Cosas de viudos
El viudo y la viuda están tristes y tienen que acudir al psicólogo, pero hay otras terapias mejores (y más baratas)
Hacía cuatro meses que me había quedado viudo. Mi esposa murió después de cinco meses de penosa enfermedad. Lo pasé muy mal y quizá no lo haya superado todavía, aunque voy regularmente al psicólogo y creo que me va muy bien.
Fue la Sra. Antonia, una vecina del barrio, que tenía amistad con mi esposa, quien me recomendó que acudiera a la consulta del psicólogo, ya que ella había pasado por un trance muy doloroso, como fue la muerte de su esposo hace unos ocho o nueve meses, como consecuencia de un accidente de circulación, ya que él era camionero.
Antonia era una mujer de cincuenta y dos años (uno menos que yo), solía juntarse con mi esposa cuando iban de compra y se tomaban algún café juntas. A mí me parecía algo delgada. Yo apenas la trataba, salvo los saludos normales cuando nos encontrábamos o algún rato de charla si iba con mi señora. Esta Antonia era muy habladora y según mi esposa, muy simpática, que contaba incluso chistes verdes.
A esta mujer, me decía alguna vez mi esposa, le va la marcha un montón. Siempre está contándome chismes de la gente y de las vecinas, que si fulanita se la pega a su marido, que si menganita está dejando seco a su marido de lo que le exige en la cama, que si yo con mi marido hago esto o hago lo otro, que si tal que si cual
Pero según mi mujer, lo que más veces le comentaba era que le tenía envidia porque todas las noches dormía con su marido y sin embargo ella, debido a la profesión del suyo, se pasaba días enteros sin nadie en la cama.
Mis dos hijas se habían casado muy jóvenes y tengo ya tres nietecitos, por lo tanto vivo solo, ya que las dos se fueron a vivir fuera de la ciudad, por motivos laborales.
Volviendo a la Sra. Antonia, diré que pese a la desgracia que había tenido, era de las que más venía a visitar a mi esposa enferma, pretendiendo darle ánimos, tanto a ella como a mí y a mi familia, pero no podía olvidar su propia pena.
Cuando ocasionalmente nos veíamos por el barrio, nos saludábamos y nos preguntábamos recíprocamente por nuestras vidas, que qué tal lo llevaba, que si superaba el dolor, y cosas por el estilo. Yo le agradecía que me hubiera recomendado al psicólogo.
También la notaba un poquito menos delgada que antes de enviudar (resulta que le había dado por comer), pero seguía teniendo un buen tipo. Medía unos cuatro o cinco centímetros menos que yo. Cada vez que nos saludábamos, me parecía que tenía más ganas de hablar conmigo.
El caso es que una tarde que yo había ido a dar una vuelta por un piso pequeño que teníamos en el barrio antiguo de la ciudad, casi nos topamos al doblar una esquina.
Caramba señor Antonio, ¿dónde va usted por aquí?
Pues mire, he venido a ver el piso que tenemos aquí al lado,
¡Ah, si!, su señora me lo comentó alguna vez, que vivieron hace tiempo por aquí.
Si, cuando nos casamos, pero cuando las niñas se hicieron mayores, se nos hizo pequeño.
Parecía con ganas de hablar.
Señora Antonia, no le apetecería tomar un chocolate con churros. Aquí al lado hay una chocolatería muy buena.
Yo solía tomar café con leche con su difunta esposa. Éramos bastante amigas.
Ya lo sé, me lo comentaba ella muchas veces, la apreciaba mucho a usted. Bueno, ¿me acepta la invitación?.
Accedió. Entramos y nos sentamos en una mesa, charlamos al principio de lo de siempre, que qué tal iba todo, que si lo íbamos superando.
Llegamos cosas ya más personales cuando ella hizo una especie de comparación entre su desgracia y la mía.
