Corrompiendo a mi madre (3)

Esa frase parece que los espoleó. Con una sonrisa lujuriosa en la boca, comenzaron a soltar los botones. Sin prisa, pero sin pausa, y enseguida su blusa cayó en el asiento libre de la parte delantera. Luego, Hasan la empujó un poco por los hombros, empujándola hacia adelante, mientras, aprovechando

Apenas pude dormir pensando el lo que acababa de ocurrir. Penetrar a mi madre fue la experiencia más morbosa de mi vida. Y me encantó hacerlo. Me encanta verla desnuda, verla follar, y como no, follarla. Últimamente eso parece una costumbre, así que hay que aprovechar esa dinámica.

Definitivamente, me gusta verla follar. Me da un morbo enorme. A ella le gusta, pero no se atreve a salir a la calle a comerse un rosco. Aun no ha vencido todos sus complejos, y ha de hacerlo, pues la vida pasa muy rápido y ya le quedan pocos años de plenitud sexual, así que tendré que ayudarla.

Encendí mi portátil, y busqué un antiguo contacto. Era un hombre de 42 años, al que yo había conocido un año atrás, cuando a mi ex novia le dio por probar un trío. Evidentemente, yo no iba a hacerlo con ningún conocido, así que a través de un foro, contacté con el.

Se llama Hugo, aunque según dice, casi todo el mundo lo llama Don. Como ya dije, tiene 42 años. Alto, delgado, con buena planta. Pelo oscuro y abundante, algo ondulado, nariz aguileña, unos ojos verdes que parecen atravesarte cuando te miran, y cierto aire distinguido. Estaba conectado al messenger. No había vuelto a verle desde nuestro primer y único encuentro, pero charlábamos con frecuencia, de forma larga y tendida. Y así lo hicimos esa noche.

A la mañana siguiente, sábado, mi despertador sonó a las 10. Era pronto para mí, máxime cuando estuve hablando con Don hasta casi las 5 de la mañana, y la tarde anterior había sido un tanto movida. Pero bueno, había cosas que hacer, así que salté de la cama, y bajé a la cocina a por un café antes de ducharme, a ver si me despertaba un poquito.

Bajé sin hacer apenas ruido, pues la escalera es firme, y la suela de mis zapatillas blanda, y, cuando entré en la cocina, allí estaba mi madre. Desayunando. Sentada en la mesa, con el periódico abierto a un lado , y al otro, café con leche, unas tostadas, mantequilla y mermelada.

Llevaba una bata distinta a la de anoche. Esta era rosa, también de seda, una tela que a ella le encanta, y consume en abundancia. Imagino que no me esperaba tan pronto, pues su bata estaba holgada, y reclinada hacia adelante como estaba para leer el periódico, casi podían verse totalmente sus pechos. Se sobresaltó al verme entrar, y al ver la dirección de mis ojos, enseguida cerró su bata.

  • Buenos días mamá, ¿Qué tal has dormido?
  • Bueno – respondió – ni bien ni mal. Tardé en conciliar el sueño pensado en lo que hicimos ayer
  • No le des más vueltas – dije – lo pasado pasado es. Quedémonos con el recuerdo, si es agradable, y dejemos el resto.

Me serví un café y me senté a su lado. Charlamos de la actualidad mientras desayunábamos, la notaba relajada. Mucho más que anoche. Y mucho menos avergonzada.

  • Mamá ¿tienes planes para hoy?
  • ¿Para hoy? No. Hoy no voy a hacer nada. Hasta pasado mañana que he quedado para comer con Elisa no tengo planes.
  • Muy bien... pues si no tienes planes... no los hagas. Yo me encargo de ellos.
  • No no no no no – replicó – No. que eso se que solo va a traerme problema
  • Pues... para ser problemas, bien que disfrutas con ellos, ¿no?
  • Ay hijo por dios.... que no son horas
  • Vale... aun es pronto, si. Pero esta noche vas a invitarme a cenar. Yo elijo el sitio. Así que si vas a salir a algo, recuerda que a las nueve tienes una cita conmigo.
  • Lo recordaré.

