Corrupción de una Esposa - 04 (de 4)
Cuando Natalia pensaba que su pesadilla había terminado ya, uno de sus alumnos descubre su vergonzoso secreto, y ella se verá obligada a complacerle.
EPISODIO 4 (de 4)
I
Aún el sol no había asomado en el horizonte, cuando Natalia despertó dulcemente a su marido. El día fue lo último en levantarse en la casa de la familia Olmos.
–
Hora de ir al trabajo, papá...
La pequeña Valentina llevaba casi una hora jugueteando en su cunita, reclamando la atención de su madre. Con ella en brazos, Natalia había preparado un apetitoso desayuno de frutas, margarina y pan integral.
Tomás, aún con ojos legañosos, sonrió al ver el excelente manjar que le esperaba servido en la mesa de la cocina.
–
¿Cuánto tiempo llevas despierta, Natalia? – le preguntó, desperezándose.
La joven le sirvió un vaso de naranjada.
–
Bueno, anoche no pude dormir demasiado...
Tomás sonrió. Aunque la pequeña Valentina solía despertarse y berrear a altas horas de la madrugada, en esa ocasión no había sido la causante del insomnio de Natalia.
–
Vamos, cariño. Eres una estupenda profesora. ¿Recuerdas cómo temblabas tu primer día en el instituto? ¡Si hasta te castañeteaban los dientes!
Natalia dejó a su bebé en el capazo y se sentó a la mesa. Se sirvió un vaso de leche caliente y sopló para dispersar el humo.
–
Supongo que sí, pero no puedo evitar sentirme un poco nerviosa... Hace más de un año que no trabajo, y he perdido un poco de práctica...
Su marido le acarició la cara.
–
No te preocupes. El instituto sigue en el mismo lugar, los alumnos han avanzado un curso, y tu sustituto fue un viejo profesor barbudo y rollizo; muy estricto según creo. Seguro que los chicos te han echado mucho de menos... ¡Recuerda que tú eres su diosa-profesora!
Los dos rieron y él besó sus labios.
–
Ni siquiera estoy tan guapa como antes... – musitó ella –. Apenas he podido hacer ejercicio.
–
Estás preciosa, y lo sabes.
Él le guiñó un ojo. Luego recogió los platos y se dirigió al cuarto de baño.
Natalia lo miró distraída, con una sonrisa bobalicona en los labios.
Los meses habían pasado como el goteo incesante de un grifo. Primero el embarazo, luego la mudanza lejos de Lorena y su marido; después el parto y los primeros meses de vida de Valentina. Había vivido en una burbuja de felicidad durante todo ese tiempo, ajena a las turbulencias pasionales que casi le cuestan el maravilloso presente.
Observó a Valentina, que balbuceaba en su capazo, arrugando la cara para después sonreír. Había transcurrido toda una vida en un sólo año ¡Y qué lejos quedaban ya aquellos días de vicio y culpabilidad, en que retozaba con el marido de su mejor amiga, o se sometía a los caprichos de cualquier desconocido! ¡Ni siquiera era capaz de recordar el nombre del infame local donde había superado su adicción, con la ayuda de Lorena y de una jubilosa concurrencia!
El tiempo había velado sus recuerdos como una sábana que disimula las formas de lo que esconde bajo ella. El recuerdo en carne viva había dejado paso al recuerdo del recuerdo, y todo parecía más distante, como la vaga impresión que permanece cuando una película ha terminado.
En algunas ocasiones, su memoria caprichosa se empeñaba en invocar las vivencias más dolorosas de su vida, quebrantando el balsámico letargo en que Natalia se había acomodado durante el último año.
Aquellas imágenes, olores y sensaciones se manifestaban con la violencia de un torrente de agua, y debilitaban su ya maltrecho equilibrio emocional.
Sin embargo, la risita de Valentina era más poderosa que cualquier angustia, y gracias a ella, Natalia podía mirar con optimismo el futuro que se abría ante su familia y ella misma.
–
¿Ya estás lista, querida? – le preguntó Tomás mientras cerraba el nudo de su corbata –. Recuerda que tenemos que pasar antes por casa de mi madre para dejar a la pequeña, y no te gustaría llegar tarde el mismo día de tu regreso.
Natalia hizo una mueca.
–
Claro que no. Estaré lista en dos minutos
Ambos sabían que la estimación resultaría demasiado optimista.
Si bien había tenido tiempo de ducharse, aún debía superar la prueba de ceñirse la misma ropa que usaba antes del embarazo. El paso de Valentina por su organismo no había afectado tanto a su figura como había esperado en un principio, cuando, en los primeros meses de la gestación, había ganado casi cinco kilos. Afortunadamente, en total sólo había subido dieciséis, y seis de ellos quedaron en el paritorio en forma de residuos orgánicos; los otros diez, y otro adicional, habían desparecido gradualmente, sin apenas esfuerzo. Era asombroso como la dieta sana y el deporte regular podían minimizar el efecto invasivo del embarazo.
Aunque a esas alturas ya había recuperado su peso ideal, Natalia aún no estaba satisfecha con su silueta. Como era natural, sus músculos habían perdido algo de definición; sobretodo en la región abdominal y los glúteos. Por otro lado, el embarazo había enfatizado su feminidad. Su estómago se mantenía tan liso como un mar en calma; sus piernas recias, bien formadas, y su trasero había perdido firmeza, pero ni un ápice de forma. Los hombres seguían girando la cabeza al verla pasar.
Sus pechos, henchidos de leche materna, habían incrementado sensiblemente su tamaño. Y, aunque era consciente de que el prodigioso volumen tenía fecha de caducidad – fecha que, con el destete gradual de Valentina, era cada vez más cercana –, se resistía a ocultarlos bajo una camiseta holgada.
Extrajo la ropa deportiva del armario y la tendió sobre la cama.
Aunque los
joggins
grises de algodón y tiro bajo que había escogido no eran demasiado ajustados, sí que brindaban un amplio panorama de su redondeado trasero. Sus pechos hinchados habían convertido una camiseta de entrenamiento cotidiana en una prenda de Victoria's Secret. Así que decidió atenuar el efecto de su nueva exuberancia cubriéndose con una sudadera rosada – una talla mayor que la suya –, que había comprado en una tienda
outlet
.
–
¿Te has vestido de deporte? – le preguntó Tomás mientras cogía las llaves del coche –. Pensaba que ya habíamos hablado de eso...
