Corrompiendo a mi madre

No se habló más. Le dió un largo trago a su Gin-tonic, y se fue al baño. En apenas dos minutos estaba de vuelta. Al salir del mismo, pude observar sus pechos, libres, moviéndose dentro del vestido. Y creo que no fui el único, pues más de un parroquiano, experimentó una repentina aceleración cardíaca. Era la única mujer del aquel bar, y todos los abuelos la miraban.

Venga mamá... intentalo.

Mis padres hacía dos años que se habían separado. Desde entonces., mi madre apenas había tenido sexo con otros hombres. Lo se, porque ella me lo contó. Y ahora sabréis como.

La verdad, me daba un poco de pena verla por casa, apagada. Le faltaba chispa. Tiene 55 años, se conserva bastante bien, y bueno, que caray, tiene un polvo. O dos.

Ella es una persona totalmente nula con la informática. Desconoce el alcance de internet, y solo sabe de el lo que dicen las noticias, que suelen ser casos de pornografía con menores y estafas varias, por lo que para ella, los ordenadores, son artefactos diabólicos. O al menos, hasta hace poco, lo eran.

Alguna vez me había pillado en alguna página de sexo, y también sabía que a veces, yo salía con chicas que conocía a través de portales de contactos, chicas, que a ella, no le gustaban nada, lo cual, no hacía más que fomentar la mala imagen que ella tenía de internet, origen, casi siempre, de las pocas discusiones que solíamos tener.

Pero bueno, a lo que iba. Hacía tiempo que la notaba triste, apagada. Sobre todo las dos últimas semanas, y la verdad, yo estaba bastante preocupado por ella, así que un día, después de cenar, sentados en el sofá viendo la televisión, abordé el tema.

  • ¿Qué te pasa? - pregunté – Hace tiempo que te noto mal. Y cada vez peor. Y no me gusta verte así.

Se quedó mirándome fijamente, como si tuviese ganas de contar algo, pero yo no fuese la persona adecuada para ello.

  • Nada – contestó – Estoy bien, no te preocupes, hay rachas buenas y malas, y yo estoy en una mala. Nada más. Pronto se me pasará.

Desde luego, esa respuesta para nada me convenció, así que seguí insistiendo sobre el tema, hasta, que casi pasada media hora, tras unos cuantos rodeos, y quizás con algo de colaboración del vino de la cena, conseguí que me contara su problema.

  • No gusto a los hombres. No me veo atractiva. Cuando salgo con mis amigas no noto miradas de deseo, y los pocos hombres que se acercan, no merecen la pena. Me siento como un trasto inútil. Como una prenda vieja y gastada que se queda en el armario hasta que un día, harta de verla allí, la tiras a la basura.

Hablando y hablando, me contó que desde el divorcio, apenas tuvo sexo. Un par de rollos ocasionales, y una relación de 3 meses con un hombre de su edad, que trató de llevar en secreto por el que dirán, y por no preocuparme.

Añadir, que estos temas, para mi, eran naturales hablarlos con mi madre. Al menos, desde el otro punto de vista, pues, aunque sabía que a mi madre no le gustaba eso de que hoy anduviera con una chica, y mañana con otra, se preocupaba por mi, y no se cansaba de darme consejos para llevarme al buen camino. Y siempre que un fin de semana llegaba a casa sin alcohol en las venas, o sencillamente, dormía fuera de casa, ella suponía y preguntaba si había estado con alguna chica. A lo que yo solía contestar que si. Pero sin entrar en nada más detallado.

  • Si mamá si, estuve con una chica. ¿Que tiene de raro? Varón, 30 años, español y hetero... Coño mamá... que estoy en la edad.

La verdad, es que ella se vería fea, aunque ni yo, ni algún que otro conocido de sexo masculino, pensábamos lo mismo.. pero bueno. Cuando alguien entra en una dinámica de autodestrucción de autoestima, es difícil controlarlo, pero, había que intentarlo, ¿No creéis?

Estuve un buen rato halagandola. Diciéndole lo bien que se veía para su edad, y que cuantas mujeres con 20 o 30 años menos, quisieran tener ese cuerpo, a lo que ella respondía siempre con el mismo argumento, “me queréis, por lo que no sois imparciales. Eres mi hijo, otros son mis amigos.¿Cómo ibais a decir que estoy fea? Eso es lo que ella respondía y argumentaba. Lo dicho la autoestima por los suelos.

Pasó otra semana más, y ella estaba peor. Se veía horrenda pese a estar estupenda. Así que un día, se lo propuse

  • Mamá, siempre dices que las opiniones de conocidos no te valen, porque lo decimos por cumplir y por educación... pero...¿Si es un desconocido quien te su opinión?