Una vez terminamos, la ayudé a recoger la mesa,no sin lanzarle alguna que otra mirada inquisitiva. Sus pezones se marcaban levemente en la seda de su bata. Estaba algo cachonda, si. Imagino que el pensar que esta noche tendrá fiesta, le hace ponerse.

Apenas volví a verla en todo el día. Ella salió a hacer unas compras, y yo me fui a hacer una ruta en bici. Al volver vi su coche frente a la puerta, por lo que supuse que ya había vuelto, aunque no la vi en el piso de abajo, por lo que subí al de arriba.

Estaba sobre su cama, dormitando, con una ligera bata sobre la ropa interior. Había ido a la peluquería, y por lo que se veía por el encaje de sus braguitas, el de la cabeza no era el único vello que se había cortado ese día.

Como eran casi las siete, la desperté. A mi apenas me lleva tiempo arreglarme, pero a ella, si. Su hora de rigor. Al menos. La sacudí suavemente, y pronto abrió los ojos

  • Arriba bella durmiente, que he reservado mesa a las nueve, y si no, no llegamos.

Empezó a desperezarse lentamente, a la vez que me miraba entre curiosa y violentada

  • ¿Que haces? - preguntó
  • Que voy a hacer.... prepararte la ropa de esta noche. Lo siento, pero soy tu asistente de moda.

No me llevó mucho tiempo preparársela, pues ya la tenía mas o menos clara en mi cabeza. Así que se la puse sobre la silla de su habitación, y me fui.

  • Yo también he de ducharme – dije – nos vemos a las ocho y cuarto. No te retrases.

Y sin darle ocasión de replicar, me fui

Pasaban doce minutos de la hora acordada cuando bajó por la escalera. Estaba radiante. Esa noche iba radiante.

Esta vez opté por blusa y falda. En negro. La falda ceñida, que le marcaba su espléndido culo, y la blusa de gasa. La había comprado hace un par de años y apenas la había usado. Quizás porque la tela era demasiado transparente para su gusto. Lo combiné con un conjunto de lencería negro, en satén, con sujetador totalmente opaco, y braguita a juego. Hacía calor, por lo que iba sin medias, y con unos zapatos negros con buen tacón, y sin chaqueta, confiando todo abrigo a un chal, que si no hacía falta, se quedaría en el coche.

Volvimos a la ciudad costera cercana a nuestro pueblo. Metí el coche en el mismo parking de la otra vez, y volvimos al mismo restaurante. Por desgracia, el camarero del otro día, que tanto la había mirado, y que ella tanto le había enseñado, no nos tocó esa noche. Aunque pude ver como desde la distancia, de vez en cuando, le lanzaba alguna que otra mirada. No la había olvidado... imagino. Y hoy, mostraba algo más que la otra vez, así que inevitablemente, sus ojos la buscaban.

La cena transcurrió sin grandes acontecimientos. El camarero que nos tocó era más bien moderado, aunque algún ojo si que lanzaba a sus pechos, y yo, fundamentalmente, me centraba en darle una conversación que la hiciera sentir cómoda, y que bebiera una buena cantidad de vino, objetivos, amplia mente cumplidos.

Luego de cenar, nos sentamos en una terraza junto al mar. La cena había sido quizás un poco copiosa, y había que hacer algo de digestión. Y que mejor que un par de Gin-tonic para que el estómago funcione agusto.

En ese momento, una vez terminados los Gin-tonics. Comenzó la verdadera noche. La llevé a un lugar un tanto peculiar. Es donde acuden mujeres mayores de 50 años, en principio, a bailar, y una cantidad ingente de hombres, desde los 20 a los 80 años, intenta ligar algo. En una proporción de 3 hombres por mujer. Por lo que ligar, para una mujer, es sencillo, y para un hombre, complicado.

Ella no conocía el lugar. Había oído a sus amigas hablar de el, pero no lo conocía. Sacamos las entradas, bajamos las escaleras que dan acceso al mismo, y tomamos otra copa juntos, en la barra.