Usted, me dijo, al fin y al cabo llevaba ya unos meses haciéndose a la idea de que ella se iría, pero yo
Claro, ya lo entiendo, tan de golpe, sería un mazazo ¿no?
Y tanto que lo fue. No sabe usted lo que es que te llame para decirte que llega en media hora y que a los diez minutos te llamen para decirte que ha muerto.
¿Qué tal le va con el psicólogo? Yo le hice caso a usted y acudo a su consulta. Creo que me van muy bien sus consejos. ¿Sigue usted yendo?
Si, todavía voy, pero ya no tan frecuentemente como al principio. Me dice que ya lo voy superando y me recomienda que no pierda la relación con la gente.
También a mí me dice que me relacione, que es la mejor forma de superar estas situaciones.
Se lleva mal la soledad, ¿verdad?
Si, mucho. Yo echo de menos a mi esposa, pero la vida es así y no queda más remedio que resignarse.
Usted al menos tiene a las hijas y a los nietos, que algo de compañía le harán.
Si, pero ya sabe que no viven aquí. Cada vez vienen menos.
Seguimos hablando un rato, hasta que en un momento dado le dije:
¿Conoce el piso que tenemos aquí?. Lo tuvimos arrendado un tiempo, pero ahora lo utilizamos cuando vienen las hijas con los nietos.
Sí. Ya me lo comentaba su señora, pero no lo conozco.
¿Le apetece verlo? Lo tenemos muy arreglado, es pequeño, pero muy bonito.
No dijo que si ni que no, se limitó a hacer un gesto como diciendo ¿y para que vamos a subir?
¿Y tú como llevas la soledad? Le dije pasando directamente al tuteo.
Por el nuevo gesto que puso, creo que le agradó, aunque le pregunte si le molestaba que la tratase de tú.
No al contrario, con tu mujer tenía mucha confianza, pero contigo no me atrevía a tutearte. ¿Me preguntabas que como llevo la soledad? Pues muy mal. No consigo resignarme. Echo mucho de menos a mi marido.
Siempre puedes conocer a alguien, todavía eres joven.
Tú también eres joven, me parece que somos de la misma edad.
Si no te importa, podemos vernos algún día para charlar, al menos así seguimos la recomendación del psicólogo, ¿no te parece?
Si, si, claro, pero es que
Oye, voy a pagar, que ya llevamos mucho rato aquí. ¿Quieres tomar algo más?
No gracias.
Salimos, pero en la puerta, volví a repetirle la invitación de ver el piso.
Es aquí al lado, ya verás como te gusta. Además podemos seguir charlando.
Bueno, bien, subiré un momento.
Yo creo, que desde el primer momento en que le dije de subir al piso, ambos pensamos en lo mismo.
¿Te apetece tomar algo, un café, un té, no sé, lo que quieras?, le dije una vez en casa y sentada ella en el sofá.
Pues mira, si te digo la verdad, me apetecería alguna pasta con algo suave.
¿Te parece una copita de moscatel?
Me senté a su lado, con el moscatel y unas pastas y mientras nos lo tomábamos, seguimos la conversación. Ella fue la que inició el tema.
¿Sabes que mi marido murió el día que íbamos a celebrar las bodas de plata?
No, no lo sabía ¿fue ese día precisamente?
Si, imagínate lo teníamos todo preparado. Lo íbamos a celebrar juntos, en la intimidad, pues ya sabes que no tenemos hijos.
Cuanto lo siento. Desde luego sería un golpe tremendo.
Ya lo creo. Había hecho una ruta con el camión de seis días fuera. Figúrate como lo esperaba yo a él y él a mí.
Una vez me contó mi mujer que estuvo unos días que no veía a Antonia y pensó que estaría enferma o que le habría pasado algo. Cuando la vio se lo preguntó.
Hace unos días que no te veo. ¿Has estado enferma?
No mujer, todo lo contrario. Es que volvió mi marido, y claro después de tantos días fuera, pues ya te puedes imaginar.
