Cornudos Consentidos: esposa preñada
(Comienza esta pequeña serie de relatos sobre Cornudos Consentidos con la historia de una esposa preñada muy guarra)
Cornudos Consentidos: esposa preñada
(Comienza esta pequeña serie de relatos sobre Cornudos Consentidos con la historia de una esposa preñada muy guarra)
Desde que se casaron hacía ocho años, Nazaret y Gustavo llevaban fantaseando con la posibilidad de hacer un intercambio de parejas para mejorar la rutina sexual del matrimonio. Ambos eran de mentes abiertas y lo habían hablado, a pesar de los múltiples juegos eróticos que practicaban en la cama, de los juguetes que usaban, de que se esforzaban en convertir la relación en un acto divertido, todo resultaba monótono. Necesitaban otro tipo de emociones. Pero no era fácil para una pareja como ellos. Había un gran temor a dar el paso por muchos motivos, motivos de reputación, motivos familiares, el miedo a un mundo desconocido, a un círculo muy reservado e íntimo. Gustavo tenía una reputación que proteger, pertenecía como asociado a un prestigioso bufete de abogados en Barcelona y que le descubrieran metido en esos mundillos de desenfreno podía ocasionarle serios problemas. Y luego estaba la familia, Nazaret era hija única de un diplomático, por tanto se corría el riesgo de manchar el buen nombre de la familia.
Llevaban casi diez años juntos. Se conocieron en la universidad, ya en el último curso, cuando ambos estudiaban en el mismo campus, Gustavo en la facultad de Derecho y ella en Administración de Empresas. Nazaret había sido muy loca y en su época de estudiante había follado mucho, había sido la típica putona calientapollas, la chica fácil en las noches de marcha, hasta que conoció a Gus y asentó un poco la cabeza. Él había sido más pasivo y antes de conocer a su esposa, había tenido dos relaciones estables, relaciones que no funcionaron. Se llevaban bien, había plena confianza y se divertían sexualmente, con ganas de sentir nuevas experiencias, pero con miedo a integrarse en lo desconocido.
Nazaret era una morenaza despampanante de 32 años. Alta y delgada, con una voluminosa melena larga y ondulada de color negro, piel bronceada y ojos verdes, con un culo macizo, lo suficientemente ancho y abombado para que sus curvas fueran perfectas, con tetas que parecían dos campanas de gelatinas, blanditas, con pezones pequeños y aureolas ovaladas. Le gustaba llamar la atención, dejar a los hombres con la boca abierta, que la miraran, y para conseguirlo utilizaba una elegancia muy sensual con vestidos provocativos.
Gustavo era otro pijo cortado por el mismo patrón. Algo más bajo que ella, tenía un cuerpo musculoso, igual de bronceado y depilado por todos lados, con una melena lisa muy cuadrada y tan coqueto a la hora de vestir como su mujer. Muchas chicas intentaban ligar con él, pero era muy cortado, su timidez no tenía ni punto de comparación con la simpatía de Nazaret.
Con el fin de integrarse en el mundillo de los intercambios de pareja, una vez compraron una revista de contactos, pero ninguno de los anuncios terminó por convencerles. Lo intentaron por internet, pero les pasó lo mismo. No se decidían, el temor les dejaba varados en la incertidumbre. Quedar con una pareja desconocida para un intercambio o montar un trío simplemente para hartarse de follar, no les atraía a ninguno de los dos. A ellos les iban más las fantasías eróticas, simular una violación, simular que la follaba algún familiar, algún jefe, algún amigo, que alguien la dominaba, pero intentar eso realmente resultaba extremadamente arriesgado dadas las circunstancias personales de cada uno.
Lo intentaron en un club de intercambios muy selecto de la ciudad. Acudieron a tomar una copa, charlaron con gente, incluso estuvieron en la sala de mirar y ser mirados, haciendo el amor junto a otras parejas, sin llegar al intercambio, pero no les gustó el ambiente, no les pareció excitante, allí se iba a follar y punto, y para colmo el día que fueron Nazaret se topó con un antiguo compañero de la universidad, menos mal que no llegó a reconocerla.
El tiempo transcurría y se dedicaban únicamente a simular situaciones morbosas, casi siempre con familiares y amigos. Actuaban en la cama como si rodaran una película pornográfica. Pero la emoción del principio perdía vigor y empezaron a cansarse de esa apariencia, de esa irrealidad. Ya todo se les volvía monótono. Parecían gilipollas haciéndose pasar por otras personas, sólo para poder saciar esas fantasías.
Un mediodía, tras salir del despacho, Gus pasó por delante un viejo Cine X, el único que aún existía en la ciudad. Constaba de tres salas y se decía que por ser el único, era bastante concurrido. Desde siempre hasta su progresiva desaparición, las salas X siempre le habían parecido lugares morbosos, lugares de desahogo para tipos pervertidos y solitarios. Cuando llegó a casa, se lo propuso a su mujer.
- ¿A una sala X? – se sorprendió Nazaret.
- No me digas que no te da morbo, y es un sitio discreto, nadie nos va a conocer, está en los barrios bajeros ésos del norte.
- Ahí sólo van tíos guarros, ¿no? ¿Tú quieres ir? Ahí van pocas mujeres.
- Yo desde luego iría.
- Podemos probar, podemos ir el sábado.
Pasaron dos días hablando del tema, emocionados por el morbo que les producía ir a un cine X en una parte barriobajera de la ciudad. A última hora de la tarde del sábado, se pusieron a arreglarse, decididos a vivir una emocionante experiencia. Era invierno y se hizo de noche muy pronto. Nazaret se vistió con su habitual elegancia. Se puso un jersey largo de cuello vuelto, a modo de vestido cortito, de color gris, medias negras transparentes y zapatos de tacón muy fino. Después de adornó de complementos y como toque de sensualidad se colocó un abrigo de visón que le llegaba por debajo de la cintura, casi coincidiendo con la base del jersey, en la parte alta de los muslos. Iba espectacular para merodear por un barrio tan chabacano.
Fueron en taxi para evitar que alguien les reconociera en el impecable BMW deportivo y se bajaron frente a un restaurante, como fingiendo ante el taxista que iban a una boda. Luego fueron caminando hasta la avenida donde se encontraba el cine. La gente la miraba, volvía la cabeza y más de uno le soltó algún piropo. Iba radiante y a Gus le excitaba que los hombres se fijaran en ella, una excitación acrecentada por el hecho de ofrecerla en un cine X a hombres reprimidos.
Merodearon nerviosos por la acera de enfrente al cine sin decidirse. De alguna manera, les causaba mucho pudor adentrarse en un sitio como aquél. Sólo veían entrar hombres, casi todos maduros. Contaron siete. Luego vieron entrar una pareja, pero estaba claro que ella era una prostituta. Luego entró un chico joven, solo, y luego tres prostitutas que llegaron juntas. Probablemente, cobrarían veinte o treinta euros por hacer la película más amena a los babosos que allí acudían.
- Venga, Gus, vamos a entrar, no te rajes ahora, ya estamos aquí, y en esta zona pasamos desapercibidos.
- ¿Y si luego nos arrepentimos?
- No vamos a hacer nada que no queramos, ¿no? Anda, memo, vamos.
Cruzaron la avenida y entraron en el edificio. Había tres salas y proyectaban dos pelis pornos americanas y una europea. Inquieto, Gus se acercó a la taquilla donde había un señor mayor y Nazaret se quedó retrasada, como si estuviera en la cola.
- Ho… Hola, buenas noches – saludó ruborizado.
- Buenas noches. Dígame.
- Para, para la sala B – señaló con la voz temblorosa.
- ¿La puta viene contigo? – le preguntó el viejo.
- ¿Qué? -. Mmm, sí, sí, es una amiga.
- Tenga los ticket, son dieciséis euros. Acaba de empezar la proyección.
- Gracias.
Gus se giró hacia su esposa y le arqueó las cejas.
- Me ha llamado puta – le susurró ella -. Qué cabrón.
- Sí, cree que eres una prostituta. Anda, vamos dentro.
Irrumpieron en la sala del medio. Era una sala pequeña en pendiente, con forma rectangular y bastante separación entre las filas. Ya había dado comienzo el films, aunque todavía se anunciaban los créditos. Se trataba de una película de origen italiano, con mucha acción sexual por las escenas de orgías. Todo estaba en penumbra, aunque el resplandor de la pantalla iluminaba gran parte de la sala. Contaron tan sólo seis cabezas repartidas por las distintas filas.
Primero bajó ella por el pasillo lateral derecho, mientras que Gus le seguía a corta distancia. Sus tacones resonaban con cada zancada. Se metió en la tercera fila, muy cerca de la pantalla, y eligió uno de los asientos del medio. Se quitó el abrigo de visón, lo puso encima del asiento delantero y se sentó con las piernas cruzadas, mirando a su alrededor, bajándose un poco el jersey. Su marido ocupó tres asientos a su derecha, como si no la conociera de nada.
La primera escena ya se reproducía en la pantalla y los primeros gemidos ya ensordecían. Alguien de la segunda fila no paraba de mirar hacia atrás, como asegurándose de que Nazaret estaba sola. Al cabo de un momento, Gus vio que se levantaba, que salía al pasillo lateral izquierdo y entraba en la tercera fila por el lado de su mujer. Parecía un chico joven, alto y muy delgado, con cabeza alargada y gafitas redondas tipo intelectual. No tendría más de veinte años a juzgar por su aspecto. Tomó asiento al lado de su mujer, a su izquierda.
- Hola – la saludó susurrándole a la oreja.
- Hola.
- ¿Vienes sola?
- Sí
- ¿Y ése? – dijo señalando a Gus.
- No sé quién es – le mintió.
- ¿Eres prostituta?
- No, no, vengo porque me gustan este tipo de películas – le dijo ella en voz baja, embaucándole con su perfume y con su elegancia.
- Eres muy guapa. ¿Estás casada?
- Sí, pero me gusta venir sola. Soy de fuera – le mintió hablándole al oído -. Cuando vengo de viaje, me gusta venir aquí.
- Me pasa lo que a ti, tengo novia y eso, pero me gusta la pornografía. ¿Quieres hacerme una paja mientras vemos la película?
- Sí, como tú quieras – le dijo con la vagina muy ardiente por la morbosa proposición.
El chico se desabrochó el cinturón y el botón del pantalón. Luego se bajó la bragueta y se abrió el pantalón hacia los lados. Nazaret, erguida en el asiento, aguardaba mirando cómo se desnudaba, ya con las bragas mojadas por el morbo. Se sacó la polla y los huevos, una polla de tamaño normalito, más bien delgada, como una salchicha. El chico le pasó el brazo derecho por los hombros y la acurrucó contra él. Ella pegó la mejilla a su cuello, percibiendo el roce de su barba de tres días, y extendió los brazos hacia su regazo, mirando con él hacia la pantalla.
- Mastúrbame, sí, tócame la polla…
Su manita delicada entró en contacto con el palote fino. Lo tenía duro y húmedo por el capullo. La palma de la mano izquierda la pasó por encima del vello que rodeaba el pene, a modo de caricia, y se la empezó a machacar despacio, relajadamente, tirándole del pellejo hacia abajo, con la vista fija en la pantalla. Sabía que su marido la estaba mirando unos asientos a su derecha. Gus ya se había metido la mano dentro del pantalón y se tocaba al ver cómo su mujer masturbaba a otro hombre. Realmente, las sensaciones eran distintas a los clubes que habían visitado.