La verdad que en principio se quedó sorprendida y bloqueada, la verdad, creo que no era capaz a entender lo que le sugería, así, que presa de la curiosidad, y quizás con unas ganas enormes de quitarse ese bache de encima, preguntó:

  • ¿Valorada por desconocidos? ¿Como? Si no me conocen, no pueden opinar, y si no me ven, tampoco, y si son desconocidos, ni me conocerán, ni yo a ellos tampoco. Y si no me han visto, ¿Cómo me van a valorar?

  • Sencillo – respondí. - Solo hace falta un poco de valor, quitarse el pudor de encima, y ser un poco discretos. Y verás como cientos de hombres opinan sobre ti. Y cientos de hombres, no estarán equivocados, digo yo..

Ella abrió los ojos como platos. No se si porque había entendido más o menos lo que le proponía, o porque no lo quería entender.

  • ¿Y cómo se hace eso? - Preguntó,
  • Sencillo. Yo te creo un perfil en una página web erótica, donde la gente se exhibe sin pudor, y tu, subes unas fotos tuyas,algo subidas de tono, a las que previamente se les ha difuminado la cara , para que nadie te reconozca.

  • ¿Estás loco? Para empezar, no tengo fotos de ese estilo, tampoco sabría como poner mi cara borrosa, no sabría ponerlas, y sobre todo, nunca lo haría, y menos a estas alturas de la vida, y con un cuerpo tan ajado ya.

  • Primero – respondí- Ni tu cuerpo esta ajado, ni el resto es disculpa. Yo puedo hacerte las fotos, tapar tu cara en las fotos, y también colgarlas. ¿Por qué no lo intentas? No pierdes nada, y solo tu y yo sabremos que la de esas fotos, eres tu. Además, no tienes por qué enseñar nada. Para un pequeño tanteo, pueden ser una fotos con una ropa sexy. Algo provocativo, pero sin enseñar nada.

Estuvimos con este tira y afloja durante casi otra media hora larga. La verdad que la notaba con dudas. Por un lado le daba un miedo horrible hacerlo, pero por el otro, creo que necesitaba leer palabras bonitas sobre ella. Y por qué no, también un poco la excitaba la idea. Y a mi, también.

Cuando casi lo daba todo por perdido, para mi sorpresa, de pronto, aceptó.

  • Si. Si. Si. ¿Por qué no? Si. Pero nadie puede enterarse de esto, ¿verdad?
  • Tranquila. - Respondí. - Nadie, salvo tu y yo lo sabremos.

Entonces, para darle un poco más de confianza, la lleve a mi ordenador de sobremesa, se sentó junto a mi, entramos en la página erótica, y le puse unas cuantas series de mujeres de su edad, más o menos, para que se hiciese una idea de como era la web, y de como se podría vestir.

La verdad que ya era tarde. Eran sobre las 2 de la mañana, y no eran hora de fotografiarse de esa forma. Ella necesitaba descansar y yo también, así que mañana sería otro día, y Dios diría.

Yo me levanté temprano. Era viernes, y yo tenía que estudiar un tema amplio, y necesitaba todo el tiempo que pudiera disponer, y ella, tenía que irse a trabajar, así que no nos vimos hasta la media tarde.

Estás muy guapa, le dije. Y ciertamente, no lo estaba, pero debía subir su autoestima. Una vez en casa, se había ido a su cuarto, quitado toda la ropa, menos su braguita, y puesto una bata encima.

Una vez cambiados, ambos, pues yo también suelo ponerme ropa cómoda al llegar a casa, nos fuimos al salón, y como quien no quiere la cosa, yo serví dos copas de vino, que bebimos mientras comentábamos como había pasado la semana. El vino, a mi madre, suele hacerle efecto con prontitud. Nunca ha sido una gran bebedora, y suele subiersele a la cabeza con prontitud. Cuando la vi con un poco de esa alegría que da el vino, ataqué.

  • Mamá – Le dije - ¿Recuerdas lo que hablamos ayer?
  • Si – Respondió – Pero hoy no estoy vestida para la ocasión.
  • No te preocupes,- añadí – yo iré contigo a tu cuarto, y te ayudaré a elegir.

Llegué a casa 4 horas antes que ella. Ya había puesto a cargar la batería de la cámara, y me había dado tiempo a husmear en sus cajones, así que más o menos, ya sabía lo que se iba a poner.

Subí con ella a su cuarto. Yo sabía que no llevaba nada bajo la bata. Abrí los cajones y empecé a mirar. Realmente, ya lo tenía decidido de hace unas horas, pero tenía que ponerla a prueba.

