Corriendo contra el destino 2

¿Serán capaces, estas dos bellas mujeres, de dejarse ganar por el destino? ¿O seguirán conrriendo contra él?

¿Serán capaces, estas dos bellas mujeres, de dejarse ganar por el destino? ¿O seguirán conrriendo contra él?

Pregunté dónde estaba el vehículo que me esperaba, y el bell-boys me guió hasta un auto pequeño, discreto, pero muy bonito y confortable.

Me abrió la puerta de atrás para que subiera, pero agradeciéndole, le dije que mejor iría adelante, quería que el aire acondicionado me llegara directo a la cara para tratar de bajar la presión de la sangre acumulada en mi cabeza.

Me subí al auto, y abrochándome el cinturón de seguridad, di los buenos días al chofer sin mirarlo.

—Buen día— escuché de respuesta, y me estremecí de inmediato al reconocer aquella voz femenina.

Al instante sentí cómo los nervios se apoderaban de mí, un frío estremeció todo mi interior en el mismo segundo que la miré, sorprendida como si viera a un fantasma, como queriendo comprobar que no me había vuelto loca, que en realidad estaba ahí, que era ella.

Una vez confirmada mi "visión", me embargó la angustia y el temor de una nueva burla.

—Pero, ¿Qué… qué es esto? ¿Qué haces tú aquí?... Esto tiene que ser una broma… ¡De muy mal gusto, por cierto!— decía yo con la voz entrecortada, entre la confusión, la sorpresa, la rabia, la pena y todo ese coctel de sensaciones que su presencia estaba acostumbrando a producirme, mientras trataba de desabrochar el cinturón que segundos antes me había colocado, pero el temblor de mis manos y mi torpeza me lo impedían— ¡Maldición! ¿Esto es un cinturón de seguridad o una camisa de fuerza?— pregunté más enfadada aún al notar que no podía quitármelo para salir corriendo una vez más.

Ella todo el tiempo permaneció serena, callada, observándome. Al verme maniatada con aquella correa, se sonrió en modo de gracia, y como pidiendo permiso con su mirada, extendió su mano hacia el broche de mi cinturón y con tan sólo presionar el maldito botón rojo, este salió disparado hacia arriba.

—Sólo es un cinturón común y corriente— dijo sonriente.

Parecía divertida con toda esta situación, pero esta vez no notaba sarcasmo, ni en su expresión, ni en sus palabras, era como si intentara calmarme, pero sin embargo le parecía graciosa mi reacción.

Apenas quedé libre en mi asiento, abrí la puerta para marcharme, pero su mano en mi brazo me detuvo. Sin mirarla, la escuché decir:

—Por favor no te vayas…— mi corazón debieron haberlo cambiado en el avión cuando me quedé dormida, definitivamente este caballo desbocado que galopaba en mi pecho sin control, no era mío— ¿Me regalas un minuto?— después de pensarlo por un instante, cerré de nuevo la puerta sin mirarla aún. En el fondo deseaba saber qué significaba todo aquello.

—Ya sé que no nos hemos llevado bien desde que nos conocimos y reconozco mi parte en lo arrogante y déspota que quizás me porté contigo— la miré como diciéndole en un reclamo: ¿Quizás?. Ella entendiendo mi expresión prosiguió— Ok. Fui arrogante y déspota y lo lamento. No pretendo ser tu amiga ni nada por el estilo, si vine aquí es porque tengo un compromiso con mi padre y no quiero fallarle.

—Ya lo has hecho, aunque aún pueden buscarse a otra periodista, porque yo me marcho hoy mismo.

—Por favor, no lo hagas. Si tú estás aquí es porque mi padre te eligió para este trabajo y si es así es porque eres la más indicada para realizarlo.

—Por eso no te preocupes, que no fue él quien decidió que yo viniera, es una casualidad, así que si viene otro periodista en mi lugar, no habrá ninguna diferencia.

—En manos de mi papa, nada ocurre por casualidad…— la miré conmocionada, pues esa afirmación hacía aún más inquietante todo el misterio que envolvía a ese hombre y por supuesto a su hija— Escuha Miranda, ni tu, ni yo queremos hacer este dichoso reportaje, pero las dos lo necesitamos, así que creo que debemos hacer una tregua y ponernos manos a la obra.

Era la primera vez que me llamaba por mi nombre. Suspiré profundamente, como tomando aire, la miré un momento y la vi levantar su mano como quien hace un juramento.

—Prometo colaborar contigo en todo lo que me sea posible, pero tú tienes que hacer lo mismo, debes comprometerte a ser más dócil y menos obstinada.

— ¿Obstinada yo? Eres tú quien me provoca.

— ¿Ah sí?… ¿Te provoco?— dijo en un tono de voz muy seductor que casi hizo temblar mis piernas.

—Me provocas la obstinación— contesté intentando no demostrar el nerviosismo que producía en mí.

— ¡Ah! Claro, a eso me refería ¡Qué más te podría provocar yo a ti!, ¿verdad?— mi pulso se aceleró nuevamente— Por cierto… lamento haberte besado anoche— "¿Lo lamentas?", pensé. No sé por qué aquello me afectó tanto, y qué esperaba, ¿que me dijera que le gustó?—, yo no suelo ser así— prosiguió— y te aseguro que no volverá a suceder— "¿No?", seguí pensando desilusionada—, pero es que, por un lado quería darte una lección y por otro… jajajajaja por otro lado, te ves demasiado graciosa cuando te molestas y es una tentación en la que me he permitido caer desde la primera vez que te vi, no tienes tamaño para el carácter que portas.

