Corrupción de una Esposa - 03 (de 4)
Natalia pretende abandonar para siempre su vida de vicio y degradación antes de que sea demasiado tarde. Para ello, deberá superar la prueba más difícil de su vida.
EPISODIO 3 (de 4)
I
Eran las seis y media de la tarde. El sol agónico teñía el austero mobiliario del despacho del director de un vivo carmesí.
Tomás se estiró en la silla hasta que sus huesos crujieron, dejó sus anteojos de lectura a un lado y se restregó los ojos. Había sido otra jornada aburrida, monótona y agotadora. Sólo deseaba darse un buen baño de agua caliente y leer a Ken Follett hasta quedarse dormido.
Pero no había descanso para un hombre tan ocupado como él. Documentos y carpetas se apilaban en su escritorio en espera de los escasos cinco minutos que Tomás, director del instituto, pudiera dedicarles. En realidad no conocía a ningún otro docente que se aplicase con tanta ilusión como él a la enseñanza. Tomás era un hombre recto, honrado, de profundas creencias religiosas, y como buen creyente, no tenía reparos en sacrificar su tiempo por el bien de la comunidad. Sin embargo, últimamente extendía su jornada hasta casi el final del día, y Tomás se preguntaba si no estaría huyendo de su hogar inconscientemente, volcándose en su trabajo.
Oficialmente, su matrimonio con Natalia atravesaba un gran momento. Ella se estaba sometiendo a un tratamiento de inseminación artificial para quedarse embarazada. Ambos deseaban un niño con locura. Esa criatura supondría para Tomás y Natalia la expresión más perfecta de su amor.
Sin embargo, Tomás cada vez se sentía más incómodo con la decisión de procrear en un frío laboratorio, y se arrepentía de haber sido él quien propusiera una solución tan espinosa. La excusa religiosa no era válida para explicar el rechazo que la inseminación le producía. Él era estéril y la única manera de dar un nieto a su madre era a través de métodos de reproducción asistida, así que la decisión era simple: o la inseminación artificial o renunciar a la descendencia.
No, se trataba de algo más profundo. La mera idea de que el esperma de otro hombre descansara en el vientre de su joven y preciosa esposa le hacía bullir la sangre...
Como si intentara huir de sus pensamientos, Tomás se levantó del sillón y se acercó a la mesita que ocupaba una de las esquinas de su despacho, para servirse un vaso de agua mineral.
En ese instante, escuchó unos nudillos llamando suavemente a su puerta.
Tomás se sobresaltó al escuchar el sonido. Dejó el vaso en la mesita y se acercó a la puerta con cautela. A las siete menos cuarto de la tarde ya casi no quedaba nadie en el centro. Se tranquilizó al recordar que en ocasiones Demetrio, el viejo conserje, le ofrecía una taza de café cuando sentía la necesidad de hablar con alguien.
Con su mejor sonrisa, Tomás abrió la puerta. Tardó unos segundos en reconocer a su esposa.
– ¿Natalia? – farfulló. – ¿Qué haces aquí?
– ¡Ah, señor director, yo también me alegro de verle! – rió ella con un gesto de malicia – ¿Me permite pasar? Necesito hablar con usted…
Tomás se hizo a un lado y contempló a la hermosa mujer que entraba en su despacho. En nada se parecía a la casta esposa que había dejado esa mañana en casa, acostada en la cama.
– ¿Te has cortado el pelo? – atinó a preguntar.
– Los hombres se cortan el pelo, señor director, las chicas nos hacemos un corte… – respondió con fingida vanidad mientras se atusaba las puntas –. ¿Le gusta?
Tomás arqueó las cejas. Natalia se había recortado su lacia melena oscura hasta darle forma de peluca clásica, con los flecos regulares sobre las cejas y las puntas rectas un poco más largas que el entorno de su rostro. Así, con su nuevo peinado y sus ojos grandes y brillantes, Natalia parecía una antigua reina del Nilo.
– Es… sugerente.
Natalia le guiñó un ojo. A juzgar por la reacción de Tomás, el cambio de imagen había tenido éxito.
Incapaz de soportar la belleza de su mujer, Tomás le dio la espalda y se ahogó en el gigantesco vaso de agua que había dejado sobre la mesita de la esquina. Su nuez parecía el pistón de un motor mientras tragaba la bebida a grandes buches.
Hacía años que no veía a Natalia vestida de una manera tan llamativa. Su mujer calzaba unos zapatos de tacón grueso y calcetines verdes hasta casi la rodilla. Llevaba puesta una falda plisada a cuadros que, a razón de su tamaño, se asemejaba más un cinturón grueso que a una minifalda, un corbata a juego y una ceñida camisa blanca de botones.
Si la intención de su esposa era vestirse como una colegiala, no lo había conseguido; parecía más bien una prostituta disfrazada de colegiala.
– No deberías estar aquí… – dijo Tomás, abrumado. – El doctor recomendó reposo absoluto. Deberías permanecer en cama hasta que el tratamiento consiga resultados…
Natalia se llevó un dedo a la boca, en un gesto tan provocativo como infantil. Aquella mujer se parecía a Natalia, pero no era ella, al menos no la que había conocido durante sus maravillosos años de matrimonio.
– Es que me he olvidado algo en su maletín, señor director… – musitó ella con voz femenina –. No puedo volver a casa sin eso, o mis padres me castigarán severamente…
Tomás arrugó el ceño. Su mujer insistía con la representación director-alumna, y él, que no era hombre imaginativo, se sentía cada vez más atrapado en el juego. Abrió el maletín con la intención de devolverle lo que quiera que su mujer hubiera dejado en su interior y zanjar de una vez por todas aquel teatrillo de dudosa moralidad.
Tomás registró el fondo del maletín y los bolsillos interiores, hasta que las yemas de sus dedos rozaron un objeto de tacto cálido y sedoso. Intentó adivinar su naturaleza antes de sacarlo al exterior, pero fu incapaz. Cuando lo tuvo ante sus ojos, comprendió que jamás lo hubiera adivinado.
– ¿Tus braguitas? – resopló Tomás, agitando la prenda.