Ella ya estaba un poco afectada por el alcohol. Así que le dije que era el momento de separarnos un rato. Ella debería moverse un poco por el local, acercarse a la pista, bailar... mientras yo observo a ver quien le mira. Y luego, ya se vería.

Hay que decir, que quitando un grupo de jovencitas, ella era de lo más apetecible del local. Y eso los hombres lo vieron enseguida. Pues sus miradas no dejaban de seguirla. Así que mientras ella se exhibía, yo elegía.

Me fijé en unos que no le quitaban el ojo de encima. Aparentaban unos 40 años, oscuros de piel. Extranjeros, supuse. Parecían aseados, y lo confirmé, primero, cuando vi sus dientes blancos al sonreír, y luego, cuando al sentarme cerca de ellos, pude percibir un suave olor a perfume.

Pude fijarme mejor en los sujetos Aseados eran, o al menos, lo parecía. Además de los dientes blancos y su colonia, su ropa estaba impecable, bien planchada, y cuidado de aspecto. Si, pensé. ¿Por qué no puede ser este?

Entonces me cambié de sitio, y ocupé un silloncito libre que estaba a su lado.

  • Veo que no dejáis de mirar a mi hembra – dije
  • ¿Disculpa? . Respondió uno - ¿tu hembra? ¿quien es?
  • Esa de negro a la que tanto miráis
  • Perdona. La vimos sola y no sabíamos que tenía pareja. Hace un rato que la seguimos, y la vemos sola. Por eso la miramos.
  • No te preocupes. Al contrario. Me encanta. Miradla. Sin miedo.

Entonces, insistí en invitarles a otra copa. No estaban muy borrachos, la verdad. Pero me gustaría que estuviesen un poco más.

  • Sois dos. - dije - ¿A quien de vosotros le toca intentar follársela?
  • ¿Perdona? - Me respondió uno de ellos, el más alto
  • Con mis amigos, si somos varios – dije – y nos fijamos en una mujer, solo uno intenta el ligoteo. Los otros se quedan al acecho.
  • Nosotros preferimos presentarnos, y que sea ella quién elija.

Y aceptaron la copa que les ofrecí. Eran marroquíes, comerciantes, regentaban un par de bazares moros en la ciudad, y algún que otro negocio más, quizás algo menos legal. Pero ese no era mi problema. La cosa es que parecían limpios y sanos. Hasan se llamaba el más alto, y el otro, Rachid.

  • ¿Y si os dijera que podéis follarla ambos?

Se sorprendieron. Hasan no dijo nada, y se quedó mirándome fijamente. No sabía si yo iba en serio o les estaba tomando el pelo, mientras que Rachid, con los ojos como platos, miraba para mi madre, luego para mi, y luego a Hasan, que estaba, la verdad sea dicha, un tanto inquieto. Así que para calmar los ánimos, sobre todo el de Hasan, cuando ella miró hacia mi le hice un gesto para que se acercara. Y así lo hizo. Le indiqué que se sentara en un silloncito frente a ellos. El silloncito estaba un tanto separado de la mesa, y podían contemplar sin problema sus piernas. La veían entera.

  • Rosa, te presento a mis amigos. Hasan y Rachid. Señores, Rosa.

Ella me miraba con los ojos un tanto confuso. Desde luego, creo que lo que menos esperaba era estar sentada en una mesa con un par de moros marroquíes..... pero es lo que había, y es donde estaba en ese momento.

  • Dime Hasan – Pregunté - ¿Qué es lo que más te llama la atención de Rosa? Di sin miedo
  • Su trasero – contestó tras dudar un momento – está en su sitio, es bonito. Me gusta.
  • ¿Y a ti, Rachid? ¿Qué es lo que más te gusta de ella?
  • Tiene buenos pechos y no está gorda – contestó – Siempre me han gustado las mujeres con buenos pechos y poca grasa.

Ella no decía nada. Aunque su mirada era nerviosa, y tenía la necesidad urgente de charlar conmigo a solas, así que disculpándome con mis dos recién conocidos amigos, nos retiramos un momento a otra mesa para poder tener un poco de intimidad.