Totalmente picada por lo que escuchaba, intente nuevamente salir del vehículo, pero su mano me lo volvió a impedir, aunque esta vez apenas me tocó el brazo, porque la risotada que salió de su boca cuando vio una nueva reacción similar de mi parte, no le dio muchas fuerzas para otra cosa, más que para seguir riendo.

—Espera, espera, jajajajaja. ¿Te das cuenta? te ves demasiado graciosa…—volví a mirarla con ganas de reírme contagiada por su diversión, pero me contuve apretando mis labios— te ves muy cómica… y preciosa— dijo ya calmando su respiración y dejando en su rostro una expresión totalmente encantadora mientras me miraba.

Después de escuchar aquello, sentía una inexplicable felicidad que no cabía en mí y aunque traté de ocultarla, una sonrisa se dibujó lentamente en mi cara dejándome en evidencia. Al darme cuenta de eso, me sonrojé de inmediato bajando mi cabeza y escondiéndola de su mirada.

—Aunque después de verte esa bella sonrisa, no creo que me anime a volverte a fastidiar— era increíble lo vulnerable que me sentía ante esa mujer, y ahora más aún que su trato me resultaba agradable.

—No tienes que decirme ese tipo de cosas, con que no me fastidies es suficiente para mí.

—Te conformas con poco. Ojalá todas las mujeres fueran como tú. Jajajajaja… ¡¡Perdón!!...— dijo al ver reaparecer mi cara de incomodidad— ¿Eso quiere decir que aceptas?

—Si, creo que no pierdo nada con intentarlo— me parece que he repetido mucho esa frase últimamente.

—Ok, entonces nos vamos— dijo poniendo en marcha el vehículo.

—Aguarda, debo dejar mis cosas de nuevo en el hotel.

—No hace falta, a donde vamos también necesitas cambiarte de ropa— exclamó con su encantadora sonrisa.

— ¿Y a dónde se supone que vamos?

—Al lugar más adecuado para llevar a cabo tu trabajo sin molestias. Tú, pregunta todo lo que quieras y toma las fotos que necesites, no me voy a meter en tu estilo ni en tu redacción, pero ya que el tema se basa en mí, el lugar y la forma de colaborar contigo, queda a mi elección y mi comodidad. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Pero antes debo pasar a atender unos asuntos, así que necesito que me esperes.

—Con tal y no me enfrentes a tu perro guardián.

— ¿Perro guardián?

—Sí, tu celadora, Antonieta.

—Jajajajajaja. ¿Por qué le dices así?

—Siempre anda de malas pulgas y quiere pagar su frustración conmigo.

—Ella no es una mala persona, sólo que tiene tiempo trabajando conmigo y yo soy bastante exigente. Digamos que se ha adaptado a mis exigencias y hace lo mismo con los demás, pero no cuenta con la facultad de la amabilidad, por eso tiene a todos en su contra.

—Si tú te quieres engañar, es tu problema.

— ¿A qué te refieres?

—Olvídalo— dije tajantemente.

—Ok, lo olvidaré por ahora, pero te aseguro que ella no te volverá a molestar.

—Eso espero, sino la pondré en su sitio.

—No lo dudo. Jajaja.

Llegamos a la clínica y me pidió que la acompañara. A medida que pasábamos frente a alguien (enfermeras, médicos, pacientes), todos la saludaban e intercambiaban con ella bromas y sonrisas.

Entramos a una sala grande donde había muchos niños. Una pequeña salió corriendo al verla y se abalanzó sobre ella, mientras Arleth la atajaba y la abrazaba contra su pecho y la niña la rodeaba con sus piernas. Me pareció algo demasiado conmovedor y encendiendo mi cámara, sin pensar siquiera en el reportaje, comencé a tomarles fotos.

Los niños comenzaron a acercársele brincando y corriendo, haciendo un abrazo colectivo alrededor de ellas, mientras gritaban "¡Aaaare… Aaare…!", me imagino que en un intento por pronunciar su nombre.

Cada pose natural era como un escenario preparado para servir de modelo a mi cámara. Era perfecto lo que veía a través del lente, hasta que de repente la visión se nubló totalmente y al separarme de la cámara vi una mano atravesada en el lente de la misma."

— ¿Qué demonios te pasa? Ni siquiera se te ocurra acercarte a mi cámara— le grité enfadada a Antonieta, quien descaradamente seguía en su empeño de impedirme seguir con mi "trabajo".

— ¿Acaso no entiendes que no puedes hacer eso?

— ¡Antonieta!— gritó Arleth a la muralla andante —, deja a la licenciada realizar su trabajo. Ella tiene mi autorización para hacer lo que necesite.

Ufff, no puedo explicar el fresquito que sentí al ver al renacuajo de traje azul salir del salón con su cara totalmente desencajada, tragándose su rabia.

Irene, que había entrado con ella, se me acercó con una sonrisa maliciosa y parándose a mi lado me dijo con disimulo:

—Muero por levantarte el brazo como señal de triunfo.

—Jajajaja… no te voy a negar que fue divertido.

—Muchísimo, hace tiempo que nadie ponía a ese bagre en su lugar y ya me estaba haciendo falta.

