Corriendo contra el destino

¿Existen las almas gemelas? ¿Vale la pena correr contra el destino? ¿Cómo fue tu primera atracción por otra Mujer?

Después de algún tiempo, me he permitido el honor de volver a esta página como autora (pues como lectora soy asidua a esta categoría), pero en esta ocasión, no es para relatarles otra de mis experiencias como Mujer bisexual. Yo lo describiría como una serie de elementos, que al fundirse dieron vida a un relato novelado (narrado en primera persona), que espero puedan disfrutar y comentar cada uno de sus tres capítulos.

Mujer

"Corriendo contra el destino"

¿Existen las almas gemelas? ¿Vale la pena correr contra el destino? ¿Cómo fue tu primera atracción por otra Mujer?

El periodismo siempre ha sido parte de mi vida. Aún antes de estudiarlo, tenía ideales relacionados al mundo de la comunicación. Hoy transpiro y siento en mis venas la pasión de informar, entretener y enseñar, a pesar de que la mayoría de los medios, han sido corrompidos por la ambición de dinero y poder.

No obstante, mi espíritu filantrópico, me lleva a colocar en primer lugar la idea de servir a los demás, especialmente a quienes lo necesitan, bien sea por escasez de recursos o problemas de salud. Y ser una comunicadora social, me ha valido de rampa para emprender esta importante y especial labor.

Llevo cinco años siendo reportera en un periódico y aunque mi habilidad y experiencia hayan sido objeto de diversas propuestas de "superación", mi deseo no es presumir de cargo y salario… quiero algo por lo que valga la pena luchar.

Por esta razón, valiéndome de mi trabajo y el alcance que tienen estas piezas de papel en todo el país, he logrado hacer el bien en varias oportunidades y ese es el verdadero fruto de mi esfuerzo.

— ¿Cómo vas con el especial de aniversario?— escuché decir al editor del periódico, sacándome de mis pensamientos

—Buenas tardes, Robert. No te ha sentado muy bien el descanso, tu voz se escucha algo débil ¿O es que Carreño (Presidente del periódico) no te ha dejado descansar y apenas ahora vienes bajando de su reino?— dije con sarcasmo evidente.

—Si me tuvieras al menos la mitad del respeto con el que le trato yo al SEÑOR Carreño, tu ascenso en este mundo sería más fácil y rápido.

—E indigno, como el tuyo.

—Miranda, deja la soberbia, sabes que las cosas no están bien y si quieres seguir formando parte de esta empresa y lograr imprimir la revista esa que tienes como proyecto, debes poner de tu parte.

—Deja el discurso, que estoy sumamente agotada… al grano, ¿qué directrices hay que obedecer ahora?

— ¡Quién te escuche creerá que de verdad eres muy obediente!... Primero necesito la novedad de cómo va la edición aniversaria, faltan sólo tres semanas y estoy muy preocupado, porque no sé qué está listo y qué no. Así que necesito tu reporte.

—No me presiones, Robert. Ya tengo suficientes complicaciones y el tiempo no me ha sobrado con los "importantes" caliches (información repetida o irrelevante) que me pediste que hiciera durante toda la semana.

—No les llames caliches, sabes que esa orden viene de arriba.

—Pues dile a tu Rey, que si pones a tu periodista estrella a atender a una cuerda de políticos hipócritas (valga la redundancia) durante toda la semana, no podré terminar la edición aniversaria.

—Deja de lloriquear, Miranda. Tú sabes desde la escuela de comunicación, que la ética no trabaja en los medios, así que si no te quieres quedar tú sin empleo también, entonces ponte a escribir. Te queda poco tiempo y además… te enviaron un tema sugerido.

— ¿Sugerido?... querrás decir IMPUESTO.

—Pues sí… Y es para la edición aniversario.

— ¿¿¿Qué???

—El señor Carreño ordenó cambiar la temática de la edición, solicitando que se haga sobre: Mujeres deportistas y quiere abrir con una corredora de autos de carrera.

—¡¡¡No me hagas esto!!!

—Lo siento, no pude hacer nada más

— ¡Pues yo tampoco puedo hacer nada más!—

— ¡Miranda…!

—Nada, Robert. En primer lugar: si asumí ser la encargada de esta publicación, es porque me prometiste que podía tematizarla a mi gusto, siempre y cuando tú la aprobaras, cosa que ya hiciste. En segundo lugar: ya está muy adelantado y sabes que he invertido mucho tiempo y esfuerzo. Tercero: no me parece justo tirar a la basura reportajes como: "Todos podemos ser héroes" sabiendo que está ideado para inducir a la gente a ayudar a los pobres, enfermos y demás necesitados, dando un ejemplo de vida con casos reales; para en su lugar, hacerle publicidad, entre otros, a una loca de carretera. Y por último, ya estoy cansada de ser manejada a control remoto, con la excusa de falsas expectativas que nunca son llevadas a cabo. Si tú quieres seguir en esta farsa, búscate a otra que escriba las estupideces que se le ocurren a ese loco.

—No te puedes retirar ahora, Miranda.

—Mi dignidad no me permite aceptar esto, Robert, es humillante.

—Hazlo por el periódico.

—He hecho mucho por el periódico y no veo los resultados.

