Cosas de hombres

La historia real de dos cuñados muy masculinos que descubren otra forma de disfrutar su sexualidad...

Era un viernes por la tarde de un verano que venía siendo bastante caluroso. Mi mujer se había ido a pasar el fin de semana con su hermana y unas amigas a una casa que habían alquilado en la playa. Cosas de chicas, me dijo. Y ahí estaba yo, tumbado en el sofá en calzoncillos, cambiando de canal por si había algo que me enganchara en la televisión. Quería disfrutar del fin de semana, pero aún no tenía ningún plan a la vista. En ese momento me acordé de mi cuñado Alberto. Él también estaba de rodríguez porque su mujer se había ido con la mía a la casa de la playa. Inmediatamente solté la cerveza y le llamé. Varias veces me había comentado que quería llevarme a una zona de la sierra que era increíble. Un sitio que no te esperas, según me había dicho, pero de no muy fácil acceso. Cosas de hombres, podría decirle yo a mi mujer si me preguntaba dónde iba…

Mi cuñado también estaba sin planes ese fin de semana. En pleno verano se habían ido todos nuestros amigos de vacaciones y nosotros éramos los rara avis de la capital. Cuando le propuse el plan le encantó. Su voz cambió enseguida de tono y me lo imaginé sonriendo con su amplia sonrisa y su boca perfecta. Me propuso acampar en la montaña para estar más en contacto con la naturaleza. Me dijo que pasaría a recogerme a las 6 de la mañana para aprovechar al máximo la luz del día.

Me puse a buscar la mochila en el armario y a prepararlo todo. Esa noche no me podía dormir. Estaba tan excitado de volver a hacer planes sin mi mujer, que tuve que masturbarme un par de veces en la cama para poder relajarme un poco. Todo esto me recordaba a cuando estaba soltero y quedaba con mis amigos para hacer excursiones a la montaña.

A las seis de la mañana estaba ya preparado esperando a mi cuñado en el porche de mi casa. Oí el motor de su 4x4 y salí a la puerta a saludarlo. Él bajó del coche y nos abrazamos. Siempre nos saludamos con un fuerte abrazo. Los dos somos bastante parecidos físicamente: muy masculinos, con barba recortada, pelo corto, 185cm de altura y unos 80 kilos de peso, deportistas desde jovencitos. Lo único que nos diferencia es que él es rubio y yo soy moreno.

-         ¿Estás preparado para un fin de semana de hombres, Jose?

-         ¡Por supuesto, Alberto. Listo y en forma!

Nos montamos en el coche y nos pusimos en marcha. Charlamos siempre hablando de nosotros, de las cosas que nos gustaría hacer, de nuestros sueños, de la excursión a la montaña. Es lo que más me gusta de Alberto: su compañía. Con otros hombres siempre termino hablando de fútbol, de tías o de trabajo. Alberto en cambio era un espécimen muy especial. Un tío con el que puedes sincerarte y abrir tu mente y tu corazón, contarle tus anhelos, tus preocupaciones, tus deseos, y él siempre escucha. Los dos sabemos escucharnos mutuamente. También pasamos algún tiempo sin decirnos nada, simplemente mirando el paisaje y disfrutando de la compañía del otro, y a Alberto le gustaba zanjar ese mágico momento con un apretón en mi muslo acompañado de una sonrisa mientras seguía conduciendo.

Finalmente llegamos al parking del Parque Natural. A partir de allí comenzaba un sendero de unos cuantos kilómetros a pie, cargando con las mochila. El camino se hizo corto, como siempre a su lado, hasta que finalmente llegamos a una zona en la que se acababa el sendero.

-         A partir de aquí no hay marcha atrás, Jose. Este camino nos lleva al mejor fin de semana de nuestras vidas.

Me guiñó un ojo y se adentró entre los árboles. Yo me quedé un rato mirando cómo se alejaba, contemplando su figura varonil recortada entre la hierba y finalmente continué la marcha para seguirle.

Dos horas de camino después, y con un sol asolador, Alberto se detuvo, y sin decir nada, dejó su mochila en el suelo y comenzó a montar la tienda de campaña. Yo comprendí que habíamos llegado al lugar. No entendí al principio por qué ese sitio en concreto, aunque en seguida me di cuenta de que se estaba más fresco en ese lugar. Solté mis cosas y me puse a ayudarle a montar la tienda. Entre los dos estuvimos clavándola a la tierra, rozándonos, sujetando cuerdas y fijándola. Estábamos compartiendo ese momento muy juntos, callados, disfrutándolo. Al terminar estábamos sudados y un poco cansados.