Pero ¿es que no salíais de casa? ¿Tan lanzado viene tu marido?
No te lo imaginas, cuando llega es que quiere hacerlo todo.
¿Cómo que todo, qué quieres decir?
¡Ay, que mujer!, pues todo, quiere decir, todo.
¿Todo, todo?
Pues, sí, todo, todo, hasta por atrás.
Recordando está conversación, y viendo el camino que llevaba la nuestra, me lancé y le pregunté directamente.
¿Echas de menos, físicamente, a tu marido?
Lo echo de menos de todas formas, como te pasará a ti, supongo, ¿no?.
Sí, yo la echo de menos, y desde luego también físicamente, me acuerdo mucho de lo bien que lo pasábamos.
¿Quieres decir en la cama?
Exactamente, eso quiero decir.
Pues sí, no puedo olvidar lo bien que lo pasaba con mi marido, y especialmente en la cama.
¿No has intentado "ligar" con alguien?. ¿Me permites que te diga algo, que no he dicho a nadie? Pero me has de prometer que no te enfadarás conmigo.
Vale, te lo prometo
Es que quizá sea algo grosero
No importa, dímelo.
Pues es que yo, recordándola, todavía me masturbo.
Me lo imaginaba.
¿No te enfadas por que te lo diga?. Perdóname si te he molestado.
No, no, a mí me pasa algo parecido. Te agradezco la confianza que tienes conmigo.
Finalmente, decidí dar el gran paso.
¿Te molestaría si te pidiese que nos acostemos juntos?
No dijo ni si ni no, simplemente dijo
Que cosas tienes Antonio
Pero ella no me soltó la mano que con anterioridad le había cogido. Es más, creo que estaba deseando ir.
Es que nunca lo hecho con nadie que no fuera mi marido.
Yo tampoco lo he hecho con otra que no fuese mi mujer.
Me da un poco de miedo, a lo mejor no te gusto.
Clara que me gustas. Olvídate y piensa en ti. Si te apetece, lo hacemos, y si no, pues tampoco pasa nada.
No se, es que me da no se qué...
Me levanté del sofá, la cogí de la mano y ella se dejó llevar hasta la habitación.
Si no estás decidida, lo dejamos, le dije.
Sí, vamos ha hacerlo.
Empecé a desnudarme. Ella al verme, hizo lo propio, y una vez desnuda se metió rápidamente dentro de la cama, yo la seguí.
- ¿No te importa apagar la luz?, me preguntó
Apagué la luz. Apenas se filtraba un poco de claridad por las rendijas de la persiana de la ventana.
Yo pensaba iniciar unos juegos amorosos, besos, y otras cosas, aunque por mi parte no hacía falta, pues la llevaba más dura que un bate de béisbol, pero ella, sencillamente se tumbó con las piernas abiertas, y se la metí de un solo golpe.
No se como describir lo que sucedió. Nada más metérsela me abrazó con fuerza y empezó a moverse rítmicamente Fue un polvo brevísimo e intenso, tanto para mi como para ella. No nos dijimos ni una palabra, solamente salía de nuestras bocas una especie de gruñido. Es que fue un coito animal, con fiereza, con furia. No me atrevo a decir que apasionado, porque el apasionamiento requiere algo de sentimiento, y en nosotros no había (de momento) tal cosa, solo una necesidad física, hacía tiempo reprimida.
¿Nos hacía falta, verdad?, le pregunté bajito con los labios casi pegados al oído.
Ya lo creo, me ha sentado muy bien.
Pero nos ha durado poco, ¿no te parece?
Es que estábamos a tope.
Tumbados en la cama, empecé a sobarla, especialmente las tetas. Me dijo que le gustaba que se las tocara. Se puso de costado pegándose a mí que seguía tumbado. Le pasé el brazo por debajo del cuello y me la aproxime dándole besos en la nuca y en la frente. Ella empezó a juguetear con los escasos pelos de mi pecho. Nos dimos varios besos en la boca.