—Tienes que cumplir con tu contrato — ante este comentario, que parecía más bien una amenaza legal, lo atravesé con una mirada fulminante—. Lo siento, no sé qué más decir, estoy tan presionado como tú y tengo que usar los elementos que estén a mi alcance para convencerte.

—U obligarme, en todo caso.

—Miranda, saquemos esta edición aniversaria y te prometo que lucharé por la aprobación de tu magazine. Yo sé que va a ser un éxito, has trabajado muy duro para tirar la toalla ahora.

— ¿Así como me prometiste que nada te haría cambiar de opinión con respecto al tema de este especial?

—De verdad lo siento, necesito de tu ayuda. Ocúpate sólo de realizar el reportaje de la corredora, yo me encargo del resto del periódico, pero sólo tú puedes hacer esto, no me falles ahora, por favor.

—Ok. No me digas nada más, creo que voy a vomitar ¿Quién es la fulana esa?— pregunté pulsando mis sienes con los dedos pulgar y medio para atenuar el dolor de cabeza que se había generado gracias a nuestro altercado verbal.

—Su nombre es Arleth Resse.

— ¿Resse? Hija del dueño de empresas Resse, supongo.

—Exacto.

—Ya sabía yo que por ahí venía todo. Estos millonarios no se conforman con hacer el ridículo en su propio círculo, sino que de paso quieren que todo el mundo se entere de sus hazañas— suspiré desconcertada—. Cítala aquí a primera hora para la entrevista y que venga lista para un par de sesiones de fotos; que traiga también fotografías de sus juegos extremos.

—Eso no va a ser posible.

— ¿Por qué no?— Lo miré exasperada y algo confundida.

—Ella no vive en la ciudad

— ¿Entonces? ¿Pretenden que hagamos un reportaje especial…por teléfono?

—No, todo lo contrario. Quieren algo inédito, único, profundo, que abarque toooodas sus "cualidades" y, para eso necesitas estar donde ella se desenvuelve.

—Explícate.

—Tu vuelo sale a primera hora— dijo lanzando un boleto de avión en el escritorio.

— ¿Qué?... NO, no, no, no, ABSOLUTAMENTE NO. Me niego rotundamente. No sólo pretendes que pierda mi tiempo atendiéndole los juegos de una niña rica y dejando de hacer cosas más importantes, sino que además debo ir yo hasta allá, como si fuera la interesada en realizar este reportaje.

—Miranda ¿tú no has entendido, verdad? El periódico está pasando por una crisis económica, estábamos a punto de cerrar hasta la llegada del señor Resse, quien se ofreció a comprar el 75% de la empresa… es nuestra salvación.

— ¿Salvación?— suspiré dolorosamente— Amo tanto a este impreso, que no sé si prefiero que quede de el un recuerdo digno, antes que verlo de pie diez años más como un simple panfleto empresarial y político.

—Con personas como tú al frente, siempre habrá razones para luchar. Si te rindes ahora, nunca sabrás que habrías podido lograr ¿Y si el señor Resse resulta mejor representante para el periódico que el que tenemos ahora? Piénsalo, su única condición es ver a su hija en la portada de esta edición especial y

— ¿Y crees que alguien que obvia lo importante, en un periódico que se dedica a informar, anteponiendo las aventuras de su hija como si fuera un álbum familiar, es capaz de sacar adelante esto dignamente?

— ¿Podrías al menos intentarlo? ¡Coño!

—Ok. Te ayudaré con la temática de las mujeres en el deporte, pero yo no iré a ninguna ciudad a cubrir ese reportaje, me parece patético.

—Miranda, nadie hará ese trabajo mejor que tú. Puedes sacarle punta a una bola de billar, así que sólo tienes que aprovechar sus excentricidades; dramatiza, exagera, haz lo que quieras, pero escribe y estoy seguro de que harás una buena historia… por favor.

—Dios, permíteme sobrevivir, no me dejes rendir ante la abominable escasez de inteligencia y creatividad que crea el poder en las personas

— ¿Eso quiere decir que lo harás?— dijo en tono de desesperante súplica.

—Qué bajo hemos caído, Robert. Voy a hacerlo, aún contra mi voluntad, este impreso es parte de mi vida y tienes razón, voy a intentar al menos mantenerlo vivo un poco más, para luego irme sin la duda de lo que pudo pasar… aunque es evidente.

Envíame todos los detalles por e-mail, voy a mi casa a preparar mis maletas y esperar con ansias mi "viaje de aventuras"— Dije en un sarcasmo obvio mientras me disponía a salir de la oficina.

— ¡Eres grande, te debo una!— gritó sonriendo.

—No te hundas más— respondí mientras salía del departamento de redacción, enfadada y decepcionada.

Al día siguiente en la mañana, llegué al aeropuerto con unas espantosas ojeras cubiertas por mis lentes de sol, un bostezo me recordaba lo poco que había dormido en la noche. Entre los improvisados preparativos y lo estresada que estaba, no pude conciliar el sueño.

En la espera por mi vuelo, me senté en un café junto a mi computadora portátil, para chequear el correo que contenía los datos de la "joya" que iba a ser la protagonista de tan ansiada edición aniversaria.

Nombre: Arleth Reese.

Profesión: Médico Psiquiatra.

