Corriendo por el Parque
Odio hacer ejercicio, pero levantarme temprano en domingo para hacer ejercicio me parece aún peor. La única razón para levantarme e ir es la pequeña falda deportiva que he conseguido para la ocasión... estoy segura que va a gustarte. No imaginé que el día sería mucho más que mi falda.
– Levántate, mi niña, ¡que ya es hora! – me dijiste, después de pasar más de dos horas intentando sacarme de la cama… ¿En domingo? ¡¿Cómo lo haces?!, yo no hacía más que revolverme y enredarme entre las sábanas mientras te oía caminar de un lado a otro por toda la casa. Desde que te conozco jamás he comprendido cómo haces para despertar temprano todos los días, yo estoy enamorada de la cama… de tu cama. – Anda mi niña, te traje el desayuno.
– Vooooy uhhmmm – murmuré mientras me estiraba y me sentaba sobre la cama… ¡qué guapo estás por las mañanas!
Desde que llegué a España no has hecho más que mimarme y llenarme de detalles, incluso los días que me he puesto pesada para levantarme los domingos has hecho hasta lo imposible por sacarme de la cama y hacer que desayune. Y es que jamás me permites saltarme las comidas, es la ley. Y por eso te amo…
– ¿Tostadas y jugo? – dije mientras intentaba abrir bien los ojos
– Jajaja… si… tostadas y zumo, mi querida mexicana – respondiste con esa sonrisa que tienes cada que digo alguna cosa como la decía en México
– Zumo, si… ¡tengo sueño!
Me bebí el zumo que habías preparado mientras comía las tostadas y pensaba en la noche espectacular que habíamos tenido el día anterior. Me habías dejado extasiada y no podía sacármelo de la cabeza, recordaba tu manos recorriendo todo mi cuerpo, tus labios… el sexo..¡wow!
– ¡Patty! – dijiste sacándome de mi ensueño
– ¿Qué?
– ¡Te he hecho una pregunta!
– Ahmmm… ¿Verde? – te respondí sin tener idea de cuál era la pregunta
– Jajajaja, ya me haces reír tan temprano – decías mientras me comías a besos – ¿Vas a ir conmigo a correr?
– Ahhh ¡eso! Si, amor… te lo prometí anoche mientras me hacías el amor.
– Si estás cansada, no importa, me acompañas otro día
Me paré de la cama de un salto y corrí a alistarme, no quería perderme ese rato contigo… había estado postergando ir a ejercitarme contigo desde que llegué a Sevilla, ¡pero tenía tantas ganas de hacerlo! Y después de lo de la madrugada… ¡te lo merecías! Salí del baño vestida con una camiseta ajustada en color blanco con franjas rojas y una falda-short a juego (parecida a esas que usan las chicas que practican tenis), tenis y una coleta alta en el cabello.
– ¡Wow! ¿Qué no íbamos a correr? – me dijiste sorprendido cuando me miraste mientas me recorrías con la mirada.
– Si, cariño, a eso vamos
– ¿Vas a correr con esa ropa? ¡Me estás poniendo la distracción enfrente!
– Oh, ¿en serio? Si quieres me lo quito todo y me pongo otra cosa – te dije mientras me dirigía a la puerta
– ¡No! Así estás perfecta, mi vida… vámonos entonces
Tú estabas más que perfecto, llevabas uno de las camisetas ajustadas azules con las que solías ir a correr y las mallas de running ajustadas… esas que me enloquecen. ¡Me gustaba tanto verte así!
Salimos de la casa y mientras cerrabas la puerta con llave pude contemplar como las mallas se ajustaban a tu culito… se veía tan apetecible
– ¿Qué miras? – me dijiste mientras me sorprendías mirándote por detrás
– ¡Nada, amor!
Mientras te reías me tomaste por la cintura y me acercaste bruscamente hasta quedar pegada a tu cuerpo mientras me besabas con pasión, tu mano se deslizó hasta mi espalda y de ahí bajó hasta apretarme los glúteos.
– Tú sí que tienes un culito precioso y digno de verse – me dijiste al oído a la vez que me soltabas y me tomabas de la mano para empezar a caminar escaleras abajo.