¿Te ha gustado, no te arrepientes?
Si me ha gustado. Creía que no llegaría, pero lo he pasado bien.
No dejábamos de acariciarnos, incluso le pase los dedos por el sexo mientras ella me sobaba el pecho e incluso el trasero.
¿De verdad que lo habías hecho solo con tu mujer? Casi no me lo creo.
Créetelo. Nos casamos muy jóvenes. Yo tenía veintidós años y ella veinte, y nunca tuve necesidad de serle infiel.
¿Te enfadarás si te hago una pregunta?
No. Pregúntame lo que quieras.
¿Lo hacíais antes de casaros?
¿Quieres decir hacer el amor, follar?
Si, que si follabais antes de casaros.
No. No llegamos a hacerlo, aunque, claro nos pegábamos unos lotes de sobeo, que ya te puedes imaginar.
¿Así que hasta la noche de bodas no follasteis?
Ni siquiera ese día. Casualmente le llegó la regla el día de antes, y no nos atrevíamos a hacer nada. Cuando ya le disminuyó la regla, intentamos hacerlo, pero estábamos tan nerviosos que no lo conseguimos.
¿Y cuándo llegó el momento de hacerlo?
Tres o cuatro días después, pero casi no acertamos. Lo intentamos dos o tres veces. Finalmente lo conseguimos. Y a ti ¿también te pasó algo parecido?.
No, pero tengo un poco de vergüenza de contarlo.
No te preocupes, esto es como una terapia de relación que dice el psicólogo.
Bueno, me decido, parece que te tomo confianza. Yo me casé con veintiocho años, mi marido tenía treinta y uno, pero desde luego, no perdimos la virginidad el día de la boda.
Pero dijiste que solo lo habías hecho con tu marido.
Si, pero al poco tiempo de conocernos, ya empezamos a hacerlo. Mi marido era ya entonces muy decidido. La primera vez, lo hicimos a pelo, pero después aunque él quería seguir haciéndolo así, yo le dije que tenía que ser con preservativo, no fuera que me quedara embarazada. Pero es que yo estaba muy enamorada de él, y eso que sabía que iba con otras mujeres, aunque la verdad es que era especialmente con putas. Ya te digo que era muy atrevido.
Así seguimos bastante rato con la conversación, hasta que en un momento dado, ella me echó mano al miembro, y al notar que ya lo tenía muy duro otra vez, sencillamente se tumbó encima de mí, cogió la polla, se la apuntó en el coño, apretó y empezó a moverse hacía arriba y hacia abajo. Fue algo impresionante. Yo la secundé en el ritmo.
Lo que no me imaginaba era que iba a ser tan diferente al anterior. Ya dije que era bastante habladora, pero no imaginé que lo sería en estos delicados momentos.
¿Te doy gusto?, me preguntó.
Mucho. Y tú ¿disfrutas?
También. Aprieta, aprieta, que me entre toda.
Me gustaría estar así horas y horas.
Pues vamos a hacerlo despacito. No te imaginas el gusto que me das.
Entonces ella frenó el ritmo y lo que hacía era como dar giros con el coño. De rato en rato se paraba un momentín.
Oye, aguantas mucho, me dijo. ¿Tardas mucho en correrte?
Lo controlo, ya verás como te corres tú antes, o si es posible los dos a la vez.
Al poco rato, me dijo que quería terminar ella debajo, así que agarrándola de la cintura y ella abrazada a mi cuello nos dimos la media vuelta, volviendo a la posición del misionero.
Dime cosas.
¿Te gusta hablar cuando estás follando?
Si pero no me digas cosas muy gruesas, quiero decir que no me insultes diciéndome que soy tu puta o cosas por el estilo.
Ya, lo tendré en cuenta. ¿Te he metido la polla hasta el fondo?
Si, sí, sigue metiéndomela, tengo el coño solo para ti. Sigue, sigue, así, me muero de gusto.