La joven rió divertida mientras levantaba ligeramente su falda. Tres centímetros más tarde, la entrepierna depilada de Natalia apareció desnuda en el santo despacho del director.
– Me di cuenta de que me faltaban en el autobús, cuando sentí una corriente fresquita en el único lugar donde jamás he pasado frío. El anciano que estaba sentado frente a mí no apartaba su mirada de mis piernas… Y no eran mis piernas lo que estaba mirando.
Tomás no daba crédito: ¡La prenda más íntima de su mujer llevaba todo el día en su maletín¡ ¡Podía habérsele caído al suelo en alguna de las cincuenta veces que extraía sus libros de texto a lo largo del día! ¡Natalia! ¡Su siempre sobria y temerosa esposa!
Estaba tan confuso que no acertó a pronunciar palabra. Su miembro erecto se estaba asfixiando en el interior de sus pantalones.
Ella se acercó con gracia felina, menando sus caderas con la cadencia de un reloj suizo, y Tomás, por primera vez desde la noche de bodas, sintió miedo .
– ¡Natalia! ¡Este no es lugar…! Podría entrar alguien…
– Eso lo hace más interesante, señor director…
Natalia se había preguntado antes de entrar en el despacho cómo reaccionaría su marido ante un despliegue tan inusual de seducción. ¿Se dejaría llevar por la pasión o la rechazaría categóricamente?
La humedad rezumaba en su entrepierna desnuda y se sorprendió por ello, porque había sido la culpabilidad, y no el amor, lo que le había impulsado a entregarse como jamás había hecho a su querido esposo.
La joven le había sido infiel en varias ocasiones, y de las maneras más escabrosas que la mente de ningún depravado pudiera imaginar. Sentía su corazón apretándose como una nuez cada vez que su traicionera cabecita revivía aquella infamia. Pero ahora, sometida al tratamiento de reproducción asistida, estaba dispuesta a recomponer los mil trocitos en que se había partido su felicidad conyugal.
El primer paso ya lo había dado: romper con Octavio y el resto de compañías que la habían llevado por el camino de la descomposición y el dolor. El segundo consistía en recompensar a Tomás por el agravio que él no sabía que ella le había causado. Quería entregarle aquello que otros, sin merecerlo, ya habían poseído. Amaba a ese hombre, y pretendía expiar todos sus pecados entre sus brazos musculosos y el brillo de su mirada.
– Pero no podemos… el tratamiento…
La muchacha suspiró excitada. El nuevo corte de pelo acentuaba la malicia de su mirada.
Se arrodilló a los pies de su marido y lo miró con descaro.
– Conozco, señor director, otras maneras de aprobar su asignatura… – ronroneó –. ¿Es que acaso su frígida mujercita nunca le ha chupado la polla, señor director?
Acto seguido, su mano derecha acarició con suavidad el enorme bulto de Tomás, de arriba a abajo. Natalia cerró sus enormes párpados, mientras medía la verga dura de su marido con el tacto de sus dedos. Alternar con distintos amantes, algunos desconocidos y otros que nunca debió conocer, le había aportado un importante término comparativo respecto a su marido, y estaba segura que Tomás era más hombre, más limpio y mejor dotado que todos ellos.
Tomás tardó en reunir la valentía suficiente para mirar a los ojos de Natalia, y ésta, frotándole el sexo con la palma de su mano sobre la tela del pantalón, le sonrió con picardía.
Casi involuntariamente, el privilegiado director apoyó su trasero en la mesa de escritorio y adelantó la pelvis hacia el rostro de su irreconocible esposa.
– Yo… no es necesario que hagas esto… Natalia… Es…
Los ojos de Natalia eran dos lunas llenas.
– ¿Humillante? – añadió la joven.
Su marido no contestó.
– ¿Desea humillarme, señor director?
Desabrochó el pantalón de Tomás y lo bajó con cuidado. Los boxers se adherían a la masculinidad de Tomás como una segunda piel. Natalia se incorporó ligeramente y besó con ternura allí donde supuso que se alojaba el glande.
– Recuerde que sólo soy una zorrita dispuesta a todo por su aprobado…
Tomás estuvo a punto de protestar pero no tuvo fuerza para hacerlo. Sentía el aliento cálido de Natalia sobre su pene, y sus dedos largos y femeninos jugueteando con sus testículos hinchados. Por un instante, Tomás creyó que Natalia se había asombrado con sus dimensiones. De hecho, el propio Tomás no recordaba la última vez que hubiera estado tan excitado. La erección era ya dolorosa.
– No creo que esto sea oportuno… – rezongó Tomás –. Natalia, no irás a…
Sí, lo iba a hacer, Tomás estaba convencido de que acabaría practicándole una felación. El sexo oral era insólito en sus relaciones matrimoniales. Quizá lo hubieran probado un par de veces, motivados por la ilusa curiosidad juvenil, pero siempre en la oscuridad del dormitorio. En todas las ocasiones, la práctica había culminado con un sentimiento de vacío y culpabilidad.
Y ahora, la que creía devota y adorable esposa, estaba arrodillada a sus pies, dispuesta a meterse su enorme verga en la boca.
Tomás se sentía agredido, intimidado. Natalia nunca se había comportado de una manera tan irracional, y no sabía como controlarla. Casi sin darse cuenta, fue ella quien se adueñó del momento.
– Espera… espera un segundo, Natalia…
Cuando ella bajó los calzoncillos de su esposo, sintió una punzada de desilusión. El pene de Tomás se había retraído con timidez, pero no perdió un segundo en ponerle remedio. Se irguió levemente sobre sus rodillas y engulló la carne blanda de su marido.
Apretó sus labios exquisitamente maquillados en torno al glande, que aún presentaba un color pálido y una consistencia maleable, luego comenzó a estimularlo con igual dosis de delicadeza que de efusión. Succionó con fuerza el glande, antes de separar sus labios y acariciar el orificio urinario con temerosos lengüetazos.
Natalia humedeció sus labios con abundante saliva y besó con suavidad el glande de su amado esposo, que cada vez estaba más caliente e hinchado.
– Ohh – suspiró Tomás.
Él no recordaba que una felación pudiera ser tan placentera, ni que su mujer poseyera una técnica tan depurada.
