puso nervioso. Él hizo un gesto como de saludo al que yo correspondí y de inmediato nadé hasta el borde de la piscina y salí del agua a descansar un poco. Él hizo lo mismo, nadó hasta el borde contrario a donde yo estaba y salió del agua, pero se sentó en el mismo borde de la piscina de forma que podía observarme directamente. Y así estuvimos varios minutos. Cuando el tío se incorporó y se dirigió justamente hacia el lugar donde yo estaba y se sentó en la silla reclinaba que estaba más próxima a mí y muy cordial me saludó. Se me presentó, me dijo: me llamo Juan, soy camionero y estoy de descanso en este sitio para continuar mañana mi viaje. Yo le contesté que para mi era un gusto conocerlo, que mi nombre era Alberto y que era militar y que estaba tomándome unos días de descanso en el hotel.
A partir de ese momento conversamos de miles de cosas, prácticamente nos hicimos amigos y luego cuando ya eran como las seis de la tarde nos fuimos a nuestras habitaciones para bañarnos y vestirnos para la cena en el restaurante del hotel. Poco antes de las siete y media de la tarde, oí sonar el timbre de mi habitación, casi estaba listo para salir de ella, aquello me extrañó muchísimo pues no esperaba a nadie, como es natural y cuando abrí la puerta ahí estaba Juan. Yo no le había dicho cual era el número de mi habitación, no se de que manera lo averiguó y con mucha soltura me dijo: Pensé que ya estarías listo y por eso pasé a recogerte para ir a cenar. Yo estaba un poco entrecortado, lo invité a pasar, mientras acababa de ponerme la camisa y salíamos para el restaurante. Juan se sentó en una amplia butaca de la habitación y de nuevo cuando ya estaba listo volvió mi cabrona y extraña observación hacia este hombre tan masculino que tenía ante mi. Yo me dije para mis adentro: es que hay hombres tan masculinos y atractivos que captan la admiración de todo el que los rodea, independientemente que sean o no homosexuales. Y eso me hizo dar un suspiro de alivio. De mi suspiro se percató Juan y lo comentó: Parece que recuerdas algo que te es agradable y lanzó una leve sonrisa de complicidad y de inmediato salimos de la habitación.
La cena fue de lo más animada. Juan a pesar de ser un hombre de trabajo rudo, era un conversador muy ameno. En la cena tomamos unas copas y no permitió de ninguna manera que yo pagara. Al salir del restaurante hablamos de tomar unas copas en el bar y yo pensé que esto era una buena ocasión para poder devolver su invitación. Tomamos dos o tres tragos. Para mí, que tenía poca costumbre de beber alcohol era bastante, pero él estaba como si hubiera tomado agua. Pero tampoco permitió que yo pagara nada. Luego estuvimos caminando por las afueras del hotel, fuimos hasta el mirador y cuando ya eran cerca de las 10 de la noche, yo estaba pensando en retirarme a mi habitación a descasar, cuando vino su proposición de darnos unos tragos con una buena botella de ron que tenía en su habitación. Yo no estaba para tomar ni una gota más, pero Juan había sido tan amable conmigo que me daba corte despreciar su invitación y al fin accedí a su invitación.
Entramos en el lugar, la luz era tenue y me senté en un pequeño sofá y Juan me preparó un trago y me lo llevó. Se sentó a mi lado y me propuso brindar por nuestra nueva amistad. Nos dimos un trago y cuando puse mi vaso en la mesita del centro con una de sus fuerte manos acarició mi pecho y trató de darme un beso en la boca. Yo lo rechacé tajantemente. Le expliqué que a mi no me iban los hombres, que se estaba equivocando. Pero estaba muy mareado y continuó acariciándome el pecho y pronto una de sus manos estaba acariciando mi polla por encima del pantalón. Bueno, tengo que reconocer que aquellas caricias me resultaron placenteras y mi polla respondía empalmándose. Yo estaba muy mareado, había tomando mucho más alcohol que lo acostumbrado y de verdad que no opuse resistencia y dejé que Juan continuará acariciándome. En definitiva, pensé, aquel tipo tan masculino, que olía a macho por todos los poros, me había salido un marica, pues lo único que le interesaba era acariciar mi polla y los vellos de mi pecho. Ya me había desabrochado la camisa, mi pecho estaba a su disposición y mi bragueta descorrida totalmente le permitían disfrutar de mi polla, que solo quedaba como que atrapada dentro de un boxer en el que ya no cabía y del que deseaba librarse. Pero Juan me seguía excitando, pero no liberaba mi polla del boxer opresor.
