Cornudos consentidos: pub liberal
La historia de cómo Mario se inició con su novia en el mundo liberal
Cornudos consentidos: Pub liberal.
(La historia de cómo Mario se inició con su novia en el mundo liberal)
Me llamo Mario y voy a contar cómo fueron mis primeras vivencias morbosas, vivencias que compartí con mi novia, vivencias que nos sumergieron en el mundillo liberal. Paula y yo nos conocíamos desde niños, salíamos en la misma pandilla, con el tiempo nos empezamos a gustar y nos hicimos novios. Vivíamos en un pueblo de la costa andaluza. Casualmente, a los dos nos encantaba la biología y nos fuimos a estudiar juntos a Madrid, a un piso que pertenecía a mis abuelos, pero estaban ya mayores y se habían trasladado a una residencia. Por tanto, desde nuestra época de estudiantes, ya comenzamos a vivir en pareja y a compartir todo tipo de intimidades.
Paula era una monada, una chica despampanante, una envidia para los chicos de mi pandilla. Alta y delgada, piel blanquecina, culito estrecho, pechos aperados de base voluminosa y erguida, ojos azules y facciones delicadas, y una larga melena rubia de cabellos lisos, muy brillante y suave. Tenía cierto aire nórdico. Era un bomboncito que dejaba con la boca abierta a todo el que la miraba. Yo alardeaba de novia, me gustaba que la miraran, que me vieran con ella, que babearan con su cuerpo. Luego lo compartíamos, nos reíamos juntos cuando algún babosón le lanzaba algún piropo. Meneaba el culito con estilo y era sensual y elegante, le encantaba destacar sobre las demás, ser la más guapa, dejar atónitos a todos.
En la cama lo pasábamos bien, éramos muy juguetones y probábamos distintas posturas. Hacíamos casi todos los días el amor, y eso que decidimos dormir en camas separadas para poder concentrarnos mejor en los estudios. Pero nuestras mentes se fueron abriendo con el paso del tiempo por esa independencia de la que ya gozábamos. Con veintidós años cada uno y ya convivíamos juntos, follábamos cuando nos daba la gana y nos dio por ver películas porno los sábados por la noche, películas algunas bastante fuertes, de toda índole. Nos calentábamos y terminábamos follando como locos. Creo que aquellas pelis fueron las semillas de nuestras experiencias morbosas.
Con aquellas pelis se dilató aún más nuestra confianza y ya nos contábamos nuestras fantasías eróticas. Llegué a preguntarle si lo haría con una chica y me respondió que no le importaría probar una experiencia lesbiana, también Paula me lo preguntó a mí, pero yo le respondí que nunca había tenido fantasías homosexuales.
- Pues me excita imaginarte con un hombre – me encajó.
- ¿Serás cabrona?
- Así, como un mariquita…
- Tú lesbiana y yo maricón, menuda pareja.
- Y que lo digas.
- ¿En serio te excita imaginarme con un tío?
- Es una fantasía, ummmm, así, dándote por culo…
- Qué cabrona estás hecha.
- ¿Y a ti no te excita imaginarme con una tía? – me preguntó.
- No, la verdad es que no.
- ¿Y con un tío?
- No sé, igual luego me moría de celos.
Aquella noche, a pesar del tono de broma, la noté con ganas de abrirse al mundo liberal. Pensé en ello durante un montón de tiempo, traté de imaginármela con otros, y dependiendo del momento, a veces me excitaba y a veces me asustaba, sobre todo después de masturbarme. En el fondo, yo la amaba y adentrarse en el mundo liberal podría ser una forma de perderla. A veces me sacaba el tema, pero yo rehuía, más que otra cosa, por miedo escénico. Paula era mucho más lanzada que yo.
Tuvimos otra anécdota una noche que nos pusimos a ver una de aquellas pelis. La había bajado ella de internet y sólo me dijo que iba de orgías. Yo tenía un pene normalito, más bien fino, y encima tenía fimosis y dependiendo de la postura, a veces me dolía en las penetraciones, pero lo sobrellevaba y pasaba de operarme. Nos pusimos a ver la peli acomodados en el sofá del saloncito, ella en bragas y con una camiseta y yo en slip. Nada más comenzar la peli, empezaron a desfilar tíos desnudos y musculosos hasta montar una orgía homosexual. La miré. Permanecía concentrada en la pantalla y le noté su mirada excitante.
- ¡Es una peli de maricones! – exclamé.
- ¿Qué pasa? ¿No vemos muchas veces tías enrolladas y te excitan? También tengo derecho, ¿no? Mira qué tíos más buenos.
- No me jodas que te gusta ver escenas de maricones…
- Ummm, sí, es excitante. Qué buenos están todos…
- Vaya ración de pollas que nos vamos a dar, amiga.
- Ummmm, qué ricas. Podías tener una como ésas.
- Qué cabrona, o sea, que no te gusta mi polla…
- No te enfades, cariñito mío, pero en comparación con ésas…
Pendiente de la pantalla, se metió la manita dentro de las bragas y se masturbó delante de mí con las pollas de todos aquellos tíos, se retorció de placer viendo cómo se daban por culo, cómo eyaculaban, cómo se besaban, se corrió con una peli de maricones. Cada vez estaba peor. Se masturbaba con desenfreno. Cuando terminó me miró y sonrió.
- ¿Tú no te masturbas? – me preguntó.
- ¿Con pollas?
- Igual te divertías – me soltó -. ¿No te gustaría probar?
- No me llaman los tíos. Estás muy salida, Paula.
Aunque ella quiso insistir, yo traté de zanjar la conversación porque se adentraba en un terreno peligroso. Aquellas pelis la estaban induciendo a pensamientos muy obscenos y lo peor es que me estaba contaminando. Empezamos a simular situaciones en la cama, como que yo la violaba, me pedía que la insultara, que la obligara y un día me propuso fingir que ella era un tío y que me follaba a cuatro patas. Me llamó maricón embistiéndome con su chochito, sujetándome por las caderas, removiéndose nerviosamente. Se removió sobre mi culo de tal manera que la noté correrse en mis nalgas. Estábamos perdiendo el norte con tanta lujuria. Yo me prestaba a sus fantasías, solía ser ella quien las ideaba, y la verdad es que resultaba divertido. Se quedaba embobada con las pollas grandes y muchas veces me pedía que la masturbara mientras se imaginaba que le metían esa enorme verga.
Me chupaba la polla con ansia, se la comía a mordiscos, seguramente imaginándose que era de otro hombre. Pero no me atrevía a preguntarle. Luego me pedía que le lamiera el chocho y se retorcía con los ojos entrecerrados, imaginándose no sé qué escenas. Era una ninfómana que poco a poco estaba viéndose arrastrada al mundo liberal. Siempre tomaba ella la iniciativa y yo me sentía como un imbécil, debería de haber sido al revés, que yo hubiera sido el obseso.
Compré a través de internet una polla de goma dura, gruesa y larga, curvada, y se la regalé una noche que la noté muy excitada. Se quedó alucinada por el grosor y tamaño del pene. Triplicaba el tamaño de mi polla. Nos hallábamos reclinados sobre el cabecero de la cama, dándole vueltas al enorme pene de goma.
- ¿Y cómo te ha dado por comprarme un consolador? ¿tan enferma me ves?
- Bueno, tengo que consolarme con lo que tengo, sé que mi pollita te deja insatisfecha, que te gustan muy grandes, así es que pensé, pues le regalo una buena verga…
- Qué bobo eres, Mario, ¿no te lo estarás tomando en serio? ¿Piensas que finjo cuando me la metes?
- No, pero no puedes negar que preferirías una más grande.
- Eres tonto, Mario.
- ¿Probarías una más grande o no? – insistí.
- Probaría, claro, pero tú eres mi novio. Que la tuya es muy matona, tonto…
- Pero te gustaría que la tuviera más grande, ¿verdad? Como ésta -. Miró el consolador con la sonrisa congelada -. Está rica, ¿verdad? – dije pasándole la punta por los labios, bajándola lentamente por su cuello, pasando entre sus pechos -. ¿Quieres probarla? ¿Eh? -. Seguía descendiendo lentamente por su vientre plano. Por su respiración, noté que se excitaba, incluso vi que separaba un poco las piernas -. Imagina que alguien con una polla así te va a follar – le solté con la punta del consolador ya por encima del vello vaginal.
Soltó un bufido seco y me miró con desesperación, bajando los brazos para abrirse el coñito con las manitas.
- Éntramela, Mario, me has puesto muy cachonda…
Le fui metiendo el consolador poco a poco, dilatándole el coño. Paula se retorcía de placer con los ojos entrecerrados, suspirando, seguro que imaginándose que la verga era de verdad. La masturbé con el consolador. Removía la cadera de manera eléctrica. Yo le daba fuerte sujetando el consolador por el mango.
- ¿Te gusta, amor?
- Qué gusto, Mario… - suspiraba -. Sigue, por favor, no pares…
El gusto era tan fuerte que ella misma se sujetó el consolador por el mango, con ambas manos, y se masturbó hasta emitir un chillo estridente de placer. Le gustaban las pollas gordas, disfrutar como una loca, la vi más encendida que cuando yo se la metía, aquel jodido consolador la dejaba más satisfecha que mi pene, sólo había que ver su expresión lujuriosa.
Aún se mantenía el consolador clavado en el coño cuando le acaricié la cara y le estampé un beso.
- ¿Te ha gustado el regalo?
- Ummmm, sí, me gusta el juguete.
Se lo fue sacando poco a poco y después lo elevó hasta la altura de nuestras caras. Estaba impregnado de sustancias viscosas y transparentes. Me miró con sonrisa picarona y lo acercó a mi boca.
- Chúpalo… - me pidió.
- ¿Quieres verme como un maricón? – me sorprendí.
- Ummm, sí, quiero ver cómo la chupas…
Me la metió en la boca y saboreé las sustancias vaginales. Empecé a lamer el tronco y el capullo, hasta que ella empezó a moverlo dentro de mi boca, como follándomela. Con la mano que tenía libre, me agarró mi pene para masturbarme. Me follaba la boca con un consolador recién salido de su coñito y me pajeaba con la otra. Estaba disfrutando viéndome así. Paró cuando eyaculé. Me sacó el consolador de la boca y me soltó el pene.
- Te excita verme como un marica.
- Sí, no sabes cómo me pone.
- ¿Te gustaría verme con un tío?
Se mordió el labio inferior.
- Vamos a dejarlo, Mario, nos estamos pasando de la raya.
- ¿Irías a un club de intercambio de parejas? – me atreví.
- ¿Me compartirías con otros hombres? ¿Estarías dispuesto?
- Sólo si tú me lo pidieras.
- Yo no te voy a pedir una cosa así, Mario, es una locura, esos sitios no me gustan. Anda, abrázame y vamos a relajarnos un poco que se nos va la cabeza a los dos.
Aquella conversación nos estimuló aún más, aunque no quise atreverme a sacar de nuevo el tema del club de intercambio, prefería que fuera ella quien lo propusiera. Ya me excitaba mucho verla agarrada a la polla de otro hombre, incluso por su instigación, empecé a fantasear con la idea de liarme sexualmente con un hombre, sólo para que ella disfrutara.