Yo sólo sonreí continuando con mis fotos, mientras Arleth se había sentado en el suelo con los chiquillos, hablándoles de algo que yo no alcanzaba a escuchar, pero que ellos atendían profundamente en silencio.

De repente noto la mirada de Irene fijamente sobre mí, observándome sin perder detalle, y al voltear a verla me dice:

—Pensé que te habías devuelto a tu tierra.

— ¿Por qué pensaste eso?— dije sin mirarla, nerviosa y a la vez dudosa por su análisis.

—Anoche, después que te quedaste a solas con Arleth en el estudio, saliste de ahí corriendo, con una expresión totalmente consternada. Imaginé que habían vuelto a discutir o… qué sé yo… y preferí no meterme en eso. Entendía que era tu decisión y yo no podía interferir.

— ¿"Qué sé yo"?... ¿Eso qué se supone que significa?

— ¿Puedo ver las últimas fotos que has tomado?

— ¿Y para qué? No me cambies el tema, respóndeme la pregunta.

—Eso intento… muéstramelas, por favor.

Sin entender a qué se refería la chica y vacilando un poco, coloqué la cámara en display para poder observar las fotos digitales y para mi sorpresa, las últimas estaban dedicadas exclusivamente a Arleth; a su rostro, su sonrisa, sus manos. Una vez más mi cuerpo y mente actuaron sin mi permiso, haciendo de las imágenes un tributo a su belleza, cuando había de por medio tantas cosas que retratar.

—No te asustes, son señales del destino— dijo ésta ante mi incredulidad y temor, "¿Quién se cree? ¿Paulo Coelho?"—..Aprovecha estos días que van a pasar juntas para que no sólo puedas conocerla a ella, sino también a ti misma. No te empeñes en hacer que tu cuerpo y tu corazón te obedezcan, ellos saben lo que quieren.

—Ni se te ocurra irte sin decirme qué significa eso, Irene. ¿Por qué todos dicen cosas extrañas y luego se marchan?

—Porque sólo tú sabes el verdadero significado de las cosas. Esta dentro de ti. Sin misterios te anuncio que me tengo que ir, despídeme de Arleth, no quiero interrumpir su despedida con los críos— me dio un beso sonoro en la mejilla y un fuerte abrazo—. Cuídense mucho.

— ¿Sin misterios dices? ¡Menos mal!

—Jajaja… hasta pronto, Miranda.

Debo estar soñando. Dicen que cuando estamos dentro de un sueño, nuestras acciones y pensamientos no actúan por nosotros mismos, pues no nos pertenecen, son reflejos de nuestro subconsciente. Las personas a nuestro alrededor dicen y/o hacen cosas incomprensibles y no los torturamos hasta saber qué significado tiene todo aquello, sino que los dejamos ir, quedándonos siempre con una duda, un misterio. Exactamente así me sentía yo, como dentro de un sueño del que no tenía control alguno.

— ¿Me sigues?— escuché decir a la doctora, sacándome de mis pensamientos al sentir su mano tocar mi brazo y un escalofrío recorrer mi cuerpo para demostrarme que definitivamente no estaba soñando.

—¡Claro!— difícilmente alcancé a decir.

Estuvimos en la clínica alrededor de una hora, tiempo en el que observé y escuché a una Arleth totalmente diferente a aquella que me hacía molestar sin cesar. Parecía una persona humanitaria, cariñosa, divertida, sin duda agradable.

Visitó a varios pacientes, revisó algunos informes médicos, giró algunas instrucciones y luego se despidió sin mucha alharaca, haciéndome señas para ir con ella.

—Disculpa la demora, pero necesitaba dejar las cosas en orden.

—No te preocupes, ha sido toda una experiencia y además pude tomar fotos de la Arleth médico, que seguramente a donde vamos no podré.

—Supones bien, aunque no tenía colocada la bata blanca típica de los médicos. Si quieres me llevo una y me visto de doctora para que me tomes…— dijo mirándome con seducción— más fotos— completó la frase sonriendo pícaramente.

Aunque no pude evitar ruborizarme ante aquella ¿indirecta? Ya era inevitable que mi cuerpo hablara por mí:

— ¿Está coqueteando conmigo, doctora?

— ¿Yo? Jaaaaaamás, licenciada— dijo disimulando su sonrisa y haciéndome derretir con su actuación.

—Bueno, no sería mala idea.

— ¿Coquetearte?

—No. Tenerte… vestida de médico…— su atrevida sonrisa por poco no me permitía terminar la frase— dentro de la colección de fotos que te tomé— dije ya riendo.

¿Qué es lo que sucede conmigo? Ya sé, seguramente la noche que Robert me dijo que habían cambiado el tema de la edición aniversaria, me dio un coma a causa de estrés y nada de lo que creo que pasó después ha sido real, porque todo lo estaba soñando postrada en una cama de hospital.

— ¡Qué patética!— me dije, ante aquella ridícula idea.

— ¿Disculpa?— me preguntó algo desconcertada, lo que me hizo entender que había pensado en voz alta.

—No es nada, sólo pensaba en voz alta— mejor dile de frente que la llamabas patética a ella… ¡Qué idiota soy!

Tal como lo imaginé, mi imprudente comentario se lo había tomado para ella. Pues nos montamos al vehículo sin decir una sola palabra y su cara me decía: Gracias por echarlo todo a perder.

Saliendo del estacionamiento me dijo:

—Aún estás a tiempo de arrepentirte, si esto te resulta muy patético, estamos cerca del hotel o si prefieres te puedo llevar al aeropuerto.