La joven agarró por primera vez el mango de Tomás y recorrió con la lengua toda su longitud, desde la base hasta la cabeza. Admiró durante un instante la espléndida envergadura de su marido, y se lo tragó después. No tardó demasiado en acomodarla en su garganta. Luego, con el glande sobre su lengua, levantó los ojos y miró a Tomás con lujuria.
Su marido contuvo el aliento. Jamás, en los años que llevaba junto a ella, había visto una mirada así. Era arrebatadora, hipnótica.
– ¿Cree que merezco un castigo, señor director? – preguntó ella –. ¿Merezco una bofetada?
Él no respondió, preguntándose si Natalia hablaba realmente en serio. La joven sonrió y disipó todas sus dudas.
– Deme una bofetada, señor director…
Tomás apartó la vista del denigrante espectáculo que protagonizaba su irreconocible esposa. Tenía miedo de perder la cabeza.
– Natalia… ¿Qué me estás pidiendo?
– ¡Abofetéame si eres hombre!
Los pulmones de Tomás se llenaron y vaciaron de aire, antes de que su mano abierta se estampara contra la cara virginal de su mujer.
– ¡Lo siento! ¡Lo siento, Natalia! ¡Yo... perdóname mi vida!
Para mayor desconcierto, Natalia no pareció inmutarse. En vez de eso, entrecerró los ojos y sonrió satisfecha. Luego aprovechó la saliva que cubría el miembro para comenzar a masturbarlo, primero con la mano, y después con la boca.
La succión produjo un sonoro chasquido cuando Natalia sacó el pene de su boca y volvió a dirigirse a su marido.
–
Ordéname que te la chupe…
Los ojos de Tomás se abrieron como platos.
– ¿Qué?
– Ordéname que te haga una buena mamada…
Tomás se cubrió el rostro con las manos, incrédulo.
– No puedo hacerlo...
– ¡Sólo hazlo, maldita sea!
Las palabras burbujearon en la garganta de Tomás, hasta que por fin salieron en forma de exclamación.
– ¡Pues chúpame la polla si quieres, pedazo de puta!
El grito desgarrador y resignado de Tomás retumbó en el silencio del instituto, aunque afortunadamente Demetrio, el viejo conserje, estaba medio sordo.
La voz había salido de lo más profundo de su ser, porque eso era exactamente lo que llevaba pensando desde que vio a su mujer entrar en su despacho vestida como una degenerada. Su mujer se comportaba como una auténtica puta.
Lo peor de todo era que aquel insulto intolerable había servido de incentivo para que su mujer devolviera toda su atención al magnífico trabajo oral que le estaba realizando.
Tomás, en un arrebato de sinceridad, volvió a pronunciar las palabras mágicas que su esposa tanto ansiaba escuchar:
– Eres una zorra perversa, Natalia… ¡Nunca pensé que pudieras ser tan puta!
La boca de Natalia chupaba con asombrosa soltura. Cada músculo se afanaba en proporcionar el máximo placer posible a su afortunado huésped. Un grácil balanceo de todo su cuerpo acompañaba al movimiento rítmico de cuello y manos, en un importante esfuerzo coordinado cuyo objetivo no era otro que exprimir el jugo de los testículos de su marido.
Tomás estaba a punto de eyacular. Quizá fuera el morbo de la situación, o quizá el recién descubierto lado salvaje de su esposa o su prodigiosa pericia en el sórdido arte del sexo oral, pero lo cierto era que jamás había llegado al orgasmo tan rápido.
Natalia separó los labios, en una clara invitación a su marido.
Tomás no daba crédito a lo que estaba viendo… ¿Acaso Natalia pretendía que eyaculara en el interior de su boca?
– ¡Espera! – exclamó –. ¡Dame un pañuelo de papel! ¡Espera, por favor!
En un desesperado intento por evitar la consumación más flagrante de la degradación moral de su esposa, Tomás dio un paso atrás, pero ya era tarde. Largos chorros de semen caliente regaron el rostro de Natalia, para descender luego, en forma de gruesas gotas, por sus facciones angelicales y quedar acumulado en los recodos más profundos de su relieve, bajo los ojos y junto a las fosas nasales.
– Dios… – suspiró ella complacida.
Un grueso colgajo de esperma se precipitó por el mentón de Natalia. La joven, en vez de limpiarse, se untó los dedos con él. Con gesto divertido, mezcló el semen de Tomás con su saliva y lo tragó después. Adoraba el sabor a hombre, aunque el de su marido era demasiado líquido para su gusto.
Los músculos faciales de Tomás se contrajeron en una mueca indescriptible de cólera. Sentía arcadas, asco de su esposa y también de sí mismo, y unas ganas irrefrenables de canalizar su vergüenza en una soberana bofetada. Pero se contuvo.
– Márchate de aquí ahora mismo... – susurró.
Natalia arqueó las cejas.
– Cariño, yo...
– ¡Sal de aquí ahora mismo, zorra! ¡Ya hablaremos en casa!
La joven se vistió en un segundo y salió del despacho sin cruzar palabra con su marido. Llevaba menos ropa que cuando había entrado, pues ni siquiera tuvo tiempo de recoger la corbata, ni el sujetador.
Una lágrima resbalaba por su mejilla, y ni siquiera ella misma tenía claro el porqué. Quizá lloraba de amargura, al comprender que Tomás jamás podría saciar el hambre voraz que removía sus entrañas. O quizá era miedo lo que sentía; miedo a que el deseo fuera más fuerte que ella misma y acabara convertida en un juguete en sus manos.
No podía permitir que eso ocurriera.
Amaba a su marido y estaba dispuesta a cumplir sus votos y pasar la vida junto a él, así que extrajo el teléfono móvil del fondo de su bolso y buscó un número en la memoria.
– ¿Lorena? Necesito verte. Sí, ahora mismo... Allí estaré.
II
Aquella no era la noche más adecuada para dar un paseo por la playa. El cielo era un manto lavado en tinta negra, y no había ninguna estrella pintado en él. El viento del norte helaba el rostro circunspecto de Natalia.
Sus ojos se entornaron cuando observó la figura de su vecina Lorena dirigiéndose hacia ella, con los zapatos en la mano.
