Cosas de aldea

Viviendo la vida loca a mi tía la follé y me corrí en su culo y en su boca y mi prima, en un desliz, me llevó a la huerta de maíz.

En las aldeas gallegas durante los años sesenta, había mucha necesidad. En mi aldea, algunas mujeres iban a la ribera a coger berberechos, almejas, caramujos, y mejillones para vender y para comer, otras trabajaban en las huertas de sol a sol, para plantar patatas, guisantes, maíz, trigo... Lo que tocase en cada temporada, esto junto a los cerdos, gallinas, conejos, ovejas, cabras, quien tenía la suerte de tenerlas, les daba de comer, ya que los sueldos que ganaban los maridos e hijos no daban para nada. Poca gente tenía posible, aunque alguna había. En mi casa no pertenecíamos a esa minoría privilegiada... Teníamos dos huertas alquiladas, un par de cerdos, uno para vender y el otro para comer, una burra para ir al monte a por piñas y leña... Vivíamos con lo básico, Pero yo fui feliz, ya que me pasaba el día en el camino jugando.

Una noche que estábamos jugando al escondite, nos agachamos mi prima María, la Flacucha, y yo entre unos altos atados de mimbre aún sin preparar que se usaban para atar cepas. Estábamos acurrucados, cuando llegó Matilde, la madre de la Flacucha y el Corsario, un hombre viudo que anduviera embarcado. En aquellos tiempos las mujeres llevaban las faldas y los vestidos hasta los tobillos y los chavales no sabíamos ni imaginábamos cómo sería lo que tenían debajo, de hecho había un debate entre los chavales a cerca de si las mujeres tenían pelos en el coño o no. Yo era de los de la teoría de que no los tenían basándome en que si los hombres tenían pene y ellas vagina, al tener ellos pelos alrededor del pene, ellas, cómo eran lo contrario, no los tenían, de esa teoría y de la de mi amigo el Rata, de que las negras, al ser diferente de las blancas, tenían el corte horizontal.

Volvamos al turrón. El Corsario se puso detrás de Matilde, ella se inclinó, le levantó la falda, abrió la cremallera, sacó su kilo de carne (eso me pareció en aquel momento) y se lo metió en el coño a la mujer. La agarró por las tetas y le dio cómo le daba un burro a una burra, a toda hostia. La Flacucha comenzó a llorar. Le tapé la boca para que no la oyeran. Debieron estar follando de pie un cuarto de hora, pero a mí me parecieron siglos. Al final el Corsario sacó la polla y se corrió en las nalgas de la madre de la Flacucha. Al ponerse la mujer en posición vertical, levantó todo el vestido, se quitó la pañoleta y limpió con ella la leche de sus blancas cachas. Se había dado la vuelta y vi que en lo del pelos estaba equivocado. Tenía pelo en el coño, y no cómo un hombre, tenía tanto pelo en el coño cómo lana tiene una oveja (eso me pareció en aquel momento). El corsario le dio un billete de cien pesetas y se fueron cada uno por su lado. La Flacucha ya no lloraba, pero estaba triste. Su madre era una puta, lo que no sabía ella en aquel momento era que lo hiciera por necesidad.

Llevé años acomplejado. Mi polla no daba crecido cómo la del Corsario. Llegué a creer que sufría de raquitismo. Aun no sabía que hay tamaños y tamaños.

Un domingo que iba para el cine con mis ropas nuevas, al pasar por delante de la puerta de mi tía Marta, a la que apodaban la Manchada, me dijo:

-Ayúdame un momento a mover un mueble y te doy una propina, Quique.

Entré en su casa, cerró la puerta y fuimos hasta la cocina, en ella un canario flauta trinaba en su jaula que daba gusto oírlo. Vi que lo que quería mover de una pared a otra era una alacena de la que ya había sacado casi todo lo que tenía dentro. Cogió la jarra de vino tinto que había sobre la mesa y a morro acabo con el vino que quedaba, le dije:

-Te vas a emborrachar, tía.

-Esa miseria no me emborracha, me desinhibe.

-No te entiendo.

-Ya lo entenderás.

No le di más vueltas.

-¿Vas a acabar? La hora se me echa encima.

Quitando las últimas cosas que quedaban, me preguntó:

-¿Cuánto te dan en casa para salir?

-Lo suficiente para la entrada del cine, un paquete de tabaco rubio y una cerveza.

-¿Saben en casa que fumas y bebes?