Estábamos mucho más viciados. Una vez la pillé masturbándose con el consolador. Irrumpí en el baño sin saber que estaba allí y la vi sentada en la taza metiéndose la verga desenfrenadamente. Me quedé perplejo con la mano en el pomo. Elevaba el culito de la taza ante las penetraciones. Me miró jadeando y con los ojos entrecerrados y la hija de puta no pudo aguantarse y se meó de gusto al correrse, el pis fluyó a chorros por la comisura de los labios vaginales y tuvo que sacarse el consolador. Le vi el coño abierto y enrojecido por donde manaba pis en abundancia.
- Lo siento, cariño – dijo meándose -. Estaba muy caliente…
- Chssss, tranquila, no pasa nada, yo también lo hago.
Y cerré la puerta dejándola concentrada en sus fantasías. Estaba asombrado. Mi novia, la chica de mi vida, fantaseaba con las porras de otros.
Estábamos muy viciados. Muchas veces en la cama, cuando nos calentábamos, me rogaba que le metiera el consolador y entonces enloquecía por el grosor y el tamaño, a veces ni siquiera podía contenerse y se meaba muerta de placer. Aquel trozo de goma la volvía loca, la satisfacía cien veces más que mi pene, estoy seguro que con aquel trozo de goma dura se imaginaba con otros hombres. Algunas veces me pedía que lo chupara después de haberle invadido el coño, y me pajeaba mientras yo lamía el consolador como un maricón. Gozaba imaginándome como un marica. También se aficionó a penetraciones anales con el consolador, le encantaba ponerse a cuatro patas y yo detrás invadiéndole el ano. Su ninfomanía carecía de límites y cada vez iba a peor.
Por mi parte, también me vi seducido por su desbordante ninfomanía. Comencé a imaginármela agarrada a la polla de otros hombres y me excitaba con aquellos pensamientos tan obscenos, aunque no me atrevía a confesárselo. De la misma manera, en mi mente se forjaban fantasías con otros hombres, donde ella observaba cómo me follaban. Me abordaba cierto temor a como pudiera terminar aquello, sentía pánico a lo que pudiera pasar ante aquellas actitudes tan desenfrenadas. Hasta aquel momento, todo surgía dentro de nuestra intimidad como pareja, como parte de un juego erótico, pero tantas dosis de lascivia te arrastran hasta cruzar la línea.
Es lo que sucedió. Noté que Paula se fijaba en otros hombres, incluso hasta en mis amigos. Una vez estábamos toda la pandilla en la playa y mi amigo Juanjo solía usar bañadores tipo slip. Llevaba uno rojo y se le notaba todo el paquete, el relieve de la verga y de los huevos, cómo le botaba al caminar. Estaba gordito y era muy amigo mío. Salía con una chica desde hacía algún tiempo. Vi cómo Paula le miraba el bulto, vi cómo sus ojos desprendían excitación, cómo se acercaba a él, cómo le rozaba, cómo tonteaba incluso con su novia delante. Se le iban los ojos hacia su paquete, aunque a pesar del tonteo, se mostraba cauta. Temí que Juanjo se percatara de las intenciones de mi novia. Me entraban ganas de contarle que era una ninfómana que se fijaba en su verga, pero no quería agravar las cosas.
La vi chapotear con él en el agua, seguro que para sentirle. Yo la observaba tumbado en la toalla, llegando a forjar fantasías donde se liaba con uno de mis mejores amigos. Al poco rato, vino hacia mi posición y se sentó a mi lado. Decidí avivar más la llama de la lujuria.
- He visto en cómo te fijas en Juanjo.
Sonrió dándome un manotazo.
- Tú estás obsesionado. ¿Me tomas por una ninfómana?
- Tiene una buena verga.
- Desde luego, está bien dotado – dijo fijándose en él, que en ese momento rodeaba a su novia con los brazos, aplastándole el paquete en la cintura.
- ¿Te gustaría follar con él?
- Tiene pinta de follar bien. Oye, me están calentando.
Nos fuimos al coche y nos sentamos en los asientos delanteros, ella ante el volante y yo en el asiento del copiloto. Me pidió que la masturbara. Le metí la mano por el lateral de las bragas del bikini y comencé a menearle el chochito mientras ella se fijaba en cómo a lo lejos a Juanjo le botaba el paquete, cómo se lo estrujaba contra el cuerpo de su novia cuando la abrazaba. En su cara ninfómana se dibujaba el frenético placer que estaba sintiendo. Estaba masturbando a mi novia mientras ella se concentraba en mirarle el paquete a mi mejor amigo. Elevaba y bajaba la cadera, se removía, se mordía el labio.
- Qué polla tiene… - jadeó -. Dame… Dame…
Le hurgué profundamente con los dedos y ella entrecerró los ojos, seguramente imaginando en cómo Juanjo la follaba, hasta que noté en cómo discurrían flujos sobre mi mano. Entonces paré y le saqué la mano de las braguitas. Se relajó suspirando, envuelta en una sonrisa.
- Ufff… Qué calentón, cariño.
- ¿Te gustaría follar con él? – le pregunté.
- Sólo es un calentón, cariño, ¿a ti te gustaría verme follar con tu amigo Juanjo?
- Me excita imaginarte con otros hombres – le confesé.
- ¿En serio? ¿Te gustaría verme follar con otro?
- Sí.
- Eso es muy fuerte.
- Lo sé, pero me excita cuando fantaseas con otros hombres.
- Sólo son eso, fantasías – me replicó.
- Me gustaría que vivieras una de esas fantasías.
- ¿Cómo? ¿Vas a hablar con tu amigo Juanjo?
- Podíamos ir a un club de esos de intercambio – le propuse un tanto nervioso con la indecente proposición.
- Es que esos sitios así, no me gustan, Mario. Gente que no conoces, puedes pillar una enfermedad. Y alguien conocido tampoco me gusta, es peligroso. Me muero de vergüenza. Vamos anda, que estás peor que yo…
Y bajó del coche, dejándome sumido en la excitación. La vi acercarse a Juanjo, vi cómo le tocaba, y tuve que hacerme una paja viendo a mi novia tan cerca de mi mejor amigo. Cuando me corría, surgía el arrepentimiento por esas malas fantasías, me hacía una idea de las consecuencias que se podían derivar si la convencía para visitar un club de intercambio. Era consciente de que se trataba de una idea descabellada, pero mi novia era una ninfómana que fantaseaba con otros hombres y a mí me había atrapado en esa atracción lujuriosa.
Miraba a todos los hombres, les miraba el culo, sobre todo en la playa se fijaba en los tíos buenos, en aquellos que usaban bañador ajustado. A mí me ponía a cien cuando la veía hablar con otros chicos de la universidad, o con algún profesor, o con Juanjo, cuando me la imaginaba follar con Juanjo me corría con sólo tocarme. Yo tenía mucha confianza con Juanjo y tenía ganas de contarle que mi novia era una ninfómana que soñaba sexualmente con él, pero Juanjo se había echado novia y estaba muy enamorado. No era un buen momento para servirle en bandeja a mi novia. Pero no me atrevía a insistir con el asunto del club, primero porque era un paso que había que meditar mucho y segundo porque no quería parecer un cornudo consentido constantemente. Continuábamos en nuestro conformismo con los juegos eróticos, con el consolador. Muchas veces se tumbaba boca abajo en la cama y yo se lo metía por detrás, entre las piernas, hasta clavárselo en el coño, y así la masturbaba. Ella se mantenía relajada, con los ojos entrecerrados, jadeando suavemente mientras yo le bombeaba el coñito con el consolador. Cada vez me pedía más a menudo que lo chupara después de masturbarla, disfrutaba viéndome en el papel de maricón, incluso una vez me acarició el ano con la punta, sin llegar a metérmelo.
Empecé a sospechar si me ponía los cuernos, aunque casi siempre estábamos juntos, bien en casa o bien en la universidad y de todas formas, ella compartía conmigo todas sus emociones obscenas. Nuestro comportamiento cada vez resultaba más inmoral y era consciente de que en breve cruzaríamos la raya. Un día de verano nos encontrábamos con mi padre en el chalet de la playa. Ya nos habían dado las vacaciones y habíamos aprobado todas las asignaturas.
Mi madre estaba de viaje, asistía a un congreso de médicos en Roma y mi padre nos pidió que pasáramos con él el fin de semana en el apartamento de la playa. Mi padre trabajaba como mecánico en una fábrica, tenía cincuenta y seis años y era alto y fortachón. Estuvimos los tres casi toda la mañana en la playa tomando el sol y charlando y después Paula y yo nos fuimos al apartamento mientras que mi padre se quedó tomando unas cervezas con unos amigos.
Estábamos en la despensa y Paula empezó a sacar ropa sucia del cesto.
- Voy a poner la lavadora, el cesto está lleno.
- Sí, porque como venga mi madre y vea esto así, a mi padre y a mí nos cae una buena.
Iba sacando prendas y las iba echando a la lavadora. Sacó un slip de mi padre, uno blanco. Se detuvo con la prenda en las manos, mirándola. Eran unos calzoncillos sucios, con ligeras manchas amarillentas en la parte delantera. Se los acercó a la nariz y los olió. Luego me miró y sonrió.
- Huelen mucho a polla.
- No me jodas que te excita mi padre – me sorprendí.
- No, pero es morboso oler sus calzoncillos – volvió a olerlos, esta vez pegando los orificios de la nariz en la tela -. Yo a veces espiaba a mi padre para verle la colita. ¿Tú no le has espiado nunca?
- ¿A mi padre? No.
- Pero se la has visto…
- Pues claro.
- ¿La tiene grande?
- Sí, tiene un buen mazo – le respondí excitado.
- Ya he visto que tiene, eso, mucho bulto -. Volvió a oler el slip -. Debe de estar bien dotado, volverá loca a tu madre.
- Sí, les he oído follar muchas veces y chilla como una loca.
- Ummmm, qué portento – dijo tapándose la boca con el slip -. Me estoy poniendo muy caliente, Mario. Mira, huele, mira cómo huele su polla -. Tendió el brazo y me ofreció el slip para que lo oliese -. ¿No te pone cachondo olerle los calzoncillos a tu padre?
- Sí – le respondí secamente.
- Mastúrbame con ellos, Mario, estoy muy cachonda.
Se bajó aligeradamente las braguitas del bikini y apoyó el culo en el canto de la lavadora. Yo me arrodillé ante ella cuando me entregó el slip. Y empecé a refregarle el coñito con los calzoncillos de mi padre. Removía la cadera nerviosamente, tocándose las tetas con ambas manos por encima del sostén, jadeando, con los ojos entrecerrados, pensando en la verga de mi padre. Parecía un placer descontrolado. Fruncía el entrecejo cuando le apretaba el coño con la prenda.
- Ahhh… Sí… Ummmm… Sigue, maricón… -. Meneó la cadera de manera más frenética y frenó estirando todos los músculos del cuerpo, cabeceando para contener el placer. Me miró justo cuando yo apartaba el slip de su vagina. Empezó a subirse las bragas -. Qué calentones me dan, Mario, perdona por lo de maricón.
- Tranquila, no pasa nada.
- Es que pierdo la cabeza, no sé qué me pasa, me estoy volviendo una adicta al sexo.
- Lo pasamos bien, ¿no? Es morboso.
- Es que he visto el slip de tu padre y no sé qué me ha entrado.
- Ya sabes que me excita mucho cuando fantaseas con otros hombres. Me encantaría ir contigo a un club de intercambio.