– ¡Natalia! ¿Cómo estás? ¡Me encanta tu nuevo corte de pelo! – le saludó unos metros antes de llegar hasta ella. – ¿Por qué me has citado aquí? Podríamos haber tomado un café en casa...
– No – zanjó ella. – No quiero cruzarme con tu marido...
Lorena asintió.
– Necesito tu ayuda, Lore, y la necesito de verdad... – Natalia tragó saliva antes de pronunciar las tres siguientes palabras: – Te lo suplico.
– ¿Qué te ocurre?
Natalia comenzó a caminar, con la mirada perdida en el fuerte oleaje que rompía contra las rocas.
– Ya no puedo más. Hoy he traspasado el límite y tengo que parar.
– ¿A qué te refieres?
– Intenté devolver a Tomás parte de lo que le he arrebatado, soñando que quizás no necesitara de otras personas para sentirme plena en la cama, o más aún, que Tomás y yo llegaríamos a compartir nuestra pasión de la misma manera que Octavio y tú... ¡Pero sólo conseguí empeorar las cosas entre nosotros! ¿Qué puedo hacer?
– Estás enganchada. Según lo veo, tienes una sola opción: vencer a tu adicción de una vez por todas.
Lorena frunció el ceño y continuó hablando:
– Sé por lo que estás pasando... porque yo una vez me encontré en tu lugar. El sexo lo era todo para mi... Por el sexo perdí mi trabajo, mis amigos, mi familia... Realicé prácticas de las que me he arrepentido el resto de mi vida, sentía asco de mi misma y me quería morir... Sin embargo, el demonio de mi cuerpo nunca estaba satisfecho, y yo me sometía a sus deseos una y otra vez.
– ¿Y cómo lo superaste?
– Toqué fondo, y cuando me di cuenta de que no podía caer más bajo, tomé impulso y regresé a la superficie.
Los ojos azules de Natalia se clavaron en los de Lorena, deseando escuchar el resto del relato:
– Yo... bueno, tú me conoces bien... nunca he soportado a los extranjeros... me refiero a los negros y a los moros...
Natalia asintió.
– Una vez... – balbuceó Lorena, que intentaba reprimir las lágrimas mientras su mente ordenaba a toda prisa los recuerdos más amargos de su vida. – Octavio quiso, bueno, que yo... que yo estuviera con varios negros... esa era su fantasía y yo, que por entonces andaba tan perdida como tú, no supe decir que no...
Lorena detuvo el paseo y giró su rostro hacia la orilla del mar.
– Me llevó a una barraca prefabricada donde vivían hacinados siete u ocho de esos inmigrantes que trabajaban en los invernaderos cercanos. Podía oler la peste de su sudor aún sin bajarme del coche... ¡Dios, qué asco!
Natalia acarició el rostro de Lorena con ternura, intentando calmarla.
– Eso es lo que necesitas, Natalia; un trauma. ¿Cuál es tu peor pesadilla?
La joven agachó la cabeza y pensó durante un instante.
– No lo sé...Nunca se me había ocurrido. Supongo que la simple idea de ser infiel a mi marido con otro hombre hubiera bastado para revolverme el estómago hace un tiempo, pero ahora... es diferente. Realmente no sé qué sería capaz de hacer...
Lorena sonrió con benevolencia.
– No te preocupes, yo encontraré tu límite. ¿Confías en mi?
Natalia asintió con seguridad.
Lorena sacó el móvil del bolso y lo colocó en el modo grabadora.
– Necesito que hagas exactamente lo que te ordene, aunque sean cosas insoportables, muy dolorosas. Cosas que nadie, ni siquiera tú, realizaría voluntariamente...
Natalia se apartó ligeramente de su amiga, asustada. Luego se recompuso.
– Si esa es la manera de librarme de esta esclavitud, haré lo que me pidas...
– ¿Todo? ¿Cualquier cosa?
– Cualquier cosa...
– Bien. Mañana por la noche tendremos una cita. Quiero que te pongas el pequeño vestido azul de lycra que te regalaron tus compañeras por tu último cumpleaños, ése que Tomás no te ha dejado estrenar aún...– ordenó Lorena mientras acercaba el móvil a la cara de la muchacha. – Ahora grabarás una confesión.
Natalia tartamudeó.
– ¿Una confesión?
– Sí. Cuéntale todo a tu marido, con pelos y señales. Te prometo que destruiré el archivo en cuanto hayas cumplido mis órdenes. Pero si te niegas a algo, se lo entregaré a Tomás sin vacilar...
Natalia abrió la boca de par en par.
– Sólo es un seguro, una garantía de que llegarás hasta el final – aseguró Lorena en un tono más tranquilizador. – Si no dispongo de esa confesión, nada tendrá sentido...
La joven tragó saliva, se acercó al móvil de su vecina y comenzó a hablar:
– Tomás, soy tu mujer, Natalia, y quiero confesar que te he sido infiel...
III
Natalia examinó con cuidado la varilla antes de romper su precinto plástico. Tal como indicaba el prospecto, sólo tenía que depositar el orín sobre uno de los laterales y esperar a que los anticuerpos del ingenio reaccionasen frente a las hormonas de la muchacha. El proceso duraba poco más de tres minutos. Si la telilla se teñía de azul, estaría embarazada.
A simple vista, parecía algo sencillo, pero Natalia tardó un poco en comenzar a orinar. Nunca se había sometido a un test de embarazo y temía equivocarse, consciente de que los nervios podían empujarle a cometer algún error estúpido.
Por fin un chorrito largo y brillante brotó de algún lugar de entre sus pliegues, así que introdujo la varilla bajo su cuerpo y tomó la muestra necesaria. Luego terminó de orinar, aunque no tuviese muchas ganas.
Esperaba con impaciencia el resultado de la prueba, cuando escuchó el teléfono sonar a su lado. Aquella melodía enlatada, una versión acústica del
Hard as a Rock
de AC/DC, interrumpió su concentración y la devolvió al mundo real.
– ¿Sí?
Era Lorena.
– Claro, bajo enseguida...