Que bien que follas, nunca lo había hecho así. Tienes un coño hecho a la medida de mi polla. Tu chochito es algo estrecho.
Mi marido tenía la pija un poco más pequeña que tú, pero sigue, sigue, así, así.
¿Ya llegas?
Casi, casi, párate un poco. Eso, así. Ahora despacito. Me gusta tener tu polla en mi chocho.
Me parece que cuando me corra te voy a inundar de leche.
Pero no la saques hasta que hayas terminado ¿eh? Me parece que yo voy a llegar pronto. Aprieta, aprieta, así, así, ya no aguanto más, me corro, me corro. ¡Ay, ay, ay, ya llega, ya llega, ay, ay, que gusto.
Aguanta, aguanta, que puedes gozar más
No, no, córrete ya, yo no aguanto más, ahora si que me corro, Aaaaahhh, ya está, qué bueno.
Yo me corrí prácticamente a la vez.
Eres fantástica follando
Tú también lo haces muy bien.
Me he quedado muy satisfecha ¿y tú?
Muchísimo. ¿Volveremos a hacerlo?
Si te parece bien.
Nos vestimos. Ya se había hecho de noche y decidimos volver cada uno a nuestra casa, pero ella me dijo que no quería que nos vieran juntos por el barrio, así que cogimos un taxi, la deje en la puerta de su casa y seguí hasta la mía.
Como ambos teníamos nuestros números de teléfono, al día siguiente pensé en llamarla, pero me pareció pronto, al siguiente, pasó lo mismo, pero al tercer día, decididamente, la llamé.
¡Hola! Te llamaba para invitarte a un chocolate con churros.
¡Ah, muy bien, encantada. Me gustaron mucho los del otro día.
¿Te parece bien a las cinco en la chocolatería?.
Vale, allí estaré.
Yo no hacía más que pensar si conmigo estaría dispuesta a hacerlo todo, como le dijo aquella vez a mi difunta esposa. Tampoco me atrevía a ser yo, el que tomara la iniciativa, sino más bien, esperaría a alguna insinuación de ella, o alguna señal de que a ella le apetecía. Y sobre todo, que era eso, precisamente "todo".
Puntuales como un reloj llegamos a la puerta de la chocolatería. Hice ademán de entrar con ella, pero me dijo que en ese momento no le apetecía, que si acaso en mi casa, se tomaría un café con leche, si es que tenía.
Llegamos al piso, nos dimos un abrazo y nos besamos fuertemente metiéndonos las lenguas en la boca.
Voy a preparar un poco de café, le dije.
No, ahora no me apetece, déjalo para "el intermedio", dijo con ironía y retintín.
Entonces, le dije, vamos a la habitación, que te tengo preparado un aperitivo.
¿Y en que consiste ese aperitivo?
Pues te guardo un buen churro.
¿De los de comer o de los de chupar?
Ya estaba, ya se me había insinuado.
Depende del apetito que tengas.
Eres un picarón, ¿lo sabías?
Nos desnudamos. Para mi sorpresa, la lencería que se había puesto era impresionantemente erótica. Bragas y sujetador casi transparentes, de color negro con ribetes rojos. Llevaba también medias del mismo color y tono con ligueros rojos.
Me tumbé en la cama, ya totalmente desnudo y ella vino sin haberse quitado ni la braga, ni el sujetador ni las medias. Al contrario que la otra vez, no me pidió que apagara la luz.
A ver, a ver ¿dónde está el churrito que me guardas? Míralo, que grandote, dijo mientras me tocaba la polla.
Te lo guardo todo para ti.
¿De verdad?
¿No te desnudas?
Espera un poco ¿no te gusta hacer cositas?
Contigo me gusta hacer de todo.
¿De todo, todo? (La frase me sonaba, naturalmente).
De lo que tú quieras.
No irás a pensar que soy una guarra, ni una putilla.
Como voy a pensar eso, si solo lo has hecho con un hombre.
Bueno y contigo, dos.