  • Mamá – Le dije – Tienes mucha lencería... será difícil escoger la más conveniente... Creo que vas a tener que ayudarme.
  • ¿Cómo? - Respondió -
  • Sencillo. Tienes dos opciones. O me describes tu cuerpo, o te quitas la bata, me permites verlo, y así elegir. Tu verás. Podríamos pasarnos horas con palabras, o ahorrárnoslas con una sola imagen. ¿Sinceramente? Quitate la bata.

Y así fue. Cuando menos lo esperaba, en su cuarto, ella soltó su cinturón, y dejó caer su bata al suelo. Solamente llevaba una minúscula braguita de raso blanco, nada más,

Contemplé su cuerpo claro. Apenas había tomado el sol. Sus pechos, blancos, eran generosos y aún firmes. Cintura marcada, pese a sus años, un trasero muy apetecible, y una cara apenas sin arrugas.

Como si todo fuese nuevo para mi, fui abriendo cajones, como si no supiese lo que hacía. Y cuando me pareció haber revuelto suficiente, saqué un conjunto de un cajón. Era negro, con un encaje muy muy transparente, liguero, y un batin de raso.

Cogí todo del cajón. Miré a mi madre casi desnuda frente a mi, se lo puse sobre su cama, y le dije – Vístete. No tenemos todo el día -

Apenas dudó. En unos pocos minutos estaba cambiada, así que, volví a entrar a su habitación, y sobre su cama, la hice posar, con el consiguiente erecto de mi miembro viril, pese a ser mi madre.

Por suerte, conseguí hacerle alguna foto sin sujetador, otras solo con la bata negra de gasa y un par de ellas, sin nada. Una vez pasadas al ordenador, las visualizamos todas, y decidimos cuales subir a la página de amateurs. Y así fue, apenas una hora después, había siete fotos suyas en internet. Tres en lencería, dos sin sujetador, otra solo con la bata de gasa, y otra, sin nada sobre su cuerpo.

Era una página activa, una de las más importantes del mundo en su género. Las fotos, al ser novedad, estaban en primera página, y pronto comenzaron a recibir comentarios. Algunos en castellano, otros en inglés, y casi todos ellos, diciéndole lo bien que estaba, lo que les gustaría conocerla, y pidiéndole que subiera más fotos.

En apenas dos horas, se registraron más de cien comentarios. Ella, como es natural, los leyó todos. Y los que no entendía, pues su inglés es un tanto básico, se los traducía. Y como no... leer tanto halago, de tanto hombre, joven o maduro, le hizo creer de nuevo en si misma. Quizás, pensó, muchos lo dirían con la esperanza de poder conocerla en persona, pero claro, si quieren conocerla en persona, es porque les atrae la idea de tenerla.

La vi más animada. El recuperar la confianza, volver a sentir su autoestima, hizo que su ánimo subiera de forma inmediata. Y si además sumamos las dos copas de vino que tomamos mientras leíamos los comentarios, pues su estado de ánimo era poco menos que excelente.

  • Sabes mamá, hacía tiempo que no te veía tan bien. Esto, habría que celebrarlo
  • Si, tienes razón. Me encuentro fenomenal. Gracias. ¿Que te parece si pedimos algo de comida para celebrarlo?
  • ¿En casa?, no. De eso nada, vamos a vestirnos y salimos a cenar. Así podré presumir de este bombón que tengo de madre. Eso si, tu invitas.
  • Acepto. Y no lo pienso más, porque entonces, me da pereza y no salgo. Por cierto, ¿donde vamos a ir? Para saber que ponerme

Y entonces otra bombilla se encendió en mi cabeza.

  • Mamá – dije – Hace un rato elegí tu ropa, y no ha ido tan mal, ¿verdad?. ¿Me dejas que elija tu ropa para hoy?
  • Ay niño, por favor. Con una vez basta. Ya estuvo bien.
  • Anda mamá, por favor, dejame a mi. Tu siempre sales demasiado recatada y gris. Y mira que tienes ropa bonita. Además, te recuerdo que sales conmigo, así que no tendrás pesados babeando, aunque si podrás ver la cara de deseo de muchos hombres. Venga ¿Te atreves?

Estuvo un minuto dudando. Y al fin, aceptó. Creo que las ganas de comprobar si lo que le escribían en el foro liberal era cierto, alimentó su curiosidad y eso la hizo ceder. Sin perder tiempo, me fui directo a su armario.

  • Hagamos una cosa, mientras tu te duchas, yo iré sacando tu ropa, e iré a ducharme. Luego, tu te la pones, y nos vemos en el salón, ¿Te parece?
  • Perfecto – respondió.

Acto seguido, la vi encaminarse al taquillón de su lencería. Y la paré.

  • No no. Tu a la ducha. La ropa, toda, ya la elijo yo.