— ¡Vaya! pensé que sólo se dedicaba a corretear como loca— continué leyendo.

Edad: 27 años.

—Es joven.

Estado civil: Soltera.

— ¡Claro, quién querría casarse con una destornillada!

Deporte: Carreras de auto

Otras actividades: Piano y pintura.

—Qué combinación tan extraña, siempre pensé que lo extremo era para un tipo de persona y lo delicado y sensible, para otra. Pero bueno, cómo se nota que no tiene más nada en qué gastar su tiempo, y ahora me quieren hacer perder el mío.

En fin, es toda la información que tengo de esta chica, casi nada. Ahora necesito ver una foto para no llegar perdida— me dije buscando en los datos adjuntos. Había varias, pero abrí una al azar quedándome sorprendida ante lo que mi pantalla me mostraba.

Era una mujer impresionantemente atractiva, he visto a mujeres muy bellas, pero nada parecido; había algo más en ella, era un "no sé qué"… su expresión, su seguridad, su mirada. Abrí otra foto para comprobar que seguramente había sido una foto de fortuna, como esas donde milagrosamente salimos impactantes y la usamos como perfil para todo, pues no siempre tenemos la suerte de tener otra igual, pero para mi desagrado, en todas las fotos salía igual de bella, como si hiciera un pacto con la cámara. La excéntrica era hermosa sin duda y hasta se podría decir que muy sensual

— ¿Sensual? ¿Pero qué te pasa? ¿Te volviste loca?— me reproché.

Soy lo suficientemente lista para darme cuenta que a veces me provoca mirar a una mujer y, reconozco y admiro la belleza femenina, pero jamás he sido afectada por una atracción inusual generada por alguna de ellas, como me pasa con los hombres, con los que por cierto, hace ya algún tiempo no mantengo ninguna relación, sólo uno que otro escarceo sexual que calmen la necesidad de mi cuerpo y me permitan liberar el estrés acumulado por el día a día.

—Seguramente tanto trasnochar te está afectando, Miranda.

Un par de horas de vuelo me llevaron al destino que me esperaba. En el aeropuerto de llegada me recibieron con un letrero que decía: "Miranda Campos", me pareció curioso, ya que en ocasiones similares han colocado el nombre del periódico, pues no saben a que periodista van a enviar a realizar el trabajo, pero no le di mucha importancia.

Dos mujeres bellas me dieron la bienvenida— ¿Bellas? Debo dormir pronto o me saltaré al otro lado de la acera—. Una de las damas debía contar con unos 22 años exageradamente; era delgada, cuerpo menudo y de cara angelical. La otra debía tener unos 28 y aunque físicamente se notaba bastante atractiva, su expresión de obstinada le restaba belleza.

Abordé una inmensa camioneta que debía costar más que mi departamento, con muebles y hasta perro incluido.

—Camacho— apuntó la chica más seria, dirigiéndose al chofer— Antes de dejar a la licenciada en el hotel, necesito que pasemos por la clínica, Arleth me pidió hace rato que le entregara unos documentos y ya vengo retrasada.

— ¿A la clínica?— pregunté curiosa.

—La Dra. Arleth es Médico Psiquiatra— respondió la mujer más joven, con su inquebrantable sonrisa y su encantadora amabilidad—. La clínica la fundó su padre, el señor Reese, hace un par de años y es aquí donde ella lleva a cabo su profesión la mayor parte del tiempo.

— ¿La mayor parte? ¿Eso significa que trabaja en otro centro de salud, un consultorio privado o algo así?— indagué intentando recabar más información.

—No exactamente…— no terminó la frase porque fue interrumpida por la otra chica.

—Irene ¿no te parece que estás hablando mucho? Arleth es una mujer absolutamente discreta y no le gusta dar parte de su vida privada.

—Pues lamento decirle que su majestad habrá cambiado de idea con respecto a seguir pasando desapercibida— exclamé obstinada— porque precisamente mi trabajo en esta ciudad, es conocer de su vida privada para poder escribir un reportaje en su nombre ¿No les explicaron a ustedes de qué se trata todo esto?

—Sí, me dijeron que venías a hacer un reportaje sobre su destreza en la carretera, no que investigarías su vida privada cual paparazzi, para luego exponerla al público— el vehículo se detuvo en el estacionamiento subterráneo de la clínica. Ella abrió la puerta y agregó—. Por cierto, Arleth jamás pasa desapercibida— y se bajó rápidamente sin darme derecho a réplica alguna.

—Disculpa, pero si de verdad quieres hacer esto, tendrás que armarte de paciencia— me dijo Irene, al ver mi expresión—. La Dra. Arleth es una excelente persona, pero siempre está ocupada; por otro lado no le gustan las cámaras, pero además lleva a todos lados a este muro de contención que se acaba de bajar, que es por demás impenetrable, parece su novia celosa— me dijo casi en un susurro cómplice, que me dejó totalmente descolocada.

La puerta de la camioneta había quedado abierta, pues el dichoso muro de contención no había dado más que un par de pasos fuera de la misma y se escuchaba una discusión:

—Lo lamento, es que estaba en el aeropuerto recogiendo a la periodista ésta, por órdenes de tu papá.