Se puso arrodillada en la cama, me cogió el miembro con la mano.
¡Qué bonito es! ¿A qué sabrá? ¿me dejas probarlo?
Se inclinó y empezó a pasar la lengua por el capullo, que estaba totalmente húmedo.
Está un poco salado ¿te gusta?
Sí, mucho.
Me voy a comer el churro, dijo, a la vez que se la metía en la boca, y empezaba a chupar.
Así estuvo un rato. Yo aguantaba.
- ¿Te doy gusto? me preguntó.
Mucho, nunca había hecho ésto.
¿Qué no te la habían chupado? No me lo creo.
Siguió chupándomela. No creía yo que se le metería casi toda dentro de la boca. De vez en cuando paraba, se la sacaba de la boca y me preguntaba si me daba gusto. Pero llegó un momento en que yo no podía aguantar más y le dije que me iba a correr, creyendo que se la sacaría de la boca, sin embargo, lo que hizo fue un gesto con la mano como diciendo: "No te preocupes, sigue y córrete dentro". Así lo hice, me corrí dentro de su boca. Yo creía que retendría el semen y lo escupiría en el lavabo, pero no, se lo tragó todo.
¿Te ha gustado, verdad?
Mucho, mucho, muchísimo.
¿De verdad no te la habían chupado? ¿Ni siquiera tu mujer? ¿No hacíais cochinaditas?
Algunas, pero mi mujer era muy mirada para eso.
Oye, ¿no pensarás que soy una puta por lo que hemos hecho?. Con mi marido lo hacíamos, me decía que era una cosa normal, que lo hacían todos los matrimonios.
No, si es posible que lo hagan, pero nosotros no lo hicimos nunca.
Bueno, bueno, ya hemos llegado "al intermedio" ¿nos preparamos ese café?
Fuimos a la cocina. Ella tal como estaba, es decir, con la braga, el sujetador y las medías puestas. Yo me puse el calzoncillo y me iba a poner el pantalón.
¡Qué tímido!, ¿no te atreves a ir en pelotas?
Bueno, tampoco es para tanto, tú no vas desnuda del todo.
Preparamos el café y unas pastas. Le pregunté si le apetecería algún licor y dijo que el moscatel del otro día estaba muy bueno, así que en una bandeja lo llevamos al cuarto de estar y nos sentamos pegados el uno al otro en el sofá.
Eché el café en las tazas y le pregunté si lo quería con un poco de leche. Con una carita de picarona dijo:
No, que ya he tomado bastante.
Ja, ja, ja, me reí, ¿estaba buena la leche?
Si, y calentita. No te habrás enfadado conmigo.
No todo lo contrario, y me ha encantado. ¿te gusta hacerlo?
Si me gusta, pero después tengo que follar de verdad, porque chupándola no llego a correrme.
Bueno, luego nos echamos un buen polvo.
No consigo creerme que no hicieras esto con tu mujer, y que no te la hayan chupado nunca.
No, ya te dije, que nunca estuve con otra mujer que no fuera ella.
Bueno, bueno, me lo creo, porque ya tampoco había estado con ningún otro hombre. Mi marido decía que todo lo que el marido y la mujer hacían en la cama, sea lo que fuere estaba bien hecho, y no había por que avergonzarse de ello.
Pues tenía mucha razón tu marido. Nosotros es que nos quedábamos muy satisfechos follando normalmente.
Ya, ya, a nosotros también, pero nos gustaba jugar a otras cosas.
Algunas veces lo intenté con mi esposa, pero no quería, siempre ponía excusas. Varias veces intenté metérsela por atrás, pero no hubo manera. Ella accedía y se ponía de espaldas en la cama, yo le abría un poco el culo pero apretaba. Alguna vez llegué a meterle un poco la punta, pero me corría y la ponía perdida de leche.
Bueno, si lo pasabais bien, que más da lo que hicierais.
