Corre,corre, caballito
Mateo maltrata a su esposa, hasta que su suegra, Célia, lo programa para complacerla
Corre, Corre, Caballito
1.
Desde hacía varias semanas, Laura se sentia aterrorizada. Su marido, Mateo, con el que se había casado hacía poco más de un año, había cambiado. Lo que hasta pocas semanas antes era un maravilloso idilio, se había convertido en una terrible pesadilla. Ella había soñado desde su adolescéncia en conocer a alguien como Mateo; un hombre atractivo y energico, pero también y sobre todo, un hombre bueno, amable y comprensivo. Y esas cualidades, que aparentemente Mateo poseía en abundancia, habían sido sustituídas en los últimos tiempos por una terrible frialdad, alterada tan solo por súbitos arrebatos de cólera. Ante cualquier error o diferencia de críterio, la comprensión había degenerado en un ácido sarcasmo, y la actitud solícita con la que pocos meses atrás respondía a sus preguntas o a sus quejas, era ahora una caricatura tensa y malhumorada, que degeneraba fácilmente en una agresividad que la atemorizaba. Pot otra parte, aunque no había llegado aún al extremo de golpearla, las agresiones físicas se habían multiplicado: empujones, apretones desmedidos en las muñecas, pellizcos... Laura estaba desesperada
El suyo había sido un matrimonio por amor, al menos por parte de Laura; aunque ahora, demasiado tarde, empezaba a sospechar que los motivos de Mateo para su boda no habían sido exactamente los mismos.
Ella no era una mujer de una gran belleza, aunque no carecia de atractivo. Con 23 años, no muy alta, su estrecha cintura se ensanchaba en las caderas, dando lugar a unos muslos poderosos y unas pronunciadas y bambolentes nalgas; su piel era extremadamente blanca y su abundante cabello, castaño. Sus ojos, grandes y expresivos, en los últimos tiempos se parecian cada vez más a los de una gacela asustada. Su mayor atractivo para Mateo –comenzaba a pensar ella- había sido su dinero. Porque Laura era rica, muy rica. Heredera de los bienes de su padre, muerto hacía tres años, su único familiar cercano era su madre, Celia, que ejercía el usufructo.
Esta había tenido a su hija cuando contaba casi 35 años, despues de un par de abortos. Psicóloga de carrera, no ejercía profesionalmente desde hacia años, aunque había colaborado con las empresas de su marido en tareas de selección de personal. Era –incluso antes de la muerte de su marido- una mujer seria, no muy alta y de formas redondeadas sin llegar a ser gorda. Vestia habitualmente una indumentaria clásica, oscura, con largas faldas o vestidos cerrados, zapatos bajos; ropas que parecian acentuar su aspecto de viuda desconsolada.
Celia nunca había sido una mujer muy expansiva, pero tras el fallecimiento de su esposo se había hundido en un marasmo de desinterés por todo y por todos, aparentemente rota por el dolor ante la pérdida. Tan solo una cosa podía sacarla de ese marasmo, y era Laura, su hija.
Mateo nunca le había caído bien. Aun dentro de la insensibilidad afectiva que había construído en torno a sí, para protegerse, Célia había percibido algo falso. Algún factor, aún indeterminado, no cuadraba en la aparente bonhomía de aquel individuo. Por ello, nunca había llegado a fiarse de él, y aunque su contacto personal era escaso, a través de miembros de la servidumbre y algunos otros conocidos y amigos comunes, se había interesado por la situación de la pareja. Pensando en ello, Celia arrugó el ceño. Las noticias no eran buenas o, para ser más claro: eran terriblemente malas. Era necesario hacer algo. Además, le iba a encantar hacerlo. Torció la boca, mostrando los dientes, en algo vágamente parecido a una sonrisa y descolgó el teléfono.
2.
¡Joder! Ya son las doce. Voy a llegar tarde... Mateo apresuró el paso hacia la casa de Celia. Se había detenido por el camino para comprar una botella de vino y había tardado más de la cuenta. ¡Malditas colas! ¿Que coño querrá la puta esa. Celia le había llamado tres días antes para invitarle a comer. Y quería que fuera él sólo. No podía decir que no. Aún no había conseguido lo que quería.
Antes de que cambiara el semáforo, cruzó la calle a la carrera y entró en el portal de la casa de su suegra. El conserje no estaba en su puesto, así que entró directamente en el ascensor y subió hasta la tercera planta.