La verdad que era verano, hacía bastante buen tiempo, y eso, me daba un abanico más amplio donde elegir. Saqué de sus armarios un conjunto blanco de encaje, sin medias, pues hacia calor, un vestido camisero blanco, bastante entallado, y que le llegaba hasta las rodillas. Insinuante sin exagerar... pero que le quedaba de miedo. Después me fui a mi cuarto, pasé a mi baño, me aseé, me vestí y bajé.

Ella no tardó mucho más en bajar. El calor del verano no es buena época para un exceso de maquillaje, así que una vez duchada, se perfumó, peinó su pelo, un leve repaso a las pestañas y labios, se vistió, y bajó a mi encuentro.

He de decir que estaba hermosa. Muy atractiva. El vestido, con un cinturón que se ceñía a su cintura, le quedaba fantástico. Aunque, como era costumbre en ella, llevaba demasiados botones abrochados.

  • Mamá – dije – Estás fantástica.... pero, por favor, suéltate ese botón, ¡¡pareces una monja!! Y no se trata de eso!!

Sin decir nada, me miró por un segundo, y se lo abrió. Cogí las llaves de su coche, pues el mio estaba algo bajo de gasolina, y nos fuimos.

La verdad, hacía una noche estupenda, cielo despejado, una leve brisa y temperatura agradable, así que conduje unos kilómetros hasta ciudad vecina. Una ciudad de unos 300.000 habitantes, con puerto de mar, un hermoso paseo marítimo, y abundancia de lugares donde luego de cenar, poder tomar una copa.

Metí en coche en un parking muy bien situado, al lado de la zona marítima turística, llena de lugares donde cenar algo, y también cerquita de la zona de copas, donde poder ir a tomar algo después, y nos encaminamos a un restaurante en el que yo había estado un par de veces, un lugar con buena mesa, buena bodega, y mesas con la intimidad suficiente para poder hablar sin temor alguno.

El chico que nos atendió tendría unos 30 años. Moreno, más o menos de mi estatura, complexión atlética. Pude fijarme, como al dejarnos las cartas, sus ojos se iban al escote de mi madre. Como ya dije, el vestido era entallado, y marcaba un par de pechos generosos, sin ser demasiado grandes, y por su escote dejaba ver el comienzo de su canalillo. Ella no se dio cuenta, pero yo se lo dije, y al rato, cuando el chico volvió a tomarnos nota, vi como se situaba en la mesa por el lado de mi madre. Imaginé que desde allí tendría una mejor vista de lo que el vestido tapaba.... y también ella debió pensar lo mismo, pues vi como sus mejillas tornaban a una leve rojez.

  • ¿Te has dado cuenta? - Le pregunté
  • ¿De qué? - contestó
  • De como se ha puesto a tu lado para poder ver dentro de tu escote. Mientras tomaba nota de la cena, sus ojos se iban a tus tetas. Y por su gesto, creo que no la disgustado para nada la vista.
  • Ay hijo – contestó - ¿Cómo voy a gustarle a un niño como ese? ¿No ves que es casi de tu edad y podría ser su madre?
  • Di lo que quieras.... pero el rubor de tus mejillas te delata. Has notado su mirada a tus pechos, y te ha gustado.

Un leve si, fue su respuesta.

Pronto, el camarero volvió. Y de nuevo se puso a su lado para abrir la botella de vino. Y sus ojos volvieron a caer al escote de mi madre. Y sus mejillas, de nuevo ruborizadas. Y esta vez, no dije nada sobre el tema, tan solo cogí mi copa y brinde con ella. Era un vino blanco, joven, gallego. Afrutado, suave al paladar y con un dulce regusto. El vino ideal para una cena larga, en buena compañía.

Poco a poco el tiempo fue corriendo, la cena avanzando, la botella de vino, bajando, y el camarero, mirando. Era evidente que le atraía mi madre. Tan evidente como el placer que a ella eso le daba. Volvía a sentirse viva, deseada... volvía a sentirse mujer.

  • Mamá- le dije – En ese vestido, sobra un botón -

Ella se sorprendió. Desde luego, no esperaba ese comentario. Pero las miradas del camarero le habían excitado un poco, y el vino, liberado su cabeza de prejuicios. Apenas dudó un momento. Disimuladamente, soltó su botón, y continuamos con la cena.

Al poco tiempo llamé al camarero. La verdad es que el vino estaba muy bueno, y mediada la cena la botella ya estaba vacía. No tardó el camarero en venir con otra botella llena. Pude ver como sus ojos se abrieron como platos al mirar de nuevo el escote de mi madre. Ese botón recién desabrochado, y desde su perspectiva, le permitían tener una vista casi completa de esos dos hermosos pechos y su sujetador. Y ella lo notó. Y la excitó. Un poquito más.