Dejó la varilla en la papelera, oculta bajo el trocito de papel higiénico que había utilizado para limpiarse. Ni siquiera se detuvo a comprobar el resultado. Tenía mucha prisa. Tras la llamada de Lorena, la noche cobraba un nuevo sentido.
Se incorporó de un salto y estiró el límite inferior de su vestido hasta convencerse de que la tela no daba más de sí, aunque apenas cubriese el nacimiento de sus muslos. Por si la llamativa desnudez de sus piernas no supusiera suficiente atractivo, el vestido de Natalia también ofrecía un vistoso panorama de su escote. El corte bajo el busto y los dos tirantes que se unían en la parte posterior de su cuello servían de único soporte para los turgentes pechos de la muchacha. Sin duda aquel era el vestido ideal para cualquier mujer lo suficientemente sexy y audaz como para llevarlo puesto.
Natalia se detuvo un instante delante del espejo y se contempló satisfecha. Había tardado más de veinte minutos en maquillarse, empleando tonos ahumados, sombras difuminadas de negro a gris en los párpados y contorno oscuro alrededor de sus enormes ojos azules. El nuevo corte de pelo centelleaba bajo la luz de su cuarto de baño, alisado con esmero gracias a sus pinzas eléctricas y a una paciencia infinita.
Estaba radiante. Nunca se había sentido tan hermosa.
Abrió la puerta del baño y se dirigió a la salida.
Tomás tardó en desviar la mirada del televisor, pero cuando Natalia pasó a su lado, no pudo evitar fijarse en la invitación explícita que resultaba toda ella.
– ¿Natalia, dónde crees que vas vestida de esa manera? – preguntó visiblemente enojado.
Parecía más un reproche de padre que de esposo. Ella ni siquiera se giró para contestarle.
– A pasar una noche con mis amigas, ya te lo dije. No me esperes despierto.
Tomás se levantó hecho una furia, dispuesto a imponer por una vez su voluntad.
– ¡Natalia, tenemos que hablar! ¡Si te crees que yo...!
El golpe de la puerta al cerrarse fue la única contestación que obtuvo.
Nervioso y enfadado consigo mismo, Tomás se dejó caer sobre el sofá y devolvió su atención a la película que emitía una cadena local.
Torció el gesto y sonrió orgulloso. Su mujer estaba preciosa aquella noche.
IV
El local se llamaba Pop's
y estaba situado en las afueras, cerca del enorme puerto comercial que había mantenido desde antaño a la ciudad y a sus habitantes, al final de una estrecha calle sin salida. Desde luego, nadie consideraría al
Pop's
como uno de los epicentros de la vida nocturna de la ciudad. Sin embargo, el lugar parecía estar bastante concurrido.
Los vivos colores del letrero principal bailaban sobre los rostros de aquellos que fumaban en el exterior. Casi todos eran varones con evidentes síntomas de embriaguez. Ninguno perdió detalle de las dos bellezas que se acercaban a la puerta del establecimiento.
Natalia prefirió no mirarles. Pese a que llevaba una chaqueta de cuero puesta sobre los hombros, se sentía desnuda en aquel minúsculo vestido. Lorena, sin embargo, parecía mucho más cómoda con su vaporoso traje de fiesta. Cubierta tras diez capas de maquillaje, había recuperado parte del atractivo lozano que debió poseer en su juventud. Natalia hubiera jurado incluso que su vecina estaba mucho más delgada que la mañana anterior.
Las dos mujeres se acercaron al simiesco vigilante que custodiaba la entrada. El gorila saludó con afecto a Lorena y descorrió la cortina roja para invitarlas a pasar. Natalia respiraba entrecortadamente. La adrenalina comenzaba a bullir en su cerebro.
–
Lorena...
–
Entra, Natalia.
–
No creo que sea una buena idea...
Lorena le dio un ligero empujón para que entendiera el mensaje.
Natalia no tiempo de fijarse en el sugerente cartel que había colgado junto a la puerta que acababan de cruzar. El título escrito en una tipología enorme y llamativa era singularmente explícito: “Espectáculo de Sexo en Vivo”
El local no era más que una larga galería decorada a la usanza de un clásico pub inglés, y a esa hora ya presentaba una más que respetable afluencia de público. Una barra en forma de L ocupaba casi todo el pasillo a lo largo. Su lado más corto servía para separar una pequeña área recreativa del resto del local. Allí se encontraba una mesa de billar con el tapete descolorido, un juego de dardos y algunas máquinas recreativas. Frente a la barra se encontraba una fila de mesitas circulares de poco más de un metro de alto y la iluminación era tenue, casi íntima.
Aunque podían distinguirse algunas chicas entre la concurrencia, casi todos los presentes eran varones, y estaban cubiertos de sudor. No corría una pizca de brisa en el interior y hacía mucho calor. Dos ventiladores ruidosos se esforzaban por depurar la atmósfera cargada de alcohol y olores corporales que se había formado sobre sus cabezas, pero apenas removían el aire viciado.
Natalia siguió a Lorena hasta el margen más corto de la barra. Un tipo maduro, con el rostro arrugado, nariz de boxeador y mejillas salpicadas de viruela esperaba su llegada con impaciencia. El polo ceñido que llevaba puesto dibujaba con detalle cada uno de sus músculos perfectamente definidos. Sus bíceps eran dos balones de baloncesto inflados hasta reventar, y el volumen de su espalda casi ocultaba al barman que le estaba sirviendo un vaso de whisky. Su cabeza totalmente afeitada le confería un aspecto más amenazador.
–
Ahora vas a hacer exactamente lo que yo te ordene – dijo Lorena con sequedad.
Mario, que así se llamaba el desconocido, sorbió un trago de su bebida y se giró hacia ellas. Sonrió al contemplar la arrolladora sensualidad de Natalia, que no había pasado inadvertida para ninguno de los presentes.
Natalia comprendió enseguida el propósito de su vecina y la sangre se heló en sus venas. Estaba segura de que acabaría yaciendo bajo el cuerpo de aquel gallito de gimnasio pasado de años, tal vez en la parte trasera de una furgoneta o en los sucios lavabos del bar. De repente, sintió nauseas, así que tomó una profunda bocanada de aire antes hablar:
–
Por favor, volvamos a casa...