El ascensor acababa de detenerse cuando Celia abrió la puerta, sin esperar su llamada.
Llego tarde; lo siento, se excusó él con una sonrisa, exhibiendo en alto la botella, Me detuve a comprar un poco de vino. Ella, a su vez, exhibió una sonrisa encantadora y se acercó a él abriendo los brazos. – No importa, Mateo. Deja que te dé un beso. Entraron juntos en el piso, y Celia condujo a su suegro al salón. Tomó la botella de sus manos. – Dámela; la pondré en el frigorífico para que no se caliente. La comida estarà en cinco minutos. Señaló con la mano un mullido sofá, -Ponte cómodo. Yo voy a tomar un Martini ¿Te sirvo otro? Él se reclinó un poco en el sofá y asintió, - Sí, por favor. Un Martini estarà bien.
Celia volvió a la cocina, acabó de servir los Martinis en dos copas que que tenía ya preparadas. Con las copas en la mano regresó a la sala y alargó una de ellas a Mateo. – Aquí tienes. Le he añadido unas gotas de angostura. Espero que te guste así. El recogió la copa y probó un sorbo. – Se nota; es un poco amargo. Pero está bueno – añadió, dando un trago más grande- Preparas unos Martinis excelentes. Celia tomó asiento a su lado y sonrió enigmáticamente – No lo sabes tú bien, pensó para sí.
Pocos minutos después apareció una herculea sirvienta uniformada y anunció la comida. Se dirigieron al comedor charlando sobre temas insustanciales. Mateo estaba cada vez más nervioso ‘Para qué demonios me habrá hecho venir esta tía’, sin embargo separó cortesmente la silla de Celia y se sentó a la mesa frente a ella consu mejor sonrisa.
Cuando estaba acabando el primer plato comenzó a sentirse mal. Le molestaba el estómago y se sentía mareado. Se movió incómodo en el asiento y se aflojó el cuello de la camisa.
-¿ Te ocurre algo, Mateo? Estás muy pálido.
-No es nada, contestó él, mientras llenaba un vaso de agua. Creo que me ha sentado mal el Martini.
-Vaya... Lo siento, Mateo. En cualquier caso, es hora de que hablemos – le dijo, apartando un poco el plato- Te estarás preguntando la razón por la que estás aquí.
-Bien... Si. Es la primera vez que me invitas sin...sin la presencia de Laura. Mateo había comenzado a sudar y casi no podía mantenerse sentado. Celia se levantó, hizo una seña hacia la puerta y entró la sirvienta que había visto antes. Aunque no muy alta, sus músculos se percibían bajo la ropa, evidenciando una enorme fortaleza. ´Llévalo al sofá, Carmen, dijo Celia, Con suavidad .
Ante el estupor de Mateo, la sirvienta pasó un brazo bajo sus piernas y colocó el otro tras su espalda y lo transportó en brazos hasta el sofá, depositándolo con cuidado en una esquina.
Su suegra tomó asiento a su lado, se inclinó sobre él y, con dedos hábiles, le quitó la corbata – Déjame que te quite esto; a ver si te alivia. Después se enderezó de nuevo y encendió un cigarrillo.
-A ver cómo te lo explico, Mateo. Si nunca te he invitado hasta ahora es, simplemente, porque no me caes bien. Me pareces una persona desagradable. He tenido la impresión desde que te conocí de que no eres más que un cazafortunas. Mateo rebulló en el sofá y abrió la boca intentando meter baza, pero Celia continuó sin darle pie. – De hecho, intente hacerselo ver a Laura, para evitar la boda, pero no hubo manera. Podría haberlo hecho a la fuerza, pero me parecio que esa chiquilla tenia que aprender una lección. Miró a Mateo con odio en los ojos, aunque la sonrisa continuaba fija en su boca. Creo que ya la ha aprendido...
Dejó el cigarrillo en el cenicero, se levantó y caminó hacia una ventana, de espaldas a Mateo. – Te he estado vigilando. Giró sobre si misma y lo miró. – El personal de tu casa está a mis órdenes. He recibido informes diarios sobre tu comportamiento. Y, la verdad, estoy un poco enfadada. Se acercó a él y lo miró a los ojos. – Bastante enfadada, de hecho. Con la mano abierta le cruzó la cara una y otra vez, con fuertes bofetadas. ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! – Yo diría que muy enfadada. ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!...