"¿Qué coño te importa a ti?", pensé en decirle, pero le dije:

-No.

-¿Fumar y beber te hace sentir un machote?

"¡A ti que te importa, bicha!", pensé en decirle, pero le dije:

-Soy macho desde que nací.

-¿Ya se lo demostraste a alguna mujer?

"¡Te lo demostraba a ti, chismosa!", pensé en decirle, pero le dije:

-No tengo nada que demostrar.

-O sea, que aún eres virgen.

Ya me estaba hartando.

-¿Tiene eso algo de malo?

-No, yo también soy virgen.

Me dio la risa.

-¿Y dónde tienes el virgo, tía?

-En las orejas.

"Ni ahí creo que lo tengas", le iba a decir, pero le dije:

-¿Movemos el mueble?

-Movemos.

Moviendo el mueble soltó la parrafada cómo quien dice que tiene sed.

-Te doy quinientas pesetas si dejas que te desvirgue y me haces lo que te mande. ¿Qué me dices?

Supe para que quería estar desinhibida. No hacía falta que me diera nada, pero quinientas pesetas, tres euros de los de ahora, era mucha tela, y aún sabiendo que me quería desvirgar para hacerle daño a mi madre, ya que se llevaban a matar, le respondí:

-Que estoy a tu entera disposición.

Mi tía era pelirroja y su cabello era largo y rizado. Tenía cuarenta y dos años y llevaba siete años viuda. Era muy alta para la época, debía medir un metro sesenta y siete o sesenta y ocho, era fibrosa y tenía andares de marquesa. Aquel día llevaba puesto un vestido gris oscuro que le daba por debajo de las rodillas y calzaba unos zapatos negros, era su ropa de los domingos, que probablemente hiciera ella porque era costurera.

Se acercó a mí, me echó la mano a la polla y me besó, su boca sabía vino tinto. A mi polla le gustó. Se puso tiesa al momento.

-Se te pone dura con facilidad. ¿Nunca te besara en la boca una mujer?

-No.

-Ven.

Fui caminando detrás de ella hasta su habitación, allí me cogió por una mano y me echó sobre la cama, me quitó la camisa, me abrió el cinturón, me bajó la cremallera y me quitó los vaqueros. Un tremendo bulto se marcó en mis calzoncillos, uno de aquellos calzoncillos blancos que tenían una gran abertura para sacar la polla y que yo siempre sacaba por un lado. La sacó, y dijo:

-Tiene un buen tamaño.

Me hinché cómo un pavo. Yo pensaba que la tenia pequeña. La metió en la boca, le dio una chupada y sin más llené la boca de leche. Se la tragó y después me dijo:

-Sabes a queso.

Comenzó a desnudarse. Quitando el vestido por la cabeza vi los pelos de sus sobacos y mi polla volvió a latir. Después se quitó los zapatos, se echó a mi lado, me cogió una mano y la llevo a su coño. Le dije:

-Estás muy mojada.

-Fue al ver cómo te corrías -me separó dos dedos de la mano-. Mételos dentro de mi coño.

Metí mi mano dentro de sus bragas blancas y los dedos dentro de su coño. En mi palma sentí el acolchado de los pelos de su coño y en los dedos el pringue de sus jugos. Mi tía puso su mano encima de la mía y empujó y tiró de ella para fuera durante un par de minutos, después. Sacó mis dedos empapando de jugos, los llevó a la boca y los chupó, luego me dijo:

-Quítame las bragas.

Levantó el culo y le quité las bragas mojadas. Las cogió, las olió y la tiró al piso. Vi su coño peludo, pero peludo, peludo, los pelos le llegaban casi al ombligo y lo tapaban por completo. Quitó el sujetador y vi sus tetas con areolas oscuras y pezones gordos, cayendo cada una hacia un lado. Casi no me lo podía creer, iba a follar con mi tía. La manchada abrió el coño con dos dedos. Vi cantidad ce mocos en él. Me dijo:

-Lame de abajo arriba.

Puse mi cabeza entre sus piernas y le lamí el coño. Me dio asco al lamer la primera vez, pero una vez que probé aquellos mocos me gustaron. Sabían a ostra. Seguí lamiendo hasta que me dijo:

-Lame un poquito más aprisa.

Apuré un poco más. La Manchada comenzó a gemir. Muy poco después, me dijo:

-Mas rápido y no pares de lamer aunque te mee en la boca.