–
No te preocupes, no pienso hacer ejercicio hasta el mes que viene. Impartiré sólo teoría hasta que recupere el tono físico.
Tomás asintió, agarró el capazo de Valentina, y abrió la puerta de la calle. Besó los labios de Natalia cuando ella pasó a su lado.
–
Tranquila – le susurró –. Te prometo que hoy será un día perfecto.
II
Sorprendentemente, aquellas palabras de su marido habían resultado premonitorias.
Antes de su primera clase, Natalia se reunió con el profesor García, su sustituto, que le informó amablemente de las vicisitudes más relevantes del año académico. Durante los treinta minutos que duró el encuentro, la joven se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos su trabajo; escuchar los gritos de los alumnos, evaluar sus esfuerzos, solucionar los conflictos entre ellos, contener a los inquietos, consolar a los tristes y mil cosas más...
¡Qué feliz estaba de volver a las aulas!
Los chicos la recibieron con un ruidoso aplauso, que pudo escucharse por todo el instituto. Natalia, con ojos embebidos de lágrimas, agradeció encarecidamente el gesto de cariño. El alumnado formó un corrillo en torno a ella, que les enseñó varias fotos de Valentina y les relató algunas anécdotas del embarazo, seguidas con visible interés sobretodo por las chicas.
Casi sin darse cuenta, Natalia había recuperado la ilusión de ser ella misma.
III
–
El
stick
de hockey sala cuenta con una cara plana en el lado izquierdo; la cara del stick comprende toda la parte plana y la parte del mango que está por encima de ella en toda su longitud...
El sol de la mañana iluminaba el rostro de sus alumnos, que escuchaban en silencio el aburrido temario. Aunque la boca de Natalia recitaba las frases con asombrosa soltura, su mente estaba en otro lugar. Tras el embarazo, y ahora que regresaba por fin al mundo real, se preguntaba cuánto daño había sufrido en su accidentado periplo por las alcantarillas de la sexualidad humana.
Apenas había sentido deseo sexual mientras gestaba a Valentina en su vientre, y menos aún tras el incidente en el sórdido club nocturno donde se había despedido para siempre de su vecina Lorena.
Las relaciones con Tomás jamás habían sido tan insípidas; aunque en realidad eran igual de aburridas que siempre, sólo que Natalia tenía ahora posibilidad de comparar. Compartir la cama con su marido era tan frustrante como examinarse de la tabla del cero cuando uno es capaz de resolver complejas derivadas... Pero aquella Natalia concupiscente, maniatada por sus instintos más bajos, había desaparecido para siempre.
Ahora que por fin se había convertido en la mujer que quería ser, estaba segura de que el pasado no regresaría jamás.
El tiempo de la clase había expirado sin que ella se diera cuenta. La sirena del patio aulló para recordárselo.
–
¿Alguien tiene alguna duda? ¿No? –. Obviamente ningún alumno deseaba retrasar un minuto más el recreo –. Bien, nos veremos mañana.
El ajetreo de cuadernos cerrándose, sillas que se arrastraban y el torrente de comentarios atropellados tras una hora de silencio, solaparon la voz de Natalia.
–
¡Y no olviden repasar los epígrafes cinco y seis de los apuntes!
El aula ya vacía le devolvió el eco de sus palabras.
Sonrió para sus adentros; aunque el tiempo transcurría inexorablemente, había cosas que nunca cambiarían.
Dejó el
stick
de hockey sobre la mesa, y se dispuso a borrar la decena de esquemas que tapizaban la pizarra para preparar la siguiente clase.
Inesperadamente, escuchó una tímida voz a su espalda.
–
Natalia ¿Puedo hablar con usted?
La profesora se giró hacia la imprevista presencia para descubrir que se trataba de Roberto Torralba, uno de sus alumnos; todos lo conocían por “Torralba”, debido a la presencia de tres “Robertos” en su misma clase.
Torralba era exactamente la misma persona que el resto de sus compañeros. Era igual de alto que los demás, se expresaba en la misma jerga pasajera y, como todos ellos, también sufría de acné. Compraba su ropa deportiva en las mismas tiendas que el resto y se cortaba el pelo a la moda del momento. Torralba era una fotocopia de una fotocopia, y aún así, estaba convencido de que poseía su propio estilo.
Sin duda, el muchacho no era el más agraciado de la clase, pero tampoco el más feo. Era de complexión muy delgada y endeble, ojos hundidos, nariz aguileña y piel pálida, casi macilenta. Debido a su aspecto desgarbado y a la incipiente alopecia que ya padecía, Torralba recordaba vagamente a Bela Lugosi, el primer vampiro cinematográfico.
Al hablar, solía alargar las eses finales un poco más de lo normal, por culpa de una disfunción infantil mal corregida.
–
Naturalmente, Torralba. ¿En qué puedo ayudarte? – contestó ella sin prestar demasiada atención.
–
Se trata de las calificaciones de este trimestre... El profesor García no me tenía mucho aprecio; me suspendió el primero y los dos controles de este segundo...
Natalia ojeó la libreta de evaluación que García había rellenado durante un trimestre y medio. Según sus anotaciones, a Roberto Torralba no le quedaba ninguna posibilidad de aprobar el segundo trimestre. Y a Natalia no le extrañaba; Torralba era un ganso. Aunque no le parecía un estudiante especialmente inepto, tenía la fastidiosa costumbre de vaguear durante el curso y aplicarse en los meses finales.
Y si ese último esfuerzo no resultaba suficiente, le bastaba con acudir a su padre, un empresario muy influyente, para que realizara un par de llamadas telefónicas.
–
Bueno, las calificaciones de este trimestre no han sido buenas... – reconoció Natalia, antes de cerrar la libreta de evaluación y mirar con ojos de hielo a su alumno –. Y los dos controles no están suspendidos; simplemente no te presentaste. Como puedes comprender, no te puedo aprobar de esta manera... Esmérate algo más en el tercero, y no tendrás problemas para superar el curso.
–
¡Pero no puedo suspender este trimestre!
El grito de Torralba retumbó en el aula vacía.
–
Profesora... – bisbiseó para suavizar su tono – … Yo creí que, con su llegada, las cosas serían diferentes... ¿No podría hacerme un examen de recuperación? ¿O marcarme un trabajo?