Juan recostó mi cabeza en el sofá y yo me acomodé de esa forma. Ahora entró en acción con su lengua, que empezó a acariciar desde mi ombligo por el mismo centro de mi pecho hasta llegar a mi cuello. Lamía los vellos de mi pecho y su saliva y mi sudor me iban mojando todo mi abdomen. Mi polla se empalmaba de forma salvaje, de la cabeza de mi polla empezó a emerger abundante líquido preseminal y luego cuando lamió una de mis tetilla se me puso dura.
Por fin su boca empezó a bajar por mi pecho hasta mi cintura, sentí como su lengua se introducía en mi ombligo. Una de sus manos bajó un poco mi boxer y salió la cabeza de mi polla babeante y deseando ser acariciada por aquella lengua que no vaciló en lamerla y darle una chupada. Una sola chupada que estremeció todos los músculos de mi cuerpo. Respiré profundamente, sentí un placer nunca experimentado y solté una exclamación de satisfacción que dejo claramente que aquello me estaba gustando. Pero solo fue una chupada, quería más y Juan se fue a chupar mis huevos mientras mi polla se seguía babeando de deseos. Traté de pajearme con mi mano, pero él me lo impidió de forma rotunda y solo me dijo: no te vas a pajear y solo te vas a correr cuando me salga de los cojones. Juan era un hombre mucho más fuerte que yo y con una de sus manos retiró la mía y fue en busca de la otra y mi polla y mis huevos quedaron a merced de su lengua. Mamó mis huevos tan intensamente que cerré los ojos para disfrutar aquello y luego su boca fue hasta la cabeza de mi polla y me dio otra chupada, de nuevo una sola que hizo como si mi cabeza quisiera estallar de placer. Le rogué que siguiera, pero de nuevo me dijo que solo me correría cuando a él le saliera de sus santos cojones. Estaba empezando a sentir el placer de ser dominado por un macho. Y aunque hasta ahora lo estaba viendo como un maricón que se estaba interesando por mi polla y me la estaba mamando, comencé a sentir que otra voluntad se estaba apoderando de mi sexo.
Aquella mamada estaba siendo muy intensa, cada vez sentía más deseos de correrme, pero cuando mi polla comenzaba a rugir, el cambio de ritmo y una fuerte chupada de los huevos me volvía a relajar, pero el deseo me seguía aumentando. Cuando cesó de mamarme quedé como embelesado de tanto placer y esto le permitió a Juan voltearme boca abajo y cuando vine a percatarme estaba sobre mi espalda, sus piernas estaban al lado de mi cabeza y su boca estaba en mi mismo culo. Empezó a soplar en mi mismo culo, hasta aquí lo estaba dejando que hiciera lo que quisiera, porque en definitiva lo estaba viendo como un maricón con cuerpo de macho que me estaba dando una mamada muy deliciosa, pero ahora la cosa cambiaba diametralmente, quería disfrutar de mi culo y traté de impedirlo, traté de revirarme, de escaparme de esa posición en que me tenía. Pero de nada me valió, Juan era un hombre mucho más fuerte que yo, sentí como sus fuertes brazos abrían mis piernas y mi culo quedaba abierto a su boca. Sentí como su saliva caliente me iba llenando mis entre nalgas, como mis huevos se estaban mojando con su saliva y fue entonces cuando su boca devoradora comenzó a chuparme el culo, su lengua haciendo círculos iba venciendo la resistencia de mi esfínter virgen. Estaba sintiendo tantas sensaciones que no tengo palabras para describir aquello. Todo mi cuerpo vibraba y se estremecía, mis manos con fuerza se aguantaban del colchón, lo golpeaba con fuerza, mientras mi culo seguía entregándose a aquella lengua lujuriosa. Mi polla estaba dura como nunca y aquello me estaba gustando a pesar de mis constantes rechazos. Juan continuó imperturbablemente mamándome el culo, mientras yo sentía como si las fuerzas de mi cuerpo me abandonaran y por primera vez acaricié con mis manos la única parte del cuerpo de Juan que tenía a mi alcance: sus piernas.
