Cornudo y sometido más allá de lo deseado
La fantasía de ver a su mujer follar con otro hombre se convierte en realidad, pero eso le termina convirtiendo en un esclavo y cornudo impotente
Años atrás le confesé a mi mujer que fantaseaba con verla follar con otro hombre. Inicialmente se lo tomo a broma, pero al ver que hablaba en serio quiso saber si tan solo era una fantasía o si realmente deseaba que sucediese. Yo siempre había pensado en ello tan solo como una fantasía, pero al ver que no mostraba ningún rechazo a la idea, le dije que si Ella estaba dispuesta a hacerlo yo también.
Durante un par de semanas hablamos mucho sobre ello, básicamente era yo quien le narraba mis fantasías, las cuales eran cada vez más explicitas y osadas. No hubo día en el que mis narraciones no terminasen en una sesión de sexo estupendo y al pasar esos quince días Ella fue quien me propuso hacerlo realidad, como le gustaría que sucediese y como quería que me comportase.
Su idea era que fuésemos a un local liberal, si Ella veía a algún tío que le gustase, tendría que ser yo quien fuese a por él y explicarle mi deseo de que otro hombre se follase a mi mujer, además, me dijo que hasta que otro la follase yo no podría follarla, tan solo me permitiría comerla el coño. Me excitó tantísimo su propuesta que acepté sin dudar un instante y me lancé a comerle el coño con más ganas que nunca.
Las primeras visitas a esos locales fueron un poco decepcionantes, pasaron varios meses durante los cuales fuimos todo los fines de semana a distintos clubes liberales, hablamos con varios hombres y aunque siempre fue Ella quien les eligió, al hablar con ellos no cumplieron sus expectativas y volvíamos a casa igual que habíamos salido, bueno, yo cada vez más cachondo y mi mujer firme en no dejarme follarla hasta que otro lo hubiese hecho por que estaba dispuesta a esperar el tiempo necesario hasta encontrar al adecuado, lo cual sucedió después de casi cinco meses.
Durante todo ese tiempo le comí el coño a mi mujer casi todos los días, pero no me corrí ni una sola vez. inicialmente era yo el que no deseaba masturbarse, pero pasadas un par de semanas mi mujer empezó a comportarse de manera más dominante, para empezar me dijo que le excitaba que no me hubiese masturbado y que deseaba que siguiese sin hacerlo, pero ya no por deseo propio si no por que era Ella quien me lo ordenaba, además, por cada corrida que tuviese masturbándome tendría que sumar un polvo más con otro tío antes de follarla de nuevo, así que, después de casi cinco meses y tras ver a mi mujer follar con otro hombre, volvimos a casa, la comí el coño excitadísimo por que no hacía ni una hora que otro tío había metido su poya en el y cuando logré que se corriese de nuevo, con su primer amante ya había tenido varios orgasmos, le metí mi poya mientras Ella no paraba de llamarme cornudo y decirme lo mucho que había disfrutado con el otro.
El efecto de mi abstinencia, sus palabras y recordar como el otro la había follado, hizo que a la cuarta embestida, a pesar de que me paré intentando no correrme, eyaculé sintiendo el orgasmo más fuerte y extraño que podía recordar. Mi mujer aprovechó la situación para reírse de mi llamándome picha floja y cornudo, algo que no me esperaba en ese momento provocando que mi poya perdiese su erección de golpe, lo cual le sirvió para humillarme aún más, diciéndome que ahora entendía que el motivo por el que deseaba verla follar con otro era mi incapacidad para follar como un verdadero macho y que tras descubrir lo que se sentía siendo follada de verdad solo follaría conmigo después de follar con otro, pero que no me preocupase, yo seguía siendo el único hombre del que estaba enamorada. Se acurrucó en mi pecho y se quedó dormida.