¿Sabes cual fue la explicación que me dio un día? Pues me dijo: "Mira Antonio, deja de hacer tonterías, porque el clítoris lo tengo en coño, que es donde más gusto me das?
Como mientras tanto, nos estábamos tocando, al rato ya estaba empalmado totalmente, así es que le dije:
¿Reanudamos la sesión?
Vale, pero ahora echaremos un polvo clásico ¿te parece bien?
Oye, el otro día, como estábamos tan calientes, no te pregunté si tomábamos precauciones.
¿Quieres decir follar con condón?
Eso es. No vaya a ser que te quedes embarazada.
No te preocupes, que ya no estoy para esos trotes, hace un par de años que llegó la menopausia. Además no pudimos tener hijos por no se que cosa que tengo.
Se quitó las bragas, el sujetador y las medias, yo me quité el calzoncillo. Nos echamos en la cama.
Métemela bien a fondo.
Toma, toda mi polla para ti. ¡qué chocho más hermoso tienes!
Ella estaba en plan dominante.
Ahora muévete despacito, para disfrutar más rato. Eso así, así, que frote bien contra la pepitilla.
Oye, ¿tus orgasmos son vaginales o de clítoris?
Creo que son de clítoris, pero me gusta que la polla llegue bien hasta el fondo.
Desde luego, lo de que le gustaba hablar mientras follaba era cierto.
Pues yo te la voy a meter hasta el corazón, le dije dándole un buen empujón.
¡Aayy, que bueno, dame, dame así unos cuantos!
Un buen rato estuvimos dale que te pego. Se movía de una manera impresionante. Llegó un momento en que ya no podíamos aguantar más.
Creo que me voy a correr, pero aún aguanto un poco más.
Yo ya no aguanto más. Me tiemblan las piernas.
Efectivamente, habíamos llegado al éxtasis final. Ella casi temblaba.
Córrete ya, córrete ya.
Eyaculé pero aún nos quedamos un rato sin sacarla. Al sacarla nos quedamos tumbados.
Me has dejado agotada. No se si ahora aguantaría otra cosa parecida.
Ya lo haremos otro día ¿te parece bien?
Estoy sudando de la fatiga de este polvazo. Me voy a duchar.
Espera que te traigo una toalla limpia.
Nos duchamos (por separado, porque la ducha era muy pequeña), nos vestimos y nos fuimos a nuestras respectivas casas de la misma forma que la vez anterior.
Nos seguimos llamando cada dos o tres días. Hacíamos posturitas, ella arriba, yo abajo, de costado, sentados encima de la cama, en fin de todo. Me la chupaba. Un día le pregunté si su marido le comía el coño. Para mi sorpresa, me dijo que no, y que eso le parecía un poco guarro.
Una de las veces que la llamé para quedar en el piso, como las otras veces, me dijo que no podía porque tenía cita con el psicólogo. Le pregunté, si todavía lo necesitaba y que yo iba a dejar de ir, porque nuestros encuentros me había quitado ya la pena y era otro hombre. Entonces ella me dijo que también le sucedía lo mismo, así es que decidimos no volver ya a la consulta. Yo creo, le dije que la mejor terapia es seguir haciendo que lo hacemos. El contacto mutuo nos ha beneficiado mucho a los dos. Ella asintió, diciendo que si, que tenía razón, así que no iba a ir ese día al psicólogo, y en su lugar nos íbamos a echar unos buenos polvos.
Siete u ocho días nos habíamos juntado, pero todavía no se me había insinuado para que le diese por el culo. Esa tarde, cuando estábamos casi desnudos, yo con el calzoncillo y ella con las bragas, me puse detrás de ella y cogiéndola de los pechos me la apreté contra mí, de tal manera que la polla se quedó encajada en la canaleta de su culo.
¡Ah, sinvergüencilla! ¿Ya te gustaría metérmela por ahí, eh?
Pues si, me gustaría.
No te preocupes, que lo haremos, pero antes me tienes que echar un buen polvo.