—No, claro que no me resulta patético. El acuerdo sigue en pie— "Perfecto, le acabas de ratificar que la patética es ella"

No dijo una sola palabra más. Después de dejar atrás semáforos y avenidas muy transitadas, me di cuenta que comenzábamos a salir de la ciudad, pero no quería decir ni preguntar nada que la hiciera incomodarse aún más, así que sólo la dejé hacer.

Al tomar una vía recta, el vehículo comenzó a aumentar la velocidad vertiginosamente. El corazón se me iba a salir, pero esta vez era del susto, la velocidad me daba terror y nauseas.

—Arleth… ¿No crees que vas muy rápido?— dije ya cuando no aguantaba.

— ¿Te parece?

—Sí… es… esta no es una pista de carreras— dije al borde del desmayo.

De inmediato fue reduciendo la velocidad, preguntándome si estaba bien.

— ¡Miranda!... ¡¡MIRANDA!!…— al notar que yo no era capaz de hablar, se detuvo a un lado de la carretera, soltó su cinturón de seguridad y se inclinó hacía mí tomando mi cara entre sus manos — Miranda, Miranda— le escuchaba decir a lo lejos como angustiada, yo fui abriendo los ojos lentamente, encontrándome con su mirada de ángel.

No puedo describir lo que sentía con su cercanía y su gentileza. Era tan… mágico, tan extraño y hermoso a la vez.

— ¿Estás bien?— la escuché preguntar nuevamente.

—Algo mareada y un poco desvanecida, pero estoy mejorando.

—Lo siento tanto, no tenía idea de que… no sentí la velocidad, lo lamento.

—Tranquila, supongo que estás acostumbrada.

—No me tranquilizo, mira lo que te he causado.

—No es tu culpa, es la mía por ser tan "mamita".

—No eres ninguna mamita… bueno sí lo eres, pero no en ese sentido.

—Gracias por lo que me toca, doctora.

— Mejor llámame masoquista — todo este diálogo se produjo con sus manos acariciando mi rostro y nuestras miradas fijas enfocadas directamente a los ojos —. ¿Por qué no me avisaste antes?

—No quería fastidiarte, creo que estás molesta conmigo y no quise ponerte peor.

—No estoy molesta contigo.

—Si lo estás, no has dicho una sola palabra en todo el camino, cuando tú eres pura risa y juego… y burla.

—Estoy molesta conmigo por no poder controlar mis "juegos" contigo, por no entender que tú no viniste aquí sino a trabajar y que esto te puede resultar

— ¿Patético?

—Exacto— dijo intentando soltarme.

Sostuve sus manos en mi cara, presionándolas con las mías y le dije:

—En lo absoluto… no me refería a ti cuando dije eso, me refería a mí.

— ¿Y por qué a ti?— toda la conversación transcurría de una forma diferente, suave, cálida… sus manos en mi piel haciéndome cariños, me estremecían.

—No tiene nada que ver contigo— le respondí—, es… es que me sorprendí pensando en alguien que dejé en mi ciudad y que no me ha llamado desde que llegué— mentí, con la única intención de que dejara de pensar que me había burlado de lo que pasó antes de salir, ya que por el contrario, me había encantado, pero tampoco podía decirle eso.

Sin embargo parece que le hubiese confirmado el insulto, pues soltándome, se apartó de mí cambiando el tema.

— ¿Te sientes mejor?

—Sí— dije, lamentando el vacío que habían dejado sus manos en mi piel.

El resto del camino surgió en un silencio más tranquilo, tanto, que me quedé dormida con su aroma aún en mi rostro, invadiendo mi nariz. Al despertar, noté que el vehículo estaba estacionado frente a una casa de montaña. Sorprendida de no haber sido despertada con el anuncio de "Llegamos", me giré buscándola y encontrándola en el mismo puesto del piloto, observándome con una ternura difícil de describir.

—Llegamos— "Ahora lo dices"

—Parece que no he hecho más que dormir desde que salí de mi ciudad.

—Es bueno que descanses, te toca trabajo.

La cabaña era muy confortable, cálida y preciosa.

—Bienvenida a mi templo— me dijo.

—Gracias, debe ser un lugar muy especial. ¿Vienes mucho?

—No tanto como quisiera, mis responsabilidades no me lo permiten.

—Y cuando vienes… ¿Traes compañía?

—Depende. Me gusta venir sola, pero si hay alguien especial en mi vida, pues me gusta compartirlo.

—Entiendo…— deseaba preguntarle si había en su vida alguien así actualmente, pero no me atreví.

Luego de dejar las cosas dentro de la casa, hicimos un recorrido por los alrededores, pues ella quería mostrarme el resto de las cosas que adornaban su lugar modelo para descansar, diseñado a su antojo. Me daba la impresión de que se sentía orgullosa y contenta de tenerme allí, sólo la impresión… ¿O era más bien un deseo?

La vista de las montañas cubiertas de neblina y el olor de la naturaleza, embriagaron mis sentidos, era realmente maravilloso ese lugar, como un pasaje de sueños que había tenido repetidas veces en mi vida.

Detuvimos nuestro recorrido frente a lo que parecía un pequeño establo.

—Te presento a Capitán— me dijo abriendo una puerta grande y tosca, hecha con tablas gruesas, dejando al descubierto a un precioso caballo negro que parecía sacado de fábula.