Lorena se acercó a su oído para contestarle.
–
Puedes irte cuando quieras... si hago esto, es por ti. Tú me necesitabas y yo sólo quiero ayudarte... – le susurró. – Supe que esto iba a pasar desde el principio, por eso te hice grabar una confesión para tu esposo.
Natalia abrió los ojos de par en par.
–
Si insistes en marcharte, será mejor que vayas preparando una buena excusa...
Lorena aprovechó el titubeo de Natalia para arrebatarle la chaqueta de cuero que llevaba sobre los hombros. En un golpe de vista, los bebedores solitarios quedaron prendados por la soberbia silueta de la profesora, sin embargo la extraña naturaleza de uno de sus complementos les llamó la atención; y es que Natalia llevaba las manos esposadas a la espalda.
Mario sonrió con la boca llena de dientes cuando Lorena le entregó a su vecina. Natalia comprendió entonces que sus peores presentimientos resultarían demasiado optimistas.
Mario se levantó del taburete y situó a Natalia entre la barra y él. En la distancia corta, la corpulencia de Mario aún parecía más desmesurada. Sus rostros estaban tan cerca que la joven estuvo a punto de emborracharse con el tufo a alcohol que despedía su aliento.
Mario no dijo nada, de hecho no diría nada durante el resto de la noche. Se limitó a tomarla por el cabello y tirar de él hasta que la joven quedó de rodillas, con la espalda apoyada en la base de la barra y la cremallera de los jeans de Mario frente a su cara.
¿Qué pretendía aquel individuo? ¿Que se la chupara delante de aquella multitud?
La respiración de Natalia comenzó a acelerarse. Estaba aterrorizada.
Los dos tipos que permanecían sentados a ambos lados de Mario se alejaron unos centímetros para no perder detalle de la insólita escena que estaba a punto de acontecer.
Mil pensamientos pasaron por la mente de Natalia, y casi todos iban en la misma dirección: explicar a Tomás el contenido de la confesión.
¡Por el amor de dios! ¡En el local habían más de treinta personas y ella no podía fijarse en el rostro de cada uno de ellos! ¿Y si se encontraba con algún conocido, un compañero del trabajo, por ejemplo, o peor aún, un familiar? ¿Y si estaba siendo grabada por la cámara de un móvil y el video circulaba después por internet? ¿Cuántos de los presentes volverían a cruzarse en su vida? ¿Y si la reconocían en la escuela o en el supermercado?
De ninguna manera jugaría a esa ruleta rusa de emociones. Prefería explicárselo todo a Tomás.
Justo en el instante en que Natalia decidía con firmeza abandonar el local y afrontar las consecuencias, Mario le introdujo el miembro en la boca.
Ya estaba hecho y no había vuelta atrás.
Debido al alcohol, y probablemente a lo singular de la situación, el pene de Mario aún no se había levantado. Natalia notaba la carne fláccida derritiéndose en su boca, intentando cobrar vida, pero sin conseguirlo. Y poco podía hacer ella, con las manos sujetas a su espalda, salvo apretar el glande con sus labios para facilitar la irrigación de sangre.
Aprovechando que Natalia sostenía el miembro con la boca, Mario comenzó a masturbarse. Decenas de venas se inflaron bajo la piel, y el glande, rojo como una manzana, rellenó la cavidad bucal de la muchacha. Natalia, aún con los ojos cerrados, calibró la envergadura de Mario en unos veinte centímetros, una talla parecida a la de su marido, quizá algo menos gruesa.
Poco a poco, el público fue congregándose a su alrededor. Aquellos que habían venido con sus parejas seguían bebiendo, ruborizados pero visiblemente interesados. La mayoría de ellos giraba la cara furtivamente para satisfacer su curiosidad natural, fingiendo que nada les importaba aquel deplorable espectáculo.
Otros eran incapaces de disimular. Una docena de ellos se acercó abiertamente hasta la animosa pareja con sus copas en la mano y tomaron asiento en la misma barra para disfrutar del momento.
Natalia, tapada por la titánica masa muscular de Mario, no podía ver más allá del miembro que se masturbaba en su boca. Sin embargo, y para su desgracia, era perfectamente consciente de la expectación que se estaba levantando en la sala. Percibía el calor de la multitud cada vez más cercana, su olor penetrante, y escuchaba el murmullo, las risas nerviosas, incluso algunos insultos que no acertaba distinguir porque prefería no reparar en ellos.
Sin la certeza de mantener la erección que tanto le había costado conseguir, Mario extrajo el pene de la boca de Natalia y comenzó a masturbarse con fuerza, resbalando sobre el manto de saliva que lo recubría.
–
Oh... – gimió por primera vez.
Natalia, en actitud más sumisa que esforzada, comenzó a juguetear con su nariz y su lengua entre los testículos del desconocido. Estaban duros, comprimidos. La piel se había plegado hasta formar una única bola maciza que, en vez de colgar, parecía un apéndice del resto del cuerpo. Pese al intenso olor a sudor que despedía, Natalia agradeció la cuidada depilación de aquellos bajos.
Mario agarró la cabeza de Natalia con ambas manos, tomó impulso y penetró la boca de la joven hasta que su miembro desapareció en ella. Con el empujón, la joven se golpeó la parte posterior de la cabeza contra la barra. Luego intentó mantener la postura y oprimir los músculos de su boca para no sufrir daño, mientras Mario maniataba su cuello para buscar un mejor ángulo de penetración.
Cuando los labios de Natalia por fin rozaron la base de su pene, Mario le concedió una tregua y se concentró en estimular su glande, ayudándose de la presión que ella le ofrecía con sus mejillas.
Dos gruesos colgajos de saliva escaparon de la boca de Natalia y se precipitaron sobre el generoso escote de su vestido azul. Pronto su cara también quedó embadurnada, cuando Mario comenzó a golpearla con su miembro. Natalia, humillada, le brindó su lengua para que se masturbara sobre ella.