- Ahhh… Ahhh… Qué manos tienes… Ummm… Dame más deprisa… - apremiaba mediante susurros jadeantes.
- Sí, sí…
Aceleró las sacudidas empuñándola por el capullo. La manita izquierda la resbaló hacia los huevos, estrujándoselos suavemente con la palma.
- ¿Te gusta así? – le preguntó ella esmerándose en menearle bien la verga y sobarle bien los cojones.
- Lo haces muy bien…. Ummm… Sigue… Sigue… Bésame por el cuello…
Sobándole los cojones y meneándole la verga a un ritmo constante, comenzó a besuquearle por el cuello mientras el chico permanecía atento a la pantalla. Gus la miraba desde su asiento. El chico la mantenía acurrucada contra él, veía cómo su esposa le besaba por el cuello y observaba el incesante movimiento del brazo derecho, aunque no lograba ver la masturbación en sí.
Los huevos se los agarraba y se los meneaba en círculos, empuñando fuerte la polla, dándole tirones con ganas, sin parar ni un segundo, estampándole besitos por el cuello.
- ¿Te gusta? – insistía ella.
Pero ya no obtuvo respuesta. Apartó la cara de su cuello y vio que lanzaba continuos resoplidos, frunciendo y desfrunciendo el entrecejo. Notó los salpicones por sus manos, notó cómo derramaba hacia los lados. Fue desacelerando hasta parar, manteniéndole la verga empuñada, notando el esperma por los nudillos de las manos. Aún le acariciaba los huevos.
- Te has corrido, ¿no?
- Sí, ¿tienes un pañuelo para limpiarme?
- Sí, espera.
Depositó la verga sobre su vientre y el chico le retiró el brazo de los hombros. Nazaret se irguió y pudo mirar hacia su marido al rebuscar en el bolso. Sacó un clínex y se ladeó hacia él para secarle la verga golpeándola despacio con el pañuelo, luego se limpió las manchas de la mano. El chico se subió el calzoncillo y se colocó el pantalón.
- Gracias, tía, tengo que irme.
- ¿Ya te vas?
- Ya se me ha pasado el calentón. Bueno, adiós.
Se levantó y se marchó hasta salir de la sala. Volvieron a quedarse solos en la fila, separados por un par de asientos. Su esposa acababa de hacerle una paja a un desconocido. Se había retirado la mano del pene para no correrse, porque estaba muy excitado. Nazaret también estaba muy excitada, por primera vez había vivido una experiencia morbosa y hechizante, por primera vez habían traspasado los límites de la fantasía. Aquel sitio era para cosas así, un rápido toqueteo, unos magreos, una paja y hasta la próxima, nada de compromisos y ataduras. Sí se corría el riesgo de contraer algún tipo de contagio por transmisión sexual, pero a veces la lujuria resultaba mucho más poderosa que la prudencia y resultaban impulsos indomables. Todavía tenía la sensación en la mano de tener la polla agarrada. Se metió la mano bajo el jersey y se tocó las bragas, las tenía húmedas de haberse corrido.
Su marido y ella se sonrieron, se dieron a entender mediante gestos que todo había sido muy excitante. Otro hombre entró en la fila por el lado de Gus. Se reproducía una escena al aire libre y la iluminación de la pantalla les permitió ver su físico. Tendría unos cuarenta y cinco años o más, era bajito y regordete, con la cabeza picuda y el pelo corto, con bigote, parecía un paleto con la camisa a cuadros desabrochada hasta la mitad, mostrando los pelos del pecho, y unos pantalones azul marino de tela muy tupidos, con zapatos negros y calcetines blancos. Tenía toda la pinta de ser un putero.
Se detuvo al llegar a Gus.
- Déjame pasar – le dijo en tono despectivo.
Gus retiró las piernas para dejarle pasar. Emanaba una mezcla de olor a sudor y alcohol. Se sentó al lado de Nazaret, justo a su derecha. Sólo quedaba un asiento vacío entre el tipo y Gus. Nazaret, erguida en el asiento, le miró de reojo. Vio su piel blanca y los pelos del pecho que le salían por la camisa, unos pelos negros y densos, muy rizados. También percibió su apestosa fragancia masculina.
- Hola – le saludó ella -. ¿Le molesta el abrigo?
- No.
Se mantuvo pendiente a la pantalla, erguido en el asiento, hasta que cinco minutos más tarde, ante una sintonía inagotable de gemidos procedente de la película, se desabrochó el cinturón. Nazaret oyó la bajada de la bragueta y pocos instantes después le entraron por el oído los tirones y chasquidos. Gus vio que se estaba masturbando al lado de su mujer, atento a la pantalla. El tipo resultaba repelente en todos los sentidos, por su físico retaco, su apestoso olor y su rostro taciturno, pero Nazaret estaba muy caliente de que estuviera masturbándose a su lado y más que el físico le ponía la situación. Le oía respirar con cierta fatiga. Le miró de nuevo disimuladamente, pero el tipo volvió la cabeza hacia ella.
- ¿Qué coño miras, puta? – preguntó de mal tono, frenando los meneos.
- Nada, perdone.
- ¿Quieres tocármela? ¿eh?
- Discúlpeme, no quería molestarle.
El tipo alzó el brazo izquierdo y, rudamente, le puso la mano en la nuca, por encima del cabello, bajándole un poco la cabeza hacia sus piernas.
- ¿Quieres verla, puta? ¿eh? ¿Quieres verme la puta polla? Mírala... - Le sostuvo la cabeza apretándole la nuca con fuerza por encima de la melena, manteniéndole todo el cuerpo ligeramente curvado hacia él. Nazaret pudo ver su inmenso pollón, corto, pero de un grosor impresionante, casi como una lata de cerveza, con un tronco muy venoso, mucho vello y unos cojones gordos y flácidos - ¿Te gusta, puta?
- No quería molestarle.
La soltó y Nazaret volvió a erguirse, buscando en la penumbra los ojos de su marido, quien observaba impasible la escena unos asientos más allá. El tipo continuó acariciándosela muy despacio, esta vez examinando su cuerpo gracias al resplandor de la pantalla.
- Estás buena, hija puta, y bien vestida.
- Gracias.
- ¿Qué haces aquí? ¿Eres prostituta?
- No, no, vengo porque me gusta, soy aficionada a la pornografía y, bueno, vengo a este cine.
- ¿Y tu marido?
- He venido sola. Él viaja mucho.
- Le pones los cuernos como una buena puta, ¿no?
- A veces sí. Es un poco marica – sonrió.
- ¿Tienes un marido maricón?
- Sí.
- Jodida golfa. ¿Quieres hacerme una paja, hija puta?
- Lo que usted quiera.
- Agárrame la polla, golfa.
Erguida y ladeada hacia él, alzó la manita izquierda y rodeó el pollón sin que sus huesudos dedos pudieran abarcar todo el grosor. Una penetración de aquella verga debía de doler mucho. Parecía de goma dura y pesaba, con una piel áspera y de venas palpitantes. Se la empezó a menear con cierta viveza, provocando que sus huevos gordos brincaran entre sus robustas piernas.
- ¿Le gusta así?
- Sí, así me gusta -. El hombre giró la cabeza hacia Gus, que en ese momento miraba hacia ellos refregándose la bragueta con la mano -. Tú qué miras, maricón. Venga, aire…
Al levantarse, pudo ver a su mujer meneándole aquella verga tan gruesa, dispuso de unos segundos para mirarla a los ojos. Salió de la fila y entró en la de abajo, en un extremo, para poder mirar hacia atrás y verles.
- Tócame los huevos.
Deslizó la palma izquierda por el tronco hasta abarcar los huevos, comenzando a sobarlos con leves estrujones. Sentía las ásperas estrías, sentía las bolas bajo la piel y los pelos largos. La polla se zarandeaba por la barriga blandengue al achucharle los cojones.
- ¿Así le gusta? – le preguntó ella con voz sumisa.
- Me tienes cachondo como un perro, hija puta. Bájate, anda, hazme una mamada -. Nazaret se incorporó retirando la mano de los cojones. El tipo terminó desabrochándose la camisa y se la abrió hacia los lados exhibiendo su barriga blandengue, blanca y peluda. Ella se puso de pie, buscando la mirada de su marido en la fila segunda -. Bájate las bragas y arrodíllate.
El hombre separó sus piernazas abriéndose mejor el pantalón hacia los lados. Con obediencia, se metió las manos bajo el jersey y se bajó las bragas hasta las rodillas, sin apenas levantarse la prenda, después se metió en el hueco y se arrodilló ante él, apretujada entre sus piernas y el asiento delantero que le rozaba la espalda.
Alzó la manita derecha y empuñó la verga empinándola. Después se curvó para mamársela. Él se reclinó plantándole unas de sus manazas en la melena, para ayudarla a subir y bajar la cabeza. Se comía la verga entera y eso que apenas le cabía en la boca, hasta le cortaba la respiración. Deslizaba sus labios tensados desde el capullo hasta el vello, saboreando las asperezas y el grosor de las venas. Qué rica estaba, qué carne más durita, desprendía una babilla que degustaba cuando saboreaba el glande. La frente rozaba su barriga blandengue. Mantenía las manitas sobre sus piernas, por encima del pantalón, sin sacarse en ningún momento la verga de la boca. A veces sorbía al llegar a la punta, tragándose la babilla transparente. Se dedicó a lamerle el capullo, con la lengua fuera, mirándole sumisamente, aunque él permanecía con la mirada fija en la pantalla.
Transcurrieron más de cinco minutos y no había cesado ni un momento de chupársela, a veces comiéndosela y a veces lamiéndola por todos lados, hasta que inesperadamente fluyó leche de la punta derramándose hacia los lados. Tuvo que sujetársela para mantenerla empinada e ir lamiendo las porciones gelatinosas que resbalaban por el tronco. Estaba calentita, con un sabor agrio, y no paraba de eyacular, manaba leche fluyendo con intensidad, aunque sin salpicar. Iba tragándose todo lo que podía, rodeando la verga con la lengua para atrapar las hileras, incluso tuvo que darle una lamida a sus huevos para atrapar una gota. Se había echado la melena a un lado para no mancharla. Le dejó la polla empapada de saliva, sin rastro de semen, le había estrujado el capullo y le había pasado la lengua por el diminuto orificio. Se irguió, sosteniéndole la verga en alto, aunque notó que la carne se iba ablandando
El hombre la miró.
- Muy bien, putita, me has hecho una buena mamada. ¿Te ha gustado?
- Sí.
- ¿Te gusta chupar pollas?
- Sí.
- ¿Sabe tu marido que eres tan puta?
- No sé, creo que sí.
Se la seguía sujetando, sin saber qué hacer, si levantarse o mantenerse en aquella postura sumisa, apretujada entre sus piernas y el asiento. El hombre cogió un vaso de plástico grande para refrescos que había en el asiento de al lado, comprobó que estaba vacío y se lo entregó a Nazaret.
- Sujétalo, voy a mear -. Nazaret lo cogió con la mano izquierda -. No puedo aguantarme y seguro que a ti no te importa, ¿verdad, puta?
- No, no pasa nada, ¿quiere mear aquí?
- Sí, y quiero que tú me la agarres.