— ¿Órdenes de mi papá? ¿Tengo que recordarte para quién trabajas, Antonieta?

—No, Arleth— le respondía ésta con la mayor de las confianzas.

—Ya sabes lo que opino de ese dichoso reportaje de papá, pero además no necesito que tú también inviertas tiempo en ese festín, cuando yo te necesito aquí.

No aguanté más, aunque la discusión no era directamente conmigo, la humillación venía distribuida en las mismas proporciones. Así que, inmediatamente me bajé del vehículo para enfrentarme a la dueña de aquella voz perturbadora.

—Disculpe, pero yo no tengo más ganas que usted de estar en este "festín". Yo vine a hacer mi trabajo al igual que puede usted hacerlo en este centro de salud, así que le exijo un poco de respeto.

No sé cómo pude articular todo aquello, cuando hasta mi voz se quería esconder de aquella foto hecha carne, pues la única diferencia con las imágenes que había visto en mi portátil esa mañana, era que en persona tenía una belleza aún más abrumadora, sin contar con la penetrante mirada que se clavó en mis pupilas, cuando impresionada me vio salir a enfrentarla. Pero mi ira e impotencia pudieron más que los nervios que galopaban en mi interior.

— ¿Cómo te atreves a…?- trató de detenerme la insoportable Antonieta, cuando fue interrumpida por su ama.

—Supongo que tú eres la periodista— dijo mirándome de arriba abajo y luego posando nuevamente sus ojos en los míos. Yo, que no podía perder la batalla de miradas, sostuve la conexión tomando aire para responder.

—Licenciada Miranda Campos, para usted— ella, conteniendo una sonrisa, como si aquello le pareciera divertido, respondió:

—Doctora Arleth Reese… para ti— dijo tuteándome.

—Tú me dirás cuándo comenzamos con la entrevista— agregué sumándome a la "tuteadera", ni corta ni perezosa.

— ¿Entrevista? No, licenciada. Le pido disculpas de antemano, pero no estoy para entrevistas en este momento, tengo demasiadas cosas por hacer, sin restarle importancia a su trabajo, claro— dijo en tono burlón, lo que me sacó de mis casillas.

— ¿Sabes qué? mejor llama a tu papi y dile que su niña no quiere ser estrella de farándula y así nos evitamos las dos este incómodo trabajo.

—No menciones a mi padre, si no antepones el respeto— dijo con tanta entereza, que sentí sonrojarme de inmediato.

—Lo siento, no tengo nada contra tu padre, pero si estoy aquí no es porque anhele escribir sobre tu vida. No sé quién eres y tampoco me interesa, así que no voy a hacerlo a menos que colabores conmigo.

—Lo haré porque se lo prometí a él, pero será a mi manera y en el momento apropiado. Disfrute de la ciudad, licenciada Campos— me dijo guiñándome un ojo antes de irse, dejándome ahí con los ojos húmedos, no sabía si de rabia, pena, terror, nervios o todas las anteriores.

¿Qué me pasaba? ¿Por qué me sentía tan perturbada? Yo siempre he sabido controlarme y dar las respuestas correctas, pero ahora no sabía qué me sucedía. Reconozco que se me fue la mano, pero ella tampoco fue respetuosa para dirigirse a mí, y tenemos los mismos derechos— hablaba en mi mente como toda una resentida social.

La mano derecha de Arleth (Antonieta), se fue tras su dueña, cual perro faldero, por lo que el recorrido se hizo más tranquilo y relajante, hasta llegar al hotel donde pasaría los largos días que me quedaban en aquella ciudad, de la que deseaba salir corriendo lo más pronto posible.

Irene se encargó de todos los pormenores en el hotel, e inclusive me acompañó hasta mi habitación. Era tan atenta y cariñosa, que no podía creer que trabajara con este tipo de gente, pero al menos me agradaba tenerla de aliada, pues iba a aligerarme la estadía.

—Dentro de unos minutos te van a subir la comida acá a la habitación. Hubiese preferido que almorzáramos fuera, pero entiendo tu cansancio. Ya sabes, si se te ofrece algo, tú sólo me llamas.

—Te lo agradezco mucho Irene, eres un encanto.

Nos despedimos acordando estar en contacto, para saber cuál sería el próximo paso de la soberbia mujer que me tocaba retratar en palabras, bueno, al menos ya tengo una para empezar: Arrogante.

Luego de disfrutar de lo que debo admitir fue una exquisita comida, me di un baño y literalmente me lancé de espaldas en la cama. A pesar de que mi estrés seguía igual o peor, el cansancio me pudo y Morfeo se apoderó de mí sin piedad alguna.

Soñaba con algo que no entendía y un teléfono que no paraba de sonar. Me senté de un saltó cayendo en cuenta que era la bocina de la habitación lo que timbraba, y aclarando mi garganta para contestar, salió un "¿Aló?" tan grueso, que parecía pronunciado por un hombre.

— ¿Miranda?… ¿Te he despertado?

— Ehhh, no… bueno, sí, la verdad es que el cansancio me ha vencido. ¿Tienes hora?

—Son las 10 de la noche.

—¿De la noche, dices? Creo que estoy algo confundida, pensé que ya era de día.