Natalia meneó la cabeza.
–
Eso no sería justo para el resto de tus compañeros, ni ético con García. No hay nada que se pueda hacer, lo siento...
–
Verá... – insistió él –. Mi padre me ha prometido un viaje a Holanda si apruebo todas las asignaturas del segundo trimestre, y la suya es la única que voy a suspender... ¡Necesito su ayuda! Le prometo que trabajaré duro de hoy en...
–
Roberto Torralba – zanjó ella –. Estás suspendido, y es mi última palabra.
El muchacho se quedó petrificado, en silencio. Ella tomó el borrador y continuó limpiando el encerado.
–
Entonces, no me deja usted otra elección...
Natalia se giró hacia el muchacho, dispuesta a terminar con aquella conversación inútil de una vez por todas, y lo encontró manipulando la pantalla táctil de su
iphone.
–
¿Qué se supone que estás haciendo?
–
Un momento, profe... – solicitó – ¡Aquí está! Eche un vistazo.
Torralba le acercó el teléfono y Natalia pudo fijarse en la fotografía que ocupaba la pantalla. Sus ojos se abrieron hasta dibujar una circunferencia completa. Súbitamente, el corazón dejó de latir en su pecho.
–
¿Usted es esta de aquí, verdad? ¿Se reconoce? – la interrogó.
La joven profesora no apartaba sus ojos de la fotografía, completamente hipnotizada.
Torralba sonrió, deslumbrado por su propia jugada maestra.
–
Mi intención no era recurrir a esto, pero usted no me ha dejado elección – se excusó –. La fotografía fue tomada por mi hermana, que estaba allí esa noche... Al principio no me lo creía ¡De hecho, usted terminó por convencerme hace un segundo, cuando se la he enseñado y he visto su reacción!
En la fotografía, un tipo alto y fornido, con los pantalones en los tobillos, se apretaba contra la barra de un bar, mientras una mujer imponente y completamente desnuda se arrodillaba ante él y le practicaba una felación. Los dos actores principales aparecían rodeados por un alud de indiscretos espectadores.
Natalia se reconoció en un golpe de vista, pese a que la fotografía era bastante borrosa. La atmósfera cargada de humo y la precaria iluminación del local dificultaban la identificación de los protagonistas. ¡Y sin embargo, uno de sus alumnos había descubierto el más ultrajante de sus secretos!
Su rostro se inflamó de calor y su piel se tiñó de un rojo muy vivo. Se moría de vergüenza. Un torrente de imágenes y recuerdos de aquella noche aciaga inundaron su cabecita.
–
Estaba usted más guapa con el corte de pelo a lo paje – comentó Torralba en todo jocoso –. Parecía más cachonda...
Natalia se había dejado crecer el cabello
durante el embarazo;
sin embargo, ella misma reconocía que el
look
“Cleopatra” era el que mejor le sentaba.
–
¿Qué quieres de mi? – preguntó ella.
–
Bueno, sólo quiero aprobar el trimestre... No, mejor el curso. Si usted me aprueba el curso le prometo que nadie más verá esta fotografía.
–
No – dijo ella lacónicamente –. No lo haré.
La cara de Torralba se desfiguró en una mueca de incredulidad y terror.
–
¿Q-qué?
Natalia le devolvió el
iphone
.
–
No pienso aprobarte el curso. No conseguirás nada chantajeándome, y menos con una fotografía velada en la que ni siquiera yo soy capaz de reconocerme – agregó con voz segura –. A partir de hoy tendrás que esforzarte el doble que el resto de tus compañeros si quieres aprobar el curso.
Torralba tartamudeó, incapaz de asimilar el inminente fracaso de un plan a priori infalible.
La joven profesora estaba decidida a no dar su brazo a torcer; afrontaba la última gran prueba para enterrar definitivamente su pasado y no quería cometer un nuevo error.
–
Escúcheme... Si me aprueba el segundo trimestre podemos llegar a un acuerdo...
–
Sí, yo soy la mujer de la fotografía ¿Pero quién te creería, Torralba? – le preguntó con aguzada intención –. Sal de aquí ahora mismo, antes de que sigas empeorando las cosas.
El alumno, completamente fuera de sí, disparó sus últimos cartuchos.
–
¡Bien! ¡Veamos si el señor director es capaz de reconocer a su propia mujer en plena faena! – bramó – . ¿Y qué ocurrirá cuándo descubra que se ha casado con una pedazo de puta, eh? ¿Acaso cree que la fotografía no levantará sus sospechas?
–
¿
Sospechar
sobre qué?
La voz profunda de Tomás silenció la disputa de repente. El receloso director dio un portazo a su espalda y caminó hacia la mesa, donde Natalia y Torralba se habían convertido en hielo.
–
¿Qué ocurre aquí? ¿Alguien puede explicármelo?
Dos gruesas gotas de sudor resbalaron por la frente de Torralba, que había perdido la capacidad de hablar y sólo balbuceaba con un niño pequeño. ¡Se había metido en un buen lío!
Natalia se apresuró a responder.
–
N-nada, cariño. Torralba y yo discrepamos sobre la calificación que hizo García sobre algunos de sus trabajos, y yo... yo...
–
¡Dame ese móvil!
Tomás se hizo con el teléfono antes de que Torralba pudiera borrar la controvertida fotografía. Observó la imagen un instante y luego preguntó asqueado:
–
¿Qué haces enseñándole esta... porquería a Natalia? ¿Quién es esa mujer?
Torralba carraspeó antes de responder.
–
Es... su esposa, señor.
Un disparo a bocajarro reventó el corazón del director. Miró a una y a otro, esperando una explicación que tardaba demasiado en llegar.
–
¿Natalia?
Natalia era una estatua de sal. Su rostro desencajado se mantenía oculto tras las palmas de sus manos; jamás se había sentido tan desesperada.
–
¡Tomás, déjame explicarte!
–
¿Eres tú, Natalia? ¿Esta
prostituta
eres tú? – le preguntó mientras punteaba insistentemente la pantalla del móvil con el dedo – ¡Respóndeme!
La joven tragó saliva antes de contestar.
–
Sí... – musitó con voz apenas audible –. Soy yo.
¡Era su mujer! ¡La figura que se humillaba a los pies de un fulano! ¡La zorra que estaba desnuda ante una multitud y se metía un miembro en la boca!