Resultaba una auténtica asquerosidad, pero el gesto de dominación por parte de aquel desconocido le provocó un aluvión de flujos que le empaparon el chocho, con escalofríos recorriéndole todo el cuerpo. La bajó la polla blanda y colocó el vaso debajo. Enseguida salió el chorro, fino y potente, llenando el vaso poco a poco. Ella miraba, recibiendo diminutas salpicaduras en la cara, siendo invadida por el vaho caliente y amargo del pis. Sentía las palpitaciones de la polla al mear. Sintió una náusea en la garganta que le produjo una mueca de asco, sobre todo cuando el pis rebosó por el borde y le manchó la mano y las medias. El capullo quedó sumergido dentro del vaso.
Retiró el vaso con mucho cuidado de no verterlo y lo colocó debajo del asiento. Aún le agarraba la polla, blandita, doblándose hacia los lados, con el capullo impregnado de orín. Qué cachonda la ponía el muy cabrón con aquellos modales y aquella actitud dominante. Tenía la mano izquierda manchada de pis de haber sujetado el vaso, pero no pudo contenerse y se metió la mano bajo el jersey para frotarse el coño con los dedos, apretándose fuerte los labios vaginales. El tipo sonrió al ver cómo se masturbaba, sobre todo cuando volvía a chuparle su polla blanda, a lamerle el capullo con sabor a pis, sin ningún gesto de repugnancia en la cara, mirándole sumisamente.
- Estás caliente como una jodida perra – le dijo asombrado de cómo degustaba el capullo, de cómo se meneaba el coño -. ¿Tienes ganas de follar, hija puta?
- Sí – le contestó cesando los meneos al coño, apartando la boca de la verga.
- Podemos ir al servicio – le susurró -, pero como nos pillen, nos mandan a tomar por culo.
Nazaret se levantó subiéndose las bragas y ajustándose el jersey. Volvió a sentarse al lado del tipo, viendo cómo su marido no paraba de mirarles por encima del hombro. El desconocido estaba abrochándose los pantalones.
- ¿Cómo te llamas?
- Nazaret, ¿y usted?
- Paco. Me apetece echarte un polvo, estás muy buena, pero no me gustaría que me pillasen.
- Lo que usted quiera.
- Venga, vamos, aún queda un rato para que termine esto.
Ambos se levantaron a la vez. Paco llevaba la camisa desabrochada. Ella le hizo un gesto a su marido para que se encargara del abrigo y siguió al tipo por la fila de asientos, después le acompañó por el pasillo lateral hasta salir de la sala. Gus estaba nervioso, excitado, pero inquieto. Su mujer se había ido con el tipo, seguramente para follar con él. Se levantó y se encargó de recoger el abrigo de visón, después salió de la sala y al hacerlo les vio entrar justamente en los lavabos de caballeros.
Eran unos lavabos espaciosos y sucios iluminados con una luz amarillenta, con una fila de urinarios en el fondo, una encimera con varios lavabos en la izquierda y tres retretes con portezuelas en la derecha. Paco eligió el del medio, empujó la puerta y la dejó pasar, después entró él tratando de encajar la puerta, aunque la puerta era metálica y estaba doblada en una esquina, por lo que no encajaba del todo.
El habitáculo daba asco, con mucha suciedad y un olor pestilente muy desagradable. La elegancia de Nazaret desentonaba con aquella inmundicia. Todo el suelo estaba pringoso, lleno de pisadas y charcos de haberse meado la gente fuera. Había una taza con todo el borde salpicado de goterones amarillentos y la cadena estaba rota, por lo que el agua del fondo tenía un fuerte tono verdoso. Sólo el rollo de papel higiénico parecía en buen estado.
Para Nazaret, aquella suciedad, aquel tipo retaco de bigote, con una barriga peluda y blanca, muy blanda, formaban parte de la morbosidad del momento y estimulaba la ardiente sensación de su vagina. Estaba viviendo una verdadera fantasía, algo morboso, nada parecido a los selectos clubs de intercambios.
- Súbete el vestido y bájate las bragas – le ordenó el tipo, que ya se estaba desabrochando el cinturón.
- ¿No tiene usted preservativo? – le preguntó ella en un momento de lucidez, al examinar la inmundicia del lugar.
- ¿Te importa? Estoy sano, hija puta.
- No pasa nada.
Gus ya estaba dentro de los lavabos y lo había oído. Su mujer pensaba follarse a aquel tipo sin protección de ninguna clase, con el riesgo que conllevaba de contraer alguna enfermedad o de que la dejara preñada, porque últimamente se encontraba en las semanas de descanso de sus anticonceptivos. Ya era tarde para intervenir, estaban encerrados y su esposa estaba cegada por esa lujuria morbosa.
En el habitáculo, Nazaret se subió el jersey negro hasta las axilas, exhibiendo sus dos tetas acampanadas y blanditas, sufriendo un ligero balanceo por el movimiento de los brazos, y su cuerpo bronceado y macizo, con sus largas piernas forradas por las medias negras, con el encaje en las ingles, y sus braguitas negras de encaje. Se las bajó hasta las rodillas, enseñando su coño con el vello debidamente recortado, formando un triángulo por encima de la vulva. El tipo la examinó entusiasmado al bajarse los pantalones hasta los tobillos, mostrando unas piernas gruesas, blancas y velludas.
- Ponte contra la pared y ábrete el puto culo.
- Sí.
Eso hizo, se colocó de pie, de cara contra la pared, con las tetas aplastadas contra los fríos azulejos y la frente apoyada. Su marido la veía desde fuera por la rotura de la puerta. Echó los brazos hacia atrás y con sus manitas se abrió la raja del culo por la parte de abajo, exponiendo la rajita de su coño, recubierta de vello. El tipo sacó su verga, bajándose la parte delantera del slip blanco. Gus se quedó boquiabierto. Era un pollón tan grueso como una lata, con una longitud de unos trece centímetros, de piel negruzca y venosa, gruesas venas hinchadas que recorrían todo el tronco, con un glande muy puntiagudo.
El tipo se la meneó antes de pegarse a ella. Aplastó su asquerosa barriga contra la delicada espalda de su esposa, sujetándose el vergón para hurgarle en la entrepierna, poniéndose de puntillas al ser más bajo. Nazaret procuraba echar el culito hacia atrás, percibiendo su fatiga en la nuca. Sintió un escalofrío cuando le clavó parte de la verga, una desgarradora dilatación dada la anchura y dureza. No pudo reprimir un gemido apretando los dientes. Paco se removió sobre ella tratando de ahondar, aunque le resultaba complicado. Gus veía cómo el desconocido se contraía torpemente.
- Eres tan alta, hija puta, que no te la puedo meter bien – masculló contrayéndose -. Me cago en la hostia puta… - se apartó con la verga empinada y la sujetó del codo -. Ven, arrodíllate y te echas hacia delante.
Nazaret se giró y se arrodilló ante la taza, manchándose las medias con la mugre del suelo. Y se curvó hacia delante, abrazando la taza, con la frente pegada a la cisterna, metiendo las dos tetas dentro, rozando con los pezones la humedad amarillenta de la porcelana. Paco se arrodilló tras ella y le perforó el chocho de una clavada, dilatándoselo dolorosamente. Nazaret gimió como una perra cabeceando, abrazándose fuerte a la taza. Y empezó a follarla sujetándola por las caderas. Sus tetas comenzaron a bailar como locas dentro del inodoro, rozándose por la porcelana, a veces con el pezón sumergiéndose en el agua verdosa del fondo.
Gus veía al tipo de espaldas, arrodillado ante el culo de su mujer, follándola a un ritmo aligerado. A ella apenas podía verla, sólo una parte de su cuerpo, con las tetas dentro del inodoro, gimiendo en cada embestida.
- ¿Te gusta, zorra?
- Ay… Ay… Ay… Ay… - gemía entre el dolor por la extrema dilatación y el placer que le proporcionaba aquella polla tan gorda.
- Seguro que el maricón de tu marido no te folla así, ¿verdad, hija puta? Dilo, hija puta…
- No… Ay… No me folla así…
- Puta… Toma… - le decía acelerando -. Te voy a reventar el coño, hija puta…
Le soltó un azote en el culo y pegó un fuerte acelerón hasta frenar, curvándose sobre la espalda de Nazaret, resoplando sobre su espléndida melena negra. Nazaret acezaba con la boca muy abierta, percibiendo los abundantes chorros de leche dentro de su coño, chorros intermitentes que la llenaban.
- Hija puta, qué buena estás, joder… Qué puto coño tienes… Qué polvo más bueno…
El tipo le sacó la polla al levantarse y entonces desde fuera Gus vio a su mujer de culo, a cuatro patas con las tetas dentro de la taza. Enseguida apareció un pegote blanco del interior del coño. Pero su esposa se irguió y la raja del culo se le cerró. El muy cabrón se había corrido dentro, con los riesgos que ello conllevaba. Se subió los pantalones, pero se mantuvo con la verga por fuera del slip, ablandándose. Se sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa. Para Gus, el pánico superaba la excitación. Aquel tipo parecía peligroso, demasiado cabrón, y para él estaba suponiendo una experiencia dura. Aquel sitio, los baños nauseabundos de un cine X, con un tipo viejo y repelente, que la trataba como si fuera una esclava, ya no le inspiraba ni un atisbo de morbosidad.
Se quedó alucinado cuando vio que su mujer se levantaba, aún con el jersey en las axilas, con las tetas manchadas de haberlas tenido dentro, y se sentaba en la taza, manchándose las nalgas y los muslos de las salpicaduras de orín, sin escrúpulos de ninguna clase.
- ¿Te ha gustado, hija puta? – le preguntó dándole la primera calada al cigarrillo.
- Sí, he sentido mucho. Hacía tiempo que no…
- ¿Te gusta follar en sitios así?
- Sí.
- ¿Y tu marido lo sabe?
- Se lo imagina.
- El puto maricón, con lo buena que estás.
- Gracias – le dijo examinando de nuevo el pollón que le había metido, ya bastante flácido, colgándole hacia abajo.
Ante los ojos de aquel desconocido, Nazaret se puso a mear. El pis le caía del chocho de manera dispersa. Ella le ofrecía una mirada servil. Se mantenía erguida sentada en la taza, con sus pechos en reposo. Gus sabía que estaba seducida por la lujuria, que no pensaba con claridad, que los arrebatos lascivos se apoderaban de su mente.
Paco apuró el cigarrillo y lo tiró al suelo. Seguía con la verga fuera y la camisa desabrochada, exhibiendo su barriga.
- ¿Te han meado el coño alguna vez?
- No, nunca.
- ¿Te gustaría probarlo?
Nazaret sonrió temblorosamente. A Gus se le desorbitaban los ojos.
- No sé – contestó ella.
- Me gustaría mearte el coño, puta – le dijo agarrándose la verga.
- Está bien, puede mearme.
Se bajó un poco más las bragas por debajo de las rodillas y separó las piernas todo lo que pudo, abriendo un hueco entre el coño y el borde de la taza. Paco se colocó ante ella. El chorro salió débil, meando en el suelo, y fue adquiriendo potencia, definiendo un arco amarillento que avanzaba. El chorro pasó por el borde de la taza, salpicando hacia sus medias, hasta que comenzó a mearle el coño, con el chorro estrellándose en el vello.
Nazaret se miraba cómo le empapaba el chocho, notando el ardor del caldo.