  • ¿Estás loco? - preguntó - ¿Que estás haciendo con esos dos tipos? ¿y encima moros
  • Tranquila, confía en mi. Solo vamos a jugar un poco con ellos, nada más. Es más, te propongo algo.... tu sígueme el juego... y cuando veas que ya no quieres más, solo tienes que decir Alfa. En ese momento yo pondré fin a todo. Será divertido, ya lo verás.
  • ¿Alfa?
  • Si, Alfa. Tu dices Alfa, y se acabó. Venga, volvamos... que esos dos no te quitan ojo de encima. Eso si. Ahora no te sientes enfrente, sino entre ambos.

Y sin darle tiempo a responder, la cogí de la mano y tiré de ella obligandola a levantarse. La traje hacia mi, besé suavemente sus labios y le susurré al oído

  • Vas a gozar como una loca. Confía en mí

Al volver a la mesa, ella les pidió sitio entre ambos. El sofá era justito para tres, pero se podía entrar. Y así fue. Ella entre ambos y yo sentado enfrente.

Para ganar un poco de confianza, planteé conversación a mis dos nuevos interlocutores. Charlamos si eran o no habituales de ese lugar, si llevaban mucho tiempo en España, si tenían éxito entre las españolas... y así, palabra tras palabra, pasó casi una hora, donde Rosa se sentía más segura, y ellos, más convencidos, pues aunque muy discretamente, tanto uno como el otro, le daban a mi madre algún roce ocasional. Unas veces en un muslo, otras en un costado, otras en un pecho... y ella, por el momento, se dejaba.

  • Señores – dije – creo que llevamos aquí demasiado tiempo, y el ambiente ya decae. ¿Me permiten ofrecerles otro lugar de recreo? Está cerca de aquí, a las afueras, pero podemos ir los cuatro en mi coche, ¿Que me dicen?

Rosa volvió a dudar un poco, pero mi mirada firme en la suya la hizo contener su Alfa, mientras que ellos, allí habían concluido la labor. Iban a cazar, y ya habían cazado. Ahora falta saber quien de los dos se cobraría la pieza.

Salimos a la calle, y el coche no estaba lejos de allí. De soslayo vi como los moros iban un par de pasos por detrás nuestro, mirándole el culo a mi madre. Al llegar al coche, abrí las puertas y

  • La puerta del copiloto no se abre. Tendréis que ir los tres atrás... Rosa, ¿Por qué no tu en medio? Como en el local..

No hizo falta decir más. Hasan la cogió del brazo y la empujó hacia el asiento, mientras le hacía una seña a Rachid para que entrase por la otra puerta. En un momento estuvieron los tres atrás colocados. Así que arranqué y comenzamos a circular.

Era noche oscura, y por las calles apenas había tráfico. Ahora Rosa estaba menos temerosa. Más excitada. El salir del bar y encontrarse a solas, en un ambiente más intimo, le quitaba el miedo.

  • Sabes Rosa.. a nuestros dos amigos les gustas mucho. ¿Ves como te miran, verdad? Aún nos quedan unos kilómetros para llegar a destino, y salimos a carretera... Deja que te quiten el sujetador, y así te vean mejor.

Ella no dijo nada. Y ellos tampoco, ni palabra. Tan solo se miraban uno a otro, como sorprendidos.

  • Venga chicos, que no se diga.... ¿Tenéis miedo? ¿O es qué no sabéis desabrochar unos botones y soltar un sujetador?

Esa frase parece que los espoleó. Con una sonrisa lujuriosa en la boca, comenzaron a soltar los botones. Sin prisa, pero sin pausa, y enseguida su blusa cayó en el asiento libre de la parte delantera. Luego, Hasan la empujó un poco por los hombros, empujándola hacia adelante, mientras, aprovechando esa postura, Rachid soltó su sujetador. Una vez suelto, Hasan, al retirar las manos de sus hombros para permitirla volver a su postura, tiró de los tirantes del sujetador, dejando sus pechos al aire.

  • ¿Os gustan verdad? - dije – pues son vuestros. Uno para cada uno. Disfrutadlo.