Lamí cómo un perro cuando está bebiendo agua. En cuestión de segundo soltó un chorro de pis que acabó en mi boca. Era el anuncio de un tremendo orgasmo. Al venirle, exclamó:

-¡Me corro!

Al oír sus palabras casi me corro yo también. Seguí lamiendo y mi lengua se fue llenando de cantidad de aquella especie de mocos que salían de su coño.

Al acabar de retorcerse de gusto, me acarició la cabeza, y me dijo:

-Buen trabajo, campeón.

Se puso boca abajo y me dijo:

-Cómeme el culo.

Le mordí las nalgas... Se puso a cuatro patas.

-Abre mis cachas y lame mi ojete.

Le abrí las nalgas y al acercar mi cara al ojete me olió a mierda. Aquello era asqueroso, pero lamí y resulta que a mi polla le gustó. Mis dos cabezas no se ponían de acuerdo. Mi tía era muy cerda. No le llegó con que se lo lamiera.

-Ahora mete y saca tu lengua de ojete una cuantas veces cómo si fuera tu polla, luego lame y vuelve a meter y a sacar.

Se puso tan cachonda que metió una mano entre las piernas y comenzó a hacerse una paja. Yo, tímidamente, le eché las manos a las tetas, a ver que me decía, y lo que me dijo, fue:

-Aprieta sin fuerza mis pezones y magrea las tetas.

Nunca había magreado una tetas, pero yo palpaba y palpaba y le apretaba los pezones. Mi polla, tiesa, apuntaba hacia arriba y latía cando le caían mocos encima. Me moría por enterrársela en el coño. Mi tía, me dijo:

-Me voy a correr otra vez, métemela en el culo.

Le acerqué la polla al culo, empujé con fuerza y le clavé la cabeza, Ya me corrí, y corriéndome se la metí hasta el fondo. Mi tía, solo dijo:

-¡¡¡Oh!!!

Se derrumbó sobre la cama y retorciéndose se corrió sin decir ni una palabra. Se desmayó con el tremendo gusto que sentía.

Me asusté. Pensé que le diera algo. Me mal vestí y me fui. Al salir de la casa me encontré con mi prima la Flacucha. Iba a buscar agua a la fuente. Me miró para la cara y para el empalme, y me dijo:

-A algunas había que meterle un hierro candente en e coño.

Ya no podía ir al cine. Se había pasado la hora. Le entré a mi prima.

-Te invito a unos churros en el pueblo.

Echó a andar y yo caminé a su lado, me respondió:

-¿No ves que voy a la fuente?

Vi que llevaba puestos unos vaqueros que su madre le había comprado el martes en el mercado, su blusa banca nueva y sus zapatos de charol, y le dije:

-Después de llevarle el agua a tu madre. La ropa de los domingos ya la tienes puesta.

Le dio vueltas en el aire al cubo, y después me dijo:

-Si me cuentas lo que hiciste con la Manchada.

-Vale.

La Flacucha y yo nunca más habíamos hablado de lo de su madre y el Corsario, y eso que éramos casi inseparables. Aquella tarde íbamos a hacerlo. Comiendo los churros en un banco del jardín del ayuntamiento, me dijo:

-Venga, cuenta. ¿Qué hiciste en la casa de la tía?

-Le ayudé a cambiar la alacena de sitio.

-¿Por eso estabas tan colorado y tenías la camisa fuera?

-Por eso mismo.

-¿Y por qué estabas empalmado y aún hueles a coño viejo?

-Mejor no te cuento... ¿Coño viejo?

-Sí, coño viejo, así huele el de mi madre cuando lleva días sin lavarse -se quedó en silencio un momento-. Guarra. Cada vez que me acuerdo.

-Pues no te acuerdes. ¿Vamos al bar Miño a comprar un par de Fantas?

-Antes cuéntame lo de la Manchada, para eso vine contigo.

-Es muy fuerte.

-¿Más sucio que lo de mi madre y el Corsario?

-Aquello fue una cosa limpia.

-Cuenta, no creo que fuese la cosa para tanto.