— ¡Diosss! Es bellísimo, perfecto— dije acariciándolo.

Ella comenzó a darle besos en la trompa y él le correspondía con gestos, cómo devolviéndole el saludo.

— ¿Cómo está mi bebé precioso? ¿Extrañaste a mami? ¿Mucho? También yo te extrañe mi grandulón— le decía mientras seguía dándole besos y caricias, haciéndolo responder con movimientos en su cabeza, como acariciándola también.

Yo la miraba atónita ("derretida" sería más honesto).

—¿Quieres intentarlo?— me dijo.

—Nooo, gracias. Me encantan los caballos, pero no me atrevería a montar uno, prefiero sólo mirarlos, les tengo mucho respeto.

—Eres una cobarde, querrás decir, jajaja. Pero yo me refería a besarlo.

—Ahhh… jajaja ¡Pues si se deja!

—Inténtalo.

Me acerqué lentamente a su hocico y le di un beso en la trompa, a lo que éste reaccionó con un sonido que parecía una risa o un coqueteo.

Me emocioné mucho, pero ella parecía aún más alegre que yo.

—Debes gustarle demasiado, jamás aprecia tanto un saludo como el mío, y da la impresión de que le agradaste más que yo—. Tranquilo bebe… no te culpo— le dijo a su mascota en tono de complicidad, para después mirarme de manera sugerente.

No sabía cómo sentirme con ella, era una caja de sorpresas que provocaba destapar. Pero por el contrario, era ella quien a su ritmo, me iba haciendo testigo en primera fila de todas esas cualidades que fue exponiendo "necesariamente" ante mí.

A partir de ese momento, pasamos unos días maravillosos. Nos compenetrábamos fabulosamente bien, como si fuéramos dos piezas de un mismo puzzle.

Su habitación quedaba al lado de la que había asignado para mí y dormíamos con las puertas abiertas, por si alguna necesitaba algo de la otra.

Para mí era una dulzura tenerla tan cerca y pensar que parte del aire que ella respiraba, llegaba en algún momento a rozar mi aliento. "Ay Miranda, qué mal te veo, cuidado con lo que haces, pero sobre todo, cuidado con lo que sientes", me decía a mi misma, fingiendo que podía tener algún control delante de aquella mujer que me tenía los sentidos totalmente descontrolados,

Apenas asomaba el sol por la mañana, ya las dos estábamos levantadas, como si no quisiéramos desaprovechar ni un momento del día para compartir.

Un café marrón y bien dulce, como nos gustaba a las dos, nos terminaba de abrir los ojos. Preparábamos el desayuno que también era común entre nosotras y luego Arleth escogía en qué actividad se entretendría mientras yo le tomaba fotos y le hacía las preguntas que necesitaba para mi reportaje (y para saciar mi curiosidad, pues había cosas que mi artículo, no necesitaba saber).

Algunas veces la observaba pintando un lienzo que no me dejaba apreciar, alegando que era de mala suerte que un pintor expusiera su obra antes de terminada. Y entonces yo me desquitaba aturdiéndola con… más preguntas.

— ¿Por qué te gusta pintar?

— ¿Por qué te gusta escribir?

—No estamos hablando de mí.

—Es tu forma de colaborar conmigo para hacerme esto más fácil, debe haber una retroalimentación de información, sino me siento asechada.

— ¿Siempre las ganas todas?

— ¿Cambiaste la pregunta o sólo la saltaste?

—Olvídalo… Yo escribo porque es algo que se me da muy bien desde niña. Siempre fue como una especie de escape, como un camino que me llevaba a otro mundo, a uno donde no existía nada que yo no quisiera que estuviera y entonces me desdoblaba de mi realidad para vivir momentos mágicos, fantasiosos, sí, pero únicos.

No siempre escribo lo que me gusta, pero cuando lo hago, cuando muestro en palabras lo que deseo, me siento viva y feliz.

Cuando acabé con mi respuesta, noté que me había perdido por ese momento, que jamás le había dicho a nadie lo que eso significaba para mí y me sentía bien haciéndolo con ella.

Me di cuenta que me observaba sin mover su pincel y me estremecí sin saber qué hacer, ni qué decir.

—Jamás lo hubiera descrito tan bien— dijo finalmente—, pero es exactamente lo que yo siento cuando pinto, me siento en un mundo creado por mí, me siento dichosa.

Cada experiencia, cada conversación, cada mirada nos unía un poco más.

Era tan maravilloso verla concentrada con su pintura mientras movía el pincel como si fuera parte de su mano derecha. De vez en cuando notaba que se quedaba mirándome, lo que provocaba un frío en mi interior al que ya me estaba acostumbrando, pero no dejaba de sobresaltarme.

El deleite no era menos cuando con sus ojos cerrados dejaba que el aire absorbiera sus notas en el piano, logrando que el placentero sonido que emanaba por el contacto de sus dedos hábiles con las teclas, elevara su esencia y la mía, haciéndome perder el norte de lo que escribía.