No hizo falta animarlos más. Hasan comenzó a acariciar su pecho, con suavidad, disfrutando cada caricia, mientras que Rachid, más agresivo, enseguida llevó su boca al pecho, y se puso a lamer y mordisquear su pezón. Pezones, que, por lo que podía ver por el retrovisor, estaban erectos y enormes.

Al poco llegamos a nuestro destino. Que no era otro bar, como ellos suponían, sino una casita en la costa, apartada, tranquila, que Don me había cedido.

  • Señores, hemos llegado a destino. Villa Placer, sin normas ni vecinos, solo para nosotros. Rosa, no hace falta siquiera que te vistas.... no hay nadie... solo nosotros.

Bajé del coche, les hice una seña para que me siguieran, abrí la puerta de la casa, encendí las luces, y pasamos al interior. Accedimos a un salón grande, forrado en madera por dentro, con tres grandes sofás de piel y un gran mueble bar. Puse algo de música, era salsa, caribeña, sensual, que Don había dejado en el equipo, no se si a propósito o por casualidad, y, le pedí a mi madre, que por qué no nos hacía de camarera. Se había puesto la blusa, sin el sujetador, y sus pechos transparentaban totalmente.

Yo tenía la polla a punto de reventar, y por lo que vi, mis dos amigos moros, estaban como yo.

  • Hace calor - dije. Y era cierto – habrá que ponerse un poco cómodo.

Y acto seguido me quité la camisa y los vaqueros, quedando solo con mis boxers.

  • Chicos – dije mirando al par moro - ¿Vosotros no tenéis calor?

Ambos asintieron, y realizaron mi misma operación. Hasan, al igual que yo, llevaba un bóxer bajo el pantalón, y se adivinaba una polla erecta allí escondida, mientras que Rachid, más clásico, llevaba el típico slip blanco de algodón..... y ese slip marcaba una polla descomunal.

  • Ahora, Rosa, solo quedas tu.... deberías quitarte la falda. Anda, date la vuelta y quitatela despacito.

Cuando ella se giró para quitársela, miré para la pareja mora, haciéndoles señales de que arriba... y a por ella. Que sentados no iban a conseguir nada.

Se levantaron como resortes. Cuando Rosa quiso darse cuenta, la habían rodeado entre los dos. Y ahora sus manos no recorrían solo sus pechos, sino todo su cuerpo. Enseguida le bajaron las braguitas, le besaban el cuello, orejas, pechos, espalda, y ella se sentía loca. Dos bocas, cuatro manos... nunca se había sentido así. Cada vez que una boca se cerraba sobre su pezón, o una mano rozaba su entrepierna, un gemido escapaba de su boca. Estaba cachonda. Muy muy cachonda. Tanto, que de repente, cayó de rodillas, arrancando violentamente el boxer de Hasan, y metiendo toda su polla en la boca, lamiéndola, mordisqueandola, acariciandola con la lengua, chupándola con ganas, con deseo, mientas Rachid, agachado tras de ella, seguía acariciando sus pechos, su espalda, besando su nuca, su cuello, buscando su vagina....su clítoris.

De pronto Hasan la cogió del pelo. La levantó y la tumbó boca arriba sobre la mesa del salón, separó sus piernas, y sin decir nada comenzó a comerle el coño, mientras, Rachid, rodeando la mesa, se sacó su enorme polla, y acercándola a los labios de mi madre intentó meterla por completo en su boca.

Gozaba como una perra. Tanto que no reparaba en mi presencia, sentado en un sofá, un poco en penumbra, viendo el espectáculo. Cuando Hasan comenzó a penetrarla, sus gemidos subieron de intensidad. Tan fuertes que incluso me preocupé. Tanto que dije

  • Rosa ¿Alfa?
  • ¡No! ¡No! ¡ No! Ni loca – contestó.

Eso me hizo quedar tranquilo, viendo como Hasan cada vez la fornicaba más fuerte, y Rachid saltaba de su boca a sus pechos. Hasta que decidieron cambiarse

Cuando Rachid, con su enorme polla, la penetró, ella lanzó un gemido largo, profundo, de placer. Ella seguía tumbada boca arriba en la mesa, y Rachid, de pie entre sus piernas, mientras la follaba, comenzó a acariciar su clítoris. Algo que ya le provocó una corrida casi instantánea.