—Tranquila, jajaja, eso pasa cuando duermes mucho antes del anochecer, de hecho te he llamado varias veces antes de llegar al hotel, pero no has contestado.

—Vaya, es extraño, nunca duermo tanto.

—Me alegra saber que esta ciudad te ha regalado al menos un sueño plácido. Mira que no se te ha tratado tan bien como mereces.

—Gracias Irene, es muy amable de tu parte ¿Ibas a decirme algo?

—Pues que te vistas, he venido a buscarte. El señor Reese está en la ciudad y me pidió que te invitara a una pequeña recepción que hay en su casa.

— ¿De verdad?

—Así es, él está muy entusiasmado con la idea del reportaje y pues

—Claro, me he dado cuenta de eso… la verdad no me apetece mucho ir, pero si se tratara de lo que quiero, no estaría en esta ciudad.

—Vamos, no digas eso. Tuviste un mal comienzo, pero ya verás cómo te enamoras de esta tierra divina.

—Jajaja, lo dudo… pero me visto y bajo enseguida.

—No te apures, tenemos tiempo.

Luego de unos cuantos minutos, después de ducharme nuevamente y probarme todo lo que traía en la maleta, decidí bajar al lobby del hotel, con un vestido negro, corto, semi holgado, casual y discreto, pero no menos sexy.

Irene al verme se quedó boquiabierta, y con una sonrisa muy picara exclamó, como pensando en voz alta:

— ¡Con eso la vas a matar!

— ¿Qué?… ¿A quién voy a matar?

—No me hagas caso— dijo riéndose.

Llegamos a la "Casa Reese" y un protocolo digno de la talla se desbocó a atendernos. Después de conocer y saludar a algunas personas, Irene me llevó de la mano hasta la presencia de un señor bastante alto, cabello platinado, muy elegante y con una expresión que realmente no me esperaba. Tenía una mezcla de generosidad, sabiduría y buena voluntad, pero además de todo, su cara me resultaba conocida.

—Sr. Reese… la licenciada Campos— dijo Irene presentándome.

—Buenas noches, hermosa. Qué alegría que hayas aceptado nuestra invitación.

—Gracias a usted por tener la deferencia de invitarme, es muy amable de su parte.

—Es el cumpleaños de mi única hija y cada vez que llega este día, le doy gracias a la vida por haberme regalado a esa princesa— dijo mirando a cierta distancia con un brillo en su mirada, la cual seguí, encontrándome con dicha "princesa"

Aunque no debía resultarme extraño, me parecía increíble lo bella que se encontraba. Nuestras miradas tropezaron y noté como dio un repaso por mi atuendo, seguramente evaluando la calidad del mismo. Sin embargo, no pude evitar, una vez más, ponerme nerviosa.

¿Qué tenía aquella mujer que me intimidaba tanto y me hacía sucumbir ante el más escandaloso de los temores? Temores que se hicieron más profundos al verla acercarse hacia nosotros.

—No sabía que era el cumpleaños de su hija. Lo felicito por ese orgullo que siente— le dije al señor, intentando reaccionar.

—Las palabras apropiadas. Por eso eres tan buena escribiendo. Especialmente cuando sientes y crees lo que escribes.

—Papi…— expresó la agasajada al llegar, como una niña pequeña.

—Princesa…— respondió éste dándole un beso. La tomó por la cintura y fijó su mirada en m헿Ya conoces a Miranda?

—Claro, ya tuve ese placer… ¿Cómo se siente esta noche, licenciada? Se ve usted más descansada.

—Lo estoy, doctora. Gracias por su observación, y… feliz cumpleaños.

— ¿Licenciada?… ¿Doctora?...— preguntó el Don, algo desconcertado— Pero ¿Qué es esto? Si son dos hermosas jóvenes contemporáneas. Tienen un trato demasiado distante para la labor que comienza. Deben estar más unidas y cooperar entre sí, para que pueda haber la química necesaria entre autor y personaje.

—Papá, por favor, ya la licenciada está haciendo mucho esfuerzo con estar aquí, no le pidas también que lo disfrute.

En ese instante comenzó a sonar lo que parecía la trompeta de un mariachi, interrumpiendo la incómoda conversación en el momento justo.

La sonrisa en el rostro del padre, iluminaba directamente el de la hija, quien más que agradecida, parecía ser ella quien estaba complaciendo al más viejo, permitiéndole regalarle una serenata, cual quinceañera.

Un círculo se formó en torno a la cumpleañera, quedando su padre en el medio de las dos.

"Sublime Mujer", de Vicente Fernández, era la canción que salía en tono desafinado de todos los presentes, incluyendo a la seria Dra. Reese, quien parecía muy divertida con la letra de la misma, aunque a ella se le escuchaba precioso.

"Pero qué voy a hacer, si es mi forma de ser.

Yo me rindo ante el ser que se llama Mujer"

Cantaba sonriente, al tiempo que intercambiaba miradas con una pelirroja exuberante, cuyo atractivo era 90% artificial y quizá un 10% natural (sí, ya sé que soy muy picada).

Ambas reían y se hacían guiños a medida que la canción avanzaba.

"… Porque al paso del tiempo jamás me encontré ningún otro ser,

que provoque ternura, pasión y locura con tanto placer.