—Muchos piensan que he tenido una vida fácil; oportunidades, dinero, comodidades. Es verdad, nada de eso me ha faltado, por eso he tratado de aprovechar cada cosa que la vida, Dios y mi familia me ha regalado, para desarrollar habilidades, no para tatuar una imagen en la sociedad, una fachada, sin contenido, sin forma, sino para ser feliz y para hacer feliz a todas las personas que pueda... por favor, eso no lo vayas a escribir— suspiró y continuó—. Por eso decidí aprender todo aquello que me gustaba. Me encanta la música, pero desde siempre distinguí el sonido del piano, me resultaba algo cautivador, me hechizaba y entonces decidí aprender notas, que me hicieran sentir parte de ese hechizo que me envolvía. No seré ni cerca un Beethoven, ni lo intento, ni siquiera tengo buen oído, pero me gusta tanto esta melodía, que libero absolutamente todo lo negativo que mi cuerpo absorbe durante el día, dejando que mi alma se disperse alrededor de mi cuerpo.

"¡Dios! ¿Por qué tienes que ser tan perfecta?"

—Ven aquí— inquirió dando palmadas en la parte de al lado de su asiento. Dudé, los nervios me mataban y no resistía tenerla tan cerca—. No seas tonta, no te voy a morder… no si no quieres, jajaja.

—Ok. Aquí me tienes— dije sentándome tímidamente a su lado.

—Dame tu mano— extendí mi mano hacia ella—. Estás demasiado rígida— dijo tomándola entre las suyas—, suéltala un poco… así, como si no hubieran huesos en tus dedos. Ahora cierra los ojos.

Sentí cómo apoyó mi mano izquierda encima del conjunto de teclas y con la suya derecha encima de la mía, guiaba mis dedos hacia abajo, pulsando el detonador de un sonido. Repitió el procedimiento con la otra a la vez, abrazándome por la espalda para que su mano derecha alcanzara la mía, mientras su izquierda tomaba el puesto dejado por ésta, sobre la que ya estaba encima del teclado.

—Sólo déjate llevar— me decía suavemente al oído, provocándome una avalancha de sensaciones—, toca, presiona donde te provoque, al ritmo que tu cuerpo y tu alma deseen, libérate, suéltate, como si nadie te escuchara, como si nadie te viera, como si escribieras algo que te gusta… como si hicieras el amor.

Conmocionada como estaba por su cercanía, sus palabras y el encanto que proyectaba en mí tener el poder y control sobre el sonido, me hacía sentir en la gloria, logrando que diversas y múltiples notas desafinadas le dieran forma a mi escritura, a mi deseo, a mi liberación.

Era como un orgasmo elegante y discreto, que se colaba por cada vértebra de mi cuerpo y de mi ser.

Un par de lágrimas fueron a parar en mi pecho, ardiendo con el calor de mi piel. Su mano cálida las fue recogiendo desde mis ojos, pasando por mis mejillas, mis labios, mi cuello y llegando escrupulosamente al lugar donde éstas desembocaron, dejando un camino de ternura y deseo, que ya no era capaz de contener.

Abrí mis ojos, feliz de encontrarme con los de ella y deseando que su mano siguiera recorriendo mi cuerpo entero mientras mi boca calmaba con la suya, la llamarada que me quemaba por dentro.

Su mano estaba justo en mi corazón, el cual me delataba una vez más golpeando fuerte contra mi pecho, como si reconociera a su dueña. Su boca y la mía no querían espacio entre ellas, pero ninguna daba el milimétrico paso que hacía falta para lograrlo.

Entonces la vi levantarse lentamente, depositó un beso en mi frente, me miró a los ojos levantando mi rostro en una caricia, mostrándome dos preciosas perlas que comenzaban a brotar de ese manantial verdoso y profundo. Y se alejó de mí, dejándome allí, con el alma en un hilo.

Mis labios y mi cuerpo se quejaron durante toda la noche sin dejarme dormir. También el corazón que habitaba en mí, sobre el que no tenía ningún control, se movía agitado y desesperado, pidiéndome una explicación que yo no encontraba.

Así terminaron de pasar los días, en los que nuestro nexo se hacía más fuerte, aunque ya no había contactos físicos ni acercamientos tan próximos como el de aquella noche de desvelo.

Recordaba las palabras del Reese mayor: "Permítele a la vida el privilegio de mostrarte el camino. No trates de controlarlo todo, déjate llevar". Y al mismo tiempo lo que me dijo Irene antes de venir aquí: "Aprovecha estos días que van a pasar juntas, para que no sólo puedas conocerla a ella, sino también a ti misma. No te empeñes en hacer que tu cuerpo y tu corazón te obedezcan, ellos saben lo que quieren".

¿Qué significaba todo aquello? ¿De dónde salían ese mar de sensaciones que tenía con esa mujer? Jamás en toda mi vida sentí nada parecido con nadie y a ella sólo llevaba conociéndola unos días y había movido todo mi mundo, mis pensamientos, mis deseos, mis sentimientos… ¿Qué estaba sintiendo por ella?

— ¿Perdida?

— ¿Ehhh?... Disculpa, estaba distraída.

—Ya me he dado cuenta— después de unos segundos de silencio, me miró preguntándome— ¿Es la persona que dejaste en tu ciudad la que te tiene así, tan dispersa?

—No lo creo.

— ¿Entonces? ¿Tienes algún problema? ¿Necesitas algo?— "A ti", pensé.

—No, estoy bien. Gracias.

—Mañana por la tarde nos regresamos a la ciudad. Ya tenemos cuatro días alejadas del mundo, es hora de volver— dijo con lo que me pareció un tono de tristeza.

—Debo agradecerte por todo esto, aunque estoy aquí trabajando, ha sido muy placentero, la he pasado muy bien y me alegro de haber conocido a una persona como tú.