Entre el encandilado público, destacaban dos jovencitas que no le quitaban ojo de encima. Una de ellas parecía nerviosa y agitada, y no paraba de hablar y hablar. La otra miraba a Natalia con ojos entrecerrados y brillantes, excitada. Los bebedores solitarios que se habían retirado para dejar espacio a los protagonistas, iban ya por su tercera bebida desde que todo había comenzado, y un veintena de móviles grababan veinte tomas diferentes del mismo momento.
De un solo tirón, Mario hizo añicos el carísimo vestido de Natalia y sus pechos saltaron desnudos ante la mirada atenta de la multitud. Ella no hizo nada por cubrirse, ni siquiera lamentó el trágico destino que había corrido el regalo de cumpleaños de sus compañeras del trabajo. Le dolían las rodillas y el corazón. Seguramente había alcanzado el límite que Lorena le había prometido, y ahora lo estaba traspasando. Mario le propinó una bofetada, la primera de muchas, y volvió a masturbarse con furor en el interior de su boca.
Lorena, que se había mantenido al margen hasta el momento, se acercó a ellos con una botella de
Heineken
en la mano. Sonrió, y con un irritante gesto de desdén, derramó la bebida sobre el cuerpo rendido de su vecina. La fría caricia de la cerveza erizó la piel de Natalia y sus pulmones se vaciaron en una gélida exhalación. Sus pezones se enderezaron hasta doler y su mandíbula comenzó a temblar levemente. El maquillaje oscuro corría por sus mejillas, y sus cabellos estaban empapados de alcohol.
Cuando la zarpa de Mario apretó su cuello, Natalia echó el cuerpo hacia atrás instintivamente, alzando su pelvis hacia Lorena. Su avezada vecina no rechazaría una oferta como aquella. Escupió un buen salivazo en la palma de su mano y la introdujo bajo el deshilachado vestido azul de Natalia. Tal como ella le había ordenado, no llevaba ropa interior.
La joven dio un respingo al sentir las primeras caricias en sus genitales, justo antes de que Lorena comenzara a masturbarla con maestría. Las dos mujeres estaban tan cerca la una de la otra que parecían a punto de besarse.
El rostro de Lorena se había transfigurado en un arrollador rictus de cólera.
–
Todos te están mirando, zorra. Vas a ser la protagonista de muchas pajas esta noche ¡Estarás orgullosa! – dijo mientras apretaba con tanta fuerza el cuello de Natalia que apenas la dejaba respirar. – Jamás podrán olvidarte, pedazo de puta. ¡Ni tú a ellos tampoco!
Lorena se hizo a un lado para que Natalia, por primera vez en la noche, pudiera admirar la marea humana que se cernía sobre ella. Una lluvia de flashes salpicó su rostro mancillado, mientras los dedos expertos de su vecina seguían hurgando entre sus labios vaginales, ahora en un ritmo más sincrónico y regular.
Las voces que gravitaban alrededor de Natalia cobraron rostro de repente. Pudo distinguir a un grupo de chavales que prefería disfrutar de la escena a través de la pantalla de sus
iphones,
en vez de servirse de sus propios ojos. Un tipo obeso con perilla que la veía sin mirarla, completamente borracho. Una muchacha de cejas pobladas y cabello enmarañado que no le quitaba ojo de encima, mientras su amiga reía y reía ruborizada. Y otros que simplemente preferían ignorar la escena y continuar disfrutando de la noche.
Aquellas eran personas reales; quizá el atractivo pescadero de la esquina, o la chica que solía darle conversación mientras esperaban el autobús, o un antiguo compañero de la universidad al que llevaba años sin encontrarse. Personas normales con una existencia normal, que se reunían en torno a ella para regodearse en su ultraje.
Durante un instante, ocurrió lo que Natalia más temía: sintió placer. De alguna manera, ser zarandeada y masturbada delante de toda esa gente estuvo a punto de despertar al demonio que dormía en su entrepierna, pero afortunadamente no ocurrió así. Se sentía a morir y eso, curiosamente, la tranquilizó.
Mario la tomó por el cuello y le escupió a la cara. El espumarajo, denso y aceitoso, dibujó una estrella de seis puntas sobre una de sus cejas. El tipo se tomó la molestia de extenderlo por todo su rostro, y luego volvió a escupirle, esta vez, en el interior de la boca.
De repente, Mario la hizo levantar de un tirón y la apoyó contra la barra, de espaldas al gentío. Por orden de Lorena, alguno de los presentes la despojó de lo que quedaba de su vestido, dejándola, ahora sí, completamente expuesta.
La joven sintió unas manos frías y desconocidas arrancándole la última prenda de dignidad que llevaba encima, y tuvo miedo de que quienes hasta el momento no habían sido más que meros espectadores, pasaran a co-protagonizar aquella angustiosa representación.
Para su desgracia, no se equivocó.
Los recios brazos de Mario la tumbaron sobre la mesa de billar, con las piernas impúdicamente separadas. Ninguno de los jugadores protestó, ya que tuvieron el privilegio de contemplar la vagina abierta de la muchacha desde muy cerca, tanto que Natalia podía sentir el aliento cálido sobre su sexo.
La joven alzó la mirada asustada y se estrelló contra una decena de rostros iracundos. Ella era el plato principal de la cena, y los comensales se morían de hambre.
Lorena escogió a uno de ellos, un tipo como otro cualquiera, de camiseta sudada y pesadas gafas de pasta, para que besara uno de los pechos de Natalia. La joven no hizo nada para evitarlo. Deseó levantarse de un salto, cubrirse con su chaqueta de cuero y desparecer para siempre. Pero no hizo nada. Sólo cerró los ojos y se abandonó a los perturbados deseos de su vecina.
El beso del tipo de gafas fue muy dulce, casi tierno. La joven de cejas pobladas, que desde el principio no había quitado ojo de Natalia, se acercó al otro pezón y jugueteó con él, lo besó con delicadeza y comenzó a succionarlo. Natalia no supo negarse a un instante de complacencia. Un tercer espectador sustituyó al chico de gafas de pasta y se entretuvo en mordisquear el ya erguido pezón. En un ademán escurridizo, aprovechó para palpar su vagina.
La escena hizo gracia a Lorena, y comenzó a masturbarla.
–
¡Puedes besarla si quieres! – sugirió a la joven de cejas pobladas.