Yo apenas pude descansar, estaba muy confundido y asustado, tenía miedo de lo que podría ser nuestra vida a partir de ese momento y al mismo tiempo me excitaba pensar en que mi mujer se convirtiese en una hembra promiscua ansiosa de sexo con otros hombres y dispuesta a convertirme en un cornudo sometido. A la mañana siguiente le dije que teníamos que hablar, le expliqué que temía en lo que Ella parecía querer convertir nuestro matrimonio y que, a pesar de estar dispuesto a que follase con otros en más ocasiones, no deseaba que me convirtiese en un pelele.
Me dijo que estuviese tranquilo, que nadie tendría que saber nada de nuestra intimidad y que fuera de los locales y de nuestra cama no me humillaría, mucho menos si hubiese alguien delante. Me quedé algo más tranquilo, pero aún deseaba aclarar como afectaba lo sucedido a nuestra vida sexual. Su respuesta fue muy clara, Ella había descubierto que se excitaba sintiéndose una puta y más aún convirtiéndome en un cornudo, además, en este tiempo y sobre todo después de follar con el otro, se había dado cuenta que mi poya era un poco pequeña y que necesitaba sentirse penetrada por algo más grande para disfrutar de verdad de un polvo.
Le respondí que no estaba dispuesto a que nuestro matrimonio se convirtiese en algo así y pasamos una pequeña crisis, pero a las dos semanas me di cuenta que realmente me seguía excitando todo lo que sucedió aquella noche, incluso sus humillaciones al correrme tan rápido, me veía a mi mismo obedeciendo a mi mujer en todo y dejando toda mi sexualidad a sus cargo, por lo tanto, tras esas dos semanas pajeándome a escondidas, pero sin correrme, y sin tener ningún tipo de contacto sexual con Ella, le dije que tenía razón y que deseaba que me humillase y me convirtiese en un cornudo de manera permanente, estaba dispuesto a que Ella fuese quien decidiese todo lo relativo a nuestra sexualidad y yo la obedecería en todo.
A mi mujer se le iluminó la cara, al escucharme, se abalanzó sobre mi, me besó en la boca apasionadamente y me ordenó comerla el coño. Mientras lo hacía no dejó de repetirme que me quería, que me iba a convertir en el mayor cornudo del mundo y que Ella estaba dispuesta a convertirse en una autentica puta para conseguirlo.
A partir de ese momento, mi mujer dio rienda suelta a sus deseos y fantasías sexuales sin ningún tipo de vergüenza. A los pocos meses, íbamos todos los fines de semana, tanto el viernes como el sábado, a algún local liberal, cada noche había algún hombre que se follaba a mi mujer en mi presencia y una vez en casa era cuando yo podía follar con Ella, al menos, follar con tanta frecuencia me ayudaba a no correrme demasiado rápido, pero según pasaba el tiempo, mi mujer cada vez era más fría cuando la follaba, todo lo contrario que cuando la comía el coño, entonces si que se volvía loca de placer, Otro detalle que cambió fue que si bien a mi no me había chupado la poya más de cinco veces desde que nos casamos, mucho menos correrme en su boca o en su cara y evidentemente nunca volvió a chupármela tras mis primeros cuernos, hacía tiempo que antes de follar con sus amantes les hacía una buena mamada.
No recuerdo cuando fue la primera vez que, después de follar con otro, no me dejó follarla al volver a casa, tan solo comerla el coño, pero el caso es que cuando quise darme cuenta habían pasado un par de meses en los que había visto a mi mujer follar con otros hombres dos veces por semana y yo ni siquiera me había hecho una paja, eso si, todos los días le había comido el coño, incluso hasta un par de veces en varias ocasiones. Al recriminarle el que no me dejaba follar desde hacía meses, me respondió que mi poya había dejado de darle placer por ser demasiado pequeña y que si estaba muy cachondo me daba permiso a pajearme una vez por cada polvo que echase con otro, pero que si lo hacía tendría que ser delante de Ella o bien mientras follaba con otro.