Fue terminando la cena, entre continuas atenciones del camarero. Un chico servicial, la verdad que si. Aunque sus motivos tendría, imagino. Como en el restaurante ya estaba todo hecho, una vez terminada la cena, aboné la cuenta, dejandole una buena propina al camarero, y, cogiendo a mi madre por la cintura, le dije que nos íbamos a bailar. La noche estaba preciosa, era pronto aún, al día siguiente no había que madrugar, y el verano anima a la gente a salir, por lo que la zona de copas era un hervidero de gente.

Al salir del bar, se había abrochado el botón que soltó en el restaurante. Lo veía demasiado provocativo para estar en la calle. Y así era. Tiempo habrá si es necesario de volver a soltarlo.

La llevé a uno de los locales de moda, aprovechando que aún era pronto, y tendríamos un par de horas antes de que aquel sitio se llenase de gente de tal forma que no podríamos ni movernos, para tomar una copita y bailar. Había ambiente, pero sin ser agobiante. Podía acercarme a la barra sin problemas, y teníamos el suficiente espacio para bailar, si así nos placía.

Ella estaba un poco bebida. No suele beber habitualmente, y las dos botellas de vino que habíamos bebido en la cena le estaban pasando factura. Realmente no estaba borracha, sino alegre, y quiso seguir esa alegría con un Gin tonic, a lo que, evidentemente, no me opuse en absoluto.

Procuraba dejarla bastante tiempo sola. Aquel era un lugar lleno de hombres buscando rollete, y tenerme a mi al lado ahuyenta a los cazadores, así que entre ir a la barra, alguna visita al baño, saludar conocidos... digamos que más de la mitad del tiempo estaba sola, que no desatendida.

Cual fue mi sorpresa la segunda vez que fui al baño, pues al salir, la vi hablando con un chico. Me acerqué un poquito, por la espalda del chico, sin que él me viese, y le hice un par de gestos, que estuviese tranquila, que yo estaría cerca. Y los dejé solos, mientras, busqué un lugar donde estar, pudiendo tenerla a la vista, pero sin molestar.

Por suerte, al rato apareció una vieja amiga, que me sirvió de escudo perfecto para no llamar la atención del acompañante de mi madre, y, de paso, para hacer un poco más agradable la noche. De vez en cuando, al bailar con ella, pasaba cerca de mi madre, la cual me buscaba con la mirada, y yo, procuraba darle serenidad.

Pude ver como el baile cada vez era más cercano, el chico se cerraba cada vez más sobre ella. Su mano izquierda, antes en su cadera, cada vez bajaba más hacia sus nalgas, mientras que sus labios, de vez en cuando, intentaban robarle un beso, aunque, por el momento, con nulos resultados, excepto algún beso en la mejilla, o en el cuello. Ella, no estaba por la labor.

Cuando pensé que todo estaba encaminado, plaff... adiós. El chico intentó pasar de su costado a su pecho, cuando ella lo separó. La vi coger el bolso, y salir del local, así que sin perder un minuto, me despedí apresurado de mi amiga, y salí tras ella.

La encontré fuera, fumando un cigarrillo. Encendí otro, la llevé un poco aparte, a la acera de enfrente, al lado del mar, donde no había gente, y le pregunté que había pasado.

  • Me asusté- dijo – No estoy de esto. Nunca he tenido rollos de una noche, y era demasiado joven. Me estaba divirtiendo mucho, pero ya apenas podía resistir la tentación de besarle, y cuando su mano se acercó a mi pecho, me asusté. No lo se. Creo que el sexo me supera. Me pone demasiado nerviosa.

Traté de calmarla un poco, lo cual no fue difícil. Alcohol y nicotina casi lo hicieron por mi. Y viendo que no se atrevía con el sexo... decidí dar un paso más.

  • ¿Confías en mi? - pregunté – Hasta ahora creo que la cosa no ha ido mal, ¿verdad?
  • Si. la verdad que no fue mal, no. así que si. Me fio de ti.
  • Pues conozco un local distinto. Está un poco lejos, pero se puede ir caminando. Así que iremos dando un paseo, y haremos una parada técnica de repostaje y alivio por el camino.

Bien bien bien, pensé. La noche iba a depararme más de lo que yo esperaba. Siendo sincero, me estaba excitando, y sin querer, a veces mis ojos también se iban hacia su escote, y el ver a otro hombre acariciándola, hizo aumentar mi excitación. Quería hacerla llegar más lejos. Hacerla perder sus miedos, y esa noche era el momento. Estaba desinhibida, excitada, y algo bebida. Y es una ocasión que quizás no se vuelva a repetir.