-         Ahora viene la recompensa, me dijo.

Sin ninguna otra explicación comenzó a quitarse la ropa: las botas, los pantalones cortos y la camiseta ajustada. Como confío cien por cien en él, comencé a hacer lo mismo sin preguntar nada. Me fijé en sus slips, blancos y de algodón, que recogía firmemente su paquete y hacía que se marcara escandalosamente sus grandes cojones. Yo me quedé en bóxer negros, también marcando mis buenos atributos y mi culo duro y carnoso. Me sonrió y comenzó a andar bosque adentro. Yo le seguí, fijándome en sus dos hermosos y voluminosos glúteos que danzaban a su paso. Estaba hechizado ante semejante visión cuando de repente sentí el sonido del agua discurriendo por unas rocas. Llegamos a un pequeño claro y me quedé maravillado al ver una pequeña catarata que caía sobre unas rocas, creando una poza de agua cristalina. Era como un pequeño estanque, un oasis en medio del desierto.

-         Nos bañamos en pelotas, verdad?

Mi cuñado me preguntaba retóricamente, porque mientras lo decía ya se había quitado el slip y había dejado a la luz un hermoso pene y dos grandes pelotas peludas.

-         Claro, cuñado, estamos entre hombres. – sonreí y él me devolvió la sonrisa.

Se dio la vuelta y pude contemplar un hermoso culo redondo masculino, con algo de vello, duro y carnoso. La viva imagen del deseo. Todo en él era hermoso. Un cuerpo muy bien formado, con vello en el pecho y los muslos. Yo también tenía muy buen cuerpo, aunque un poco más de vello que él.

Me desnudé y cuando volví a mirarlo ya se había tirado dentro de la poza, gritando como un niño. Yo salí corriendo y me lancé en bomba sobre el agua, salpicando todo. Los dos nos reímos y empezamos a salpicarnos como cuando éramos pequeños. Me eché sobre mi cuñado e intenté hacerle una ahogadilla, pero él reaccionó y terminó hundiéndome a mí. Abrí los ojos debajo del agua y pude ver su polla casi rozándome la cara. Me incorporé y le di la vuelta para situarme detrás de él. Le hundí y aproveché para poner mis muslos sobre sus hombros. Al levantarse, me izó y pareció que éramos un jinete y su caballo, como cuando hacíamos batallas con otros niños de la piscina. Él sentía mi paquete en su nuca mientras yo le agarraba del pelo y le guiaba para que anduviera por la poza llevándome a hombros. Era excitante, me sentía joven y poderoso, increíblemente unido a mi cuñado. Finalmente se inclinó hacia atrás y me hizo caer al agua, con las patas abiertas. Sentí como se echaba encima de mí para seguir jugando, y por un momento nuestras pollas se rozaron en el agua. Noté que la tenía dura, que se había empalmado con nuestro roce, y decidí dejar que mi excitación también fluyera. Sentir a mi cuñado tan cerca me había puesto cachondo, y tuve que reconocérmelo. Su piel, su olor, su vello, los músculos de su cuerpo, y su pene erecto me tenían fascinado, como nunca antes me había sentido ante una persona desnuda. Le agarré por la espalda y lo acerqué más a mí y entre tanto roce y frotamiento acabamos resbalando en las rocas y nos caímos los dos en el agua. Nos quedamos los dos muy juntos, con nuestros penes erectos rozándose. No nos dijimos nada, solo nos miramos a los ojos durante un tiempo que a mí me pareció infinito, pero no tuvo que durar más que cinco segundos. Sentía su respiración fuerte en mi cara, sus labios carnosos casi rozando los míos, el agua resbalando por su piel y cayendo sobre la mía. Su polla palpitando al ritmo de la mía. No sé si fue él o fui yo, pero me encontré besándome con mi cuñado. Cerré los ojos y me dejé llevar, sintiendo sus labios y su lengua húmeda recorriendo mi boca. Nos pusimos de pie en el estanque y comenzamos a recorrer nuestras manos por todo nuestro cuerpo, abrazándonos, apretándonos, rozándonos. Su polla, contra la mía, como si se besaran, juntando los glandes. Y nosotros no podíamos parar de besarnos. Mis manos fueron a su culo redondo y lo apreté contra mí. Me sentía embelesado besando a Alberto. No sé si podría haberlo hecho con otro hombre que no fuera él, pero sé que lo estaba disfrutando al máximo.