Te lo voy a echar de tal forma que te va a salir la leche por las orejas.
A ver si es verdad.
Follamos como nunca, algo impresionante, me le pegué una corrida enorme. Al acabar, hizo una broma, poniéndose el dedo en el oído.
Pues no me ha llegado hasta las orejas, pero me parece que ha faltado poco. No te imaginas lo que me gusta follar contigo, aunque hasta ahora no has sido tan atrevido como era mi marido. Hacíamos muchas travesuras
¿Cómo la que vamos a hacer luego?
Pues claro ¿qué tiene de malo?
No lo he hecho nunca, ya te lo dije.
Me parece que en esto de follar tengo yo más experiencia que tú.
Ya puede ser, pero habrás notado que no fallo, que conmigo el orgasmo es seguro.
Pues mira, en eso tienes razón. Alguna vez mi marido fallaba, vamos, que tenía un "gatillazo". Es que a veces le daba un poco al alcohol. Pero no era un borracho ¡eh!, que yo estaba muy enamorada de él.
¿Nos tomamos algo? Yo casi tengo algo de hambre.
Bueno, preparamos algo de picar, que algo tendrás en la nevera, me imagino.
Preparamos un picoteo, abrimos unas cervezas y nos las tomamos tranquilamente, hablando de todas estas cosas. Incluso nos contamos algún chiste. Finalmente, y cuando ya casi anochecía, me eché mano a la polla y le dije:
-Mira como está esperándote.
-¡Hola! que dura la tienes, dijo mientras me la cogía con la mano.
¿Vamos?
Vamos.
Ya en la habitación, nos quedamos en pelotas. Ella se puso a cuatro patas encima de la cama y me dijo que si notaba que no se la podía meter bien, que nos daríamos crema o mantequilla, que así entraría suave.
Ábreme un poco el culo y ponla en medio del ojete. Ahora vete metiéndola. Así, muy bien.
Da mucho gusto.
Sigue, sigue, que ya casi me la has metido toda.
Empujé, y conseguí metérsela toda entera.
Muévete despacito, no se vaya a salir ¿te doy gusto?
Mucho, pero me parece que me correré pronto.
Sigue, sigue, que a mi también me da gusto.
Estuvimos bastante rato, ella parecía que se quejara, porque daba algún ay, ay, ay. Le pregunté si le hacía daño, y me dijo que todo lo contrario, que se quejaba de gusto.
No aguanto más me corro.
Pero córrete dentro.
Así lo hice. Al sacarla, el semen se le escurría por el culo.
¿A que te ha gustado?, me dijo
Ha sido delicioso. No pensé que fuera tan tan no se como decirlo, tan agradable.
A mí también me ha gustado. Ya lo repetiremos, porque me gusta mucho estar contigo en la cama.
Como los demás días, nos vestimos, y fuimos cada uno a nuestra casa como siempre
Así seguimos durante bastante tiempo, haciendo "cochinaditas" que decía ella. Practicando de todas formas y posturas. Seguíamos con la bromita de "tomar un chocolate con churros" y cosas por el estilo.
Al cabo de varios meses, ya solamente solíamos echar un polvo cada vez, o bien alguna mamada, pues nunca permitió que le lamiera el coño, como le dije algún día. No obstante los fines de semana los pasábamos juntos bien en el pisito o en su casa o la mía, pues ya no le daba reparo, y a mí mucho menos, que nos vieran juntos por el barrio.
Así llevamos ya más de tres años. La experiencia es inolvidable. Incluso nos hemos ido juntos de vacaciones. Pese a que en varias ocasiones hemos hablado de irnos a vivir juntos, hemos desechado la idea, porque nos parece mucho mejor seguir como "amantes".
Pero sobre todo, quiero decir una cosa muy importante: NOS HEMOS AHORRADO UN MONTÓN DE DINERO EN PSICÓLOGOS. La mejor terapia es practicar el sexo.