Mientras íbamos camino al local, que estaba un kilómetro y medio, o así, paramos en un bar que nos cogía de camino. Había que matar la sed, e ir al baño... que tan importante es beber, como mear. Era un bar normal, sin música ambiente, y con unos clientes pasados en años, cuyos ojos se clavaban en ella con puro deseo carnal. Eran mayores, si. Pero hombres, y la deseaban. Y lo sentía. Y la excitaba.

  • Vete al baño – le dije.

Me miró sorprendida. Sin entender.

  • Quiero que vayas al baño, y que cuando salgas, tus bragas y tu sujetador estén dentro de tu bolso.-
  • ¿Qué dices? - replicó – a ti se te ha subido el alcohol y no sabes lo que haces
  • Lo se perfectamente. Hazme caso. Vete al baño y ven como te he dicho. Confía en mi.

No se habló más. Le dió un largo trago a su Gin-tonic, y se fue al baño. En apenas dos minutos estaba de vuelta. Al salir del mismo, pude observar sus pechos, libres, moviéndose dentro del vestido. Y creo que no fui el único, pues más de un parroquiano, experimentó una repentina aceleración cardíaca. Era la única mujer del aquel bar, y todos los abuelos la miraban.

  • ¿ Y ahora qué? - preguntó
  • ¿Ahora? Vas a ser buena, venir conmigo, y hacerme caso en todo sin rechistar. ¿Vale? Ya verás como merece la pena.
  • Bien. Si lo pides, así será. Llegados hasta aquí, poco hay perder.

Y nos fuimos del local, mientras los ojos la seguían puertas afuera.

Continuamos, con el paso un poco dubitativo, camino al destino, al que llegamos en no más de 15 minutos. Era un local amplio, sin cristalera exterior, y en una calle apartada del bullicio. El oscuro mármol de la fachada contrastaba con la puerta de acceso y el rótulo del local, ambos en metal cromado.

  • ¿Es aquí? - preguntó con cierto tono de duda en su voz. El local no le parecía muy recomendable, y la zona, tampoco le daba mucha confianza.
  • Si. es aquí – le dije – y desde este momento, dejas de ser mi madre, y pasas a ser mi pareja. Te llamaré Rosa, y tu a mi, Manu. ¿ok?
  • Ok. No quiero saber más. A estas alturas, cierro los ojos y me dejo llevar.
  • Bien. Es lo que tienes que hacer. Confía en mi. Por cierto... dame dinero. Que con tanto pago, esta noche me he quedado sin efectivo y no hay cajeros cerca.

Sacó la cartera del bolso, y me la dio. La abrí, saqué 100 euros y se la devolví, aprovechando la ocasión para sacar la miá, y darle un preservativo.

  • Toma, por si acaso. Nunca se sabe cuando se va a necesitar.

Me miró un tanto asustada, y algo extrañada. Pero no dijo nada. Cogió el condón y lo guardó en el bolso. Era evidente que no le disgustaba la idea de tener que usarlo.

  • Cierra los ojos, y nos abras hasta que te avise – le dije.

Y los cerró. Momento que aproveché para abrir de nuevo el botón que había abrochado en el restaurante, ceñirle un poco más el vestido, y, mientras le susurraba al oído que estuviese tranquila, mis manos se acercaron a sus pechos y los acariciaron por encima del vestido.

No me esperaba ese tacto tan agradable en sus pechos. Aun estaban firmes, bastante duros, y eran generosos. Mi polla se puso firme en un solo instante. Si. Era mi madre, pero me estaba poniendo muy muy cachondo.

Sus pechos, reaccionaron a las caricias, y pude ver sus pezones marcados en el vestido. Cuando abrió los ojos, no dijo nada, pero su mirada decía ¿Por qué? A lo que le señalé sus pezones marcados bajo el vestido, y, mientras ella los miraba, los cogí entre mis dedos y se los apreté suavemente. Quizás no le agradaba mucho sentir mis dedos.... pero no pudo contener un leve gemido de placer. La mire de nuevo, y le dije

  • Recuerda, Rosa, eres mi pareja.

Y entramos al local.

Nada más entrar hay una pequeña sala, con un timbre. Al tocarlo, una de las personas del staff del local, sale a la salita, donde, una vez abonada la entrada, se permite el paso al local. La entrada, para dos personas, asciende a 50 euros, incluyendo cuatro copas, una taquilla, y acceso libre a todos los servicios del local.

Cuando accedimos ya al local, ella se quedó de piedra. Había una tenue luz rojiza, una música suave, pero sensual, y unas 40 o 50 personas, algunas sin ropa, y otras, a medio vestir. En un lateral de la sala, había un gran jacuzzi, donde dos parejas estaban manteniendo sexo.

Se quedó blanca. La cogí de la mano, nos acercamos a la taquilla, donde guardamos su bolso, y, después de acomodarla en una mesa libre, me dirigí a la barra por otras dos copas. Era evidente que ella la necesitaba mucho más que yo.