- Pero, Mario, estamos chalados, sólo son calentones, es que esos sitios, no sé… A mí me da reparo, la verdad. Y llámame egoísta, pero no me gustaría verte en brazos de otra mujer.
- ¿Y de un hombre? – la reté.
- Ummmm, eso es muy morboso. Mira, de un hombre no te vas a enamorar, pero de una mujer, ¿y si te gusta?
- No seas tonta. Son sitios selectos, Paula, sitios caros y va gente guay. En Madrid hay varios sitios, y están de puta madre, con instalaciones impresionantes. Lo he visto en Internet. Podemos ir a dar una vuelta, por ver el ambiente, no te obligan a nada, ¿entiendes?
- ¿Tú quieres ir?
- Podemos ir a tomar una copa, ir a eso, a ver el ambiente. Ahí no entra cualquiera. No estamos obligados a hacer nada raro.
- Yo es que paso de hacer nada raro, pero bueno, sí, podemos ir a tomar algo.
- El próximo sábado vamos, ¿vale?
- Ummmm, qué morbo, ¿eh?
- Sí.
Logré convencerla. Nos abrazamos y follamos de pie junto a la lavadora, excitados con la idea de visitar un club de intercambio. Estaba dispuesto y emocionado por ofrecer a mi novia de veintidós años.
El club que más me convencía por su discreción después de indagar por Internet era uno que se llamaba Noss-relax, en el centro de Madrid. Eran casi mil metros de instalaciones y parecía un sitio libre y serio, de alto standing a juzgar por los precios, pero merecía la pena pagar para seleccionar a la gente, al menos así estaríamos seguros de que no entraría cualquiera, de que nadie iría acompañado de prostitutas, que el quisiera pagar los doscientos euros de entrada era porque se lo podía permitir y era de mente abierta.
- Los tíos irán con putas simulando que son sus esposas – temía Paula -. Serán todos unos babosos.
- Que no, Paula, es un sitio de ricachones. ¿Quién le va a pagar a una puta una entrada de doscientos euros? Que nos vale entrar cuatrocientos euros, amor.
- ¿Y no es demasiado caro?
- Pero merece la pena, al menos sabemos que acude gente seria, gente formal.
- Bueno, pero a tomar algo, ¿vale?
- Que sí, mujer.
El sábado a última hora de la tarde nos arreglamos y fuimos a cenar. Ya había telefoneado al Noss para hacer una reserva para esa noche. Íbamos muy pijos. Yo con unos chinos color caqui y una camisa blanca remangada y ella lucía un estrecho vestidito negro de hilo, cortito, muy ajustado al cuerpo, realzando las curvas de su culito y de sus pechos aperados y turgentes, con escote en pico. Complementaba su elegancia con unos zapatos de tacón y medias negras hasta medio muslo, con liguero y braguitas también negras. Estaba para comérsela.
Sobre las once y media de la noche fuimos al Noss-relax. Era un edificio de tres plantas con una fachada discreta, de hecho, para acceder al interior del edificio había que pulsar un portero automático y dar una contraseña que previamente me habían facilitado en la reserva.
Nos recibió en el hall una señorita muy simpática que nos explicó cómo iba todo aquello y a la que le tuvimos que entregar los cuatrocientos euros.
- Con el pago de la entrada, tenéis derecho a ocho consumiciones cada uno y a utilizar todas las instalaciones durante veinticuatro horas. En este lugar la gente viene a divertirse, a hacer amigos y a lo que surja. Podéis mirar o ser mirados, no hay límites, siempre dentro del respeto. ¿de acuerdo?
- Sí, sí… - se adelantó Paula.
- En la planta de arriba está el jacuzzi, hay un tatami donde se organizan orgías, por si queréis asistir, y el cuarto oscuro. En la segunda planta hay habitaciones, salas, cabinas, aseos, duchas, todo lo que necesitéis, y en la primera planta está el disco pub y la sala de espectáculos, bueno, espectáculos eróticos. En la primera planta podéis estar vestidos, pero para subir sólo se puede en albornoz, toalla o desnudos, como queráis. Todo entra en el precio, preservativos, sábanas… ¿Tenéis alguna pregunta?
- No sé, es la primera vez que venimos a un sitio así.
- Verás cómo os lo pasáis bien, y más vosotros, que sois tan jóvenes. Nos distinguimos por la seriedad, por la discreción y por el buen ambiente. Espero que repitáis.
- Gracias.
Desde el hall, accedimos al disco pub, una sala amplia con luces de discoteca y música de los ochenta a bajo volumen. Había una larga barra en forma de U y se respiraba buen ambiente, aunque enseguida nos dimos cuenta de que casi toda la gente era mayor que nosotros, de cuarenta para arriba, nosotros éramos los más jovencitos y enseguida muchos se nos quedaron mirando. Había bastante gente, diversos corrillos por la barra, grupos por los reservados, charlando, algunos besándose, pero nada especial. Había gente vestida como nosotros, mujeres en albornoz, también hombres, aunque algunos que bajaban por las escaleras venían con una toalla liada en la cintura.
Nos sentíamos bastante cohibidos, pero nos abrimos hueco en la barra y nos pedimos unas copas, yo de pie y ella sentada en un taburete. Más de uno la miraba, era la más guapa y la más joven.
- ¿Qué te parece?
- Está bien, ¿no? Un poco mayores, tienen la edad de nuestros padres, la verdad es que se ven poco modelitos. Mucho carcamal.
- ¿Quieres subir?
- Yo paso, Mario, esto está bien, hay buen ambiente, pero hay mucha gente mayor.
- Nos ha costado una pasta, habrá que aprovechar.
- Bueno, vamos a tomar algo tranquilamente y luego si quieres vemos el espectáculo, yo que sé. Me siento un poco fuera de lugar.
Nos tomamos un par de copas curioseando principalmente, fijándonos en las personas que abarrotaban la zona del bar, quien subía y quien bajaba, expectantes al extraño ambiente donde nos habíamos sumergido. De pronto, un tipo se acercó a nosotros. Sería de la edad de mi padre, alto y robusto, con una toalla blanca liada a la cintura a modo de minifalda. Tenía una ligera panza y muchos pelos en el pecho. Tenía un aire chulesco, repeinado hacia atrás con una coleta y barba de tres días. Me tendió la mano y se la estreché.
- Hola, soy Joaquín, sois nuevos, ¿no?
Le presenté a Paula y le estampó dos besos en las mejillas. Le dije que era mi novia.
- Qué cosa más guapa.
Se tomó una copa con nosotros y nos pusimos a intimidar con él. Nos contó que estaba divorciado y que era un cliente habitual del Noss, que allí se echaban buenos amigos y que la gente se divertía practicando sexo, de manera seria, limpia y respetuosa. Era supersimpático y agradable. Era empresario y sugirió subir a las plantas de arriba, pero Paula era reacia a moverse del bar.
- Si es que nosotros hemos venido por ver el ambiente, no sé, lo hablamos, teníamos ganas de conocer un sitio como éste.
- Venga, mujer, vamos arriba y nos divertimos un rato. Ya verás. Mira tu novio, está más animado -. Se acercó a su oído -. Seguro que le gusta mirar.
Paula soltó unas carcajadas.
- Que no, de verdad, que paso de subir, que me da cosa.
- Anda, bonita, si te lo vas a pasar en grande.
- Que no, que no…
- Puedes sentirte en el papel de una putita…
- Jajajaja, cómo eres. ¿Le has oído, Mario?
Seguía negándose y Joaquín no dejaba de insistir. No se movía de su lado, le susurraba piropos al oído, le pasaba la mano por la espalda, incluso llegó a pasarle los dedos por encima de las medias. No parábamos de beber, cada vez nos íbamos animando más. Yo apenas participaba en las conversaciones, aquel tipo mayor estaba obsesionado con tirarse a mi novia, pero Paula, aunque se comportaba de manera muy tontona, no cedía.
Estuvo un buen rato con nosotros, esforzándose en convencer a Paula para subir, pero ante su constante negativa, se dio por vencido.
- Bueno, chicos. Que nada, encantado, no quiero obligaros. En estos sitios se va paso a paso.
Pero yo no quería que se fuera.
- ¿No quieres otra copa, Joaquín?
- Estoy con unos amigos. ¿Por qué no venís? Venga, os los presento.
Fuimos con él hacia la otra parte de la barra. Yo tras ellos, le llevaba a mi novia un brazo por la cintura. Nos presentó a tres personas. A una pareja ya mayor, Serafín y Fina, ambos superaban los sesenta años. Serafín era bajito y regordete, calvo, con vello canoso por todo el cuerpo, ataviado con un albornoz azul, y Fina tenía un culo amplio y gordo, con grandes pechos y la cara algo arrugada, ataviada con un albornoz igual.
- Esta monada es Paula, estudiante de biología, y su novio es Mario.
Estuvimos saludándoles y nos pusimos a conversar animadamente. Al poco rato se nos unió otro hombre, algo más joven, alto y con gafas, iba con un slip negro ajustado y una camiseta de tirantes. Acababa de bajar, seguro que de echar un polvo. Se le notaban los contornos de la verga echada a un lado. Se llamaba Martín y tras las presentaciones nos dijo que era cirujano. Fuimos entablando amistad con cada uno de ellos a pesar de que nos doblaban la edad, incluso en el caso de Serafín, hasta nos triplicaba. Podía ser nuestro abuelo. Pero las conversaciones resultaban divertida y ciertamente, nos lo estábamos pasando bastante bien. Noté a Paula más cómoda, charlaba mucho con el cirujano y a veces bromeaba con Joaquín, que parecía llevar la voz cantante del grupo. Muchas veces me miraba y me sonreía. Permanecía flanqueada por los dos, que no paraban de rozarla y toquetearla. Fina intentó ligar conmigo, seducirme, pero no me atraía para nada su físico y traté de rechazarla cortésmente. Joaquín se dio cuenta y se acercó a mi oído.
- Es una puta solterona con ganas de marcha, no le hagas ni puto caso.
- Pon unas botellas de champán – le ordenó el viejo al camarero.
- ¿Por qué no subimos arriba? – propuso Martín -. Coño, aquí hay mucho ruido y allí estamos mucho más tranquilos.
Paula trató de resistirse, pero al final entre los dos lograron convencerla, la animaron para que fuese a cambiarse. Aparecimos los dos en albornoz, del mismo color que el de los viejos, con el anagrama del Noss. Paula seguía con los tacones y llevaba el albornoz muy bien abrochado. Nos estaban esperando los cuatro en la escalera.
- Qué corte.
- Que no pasa nada, mujer – la tranquilizó Joaquín -. ¿Tú quieres follar?
- No.
- Pues no se folla, joder.
Un camarero nos condujo por un pasillo hasta una sala vip. Era una sala rectangular con tres largos sofás rojos colocados alrededor de una mesita pequeña de cristal. Había paquetes con sábanas, máquina de preservativo y una televisión plana empotrada en la pared donde se reproducía una película porno. El suelo estaba enmoquetado de rojo y las paredes estaban decoradas de pinturas eróticas, todo bajo la iluminación de una intensa luz rojiza. El camarero colocó las botellas en cubiteras de hielo en la mesita y se retiró cerrando la puerta tras de sí. Mi novia y yo nos encontrábamos a solas y en albornoz ante aquella panda de vejestorios. Yo estaba empalmado, me excitaba comprobar cómo la miraban. Volvíamos a cohibirnos al estar a solas con aquella gente.