Esta conversación la tuvimos al terminar de cenar y su respuesta me humilló bastante, sobre todo por que lo dijo con cierto desdén mientras que se levantaba de la mesa y se sentaba en su sillón a ver la televisión, me quedé parado sin saber como responder y no se por qué, allí mismo, sentado en la silla, me saqué la poya y comencé a cascármela. Mi mujer me miraba divertida, empezó a acariciarse mientras me decía lo mucho que gozaba cuando sentía las poyas de los otros en su coño y se reía llamándome cornudo, pajillero y cualquier cosa que se le pudiese ocurrir para humillarme, pero estaba tan cachondo y sus humillaciones no hacían más que calentarme aún más, que me corrí en menos de cinco minutos. Al verlo, mi mujer me ordenó comerla el coño y desde ese día no volví a follarla.
Apenas pasaron dos semanas desde aquel día en que me dijo que no volvería a follar con Ella, cuando mi mujer dio una nueva vuelta de tuerca a mis humillaciones diciéndome que no volvería a follar con condón y que dejaría que quien la follase se corriese donde más le apeteciese, tanto dentro de su coño como en cualquier parte de su cuerpo incluyendo su cara, por si eso no fuera bastante no tardaron mucho en querer hacerlo en su boca y no solo no puso ninguna pega, si no que siempre que lo hacían se tragaba toda la corrida, además, cada vez pedía que la follasen más violentamente, incluyendo unos buenos azotes en su culo e insultos de todo tipo.
Pasado un tiempo ya me había acostumbrado a pajearme cada vez que volvíamos a casa de follar, aunque no siempre me corría por que me gustaba está cachondo, pero seguía dándome corte hacerlo delante de quien se estuviese follando a mi mujer, hasta que un viernes, de camino al local liberal, me ordenó que me pajease y me corriese mientras el otro se la follaba, además añadió que a todos los que se la follasen les deberían decir que a mi no me dejaba follarla por que mi poya no la daba placer y que nunca me había permitido correrme encima de Ella. Mi mujer pensaba que al ser yo quien lo contase debería resultarme más humillante y si bien reconozco que al principio me dio un poco de corte, terminé por disfrutar más que cuando lo hacía en casa, en muy poco tiempo tan solo me corría pajeándome viéndola follada por otro tío, cuanto más puta se volvía más humillado y cachondo me sentía y si su amante de turno no se corría en su boca, pero si lo hacía en sus tetas o en su cara, Ella misma recogía con sus dedos todo el semen que podía y para comérselo.
Mi mujer cada vez disfrutaba más siendo tratada como una puta y su trato denigrante hacia mi iba aumentando de manera proporcional al que sus amantes le daban a Ella. por mi parte cada vez era más sumiso y a cualquiera que se follase a mi mujer le dejaba claro que yo, siendo su marido, era él único al que le tenía prohibido follarla, pero curiosamente cada vez me gustaba más ver como la trataban de manera violenta y denigrante.
Cuando se acercaba nuestro quinto aniversario de boda, mi mujer me dijo que había preparado una celebración inolvidable, pero no quiso decirme nada más, para entonces hacía casi tres años que había aceptado ser un cornudo y casi dos que mi única satisfacción sexual con mi mujer era la de comerle el coño, verla follar con otros tíos y pajearme en su presencia. Para la celebración mi mujer había reservado mesa en un restaurante con espacios privados para cenas intimas, estábamos los dos solos en el privado y mi mujer, que se había vestido más sexy que nunca, se dedicó toda la cena a ponerme cachondo y al llegar a los postres nos dimos nuestros regalos, el mío era un collar de oro blanco que le encantó, pero al ver su regalo me quedé en shock, era un cinturón de castidad y me dijo que debería llevarle puesto de manera permanente a partir de ese momento.
No entendía nada, llevaba años sin hacer otra cosa que pajearme viendo como otros follaban con Ella y ahora también pretendía que llevase un cinturón de castidad, ya que estaba segura de que era la evolución lógica como cornudo, según me dijo se había estado informando al respecto y llevando el cinturón estaba segura de que conseguiría varias cosas, por un lado aumentar mi humillación al mostrarme con el ante sus amantes, por otro lado me mantendría excitado constantemente, también había leído que el uso prolongado de los cinturones de castidad podía llegar a causar impotencia, además de una progresiva reducción del tamaño de mi pene, lo cual era lo más adecuado para mi ya que nunca iba a volver a follar. Supongo que si esto hubiese sucedido tiempo atrás me habría negado y posiblemente enfadado, pero lo único que fui capaz de hacer fue ponerme a llorar suplicándole que no me obligase a llevarle, no deseaba volverme impotente y mucho menos que mi poya se hiciese aún más pequeña, pero no sirvió de nada, mi mujer me dejo claro que o hacía lo que Ella quería o pediría el divorcio.