Porque no cambiaría por nada del mundo el momento aquél,

de la entrega sublime y el beso extasiado, bendita Mujer…"

Arleth no dejaba de mirar a la peliteñida, mientras la letra en su voz seguía taladrando mis oídos, como si aquello fuera una revelación de su verdadera identidad sexual o un simple juego al que me estaba sometiendo para ver mis reacciones— ¿Para ver tus reacciones, Miranda? Si no te ha mirado ni una puta vez desde que apareció la anoréxica esa (Ok. La tipa estaba buenísima pero no me daba la gana de aceptarlo).

De repente, como si me hubiera escuchado el pensamiento, pronunció las próximas dos frases mirando directamente mis ojos.

"Porque no me he topado con vicio más fuerte que el de una Mujer,

ese vicio bendito que me da lo amargo, que me da la miel…"

Me enrojecí completamente evitando sus ojos y cayendo en cuenta, que todo ese tiempo la había estado observando sin disimulo y que quizá ella lo había notado.

Una vez, para mi gloria, terminada aquella tortuosa canción, comenzaron a sonar unos tambores, a lo que las mujeres de la fiesta respondieron con un grito ensordecedor, mostrando su gran ánimo.

Parejas moviendo sus caderas iban y venían, mientras la reina de la noche hacía lo propio con "cabeza de fuego", juntando sus cuerpos sensualmente y meneando sus dones al ritmo de los golpes.

Debo admitir que era una escena completamente erótica la de esas dos mujeres bailando, que me tenía con la boca seca y las manos húmedas… sólo las manos.

Un moreno, integrante del grupo tamboril, me sorprendió arrastrándome a la pista, a lo que yo me resistía apenada, siendo ya el centro de atención. Al ver esto la protagonista de la fiesta, exclamó sin reparos:

—No insistas, ella no sabe bailar este tipo de música.

Por supuesto que no podía quedarme con esa. Y como si sus palabras fueran un interruptor, de inmediato me despojé de mis zapatos de tacón sin dejar de mirarla.

—Veamos quién se mueve mejor— le dije.

Totalmente impresionada, pero no menos entusiasmada con la idea, me imitó quitándose el calzado y parándose delante de mí. Era más alta que yo (cualquiera lo es) y su mirada pícara y retadora quedaba por encima de mi cabeza.

—Nunca me retes— alcancé a decir antes de que comenzara la melodía más exótica que había podido escuchar salir de unos cueros combinados con madera.

Comenzó a un ritmo muy lento, acompañado con gritos y silbidos del resto de los presentes, ya que la pista quedó sólo para nosotras dos, y poco a poco fue acelerándose junto al movimiento de nuestros cuerpos.

Después de unos segundos, ya los tambores sonaban a reventar y las voces nos aupaban a continuar con un meneo pronunciado, rápido, sensual y retador, por parte de cada una.

Se movía exquisitamente a mi alrededor como merodeando a una presa y yo detenía su paso sensualmente feroz, colocándome de espaldas delante de ella, con un movimiento que hacía enloquecer a cualquiera, pues además dispongo de una gran retaguardia (no es momento para andar con falsas modestias).

Sus manos agarraron mi cintura pegándome más hacia ella, mientras se movía a mi ritmo. Sentía su calor rozando mi cuerpo, sus senos vibrando cerca de mi espalda y su sexo en mi culo.

La excitación se iba adueñando de mí, lo que me hacía seguirle el juego a mi atrevida compañera de baile. Me giré quedando frente a ella sin dejar de bailar y nuestros ojos hicieron un contacto tan penetrante, que sentía que nos tocábamos con la mirada. Me sentía totalmente cautivada y no quería que aquello terminara.

Un último golpe de tambor dio fin a la canción, haciendo que mi retadora me abrazara por la cintura pegando su cuerpo al mío como si fuera su paso final, quedando nuestros rostros demasiado cerca.

Tratando de recobrar mi compostura, con un ligero sudor corriendo por mis sienes y la respiración acelerada, me deshice de su abrazo dominante, repitiéndole:

—Nunca me retes.

Ella sonrío con una expresión de triunfo, entonces comprendí, que eso era precisamente lo que quería provocar. "¡Qué estúpida soy! No hace más que burlarse de mí, consiguiendo siempre lo que quiere"— pensé.

Preguntando dónde quedaba el baño, me dirigí hacia allá con la intención de lavarme la cara, más que para limpiar mi sudor, para bajar la calentura que mi cuerpo había elevado sin permiso alguno.

Saliendo del tocador con la intención de marcharme, tropecé directamente con Arleth.

—Gracias por la pieza— me dijo—, parece que también en el interior del país, las mujeres se saben mover.

—Espero que lo hayas disfrutado, porque no se volverá a repetir.

—Tan chiquita y tan sangrona— dijo riéndose.

— ¿Perdona?

—Perdonada.

— ¿Te estás burlando de mí?— pregunté sin respuesta, ya que fuimos interrumpidas por su padre.

—Las estaba buscando, déjenme felicitarlas por el show que han montado. Acaban de confirmar que, juntas pueden hacer lo que quieran.

— ¿Juntas?— pregunté a la defensiva.

—En equipo, quiero decir— respondió el hombre.

—No creo que la licenciada y yo podamos hacer equipo, papá, es demasiado testaruda.