Seguimos de pie besándonos y yo decidí ir más allá. Quería saborearlo, sentir su contacto masculino hasta el final. Comencé a mordisquearle el cuello mientras mi cuñado gemía suavemente. Parecía que le gustaba, así que proseguí por una oreja. La besé y la mordí un poco, excitado por los gemidos que mi cuñado emitía. Decidí continuar por su pecho, saboreando sus pezones duros y prominentes. Los lamí, jugando con mi lengua. Él me apretaba contra sí y pude ver que tenía los ojos casi vueltos del placer. Eso me decidió a no frenarme en nada. Me fui arrodillando mientras le besaba el abdomen. Él me guiaba la cabeza con sus manos, para que no perdiera mi camino hacia lo que me esperaba en su entrepierna. Mi barbilla chocó contra su rabo de 20 centímetros, que era la gran recompensa de todo el viaje. Lo acaricié con mi cara, restregándomelo y lo olí. Nunca antes había podido oler una polla que no fuera la mía, y eso me excitó muchísimo. Olía a macho. La agarré entre mis manos y abrí la boca, mirándole a los ojos. Alberto estaba extasiado, casi asustado, como yo. Esto era algo nuevo para los dos, pero lo estábamos disfrutando como locos. Le sonreí justo antes de meterme su tranco hasta el fondo. Cerré los ojos y sentí cómo su rabo me rellenaba la boca por completo. Pude oír a Alberto gimiendo de placer y eso me hizo aguantar así durante unos segundos. Sentí arcadas y una excitación descomunal.

Él me agarró de la cabeza, me levantó y me besó como se besan dos amantes, desesperadamente, como si fuera la última noche que van a estar juntos. Nos miramos a la cara y nos metimos en la tienda de campaña cogidos de la mano.

Una vez dentro los dos sabíamos que esta vez sí, no había vuelta atrás. Íbamos a hacerlo hasta el final, fuera como fuese. Estábamos temblando, excitados, besándonos, rodando dentro de la tienda de campaña. Una vez él encima de mí, otra vez yo sobre él. Y sintiendo nuestros pechos rozándose, nuestras pollas batiéndose en duelo.

Él comenzó a comerme los pezones mientras yo le acariciaba la cabeza. Teníamos todo el tiempo del mundo y queríamos disfrutarlo con la tranquilidad de los que se tienen confianza el uno en el otro. Yo gemía mientras le veía bajar hacia mi miembro, hasta que sentí su boca húmeda y caliente abrazando mi polla. Ahí gemí y me arqueé de placer, y él aprovechó para tragar más rabo de una sentada. Le acaricié el pelo mientras comenzó a comérmela. Estábamos tan excitados que ni siquiera sabíamos realmente si estábamos solos en aquel lugar, pero eso nos daba igual.

Yo estaba también deseando comerle su rabo, y como si me leyera la mente, se dio la vuelta y se tumbó de lado, dejando su polla a la altura de mi cara, para hacer un 69. Ni corto ni perezoso me tumbé de lado y me llevé su trozo de carne a la boca. ¡Qué delicia! Sentía cómo mi compañero me comía la polla mientras yo se la comía a él.

-         Quiero saborearte entero, Jose. No quiero cortarme contigo.

-         No hay tapujos entre nosotros, Alberto. Eres como mi hermano, como mi amante.

Alberto prosiguió esta vez lamiéndome los huevos. Se llevaba uno a la boca, succionaba un poco y después lo soltaba. Yo sentía que me iba a correr en todo  momento, pero conseguí aguantar. Me llevé también sus cojones a la boca y los saboreé delicadamente; sabía que estaban cargados de leche. Y esa leche quería tenerla yo en mi cuerpo esa noche. Cuando Alberto levantó la pierna para facilitarme la comida de huevos, pude intuir el comienzo de su raja oscura y un poco velluda que llevaba hasta su ano y se perdía entre las montañas de sus glúteos. No me lo pensé y lancé mi lengua hacia su culo. Alberto gimió algo alterado.

-         Pero qué haces, Jose? Qué estás haciendo?!

Yo ya había hundido mi cara  en su raja y la recorría entera con mi lengua. Él dejó de preguntar y sólo lo pude oír cómo gemía, frotando su culo en mi cara, restregándose para marcarme con su olor. Se puso encima y plantó su culo en mi cabeza y comenzó a moverlo en círculos, mientras yo saboreaba cada rincón de su raja masculina, ese lugar tan oscuro y secreto para un hombre.