Tomás se preguntó qué clase de explicación inventaría su esposa para justificar aquella ignominia...
–
Perdóname, amor mío... Yo...
De repente, Tomás recordó el extraño corte de pelo que su mujer se hizo justo antes de quedar embarazada; el maquillaje exagerado, la inusitada ansiedad sexual que solía acusar durante sus encuentros maritales... ¡Sobretodo en la ocasión en que le había practicado una felación perfecta en su propio despacho! ¡La muy puta había estado practicando a sus espaldas!
En aquel entonces había encontrado la templanza suficiente para reprimirse y no abofetearla. Hoy ya era pedir demasiado.
La mano abierta de Tomás surcó el aire y golpeó la mejilla de la mujer, grabándole a fuego la silueta de sus cinco dedos.
Luego se hizo el silencio, hasta que Torralba intentó escabullirse.
–
Director, creo que será mejor que me vaya...
–
¡Tú no te muevas de donde estás!
Sobrecogido por la furiosa orden de su director, el chico se quedó inmóvil. Ni siquiera arqueó una ceja.
Tomás se sentó en el sillón reservado al profesor de la clase, cruzó los dedos y pensó un instante, en silencio. Natalia y Torralba seguían en pié, al otro lado de la mesa, ocupando las dos esquinas más alejadas. Las pupilas del alumno parecían dos moscones que revoloteaban en sus cuencas, mientras la mirada de Natalia seguía oculta tras sus manos. Sólo gemía, más humillada que dolorida, por la cachetada que su marido le había propinado.
–
Tienes mucho que contarme, Natalia...
La joven tartajeó un “sí” casi ininteligible.
–
No puedo perdonarte... No algo así... No...
Natalia dio un paso adelante.
–
¡Por favor, escúchame! ¡No soy una santa, pero he pagado, y sigo pagando, por todos mis errores! ¡Ya no soy así! ¡Por favor, confía en mi!
–
...Tendrás que demostrarme que mereces mi perdón...
Natalia se apoyó ligeramente en el borde de la mesa, como si deseara acercarse a su marido pero tuviera miedo de hacerlo.
–
Haré lo que quieras,
todo
lo que quieras... – le prometió – . Pero por favor, no me abandones... te lo suplico...
El rostro de Tomás se transformó en una mueca casi demoníaca. Un hilo de saliva saltó de su boca al hablar.
–
¡Bien, zorra, ahora veremos cuánto valoras nuestro matrimonio! ¡Y tú me ayudarás, Torralba!
La boca de Tomás se curvaba en una sonrisa maquiavélica. El halo de luz matutino que se colaba entre las rendijas de la persiana salpicaban su rostro de sombras, recrudeciendo sus facciones.
¿Qué idea disparatada rondaba la cabeza del director?
Tomás extrajo una regla de plástico del primer cajón de la mesa y jugueteó con ella, pasándola de una mano a otra. Luego fijó sus ojos entrecerrados en los de Torralba.
–
Desnúdala.
–
¿C-cómo? – exclamó el muchacho, sin dar crédito.
Tomás respondió con una sonrisa sardónica.
–
Vamos, no me digas que nunca la has imaginado desnuda... No trates de engañarme; yo también fui joven una vez, y estudiante. Natalia es la profesora más maciza del instituto... Te has masturbado pensando en ella, reconócelo...
Torralba agachó la cabeza y reprimió una lágrima de vergüenza. ¡Naturalmente que la fabulosa anatomía de Natalia había inspirado la gran mayoría de sus fantasías onanistas! ¡De hecho, ella era la protagonista absoluta! En el insondable mundo de sus deseos, la joven profesora había compartido cama con él; con Jennifer, la chica más atractiva de su curso, y con él; con una despampanante presentadora de informativos y con él...
–
Ahora te doy la oportunidad de cumplir tu sueño... ¿No te apetece verla desnuda? – prosiguió Tomás en un tono casi paternal –. Pues ahora:
hazlo
.
Torralba giró el cuello lentamente para fijarse en su profesora. Ella parecía resignada. Un delta de lágrimas silenciosas surcaba sus mejillas. Tomaba el aire a grandes sorbos; no sólo le faltara el oxígeno, sino también las ganas de respirar. Parecía ausente, completamente sometida a los propósitos de su marido.
Torralba se encontraba ante la oportunidad de su vida y no estaba dispuesto a dejarla escapar. Repitió para sus adentros el famoso lema que había apuntado en su perfil de
: “Es mejor arrepentirse de haber hecho algo, que arrepentirse de no hacer nada” .
–
Con su permiso... – se excusó innecesariamente.
Natalia descruzó los brazos y los dejó caer a los lados. Torralba se acercó desde atrás, descorrió la cremallera de la sudadera de su profesora y se la quitó cuidadosamente. Como si temiera molestar a la mujer, dobló la prenda y la dejó sobre un pupitre cercano.
–
Bien, bien... – le felicitó Tomás –. Ahora la camiseta.
Natalia alzó los brazos para que Torralba le sacara la camiseta de tiros por la cabeza. El busto de la joven parecía mas desmesurado en el incómodo brasier reductor.
Torralba se relamió ante aquella visión de ensueño. Luego le bajó los pantalones de un tirón, revelando el pueril culotte de algodón que Natalia vestía bajo la ropa deportiva.
Con visible curiosidad, el muchacho dio un paso atrás para contemplar la casi completa desnudez de su profesora.
Natalia era una diosa encarnada; piernas largas y torneadas, estómago plano y silueta esbelta y curvilínea. Lo que había perdido de músculo durante el embarazo, lo había ganado en feminidad.
–
¡Joder, profe! ¡Está usted buenísima!
La primera reacción de la joven fue cubrirse con las manos, pero pronto recordó qué era lo que se esperaba de ella y permaneció inmóvil. Una extraña curiosidad comenzó a germinar en su interior: ¿Hasta dónde llegaría Tomás en su venganza?
Ni siquiera ella era capaz de prever el alcance de la inesperada reacción de Tomás. Pero de una cosa estaba segura: ahora era él quién estaba descubriendo una faceta oculta de su propia personalidad... y ella sufriría las consecuencias.
–
No quiero que le quites el sujetador – prohibió el director. Luego señaló el bajo vientre de su esposa –. Quítale las bragas; y esta vez, hazlo lentamente, por favor.