— ¿Licenciada? ¿Siguen en las mismas?— ambas quedamos en silencio— A ver, a ver… noto mucha tensión entre ustedes. Acompáñenme las dos un momento— dijo el amable señor, digno, definitivamente de otro tipo de pariente.

Nos dirigimos tras él y en el trayecto sentía la mirada de Arleth clavada en mi costado, pero yo no me atrevía a mirarla.

Al entrar a lo que parecía un estudio muy elegante, el Reese mayor cerró la puerta y parado frente a ambas, nos tomó una mano a cada una, juntando la de ella encima de la mía, lo que provocó que mi piel se erizara y mi pecho se oprimiera ante un millón de latidos por minuto.

—Sé que les parecerá un capricho de este viejo, pero… Arleth- dijo mirándola a ella—, tu madre siempre quiso que aparecieras en los diarios y revistas, como la hija Reese, de la cual su familia se sentía plenamente orgullosa. Quiso hacerlo en tus 15 años, que ni siquiera quisiste celebrar y en lo cual te apoyé; tu graduación y tus posteriores logros en distintos estratos, pero aunque deseaba que todos conocieran públicamente a su hija, no quería imponértelo, deseaba que tú así lo quisieras. Ahora que ella no está, quiero regalarle esto. No es una obligación, hija mía, pero si vas a hacerlo, quiero que sea de verdad, con el corazón. Tómate un tiempo de todos tus quehaceres y dedícaselo a este reportaje, sino, echémoslo al olvido y sigamos cada uno como si nada.

Lentamente, como movida por una fuerza desconocida para mí, fijé mi vista en la hermosa pero inquebrantable muchacha, de la que vi salir un par de perlas húmedas que fueron recogidas por la mano que le quedaba libre, antes de que fueran a rodar por sus mejillas… me enternecí sin remedio.

—Cuenta conmigo, papᗠfue lo único que salió de sus labios.

Después de dibujarle una increíble sonrisa a su progenitor con estas palabras, éste se dirigió esta vez a mí:

—Y tú, Miranda, que no tienes ningún compromiso moral, ni sentimental conmigo, te ofrezco algo que deseas desde hace tiempo. Robert me comentó del magazine que tienes como proyecto. Si demuestras que puedes hacerte parte de algo ajeno y sacar lo mejor de eso, no sólo quedará aprobada la revista, sino que estará en tus manos.

— ¡Wow!— eso sí que no me lo esperaba. Me emocioné tanto, que mis lágrimas también amenazaron con salir, pero no se los permití—. Eso sería un sueño hecho realidad. Espero poder merecerlo al finalizar este trabajo— articulé, tratando de parecer tranquila, coherente y seria, aunque me temblaba la voz.

—Entonces, mañana me puedo regresar tranquilo. Confío en ustedes hijas mías— culminó, apretando aún más nuestras manos. La delicada y cálida piel de la mujer de pie al lado mío, me quemaba, ese roce suave me tenía sin aliento y hasta creí sentir en algún momento que su mano apretaba la mía.

El hombre besó el dorso de cada una, en un acto divino, y salió del estudio dejándonos ahí… solas.

Demoramos unos segundos en reaccionar, pues todo aquello había sido muy intenso y conmovedor, cuando notamos que nuestras manos estaban entrelazadas, de inmediato la solté de forma brusca, con lo que noté un cambio en su expresión, se había… ¿molestado?

—Entrégale a Irene todos los requerimientos que tengas para poder terminar con tu artículo; la información que necesites de mí, un lugar tranquilo y cómodo para escribir, dinero, lo que sea… y avísame cuando acabemos con esto.

—Sabía que no serías capaz de cumplir, eres una mujer fría e insensible— dije con una rabia que me hacía temblar y una decepción que no cabía en mi estómago.

Ella se giró clavando su mirada en mis ojos llenos de ira y me dijo, acercándose lentamente a mí:

—Mi sensibilidad no es algo que desee discutir contigo, pero cuando quieras puedo demostrarte lo caliente que soy.

Ya estaba demasiado cerca de mi cara, apenas a un centímetro de mi boca; su aliento prácticamente chocaba con el mío. Mi cuerpo aterrado y ahora más excitado, se prensaba entre el suyo y el escritorio a mi espalda; mi estomago daba vueltas sin parar. Tenerla así de cerca me producía una corriente involuntaria que se esparcía por todo el interior de mi cuerpo, hasta llegar a las piernas, que ya se encontraban a punto de flaquear.

Sentía que iba a besarme en cualquier momento, y una poderosa atracción me pedía dejarla hacer, pero recordar sus falsas palabras me hicieron reaccionar, y enfrentándome a ella le dije:

—Si algún día me volviera lesbiana, te aseguro que serías la última mujer que me calentarí

Sin poder terminar la frase, sentí su boca pegada a la mía con fuerza, sus labios prensaban los míos en un beso inmóvil pero intenso, su boca comenzaba a entreabrirse dejando colar su lengua, y con una pasión que no reconocía en mí, fui correspondiendo a ese beso, que aunque lo negara, yo misma había provocado.