- Estáis entre amigos – exclamó Joaquín -. Sentaos.
Mientras Joaquín se dedicaba a repartir las copas para servir el champán, yo me senté en un sofá y Paula en el extremo de otro que estaba frente al mío. Cruzó las piernas, erguida, y los faldones del albornoz se le cayeron hacia los lados dejándole las medias al descubierto, con los encajes visibles en los muslos, incluso llegaba a verse un trozo de la tira del liguero. Enseguida, el cirujano tomó asiento a su izquierda, inclinándose hacia ella y susurrándole algo al oído que la hizo reír. Me fijé en el bulto de su slip negro, el cabrón estaba empalmado.
Para nuestra sorpresa, el viejo se despojó del albornoz y se quedó completamente desnudo. Vi cómo Paula abría los ojos al verle y cómo Martín bromeaba con ella.
- ¿A que nunca has visto un abuelo desnudo?
- No, jajaja.
- Espero que a la señorita no le importe – dijo Serafín.
- No, no, tranquilo.
Era un retaco, con el culo encogido y pelos canosos repartidos por toda la barriga fofa y el pecho, con una pollita pequeña que parecía una salchicha colgándole hacia abajo. Sus huevos también eran pequeños y canosos, como una pequeña bolita de golf. Se sentó en el centro del sofá que estaba libre, acariciándose sus partes. Fina se desabrochó el albornoz y dejó al descubierto su vientre arrugado y su chocho peludo, la verdad es que muy poco deseable sexualmente. Joaquín seguía sirviendo champán y brindando en medio de bromas. Noté cómo a Paula se le iban los ojos tras la desnudez del viejo. Martín la rozaba, se hallaba tan cerca del bulto de su slip.
Fina se sentó a mi lado con la intención de seducirme sexualmente. Paula no paraba de hablar con Martín, él reclinado y ella erguida hacia él. Joaquín se sentó a mi izquierda. Yo me encontraba en medio. Fina me metió una mano por dentro del faldón del albornoz y me acarició una pierna. La miré y por mi sonrisa supo enseguida que no me apetecía nada con ella, así es que retiró la mano y se levantó de repente. Joaquín se inclinó hacia mí.
- Ésta tiene el coño más caliente que la madre que la parió. Si quieres, fóllatela.
- No, no, paso…
El viejo se tocaba sus partes con la palma, pendiente de mi novia. Fina se sentó a su lado, a su izquierda, y enseguida se echó hacia él besuqueándole por el cuello y acariciándole los pelos del pecho, caliente como una perra en celo. Los besuqueos resonaban en la sala, pero el viejo sólo miraba a mi novia.
- La hija puta está caliente como una perra – comentó Martín.
El viejo apartó la mano y entonces la manita de Fina descendió por la barriga blandengue del viejo hasta que le agarró la pollita para empezar a masturbarle lentamente. El viejo se relajó reclinándose con la boca abierta, lanzando relajados jadeos. Paula observaba perpleja y seria la paja que le hacía al viejo. Sus huevitos subían y bajaban al son de los suaves tirones. La barriga blanda le vibraba. Fina permanecía echada sobre el costado del viejo, lamiéndole por el cuello y moviéndole la verga despacio.
Paula se mordió el labio inferior, como para contener la excitación. Martín la miró y le acarició el muslo de la pierna, llegando con la palma hasta el encaje de la media, ya con la delantera de las bragas negras visibles a los ojos del cirujano.
- ¿Te pone cachonda cómo se la menea al abuelo? – le preguntó deslizando la mano por todo su muslo.
- Un poco sí, nunca habíamos visto una escena en directo, ¿verdad, Mario?
- No.
Miré de reojo hacia Joaquín, espatarrado a mi izquierda. Su barriga peluda subía y bajaba con la respiración. Fina se afanaba en sacudirle la pollita al viejo, sin dejar de besuquearle por el cuello.
- ¿Quieres tocarme? – le soltó Martín a mi novia -. ¿Eh? Estás cachonda y seguro que a tu novio no le importa. Anda, bonita, tócame.
Vi cómo Paula tragaba saliva fruto de los nervios. Martín le cogió la manita derecha, una manita de dedos huesudos y finos, con las uñas pintadas de azul morado, y la guió hasta plantarla encima del paquete. Se miraban a los ojos. Enseguida empezó a acariciarle, muy suavemente, deslizando la palma por todo el bulto, siguiendo los contornos de la verga.
- Así, muy bien, bonita, ¿te gusta?
- Sí… - contestó Paula con una sonrisa temblorosa, alternando la mirada hacia mí, el viejo y el cirujano.
Fina se echó sobre el regazo del viejo, bajo su barriga, para hacerle una mamada. El viejo extendió el brazo, le levantó el albornoz y empezó a acariciarle el ancho culo mientras se la chupaba, aunque estaba más pendiente de las caricias de mi novia al cirujano. Se oían los chasquidos de saliva.
El cirujano se reclinó aún más separando las piernas. Le di un sorbo al champán, centrado en la manita de mi novia, que no paraba de sobarle todo el paquete.
- Mastúrbame – le ordenó Martín.
Paula le bajó el slip hasta engancharlo bajo sus huevos. Apareció una polla larga y fina con un glande reluciente. Erguida y ladeada hacia él, se la agarró con la izquierda y se la empezó a machacar. Con la palma derecha le sobaba los huevos muy suavemente.
- Ohhhh… Qué bien… - jadeaba ante los meneos que recibía su verga -. Estupendo… Sigue así…
Paula se esmeró en sacudírsela más ágilmente manteniéndola en vertical, tocándole los huevos en círculos con las yemas de los dedos. Por un lado, me sentía muy excitado al ver a mi novia pajeando a otro hombre, siendo el centro de atención de aquellos babosos, pero por otro lado sentía mucho corte ante mi papel de cornudo consentido. Vi que Fina se erguía para observar. Empezó a acariciarse el chocho, igual que el viejo, que empezó a masturbarse, ambos concentrados, uno junto al otro, en la paja que mi novia le hacía al cirujano.
- ¡Cómo se agarra la cabrona! – exclamó Joaquín -. Mira cómo se la menea.
Traté de sonreír al mirarle. Soltó la copa en la mesa y se reclinó para desabrocharse el nudo de la bata. Volví a mirar al frente. En ese momento, Paula me miró y aflojó la marcha.
- No pares, coño – apremió Martín -. Sigue…
- Perdona – dijo acelerando de nuevo, manoseándole con más intensidad los huevos.
Miré de reojo hacia Joaquín. Estaba desnudo, se había abierto la toalla hacia los lados y exhibía una gruesa polla, una polla corta pero de un grosor increíble, con venas muy pronunciadas y un capullo voluminoso y arponado. Estaba rodeada de un denso vello negro y poseía unos huevos gordos y flácidos. Se la sujetó y se la empezó a menear despacio para ponérsela tiesa. Me pilló mirándole la verga.
- ¿Te gusta mi polla? -. Solté una sonrisa seca. Mi novia nos miró por encima del hombro sin dejar de masturbar al cirujano -. ¿Por qué no me pajeas? ¿Eh? Igual que tu novia -. Extendí despacio el brazo derecho y rodeé aquella enorme verga con mi mano derecha. La tenía muy dura y notaba las palpitaciones de las venas. Se la acaricié deslizando la mano por el tronco -. Muévela deprisa… -. Se la empecé a machacar a un ritmo aligerado ante los ojos de mi novia. Los huevos flácidos comenzaron a danzar con los tirones -. Ohhh… Ohhh… Sigue… - gemía mirando hacia Paula.
Mi novia pajeando a un desconocido y yo como un maricón a un tipo que podía ser mi padre, sirviendo de espectáculo ante dos viejos que se masturbaban en el otro sofá. Menuda escena. Mi novia me miraba alucinada. Recibió una palmadita en la cara para que mirara hacia Martín.
- Atiende, coño, que me corro…
Vi cómo Paula aceleraba los tirones y cómo al segundo la polla del cirujano despedía salpicones de leche sobre la barriga.
- Ahhh… Ahhhh… No pares, cabrona…
Se la sacudió al mismo ritmo hasta que él le agarró la muñeca para que parara. Yo seguía meneándosela a Joaquín a un ritmo constante, apretujándole fuertemente el capullo con la palma. Paula le soltó la verga y retiró la otra mano de los huevos. En ese momento, el viejo se levantó y se acercó hasta la altura de Paula. Le vi de espaldas, su culo arrugado y encogido y su sebosa espalda salpicada de vello canoso. Paula levantó la mirada hacia él y el viejo la acarició bajo la barbilla.
- Mastúrbame… -. Paula alzó la mano derecha y rodeó su pequeña pollita, una pollita aún más pequeña que la mía. La bajó y se la empezó a sacudir con el capullo encañonándole la cara. Se la agitaba ágilmente, deslizando la manita por la verga baboseada por la mamada -. Tócame el culo, cabrona…
Vi aparecer la manita izquierda de Paula por la cintura del viejo y descender hacia sus nalgas encogidas y arrugadas. Comenzó a sobarle el culo mediante suaves caricias, deslizando la palma de una nalga a otra, pasando por encima de la raja. Yo seguía masturbando a Joaquín. Ya me dolía el brazo, pero no me atrevía a parar.
- Así, maricón… Ummmm, lo haces muy bien… Mira tu novia cómo le toca el culo.
El cirujano se irguió y se levantó encendiéndose un cigarrillo, ya con la verga flácida colgándole hacia abajo. El semen le brillaba en el bajo vientre. Por su parte, Fina aceleró los restregones que se daba en el coño hasta que cerró las piernas con fuerza. Entonces se levantó para pedirle una calada a Martín.
Paula continuaba sentada ante el viejo, pajeándole a la altura de la cara y sobándole el culo con la manita izquierda. Qué contraste, el cuerpo regordete y peludo de aquel abuelo con la exquisita belleza de mi novia. Pronto, Serafín se puso a cabecear y a gemir. Paula aceleró y al segundo unos pequeños escupitajos de semen le cayeron por la cara. Entonces, fue aminorando hasta parar. Le soltó la pollita y retiró la mano del culo. El viejo volvió a acariciarla bajo la barbilla a modo de niña buena.
- Muchas gracias, putita, lo has hecho muy bien.
Dio unos pasos hacia Martín y Fina. Yo seguía meneándosela ante los ojos de mi novia, que nos observaba pasándose un clínex por la cara para limpiarse el semen del viejo. Alucinaba con mi comportamiento. Se mordía el labio muerta de placer. Oí al viejo decirle a los otros dos que podían relajarse un rato en el jacuzzi y al segundo salieron de la sala, nos dejaron a los tres a solas, yo pajeando a Joaquín y Paula mirando en el sillón de enfrente.
- Acércate, preciosa -. Paula se levantó y dio unos pasos hacia nosotros. Yo se la seguía machacando sin disminuir el ritmo, con el capullo dentro de mi puño. Se detuvo ante él, como si fuera una putita -. ¿Por qué no te sientas con nosotros?
- Sí – sonrió.