Natalia dio un respingo al sentir las manos frías de su alumno rozando su piel. Las piernas le temblaban, y un calor extraño irradiaba su pecho y soflamaba sus mejillas.
Pedirle a Torralba que no le arrancara las bragas a su profesora era como ofrecer una chuleta a un perro hambriento y esperar que se la comiera con cubiertos. Aún así, el muchacho intentó no defraudar al director que tan generoso estaba siendo con él.
Se colocó de rodillas, entre Natalia y el borde de la mesa, y fue bajando lentamente la prenda que había dejado de ser interior.
Una mata de vello cuidadosamente recortada apareció ante el fascinado rostro del muchacho.
–
Wow... – acertó a exclamar.
¡Estaba ocurriendo de verdad! ¡La vagina de su profesora de Educación Física estaba desnuda a escasos centímetros de su cara! ¡Incluso podía distinguir su intenso olor a hembra!
Natalia apretó los párpados con fuerza.
–
Cariño... Te lo suplico...
Tomás se levantó del sillón y rió con malicia.
–
¿Qué te ocurre? ¿Te sientes humillada? –. Ella no contestó. – No entiendo por qué sufres, cuando has cometido pecados mayores...
Tomás agarró a su mujer por la coleta y la empujó contra la mesa. La joven quedó apoyada sobre la superficie de madera, bocabajo, con las piernas estiradas y la punta de los pies sobre el suelo. Con el revuelo, la libreta de evaluación y sus bolígrafos cayeron desperdigados por el suelo.
Al ser maniatada por su marido, Natalia comenzó a sentir una picazón familiar entre sus piernas. Pese a lo atípico de la situación, una incipiente humedad comenzó a enaceitar su sexo. ¡Estaba tan caliente como la primera vez que había caído en las manos de Octavio, de los taxistas desconocidos, o de Mario en el
Pop's
!
–
¡No te muevas, perra! ¡Vas a recibir el castigo que mereces!
Aún sujetándola por el cabello, Tomás le propinó una ruidosa nalgada. Luego se giró hacia Torralba, que se rascaba disimuladamente los genitales por encima del pantalón, y le ordenó que se acercara a ellos.
Torralba se situó detrás de la joven, justo frente a su trasero desnudo.
–
¡Sepárate las nalgas, puta y muéstrale lo que tienes entre las piernas!
Natalia obedeció sumisamente; despegó sus carnes prietas todo lo que pudo y abrió ligeramente las piernas.
–
Dios mío... – suspiró Torralba con la mirada perdida entre los pliegues de la mujer.
–
Puedes tocarlo, si quieres... – le invitó Tomás.
Torralba no lo dudó un instante, y recorrió con su índice la longitud del sexo de su profesora, que dejó escapar un gemido de placer. La humedad brillaba en la carne más sensible de Natalia, y el dedo de Torralba pronto resbaló en ella, abriéndose paso en su interior.
Tomás escupió un buen salivazo en la vagina de su mujer, en un acto más humillante que práctico, ya que la lubricación de Natalia era notoria. Luego se sentó en el borde más cercano de la mesa, extrajo su propio teléfono móvil del bolsillo y conectó la cámara de video. El objetivo enfocó el rostro enrojecido de su esposa.
–
Saluda a la cámara cariño... – sonrió.
Al comprobar que Natalia prefería ignorarle, Tomás giró la cámara hacia Torralba.
–
¿A qué esperas para follártela? – le preguntó –. ¡Vamos, fóllate a tu profesora de una vez! ¡Lo estás deseando y ella también!
Torralba se fijó un instante en la hermosa vagina que se le ofrecía sin condiciones y en la imponente belleza que permanecía recostada sobre la mesa, con las manos todavía sobre las nalgas. La saliva de Tomás goteaba a lo largo de la raja, que aún parecía más apetitosa. No podía creer la suerte que tenía, y su alegría bordeaba la insana locura.
Incapaz de deshacer el nudo de su propio pantalón de chándal, Torralba tuvo que sacarse la prenda con una serie de pequeños tirones y sacudidas de cadera. El bailecito resultaba de lo más patético; tanto que Tomás se vio obligado a reprimir su risotada para no menguar la gravedad al momento.
El muchacho se puso colorado como un tomate.
–
Tomás... no es una buena idea... – gimoteó Natalia, sin creer ella misma en sus palabras.
Y es que ella ansiaba ser penetrada; lo necesitaba de verdad.
–
Tomás, Tomás ...
La joven se estremeció al ver el modesto bultito que crecía en los calzoncillos de Torralba.
–
Estás deseándolo, zorra... – le susurró su marido mientras seguía grabándola con el móvil –. Quieres que este gusano te la clave hasta el fondo...
–
Por favor, Tomás...
–
¿Sabes lo mejor? – continuó él –. Que yo también estoy deseando verlo, puta.
Aquellas palabras tan impropias de Tomás terminaron por desatar la libido de Natalia, que se retorcía de deseo. ¡Aquel era el mismo sexo duro y sucio que tanto le satisfacía, pero ya no se sentía culpable al practicarlo! ¡Su marido no sólo consentía la infidelidad, sino que la alentaba!
Torralba se acercó blandiendo su nimio miembro, que era tan fino y curvo como un alambre. Un ramaje de venas grisáceas se entrelazaba a lo largo del mástil, y el glande, más púrpura que rojo, comenzaba a segregar las primeras exudaciones seminales.
–
Esto para usted, profesora... – exclamó el muchacho.
Torralba acomodó su verga entre los pliegues que bordeaban el codiciado orificio de su profesora. Luego tomó impulso y la
ensartó en un único y desgarrador empujón.
–
¡Aagh! – se quejó ella.
El miembro de Torralba descargó una corriente de dolor entre la piernas de Natalia, que recorrió todo su cuerpo, partiéndola por la mitad. Afortunadamente, el muchacho no estaba demasiado bien dotado. Además, el cálido humor que irrigaba las paredes vaginales de Natalia logró mitigar en buena medida el daño provocado por la invasión.
La joven estaba tan mojada que Torralba no tardó en ahogarse en ella. Su verga resbalaba en el interior de Natalia, provocando un incómodo chapoteo que sonrojó a la muchacha.
–
¡Por favor, Torralba, dámela fuerte! ¡La quiero dura! ¡Así..! ¡Así...!
En un primer momento, los gemidos de Natalia intimidaron a su alumno; luego parecían animarle.
