Corrupción inducida (3)
Pedro visita nuevamente a Sanders. Le espera una sorpresa muy gratificante.
Cuando Pedro entró en la consulta deSanders, Katia le saludó con su habitual desidia y éste se limitó a ignorarla.
—Hola Mauricio.
El médico se hallaba tras su despacho ojeando unos papeles con unas pequeñas gafas apoyadas sobre su tabique nasal, ni siquiera apartó la vista del legajo.
—Hola muchacho, trajiste lo que te pedí.
—Por supuesto, aquí está.
Situó un pendrive frente a él y sólo entonces lo observó satisfecho.
—Voy a explicarte algo: Las personas con las que ejerzo mi terapia siempre y en todo momento están en mi poder, habrás observado que para inducirlas a un estado de máxima sumisión utilizo una clave, pare en realidad eso sólo es el gatillo que desinhiben por completo sus reacciones. Lo cierto es que cuando domines la técnica, tus víctimas siempre percibirán tu poder, si deseas que se masturben ante ti o entre ellas aunque no estén en tu presencia lograrán contener su ansía por cuestiones de reserva o de pudor, pero te garantizo que lo desearán más que nada en este mundo. Yo le llamo estado “durmiente”.
—Entonces no conseguiré manipular sus mentes siempre.
—Al principio sólo se desinhibirán totalmente cuando pronuncies la frase gatillo, pero poco a poco conseguirás que cada vez sea mas difícil reprimir su instinto, al final bastará un gesto o una mirada para que acaten tus deseos, ¿entiendes?
—No del todo, pero estoy entusiasmado.
—Magnifico, hoy te he reservado una nueva sorpresa, creo que te resultará gratificante.
Presionó el interruptor del micrófono situado sobre su mesa de despacho y habló en voz alta.
—Hola Katia, ya es la una, cierra la consulta y entra un momento en mi despacho... por cierto dile a Miriam que entre también.
El micrófono filtró la voz de la chica.
—Enseguida venimos Dr. Sanders.
Unos minutos después la recepcionista llamó con los nudillos y ambas se personaron frente a él. A Pedro le sorprendió el parecido de las dos.
— ¿Que deseaba Dr. Sanders?
— “Shock Station”, Señoritas.
Pedro observó como las facciones del rostro de las dos se suavizaban mientras dibujaban una tímida sonrisa.
—Explícale al Sr. García quién es Miriam, Katia.
—Miriam es mi hermanita, es tan hermosa...
— ¿La quieres?
—Mas que a nadie en el mundo, Mauricio.
— ¿Y tú?, pequeña, ¿quieres a tu hermana Katia?
La voz de Miriam sonó trémula en los oídos de Pedro.
—Yo también la deseo a ella, Doctor Sanders. La quiero más que a nadie.
— ¿Queréis pasar a la salita con nosotros y demostrarnos todo esto?
Ambas respondieron al unísono ante la estupefacción del muchacho.
—Nada nos haría más ilusión.
—Quiero que me deis vuestra opinión sobre unas grabaciones que me ha proporcionado Pedro, ¿lo haréis?
Los cuatro accedieron a la sala contigua una vez más y Sanders introdujo el pendrive en la ranura del equipo para visionar las grabaciones en la gigantesca pantalla de plasma colgada en una de las paredes sobre el jacuzzi .
—Ven Pedro, sentémonos en el sofá y vosotras hacedlo también, poneros cómodas.
Las chicas tomaron asiento frente a ellos en el borde la cama.
—Antes de ver los videos quiero que me contéis como va todo.
Miriam sonrió con dulzura mientras pasaba un brazo sobre el hombro de su hermana.
—En principio, Andrés, el marido de Katia, se resistió a aceptar que me instálese con ellos en su casa.
Pedro percibió una pícara sonrisa en los labios de las dos.
—Pero ayer noche, cuando dormía, Katia me invitó a que me metiera con ellos en la cama, cuando se dio cuenta de que era yo la que se la estaba mamando se quedó de piedra...
Ambas estallaron en una risotada y Katia la interrumpió.
—El muy cabrón pugnaba entre correrse y echarnos a las dos de allí pero al final le convencimos.
De nuevo risas.
—Muy bien, pequeñas. Ahora quiero que os dejéis llevar, que afloréis lo que sentís.
Miriam y Katia se incorporaron para abrazarse con dulzura y Pedro observó como unían sus labios mientras se despojaban de sus batas blancas arrojándolas sobre un diván. Los hombres parecían exhaustos, se desnudaban mutuamente con gestos quedos y Katia empujó a Miriam sobre la cama para situarse sobre ella sin dejar de besarla ni un instante. Cuando deslizó las braguitas de Miriam por sus piernas ambos repararon en su sexo, cuidadosamente depilado, a diferencia del de Katia, cuyo bello púbico mostraba un triángulo perfecto poblado de pequeños remolinos rizados.
Pedro observó de refilón como Sanders aflojaba la cintura de su pantalón para extraer su polla erguida y vaciló unos instantes antes de imitar su gesto, pero cuando lo hizo el hombre le miró a los ojos fijamente.
— ¿Me permites?
Nunca había podido imaginar, siquiera, que pudiese desear que cualquier hombre le masturbase, pero la inquisidora mirada de Sanders y su tono extrañamente autoritario le hicieron dejarse llevar. Retiró sus manos de su miembro y éste lo asió con su mano derecha, abrigando todo el, para desplazar su prepucio con gestos cadenciosos. Pedro se recostó sobre el respaldo del sofá sin dejar de observar a las mujeres que se amaban con pasión sobre el lecho y sintió como si mil pequeñas descargas eléctricas recorriesen su columna vertebral. Sanders había conectado su ordenador y la imagen de su madre desnuda realizando a su marido una sostenida felación contrastaba con los gemidos de placer que Katia y Miriam se provocaban entre si.
—Te garantizo que antes de un mes serán tus hermanitas quien ocupen su lugar, Pedro. A ti también te despertarán pugnando entre ellas por quien te chupa mejor. Incluso tu madre se desvivirá por satisfacer tus más obscuros anhelos.
La mera idea de imaginarse a Laura y Marta procurándose placer hizo que Pedro alcanzase su primer orgasmo entre jadeos mientras Sanders aceleraba la cadencia entre frenéticos gestos. Sólo un segundo antes de eyacular Miriam, a una orden de Sanders, se situó frente a Pedro e introdujo su miembro entre sus labios. Ambos observaron como el semen del muchacho fluía por las comisuras de su boca mientras ella lo observaba a los ojos con expresión lujuriosa.
Durante mas de dos horas las chicas se sometieron a los caprichos de cualquiera de los dos, ni siquiera eran órdenes concretas, bastaba una sugerencia para que se volcarán a acatarla sin atisbo de rubor o de vergüenza, realmente gozaban tanto o más que ellos sumidas en un frenesí de lujuria y de pasión. Cuando Sanders las conmino a ducharse y vestirse ellas obedecieron resignadas.
Creo que a las cinco vendrá a la consulta tu hermana Marta, quiero que consigas que Laura acabe viniendo también, si consigo mi objetivo serás tú el que alecciones a tu madre sin necesidad de que yo intervenga, en cuanto a tu padre, me las ingeniare para manipular su mente, bastará que coincidamos en cualquier bar— Sanders, sonrió, —en los hombre es mucho más fácil, ¿sabes?
—Eres un genio, Mauricio .
—Esto acaba de empezar, muchacho.
CONTINUARÁ