Caminamos tomados de la mano hasta llegar al Parque de María Luisa, donde corrías siempre. Recuerdo aún el día que llegué a Sevilla y fuimos a caminar a ese mismo parque para relajarnos y para que descansara un poco del viaje. Desde ese día yo no había vuelto, a pesar de que tú venías siempre a ejercitarte, yo siempre encontraba algún pretexto para evitar el ejercicio, pero tenía tantas ganas de hacerlo contigo, que me daba igual hacer un poquito con tal de acompañarte aunque fuera sólo una vez.
Cuando llegamos al parque me ayudaste a calentar haciendo algunas flexiones, yo tenía la mitad de la atención puesta en no caerme y la otra mitad admirando cómo tu polla se marcaba en la tela, y como los músculos de tus piernas se ponían duros mientras flexionabas… uff! Pude notar como tu mirada se perdía en mis piernas, y en lo que la falda dejaba ver cada que me agachaba o estiraba. Podía notar como tu polla estaba dura debajo de la ropa y no podía dejar de mirarla
– Pon atención a las flexiones, mi niña, que no quiero que te hagas daño – me dijiste con una sonrisa
– Si, amor… pongo atención a las… flexiones… a todas las flexiones
– Anda, vamos a empezar… trota despacio y flexiona bien las rodillas, o terminarás lastimándote… vamos a ir lentito, dime si te cansas
– Vamos pues…. Yo te sigo – te dije con intención de verte correr desde atrás
– No, princesa, las damas primero… pasa tú – dijiste con esa mirada traviesa, al parecer habías tenido el mismo plan que yo
Empezamos a trotar despacio, yo sentía como poco a poco se me iban calentando las piernas, y no solo eso… mi coñito empezaba a calentarse, saber que estabas ahí, detrás de mí, mirándome mientras corría… eso me hacía encenderme.
Seguimos así un par de minutos y empezaste a alcanzarme para correr a mi lado, mis ojos se desviaban a tu entrepierna mientras corrías y tú no parabas de decirme que mirara al frente. Poco a poco empezamos a acelerar y tú empezaste a ir, irremediablemente, por delante de mí… a pesar de que intentabas correr a mi ritmo, casi todo el tiempo yo quedaba un poco atrás… un poco intencional y un poco con el deseo de verte…
Mientras te adelantabas podía ver como tu culito se marcaba en la ropa, como el movimiento te marcaba los músculos… estabas tan sensual.
Después de unos veinte minutos comencé a sentir que me costaba respirar y te pedí que pararas un poco… siempre había tenido ese problema para correr, se me agotaba pronto el aire y tenía que parar.
Nos detuvimos cerca de un árbol con un tronco grueso y después de que me pedías que hiciera otra vez algunas flexiones, a pesar que yo lo que quería era tirarme en el pasto y no levantarme más, me dejaste sentarme unos momentos con la espalda apoyada en el árbol.
Por la forma en la que me senté, con una rodilla flexionada, la falda se deslizó hasta la cadera, dejando sólo el short a la vista. En seguida pude ver cómo tu mirada se desviaba a mi entrepierna. Pude ver cómo, con el movimiento, tu polla se había movido y estaba ahora un poco más a la vista… se veía que estaba dura.
– ¿Te ha gustado correr? – te dije con la mirada clavada en tu entrepierna
– Me ha gustado verte correr, mi diosa
Sonreí ante tu afirmación, ya imaginaba tu respuesta.
– Vamos, anda – me dijiste poniendo la mano extendida para que me apoyara en ella – vamos a caminar un poco a ver si te recuperas, o nos vamos a casa
– Si, amor… vamos – te respondí tomándote de la mano para levantarme
Cuando hice fuerza para levantarme y sentí como tiraste de mí para levantarme se me doblaron las rodillas y caí hacia atrás; con el impulso y la fuerza, tú caíste también casi sobre de mí, con una rodilla en el pasto y la mano que tenías libre justo a unos centímetros de mi entrepierna. Me miraste a los ojos y al ver que estaba bien te relajaste un poco y te acercaste a besarme. Estando en esa posición, mi rodilla rozó levemente tu polla cuando te inclinaste sobre mí… y eso hizo corto circuito. Enseguida acercaste un poco más tu mano a mi entrepierna y tocaste por encima de la tela, haciendo un poco de presión hasta sacarme un suspiro
– ¿por qué estás mojada, mi atleta?