La chica obedeció y apretó sus labios contra los de Natalia. La joven profesora intentó retirar la cara, pero la desconocida inmovilizó su cuello, apretándolo con una fuerza inusitada. Por primera vez en la noche, el desconcierto dio paso a un sentimiento peor: se sintió violada. La lengua de la invitada serpenteó a placer a lo largo de su boca, resbalando en su saliva, invadiendo cada uno de sus rincones.
Para desgracia de Natalia, Lorena se esmeraba cada vez más en sus caricias, y la humedad comenzó a rezumar entre sus piernas. Al poco estuvo tan mojada, que apenas sintió la verga de Mario abriéndose paso en sus entrañas.
Cinco o seis personas se turnaban para manosear el cuerpo de la muchacha, mientras Mario se acomodaba a sus estrecheces, buscando un paso franco para la penetración.
Natalia estaba segura de que la marea humana que rodeaba la mesa de billar se le vendría encima de un momento a otro. Intentó ahogar sus gemidos, pero pronto se hicieron más fuertes que su propia voluntad, y saltaron de su boca.
–
¡Ooh! ¡Ooh!
La maldita Lorena no dejaba de estimular el clítoris de Natalia. Ahora sus dedos resbalaban con fluidez, engrasados en la salvia caliente de su vecina, que se estaba retorciendo de placer.
Mario apoyó el peso de su cuerpo sobre las caderas de la muchacha para lograr una penetración más profunda. Su martillo golpeaba con fuerza la carne de Natalia, deformando sus pliegues en cada envite. La joven sufrió un sonoro manotazo en el muslo, mientras los dedos de Lorena la llevaban al borde de la locura.
–
¡Aaaaah, síiiiiii!
De repente, Mario se separó de Natalia y se hizo el vacío entre sus piernas. La abrupta interrupción evitó el inminente orgasmo de la joven.
Lorena la obligó a incorporase y desató sus muñecas. Aunque las esposas no estaban muy apretadas, la joven agradeció recuperar por fin la movilidad.
A esas alturas de la noche, el local estaba hasta la bandera y casi todos los asistentes habían formado un anillo alrededor de la mesa de billar. Natalia deseó que aquella ejecución pública terminara cuanto antes. Mario la esperaba sentado en un taburete, junto a la barra. Se masturbaba mientras sorbía un trago del
Jack Daniel's
que el barman le acababa de servir.
Lorena empujó a Natalia para que se arrodillara ante él. El suelo estaba cubierto de grasa, huellas de pisadas y colillas de cigarrillos. Natalia acercó la cara sumisamente para que Mario se sirviera de ella. Estaba muy nerviosa, sus pechos bailaban al ritmo de su respiración acelerada. Abrió la boca y le brindó su lengua.
El público enfervorecido cercaba el taburete, aguardando expectante el presumible acto final de la función.
–
¡No cierres los ojos, puta! ¡Va a correrse en tus ojos!
El instinto de Natalia, obviamente, fue sellar sus párpados a cal y canto, pero Lorena, presionando con los dedos pulgar e índice, logró impedirlo. Sus ojos estaban abiertos de par en par, dispuestos a recibir el primer chorro. La mirada azul y limpia de la joven se cubrió de semen. Los testículos de Mario se vaciaron sobre el rostro denostado de la joven. Las últimas salpicaduras cayeron sobre las fosas nasales de la chica, que, con la boca cubierta de esperma, se vio obligada a tragar para respirar.
El semen olía y sabía a alcohol.
Sólo cuando Mario se dio por satisfecho, Lorena permitió que Natalia se restregase los ojos para disminuir el escozor. Aquellos dos enormes ojos azules habían sido el orgullo de sus padres, y el suyo propio, durante toda su vida, y también el objeto de envidia de quienes la habían conocido. Por todo ello, la malintencionada Lorena los había convertido en el símbolo más doloroso de su deshonra.
Mario le propinó una pequeña patada, y ella, cuyo centro de gravedad giraba en torno a unas entumecidas rodillas, cayó de espaldas. Y allí quedó, tumbada en el suelo, desnuda, con la cara rebozada en esperma y a los pies de la gentuza que había brindado por su linchamiento. Su alma se había partido en mil pedazos.
Y fue justo en ese momento cuando se juró que jamás volvería a caer tan bajo. Había aprendido la lección.
La multitud rompió en aplausos cuando Lorena se untó los dedos de semen y se los ofreció a Natalia para que los limpiara con su lengua.
V
Natalia frotó una y otra vez cada rinconcito de su cuidada anatomía sin conseguir sentirse limpia. Y es que el agua y el jabón de nada valían cuando la suciedad no se encontraba sobre la piel, sino debajo de ella; en lo más profundo de su ser.
Lloró sin hacer ruido para no despertar a su marido, que dormía en la habitación contigua. Lo último que necesitaba en aquel momento era tener que dar explicaciones.
Fue incapaz de reconocerse en el reflejo del espejo de su cuarto de baño. Las heridas emocionales eran demasiado recientes, y sólo el tiempo podía mitigar el indescriptible dolor que padecía. Había tomado la decisión de recuperar su vida, pero aún no sabía qué quedaba de ella misma, de la mujer devota que una vez había sido. Quizá en su corazón no había nada digno de ser salvado.
En ese instante recordó la condenada llamada de Lorena, que la había interrumpido en medio de una prueba de embarazo.
Se agachó sin perder tiempo y rebuscó en la papelera, pero la varilla no estaba allí. Entonces escuchó la voz de su marido, llamándola a su espalda:
–
Natalia... – susurró. Daba el aspecto de no haber pegado ojo en toda la noche, pero lucía una sonrisa rutilante.
Tenía la prueba de embarazo en la mano.
–
Vamos a tener un hijo...
De repente los ojos de Natalia parecieron brillar con luz propia, el azul de su iris fue aún más azul y dos enormes lágrimas de felicidad resbalaron por sus mejillas.
Tomás y Natalia se fundieron en un apasionado abrazo, dispuestos, de una vez por todas, a ser felices juntos...
¿Lo conseguirían?
(c) Angelo Baseri
13 - Julio - 2011