Mateo intentaba desplazarse para alejarse de ella, pero su cuerpo no le respondía. – Enormemente enfadada ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!...Sus mejillas, cada vez más rojas, recibian el castigo de su suegra que, inmisericorde, azotó su cara todavía durante dos o tres minutos, tras los cuales, jadeante y con el rostro enrojecido, se alejó un poco del sofá y miró a Mateo a los ojos. – Me temo que vamos a tener que hacer algunos cambios, querido. Tomó su mentón en sus manos y le levantó la cabeza, - Me va a encantar enseñarte. Se volvió hacia la puerta y llamó a la sirvienta , -¡Carmen! Ya puedes recogerlo; llévalo a la habitación.
Esta vez, Carmen se limitó a echarselo al hombro como un saco. Salió de la sala con el a hombros y avanzó por un corto pasillo. Entró en una de las habitaciones; era un dormitório. Sin soltar a Mateo, abrió la puerta del armario situado a los pies de la cama, movió una moldura interior y el fondo del armario se plegó, dando paso a un espacio oscuro. Carmen apretó un botón a un lado del hueco y el fondo del armario volvió a su posición original. Aún a oscuras, le palmeó la espalda y le habló.
- Vas a estar aquí un tiempo. Acabará gustándote, ya verás.
La corpulenta criada lo dejó caer al suelo sin miramientos. No le dolió por la simple razón de que en aquel momento su cuerpo estaba totalmente insensibilizado. No así su oído; la oyó caminar varios pasos y, repentinamente, una cruda luz fluorescente le obligó a cerrar los ojos. Sintió un pinchazo en un brazo y su mente comenzó a hundirse en una profunda y oscura sima sin fondo.
3.
Abrió los ojos sin recordar nada. No podia pensar; las ideas se debatían en su cerebro, buscando un camino en un intrincado laberinto. Estaba tumbado sobre una superficie lisa; la notaba dura y fria contra su piel. Estaba desnudo. Intentó levantarse, pero no pudo. Alzando un poco la cabeza, vió las correas que lo apresaban; su torso, brazos y piernas había sido férreamente amarrados. Tenía frio.
Miró a su alrededor. La habitación era pequeña, quizás tres metros de ancho y cuatro de largo. La mesa metálica sobre la que se encontraba ocupaba el centro. El resto del espacio estaba ocupado por diversos aparatos desconocidos, un armario de metal y vidrio, con instrumental médico y algunos fármacos. En la pared frente a el, una gran pantalla pendía del techo.
Se removió con fuerza sobre la mesa, intentando desatarse, pero las correas eran demasiado fuertes. Intentó gritar, pero no logró emitir, esforzándose mucho, más que un suave gorgoteo. Su garganta no respondía y sus cuerdas vocales parecian estar adormecidas.
Oyó un sonido a su espalda y vió a Celia entrando en la habitación. Vestia unas ajustadas mallas negras y un top, también negro, que contenía su voluminoso busto. Unos altos tacones la elevaban varios centímetros del suelo. Se acercó a Mateo. – Veo que al fin estás despierto. Bien, bien... Caminó al lado de la camilla, pasando su mano sobre el cuerpo de Mateo, acariciandolo desde el pecho hasta el vientre. Cuando llegó a los genitales, los tomó y los sopesó sobre la palma – Mmm...Parece que al menos en algo mi hija tuvo buen gusto. Le apretó súbitamente los testículos. El dolor lo atravesó como un cuchillo. Se retorció sobre la mesa como un azogado, mientras la presión se mantenía. Finalmente, Celia lo soltó. Se acercó a la cabecera y sonrió – No queremos mutilarte ¿Verdad? Laura quiere disfrutar de tu cosita.
La puerta se descorrió de nuevo y Carmen entró en la habitación. Iba vestida con prendas muy similares a las de Celia. Esta se dirigió a ella – Preparalo para el tratamiento. Yo acabaré de programarlo. Carmen asintió con la cabeza, sin decir nada. Se acercó a una pared y volvió a aproximarse a la mesa arrastrando una mesilla con ruedas, sobre la cual descansaba un aparato electrónico, parecido a una balanza, con una pantalla graduada y una serie de extraños botones e indicadores. A continuación, extrajo del armario una caja metálica y comenzó a colocar sobre el cuerpo de Mateo los electrodos que contenia: ingles, genitales, pezones, pies, brazos, oídos... todo su cuerpo quedó cubierto por una red de más de 20 electrodos, que conectó a cables que pendian de la trasera del extraño artilugio. Envolvió su cabeza con una redecilla, que conecto también en otro punto de la màquina. Ajustó a la cabecera de la camilla un cabezal ajustable provisto de una correa y un barbuquejo. Lo reguló, impidiendo cualquier movimiento de su cabeza y le ajustó las ataduras. Con un instrumento especial, le abrió la boca, extrajo su lengua y la inmovilizó mediante dos piezas de madera atornilladas como una prensa, y le colocó un nuevo electrodo.