- Tócate, tócate, puta…
Comenzó a acariciarse el chocho con la mano derecha, recibiendo el chorro de pis sobre los nudillos de sus manos. Se recostó sobre la cisterna, mirándole con sumisión, masturbándose mientras la meaba. La polla se había ido enderezando y poco a poco el chorro fue cortándose. Tenía todas las medias salpicadas y el chocho empapado, pero se masturbaba frotándoselo nerviosamente con las yemas de los dedos, esparciendo el pis por dentro de la rajita. También Paco comenzó a machacársela, salpicándola con una fina lluvia de pis, encañonándola. Se masturbaban mirándose el uno al otro.
Gus era testigo de la cara de satisfacción de su esposa meneándose el coño recién meado. Esa noche, en aquel cine x, se había convertido en una guarra. Ella cerró los ojos frotándose el coño muy deprisa y al mismo tiempo recibía escupitajos de leche sobre las tetas, porciones espesas que se quedaban pegadas a la piel. Cesó de menearse el coño, aunque mantuvo la mano en él, y se miró los pechos salpicados. Luego levantó la mirada hacia Paco. Estaba guardándose la verga y abrochándose los pantalones.
- Lo he pasado bien, hija puta. ¿Vienes mucho por aquí?
- No mucho – contestó limpiándose el chocho con trozos de papel higiénico.
- Si alguna vez quieres echar un polvo, suelo tomar una copa en el bar de enfrente, los fines de semana sobre todo. Ahora tengo que irme. Ya nos veremos.
- Adiós, encantada.
Gus, con el abrigo colgado del brazo, se metió en el habitáculo contiguo para que no le descubriera como un mirón. Oyó sus pasos y oía los tacones de su mujer repiqueteando el suelo, señal de que estaba preparándose. Oyó que se abría la puerta de acceso a los lavabos y que el tal Paco saludaba a otro tipo.
- Hola.
- He visto entrar aquí una de esas prostitutas – dijo una voz encabronada.
- Yo no sé nada, yo tengo que irme…
Asustado, Gus oyó que su mujer salía del habitáculo y oyó pasos moviéndose agitadamente.
- ¡Jodida puta! – vociferó el tipo - ¿Qué coño haces aquí?
- Yo no… perdone, yo… - trataba de excusarse Nazaret.
- ¡Fuera de aquí, perra! -. Gus oyó cómo la azotaba y cómo su mujer emitía una serie de quejidos. La vio pasar por la estrecha ranura de la puerta, con el jersey subido en la cintura mientras el tipo de seguridad la iba azotando con la mano -. Que no vuelva a verte por aquí, hija de la gran puta. Te vas a follar debajo de un puente, jodida perra… ¡Fuera!
Gus temblaba de miedo. Oyó que se abría la puerta de acceso y oyó bufar al tipo merodeando frente a los lavabos.
- Las putas perras éstas me tiene hasta los mismos huevos – masculló encolerizado.
Aguardó escondido casi dos minutos, hasta que le escuchó salir. Qué mala experiencia había vivido esa noche, la morbosidad se había desvanecido en el mismo momento en que su mujer se topó con el tal Paco, un cerdo miserable que la había degradado hasta lo más bajo, y después un segurata del cine la había tratado como a una vulgar prostituta. La culpa era suya, por haber sugerido acudir a un lugar tan mísero y sucio como un cine X, lleno de tipos asquerosos y reprimidos.
Abandonó el local sin que le vieran, portando el abrigo de visón de su mujer. Estaba sofocado, sudando de pánico. La vio sentada en un banco, retocándose el maquillaje y la melena y alisándose el jersey. Fue hasta ella a pasos largos.
- Nazaret, ¿estás bien?
- Sí, sí, no te preocupes, no pasa nada.
Se dejó caer a su lado, soltando el abrigo, apoyando los codos en las rodillas y reclinando la cabeza sobre sus manos, señales evidente de su desesperación.
- Joder, has follado con ese tío, me cago en la puta, Nazaret, te he visto.
- ¿Qué querías que hiciera? Se la había mamado en el cine, me dijo que quería… ¿A qué habíamos venido? ¿Eh?
- ¡Sin preservativo ni hostias! ¿Estás loca? Y has permitido que se mee encima tuya, joder, Nazaret, qué coño has hecho.
- Me daba miedo cortar el rollo, ¿vale? ¿Y tú? Mariconazo. ¿Has hecho algo? Eres un imbécil, todo esto fue idea tuya.
- Esto ha sido una barbaridad, Nazaret, ¿tú lo has pensado? ¡Yo sólo quería jugar!
- Pues ha pasado lo que ha pasado, ¿vale? ¿te creías que un cine X es como el club ése al que fuimos? ¿Eh? Aquí vienen tipos como ése, y aquí me has convencido tú…
- Qué locura, por favor.
- Estoy bien, ¿vale? Vamos a olvidar esto, como si no hubiera pasado. Gus, en serio, hemos sido nosotros quienes hemos venido y…
- Perdóname, cielo – se disculpó él lloriqueando, sin querer mirarla -. Ha sido culpa mía, yo te convencí, pero yo no sabía, yo quería…
- Chssss, vale – le tranquilizó ella abrazándole -. Ya está, ¿ok? Ha sido cosa de los dos, y ya sabemos que es peligroso. No va a volver a suceder. Venga, cielo, vámonos a casa.
Para Gus fue una experiencia horripilante que alejó de su mente esas fantasías eróticas que desde el primer momento había compartido con su esposa. Había pasado mucho miedo, había sentido muchos celos al verla follar con otro, lo había pasado muy mal al presenciar cómo humillaban a la persona que más quería en el mundo. Experiencias como aquéllas frustraban el amor de una pareja. Ya no quería vivir más emociones fuertes, quería amarla y protegerla. Ese mundillo liberal resultaba peligroso.
Para Nazaret las sensaciones resultaban diferentes a las de su marido, aunque era consciente del peligroso riesgo que habían corrido. Ella había gozado como una loca y sabía que de alguna manera, la morbosidad vivida en el cine la habían convertido en una ninfómana y en una cerda. A veces se masturbaba recordando cada instante, cada paja que había hecho, la mamada, el sabor avinagrado del pis y el polvo que le había echado en el retrete con aquella verga tan rica. Aquellos hombres del cine, desde el joven hasta el de seguridad, la habían hecho sentir como una puta, y eso la excitaba enormemente.
Muchas veces le entraron ganas de revivir una experiencia tan fuerte, de volver al cine o al bar donde habitualmente iba Paco, pero después reflexionaba y lograba reprimir sus impulsos. Una vez estuvo a punto de entrar en una de las cabinas de un sex shop, con un tipo que había en la tienda, pero se fue de allí, consiguió dominarse y no cometió la locura.
El desconocido del cine la había dejado preñada. Cuando tuvo el retraso, se hizo las pruebas y dieron positivo. Interiormente, a Gus le surgió la duda, trató de recordar las veces que había hecho el amor con ella desde la experiencia en el cine, y durante ese tiempo, hasta que consiguieron superar el trauma, sólo habían hecho manitas y poco más. Estaba seguro que el tal Paco había dejado preñada a su mujer. El chasco ante la noticia fue espeluznante y a solas lloró y lloró como un niño, ahogado en los celos y la rabia. Dado el gran disgusto, aquel día del cine no le pidió que se tomara la píldora del día después y ahí estaban las horrendas consecuencias.
Sin embargo, tuvo que simular la exasperación que le corroía las entrañas y fingir su gran felicidad por la noticia. Nazaret estaba radiante y muy contenta, en cuanto se hizo las pruebas, llamó a toda la familia. Gus no sabía qué pensar ante aquella alegría, desconocía si su mujer había reflexionado acerca de la paternidad del hijo que esperaba, actuaba con naturalidad, como si en ningún momento le hubieran surgido dudas. Ante tan desbordante ilusión, Gus no se atrevió a plantearle el dilema, a plantearle la posibilidad de abortar, tuvo que tragarse su rabia y sus celos y seguir como un futuro padre feliz, al lado de su esposa, una esposa al que otro hombre había dejado preñada.
En cuanto las pruebas dieron positivo, Nazaret supo en ese instante que estaba embarazada del hombre del cine. Tras la experiencia, la relación con su marido había sido más bien fría, hasta que poco a poco fue resurgiendo el cariño y respeto. Pero no habían hecho el amor, sólo arrumacos y manoseos, sin llegar a una penetración y una eyaculación interior. Pero ella quiso aparentar su felicidad como si él fuera el padre. Ahora era una ninfómana que se masturbaba recordando las escenas del cine, y le excitaba de manera desorbitada engendrar un hijo de otro, provocar los celos de su marido, provocar su rabia y desesperación. No sentía ni un atisbo de pena por él, le excitaba pensar que era una puta maricona, que no tenía agallas para follarla como un buen macho. Sin embargo, conseguía guardar las formas, sobre todo ante la familia y su círculo de amigos, aunque cuando estaban a solas, procuraba darle de lado, hablarle de manera despectiva, incitar sus celos, todo dentro de unos límites, sin llegar a traspasar esa frontera de la morbosidad, aunque con muchas ganas de hacerlo.
Los días fueron transcurriendo, con toda la familia envuelta en una inmensa alegría por la llegada del bebé. A pesar de su ninfomanía mental, Nazaret trató de encauzar su matrimonio y comenzó a mostrarse más cariñosa con su marido, como si ese transcurrir del tiempo la ayudara a superar esas lascivas sensaciones. Por su parte, Gus la amaba, no quería que su matrimonio se resquebrajara, habían vivido una experiencia dura de consecuencias deshonrosas, pero trató de mentalizarse de que debía seguir inmerso en ese engaño, sobre todo a raíz del cambio de actitud de su mujer, una actitud mucho más natural y entrañable. Gus debía apechugar con el embarazo, al fin y al cabo, él fue el culpable, él la arrastró a una lujuria tan mísera.
Cuando la relación entre ambos parecía normalizada, Nazaret cumplió el cuarto mes de embarazo. Gus la acompañó al ginecólogo para una revisión y unas ecografías donde les dijeron que sería un niño. Ya se le notaba el bombo, muy redondo, le habían engordado las tetas y el culo y su cuerpo tenía unos kilos de más, aunque seguía tan guapa y tan coqueta. En la consulta, abierta de piernas, en presencia de un joven médico en prácticas, observó cómo el ginecólogo le revisaba la vagina. Dos hombres mirándole el chocho, dos hombres enredándole con sus manos enguantadas.
A Gus le bombardearon los recuerdos del cine, haciéndole una paja al chico alto, una mamada al viejo, follando en el retrete, y no pudo reprimir una erección. Su arrepentimiento se desmoronó dando paso a deseos impúdicos, recreando las fantasías eróticas de antaño, rememorando lo que vio en el cine y el retrete. Resultaban deseos incontrolables al verle la barriga, preñada por aquel cerdo, preñada por otro hombre. Le excitaba pensar que llevaba dentro el hijo de otro, el hijo de un tío que la había follado en los baños de un cine.
Una noche que salió tarde del trabajo, se pasó con el coche por el cine X donde estuvo con su mujer. Aparcó en una zona oscura, a unos cincuenta metros de la fachada. Tras una larga espera al volante, le vio salir, vio salir al que iba a ser el padre, al hijo de puta que la folló aquella noche dejándola preñada. Llevaba su pinta de palurdo con sus ropas anticuadas y su cara de mala leche, con su cabeza picuda y su barriga botándole al caminar. El tipo se sentó a tomar una cerveza en la terraza de enfrente, fumando como un carretero. No lo pudo remediar, Gus se sacó el pene y se masturbó en el coche, mirando al hombre que había dejado preñada a su mujer. Cuando eyaculó, se marchó a casa, avergonzado de sí mismo, sintiéndose como un marica, imaginándosela de nuevo con él.