Ahora sentí la voz de Juan que me decía: Te voy a soltar las piernas, pero quiero que tu mismo las abras para que mi boca siga disfrutando de ese culo que voy a hacer maricón. Juan me soltó las piernas y yo inmediatamente las cerré con todas las fuerzas de mi alma. Pero su voz de nuevo me exigió: abre bien esas patas para que entre la lengua de tu macho, maricón. O quieres que te lo abra y te lo muerda. Me estaba pidiendo mucho, yo no era capaz de abrir mis piernas pero sabía que si no lo hacía él podía hacerlo. Intenté abrir mis piernas, Juan me exigió que más, hice un mayor esfuerzo y sentí como su boca comenzaba de nuevo a devorar mi culo. Mi corazón palpitaba a un ritmo feroz, pero a Juan parecía deleitarle mi terror. Me estaba desfalleciendo de placer, mis piernas perdían fuerza, la cabeza como que se me iba quedando en blanco y entonces comencé a sentir como suavemente y muy delicadamente uno de los dedos de Juan entraba en mi culo y comenzaba a profundizar en la dilatación. Los músculos de mi vientre se me contraían y Juan continuaba mamándome el culo y dilatándomelo con sus dedos.
Paró por unos segundos, de nuevo me puso boca arriba y yo sin fuerzas me quedé así. El se puso sobre mi, sentí su pecho sobre el mío, nuestros sudores se mezclaban y sentí sus labios rozar los míos y besarme.
Yo nunca había besado a un hombre, pero la lengua de Juan entró en la mía y comencé a sentir el sabor de su saliva. Aquello me produjo una extraña sensación de pertenencia y la próxima vez que su lengua entró en mi boca yo la chupe de puro gusto. Ya en mi cabeza no había ideas de rechazo, estaba siendo dominado por aquel macho y extrañamente aquello me estaba resultando placentero y decidí continuar con mi entrega. Luego la lengua de Juan comenzó a saborear mi piel, empezó por mi cuello, aquello me retorcía de placer. Y finalmente llegó a mis tetillas que mamó con mucha intensidad, tanto que comenzaron a dolerme. Y finalmente su boca estaba chupando mi polla mientras que sus manos apretaban mis nalgas y de nuevo sus dedos se apoderaron de mi culo. Su mamada aumentó en intensidad cuando uno de sus dedos entró profundamente y sentí placer por aquello y no me da vergüenza en confesar que a partir de ese momento estaba dispuesto a convertirme en la puta de aquel macho. Pero me faltaba valor para permitir que me penetrara, pues ya había podido observar el clase de aparato que se gastaba el tío.
Pero en ese momento, en medio de una excitación extrema Juan me dejó descansar unos breves instantes. Quedé como aletargado y acostado boca arriba y su cuerpo me cubría, podía observarlo de cerca, sobre mí, pero sin sentir el peso de su cuerpo, pues lo sostenía con sus fuertes brazos. Luego acercó su boca a la mía y nos sumergimos en un profundo beso. Ahora Juan me dijo: Te voy a enseñar a mamar mi polla como a mi me gusta y esa idea produjo un cosquilleo en mi cuerpo. Juan acercó su polla a mi boca y ahora por primera vez pude observar de cerca el clase de aparato que se gastaba el tío. Era una polla grande y gorda, nada de cosas salvajes, pero de seguro que no me podía caber en mi boca. Su cabeza era hermosa y unas gruesas venas por su tronco mostraban una virilidad que podía decirse que tenía vida propia. De su cabeza salían pequeñas gotas que me pidió que saboreara. Con mi lengua las lamí y tenían un sabor algo salado. Tuve deseos de escupir aquello, pero su cabeza me lo impidió al entrar en mi boca y de esa forma aprendía a saborear el sabor de los líquidos más masculinos de aquel macho. Me pidió que le chupara la polla con los labios y que me cuidara de lastimarlo con mis dientes. Chupe de esa forma una y otra vez. Ahora Juan me pidió algo, me dijo que cuando lo estuviera mamando le mojara la polla con abundante saliva. Lo obedecí y el sabor de mi saliva se mezcló con el de sus líquidos y así aquel aparato me parecía más jugoso. Y finalmente vino algo más, me pidió que lo mamara con glotonería, que tratara de tragarme aquel tronco hasta lo más que pudiera. Traté de engullirme aquello, pero solo podía llegar hasta un poco menos de la mitad, pero el quería más y me dijo que me iba a ayudar. Aguantó mi cabeza y me dijo: venga, chúpale bien la polla a tu macho y sujetó mi cabeza con sus manos y presionó hasta que la sentí entrar en mi garganta, me sobrevinieron arqueadas, me salieron lágrimas y sentí que me faltaba la respiración.