Se sentó en su lado derecho. Ambos le flanqueábamos. Permanecía sentada en el borde, ladeada hacia él. Sin que le dijera nada, tendió el brazo izquierdo y empezó a estrujarle los huevos blandos con leves achuchones. Joaquín emitió un jadeo estirando las piernas. Paula y yo nos mirábamos a los ojos. Yo le meneaba la verga y ella le sobaba los huevos de manera acariciadora. La barriga peluda del tipo subía y bajaba aceleradamente ante la frenética avalancha de placer.
- Deja que te vea las tetas – le pidió. Con la mano derecha, para continuar manoseándole los cojones, se desabrochó el albornoz y se lo abrió hacia los lados, exhibiendo sus pechos aperados y erguidos, de piel blanca, con pezones muy empitonados fruto de la excitación -. Bésame.
Se echó sobre su torso, aplastando sus tetas contra la piel grasienta y peluda de su pronunciada barriga. Y comenzaron a morrearse, enganchando las lenguas, pegando los labios, dándose mordiscos. Yo les miraba meneándosela. Ella seguía estrujándole los huevos a modo de esponja. Se morreaban de manera intensa, podía ver sus pezones arrastrándose por la piel peluda. Empezó a desprender sonoros jadeos con la boca abierta y entonces Paula se irguió. Aceleré bruscamente, con el capullo rozando los bajos de la barriga, y ella le mantuvo los huevos estrujados, hasta que pocos segundos más tarde empezó a mear leche hacia arriba, salpicando nuestras manos y antebrazos, un chorro continuo de leche muy líquida que yo trataba de controlar sin saber dónde apuntar. Le dejamos toda la cintura empapada, era un semen muy acuoso que humedeció todo el vello que rodeaba la verga. Pasé de sacudírsela a darle caricias, hasta que se la solté. Ellos volvieron besarse, aunque al segundo Paula se irguió mirando la corrida.
- Te has corrido bien – le dijo ella.
- Me habéis puesto muy caliente. ¿Os ha gustado?
- Sí – dijo ella cerrándose y abrochándose el albornoz.
- ¿Y tú, mariconcete? ¿Te ha gustado?
- Sí – sonreí algo abochornado.
Se sacó la toalla bajo el cuerpo y se limpió la verga y los huevos, así como las ingles y los bajos de la barriga. Luego se levantó y entonces pudimos verle el culo, un culo gordo de nalgas carnosas y peludas. Al inclinarse para limpiarse una hilera de semen que le corría por la rodilla, se inclinó y pudimos verle el ano. Tenía toda la raja llena de pelillos, con un orificio de esfínteres arrugados y ennegrecidos. Vi cómo Paula se lo miraba con ojos desorbitados. Nosotros nos refregamos las manos por el albornoz para limpiarnos. Cuando se giró hacia nosotros, el enorme vergón se le estaba reblandeciendo.
- ¿No os apetece un bañito en el jacuzzi? Sienta de maravilla.
Paula se levantó inesperadamente y yo hice lo mismo, acomplejado por mi comportamiento homosexual.
- Nos vamos a ir, Joaquín.
Trató de convencernos para que nos quedáramos más tiempo, para que le acompañásemos al tercer piso, pero Paula se negó.
- Bueno, chicos, como queráis. Si alguna vez os apetece divertiros un rato, ya sabéis dónde estamos.
- Gracias, Joaquín.
Se dieron unos besos y nosotros nos estrechamos la mano. Luego le vimos irse, volviéndonos a fijar en su culo carnoso.
Salimos del Noss pasadas las cinco de la mañana. Fuimos agarrados de la mano hasta el coche. Yo me monté al volante y ella al lado. Antes de arrancar, la miré.
- ¿Qué tal?
- Ufff, qué fuerte, Mario. Yo no quería, pero… ¡Le he hecho una paja a un hombre de setenta años y se ha corrido en mi cara! Joder…
- Pero, ¿has disfrutado?
- Ummmm, sí, sobre todo viéndote a ti, jajajaja… Qué maricón te has vuelto…
- No te burles, no seas mala.
- ¡Qué polla tiene el tío! Ummmm…
- ¿Te gustaría haber follado con Joaquín?
- Ummmm, sí, pero no, tiene la edad de mi padre y no sé, amor, follar, eso ya es muy fuerte.
- Te has hartado de pollas, ¿eh?
- Sí, he quedado bien servida.
- ¿Te ha gustado el sitio?
- Sí, el ambiente sí, pero no viene gente de nuestra edad. El médico estaba bueno, así, madurito, y el viejo me daba repelús, se me ha revuelto un poco el estómago, pero qué hacía. Qué asco, tocándole el culo, por favor. Joaquín es muy agradable, y está bien dotado el tío. Bueno, tú lo sabes mejor que yo.
- ¡Cabrona!
Me lancé a hacerle cosquillas y terminamos morreándonos y manoseándonos, hasta que me pidió que la masturbara, allí en el coche.
- Mastúrbame, maricón.
Había sido una experiencia emocionante y durante esa semana no paramos de follar, rememorando las escenas en el club. Tuve que masturbarla con el consolador, simulando que se trataba de Joaquín. A pesar de que nos doblaba la edad, de su cuerpo peludo, a Paula la ponía muy cachonda recordarle, sobre todo recordar cómo yo se la meneaba. A medida que avanzaba la semana, sugirió la idea de ir otra vez al Noss.
- Son gente mayor, pero, bueno, fue excitante.
- ¿Quieres que vayamos este sábado?
- Si a ti te apetece… El ambiente es divertido, ¿no?
- Sí, sí, me apetece ir.
Ese sábado nos pusimos guapos y fuimos primero a cenar. Nos estábamos contagiando, nos sumergíamos en el mundillo liberal como una adicción. Habíamos gozado con la experiencia, a pesar de que había sido con gente mayor, a pesar de que sólo habían sido masturbaciones, pero la desorbitante morbosidad incendiaba nuestras entrañas de lujuria. Tanto ella como yo nos habíamos vuelto unos adictos al sexo y ya aparcábamos los estudios, habíamos empezado a faltar a clase, a saltarnos exámenes, preferíamos ver porno por internet o nuestros jueguecitos a tener que ponernos a estudiar. En sólo una semana, de sábado a sábado, entre las dos cenas y el club, llevábamos gastado en torno a 1.000 euros en sexo, dinero que nos mandaba nuestros padres para los estudios. Me excitaba mucho compartirla con otros hombres, me encantaba participar en sus fantasías, pero temía que se desmadrara, que su ninfomanía se volviera incontrolable. Esa segunda visita al club me lo había pedido ella.
Se puso muy guapa, un top negro ajustado que realzaba las curvas de sus pechos y un pantalón blanco muy ajustado, con tacones negros. Su preciosa melena rubia contrastaba con el negro del top e iba a juego con la blancura del pantalón. Meneaba su culito perfecto con estilo. Tras la cena, nos fuimos al club. Nos atendió la misma chica.
Al ser sábado, el disco pub estaba abarrotado. Vimos a Joaquín de espalda acodado en la barra, con la toalla liada a la cintura a modo de minifalda y el pelo con la coleta remojada, como si acabara de salir del jacuzzi. Conversaba con Serafín, el abuelo bajo y regordete. Llevaba el albornoz, pero lo tenía desabrochado y por la abertura le sobresalía su barriga blandengue inundada de pelos canosos, así como su pollita flácida en reposo hacia abajo. No vimos ni a Fina ni al cirujano. El jodido viejo no sentía pudor de mostrar su cuerpo asqueroso.
A mí me daba corte acercarme, así es que Paula tomó la iniciativa. Al vernos, Joaquín se volvió hacia nosotros y abrió los brazos para recibir a Paula con dos besazos.
- ¡Qué sorpresa!
Nosotros nos estrechamos las manos y ella besó al viejo. Pregunté por Martín y Fina, como si ya formáramos parte de aquella pandilla, pero al parecer ninguno de los dos había acudido aquella noche. Enseguida, Joaquín nos invitó a unas copas. De vez en cuando, se me iban los ojos tras la abertura del albornoz de Serafín y le miraba la verguita. Mi novia le había hecho una paja a aquel abuelo. Formábamos un semicírculo frente a la barra, Serafín, yo, de pie, Paula, también de pie a mi derecha, y Joaquín sentado en un taburete. Conversábamos animadamente. Ellos contaban anécdotas muy graciosas que nos hacían reír.
Serafín resultaba un poco pesado contando sus batallitas de cuando era joven. Estaba viudo y tenía tres hijos. No paraba de hablar y yo fingiendo que le estaba escuchando, riéndole las gracias. Mientras tanto, Joaquín intimaba con mi novia. Vi que le daba una palmadita en el culo por encima del pantalón ajustado y que se inclinaba hacia ella.
- ¿Cómo te lo pasaste el otro día?
- Muy bien – sonrió -. Hay buen ambiente.
- ¿Te gustó la polla de mi amigo Martín?
Se mordió el labio antes de contestar, mirándole seriamente, con la excitación rebosando por sus ojos. Yo estaba alerta, mirándoles de reojo, escuchando sus susurros. Joaquín le acariciaba el culo por encima del pantalón con la palma de la mano izquierda, subiéndola y bajándola por una de las nalgas.
- Me resultó morboso, no sé, nunca había estado con hombres maduros.
- ¿Y el abuelete?
Paula hizo una mueca de asco.
- Demasiado mayor, es como mi abuelo.
- Me puso muy cachondo cuando le tocabas el culo. Al cabrón le encanta que las putas le toquen el culo.
- Oye – le dijo dándole un cariñoso manotazo -, ¿me estás llamando puta?
- Bésame.
- ¿Aquí?
- Bésame, cabrona…
La sujetó de la muñeca y tiró de su brazo hasta meterla entre sus robustas piernas. La rodeó con los brazos plantando las manazas encima del culito y comenzó a morrearla apasionadamente. Serafín paró de hablar con las cejas arqueadas.
- Joder, con estos dos, ¿eh? Está buena tu novia.
- Sí, gracias.
Se besaban con los labios pegados, comiéndose, mientras él le sobaba el culo apretujándoselo por encima del pantalón. La gente que nos rodeaba les miraba. Paula elevó los brazos para abrazarle, deslizando sus manitas por su robusta y sebosa espalda. A ella, que siempre le habían atraído los tíos buenos y musculosos, se daba un pico con un tío maduro de la edad de nuestros padres. Joaquín le asestó un par de palmadas en el culo. Dejaron de besarse, aunque continuaban abrazados y frente a frente.
- Me excita cuando mi novio te masturba – le susurró ella sin dejar de acariciarle por la espalda.
- ¿Quieres ver cómo me masturba?
- Sí… - contestó de modo jadeante, lanzándose a besarle por el cuello.
Joaquín mantenía la barbilla apoyada en el hombro de Paula mientras ella le besaba por el cuello. Continuaba estrujándole el culo.
- ¿Qué os parece si subimos y pedimos unas botellas?
- Sí, aquí hay mucho ruido – apremió Serafín.
- Como queráis.
Joaquín apartó a Paula.
- Anda, monada, ve a cambiarte.
Fuimos a cambiarnos. Yo salí primero con el albornoz puesto y la estuvimos esperando en la barra. Salió ataviada con el albornoz azul marino y los tacones, sin medias. Al llegar hasta nosotros, Joaquín la besó en los labios, la agarró de la mano como si fuera suya y nos dirigimos hacia las escaleras acompañados de un camarero. El viejo y yo marchábamos delante.