Mateo se agitaba, gruñia, intentaba retorcerse para evitarla, pero Carmen hacía caso omiso y trabajaba sobre su cuerpo metódica y eficientemente. Mientras, Celia sentada ante un ordenador, tecleaba rápidamente. Finalmente, se levantó y despidió a Carmen. Esta salió de la habitación, dejándolos solos. Su suegra se plantó ante el, con los brazos en jarras. – Eres un cerdo, Mateo; si fuera por mi, hubiera acabado contigo sin ningún miramiento. Pero mi hija aun te quiere, aunque me resulte dificil entender por qué. De manera que vamos a hacer otra cosa. A partir de ahora, Laura va a ser como una diosa para tí. Vas a idolatrarla. Obedecerás hasta el más mínimo de sus deseos. La complacerás en todo lo que desee y cuando ella quiera. Laura será tu dueña ¿Lo has entendido, imbecil?
Mateo, incapaz de moverse o de hablar, intentaba desesperadamente aflojar sus ligaduras, sin conseguirlo. Celia continuó – Este aparato que ves aquí..., colocó la mano sobre el artilugio conectado a los electrodos, ... ha sido desarrollado por mí. La pantalla emite una serie de mensajes para adiestrarte.La red de sensores que rodea tu cabeza, recoge las ondas eléctricas de tu cerebro, las amplifica y las interpreta. Si tu respuesta cerebral es positiva, emite estímulos placenteros. En caso contrario, debo decir que los encontraràs...incómodos. La duración del proceso dependerá de tu nivel de resistencia. En cualquier caso, nadie ha resistido más de 36 horas. Se encaminó hacia la puerta y apoyó la mano en el botón de apertura.
- Antes de comenzar con el tratamiento, tienes una visita. Volveré enseguida. Celia salió e instantes después entró...Laura. El la miró con los ojos desorbitados. Ella, elegantemente vestida, con una blusa escotada y una corta falda de tubo, calzaba unos zapatos rojos con altos tacones. Se aproximó a él sonriente y le lanzó una lenta mirada, de arriba abajo, relamiendose. Le acarició el pene, pasandole las uñas a lo largo del eje. – Hola, Mateo. No quería llegar a esto; de verdad. Pero no me has dejado otra salida. Si no me hubieras tratado tan mal, jamás habría recurrido a mamá. Sonrió de nuevo, con malicia - Pero ahora casi me alegro. Me gustarà mucho hacerte mío. Esperaré ansiosa a que acabe el tratamiento. Se inclinó sobre su cara, apresó su lengua con los labios y la aspiró en su boca, mordisqueandola.
- Mmmm...Esto es un adelanto. Hasta luego, cariño. Laura giró sobre si misma y fue hasta la puerta. Antes de salir volvió la cabeza sonriente y le lanzó un beso.
Un par de minutos despues volvió a entrar Celia. Sin decir palabra , sacó del armario dos agujas y procedió a entubar a Mateo con vías en ambos brazos. Insertó en los lados de la camilla dos soportes para los viales y colgó en cada uno una bolsa. Miró a Mateo y le explicó, - Una de las bolsas es tan sólo suero glucosado. Te alimentarà y te hidratarà. La otra, contiene un compuesto que liberará tu mente, haciendola más permeable a la sugestión. Conectó los goteros a las agujas y abrió las válvulas de paso. A continuación, puso en marcha el sistema de sonido e imagen, centró bien la camilla frente a la pantalla; apretó un botón en un mando a distancia y, con un leve siseo, la parte superior de la camilla se elevó en un ángulo de 45 grados, dejádolo semi incorporado. Ella dejó el mando sobre la mesilla y apagó la luz. – Hasta luego, Mateo. Disfrútalo, Se despidió con una carcajada.
4.