Mientras me servían, en la distancia, la observaba. Y vi como su cabeza se movía en todas direcciones. Quizás estaba algo asustada, pero no perdía detalle de nada. Ni siquiera de una pareja que pasaron totalmente desnudos a su lado.

Cuando volví con las copas, ella estaba más tranquila. O más bien, algo más repuesta del shock inicial.

  • ¿Pero.. esto que es? Preguntó
  • Pues.. es lo que es. - respondí – un local liberal, donde la gente viene con su pareja, y hacen todo aquello que les viene en gana
  • Pero yo no soy tu pareja – añadió -
  • Ya... pero eso ellos no lo saben.. es nuestro secreto – le dije mientras volvía a besarle suavemente los labios.-
  • Por cierto, aquel tipo de la derecha, está mirándote con ojos muy golosos. ¿Te gusta?
  • Hombre, feo no es... pero viene con una chica
  • tranquila

Seguimos tomado la copa, mientras yo observaba al tipo aquel. No le quitaba ojo de encima, y pude ver que mi madre tampoco a el. Ambos se buscaban con las miradas. Y tampoco él estaba mal acompañado.

Eran una pareja de unos 45 años. El era como yo de alto, fuerte, cuerpo ancho, pero sin grasa, algo velludo, con bigote, y una buena mata de pelo castaño en la cabeza, mientras que ella, también aparentaba unos 45 años. Algún kilito de más, pero bien puesto, teñida de rubio, no tenía excesivo trasero, y bajo la blusa roja de satén se adivinaban unos generosos senos. La miré, ella me miró, la sonreí y me devolvió la sonrisa. Pude fijarme, que tanto sus dientes como los de su pareja, eran blancos. Y eso me gustó. Denotaba higiene, así que de forma disimulada, les hice una señal.

  • Vienen hacia aquí- me dijo al oído
  • Si, lo se, yo los he llamado - le susurré - así que portate bien y no pierdas la compostura. Aquí nadie obliga a nadie a nada, y tu haces lo que quieras hacer, nada más. Pero con un poco de suerte, tu hoy comes moreno y yo rubita.

No dio tiempo a hablar más, pues llegaron a la mesa. Me levanté, y les invité a sentarse. Eran Paco y Elena, que, por lo visto, eran un matrimonio de habituales en el local.

Vi como Paco, mientras hablábamos, le mirada sin disimulo alguno el escote a mi madre, y también el me vio mirarselo directamente a su esposa.

  • ¿Hace calor aquí, no creéis? - Dijo Paco al rato. - la temperatura sube como en el infierno. Elena, cariño, ¿No tienes calor?
  • Un poco – respondió

Entoces, sin decir nada más, Elena, se quitó la blusa, dejando al aire dos grandes pechos con rosados y generosos pezones. Algo caídos ya, por la edad y el tamaño, pero aún muy apetecibles.

  • ¿Te gustan? - me preguntó a la vez que cogía mi mano y se la llevaba a uno de sus pechos.
  • Están muy bien – respondí, a la vez que acariciaba su pecho izquierdo

Miré a mi madre. Estaba totalmente descolocada. No sabía que hacer. Miraba para mi, para Elena, y sobre todo, para Paco. Paco le gustaba, pero no sabía que hacer

  • Paco – dije – Rosa es algo tímida, pero también tiene mucho calor. ¿Por que no la ayudas a ponerse más fresca?

Dicho y hecho. Casi al momento, Paco, con mucha suavidad, le cogió sus manos, que estaban sobre la mesa, y las puso apoyadas en sus muslos, mientras, con dedos hábiles, abría los 4 botones superiores del vestido de mi madre. Una vez sueltos todos, delicadamente, deslizó el vestido sobre los hombros, y lo dejó caer.

Ella estaba sentada, desnuda de cintura para arriba, frente a un desconocido. Y sin saber que hacer, mientras a veces me miraba, y veía como disfrutaba con los pechos de Elena.

Paco la miró un momento. No dijo nada. Solo miraba, hasta que sus manos se fueron a los pechos, para acariciarlos con deseo controlado, mientras Rosa seguía quieta como si fuese una estatua, hasta que de pronto, Paco dejó las manos, y acercando su cabeza a su torso, comenzó a besar y mordisquear sus pechos. En ese momento, algo se rompió, pues de pronto sus manos dejaron de estar inactivas, buscando y acariciando la cabeza de Paco, a la vez que se mordía levemente los labios y comenzaba a gemir.

Lo había conseguido. Paco la había puesto como una moto, mientras, Elena, ya se había perdido entre mis piernas... y vaya si se perdió bien, que a punto estuvo de hacer que me corriese en su boca.