— ¡Wow! No sé que decir, me halaga, licenciada— dijo devolviéndome su tono pícaro y seductor que tanto me gustaba y que había abandonado desde mi estúpida voz pensante— No pensé que la estuviera pasando mal, pues está nada más y nada menos que conmigo, jajajaja… pero tampoco imaginé escucharle admitir eso.

—Hay muchas cosas de mí que no sabe, doctora— dije siguiéndole el juego, deseosa de ver el desenlace.

—Eso es verdad, hemos pasado cuatro días hablando de mí, así que si no quiere que la psicoanalice ahora mismo, comience a desnudarse.

— ¿Por dónde desea que comience? ¿De atrás hacia delante o viceversa?— dije quitándome el abrigo sin dejar de observarla mordiéndome los labios.

Por primera vez desde que la conozco, la noté realmente perturbada y sin capacidad de reacción, comenzó a tartamudear sin saber que decir, y sin quitar los ojos de mi cuerpo, como si ya me hubiera "desnudado", y al final sólo terminó balbuceando:

—Mejor comienza por atrás, dejemos lo mejor de último.

Nos quedamos viendo a los ojos coqueteándonos mutuamente, como si nada a nuestro alrededor existiera, quería dejarme llevar por la pasión que se retorcía dentro de mí y que se había acrecentado más cada día que pasábamos en esa cabaña, sentirla dormir tan cerca de mi cama, escuchar el agua de la ducha y envidiarla al imaginar cómo recorre todo su cuerpo.

Ya no tenía duda de que la deseaba, pero me daba miedo dar el primer paso y estar equivocada con respecto a ella y ser rechazada.

De repente nos despertó un toque brusco en la puerta de la casa y nos sorprendimos por lo cerca que ya estábamos, como si un imán nos hubiera juntado para ayudarnos a hacer el tan ansiado contacto.

— ¿Esperas a alguien?— le pregunté.

—No, a nadie. Déjame chequear— dijo levantándose.

—Ten cuidado por favor— dije siguiéndola, recibiendo como recompensa, una mirada de adoración, imagino que por sentirme preocupada por ella.

— ¡No lo puedo creer!— dijo mirando por el ojillo de la puerta.

— ¿Qué pasa?

—Es… una… amiga.

— ¿Amiga?

—Sí.

— ¿Y cómo sabe que estás aquí?

—Ha venido antes conmigo, seguramente no me encontró en la ciudad y se imaginó que estaba aquí.

—Pensé que sólo traías a personas "especiales".

—En su momento lo fue.

—Ahh… claro… entiendo. Anuncio mi retirada entonces.

—Sólo déjame atenderla un momento y seguimos la conversación ¿te parece? No puedo dejarla ahí tirada, debe haber visto mi carro, ya sabe que estoy aquí.

—No te preocupes, adelante. Ya trabajamos suficiente por hoy- — dije evadiendo lo de "la conversación"— me voy a dormir.

— ¿Tan pronto?— el insistente toque en la puerta advertía desesperación.

—Mejor atiende a tu "amiga"— dije notablemente desilusionada.

Me fui a la habitación con un nudo en la garganta y un vacío en el pecho "¿Una ex?" me preguntaba, lo que obviamente confirmaba mi teoría de que era lesbiana o al menos bisexual.

Aunque juro que traté de no escuchar lo que hablaban (mentira), mi oído solito se pegó en la orilla de mi puerta entreabierta (qué conveniente).

—Estoy haciendo un trabajo importante para mi padre y necesitaba concentrarme, por eso vine aquí— escuché decir a Arleth.

—No te creo, seguro estás con alguien, te conozco, déjame al menos conocerla y así terminarme de convencer que sólo seremos amigas por el resto de nuestras vidas.

—No hay nadie más aquí, Estela, ya te lo dije.

—Si es así, entonces no habrá nada que evite que te tenga esta noche para mi solita.

—Estela, deja, no sigas con eso… Estela

No podía ver lo que hacían pero con lo que escuchaba era suficiente. ¡Uy! qué rabiar de celos se apoderaron de mí. Esa bicha parecía una bestia y alguien tenía que domarla antes de que se comiera a mi presa.

—Cariño… ¿vienes o no? — grité desde mi alcoba con voz seductora.

— ¿Cariño?— preguntó la ahora cachorra regañada— ¿No que estabas sola?

—Ehhhh…— balbuceaba la espontánea y elocuente Dra. Reese, sin saber qué decir.

—Cieli… me tienes solita y abandonada— dije saliendo hacia la sala donde ellas se encontraban— … ¡Ahhh!— exclamé como asustada y sorprendida al ver a su acompañante, que dicho sea de paso… (eso, también estaba buenísima)— ¿Tú quién eres?— le pregunté.

—

Estela, ex-novia de tu cieli.

— ¿Ah sí?— dije colocándome al lado de "mi novia", abrazándola por la cintura. Ella seguía sin reaccionar, sólo me miraba impresionada— Arita no me había comentado que viniera ninguna amiga y mucho menos una ex.

—Mi amor— dije mirándola a ella— ¡No me digas que ya te decidiste a cumplir mi fantasía del trío les! ¿Ya no te da celos que otra mujer me toque?— improvisé dándole un beso de pico, que demás está decir me estremeció de inmediato.

— ¿Trío?— preguntó gritando la metiche recién llegada— vaya que sí has progresado, "Arita"… pero déjame decirte que tu nueva acompañante no está nada mal, así que no me opondría a ser parte de esa fantasía— dijo comiéndome con la mirada.