Ellos dos siguieron como estaban, haciendo caso omiso a sus gemidos de placer. si. Ella se había corrido. Pero también ellos querían hacerlo.

No tardaron mucho, pronto, Rachid comenzó a gemir como un mono, mientras eyaculaba dentro de ella, casi en el mismo momento en que Hasan sujetaba su cabeza, y descargaba una generosa corrida en su boca. Tan generosa que le rebosó por la comisura de los labios, goteando sobre la mesa.

Ambos se apartaron de ella, y les indiqué una puerta, donde había un baño. Luego, me acerqué a Rosa, y ayudándola a ponerse en pie, la llevé a otra habitación, donde había otro baño.

  • ¿Que tal? - pregunte.
  • ¡¡Uuuuuuuuuuuuuuuuufff!! ¡¡Guau!! Sensacional. No sabía que podía ser tan placentero estar con dos hombres.
  • ¿Te ha gustado?
  • Si. si si si.
  • Me alegro... ahora, duchate. En esta bolsa tienes un neceser. Jabón, desodorante, dentífrico... todo para un aseo profundo. También tienes perfume, un peine, y una prenda de ropa. Pontela cuando termines. Voy a ver como van los moritos, y vengo ya.

Volví al salón principal. Encendí un cigarro, y esperé. Al rato salieron los dos ya vestidos. Serví otra copa, y charlamos un rato.

  • ¿Que tal, chicos? ¿Os ha gustado mi novia? Veis como no os vacilaba en el bar... hombres de poca fe
  • Estuvo bien – dijo Rachid – madura pero buena. Me gusta. No me importaría repetir otro día
  • A mi tampoco – dijo Hasan – buena hembra tienes. Me gustaría otro día, pero a mi solo. Y mas tiempo, a mi manera.
  • Bueno.. nunca se sabe – dije – ahora, si queréis, os acerco de nuevo a la ciudad. Ella se quedará aquí un poco más.

Ambos aceptaron el ofrecimiento encantados. Terminaron sus copas, y les indiqué que me esperasen en el coche, que yo iría en unos momentos.

Volví al baño de Rosa. Allí estaba ella, ya duchada, seca y perfumada, arreglándose el pelo.

  • Mamá, ¿te falta mucho?
  • No no, ya estoy. Enseguida voy.
  • No no – respondí – de eso nada...tu no vienes. Hay que pagar el alquiler de esta casa. Acompañame.

Salimos del baño, y en la habitación le di el paquete con la ropa. Tan solo contenía una bata roja, de gasa semitransparente. Ella me miró dudando. No entendía nada.

  • Es sencillo, madre. Tu te la pones, yo te preparo, me voy a llevar a nuestros amigos moros a la ciudad de vuelta, y luego regreso a por ti.
  • No te entiendo cielo. ¿Me preparas? ¿Como me preparas? ¿Para qué?
  • Para el dueño de la casa. Que se cobre su alquiler. Para conocer el resto, acompañame.

Se puso la bata, y pasamos a una nueva habitación. Grande también, casi como el salón. Las paredes eran negras, y apenas había luz más que en el centro de la misma. Una tenue bombilla alumbraba el centro de la estancia. Pero apenas se veía nada mas. Ni siquiera las paredes se veían.

Bajo la luz, del techo, pendían unos grilletes. Puse a mi madre debajo, y, levantando los brazos sobre su cabeza, sujeté sus muñecas a dichos grilletes

  • ¿Que haces? Por dios,¿estás loco? ¡¡Suéltame!!
  • Tranquila. El dueño de esta casa es de confianza. No te hará daño. Dejate llevar.

Sin decir nada más, tiré de un cable que estaba a mi derecha, con fuerza, y los grilletes subieron hacia el techo, haciendo que mi madre se estirase. Casi tenía que ponerse de puntillas para llegar al suelo, pero era lo que Don me había indicado.

