Cortos

No es relato, creo... no tengo idea de qué sea.

La madrugada es eterna, mientras yo me sigo perdiendo en el amanecer tras mi ventana.

Hace tiempo que había abandonado, que había visto como la vida pasaba ante mis ojos sin hacer nada por intentar alcanzarla, sin tener la intención de rozarla con mis dedos para volver a sentirla.

Pasaron tantas cosas a mi alrededor que no era capaz de ver hasta que la vi a ella. Conociéndola por casualidad, platicando cada muerte de un mono celestial de vida eterna… pero cada plática de una calidad insuperable. Filosóficas, me dice ella.

Estos días he adquirido un gesto que creí olvidado, el subir los lentes por la nariz para acomodarlos bien en su sitio. La costumbre de los lentes de contacto y la falta de los normales.

¿De qué sirve una vida si no es vivida?

Desde que la conocí supe que me gustaba, desde que platicamos esa vez, hablando de conejos y pelusa, contemplando, comparando, todo para que se sintiese mejor y siendo victoriosa de un bobo juego que yo había iniciado.

¿Alguna vez se han topado con esa persona que te hace contemplar un atardecer otra vez, que te hace sentir nervios y a la vez el más especial y sensacional sentimiento de calidez?

Eso es ella para mí: un renacimiento, un redescubrimiento, un momento de paz, de meditación y de contemplar todas aquellas situaciones que dejaron mella en mí e intentar arreglarlas.

Tengo una vida por delante, por mucho que no pueda escribir lo que sucede, que no pueda relatar una historia como antes, que mis párrafos tengan entre sí cada vez menos coherencia.

Ésta soy yo, viviendo una vida por culpa de la llegada correcta de la persona correcta a la vida correcta.