Yo no quería perder más tiempo allí sentado, así que cogí a Elena y me la llevé a uno de los tatamis. Le quité la falda, y comencé a comerme su chochito sin miramientos. Era un chocho dulce, jugoso... y yo estaba muy excitado, pero mi atención estaba puesta en otra mujer, y comerle el coñito a Elena, era algo que tenía que hacer, cuanto antes, para luego poder ver aquello que tanto me interesaba.

Pude ver como Paco metía a mi madre en en tatami contiguo. Por suerte, ambos están separados por un cristal, aunque solo llega a media altura, y se puede ver de uno a otro. Creo que mi madre estaba tan cachonda que se había olvidado prácticamente de mi. Cuando alcé la vista, allí estaba ella. En el tatami de al lado, de rodillas, mientras chupaba, o intentaba chupar, torpemente, la polla de Paco. Desde luego, comer pollas no era algo que se le diese precisamente bien.

Cuando volví a mirar, Paco ya le había quitado totalmente el vestido, y estaba tumbado sobre ella, comiéndole el coño. Y me excitó. Tanto que si me descuido, me hubiese corrido en ese mismo instante.

Después de pasar un buen rato sobre Elena, decidí que era hora de cambiar de postura, así que la puse a cuatro patas, de cara al cristal que separaba ambos tatamis, para que también ella pudiera ver a su marido, que, en esos momentos, estaba sobre mi madre, follandola salvajemente.

Cuando Paco alzó la vista intentando ver a su mujer, nos vio, casi pegados al cristal, mirando hacia ellos. Así que cogió a mi madre y la puso en la misma postura que yo había puesto a su mujer, y allí estaba yo, follando con una cuarentona cachonda a cuatro patas, con mi madre, enfrente, a apenas metro y medio, en la misma postura que la rubia, y siendo follada por su marido.

La vista se me iba a ella. Estaba follando a Elena,que gritaba como una loca, y ya se había corrido dos veces, pero mi atención estaba en los pechos de mi madre. Me gustaba verlos moverse al compás de las embestidas de Paco, que cada vez eran más rápidas y profundas. Ella tenía la cara desencajada, con una mueca de enorme placer. Era evidente que estaba gozando como una perra mientras ese hombre la penetraba.

Y la oí gemir. Se escuchó como emitió un gemido fuerte, profundo, largo. Y eso fue la gota que colmó mi vaso, no podía más, y cuando estaba a punto de correrme, acerqué mi boca al oído de Elena, y le susurré..

  • Sabes.. Rosa no es mi pareja.......es mi madre.

Y entonces exploté. Me corrí salvajemente en el coño de Elena. Ella notó como su coñito recibía una cantidad enorme de semen caliente, notaba como el preservativo se hinchaba dentro de ella, mientras yo aun seguía penetrándola desde atrás, a la vez que mi mano derecha saltaba de teta en teta, apretándole los pezones. Y de nuevo se corrió.

No dijimos nada. Apenas nos movimos. Seguíamos en la misma postura. Elena a cuatro patas y yo tras de ella, solo que con el pene fuera, mientras mirábamos a Paco, que, había empujado la cabeza de Rosa contra el tatami, y ahora la embestía como un búfalo salvaje, hasta que al fin, también el se corrió.

  • ¿ de veras es tu madre? - Peguntó Elena.
  • Si – Respondí – podrá parecerte extraño, pero si que lo es.
  • Me sorprendió.... pero también me excitó. Saber que mi marido estaba frente a mi follándose a la madre del tío que me estaba follando, me puso a mil. Verás cuando Paco se entere..

Apenas Paco terminó con ella, se puso el vestido. Le había pasado la excitación, y se sentía incómoda. Sobre todo cuando me miró y me vio allí, frente a ella, y con aquella mujer rubia a mi lado. Creo, que hasta ese momento, no había sido consciente de la situación. Entró en una nube cuando ellos se sentaron a la mesa, y le duró hasta el fin de la aventura.

No medió palabra alguna con Paco, tan solo se vistió, y salió del tatami, a lo que yo rápidamente la seguí, alcanzándola justo al salir por la puerta, con el tiempo justo de despedirme de Paco y Elena, y dejarles una tarjeta con mi número de teléfono.

Cogimos un taxi hasta el coche. Había un buen trecho y ella no se sentía con ánimo de caminar. Ni de hablar. Tanto que apenas articuló dos palabras de camino a casa. Una vez allí, tampoco dijo nada, tan solo llegamos y subió a su cuarto. Pude oír el agua de la ducha repicando un buen tiempo, y luego, al fin, el silencio.

Y

a eran las seis y media de la mañana... y mañana, sería otro día.