Luego, puse un antifaz ciego tapando sus ojos, y donde Don me indicó, había una mordaza de bola. Nueva, a estrenar, tapé su nariz, y cuando abrió su boca, la introduje dentro, y luego sujeté firmemente su correaje.

  • Estate tranquila madre. Don te llevará al cielo. Confía en mi.

Entonces salí de la sala. Don me esperaba fuera. Mientras yo preparaba a mi madre, el se había encargado de meter a los moros en un taxi y mandarlos de vuelta a la ciudad. Solo el y yo lo sabíamos, pero la casa tiene varias cámaras de video repartidas por las habitaciones, y Don, desde su sala de control en el piso superior, había visto y grabado todo desde que entramos en la casa.

Ahora, mi madre se creía sola en la casa. Pensaba que yo me había ido a llevar a los moros, y no sabía de la existencia de Don.

Los dos nos desnudamos. Como dice Don... con menos ropa, menos ruido. Nos pusimos en los pies unas zapatillas como de neopreno, con una suela de esponja. No hacían nada de ruido al pisar.

Entramos en el cuarto donde esperaba mi madre. Don subió un poco la intensidad de la luz. Aquello parecía una mazmorra. Había varios juguetes en la sala. Desde una cruz para atar a la gente, grilletes en las paredes, algún látigo y varias cosas más que ahora no proceden. Me senté donde el me indicó. Sin hacer ruido, y me puse a observar.

Se acercó a ella sin hacer apenas ruido. Cuando estuvo a la distancia de su mano, soltó el nudo del cinturón que cerraba su bata. Son decir palabra. Mi madre se puso tensa. Intentaba decir algo, pero la mordaza tapaba sus palabras. Don seguía en silencio. Abrió del todo su bata, y comenzó a acariciarle los pechos con una especie de plumero que había cogido de una mesa cercana. Luego siguió por su cuello, bajó por sus costados, sus piernas, la cara interna de sus muslos.. ella cada vez estaba menos inquieta, y más excitada, como nuevamente evidenciaban sus pezones.

Pronto Don soltó el plumero, y de una cubitera, con una pinza en cada mano, sacó dos cubitos de hielo. Que puso sobre sus pezones. Ella se estremeció por completo al sentir el frió sobre sus tetas. El los aguantó allí un buen rato, hasta que al fin, los retiró, cambiando el frío del hielo, por el calor de sus labios. Bajó su mano hasta su coño, y me la enseñó. Literalmente, chorreaba.

  • Estas muy bien, Rosa. Mejor que lo que tu hijo me ha dicho. En un minuto voy a quitarte la mordaza. No te asustes. Y no grites. Aquí todos somos amigos, y nadie está contra su voluntad.

Introdujo un pequeño vibrador en su vagina, y lo encendió. Ella volvió a estremecerse, lo mismo que cuando sus labios volvieron a repasar sus pechos. Y soltó su mordaza.

La retiró con suavidad, y sin esperar nada, besó sus labios, con una mezcla de dulzura y pasión. Y ella, le respondió el beso.

  • Dime Rosa, ¿Quieres seguir?
  • Si. Si. Por favor.
  • Bien Rosa bien. Entonces, a partir de ahora, harás todo lo que yo te diga, y me contestarás solamente si o no. ¿lo has entendido?
  • Si.
  • Bien. Como esta postura es bastante incómoda, voy a soltar tus muñecas. Luego te quitare la bata, volveré a sujetar tus muñecas, esta vez a la espalda, y te llevaré a una silla.

Entonces, pisando un pedal, el cable que sujetaba las cadenas de sus muñecas se soltó, dejando estas bajar libremente. Don las cogió, y en un momento liberó sus manos, le quitó la bata, y volvió a atarle sus muñecas, a la espalda, esta vez con unos grilletes de neopreno.