Al ver estas reacciones mías, Juan me dijo: vamos eso no es para tanto y me la sacó un poco para que tomara aire y de nuevo volvió a entrar hasta las profundidades, de nuevo las arqueadas y mis lágrimas pero aquello lejos de preocuparle a Juan parecía que le daba un placer añadido, pues me dijo: Venga, no llores tanto y cuando la tengas atrabancada succiónala y mámala con más deseo, porque sino te voy a pegar, para que aprendas a darle placer a tu macho. Y así continuó hasta que en un momento me empujó aquello y sentí como mis labios chocaban contra sus huevos y mi boca quedaba abierta a más no poder y la cabeza de su polla había separado mis dos amígdalas y sentí como aquel miembro rugía, como temblaba, estaba seguro que de un momento a otro se iba a correr y que lo iba a hacer en mi boca.
En esa mamada llegó el momento en que era inminente que Juan se correría en mi boca y yo me dispuse a saborear su leche, que salió como un chorro caliente que me llenó la boca, mientras él me pedía que me la tragara, para que eso quedara dentro de mí. Tragué lo que pude, pero otro chorro me volvió a llenar la boca y aquello continuó mientras yo veía como los músculos de su vientre se contraían para sacar más leche de sus huevos. Sus exclamaciones de placer, me daban placer también a mi. Cuando terminó de correrse, me sacó la polla de la boca y me dio un beso profundo, su lengua entraba en mi boca y aquello continuó hasta que solo sentía el sabor de su saliva, como prueba de que me había tragado todo el semen que brotó de sus cojones.
Finalmente, sentí como sus músculos se relajaban y nos quedamos dormidos y abrazados el uno al otro. Al despertar estaba solo en la cama. Y cosa extraña, no se observaban rastros de nuestro juego sexual. Parecía que había dormido solo en la habitación y que todo esto solo había sido un sueño. Sin embargo sentía una sensación extraña en mi garganta, como prueba de que algo había estado alojado en mi boca y me había llegado hasta las profundidades de mi garganta. Juan se había ido sin despedirse de mi y sentí por un lado la tristeza de no volverlo a ver nunca más y por otro la alegría de que podría considerar estos sucesos como un sueño que nunca habían ocurrido.
Pero ... cosa muy extraña ... tres meses después, a las dos de la madrugada sentí que alguien tocaba la puerta de mi habitación, el resto de mis familiares dormían a esa hora, me puse unas chanclas y desnudo fui a ver quien era el que tocaba a mi puerta. Me quedé lívido, era Juan. Entró en mi habitación. No le pregunté como había podido averiguar donde vivía, ni como pudo entrar en mi casa a esa hora. Solo la lujuria sexual estalló en mi cabeza y de nuevo en la cama hicimos un amor intenso en el que fui por primera vez penetrado por un hombre y al final extenuados nos quedamos dormidos y abrazados. Y al amanecer de nuevo me vi solo en la cama. Y la intriga de aquel hombre me hizo preocuparme de mala manera. ¿Cómo podía llegar a mi tan fácilmente? ¿Cómo podía marchar de esa forma tan sutil?
Estos hecho me han estado ocurriendo casi todos los meses y a pesar de que despiertan en mi una enorme intriga que desborda mi pánico, sin pensarlo me entrego a sus deseos cuando Juan aparece.
Epílogo. Mi relación con Juan duró de esa forma casi tres años. Luego, un día no volvió a aparecer más. Hace unos día de nuevo volví a aquel hermoso paraje, ahora ya no era militar, iba conduciendo mi coche y en una de las tortuosas curvas que hace la angosta carretera, no se por que razón llamó mi atención una pequeña cruz de piedra con un jarrón de flores en el borde de la carretera. Me detuve y fui al lugar, era un recuerdo de los familiares a alguien que fatalmente había tenido un accidente en ese lugar. Y casi al retirarme observo una foto que allí habían dejado al lado de las flores. Al observar la foto quedé como petríficado. El parecido de aquel hombre con Juan era enorme, el nombre del fallecido era también Juan, lo pude leer en la lápida que allí había. Me fui a mi coche, mi cuerpo temblaba. Estuve varios minutos sin atinar que hacer. Finalmente sentí un calor en mi cuerpo que me dio confianza, puse en marcha el coche y llegué de nuevo al Motel de nuestro primer encuentro.