Mateo se agitó incómodo sobre la camilla. Se sentia agarrotado por la forzada inmovilidad, y no era capaz de pensar con claridad. ‘ Seguramente por la mierda que me han inyectado’, pensó. La pantalla situada frente a él fue iluminándose paulatinamente, y una suave melodía llenó la habitación con un ritmo pausado y sostenido. La luminosidad se convirtió en color y algo semejante a un bello amanecer se reflejó en sus ojos. En el fondo, casi desdibujado como una marca al agua, la efigie de Laura le sonreía. Por encima de la música se oyó una seductora voz femenina – Laura es mi Ama. Adoro a Laura. Mateo pensó ironicamente, ‘¡ Vaya mierda! ¿De verdad quieren que me crea que esto sirve para algo?’. Casi inmediatamente, una ráfaga de intenso dolor invadió su cuerpo, que comenzó a temblar como un azogado, mientras una profunda nausea se levantaba desde su estómago.
La imagen de Laura se hizo más clara sobreponiendose al paisaje de fondo, y la voz insistió: - Laura es mi Ama- Adoro a Laura. Esta vez, Mateo se ahorró los comentarios mentales para evitar recibir el castigo, pero el sistema detectó su rechazo y, de nuevo, cien puñales atravesaron sus ya doloridos músculos. Intentó gritar, pero no emitió apenas sonido alguno. Pese al frio, comenzó a sudar copiosamente.
Una vez más, la voz emitió su mensaje: - Laura es mi Ama. Adoro a Laura. Y una vez más, la resistencia de Mateo puso en marcha el castigo; mientras, la imagen de Laura se agrandaba más y más, ocupando toda la pantalla, fluctuando, cambiando de colores al ritmo de la música. Además, los ojos de Mateo comenzaron a lagrimear, por lo que lo percibía todo como entre una intensa niebla.
En la habitación sonó un segundo mensaje: - Laura es placer. Adoro a Laura. Inmediatamente, el dolor desapareció como si nunca hubiera existido y una suave placidez lo envolvió como un manto. El placer se convirtió en breves instantes en excitación, y pocos segundos después una tremenda erección endurecia su miembro tanto como no recordaba haberlo tenido nunca. Por los altavoces sonó el mensaje anterior, - Laura es mi Ama. Adoro a Laura. El instintivo rechazo de la mente de Mateo desató otra vez el castigo, que, por contraste con el placer anterior, pareció aun más demoledor. El lagrimeo se convirtió en un continuo torrente de llanto y los temblores en espasmos.
A lo largo de aquella tarde y la noche que la siguió, la agonía de Mateo se convirtió en un estado permanente y contínuo, roto tan solo por los instantes de placidez que el sistema le proporcionaba sistemáticamente para romper su resistencia. Progresivamente, esta fue haciéndose menor e, inadvertidamente, su cerebro comenzó a encontrar razones absolutamente lógicas y comprensibles, por las que debería ceder y aceptar la veracidad de los mensajes. ‘ Era cierto. El adoraba a Laura’.
Los momentos de placer aumentaron y el dolor se atenuó un poco. Entonces, los mensajes cambiaron. – Mi Ama tiene siempre razón. Debo obedecer siempre a mi Ama.
Su subconsciente reafirmó su resistencia y el dolor volvió a acentuarse. Durante varias horas más, a lo largo del día siguiente, el adiestramiento continuó alternando el dolor y el placer para romper su voluntad y penetrar por completo sus cada vez más maltrechas defensas. En algunos momentos, la intensidad del dolor lo llevaba a la inconsciencia. Celia aprovechó esos momentos para entrar en la habitación, comprobar sus constantes vitales y regular el flujo de las drogas intravenosas en su organismo en función de su estado. Mientras, Carmen limpiaba la camilla, ya que Mateo no era capaz de controlar sus esfínteres en los momentos en que el dolor alcanzaba mayor intensidad.
El tratamiento duró más de treinta horas. A la caída de la tarde del día siguiente, Mateo sentía tan sólo placer. Su mente aceptaba y asumía gozosamente el dominio de Laura, ‘ Su Ama,su adorable Ama’ y su único deseo era obedecerla y complacerla en todo, en cada momento, y para siempre. Sus ojos no se apartaban de la gloriosa efigie de su Ama que refulgía, gigantesca, frente a él, mientras la música, majestuosa y conmovedora, subrayaba su adoración.
Súbitamente, el sonido y la imagen desaparecieron y la oscuridad se adueñó del espacio. La voz de Laura emitió un último mensaje: - Descansa, Mateo, esclavo mío. Y mateo se hundió sin resistencia, más y más profundamente, en una nada càlida y aterciopelada...
5.