Esa noche, Gus sentía la necesidad de expresarle a su esposa los sentimientos que le abordaban. Quería compartirlos con ella, como siempre había hecho. Cuando se encontraban en la cama, ella leyendo un libro y él recostado, Gus le pasó la mano por toda la curvatura de la barriga. Nazaret le sonrió.
- ¿Le has sentido? Ha dado una patadita – le dijo ella.
- Sí, lo he sentido.
- Qué bien que sea niño, me apetecía más niño que niña.
Gus tragó saliva, algo nervioso.
- Hoy he pasado por el cine -. Nazaret cerró el libro y giró la cabeza hacia él con seriedad -. Le he visto.
- Gus, aquello…
- Sé que es el padre – la interrumpió.
- Gus, no pienso abortar, yo…
- Tranquila, fue una experiencia, lo tengo asumido y no quiero que abortes.
- ¿Qué has sentido al verle?
- Me he excitado, cielo, no sé qué me pasa, pero me excita saber que te ha dejado embarazada, que esperas un hijo suyo.
- Me pasa algo parecido – le confesó ella -. Me produce placer el hecho de que aquella noche me dejara embarazada.
- ¿Quieres que mañana pasemos por allí y le ves? Sin bajarnos del coche – le propuso Gus.
- Sí, vale, nos pasamos.
Terminaron haciendo el amor, excitados por la posibilidad de fantasear otra vez con el tipo que la había dejado preñada.
A la noche siguiente, se trasladaron en el coche a la barriada del cine. La lujuria les tenía enardecidos y les arrastraba a la perversión, a ellos, a una pareja joven, de buen ver y excelente reputación. Aparcaron en la parte oscura de la avenida, con vistas a la fachada del cine. Aguardaron metidos en el coche, mirándose el uno al otro, enfervorizados e impacientes por el morbo.
Su marido le acarició la cara y después le pasó la mano por la barriga.
- Estamos locos, cielo, completamente locos. Lo cuentas y no es creíble.
- Ni que lo digas – añadió ella -. Que nadie se entere de esto o nos cuelgan.
Le vieron aparecer al poco rato caminando por la acera del restaurante. Se paró en una barra que daba para fuera y se pidió una cerveza. Se le acercaron un par de amigos con los que comenzó a conversar. Gus se fijó en que su mujer le miraba embelesada, que se mordía el labio inferior para contenerse. El tipo parecía un cerdo con aquellas ropas ajustadas y anticuadas, con la barriga que parecía que iba a romper la camisa, con su cabeza picuda de pelo corto, su bigote de pelillos largos, su físico retaco y su expresión irascible.
- ¿Te pone cachonda? – le preguntó su marido.
- ¡Ufff, mucho! Y mira que es feo. ¿Y a ti?
- Saber que ese cabrón te ha dejado embarazada es lo que más me excita.
Continuaron observándole, fijándose en todos los detalles de su cuerpo, tratando de fijarse en el bulto de la bragueta, rememorando el grosor de la verga. Un tío tan repugnante se había convertido en la obsesión sexual de dos jóvenes casados, guapos y ricos. Quizás por la manera despótica con la que la había tratado, humillándola vilmente, Nazaret y Gus estaban atrapados por esa dominación.
Nazaret se reclinó en el asiento sin apartar la mirada del restaurante. Se metió la mano derecha entre las piernas y fue subiéndose la falda, hasta que metió la palma dentro de las bragas para refregarse el coño. Evocaba los momentos vividos con aquel cerdo. Al verla, Gus también se sacó el pene y se lo comenzó a machacar, evocando también el trance vivido en el retrete. Nazaret fruncía y desfruncía el entrecejo respirando por la boca, meneando la cadera y acrecentando los refregones en el coño, tensándose las bragas, cabeceando, como si el placer pudiera con su alma, hasta que emitió un jadeo profundo que la dejó sin fuerzas, relajada, acariciándose suavemente.
- Joder, cómo me pone el muy cabrón cuando me acuerdo de lo que pasó.
- ¿Te gustaría otro encuentro con él?
- Me encantaría, pero, ¿cómo? No sé, daría el cante si me presento así, puede parecer peligroso, pero me tiene obsesionada.
- Podíamos pensar algo, no sé. Quiero verte con él.
Nazaret le miró.
- Bésame.
Los dos se fundieron en un beso y ella se encargó de hacerle la paja, imaginándose que la polla pertenecía a Paco, el hombre que la había dejado preñada.
A la noche siguiente era viernes y regresaron a la avenida del cine. Estaban dispuestos a provocar un nuevo encuentro con aquel cerdo en cuanto se les presentara la más mínima ocasión. La excitación les hervía en las entrañas. La avenida estaba muy concurrida de gente, por allí había varios pubes y había mucha marcha de gente joven. No le vieron en la entrada del cine a la hora del comienzo de la sesión y aguardaron inquietos dentro del coche.
Gus llevaba horas con una erección permanente, sobre todo al ver lo guapa que iba su mujer. Se había esmerado en arreglarse exquisitamente para aquel cerdo. Llevaba un rebecón largo de color mostaza a modo de vestido corto, con grandes botones negros en la delantera, medias negras y zapatos de tacón aguja para realzar la sensualidad. Se le notaba mucho el bombo redondo, pero era una embarazada preciosa, con su melena negra muy bien cepillada, con ondulaciones en las puntas, y maquillada con tonos fuertes, con un carmín de un rojo muy fuerte y señaladas sombras de ojos, con coloretes en las mejillas.
Le vieron llegar al restaurante. Se tomó cuatro jarras de cerveza y en torno a la medianoche continuó la ruta por la avenida. Llevaba un pantalón de pana verdoso, ajustado, y una camisa amarilla de cuellos grandes, medio abrochada, enseñando los pelos del pecho, con los michelines de los costados muy señalados. Bajaron del coche y le siguieron a cierta distancia, agarrados de la mano, siendo el centro de las miradas de los tipejos de la zona. A pesar de su embarazo, Nazaret parecía una modelo por su finura y elegancia. Un grupo de pandilleros se metieron con Gus cuando pasaron delante de ellos.
- Buen bombo le has hecho, hijo puta.
- ¿Me la prestas, cabrón?
- ¿De dónde has sacado a esa puta?
- Te la cambio por mi abuela, maricón.
Aligeraron la marcha algo acojonados del ambiente del lugar. Le vieron entrar en una discoteca en la esquina con otra calle. Había guardias de seguridad en la entrada y parecía atiborrada de gente. No era el lugar idóneo para gente de su status, pero hicieron cola hasta que pudieron acceder al interior.
Era una discoteca muy grande con una música atronadora, música tecno que ensordecía los oídos. No cabía un alfiler, estaba abarrotada de gente, con una masa humana bailando en la pista al son de la música y las luces. Los tíos babeaban al verla tan guapa y embarazada cuando trataban de abrirse paso. Ella tiraba de él, buscando al cerdo en las distintas barras de la discoteca. Le vieron tomándose una copa en la barra más alejada de la pista, donde la música perdía decibelios. Estaba solo, mirando a unas y a otras por si picoteaba algo, como si fuera un viejo verde, desentonando en un lugar como aquél lleno de gente joven.
- Está ahí – le dijo ella -, y está solo. ¿Te atreves?
- Sí, vamos, igual ni se acuerda.
Fueron acercándose hacia su posición, hasta que Paco volvió la cabeza hacia ellos, embelesándose con el cuerpo despampanante de Nazaret. Ella le sonrió deteniéndose a su lado.
- Hola, ¿cómo estás? ¿te acuerdas de mí? – le preguntó ella sonrojada.
- Hola. ¿Quién coño eres tú? -. El tipo arqueó las cejas -. Coño, ya me acuerdo, mi amiga… ¿Cómo te llamabas, guapa?
- Nazaret.
- Nazaret, sí, joder, qué guapa estás, cuánto tiempo sin verte, y encima estás preñada, ¿no?
- Sí, vamos a tener un niño. Mira, éste es Gustavo, mi marido -. Volvió la cabeza hacia Gus -. Él es Paco, un amigo.
Se estrecharon la mano fríamente.
- Encantado – le saludó Gus.
- Cómo estás, machote. ¿Queréis una copa?
- Bueno – se apresuró Nazaret.
Pidió tres copas y pagó la cuenta. Permanecía sentado en un taburete junto a la barra y Nazaret de pie a su derecha, casi rozándole, mientras que Gus, intimidado por el temperamento de aquel hombre, se encontraba frente a ellos, acodado en la barra. Paco le dio unos sorbos largos a su cubalibre y descaradamente le dio una palmada en el culo a Nazaret, por encima del rebecón.
- Qué buenas estás, cabrona -. La rodeó con el brazo derecho por la cintura y la achuchó contra él. Nazaret pudo percibir su fragancia a macho -. Es guapa tu mujer, ¿eh?
- Sí, es muy guapa.
- Tu mujer y yo somos buenos amigos, ¿verdad, monada?
- Sí, claro – contestó ella.
- Lo hemos pasado muy bien, ¿verdad, cabrona?
- Muy bien, sí.
Acercó su boca al oído, acariciándole la oreja con el bigote.
- No me digas que esta puta maricona te ha dejado preñada.
- Sí – sonrió dócilmente.
- Dame un besito -. Nazaret acercó la cara y le estampó un besito en los labios, percibiendo de nuevo el cosquilleo del bigote y el olor a alcohol. Paco la achuchó más contra su cuerpo seboso, con las tetas aplastadas contra su costado -. Otro, dame otro beso -. Volvió a estamparle un nuevo beso, aunque apartó la cara enseguida. La gente se les quedaba mirando ante el peculiar contraste de ver a una dama como Nazaret abrazada por un cerdo como aquél. Volvió a darle unos sorbos a la copa y de nuevo miró hacia Gus -. Tu mujer y yo sabemos entendernos, ¿sabes, cabrón?
- Sí – sonrió estúpidamente.
- Está buena la condenada – le dijo pellizcándola en el culo, por encima de la lana -. Y así preñada me pone cachondo, la hija puta -. Miró a ella -. Bésame, hija puta. Seguro que a esta maricona no le importa.
La gente se les quedaba mirando descaradamente, boquiabiertos de que un tipo como Paco ligara con una belleza como Nazaret. Gus observaba como un gilipollas acodado en la barra, ruborizado por su papel de imbécil, aunque con el pene erecto. Comenzaron a morrearse, con los labios pegados, besos de lengua y de tornillo muy intensos. El bombo de Nazaret rozaba la barriga sebosa de Paco. Él la achuchaba contra él y ella le acariciaba los pelos del pecho por el escote de la camisa. A Gus le hubiera gustado masturbarse allí mismo. El morreo se prolongaba. Nazaret fue bajando la manita por su barriga hasta acariciarle con la palma el enorme bulto del pantalón, percibiendo su extrema erección. Notaba su lengua gorda y su saliva ácida al morrearle.
- Hija de perra, qué cachondo me tienes, cabrona. Vamos a mi casa, vivo aquí al lado, dile a tu marido que se espere.
- Deja que venga, él no dirá nada.
Paco se levantó precipitadamente dándole un último trago a la copa, sin retirar el brazo de la cintura de su mujer.