Nos condujo hacia una sala más pequeña que la del sábado anterior, compuesta por un sólo sofá modular de color blanco pegado a la pared, la mesita de cristal delante y la televisión plana con una película porno en la pared de enfrente. También había un biombo en un lateral y detrás un urinario de pared.
Yo me senté en un extremo del sofá y Paula a mi lado. Se encendió un cigarrillo y cruzó las piernas enseñando los muslos, con los faldones del albornoz caídos hacia los lados. Joaquín se ocupaba de descorchar las botellas y repartir las copas por la mesa. Paula y él hablaban del rollazo que eran algunas pelis pornos, como la que se desarrollaba en la pantalla. El viejo se quitó el albornoz quedándose completamente desnudo, con su cuerpo retaco, regordete, la barriga le vibraba con los pasos y su pequeña salchicha le colgaba balanceándose. Si me vieran mis amigos, compartiendo a mi novia, en una habitación con dos desconocidos mayores, desnudos.
Joaquín sirvió las copas y propuso un brindis. Nosotros dos permanecíamos sentados y ellos de pie tras la mesita.
- Por lo guapa que es tu novia, Mario.
- Gracias – correspondió ella sonriente.
Brindamos y bebimos unos sorbos. Ellos volvieron a brindar. Serafín corrió el biombo y dejó a la vista el urinario de pared. Luego Joaquín se desabrochó el nudo de la toalla y se la retiró, quedándose desnudo. Su grueso vergón le colgaba hacia abajo y se balanceaban como un rabo. El viejo caminó hacia Paula y la acarició bajo la barbilla.
- ¿Por qué no te quitas eso?
- No sé, me da un poco de corte.
- Venga, bonita, estamos entre amigos, ¿no?
- Sí. Vale.
Paula se levantó, se desabrochó el cinturón y se quitó el albornoz. Sus dos tetitas duritas y aperadas sufrieron unos ligeros vaivenes con el movimiento de los brazos.
- Bájate las bragas – le ordenó el viejo.
- Qué corte… - sonrió.
Se inclinó y se fue bajando las braguitas, descubriendo su coñito perfectamente recortado y su delicioso culito. Estaban todos desnudos menos yo. Ellos seguían de pie. El viejo le pasó la mano por el culo a Paula y después la rodeó por la cintura estrujándola contra su costado. Qué contraste al verles de espalda, el culito de mi novia y el culo encogido y arrugado del viejo, la espaldita fina y delicada de mi novia, y la espalda sebosa del viejo.
- ¿Quieres sujetármela para mear? Seguro que nunca has puesto un hombre a mear.
- La verdad es que nunca, no es algo que, no sé…
- Ven conmigo.
A mí se me hinchó mi pene al ver cómo se acercaban hacia el urinario. Iban abrazados, ella también le había pasado la mano por la cintura, con los dos culos juntos. Joaquín, con la copa en la mano y enredándose en sus partes, se sentó junto a mí, a mi izquierda. Pude oler su fragancia a macho.
- Mastúrbame – me ordenó. Me erguí y me ladeé hacia él. Extendí el brazo derecho, le levanté la verga y se la empecé a menear como a él le gustaba -. Despacito… Despacito… -. Disminuí la marcha -. Así… Así… Despacito…
Me atreví a levantar la mano izquierda y la planté bajo su vientre, acariciándole todo el vello denso que rodeaba su enorme vergón. Se reclinó relajado mirando hacia los otros. Le movía la verga con extrema suavidad, introduciendo mis dedos por su vello a modo de caricia, fijándome en cómo su barriga subía y bajaba. Era un hombre maduro como mi padre, pero estaba muy bueno. Tocarle me ponía a cien, sentirme un maricón ante mi novia, noté que eyaculaba bajo el albornoz.
Frente a nosotros, Paula y el viejo se dirigieron hacia el urinario. Serafín se colocó a la altura del recipiente de porcelana y Paula se volvió hacia su costado, rozándole con los pezones.
- Vamos, perrita, agárramela, quiero mear… - apremiaba de manera jadeante, apretujándole contra él.
- Sí… Sí…
Vi cómo Paula, al ser más alta, pegaba el chochito a su cintura. Tendió el brazo derecho y le sujetó la pollita con las yemas de los dedos, colocándosela en horizontal, apuntando hacia el interior del urinario. Enseguida empezó a salir un chorro de pis amarillento. Trató de bajársela para apuntar hacia el desagüe, aunque podía ver cómo diminutas salpicaduras saltaban hacia todos lados.
- Ohhhhhh… Qué bien…
El chorro fue perdiendo potencia hasta convertirse en un intenso goteo. Entonces, Paula se la sacudió agitándosela. El viejo volvió la cara hacia ella.
- Bésame, cabrona…
Paula le comió la boca al viejo y la vi agitar el brazo derecho para masturbarle, con la mano huesuda abarcando todo el tronco de la salchicha, meneándosela ágilmente, sin importarle que su mano se salpicara de resquicios de pis. Se comían la boca con energía. Rozaba las tetas por su costado sin cesar la aligerada masturbación. Yo seguía moviéndosela despacio a Joaquín, acariciándole con la otra mano el vello genital.
A veces, Paula deslizaba la mano desde la verga hasta sus bolitas, y se las achuchaba zarandeándolas, para volver a sujetarle la verga para machacársela. Vi cómo deslizaba su manita desde la cintura hacia el culo del viejo, sobándole suavemente las nalgas con la palma. Sabía que al viejo le gustaba que le tocaran el culo. El viejo, con su lengua gorda, se comía la boca de mi novia. A veces lanzaba gemidos alocados mirando hacia arriba. Vi que Paula bajaba la cabeza y empezaba a lamerle la tetilla del pecho, una tetilla rodeada de pelillos canosos. Su manita no paraba de manosear el culo.
Joaquín levantó el brazo derecho, me plantó su manaza en la nuca y me obligó a curvarme sobre él para mamársela. Me metió toda la polla en la boca. Con la mano en mi nuca, me obligaba a subir y bajar la cabeza, saboreando aquella polla dura. Mis labios llegaban hasta los huevos y ascendían hasta el capullo para volver a bajar. Notaba el roce de su barriga sobre mi mejilla. Podía mirar de reojo hacia el urinario. Paula me estaba mirando. No paraba de sobarle el culo y de masturbarle.
- ¿Te gusta mi culo, perrita? – le preguntó el viejo.
- Sí.
- Bésamelo.
Le soltó la verga y dio un paso lateral hasta colocarse tras él. Serafín se agarró su polla para masturbarse. Paula se acuclilló ante el culo encogido y blanquecino y acercó los labios para empezar a estamparle besitos por las nalgas, primero por una y luego por otra, mirando de reojo hacia nosotros. Mientras le besaba por el culo, con ambas manos le acariciaba los muslos de las piernas. Yo seguía lamiéndole la verga a Joaquín. Paula sólo le estampaba pequeños besos. Podía oír el “muá” al hacerlo. El viejo se puso a gemir de manera descontrolada, dándose fuertes tirones. Paula le besaba el culo acariciadoramente y vi que bajaba una mano para menearse el coño. Yo seguía chupándosela despacio, ya se la tenía muy mojada.
- Ahhh… Ahhh… Cabrona, que me corro…
El viejo se ladeó sacudiéndosela, la agarró de los pelos y le acercó la cabeza al urinario, dejándole la cara dentro, con la barbilla apoyada en el borde. Paula aguardaba la corrida con la cara dentro del urinario frotándose el coño con ambas manos. Se la sacudía vertiginosamente encañonándola, hasta que empezó a despedir leche sobre el rostro de Paula, salpicones de leche espesa que le resbalaban por la mejilla hasta gotear dentro del urinario. Aguantó la rociada sin mover la cabeza, hasta que el viejo suspiró y le soltó la melena, apartándose a un lado para recuperar el aliento.
El viejo retrocedió hasta la mesa para darle un trago a la botella. Pude ver su pollita empinada. Después se encendió un cigarrillo mirando hacia nosotros, con las manos en las caderas. Paula se levantó pasándose la palma de la mano por la cara y con una mueca de asco en el rostro de haber tenido la cara dentro del urinario.
- Mira tu novio, está hecho un buen maricón.
Noté que Paula caminaba hacia nosotros. Yo continuaba mamándosela. Se arrodilló en el sofá a la derecha de Joaquín, de cara a él, y se inclinó para morrearle, con sus tetitas colgando y los pezones rozándole la barriga peluda. Quería más. Yo mamando y ellos besándose, podía oír los chasquidos de saliva. Al mismo tiempo que le comía la boca, le acariciaba la barriga con su manita.
Elevé el torso y le cogí la verga para meneársela. Paula le lamía por el cuello y le metía los deditos en el vello del pecho. Qué gusto moverle la polla. Acerqué la cara y comencé a lamerle la barriga con la lengua fuera, por un lado. Paula también fue bajando con los labios hacia mi cara y se puso a lamerle el ombligo peludo con la punta de la lengua mientras la mía baboseaba cerca. Yo le meneaba la verga y ella le acariciaba los huevos con suaves estrujones. Le oíamos jadear. Notábamos sus manazas en nuestras cabezas mientras nuestras lenguas se paseaban por su peluda y sebosa barriga. Yo sentado a un lado y ella arrodillada al otro. Nuestras lenguas iban bajando, lamiéndole las ingles, los muslos robustos de las piernas, por el vello y empezamos a picotearle en la polla con leves mordiscones con los labios.
- Ohhh… Joder… Me corro… Me corro…
Ambos nos erguimos y yo aparté ambas manos para que ella se la sacudiera. Se la agarró y se la sacudió a una velocidad de vértigo, arrodillada ante su cuerpo, mirándole a la cara, expulsándole el aliento, hasta que se produjo la meada de leche sobre la barriga. Un chorro de leche aguada caía sobre la curvatura y resbalaba por los lados en forma de gruesas hileras. Poco a poco, fue apagando los tirones hasta parar, entonces se morrearon ante mí. Me fijé en cómo la leche le resbalaba por el vientre peludo hacia todos lados, alcanzando el vello que rodeaba la verga.
Miré a mi alrededor. Serafín había salido, seguro que a darse un baño al jacuzzi. Mi novia continuaba arrodillada ante su grandioso cuerpo, comiéndole la boca, con sus tetitas aplastadas contra su costado, acariciándole la polla erecta muy suavemente. Él permanecía reclinado. Ella había empezado a tirarle muy despacio de la polla, como volviéndole a masturbar, como insatisfecha. Su manita apenas abarcaba casi todo el grosor, aunque sí toda la longitud, el capullo sobresalía por encima del puño. Tenía todos los pelos de la barriga pegados a la piel, humedecidos por la abundante eyaculación, con resquicios blancos dentro del ombligo. Dejaron de besarse y Joaquín ladeó la cabeza hacía mí. Paula se lanzó a lamerle el cuello, como una puta insaciable, sin dejar de tirar del vergón.
- ¿Por qué no te vas a tomar una copita? ¿Eh? Tu novia y yo nos vamos a relajar un rato, ¿de acuerdo, mariconcete? No te importa, ¿verdad?
Sonreí como un imbécil. A ella ni le veía la cara, no paraba de lamerle por el cuello.
- No, no, me apetece tomar algo.
- Anda, déjanos solos, enseguida vamos.