–
¡Me la estoy follando! ¡Me estoy follando a Natalia Olmos! – se repetía incrédulo.
El ritmo de sus embestidas iba en aumento y Tomás era consciente de que el adolescente no tardaría en alcanzar el orgasmo. Sin apartar la cámara del rostro desencajado de su esposa, Tomás se bajó la bragueta y extrajo su miembro, que ya presentaba una dolorosa erección. Luego comenzó a masturbarse.
Torralba, arrastrado por el desenfreno, apoyó una de las piernas de su profesora sobre la superficie de la mesa, facilitando así la penetración. Después de avenirse a la nueva postura, el muchacho hundió su verga hasta el fondo de Natalia, concentrándose en un rítmico e inexorable martilleo.
–
¡No pares! ¡No pares! ¡Oh, Dios!
Prácticamente sin aviso previo, una violenta implosión sacudió la anatomía de la profesora, que comenzó a aullar como una perra en celo. Todo su cuerpo se convulsionaba mientras una serie de explosiones más pequeñas se sucedían en lo más profundo de su ser.
El móvil de Tomás inmortalizó el momento.
Y justo cuando creía que la tormenta había amainado, el primer orgasmo dio paso a un segundo todavía más brutal y degenerado.
Para cuando Natalia recuperó la conciencia de sí misma, Torralba se había vaciado en su interior. En una actitud casi cómica, el chico seguía bombeándola, pese a que su miembro había perdido toda la dureza. Sin duda, estaba dispuesto a exprimir el momento al máximo, a sabiendas de que no volvería a gozar de una hembra así en la vida.
Tomás seguía masturbándose, ahora sobre la cara de su mujer. Los ojos verdes de Natalia recorrieron la virilidad de su esposo con avidez, deleitándose en la perfección de sus formas, el grosor de su tronco, el brillo de su cabeza... ¡Menudo portento era su marido! ¡Jamás había visto un miembro tan espléndido como aquel!
Aquella verga era el mayor afrodisíaco que jamás había probado. Su simple visión la inundaba de jugos... ¡Sólo ansiaba metérsela en la boca y succionarla hasta secar los testículos de su marido!
Obedeciendo a su instinto más primario, la joven separó los labios y se la tragó entera. El yerto nervio de su marido invadió su garganta hasta casi asfixiarla, mientras sus mandíbulas se esforzaban en abarcar toda la carne que Tomás le ofrecía.
–
¡Sí, cómetela, zorra! ¡Cómetela entera!
En ese instante, mientras Tomás copulaba con su boca y su vagina goteaba el semen de uno de sus alumnos, Natalia se sintió como una
puta. De hecho, era una puta; una puta hambrienta que sólo era capaz de saciarse con el sexo más sórdido y enfermizo; denigrándose, siendo humillada y maltratada.
Tomás gemía con pasión, empujando su verga hasta la campanilla de su mujer, para masturbarse en sus labios después.
Natalia estaba ansiosa por tragarse su semen, pero Tomás no se lo permitió. Aplastó su cabeza contra la mesa y eyaculó sobre su rostro inmaculado. Un torrente caliente y lechoso se estampó contra su mejilla, encharcándose sobre su ojo izquierdo, bajo la nariz... embadurnándolo todo.
La esperma que se precipitaba en gruesas gotas sobre la mesa acabó formando un surco espeso alrededor de su cara.
En ese momento, Tomás apagó el móvil.
La joven quedó tumbada en la misma posición, agotada tanto física como emocionalmente. Pero por primera vez en su vida, había disfrutado de un sexo pleno si padecer la tortura del arrepentimiento.
Torralba por fin había desecho el nudo de su chándal y estaba prácticamente vestido. Su voz quebrada interrumpió la sinfonía de jadeos que cruzaban marido y mujer.
–
Director... ¿Podría devolverme mi móvil?
Tomás se subió la cremallera del pantalón, y sonrió con malicia.
–
¿Te apetece tomar un recuerdo de tu hazaña?
El director manipuló el
iphone
de Torralba hasta encontrar la cámara fotográfica y activarla. Luego situó al alumno junto al cuerpo de Natalia, que seguía tumbada bocabajo sobre la mesa, y se acercó dos pasos, para lograr el plano más cerrado posible de la escena.
Torralba apoyó la cabeza en una de las nalgas de Natalia; su cara quedaba a escasos centímetros de la sonrojada vagina de la muchacha, que aún rezumaba semen. El alumno, en un gesto divertido, saludó al objetivo de la cámara con el signo de la victoria, justo antes de que Tomás pulsara el disparador.
–
Bien hecho, hijo... – le felicitó el director.
Tomás le devolvió su
iphone,
le pasó el brazo por el hombro y lo acompañó hasta la salida del aula.
–
Torralba, puedes contar esto a quien quieras; a los amigos, a la familia, incluso colgarlo en tu blog de internet. A mi no me importa... – aseguró –. Pero ten en cuenta que nadie lo tomará en serio. Harás el ridículo. Y recuerda que soy el director de este centro. Basta una orden mía para que no vuelvas a aprobar una asignatura más en tu vida... y eso ni tu padre podría evitarlo... No sé si me explico con claridad...
El chico asintió.
–
Bien, pues disfruta de tu triunfo, entonces. Nada te impide fanfarronear con la foto recuerdo, siempre que te inventes a otra dueña para ese coño... ¡Seguro que te harás muy popular en las redes sociales!
Cuando Torralba abandonó la clase, Tomás se dirigió a su mujer, que se había sentado sobre la mesa con las piernas ligeramente separadas y limpiaba su vagina con una servilleta de papel.
Tomás sonrió exultante: ¡Su mujer jamás le había parecido tan hermosa!
–
¡Ha sido la mejor experiencia de mi vida!
La exclamación de su marido tomó a Natalia por sorpresa. Ya no conocía a Tomás, de eso podía estar segura.
–
¡Tendríamos que repetirlo, cielo! – añadió emocionado.
Ambos se fundieron en un apasionado abrazo. Natalia rió nerviosa, sin salir de su asombro.
–
Te amo, Tomás.
–
¡Y yo a ti, Natalia, para siempre!
IV
Después de aquel día, la vida conyugal de Tomás y Natalia cambió para siempre; y a mejor.