- ¿Te vienes, machote? Vamos a mi casa.
- Cómo queráis.
Les dejó pasar. Iban abrazados abriéndose paso entre la multitud, una pareja singular por los contrastes, él bajo y ella alta, él un puerco y ella una joven y elegante señora. Gus les seguía como un pasmarote. A veces el tipo se inclinaba y le estampaba un beso en la mejilla, dejando caer la mano hacia el culo. Nazaret también le llevaba el bracito por la cintura sebosa.
Abandonaron la discoteca y cruzaron la calle. Ellos marchaban delante, abrazados por la cintura, como una pareja de enamorados. Irrumpieron en un edificio antiguo con la fachada deslucida por numerosas pintadas, en un mal estado de conservación. Vivía en la planta baja, en un semisótano con la puerta toda destartalada.
- Pasad.
Era una auténtica pocilga de cincuenta metros cuadrados sin habitaciones, compuesta por un pequeño saloncito con muebles sucios y empolvados, una estrecha cocina toda guarreteada, un habitáculo con el baño, compuesto por un lavabo pequeño y un inodoro a la turca, sin taza, se trataba de una placa cuadrada de porcelana en el suelo con dos sitios adyacentes para apoyar los pies, con un agujero en el centro, de donde manaba un olor insoportable. El camastro lo había hecho con dos parejas de palets superpuestos y había puesto encima un mugriento colchón. Una luz tenue amarillenta iluminaba la estancia.
Cerró la puerta y echó la cadena. Un olor pestífero contaminaba la atmósfera. Ambos se sentía cohibidos de encontrarse entre aquella inmundicia, a expensas de aquel marrano. Soltó las llaves en una mesa y se dirigió a Gus.
- Anda, machote, tómate una cerveza en la cocina. Tu mujer y yo queremos pasar un rato bueno.
Con suma obediencia, Gus se adentró en la mugrienta y estrecha cocina. No había puertas, por lo que podría ser testigo. Le entraron ganas de vomitar al ver la mierda que había por las encimeras y el frigorífico, pero hizo de tripas corazón y se abrió una lata de refresco.
En el saloncito, Paco se detuvo junto al camastro y terminó de desabrocharse la camisa amarilla, enseñando su barriga cervecera, blanca y peluda en la zona del ombligo y los pechos, igual de blanduzcos y con cierto volumen. Ella aguardaba ante él con el bolso en la mano.
- Nunca he visto una preñada desnuda. Quítate la ropa, deja que te vea.
Lentamente, Nazaret fue desabotonándose el rebecón. Al mismo tiempo, Paco se desabrochaba el cinturón. Se bajó el pantalón y el slip quedándose sólo con la camisa abierta, mostrando su pollón hinchado y enderezado, con el capullo pegado a los bajos de la barriga, con sus huevos gordos y peludos colgando. Nazaret se abrió el rebecón para quitárselo y quedó a la vista su bombo de piel tersa y bronceada, con el ombligo más ensanchado. Al retirarse el sostén, se le mecieron las tetas, más gordas, con las aureolas de un tono más oscuro y los pezones más empitonados, reposando sobre la curva de la barriga.
- Quítate las putas bragas, coño.
- Sí, sí…
Muy despacio, se bajó las bragas blancas que llevaba y se quedó desnuda, sólo las medias con el encaje en los muslos y los tacones impedían su total desnudez. Tenía el chocho con más vello, hacía tiempo que no se depilaba y la forma triangular abarcaba más espacio hacia su bajo vientre.
- Muy bien, zorra – le dijo acariciándose el pollón -. ¿Sabes qué me gusta, hija puta? Que me huelan el culo mientras me hago una paja. Acércate -. Nazaret dio un paso hacia él y Paco se sentó en el camastro -. Arrodíllate -. Obedeció. Paco le estrujó las mejillas con su manaza, con la verga rozándole las tetas y el bombo -. Vas a olerme el culo, ¿verdad, puerca?
- Sí – dijo sumisamente.
- Así me gusta, hija puta.
La soltó despreciativamente y se tendió hacia atrás. Levantó y separó las robustas piernas elevando algo la cadera ligeramente del colchón, con los muslos pegados a la barriga y los huevos descansando bajo el pollón. Se lo comenzó a sacudir. Nazaret tenía ante sí un culo grasiento y peludo de nalgas abombadas, con una raja cubierta de pelillos, con un ano grande de esfínteres muy arrugados. Enseguida le vino el olor pestilente, pero acercó la cara y comenzó a olerle el ano, tomando aire profundamente, con la nariz rozándole el orifico anal, con la frente rozándole los blandos cojones, recibiendo el aroma hediondo.
Gus se asomó. Le vio tendido boca arriba con las piernas levantadas, sacudiéndose el enorme nabo, con los ojos entornados, mientras su mujer, arrodillada y curvada hacia sus piernas, le olía el culo con la nariz pegada al ano. Ella le miró de reojo sin dejar de tomar aire, provocándole un cosquilleo en el ano al expulsar el aire por la boca, y al ver a su marido asomado, empachándose del olor, bajó las manos bajo el bombo para acariciarse el chocho con las dos. Gus también se rozaba con la mano al verla humillada de aquella manera.
- Sigue así, hija puta… Sigue… Ahhh… Sigue oliéndome el culo… - gemía atizándose violentos tirones al nabo, con los huevos meciéndose en la frente de ella.
Pegó los orificios de la nariz en el ano, casi clavándole la punta, oliendo profundamente al tiempo que se masturbaba con las manos. El olor pestífero lo tenía en la garganta, pero no dejaba de respirar. Paco bajó las piernas y ella apartó la cabeza, irguiéndose arrodillada, y pegó el bombo a sus huevos, rozándolos y aplastándolos con él. Paco le ofreció el pollón.
- Toma… Toma mi polla…
Se pegó la polla a la barriga con las dos manos, sacudiéndosela sobre ella, rozándosela por el vientre abultado del embarazo, con el capullo entre las dos tetas. Así le masturbó otro ratito, rozándose la verga por el bombo y golpeándose las tetas con el capullo, hasta que se la mantuvo levantada y se la comenzó a mamar. Gus observaba desde la cocina con la mano dentro de la bragueta, observaba a su mujer arrodillada entre las robustas piernas peludas de aquel cerdo comiéndose la polla con energía.
Nazaret hizo una pausa para tomar aire, con un grueso hilo de babas uniendo sus labios y la punta del pollón, con dolor de mandíbula por la dilatación de la boca. Paco irguió el torso. Aún llevaba la camisa puesta y desabrochada.
- Nunca me he follado a una puta preñada. Levántate, hija puta.
- Sí, sí… - contestó sumisamente, levantándose de entre sus piernas, con el olor del culo en la garganta y el sabor de la polla en la lengua.
Paco se incorporó bajando de la cama. Gus volvió a esconderse en el fondo de la cocina.
- Siéntate y échate hacia atrás – le ordenó.
- Sí, sí…
Eso hizo, se sentó en la cama y se tendió hacia atrás con las piernas levantadas y separadas, como si fuera a parir. Las tetas se le cayeron hacia los costados y su barriga parecía un monte redondo de piel tersa y fina. Quedaba a la altura de su cintura. Se agarró el pollón y le dilató el chocho de una clavada, sujetándola por los gemelos de las piernas. Nazaret gritó como una perra, con los ojos desorbitados y los brazos extendidos. Cuando Gus se asomó, ya la estaba follando embistiéndola con empujones secos. Pudo ver cómo entraba y salía la verga del chocho jugoso de su mujer, pudo ver cómo Paco contraía el culo gordo y peludo, cómo se le movía la barriga blandengue, cómo brincaban las tetas de su mujer. Paco le pasaba las manos por la barriga abombada, como si fuera una bola de cristal, sin dejar de embestirla. El chocho de su mujer desprendía una babilla transparente hacia la raja del culo.
- Qué gusto follarme una preñada… Ummm… - jadeaba para sí mismo.
Dio un fuerte acelerón bufando como un cerdo y le extrajo la polla para sacudírsela nerviosamente. Gus pudo ver el chocho abierto de su mujer, de donde manaba la babilla transparente, señal de que se estaba corriendo. El pollón comenzó a salpicar leche en abundancia, goterones que le caían sobre el coño y la barriga. Gruesas hileras blancas le caían hacia los lados del bombo. La dejó muy manchada, con pegotes por el chocho e hileras por la barriga. Gus había eyaculado dentro del slip casi al mismo tiempo que Paco. Volvió a retroceder hacia el fondo de la cocina.
- ¿Quieres mear, hija puta?
- Sí – dijo ella incorporándose trabajosamente, mirándose el rastro del semen.
- Venga, acompáñame a mear.
Nazaret se levantó y marchó delante del viejo hacia el habitáculo del servicio, meneándole el culito macizo. Al entrar en la mugrienta estancia, se fijó en el plato sucio del urinario, con el agujero en medio e hileras de pis reseco alrededor.
- Ponte a mear, hija puta – le ordenó.
- Sí, si…
Entró en el plato y se acuclilló de cara a él, con el agujero bajo el culo. Comenzó a salirle dispersamente el pis del chocho. Ella le miraba, tenía el pollón a unos centímetros de su cara. Se agarró la verga y la bajó hacia su barriga. Al instante, un potente chorro amarillento le cayó entre las tetas, resbalando como un torrente por la curvatura del bombo hacia el chocho. Era un caldo caliente y apestoso. Las salpicaduras le alcanzaban la cara y le mojaba las tetas. Cuando paró de mear, el pis le goteaba del chocho y el culo, con toda la barriga mojada, con las tetas y la cara llenas de salpicadura.
- Muy bien, guapetona.
Se la sacudió y dio media vuelta saliendo del baño. Fue hasta la cocina con un cigarro encendido en la boca. Gus permanecía apoyado en la encimera con la lata en la mano. Le vio con la camisa abierta y la polla colgándole hacia abajo, ya floja. Aún le goteaba pis de la punta.
- Tu mujer y yo lo pasamos bien, ¿eh, machote?
- Sí – le sonrió temblorosamente.
- La hija puta folla como una condenada. Eres un puto cornudo. ¿Te da igual?
- Ella es que es así.
Volvió a salir de la cocina y se recostó en el camastro tras estrujar el cigarrillo en un cenicero. Un par de minutos más tarde, Gus le oyó roncar. Entonces salió y le vio durmiendo boca abajo, con su culo gordo a la vista. Entró en el servicio y encontró a su mujer limpiándose el cuerpo con trozos de papel higiénico. Hedía como una perra. Vio los charcos de pis en el plato del urinario resbalando hacia el agujero.
- ¿Te ha meado? – le preguntó perplejo.
- Sí.
- Joder.
- No pasa nada, Gus, tráeme la ropa, hazme el favor.
Le llevó la ropa y la ayudó a vestirse. Después se marcharon sin decirle nada. Nazaret desprendía un olor insoportable, tuvo que darse una buena ducha cuando llegó a casa. Luego se excitaron juntos y follaron recordando a Paco. Otra experiencia dura, pero excitante.
Las experiencias de sexo duro con Paco, fueron experiencias de dominación adictivas para el joven matrimonio. Durante los siguientes días, Gus no lograba concentrarse en el trabajo y descubrió a su mujer varias veces masturbándose como una loca. Se había convertido en una ninfómana que gozaba siendo sometida por un marrano como Paco, a pesar de los métodos vejatorios que empleaba contra ella. Necesitaba a ese cerdo para satisfacer su descontrolada lujuria.