Un tanto abochornado, me levanté y salí de la sala. Cuando empezaba a cerrar la puerta, vi que volvían a morrearse y entonces dejé una pequeña abertura para mirar.
- Estás cachonda como una jodida perra, ¿verdad?
- Sí… - le jadeó ella.
- Ese maricón te tiene insatisfecha, cabrona -. Elevó la mano y le atizó unas palmaditas en la cara. Paula fruncía el entrecejo tratando de apartar la cabeza -. Jodida perra… -. Volvió a achucharle la cara zarandeándosela -. Eres una guarra.
Joaquín se irguió y se lanzó a lamerle las tetas, comiéndoselas a mordiscos, tirándole de los pezones con los labios. Ella le revolvía el cabello cabeceando. Le lanzaba escupitajos en las tetas y repartía los salivazos con la lengua. Al mismo tiempo, le estrujaba el culito y le asestaba severos azotes que le fueron enrojeciendo las nalgas. Paula se quejaba de manera jadeante ante los mordiscos en las tetas y los azotes en el culo.
- Quiero follarte, cabrona…
- Sí, necesito que me folles – le rogó ella besándole por el cabello.
Paula pasó una rodilla al otro lado de sus robustas piernas. Joaquín se colocó la enorme polla en vertical y ella se dejó caer despacio hasta clavársela en el chocho. Pude ver cómo le dilataba el coñito, cómo se la hundía entera hasta los huevos. Ella se echó sobre él pegando las tetas a su barriga y él la agarró por el culo para subírselo y bajárselo por el tronco de la ancha verga. Sus manazas ásperas abarcaban todo el culito de mi novia. Paula gemía a chillos. Podía distinguir su ano tiernecito al abrirle la raja con sus abruptos dedos. Cabalgaba sobre aquella polla a un ritmo aligerado. Empecé a masturbarme viendo cómo aquel hombre maduro se follaba a mi novia. Joaquín acezaba como un perro y comenzaba a brillarle el sudor por todo el cuerpo. A veces le asestaba alguna palmada en el culito.
- ¡Muévete, zorra!
Paula se afanaba en saltar con la verga dentro, esta vez erguida, con sus tetitas botando como locas. A veces Joaquín retiraba una mano del culo para agitarle las tetas mediante dolorosas palmadas. La trataba como a una puta cualquiera. Pero Paula estaba cegada por su ninfomanía, ni siquiera le había pedido que se pusiera protección. A veces le abría el culo y se lo cerraba, llegando a pasarle las yemas por encima del ano. Otras veces se paraban para morrearse, pero enseguida él la azotaba para que reavivara la marcha.
- ¡Mueve el puto culo, zorra! -. Se esforzaba en elevar y bajar el culito, haciendo ella todo el esfuerzo -. Más deprisa… Más deprisa… - urgía dándole palmadas.
- Sí… Sí…
Cabalgaba como una loca. Joaquín meneaba la cabeza, completamente reclinado, mientras ella saltaba sobre su polla, apoyándose en su barriga con las manitas, con los ojos entrecerrados, tratando de concentrarse. Tenía la polla reventada de tanto follar, seguro que ya llevaba varios polvos y acababa de eyacular. La polla resbaló y salió del coño. Paula echó la mano hacia atrás para metérsela de nuevo, pero se le había ablandado y se doblaba hacia los lados.
- Se te está poniendo blandita – le dijo ella forzándose en metérsela en el chocho, pero la polla carecía de fuerza.
- Llevo toda la noche follando con putas como tú…
- ¿Quieres que lo dejemos? No pasa nada, Joaquín.
- ¿Por qué no me la chupas un poquito?
- Lo que tú quieras.
Paula se apeó de su cuerpo bajando del sofá. La vi de espaldas, de pie junto a él. Su cuerpo finito, de piel blanquecina y delicada ante aquel oso peludo. Tenía el culito enrojecido por los severos azotes recibidos, pero estaba tan atrapada en su ninfomanía que se prestaba a todo tipo de humillaciones.
- Trae algo para mear antes – le ordenó sin moverse, recostado contra el respaldo.
Paula sacó la botella de champán de la cubitera y se giró hacia él metiéndola entre sus robustas piernas. Ella misma se encargó de agarrarle la verga y colocar el cubo debajo. Transcurrieron unos segundos hasta que fluyó el pis de la punta, mezclándose con los cubitos de hielo del interior. Paula se la sostenía con una mano apuntando hacia abajo y el cubo con la otra. Era la segunda vez que la veía poner a mear a un hombre. Le vi una mueca de asco, quizás por el olor que emanaba. Cuando empezó a gotear, se la sacudió.
- ¿Ya?
- Sí.
Volvió a erguirse para depositar la cubitera en la mesa y de nuevo se volvió hacia él.
- Vamos, zorrita, chúpamela un poco, pónmela durita…
- Sí.
La vi arrodillarse entre sus piernas. Alzó la manita derecha y le agarró la verga. La tenía muy blanda y se le doblaba hacia los lados, pero se la empezó a mamar saboreándola como un caramelo. Podía oír los chasquidos de saliva al degustarla. Le miraba sumisamente al lamerla, mordisqueándole el capullo, lengüeteando en la punta, besándosela por el tronco, acariciándole el muslo de la pierna con la otra mano.
- Así… Muy bien, putita… - jadeaba con los dientes apretados -, chúpamela…Chúpamela, cabrona…
Mi novia se afanaba en baboseársela bien, a veces sorbiendo de ella como si fuera un biberón. Se la iba poniendo cada vez más dura. Apenas le cabía en la boca. Algunas veces apartaba los labios para sacudírsela un poco, con gruesos hilos de babas colgándole de la barbilla. Se lanzó a lamerle los huevos blandos y peludos, picoteando con los labios, llegándose a meterse las bolas dentro de la boca. La veía asentir con la cabeza babeando sobre los huevos mientras él se la meneaba. Gruesos hilos de saliva goteaban hacia el suelo. Joaquín bufaba con los ojos entrecerrados, moviéndosela mientras ella se comía sus cojones.
- Qué gusto, putita… Ohhh… Ohh…
Le mordía el pellejo con los labios y tiraba de él. Luego me fijé que le lamía las ingles, que incrustaba la cara entre los muslos y los huevos, que le botaban sobre la mejilla, completamente relucientes por la abundante saliva. No dejaba de acariciarle los muslos peludos, deslizaba sus manitas delicadas por la piel áspera y peluda. La veía menear su culito enrojecido al estar curvada hacia los cojones. Seguro que probaba una mezcla de semen de la anterior corrida, sabor de su propio coño y pis por la meada.
Levantó un poco la cara para tomar aire. Llevaba varios minutos sin dejar de lamer. Escupió algunos pelillos. Joaquín continuaba meneándosela muy despacio. Por los huevos le corrían salivazos.
- Te está costando – le dijo ella sonriente, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
Joaquín se soltó la verga ya empinada y se irguió. La sujetó por la nuca y le acercó bruscamente la cabeza para morrearla. Al mismo tiempo, le estrujaba las tetas con intensidad, tirándole dolorosamente de los pezones.
- Eres mi puta, ¿verdad, cabrona? – le preguntó sujetándole la cabeza con ambas manos.
- Sí.
- Vas a chuparme el culo, ¿te importa?
- No.
- Muy bien, cabrona, así me gusta.
La soltó y se puso de pie. Paula aguardaba postrada ante él. La acarició bajo la barbilla, con la punta de la verga rozándole la frente.
- ¿Le has chupado el culo a algún hombre alguna vez?
- No, nunca.
- ¿Ni al mariconazo de tu novio?
- No, tampoco.
- ¿Quieres chupármelo?
- Lo que tú quieras.
- Muy bien, así me gusta, cabrona.
Se dio la vuelta dándole la espalda y se subió al sofá de rodillas, curvándose hasta apoyar la frente en el respaldo, ofreciéndole su culo peludo y carnoso, de nalgas blancas con algunos granos. Los huevos gordos le colgaban entre los muslos. Paula acercó la cara y primero empezó a estamparle fuertes besos en las nalgas. Luego empezó a lamérselas, deslizando la lengua como una perrita que lame un hueso.
- Cógeme la polla y mastúrbame… -. Sin dejar de lamerle las nalgas, le metió la mano derecha entre los muslos, le agarró el vergón y lo bajó para empezar a ordeñárselo despacio -. Ummm… Qué gusto, cabrona… uff… -. Pasaba con la lengua de una nalga a otra por encima de la raja -. Qué bien, hija puta… Ohhh.. Ohhh…
Sin que le dijera nada, empezó a pasarle la lengua a lo largo de la raja peluda, desde casi los huevos hasta la rabadilla, sin llegar a meterla en el fondo, una y otra vez. Al mismo tiempo, le seguía ordeñando la verga. Pero Joaquín echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja del culo mostrando su orificio anal ennegrecido y rodeado de pelillos.
- Chúpame… Chúpame…
Vi que primero acercaba la nariz y pegaba los orificios al ano, oliéndoselo, para luego empezar a pasarle la lengua por encima, de manera acariciadora. Y yo mirando cómo mi novia le chupaba el culo a un hombre maduro. Joaquín ya lanzaba gemidos escandalosos. Ella le ordeñaba la verga con tirones más potentes sin dejar de lamer por encima de su ano. Así hasta que la polla comenzó a chorrear leche sobre la moqueta, junto a las rodillas de Paula, en forma de goterones aguados que fueron formando un pequeño charco entre sus rodillas y el sofá.
Joaquín se relajaba con jadeos temblorosos mientras ella le acariciaba la verga hacia abajo y lengüeteaba sobre su ano muy despacio.
- Joder, hija puta, qué buena corrida…
De la polla ya sólo caían pequeñas gotitas de leche. Paula le estampó un besito en el ano y apartó la cabeza soltándole la verga. Aunque permanecía arrodillada. Joaquín bajó del sofá y la acarició bajo la barbilla al darse la vuelta, achuchándole las mejillas.
- ¿Quieres venir a darte un baño?
- No sé, es que Mario estará esperando…
- ¡Baff! Venga, ven conmigo. Te sentará bien. Que espere.
- Vale, te acompaño.
No se atrevía a contrariarle. Se había convertido en su putita, en la putita de otro hombre. Retrocedí y me escondí tras un macetero. Les vi salir, a ella con el albornoz desabrochado enseñando las tetas y el coño y a él con la toalla liada a la cintura. Les vi alejarse abrazados. Entonces, me fui al bar a esperarla.
Iba a ser una noche intensa. Me vestí y me fui a la barra a esperarles. Eran las cuatro y media de la mañana y el disco pub estaba casi vacío. Pedí un refresco y les estuve esperando. Sentía celos y envidia de mi novia, que estuviera divirtiéndose con otros hombres y a mí me mantuviera al margen. También me sentía un poco ridículo por mi papel de maricón delante de ella y Joaquín empezaba a caerme un poco mal por la forma de tratarla. Pero ella estaba tan pillada por su ninfomanía, que se prestaba como una sumisa a sus exigencias.
Bajaron casi una hora más tarde, ella con el albornoz y una toalla liada a la cabeza y Joaquín venía completamente desnudo. Su ligera barriga dura y peluda botaba con los pasos y su pene lacio se balanceaba hacia los lados como una campana, empujando los huevos con los muslos. Joaquín se entretuvo a saludar una pareja y ella vino hacia mí. Me dio un beso, después de haber estado lamiéndole el culo.