De repente sentí que Alberto me levantaba las piernas y que hundía su cabeza por debajo de mis huevos, buscando mi agujero con la lengua. Al sentir aquello pensé que no podía haber nada mejor en este planeta, que había descubierto un nuevo placer hasta entonces oculto para mí. Proseguimos extasiados con nuestro 69 de culos, gimiendo como dos machos en una berrea, frotando nuestros culos sin descanso.

De repente, Alberto se giró y se echó sobre mí.

-         Jose, quiero sentirte dentro y que me sientas dentro de ti. Necesito saber si esto que estoy sintiendo es real. Quiero que nos follemos.

Yo le miré a los ojos. – Has vuelto a leerme la mente, Alberto. Quiero unirme a ti, como hombre y como amante. Hacerte mío y que tú me hagas tuyo. Hasta el final.

Alberto me besó mientras sentía cómo su polla se frotaba contra mi cuerpo. Levanté las piernas y me abracé con ellas a su cadera. Podía sentir su polla recorriendo mi raja, frotándose, marcándome con su rabo. Tenía el culo lubricado por sus babas y él su polla lubricada por las mías. No parábamos de besarnos mientras sentía cómo la cabeza de su polla y mi agujero se buscaban en la oscuridad. Finalmente sentí su glande entrando en mi orificio. No podía parar de besarle, temblando de placer y algo de dolor. Pero el placer anulaba casi por completo al dolor. Y cada vez sentía más placer, hasta que su rabo me penetró por completo. Nos quedamos quietos, mirándonos mientras nos besábamos, extasiados. Sentía su polla latiendo en mi interior y no me atrevía a moverme. Fue él quien comenzó a bombear mi culo. Primero lentamente, mientras me acariciaba el pelo, y después con fuerza, de manera salvaje.

-         ¡Aaaaaah, qué bueno, tío!

Ya nada me importaba salvo sentir a Alberto dentro de mí follándome.

-         ¡Joder, así, Alberto, no pares, fóllame! ¡Qué placer, es increíble!

Él gemía, como un toro en el campo, desprendiendo gotas de sudor que caían sobre mi piel y nos hacía frotarnos lubricados el uno con el otro.

-         ¡Hostias, Jose, te voy a hacer mío, te voy a preñar! ¡Quiero hacerte mío esta noche!

-         ¡Sí, Alberto, hazme tuyo, quiero sentir tu leche rellenándome el culo!

Sentía sus cojones rebotando en mis nalgas con fuerza, y todo su rabo entrando y saliendo de mí, poseyéndome.

Yo estaba al borde del éxtasis cuando sentí que su respiración se acentuaba y su ritmo se acrecentaba. Ya me follaba sin miramientos, destrozándome el culo. Yo apreté mis nalgas para darle más placer, para ordeñar a mi macho, y parece que lo conseguí, porque enseguida comenzó a gemir con más fuerza.

-         ¡Jose, voy a correrme, te voy a rellenar, cabrón!

-         ¡Sí, Alberto, sí! ¡Dámelo todo, no voy a soltar ni gota! ¡Voy a apretar mi culo para que me dejes bien preñado esta noche!

Parece que mis palabras lo excitaron más aún, porque comenzó a gemir y a gritar mientras sentía cómo mi culo se rellenaba por su líquido caliente y viscoso. Al sentir aquello enseguida comencé a correrme al roce de mi polla con su vientre. Mi leche le pringó todo el pecho y le llegó a la cara. Yo lamía mi leche de su cara para después besarle. Alberto se separó de mí y me levantó las piernas, dejando todo mi ojete lefado a su vista. Metió la cara en mi raja y me dijo:

-         Relaja el culo, deja que salga mi leche. Quiero beber de ti.

Yo estaba alucinando y muy excitado. Relajé el culo y sentí cómo su leche caía resbalando por mis nalgas, y a Alberto recogiéndola con la lengua y bebiéndosela.

-         Dame un poco, Alberto, yo también quiero saborear tu leche.

Se incorporó y me besó para intercambiar nuestras leches en la boca.

Finalmente cayó sobre mí y nos dormimos abrazados, sudorosos y con una sonrisa entre los labios.

Yo me desperté una vez durante la noche, y al verlo dormir a mi lado solo podía pensar en lo maravilloso que iba a ser ese fin de semana que no había hecho más que empezar.