Una vez sentada en la silla, Don acercó su polla a la boca de Rosa, a la vez que me hizo una señal, para que me acercase en silencio. Ella comenzó a comer su polla. Con ganas, con gusto. Disfrutaba como una perra, y eso se notaba. Seguía con los ojos vendados. Yo me puse a su lado, y mi mano derecha se posó sobre su pecho izquierdo. Comencé a acariciarlo con gusto. Me gustaba su tacto, aun durito, no tanto como el de una jovencita de 25 años, pero lo suficiente para tener unos pechos capaces de volver loco a cualquiera. Ella pensaba que era la mano de Don quien acariciaba su pecho, mientras ella seguía devorando su polla.

Al cabo de unos minutos, Don me hizo la señal de que me separase un poco. Entonces la levantó.

  • Rosa, ahora vamos a tumbarnos un poquito. Hay otras cosas que hacer.

Y sin decir más, la empujó hasta un objeto que estaba casi en la penumbra, pero que Don iluminó.

Era una especie de silla de parto, pero más baja. Sentó en el a mi madre, esposando de nuevo sus manos, por detrás del respaldo, impidiendo que se pudiera mover. Luego, colocó sus pies sobre unos estribos elevados, y pasó unas correas sobre tus tobillos. Esto la hacía tener las piernas abiertas, separadas y elevadas, dejando su coño en una posición franca para ser penetrada.

Por otro lado, su cabeza apenas quedaba apoyada en la silla, quedando ligeramente colgada, y a una altura ideal para acceder a su boca. Allí estaba ella. Atada, inmovilizada, con los ojos vendados, y mojada como una perra.

Una vez Don la tuvo atada, me acerqué. La toqué. Ella no podía verme. Toqué su coño. Estaba ardiendo. Empapado, caliente, dilatado. Esperaba ser llenado. Y pronto lo iba a estar. Por lo pronto, me separé un poquito. Y Don, se arrodilló entre sus piernas y se puso a comerle el coño. Ella gritaba como una perra. Los gemidos casi eran gritos. Entonces, Don me señaló su boca. Mi pene y su boca. Y eso hice. Saqué mi pene, lo acerqué a su boca, y ella se estremeció. No esperaba una segunda polla. Don se dio cuenta. Cesó por un momento de comerle el coño, y dijo:

  • Vamos, Rosa, comete esa polla.

Y así lo hizo. Abrió su boca, y recibió en ella toda mi polla, aunque en su posición, le era difícil chuparla correctamente, así que sujeté su cabeza con mis manos, y comencé a follarle la boca, a la vez que Don se puso en pie, y se puso a penetrarla salvajemente. Ella gritaba como una posesa, cuando Don me hizo la señal de que le quitase la venda. Y así lo hice.

Solté su antifaz, al principio, imagino que por la luz, se deslumbró un momento, pero, en cuanto recuperó la vista, sus ojos se clavaron en mi.

  • ¿Te gusta, madre? ¿Disfrutas?

Pero ella no podía contestar. Mi polla llenaba toda su boca. Sujeté su cabeza solo con una mano, y con la otra, me dirigí a sus pechos. Los acariciaba, pellizcaba sus pezones, los apretaba, hasta que un aumento en sus gemidos me hizo pensar que iba a correrse, así que saqué mi polla de su boca, y comencé a comerme sus tetas. Con ansia, casi con violencia. Y se corrió. Vaya si se corrió. Sus gritos llenaron la sala. Eso hizo excitarse aún mas a Don, que sintió como su coño se cerraba sobre su polla, y se corrió en su coño.

Mientras, yo me masturbaba mientras con la otra mano seguía tocando sus tetas, hasta correrme sobre ellas.

Llegado ese punto, la libramos de sus ataduras. Estaba agotada. Dos tríos seguidos, la habían dejado casi sin fuerzas. Fue al baño a lavarse, y Don y yo, mientras, nos vestimos, y luego servimos unas bebidas isotónicas. Había que hidratarse, la jornada había sido larga.

Cuando salió del baño apenas habló. Se limitó a coger su bebida, y sentarse en un sofá, dando largos tragos.

  • Rosa – dijo Don – Te ha gustado por lo que veo. Otro día, repetiremos. Pero solos tu y yo.
  • Quien sabe – respondió – Quien sabe.

Luego, se levantó, y haciéndome un gesto, dijo que nos íbamos para casa.