- ¿Ya te has vestido? Nosotros nos hemos dado un baño en el jacuzzi. Has podido subir.
- Me apetecía tomar algo. ¿Qué tal?
- Bien, sí.
- ¿Habéis follado? – me atreví a preguntarle.
- Sí, hemos echado un polvo. ¿Te importa?
- No, no, para eso hemos venido a un sitio como éste, ¿no?
- Claro.
- ¿Te ha gustado?
- Sí, ha estado bien.
- ¿Quieres que nos vayamos ya?
- Joaquín nos ha invitado a tomar algo en su casa.
- ¿Ahora?
Joaquín se acercó en ese momento y me sentí intimidado.
- Venga, os invito una copa.
- Bueno – dije -. Vale.
Fueron a cambiarse mientras yo me terminaba de tomar la copa. Diez minutos más tarde salió Joaquín, ataviado con un pantalón de lino caqui y una camisa blanca por fuera, con la coleta hecha. Y después Paula, con su pantalón blanco estrecho y su top negro.
Eran las seis menos cuarto de la mañana cuando llegamos donde vivía Joaquín. Fuimos en su coche, yo detrás y ellos delante, conversando todo el camino sobre anécdotas del Noss. Vivía en un ático, un espacioso apartamento abohardillado compuesto por varios espacios, la cocina, separada por una barra, una cama ancha y baja en un extremo y una especie de rincón con la televisión y un sofá, así como un habitáculo para la ducha y el retrete.
Yo estaba cortado por mi papel de pelele ante aquel mastodonte que parecía mi padre. Ella ejercía de su putita. Nada más entrar, le pidió a Paula que se sentara con él en el sofá. Lo hizo a su derecha. Yo permanecía de pie merodeando, simulando que me llamaban la atención las fotografías y los objetos de decoración.
- Anda, machote, ¿por qué no vas a la cocina y sirves unas copas?
- Bu… Vale. ¿Qué quieres?
- Un ron con hielo, solo.
- Yo también – añadió Paula.
Fui hasta la cocina y rebusqué por los armarios unas copas. Luego busqué la botella de ron y los cubitos de hielo. Me sentía acomplejado ante ellos. Yo hubiese deseado otro tipo de relación, más compartida, más suave, donde todos nos divirtiéramos, donde nadie fuese dominante. Pero Joaquín nos dominaba.
Mientras me acercaba a llevarle las copas, vi que se estaban morreando en el sillón. Se echaba sobre ella y le metía la mano bajo el top manoseándole las tetas. Podía ver los nudillos de las manos bajo la tela negra. Se la comía a mordiscos.
- Aquí tenéis – les interrumpí.
Joaquín se volvió hacia mí y le entregué la copa. Le había dejado toda la barbilla sonrojada por el intenso besuqueo. Cogieron las copas y le dieron un trago. Permanecían sentados uno junto al otro, con Paula a su derecha.
- ¿Tú no bebes? – me preguntó.
- Uff, ya me he pasado.
- ¿Por qué no te desnudas para nosotros?
- ¿Yo? – sonreí como un bobo, tratando de evitar la mirada de mi novia -. Me da corte, así…
- Venga, hombre, que tu novia te vea mariconear un poco.
Mientras yo me desabrochaba la camisa, Joaquín se desabrochaba el pantalón. Paula no decía nada, sólo nos miraba, dándole sorbitos a la copa. Yo me quité la camisa y él el pantalón. Llevaba un slip negro elástico. Cuando empecé a quitarme el pantalón, él se desabrochó la camisa y se la abrió para exhibir su barriga peluda.
- Tócame – le ordenó a mi novia.
Paula extendió el brazo derecho y suavemente se puso a manosearle el bulto por encima de la tela negra, deslizando la palma por todo el paquete. Se reclinó más en el sofá abriendo las piernas. Yo me bajé el slip y mostré mi pollita erecta, fina y normalita, empinada. Estaba desnudo ante él.
- Estás empalmado, cabrón.
- Sí – sonreí.
Mi novia le bajó la parte delantera del slip y le sujetó la polla para comenzar a meneársela muy despacio, tratando de endurecerla. Ambos me miraban con lujuria. Los huevos le botaban en el asiento. Su barriga subía y bajaba con su acezosa respiración.
- ¿Te gusta cómo me masturba tu novia?
- Sí – respondí ruborizado.
Sacudió una sonrisa.
- Jodida maricona. Me ponen los maricones como tú, cabrón -. Paula se la seguía meneando con suavidad -. Date la vuelta -. Obedecí y me giré -. Mueve el culo, maricón, mueve el culo para nosotros… -. Empecé a menearles el culo como una mariquita, en círculos, mirándoles por encima del hombro. Paula me observaba perpleja, meneándosela cada vez más deprisa, y Joaquín se mordía el labio -. Así, maricón… - jadeaba despacio -, muévelo… No dejes de moverlo…
Sujetó a mi novia por la nuca y la obligó a curvarse para que se la mamara. La vi comerse la polla, a subir y bajar la cabeza, deslizando los labios por el grueso tronco. Le plantó una manaza en la melenita rubia para obligarla y con la otra le acariciaba el culo por encima del pantalón. Yo no dejaba de menearle el culo. Aún no tenía la verga muy dura y se le doblaba, Paula tenía que sujetarla para podérsela chupar. El cabrón estaba harto de follar y de correrse. Estiró el brazo y cogió su copa. Le dio un sorbo y también se encendió un cigarrillo, mientras mi novia se la chupaba y yo le meneaba el culo.
- Tócatelo, maricón… Tócatelo…
Planté mis manos en las nalgas para tocármelo mientras le bailaba. Paula seguía mamando mientras él fumaba y bebía. Éramos sus putas. Transcurrieron un par de minutos. Paula dejó de mamar y elevó un poco la cabeza para tomar aire. Las babas le colgaban hacia la porra desde la comisura de los labios.
- Vamos a la cama – impuso Joaquín.
- Como prefieras – le dijo ella -. Yo dejé de bailar. Joaquín se levantó y se bajó el slip, después se quitó la camisa hasta quedarse desnudo del todo. Paula también se levantó -. Desnúdate.
- Sí, sí…
Joaquín se terminaba la copa y apuraba el cigarrillo mientras ella se desnudaba delante de nosotros. Nos quedamos los tres desnudos. Nuestros dos cuerpos veinteañeros destacaban con el de aquel mastodonte, robusto y peludo. La verga reluciente por la saliva le colgaba hacia abajo, aún no había conseguido endurecérsela. Marché delante de ellos hacia el rincón donde se encontraba la cama y me detuve en el borde. Me giré hacia ellos.
- ¿Por qué no te tumbas en la cama boca arriba? – le pidió a mi novia dándole un cariñoso cachete en su nalga enrojecida.
- Vale.
Paula entró en la cama y se tumbó como él había ordenado, boca arriba, con la cabeza para los pies. Joaquín vació la copa de un trago y la depositó en la mesita. Luego me miró. Paula aguardaba tumbada en la cama.
- Ningún maricón me había chupado el culo ninguna vez. No sabes bien lo que me pone que me chupen el culo. No te importa, ¿verdad?
- ¿El…El culo?
- Sí, ¿te da asco?
- No, no…
- Muy bien. Me gusta mucho y quiero que lo hagas bien, ¿vale?
- Vale – le dije.
Entró a cuatro patas en la cama y formó un 69 con mi mujer, él arriba y ella debajo. Paula elevó un poco la cabeza del colchón y empezó a mordisquearle el glande y él bajó la cabeza para empezar a lamerle el coño con su lengua gorda, pasándosela repetidas veces por su rajita. Yo esperaba tras él sin saber qué hacer. Mi novia le mantenía la verga hacia abajo y no paraba de chupetearle por el capullo.
- Vamos, qué coño esperas, chúpame el puto culo…
Me incliné hacia su enorme culo peludo. Los huevos gordos le colgaban entre los muslos. Los chasquidos de saliva resonaban. Había vuelto a bajar su cabezota para lamerle el coñito a mi novia. Le abría la raja con los pulgares y acerqué la boca hacia su ano arrugado. Y empecé a pasarle la lengua por encima, una y otra vez, humedeciéndole los pelillos que lo rodeaban. Yo chupándole el culo y mi mujer la polla. A Paula se le vertían las babas por la comisura de los labios hacia las mejillas de tanto chupar y yo ya tenía la lengua seca del sabor áspero del ano.
Tenía la polla muy hinchada cuando se irguió y se echó a un lado hasta bajar de la cama, sacudiéndosela él mismo.
- Anda, bonita, ponte en pompa, deja que te reviente ese culito que tienes…
Paula se giró hasta incorporarse. Se colocó a cuatro patas con las rodillas cerca del borde y los pies por fuera, mirándonos por encima del hombro. Yo permanecía de pie a su lado.
- Ábrete el culito, cabrona – le ordenó.
Dejó caer la cabeza sobre el colchón, echó sus brazos hacia atrás y se abrió la raja con sus manitas. Su ano rosadito y tierno quedó expuesto.
- ¿Así?
- Hija puta, qué culito más rico.
Se metió entre sus pies guiando el vergón y se la clavó en el culo, se lo dilató dolorosamente de manera muy lenta. Paula chilló como una perra malherida cuando se puso a follarla, embistiéndola secamente mientras la sujetaba por las caderas. Empezó a sudar como un cerdo, con su melena cayéndole sobre el rostro. Paró de repente y le extrajo la verga de golpe. Le vi el ano muy dilatado y enrojecido. Paula respiraba sofocada palpándoselo con las yemitas de los dedos, como queriendo apaciguar el dolor. Me miró.
- ¿Te la han metido alguna vez, maricón?
- No, nunca.
- ¿Quieres probar?
- Sí – le contesté con mi pene empinado.
- Anda, sube como una puta maricona -. Mientras Paula bajaba de la cama, yo me subía para colocarme a cuatro patas, mirando al frente -. Anda, ábrele el culo a tu novio.
Noté las delicadas manitas de mi novia por mis nalgas, abriéndome la raja despacio. Después noté cómo me rozaba con el capullo y cómo poco a poco me la metía. Arrugué fuerte las sábanas apreté los dientes para no gemir cuando se puso a follarme, pero no pude aguantar mucho, tuve que ponerme a jadear ante las salvajes embestidas. Miré por encima del hombro. Ella permanecía pegada a su costado, morreándole y acariciándole el pecho y la barriga al mismo tiempo que se contraía para hundírmela.
Me folló durante muchos minutos hasta que aligeró la marcha, hasta frenar, fue cuando noté la corrida, cómo meaba leche dentro de mi ano. Cerré los ojos para concentrarme y luego poco a poco me la fue sacando. Al instante, noté la lengua de mi mujer lamiéndome el culo, bebiendo la leche que fluía de mi ano.
Miré por encima del hombro. A ella la vi acuclillada tras mi culo y a él sudando como un cerdo, tratando de recuperar el aliento mientras su polla se reblandecía. Así fue cómo me vi arrastrado al mundo liberal, fruto de la ninfomanía de mi novia Paula, convirtiéndome en un maricón ante sus ojos. Comenzaba para nosotros una vida llena de lujurias que resultaría imparable. FIN. Carmelo Negro.
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