Abrió los ojos. Descansaba desnudo sobre el suelo enmoquetado de su propio dormitorio, en su casa ‘ No’, respondió su mente, ‘ En la casa de su Ama’. Una fina pero resistente cadena dorada iba desde su cuello hasta una de las patas del lecho, sobre el que Ella descansaba cómodamente, ataviada con una negligge semitransparente en un tono asalmonado.
Al oír el tintineo de la cadena, volvió el rostro hacia él y le sonrió – Hola, Mateo ¿Cómo estás esta mañana?. Mateo se colocó de rodilas, inclinando la cabeza hacia el suelo – Muy bien, mi Ama. Ella se colocó en el centro de la cama y abrió las piernas. No llevaba bragas y su coño, afeitado para aumentar la sensibilidad de su piel, se abrió ligeramente ante los ojos de su marido-esclavo. – Sube a la cama, Mateo – ordenó con voz tajante- Arrodillate entre mis piernas, esclavo.
Mateo subió al lecho, aun ligado por la cadena y se colocó de rodillas entre los muslos de Laura. Esta tomó su cabeza entre sus manos y la arrastró hasta su entrepierna, cruzó sus piernas tras su nuca, manteniendolo firmemente allí y hundió los dedos en su pelo. – Come, Mateo; come hasta que yo te diga basta. Mateo apretó su cara en la vagina de su Ama, tomó sus labios en su boca y los abrió con la lengua, azotando su clítoris con suaves y rápidas pasadas, aspirando, lamiendo, bebiendo sus jugos cada vez más abundantes. -¡Aaaahh, Siii, Mateo! ¡Ssssiiiiii! Laura se irguió y arrastró la cabeza de Mateo con la cadena. Sin soltarla, atrapó su pelo con la otra mano y acercó su cara – Abre la boca, Mateo. El obedeció y su Ama lo invadió con su lengua, apretando su rostro contra el de ella hasta dejarlo casi sin respiración. Tomó su lengua entre los labios y la aspiró hacia el interior de su propia boca, chupando, lamiendo, mordiendo, saqueandolo sin piedad. – Mmmmm..¡Qué bien sabes, Mateo! Con ambas manos empujó de nuevo sus hombros hacia abajo – Vuelve a comer, Mateo, hasta que yo te lo diga. De nuevo, el se colocó entre sus piernas y su cara comenzó a chapotear en el estanque de fluídos en que se había convertido la vagina de su esposa, su Ama, su Diosa..., hora tras hora, proporcionándole un orgasmo tras otro –¡Aaaarrggghhh..! ¡Asssiiii, Mateooo, Ssssiiii! ¡Ooohh, Dioosss! Mateo, ¡Cómo te quiero!
La puerta del dormitorio se abrió y Celia entró, desnuda y sonriente, y se acercó a su hija – Hola, cariño. ¿Como se porta nuestro esclavo? Laura la miró y contestó entre gemidos de placer –¡ Ho-holaaahh, mamaaaa! ¡Gggghhhnnn! M-m-muuyy biieeennnn...
Celia lanzó una risotada. – Ya lo veo. Tomó la cadena de Mateo e hizo que la mirara a los ojos.
-¡ Estírate, esclavo, boca arriba!. Mateo se tumbó boca arriba sobre la cama sin decir una palabra. Celia subió a la cama, se sentó sobre las caderas de su esclavo y tomó su pene hinchado y enrojecido en su mano, mientras que, con la otra, abría sus labios vaginales, rezumantes de humedad. Volvió a mirarle a los ojos, - No te correràs hasta que tu Ama te lo ordene, esclavo. El miró a Laura, su dueña, y esta asintió con la cabeza. – Sí, mi Ama, contestó él. Celia se clavó en su pene y comenzó a balancearse suavemente. – Ven, hija. Vamos a compartirlo un rato.
- Claro, mamá, aceptó sonriente. – Abre la boca y come, Mateo, le dijo, y se sentó sobre su cara, de frente a su madre. Ambas se abrazaron sonrientes y comenzaron a acariciarse mutuamente. El rostro de Celia adoptó una expresión pícara mirando a su hija; acentuó los movimientos de sus caderas, montando a Mateo e instandola a hacer lo propio sobre la cara de su montura, rezumante de jugos. -E stás contenta, cariño?
-Mucho, mamá.
-Te he regalado un buen caballito ¿Eh?
Ambas comenzaron a reir a carcajadas, galopando galopando, galopando...