Comencé a hablar y le comenzaron a salir los colores en la cara. Luego cruzó sus delgadas piernas y mientras le contaba cómo le comiera el coño a la Manchada vi cómo las apretaba las, aflojaba y las volvía a apretar... Acabó bajando la cabeza y echándole un trozo de churro a los palomas... Lo mismo hizo mientras le conté cómo le había comido el culo. Cuando acabé estaba colorada cómo una grana, apretando las piernas de nuevo, era cómo si tuviera ganas de orinar, pero no era eso, no. Se había corrido dos veces y le empezaba a venir la tercera. Lo supe al ponerle un dedo en el mentón, levantarle la cabeza y ver sus pupilas perdidas dentro de sus párpados, para estar seguro al cien por ciento, le pregunté:

-¿Te estás corriendo, Flacucha?

Su repuesta, con un tono de voz dulce, cómo nunca antes había oído, me despejó todas las dudas.

-Sííiíííií.

Ya estaba empalmado recordando y cuando me lo dijo se me puso dura cómo una piedra.

Compramos las Fantas y fuimos a dar un paseo por la playa. Caminando por la arena la miré, ella me sonrió, y avergonzada por lo que había hecho, sonrió, se encogió de hombros, bajó la cabeza, me empujó y dijo:

  • ¿Qué?

-¿Cómo pudiste correrte así? Sin tocarte.

Hizo lo mismo de antes, y me dijo:

-Cositas que se aprenden.

Empezaba a meterse el sol por el horizonte. Las nubes lucían su arrebol. Un barco, a lo lejos, hizo sonar su sirena y los graznidos de las gaviotas ponían musica heavy a la puesta de sol. Nos sentamos cerca de la orilla, donde morían las olas para que otras pudieran llegar a ella. Insistí.

-¿Pero cómo lo haces?

-Haciéndolo. ¿Tú lo haces?

-Claro que sí.

-¿Y cómo lo haces?

-Si quieres te aprendo a hacerlo.

-No, gracias.

Ya anocheciera cuando volvimos a la aldea. Pasando por debajo del puente por el que pasaba el tren, me dijo:

-Quiero que me lo hagas. Quiero que me comas el chocho, quiero correrme así. Y quiero que me des tu leche en la boca.

-¿Cuándo?

-Al llegar a la huerta del Tuerto.

La huerta del Tuerto estaba al pasar el puente a mano derecha y al acabar la primera de las dos cuestas que llevaba a nuestra aldea. Echó a correr y yo eché a correr detrás de ella. Se metió en medio de los altos pies de maíz, la seguí y cuando llegué a su lado ya estaba bajando la cremallera de sus vaqueros. Bajo la luz de la luna le di un beso en la boca, pero mi prima no quería besos, bajó los pantalones y sus bragas blancas (estaban amarillas por debajo al haberse secado el jugo de sus corridas) hasta las rodillas, y me dijo:

-Házmelo.

Me agache, la cogí por la cintura y empecé a lamer, despacio al principio y luego fui acelerando. Tres minutos tardó en correrse, si llegó a ellos. Al correrse le temblaron las piernas y acabó corriéndose en cuclillas. No gemía, respiraba hondo. Al levantarse, le lamí de nuevo el coño. Me encataba su sabor, después le di la vuelta y le lamí y le follé el ojete con mi lengua. La Flacucha apretó las piernas y solo cuando las aflojaba le podía meter la lengua dentro. En nada, me dijo:

-Agárrame que me voy a caer.

Me puse delante y le volví a lamer el coño. De nuevo el temblor de piernas y de nuevo se escurrió entre mis manos hasta volver a acabar de correrse en cuclillas.

Esta vez, al levantarse, me dijo:

-Tira una pera que quiero saber cómo la hacéis los chicos.

Se volvió a poner en cuclillas, pero esta vez fue para saber cómo me masturbaba. Yo ya estaba cómo había de ir, y después de unas pocas sacudidas, le dije:

-Me voy a correr.

-¿Te va a salir la leche?

La flacucha abrió la boca y sin llegar a mamármela la metió dentro hasta la mitad. El primer chorro salio con tanta fuerza que la hizo retroceder, pero después, al ver salir la leche, la volvió a meter en la boca y se la tragó.

Al acabar de tragar, subiéndose los vaqueros, me dijo:

-Soy una puta cómo mi madre.

La bese, y le dije:

-No, eres mi cariñito.

Se le dibujó una sonrisa angelical en su preciosa cara.

-¡¿De verdad, Quique ?

-¿Cuánto tiempo llevamos juntos, Flacucha?

-Mucho, llevamos mucho tiempo... -me miró con una seriedad que imponía-. ¡Qué no me entere yo de que vuelves a liarte con la Manchada!

¡Joder! Si lo sé no le digo nada.

Quique