—No, mi amor— reaccionó por fin Arleth al ver como la bestia comenzaba a enfilar sus garras hacia mí—, sería imposible tolerar que alguien que no fuera yo te pusiera un dedo encima— o sus palabras parecían de verdad, o yo estaba demasiado estupidizada por ella. Me miraba fijamente a los ojos y luego a mi boca, estuve a punto de besarla aprovechándome de mi papel, pero la escandalosa no dejaba hacer.

—Vale, vale… ya me estoy empalagando, por favor, ya entendí, Estela duerme sola esta noche. A menos que

—¿Qué?— pregunté curiosa.

—¿Te ha llevado al bar del pueblo? No creo que lo haya hecho si tanto te cela… por cierto, nunca habías sido celosa, guapa, te debe estar comiendo muy bien para que la cuides tanto, jajaja.

—De eso no tengas ni la menor duda— le dije.

Ante esto, la doctora seguía estupefacta cada vez más y Estela pasó una mano por su frente, como secando un sudor inexistente, lo que yo entendí a la perfección.

— ¿Entonces, vamos?— replicó cambiando el tema.

—No, Estela. Miranda y yo tenemos que levantarnos temprano mañana y ya teníamos planes para esta noche, así que

—Cieli… no seas descortés con tu visita, qué más nos da acompañarla un rato a ese bar, me gustaría conocerlo antes de irnos… además, nuestros planes no van a cambiar, sólo los vamos a posponer para más tarde, ¿vamos, sí?— ella me miraba sin entender lo que tramaba, pero parece que no tenía más opciones que complacer a "su amor", después de haberle salvado el pellejo de esa caníbal.

—Ok. Pero sólo un rato.

Camino a los cuartos donde nos estábamos quedando, tratando de disimular que eran habitaciones diferentes, Arleth me preguntó todavía bastante abrumada:

— ¿Me puedes decir qué fue todo eso?

—Esa pregunta en lugar de "Gracias", suena a reproche.

— ¿Y por qué debería darte las gracias?

—Porque acabo de salvarte la vida de esa tigra que te quería comer.

— ¿Y por qué aseguras que yo no quería que me comiera?

—Yo no seré psiquiatra, pero sé reconocer un grito de auxilio a kilómetros… cieli— (ya sé que soy una farsante, pero me salí con la mía), le di un beso en la mejilla y entré a la alcoba.

Minutos más tarde ya nos encontrábamos en el bar del que Estela había hablado. Tres guapas mujeres entraron a aquel humilde pero lindo establecimiento, que estaba repleto de gente, "no sé de dónde salieron tantas personas, pues en los días que llevábamos ahí no logre divisar más que al capataz que le cuidaba la cabaña a mi supuesta pareja".

Estuvimos unas tres horas tomando tequila. Brindamos por la vida, la amistad, el sexo, el tequila, las lesbianas, la salud, el sexo (otra vez), los tríos, el trabajo, las ranas que echan pelos

Bailábamos turnándonos en pareja y a veces las tres juntas. Vaya que esa Estela tenía lo suyo, y cómo bailaba de rico restregándonos sus tetas, a lo que yo respondía meneando lo que más sobresalía de mí… mi increíble culo.

—Que no me provoque, Arleth, porque mínimo lo rompo a nalgadas.

— ¿Qué tal si dejas de hacer eso?— me dijo al oído mi doctora favorita pegándose detrás de mí, con lo que parecía un ataque de celos—. Estela no tiene mucha entereza y tú tienes un culo

—Esta noche nada está prohibido, así que si tanto te gusta, aprovecha— le respondí mirándola por encima de mi hombro mordiéndome los labios, mientras dejaba que mi culo reconociera el calor de su cuerpo danzando.

—Mejor vamos a sentarnos, estás demasiado tomada— me dijo con un tono de molestia, lo cual no alcanzaba a entender.

—No seas aguafiestas, hacía siglos que no salía a divertirme.

—Ya lo has hecho suficiente por hoy, así que nos vamos.

Estela, ¿te vas o te quedas?— le dijo aparentemente enfadada (después la obstinada soy yo).

—A menos que hayan decidido invitarme a la fiesta, me quedo aquí… No te preocupes por mí. ¿Ves a esa chica? Me ha estado mirando desde que llegué, así que si tengo suerte, me prestas tu otra habitación, sino pues igual la ocuparé, pero solita.

—Vale, conozco a esa chica, así que tu compañía está asegurada.

—Muérgana, no tienes que decirme que te la tiraste.

—No lo hice.

—Entonces no la llames puta.

—No lo hago. Toma la llave, no la pierdas y no bebas más.

—Que suerte tienes, a mí ya me arrastran a la caverna— le dije yo a Estela con cara de pucheros.

—Suerte tienes tú, preciosa. Jamás vi a Arleth así con ninguna mujer, le brillan los ojos cuando te mira, es evidente que está enamorada.

Aquel comentario me dejó completamente alucinada, y a pesar del alcohol que corría por mis venas, podía distinguir la verdadera felicidad que aquella idea me producía, de la normal "alegría" que sentimos cuando estamos tomando.

—Quiero hacer un último brindis antes de irnos— le dije ya en la barra cuando mi bella Arleth pagaba la cuenta.

—Miranda

—Uno solito.

—Adelante— dijo tomando su shot y levantándolo a la altura del mío.

—¡Brindo por el destino!

Continuará