Un par de segundos bastaron para encontrarme besando aquella boca como nunca besé la de nadie en mi vida, deleitándome con cada succión de sus gruesos y exquisitos labios. Con sus manos me tomaba por la cintura adhiriéndome a ella, mientras yo no sabía qué hacer con las mías.

Su lengua me quemaba cuando entraba suavemente por mi boca adueñándose de ella. Nada en mí funcionaba por mi mando, todo tenía vida propia y me hacía doblegar ante los galopantes deseos que estaban comenzando a desvanecer lo poco que quedaba de mi dignidad.

Entonces, me separé de ella marcando en su cara los dedos de una bofetada inmerecida, pues nadie más que yo era culpable de lo sucedido.

— ¿Qué fue eso? ¿Tú último recurso para hacer que te odie más y no pueda cumplir con mi trabajo?... lo has conseguido— dije antes de huir lo más rápido que pude de aquel estudio que sentía cada vez más pequeño.

Traté de salir de la casa, esquivando a las personas que se atravesaban en mi camino y rogando no encontrarme a la salida con el amable señor con el que me había comprometido para algo que no iba a ser capaz de realizar. No quería dar explicaciones, sólo deseaba irme de ese lugar, para poder asimilar lo que acababa de suceder en aquella habitación.

Una vez fuera de la quinta Reese, solicité a una de las personas que trabajaban ahí, me localizara un taxi.

A punto ya de abordarlo, sentí una voz a mi espalda:

—"El grado sumo del saber, es contemplar el porqué"— le escuché decir al progenitor de mi foco de perturbación.

— ¡Sócrates!— exclamé después de unos segundos, girándome hacia él.

—Exacto— dijo mientras se acercaba

— ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?— pregunté, suplicando a mi suerte que aquel hombre no fuera tan sabio, como para entender lo que había sucedido y lo mucho que me afectaba, sin siquiera haberlo presenciado.

—También decía: "Sólo el conocimiento que llega desde dentro, es el verdadero conocimiento"— ya cerca de mí, me dio un beso en la frente y culminó diciendo—. Permítele a la vida el privilegio de mostrarte el camino. No trates de controlar las cosas, déjate llevar, pero sobre todo, no te vayas sin saber el porqué.

Qué intenso, místico y surrealista me resultaba todo aquello. No comprendía exactamente a qué se refería, pues me negaba a pensar que podía siquiera sospechar lo que sucedió tras su salida del estudio, pero especialmente mi incredulidad se acentuaba, en cómo se expresaba de mí y hacia mí, como si me conociera tanto como a una hija.

Tratando de salir de mi letargo, lo vi entrar nuevamente a la casa sin mirar atrás. Me subí al taxi que me esperaba con la puerta posterior abierta y llegué al hotel totalmente consternada.

No fue fácil conciliar el sueño, pero mis ojos descansaron lo suficiente como para levantarme a primera hora a recoger mis cosas y disponerme a salir de esa ciudad que estaba comenzando a asfixiarme.

Llamé a la recepción y anuncié mi retiro.

Teniendo todo preparado, pensé en llamar a Irene para agradecerle por sus atenciones y disculparme por mi repentina "huída" la noche anterior, pero sin ánimos de que ésta intentara evitar mi partida, preferí hacerlo una vez que llegara a mi ciudad.

El bell-boys bajó antes que yo con mis pertenencias para organizarlas en el taxi que me esperaba abajo. Repasé con mi mirada la habitación asegurándome que no se me quedara nada, pero un nudo en la garganta mezclado a una presión en mi pecho me hicieron reventar en llanto.

Nunca antes había pasado por una situación como ésta, me sentía mal por abandonar un trabajo antes de haberlo comenzado siquiera; por fallarle al respetuoso señor Reese, quien tan misteriosamente bien se había comportado conmigo. Valga decir que nunca tuve una figura paterna a mi lado y nunca pensé necesitarla, o más bien me negué a admitirlo, hasta sentir el calor humano, la confianza y sabiduría que puede proyectar ese personaje en nuestras vidas, como había pasado esa noche cuando el padre de Arleth me había dado consejos que aún no lograba entender.

También me sentía mal porque sabía que no podría ver concretado el proyecto de la revista que tanto anhelaba y ni siquiera iba a poder seguir trabajando en el periódico, bajo la tutela del señor al que le había fallado. Pero había algo más que lamentaba… y era dejar atrás a la única persona que había sido capaz de estremecer mi cuerpo y mi mundo con sólo una mirada, y era nada más y nada menos, que una Mujer.

Secando mis lágrimas y estando ya un poco más desahogada y resignada, salí de la habitación, tomé el ascensor y perdida en mis pensamientos llegué a la recepción del hotel para finiquitar los últimos toques de mi retiro.

Pregunté dónde estaba el vehículo que me esperaba, y el bell-boys me guió hasta un auto pequeño, discreto, pero muy bonito y confortable.

Me abrió la puerta de atrás para que subiera, pero agradeciéndole, le dije que mejor iría adelante, quería que el aire acondicionado me llegara directo a la cara para tratar de bajar la presión de la sangre acumulada en mi cabeza.

Me subí al auto, y abrochándome el cinturón de seguridad, di los buenos días al chofer sin mirarlo.

—Buen día— escuché de respuesta, y me estremecí de inmediato al reconocer aquella voz femenina.

Continuará