Por fin eran uno, cómplices del mismo delito que se entregaban sin reparos, ni secretos. Ya no hacían promesas; cumplían sus sueños, y el mundo giraba a la velocidad que ellos querían. En aquella aula se habían conocido de verdad, y allí fue donde descubrieron la felicidad.
La relación entre ellos, que siempre había sido demasiado fría y cordial, pasó a ser ardiente; y la cama matrimonial, que antes sólo usaban para dormir y cumplir episódicamente con sus obligaciones conyugales, se había convertido en el lugar favorito de la casa. Por la mañana, al mediodía, durante la tarde y la noche, sus sábanas siempre estaban revueltas y salpicadas de húmedos testimonios de un amor ignoto, aún por explorar.
Y fue justo allí, en la cama desecha, donde Tomás volvió a sorprender a su mujer.
–
Quiero enseñarte algo, cariño...
Natalia intentaba recomponer su desecho peinado mientras la agitación disminuía en su pecho. Aún desnuda y con las ventanas completamente abiertas para que corriera el aire fresco, seguía sofocada de calor. Su piel estaba perlada de sudor frío.
Con gesto de dolor, apoyó la espalda en el cabezal de la cama y cerró las piernas. Hacía más de dos horas que no juntaba las rodillas y sus músculos abductores comenzaban a chirriar.
–
¿Recuerdas que hablamos hace unos días de hacer algo
diferente
? – le preguntó Tomás con dulzura – Bien, pues el jueves fui..., bueno a comprar algún juguetito para ti, o un conjunto provocativo, ya sabes... y acabé llevándome esto...
Tomás le entregó un libro pequeño, de tapas blandas y papel barato. Natalia se fijó en la portada y frunció el ceño:
–
¿Páginas Rojas, Guía Erótica de Avisos Clasificados? – leyó ella con entonación inquisitiva. Luego ojeó algunas páginas al azar –. “Busco señorita que comparta mi afición a la zoofilia. Yo varón de cuarenta y dos años con casa y perro propio...” “Se precisa señoras de más de cincuenta años para encuentros liberales y orgías, preferiblemente viudas”.
La joven profesora arrugó la cara al leer uno de los anuncios que no se atrevió a pronunciar en voz alta.
Tomás se acostó en la cama, de lado, con la cabeza apoyada sobre la palma de la mano. Estaba tan desnudo como ella y lucía una sonrisa picarona en los labios.
–
Hablamos de repetir lo del otro día ¿verdad?
Natalia asintió con una mueca airada.
–
Vale, pues he pensado que sería mejor llevar todo esto con más discreción. Ya sabes, para evitar problemas... – explicó pausadamente –. En la guía hay decenas de anuncios de parejas que buscan lo mismo que nosotros...
Los ojos felinos de Natalia se entrecerraron, sopesando en silencio la escurridiza proposición de su marido. En ese instante, se acordó de sus anteriores vecinos, Octavio y Lorena. Ellos mantenían una relación abierta, llena de amor y confianza, y durante un tiempo, Natalia deseó que su matrimonio de asemejara más al suyo. Pero ahora, que ese anhelo estaba a punto de convertirse en realidad, se sentía perdida, incapaz de anticipar las consecuencias.
–
¿Un intercambio? ¿De verdad te parece una buena idea, cariño?
–
Bueno, pensé que a ti también te haría ilusión...
Natalia negó con la cabeza y sonrió. Un halo de luz blanca se colaba por la ventana y bañaba su rostro de ángel. Estaba preciosa.
–
No, no quise decir eso... – se disculpó –. Supón que nos citamos con otra pareja y el marido resulta ser un tipo... digamos que poco agraciado.
Tomás guardó silencio un instante.
–
Bueno, eso me daría más morbo... – contestó –. Y creo que a ti también.
Natalia fingió indignarse. Luego sonrió con timidez, y sus mejillas se sonrojaron.
–
¿Y si resulta que es ella quien es una vieja horrible y velluda?
–
Entonces me limitaré a mirar...
El miembro de Tomás volvió a erguirse.
–
¿Te lo estás imaginando? – preguntó ella con gesto risueño –. ¡Eres un guarro!
–
¡Al menos yo no hago gárgaras con semen!
La respuesta airada de Tomás enojó a su joven esposa, que agarró una almohada y le golpeó con ella. Luego se abalanzó sobre él, inmovilizándole los brazos. Sintió la carne dura de Tomás entre sus muslos y comenzó a humedecerse.
Ella lo miró con ojos acerados antes de preguntarle:
–
¿Estás seguro de querer hacerlo?
Él asintió con firmeza.
–
Me pongo a mil sólo de imaginarte con otro hombre... – confesó –. Y sé que eso también te haría feliz a ti.
–
¡Vale, pues hagámoslo! ¡Será divertido!
V
Lo cierto es que aquella cita no estaba resultando como Tomás y Natalia habían previsto. Normalmente, dos matrimonios que desean un intercambio suelen conocerse en un club nocturno o en algún lugar dedicado expresamente a ese propósito. Lo que ni Tomás ni Natalia hubieran imaginado jamás es que conocerían a sus parejas en un estadio de fútbol.
Tomás había hablado dos veces con el marido por teléfono y habían acordado reservar sus identidades reales hasta encontrarse personalmente. De esa manera ninguno de los dos se vería comprometido en caso de que el otro fuese un bromista o un incumplidor.
El tipo le pareció de fiar. Tenía la voz grave, y tal vez fuera un señor maduro, algo mayor. Poseía una gran facilidad para hilar una conversación, y gracias a ese extraño don de palabra, Tomás se había sincerado con él.
El desconocido había disipado todos sus miedos. Según contaba, poseía un largo bagaje de intercambios y otras combinaciones aún más liberales. Había vivido experiencias de todo tipo; algunas muy satisfactorias, y otras para olvidar. Sin embargo todas le habían servido para unirse más a su mujer. Compartir todos sus deseos, sin ninguna restricción, les hacía libres, y los mejores amantes.
–
Fila siete, asientos veintiuno y veintidós... – repitió en voz alta Natalia sin tener que consultar las entradas.
Su marido y ella llevaban casi veinte minutos buscando sus localidades. Ninguno de los dos era aficionado al fútbol y era la primera vez que acudían al estadio.