Volvieron a la siguiente semana, un jueves por la noche. Nazaret se lo había rogado, se lo había rogado casi como una necesidad fisiológica y Gus había accedido. Ya era incapaz de dominar los impulsos de su mujer. Estaba tan obsesionada, que iba a ser muy probable que precisara de tratamiento psicológico, antes de que todo fuera a peor. Tenían una reputación que proteger en todos los sentidos. Aquella noche fueron temprano, sobre las nueve de la noche. Nazaret iba más informal, aunque igual de guapa. Llevaba un pantalón blanco, holgado, de lino, con un cordón para anudar en la cintura, muy propio para su embarazo, y un jersey rojo de lana de cuello alto, todo conjuntado con zapatos blancos de tacón y la melena negra recogida en una coleta.
Encontraron a Paco en el restaurante frente al cine, tomando una cerveza en la barra de fuera. Cuando les vio llegar, le dio un trago dejando el vaso vacío y soltó unas monedas en la barra.
- Hombre, guapetona – Le dio dos besazos en las mejillas y después un ligero morreo en los labios. Ella le correspondió rodeándole con los brazos, dejando sorprendidos a los clientes del bar.
- Hola, Paco – le saludó ella.
- Hola – le saludó Gus, más cortado al ser el centro de atención de todas las miradas.
- ¿Cómo estás, machote?
- Bien.
Llevaba la misma camisa amarilla, con los pelos del pecho por fuera, y unos ajustados pantalones de mil rayas.
- Vamos a mi casa, anda.
Se pasaron el brazo por la cintura como si fuera una pareja formal y pasearon hasta el edificio, con Gus detrás de ellos, observando como se estampaban besos y arrumacos. Resultaba patética su postura ante ellos.
- ¿Y esta maricona tiene que venir siempre contigo? – le oyó preguntar Gus.
- Le gusta mirar – le aclaró su esposa.
- La puta mariquita. Cómo puedes estar con una mariquita como ésa.
Llegaron al edificio e irrumpieron en el sucio apartamento. Paco lanzó las llaves a la camilla y enseguida se puso a desabrocharse el pantalón.
- Anda, machote, tómate una cerveza en la cocina.
- Vale.
Obediente, tras intercambiar una mirada con su mujer, se metió en la cocina y se abrió una lata. En el saloncito, Paco se bajó los pantalones y el slip hasta quitárselos. Nazaret aguardaba vestida. Tenía el vergón aún flácido, colgándole hacia abajo. Caminó hacia el camastro y se puso a cuatro patas encima del colchón, con las rodillas en el borde y los pies hacia fuera. La verga y los huevos le colgaban entre los muslos peludos.
- Venga, quítate el jersey y huéleme el culo hasta que se me ponga dura.
Nazaret se quitó el jersey rojo y se quedó con las tetas y el bombo a la vista. Se dejó el pantalón puesto. Se arrodilló entre los pies de Paco, erguida, y se agarró a sus tobillos. Luego metió la nariz en la raja del culo, empezando a olerle el ano pestilente con aspiraciones profundas, expulsando el aire por la boca. Le metió la mano derecha entre las piernas y le agarró la polla blanda, comenzando a ordeñarla con fuertes tirones hacia abajo.
Gus se asomó y la vio arrodillada tras el culo peludo de aquel marrano. Le endurecía la polla sacudiéndosela hacia abajo, con los orificios de la nariz pegados al ano, respirando profundamente. Ella le miró de reojo sin dejar de aspirar.
- Ay qué bien, puta… Qué buena eres, cabrona… Ahhh… Ahhh… - jadeaba mirando al frente.
Nazaret apretó más la cara en la raja, rozándole el ano con la nariz, tratando de meterle la punta, con la barbilla pegada a los huevos. Ya le tenía la verga muy dura. Apartó la cara y comenzó a rozarle todo el culo con las tetas y el bombo, sin dejar de ordeñarle.
- Hija de perra… - gemía notando en el culo la finura del bombo y la blandura de los pechos -. Ahhh… Ahhh… Para, para…
Cesó la masturbación apartándose y le soltó la polla. Paco retrocedió a cuatro patas apeándose de la cama y Nazaret se levantó.
- Quítate el pantalón y ponte como una perra.
A toda prisa, Nazaret se bajó el pantalón de lino blanco y las bragas y se quedó desnuda. Luego ella misma se subió encima del camastro, a cuatro patas, con el culo en pompa, las rodillas en el borde, con sus tetas colgando y el bombo rozando las sábanas. Paco se inclinó, le abrió el culo y le pasó su lengua gorda por encima del ano tierno, tres veces, dejándole la raja muy mojada. Luego se irguió, se agarrón el pollón y se lo metió por el culo, trabajosamente, avanzando mediante empujones y una severa dilatación anal.
Gus vio a su mujer chillando como una perra malherida, arrugando las sábanas con fuerza y sacudiendo la cabeza ante el dolor desgarrador. Pudo comprobar la polla encajada en el ano, impresionantemente dilatado por el grosor. La agarró por las caderas y empezó a sacudirle duras penetraciones anales, con los huevos botando contra el chocho. Sus tetas y su bombo se meneaban con cada empujón. La folló analmente durante al menos dos minutos, minutos en los que Nazaret no paró de gritar, minutos en los que el bombo no dejó de mecerse. Le retiró la polla sin llegar a frenar y le dejó el ano abierto, de donde fluyeron pegotes de leche espesa.
Nada más sacarle la polla, la agarró del codo.
- Venga, vamos, hija puta.
- Me duele – dijo ella palpándose el ano con las yemas de los dedos, manchándose con el semen que fluía, con una mueca de dolor dibujada en el rostro.
La condujo hasta el sucio servicio. El plato del urinario continuaba con hileras de pis reseco hacia el agujero.
- Venga, puerca, arrodíllate…
- Sí, sí, ahora…
Esta vez Gus se arriesgó a mirar y se asomó con sigilo para presenciar la humillante escena. Vio que le goteaba semen del culo. Se arrodilló en el plato, con las rodillas en las zonas adyacentes para los pies, y asentó el culo sobre los talones, curvándose hacia delante, con el bombo reposando en los muslos y la cara muy cerca del agujero, siendo invadida por el maloliente tufo que emanaba, un tufo con olor a desagüe. Paco estaba tras ella. Enseguida sintió el chorro en su melena, por la coronilla, empapándole sus relucientes y largos cabellos negros. El pis comenzó a chorrearle por la cara goteando en el plato, desde donde resbalaban las hileras amarillentas hacia el agujero. Sólo le meó la cabeza, con salpicones por la espalda. Era como si le hubieran vertido un cubo de agua.
Nazaret mantenía la postura con la cabeza inclinada hacia el agujero, con todo el cabello goteándole, con finas hileras corriéndole por las mejillas, con gotas colgándole de la nariz y los labios. Paco le lanzó un escupitajo en el cabello y el salivazo quedó atrapado en el pelo.
- ¿No quieres probarlo?
Asintió bajando aún más la cabeza, lamiendo con la lengua las hileras amarillentas que resbalaban hacia el agujero, probando el sabor agrio y fuerte del pis. Gus la veía lamer como una perrita, impregnándose la lengua, que la deslizaba por la porcelana del urinario, alrededor del agujero, con el bombo apretujado entre las tetas y los muslos. Lamió todo el receptáculo del urinario ante los ojos de aquel marrano, luego se irguió limpiándose la boca con el dorso de la mano, sin escupir, aunque con los labios dibujando una mueca de asco.
- Muy bien, putona. Vente mañana, ¿de acuerdo? Más o menos a la misma hora. No me falles, ¿de acuerdo?
- De acuerdo.
- Ponte guapa, ¿estamos?
- Sí, sí, no se preocupe.
Paco salió al saloncito y Gus estaba en la puerta de la cocina. Le miró la polla gorda, ya flácida, y sus mejillas se ruborizaron. Cogió el slip y comenzó a ponérselo.
- Tengo que salir a tomar una copa, machote. Limpiadme la casa, hace tiempo que no se le mete mano, ¿entendido?
- Vale.
- Si no he llegado, cerráis la puerta.
Se puso los pantalones y salió de la casa. Gus se dirigió hacia el servicio. Su esposa aún se encontraba arrodillada en el plato del urinario escurriéndose el cabello, formando charquitos amarillentos alrededor de sus rodillas, charquitos que se deslizaban en pendiente hacia el agujero. Levantó la mirada hacia su marido. Gus se bajó la bragueta y se sacó su polla, machacándosela velozmente hacia ella, inspirado con el rastro de la humillación. Le llenó la cara de salpicones blancos.
- Lo siento, cielo – se disculpó -. Yo no quería…
- No pasa nada, Gus, en serio. Pásame el rollo de papel.
- Voy a ir limpiando esta pocilga.
- Bien. Dame unos minutos y te ayudo.
Dejó a su esposa tratando de secarse con trozos de papel higiénico. Tuvo que repeinarse y hacerse una coleta con el cabello húmedo de pis. Él regresó al salón y observó la pocilga que debían limpiar. Resultaba patético, pero debían hacerlo. Aquel marrano dominaba sus vidas.
A la noche siguiente, a la hora estipulada, acudieron al restaurante frente al cine. Paco les esperaba con un traje negro tupido, sin corbata, con su cabellera picuda muy repeinada. Gus se hallaba bastante intranquilo ante la exigencia del aquel cerdo, que la había obligado a ponerse guapa. Su mujer se arreglaba para otro hombre. Temía que el asunto se les fuera de las manos, que alguien conocido terminara descubriéndoles, pero la ninfomanía de Nazaret resultaba imparable y la cegaba. Había tratado de persuadirla, pero sin resultados positivos.
Iba muy guapa, con su barriguita de embarazada muy acentuada por una túnica de satén extralarga, de un tono morado, con la base por las rodillas, todo conjuntado con el abrigo de visón y zapatos de tacón negro. Llevaba la melena muy bien cepillada con ondulaciones, los labios de un carmín rojo, las uñas pintadas y con sombras en los ojos y los pómulos.
Nada más verla, la morreó abrazándola, provocando la envidia de los babosos del bar y la incomodidad de Gus.
- Joder, qué guapa vienes. Quiero presentarte a alguien. Espero que te portes bien.
- Sí, no se preocupe.
Miró a Gus.
- Machote, ¿te has traído el coche? Está un poco lejos.
- Sí, sí, lo tengo allí aparcado.
- Pues venga, vamos.
Fueron paseando hasta el coche. Gus se montó al volante y su esposa y Paco en la parte trasera. Iba a servirles de chófer. Le entregó la dirección donde debían ir, por la zona centro de la ciudad. Esa zona ya entrañaba peligros, por allí solían ir sus hermanos y algunos amigos de la pandilla, y era viernes por la noche, día de marcha. Pero no se atrevió a protestar.
Durante el trayecto, Gus, por el espejo retrovisor, les vio morrearse y manosearse, hasta le hizo una paja mientras Nazaret le besuqueaba. Luego le limpió la polla con un clínex. Llegaron a una plazuela y Paco le indicó que aparcara. Bajaron y se dirigieron hacia un sex shop con luces de neón en la fachada y grandes cristaleras, donde se anunciaba una tienda con productos eróticos, cabinas de proyección, saunas, cuartos oscuros y disco pub con espectáculos de stripers. Gus había oído hablar de él. Era un local de dos plantas. Estaba muy concurrido de gente, principalmente hombres, aunque había algunas parejas entrando y saliendo.