– ¿yo? No sé, dímelo tú – te contesté mirándote a los ojos y mordiéndome el labio inferior mientras tu dedo se movía despacio, acariciando la zona.
– Está muy solitario aquí, ¿no crees? – me dijiste mientras me ponías de nuevo con la espalda contra el árbol.
Te acercaste despacio hacia mí y sentándote de frente, un poco hacia mi costado, quedaste cubriéndome con tu cuerpo de las miradas curiosas de quién pasara por el camino; cualquiera que caminara por ahí podría pensar que estabas solo sentado a mi lado.
A continuación, metiste tus dedos bajo la falda y los colaste entre la tela que cubría mi entrepierna.
– ¡¿No traes nada debajo?! – dijiste aparentando estar sorprendido. Y enseguida metiste los dedos directamente en mi coñito que, a esas alturas, estaba empapado.
Comenzaste a masturbarme así mientras yo cerraba los ojos y me dedicaba a disfrutar. Sentía tus dedos entrar y salir cada vez más profundamente dentro de mi coño mojado. Tu mano apretaba contra mi clítoris y empezaba a sentir los latidos como si tuviera el corazón en la entrepierna. Poco a poco deslicé mi mano sobre tu rodilla y abrí los ojos, la acerqué a tu polla y empecé a acariciarla por encima de la ropa hasta que sentí como se empezaba a mojar la tela. De pronto vi a un par de chicas que estaban paradas junto a unos árboles, no supe cuánto tiempo llevaban ahí pero era claro que estaban mirando lo que hacíamos.
– No vayas a mirar, pero hay dos chicas del otro lado que parecen estar muy entretenidas en lo que estamos haciendo – te dije al oído mientras colaba mi mano dentro de tu ropa
– ¿En serio? ¿Quieres que pare? – me respondiste mientras yo negaba con la cabeza; si querían ver entonces les daríamos algo para ver
Me acerqué a ti y comencé a besarte mientras movía la mano acariciando tu polla por dentro de la ropa. Tus dedos se movían frenéticos dentro de mi coño y yo comenzaba a sentir que se acercaba el orgasmo.
Apreté tu polla un poco más fuerte y aumenté la velocidad mientras tus hábiles dedos me hacían llegar al éxtasis… doblé las rodillas aprisionando tu mano y me corrí deliciosamente. Cuando me relajé y recuperé la respiración normal giré la cabeza hacia donde estaban las dos chicas. Seguían ahí mirando y se sorprendieron cuando vieron que las miraba directamente. Hice una seña de saludo con la mano mientras ellas se iban nerviosas y un poco sorprendidas hacia otro lado.
Cuando tú giraste a verlas ya habían emprendido la caminata y sólo pudiste verlas por detrás.
Empezamos a reírnos mientras me ayudabas a ponerme de pie, ahora con más cuidado. Me empezaban a doler las piernas, estaba en muy mala condición… además estaba ya deseándote muchísimo.
Emprendimos el camino a casa sin decir mucho, nos gustaba caminar sólo tomados de la mano, así que no nos hacía mucha falta hablar. Cuando llegamos a casa, empecé a subir las escaleras y te quedaste detrás de mí; al llegar al último escalón del primer tramo noté tu ausencia y miré hacia abajo, estabas ahí mirando atento hacia mis piernas.
– Se te ve muy bien desde aquí, mi guapísima – dijiste mientras sonreías y empezabas a subir también tú. Al llegar al descanso de la escalera te tomé por la cintura y te acerqué hacia mí, mientras te besaba hundiendo mi lengua dentro de tu boca sentí como me apretabas contra la pared mientras tu mano se colaba en mi falda y apretaba mis glúteos. Podía sentir tu polla endurecida pegada contra mi cuerpo. Tu mano se deslizó bajando por mi muslo y subiste mi pierna para enredarla en tu muslo; con el pie hice un poco de presión sobre ti para acercarte aún más hacia mi cuerpo.
De pronto escuchamos el sonido de la cerradura y nos separamos enseguida, no lo suficientemente rápido como para que quien fuera que estuviese llegando no pudiera vernos desde abajo.
– ¡Buenos días, vecina! – dijiste cuando la mujer que entró se quedó mirándonos
– Ho… hola – tartamudeó ella nerviosa y entonces la reconocí, era una de las chicas del parque.