El día era inusualmente caluroso. A las cuatro de la tarde, el sol estaba en su plenitud, y reinaba implacable sobre los treinta mil espectadores que, como hormiguitas en un terrario, recorrían el estadio en busca del mejor asiento. No había ni una sola nube en el cielo. Los rayos solares caían sobre la multitud en un ángulo de noventa grados y herían la piel de quienes habían olvidado sus viseras en casa. El aire era denso y pesado, y el cemento caliente que pisaban desprendía un olor muy peculiar.
–
Fila siete... debe ser allí abajo.
Natalia siguió a Tomás por una estrecha escalinata. Pasaron junto a dos aficionados que esperaban pacientemente el comienzo del encuentro apurando unos vasos de cerveza fría. El plástico de los vasos exudaba finas perlas de agua fría, y Natalia sintió su garganta reseca.
El misterioso caballero que se encontraba tras el anuncio clasificado les había regalado las entradas, que debían recoger en la sede del club, con la promesa de conocerse el día del partido. Al parecer, su mujer y él ocuparían las localidades adyacentes.
–
No desesperes, cariño... nuestros asientos deben encontrarse por aquí...
La joven profesora había venido dispuesta a combatir el calor de la mejor manera. Vestía un
mini-short
quizá demasiado audaz para el evento. Sus piernas desnudas, realzadas por unas sandalias de medio tacón y correas de cuero, atraían la atención de un público mayoritariamente masculino. Su camisa era fresca y vaporosa, y descubría sensualmente uno de sus hombros. Al escoger su vestuario, Natalia se había asegurado de dejar sin aliento a su desconocido y futuro amante.
–
¡Esta es la fila siete! – exclamó Tomás, que había declinado amablemente la ayuda de un acomodador – ¡Y aquellos son los asientos!
Tomás y Natalia recorrieron el pasillo, cantando en voz alta el número de cada butaca. Al ubicar por fin los asientos veintiuno y veintidós, se fijaron en los ocupantes de las localidades contiguas.
Y se llevaron una grata sorpresa.
Se trataba de una pareja más joven que ellos; ninguno de los dos parecía alcanzar la treintena.
El chico era alto, de complexión atlética, con la cabeza afeitada y dos brazos como pistones. Vestía la camiseta del equipo de fútbol local y una bufanda a juego. Su mujer era una preciosidad; morena de piel y cabellera, de formas más gráciles y menudas que Natalia, pero igualmente deliciosas. Tenía unos labios carnosos y sensuales, y unos ojos desproporcionadamente grandes para su rostro.
Tomás saludó al muchacho con los ojos, y ocupó su asiento. Natalia le imitó. Ambos esperaron en silencio a que el desconocido terminara de hablar por el móvil, mientras el estadio coreaba el once que defendería los colores de la ciudad en el terreno de juego.
Natalia se acercó al oído de su esposo y le susurró:
–
¿Te has fijado en que no llevan alianzas? ¿Y si no son ellos? ¿Nos habremos equivocado de personas?
Las sospechas de Natalia no tardaron en confirmarse cuando una segunda muchacha y un anciano saludaron a la pareja y se sentaron a su lado; los cuatro habían venido juntos a ver el partido.
Una vez descartados los asientos contiguos a Tomás, estaba claro que el misterioso matrimonio se sentaría junto a Natalia.
La joven se dio la vuelta instintivamente. Un hilo frío recorrió su espalda.
–
¡Ah, deben ser ellos! – masculló Tomás.
Un hombre chaparro, regordete, calvo y totalmente bañado en sudor, les saludo a distancia. Su mujer, de rostro ajado, peinado de salón y silueta llamativa, apenas podía seguirle el paso.
–
¡Sí, son ellos, no hay duda! – añadió Tomás mientras les devolvía el saludo.
Natalia apoyó sus gafas de sol
Carrera
en la punta de la nariz, para comprobar con sus ojos propios ojos que no estaba equivocada. Desgraciadamente, vio cumplidos sus peores pronósticos.
Tomás se levantó de su asiento para estrechar la mano del desconocido. Luego intercambiaron presentaciones.
–
¡Encantado de conocerle! – dijo educadamente Tomás –. Aunque su cara me es familiar... ¿No nos habremos visto antes? ¿Tiene usted hijos en edad escolar?
El hombre meneó la cabeza.
–
No, me temo que nuestros hijos son mayores... – contestó –. Pero sí, Tomás, tiene usted razón; nos conocemos...
...fuimos vecinos, ¿me recuerda?
Tomás se encogió de hombros.
–
Bueno, soy taxista y paso poco tiempo en casa – prosiguió –. Seguramente se acuerde mejor de mi esposa, Lorena. Era muy amiga de Natalia...
Lorena estiró el cuello para intervenir en la conversación.
–
¡Qué casualidad,
Naty
! – exclamó Lorena –. Nunca hubiera imaginado que nos volveríamos a ver, y menos para... esto.
Natalia desvió la mirada, apabullada por las circunstancias. Entonces, Tomás comprendió que no había sido buena idea acudir a la cita y buscó la salida más correcta al atolladero.
–
En fin, lógicamente, esto debe ser bastante incómodo para ellas... – añadió, en defensa de Natalia –. Si eran tan amigas, y habiendo sentimientos de por medio, quizá no sea buena idea seguir adelante...
La mano de Natalia se posó en el muslo de Tomás para interrumpirle.
–
No, está bien. Todo está bien, cariño... – concluyó ella –. Lorena es una tigresa en la cama. Te volverá loco...
Los cuatro rieron a viva voz, liberando la tensión que habían acumulado durante el accidentado reencuentro.
Natalia ya no temía las consecuencias de aquella aventura. ¿Qué es lo peor que le podía pasar? ¿Que se excitara en los brazos de Octavio más que en los de Tomás? Fijándose bien en su antiguo vecino, descartó la idea; ambos varones no podían compararse.
Y es que Natalia estaba completamente enamorada de su esposo, más que nunca en la vida. Amaba no sólo su cuerpo, sino también su alma. A su lado se sentía afortunada y sólo anhelaba colmar todas sus necesidades, complacerlo. Su amor por él todo lo creía, todo lo soportaría, todo lo esperaba. Y aquello tan fuerte que palpitaba en su pecho jamás caería en el olvido, porque simplemente era
amor.
Lorena le ofreció un trago de cerveza fría y Natalia lo aceptó de buen grado. A partir de ese día, no sería lo único que ambas mujeres compartirían.
(c) Angelo Baseri
05082011