Nada más acceder al hall, entraron por una puerta que indicaba las oficinas, con acceso privado sólo para el personal. Era un pasillo con varios despachos con un ir y venir de empleados, con algunas bailarinas y prostitutas entrando y saliendo de los camerinos del fondo. Gus entendió en ese momento que Paco se había convertido en el chulo de su mujer, que la iba a emputecer, que iba a venderla como una vulgar prostituta. Marchaba tras ellos. La gente se fijaba en ella al verla preñada y con aquella elegancia.
Se detuvieron frente a una puerta con un cartel de Dirección.
- Siéntate ahí, machote – le ordenó Paco.
Tomó asiento en un banco a la derecha de la puerta, temeroso del ambiente que allí se respiraba, temeroso de que alguien les reconociera. Paco dio con los nudillos en la puerta y al instante accedió acompañado de Nazaret.
Paco cerró la puerta una vez dentro. Tras el escritorio, había un hombre joven y guapo vestido todo de blanco, con el pelo de punta. Paco se acercó y le estrechó la mano. Nazaret, cohibida, se quedó retrasada.
- Qué pasa, Iker. Esta es la tía de la que te hablé.
- Es guapa – dijo examinándola -. Y así preñada está de muerte. ¿De cuántos estás? – le preguntó a Nazaret.
- Voy para cinco meses.
Iker volvió a mirar a Paco.
- ¿Y dices que viene con su marido?
- Está ahí fuera, pero vamos, es un puto cero a la izquierda, una puta maricona de ésas que no abre el pico. Ella es una puta ninfómana pija, folla como una puta perra en celo.
- Está bien -. Abrió un cajón y sacó un sobre que le entregó a Paco. Nazaret pudo ver que contenía varios billetes de quinientos euros -. Espero que no me dé problemas, llevas ahí una pasta.
- Ésta se porta bien, ya te he contado, y no te quejes, vas a sacar tajada con esos carcamales.
Iker volvió a dirigir la mirada hacia Nazaret.
- Quítate la ropa.
Nazaret comenzó a desvestirse. Se quitó la túnica sacándosela por la cabeza y exhibió su barriguita abombada, ya casi con cinco meses de embarazo. Los dos la miraban boquiabiertos.
- Date prisa, coño – apremió Paco.
- Sí, perdona.
De desabrochó el sostén y enseñó sus tetas acampanadas, blanditas y balanceantes, con las aureolas oscuras por el embarazo. A continuación, se bajó las bragas, exponiendo su coño, luego las medias color carne y también los zapatos. Estaba desnuda ante dos desconocidos.
- Muy bien. Ahora ponte eso que está en la caja – le ordenó Iker -. Paco, ahora la llevas al cuarto vip.
- No te preocupes, Iker, y gracias.
Gus esperaba sentado en el banco, angustiado por la atmósfera que allí se respiraba, angustiado por lo que pudiera estar pasando entre las paredes del despacho. Había dejado a su mujer desprotegida en manos de aquel marrano. Oyó la puerta y giró la cabeza bruscamente sin levantarse. Les vio salir y se quedó perplejo al verla. Iba como una prostituta, con medias blancas brillantes, zapatos de tacón blanco, un liguero con cinturilla, de gruesas tiras laterales, y sin bragas, con las tetas y la barriguita al aire. Paco le miró.
- Tú espera ahí, machote. Tú, venga, tira.
Gus dispuso de un segundo para mirarla a los ojos, luego les vio alejarse por el pasillo. Los tíos babeaban al verla desnuda y embarazada, con aquel erótico liguero. Contoneaba el culo macizo por efecto de los tacones. Cuando torcieron por el pasillo, Gus se levantó con la intención de seguirles.
Se pararon ante una puerta con un cartelito que indicaba Sala VIP.
- Tira dentro – apremió Paco atizándole un cachete en el culo.
Gus les vio entrar y encerrarse en la sala. El hijo de perra se había convertido en su chulo, seguramente estaría ganando una pasta por emputecerla. No sabía qué hacer, la situación se había desmadrado y se volvía incontrolable.
Era una sala pequeña con asientos modulares formando una L, iluminada por fluorescentes, con una mesa camilla pequeñita y baja donde había botellas de champán metidas en hielo. También había una silla de madera colocada frente a los modulares. Había dos viejos, con edades cercanas a los setenta años. Estaban desnudos, sólo tenían una toalla blanca liada a la cintura a modo de falda. Los dos tenían el pelo canoso y los rostros arrugados. Uno era más alto que otro, pero los dos tenían cuerpos raquíticos, aunque el más viejo tenía la columna más curvada y el otro una barba de chivo. Nada más verla entrar, se desliaron la toalla y se quedaron desnudos. Tenía las pollas normales, tirando a pequeñas y finas, arrugadas, rodeadas de vello canoso, con huevos flácidos y pequeños.
- Pórtate bien con estos señores – le ordenó Paco, que tomó asiento en el otro ala del modular.
Con los brazos pegados a los costados, Nazaret, ruborizada, se colocó frente a los dos viejos. Se acariciaban la polla con suavidad.
- ¿Cómo te llamas, princesita? – le preguntó el de barba.
- Nazaret.
- ¿De cuánto estás?
- De cinco meses.
- Siéntate en la silla.
Acató la orden y se sentó en la silla, erguida, mirando hacia ellos, con las rodillas juntas y las manos en el regazo. Los dos viejos se levantaron a la vez y dieron un paso hacia ella, admirando su barriguita y sus tetas, fijándose en la mata de vello del coño. Comenzaron a sacudirse las pollas muy cerca de su cuerpo. Ella observaba las masturbaciones. El de barba le levantó la cara sujetándola por la barbilla.
- Míranos, puta.
- Perdone.
Obedeció y les miró con sumisión. Uno de ellos se acercó sacudiéndose la verga, pero procurando golpearle una teta con la punta. El otro se inclinó morreándola, metiéndole la lengua gorda. Nazaret abrió los brazos y abrazó a los dos, apretujándolos contra ella, manoseando sus culos huesudos y arrugados. Los viejos, electrizados, comenzaron a refregar las pollas y los huevos por el bombo, revolviéndole la melena, sobándole las tetas, morreándola los dos a la vez, baboseando sobre su cara. Se masturbaban con su barriga abombada, aplastando los huevos contra la piel tersa. Le metían la punta de las vergas por el ombligo y rozaban los capullos por toda la curvatura, a veces hundiéndolo en los pechos. Nazaret, hechizada por la lujuria, correspondía los morreos, acariciándole los culos viejos con sus palmitas, sintiendo la dureza de las pollas rozándose por su barriguita, una barriguita que sufría severas presiones de las pollas y que podían hacer peligrar la continuidad del embarazo.
Paco se masturbaba observando a los viejos rozar las pollas y los huevos por el bombo de su puta. Gus se había atrevido a abrir un poco la puerta y por la ranura asistía al obsceno espectáculo, tratando de reprimir una erección que le nacía bajo la bragueta. Proferían insultos contra ella. Comenzó a mamarle la polla a uno de ellos, mientras que el otro se lió la polla con el cabello negro de Nazaret para masturbarse con él. El de la mamada terminó corriéndose en su boca y el otro derramó leche en la melena, como si fueran gotas de champú. Después dieron un paso atrás. Se agarraron las vergas y la mearon, dos chorros amarillentos cayéndole sobre la barriga y las tetas. Comenzó a formarse un charco amarillento alrededor de la silla y de los tacones. Las hileras le resbalaban por todo el cuerpo en cascada, empapándole el chocho y todo el cuerpo. El de barba le meó la cara, llenándole la boca, y el otro le meó el cabello. La dejaron duchada en pis, con todo el cuerpo chorreándole.
Cuando terminaron de mearla, se liaron las toallas en la cintura. Ella sacudía la cabeza como una perrita para poder abrir los ojos. Gus se retiró antes de que salieran los hombres. Paco se levantó y dio un paso hacia ella. La miró despreciativamente. Todo el cuerpo le chorreaba, con el charco agrandándose.
- Puedo darte una comisión por lo bien que te has portado.
- No se preocupe, usted sabe que lo hago por placer.
- Limpia todo esto, ahí tienes la fregona -. Nazaret asintió -. Mañana te espero en el restaurante. Tú yo haremos buenos negocios, ¿verdad?
- Sí.
Cuando unos minutos más tarde Gus irrumpió en la sala, Nazaret trataba de recoger el charco de pis escurriendo la fregona en el cubo. Parecía recién duchada. La melena la tenía pegada a la espalda, chorreándole hacia el culo. Varias hileras le caían por el bombo y el chocho le goteaba, con hileras por los muslos de las piernas. El hedor resultaba tan fuerte que Gus tuvo que taparse la boca para evitar respirar la emanación.
- Tenemos que cortar con esto, cielo, no podemos seguir con esto -. Ella continuaba fregando -. Mírate, joder, te está prostituyendo y mira de qué manera. Ésta no es la idea que teníamos del mundo liberal, no podemos…
- No puedo, Gus, no puedo dejarlo.
- Podemos pedir ayuda, hay terapias que pueden ayudarnos…
- No puedo, Gus, no puedo – repitió concentrándose en recoger el pis.
- Yo tampoco puedo. No puedo seguir con esto.
- Vete, Gus, será lo mejor para los dos.
La dejó fregando aquella sala donde dos viejos se le habían meado encima tras masturbarse con su cuerpo preñado. Gustavo regresó a casa, recogió sus cosas y se marchó a un hotel. La separación fue inesperada para la familia y supuso un duro golpe, y mucho más teniendo en cuenta que estaba embarazada. Gus alegó problemas de pareja, sin especificar claramente los motivos. Era plenamente consciente de que tarde o temprano, todo el mundo terminaría descubriendo la verdad.
Dos meses más tarde, Gus acudió al sex shop. Iba solo. No sabía nada de ella desde que la dejó fregando en la sala de aquel mismo local. Nada más acceder al hall vio un cartel. Lluvia dorada en directo. Ama de casa amateurs, embarazada de siete meses. 225 euros la sesión. Cabina 3.
Gus pagó la entrada. Entró en la cabina, una pequeña sala con gradas, unas gradas de cuatro filas con cinco asientos en cada una, en pendiente hacia una pantalla transparente de metacrilato. Estaba llena de hombres, algunos masturbándose, embobados con lo que sucedía tras la pantalla. Vio a su mujer desnuda, preñada de siete meses, con el bombo muy voluminoso. Permanecía arrodillada en una piscina de plástico redonda, sosteniendo un recipiente acristalado de forma rectangular, mientras tres boys musculosos la meaban por todos lados, llenando el recipiente y la piscina. Fue patético para él. En ese patetismo había terminado la aventura liberal que compartió con su esposa. Era una prostituta que se prestaba a tales sometimientos. Más tarde se enteró, para disgusto de sus familiares, que vivía con el tal Paco y que daba horas en un burdel y en el sex shop, a comisión, comisión que se embolsaba su chulo. Para Gus tocaba reiniciar una vida nueva con otra persona. A pesar de su mente abierta, le hubiera resultado complicado amar a una puta como Nazaret. Fin. Carmelo negro.
Email: joulnegro@hotmail.com Estoy en Messenger y Facebook.
Próximas entregas de Cornudos Consentidos:
.- Acampada morbosa
.- Cumpleaños feliz.