No supe que podría ser peor, los problemas económicos de la separación ó mi anulación completa como hombre, pero las cosas como son, hacía tiempo que no me sentía como un hombre. Le pedí que al menos me dejase un par de días para pensar, pero no aceptó y me dijo que debía comenzar antes de salir del restaurante. Ni siquiera me dejó ir al baño, allí mismo tuve que desnudarme de cintura para abajo y dejar que Ella me pusiese el cinturón, cuando estuvo puesto y asegurado con un candado, sacó el móvil, hizo una foto de mis genitales encerrados y me dijo que la iba a mandar al foro de cornudos donde le habían dado la idea de mantenerme en castidad. A continuación colocó la llave del candado en el collar que le había regalado, me hizo abrochársele y me besó como hacía tiempo que no lo hacía.
Me excitó tanto que mi poya empezó a ponerse dura, pero no tardé en darme cuenta que el aparato funcionaba a la perfección impidiendo que me pudiese empalmar y provocándome un fuerte dolor en toda la zona. Se lo dije para que parase, pero se rió y me dijo que me acostumbrase al dolor o que aprendiese a controlar mis erecciones, tener la seguridad de que mi poya estaba inutilizada le permitía volver a disfrutar físicamente conmigo, así que tras un momento de duda, respondí a sus besos con la misma pasión y lo que es mejor, a magrear su cuerpo como no me dejaba hacerlo desde hacía mucho.
Mi mujer estaba muy excitada, no solo me lo dijo Ella, yo mismo pude comprobarlo al meter mi mano en su entrepierna, sorprendiéndome que no llevase bragas, pero con su coño rezumando abundante flujo. Ella me dijo que le hacía muy feliz el que hubiese aceptado llevar el cinturón, se veía incapaz de vivir sin mi, pero hacía tiempo que tenía la necesidad de anularme genitalmente y de ese modo iniciar la nueva vida que deseaba para nosotros. Me hizo masturbarla sin dejar de besarnos hasta que Ella tuvo un orgasmo, tras el cual llamamos al camarero, pagamos y salimos de allí.
Fuimos a uno de los clubes donde solía follar y antes de entrar me indicó que esa noche, para celebrar nuestros cinco años de matrimonio y mi inició como eunuco, quería que la desvirgasen el culo. La humillación que sentí al escucharla era tan intensa como el deseo de verla sodomizada, esa fue la primera vez que desee realmente ver a mi mujer tratada con violencia y castigada por otro hombre, aunque no dije nada y tan solo le respondí que Ella era quien mandaba, ese deseo era una manera de vengarme de Ella. Pasamos al local, nos fuimos a una de las mesas y me indicó a quien debía pedirle que le desvirgase el culo. Había elegido a un tío más de veinte años mayor que nosotros, pero muy atractivo al que ya habíamos visto otras veces. Aunque nunca llegamos a hablar con él si que le habíamos visto follar, tenía una poya bastante grande y era bastante bruto follando. La miré extrañado, pensé que preferiría alguien no tan dotado y algo más joven, no hizo falta que le dijese el porque la miraba así y Ella misma me dijo que no solo quería que desvirgasen su culo, deseaba que lo hiciesen con violencia y no le importaba que le doliese por que esperaba que verlo me hiciese sentir aún más humillado.
Fui a buscarle, no hizo falta que insistiese y en menos de diez minutos estaba viendo a mi mujer puesta a cuatro patas, el tipo detrás de Ella escupiendo en su culo, metiéndole los dedos para abrirla un poco y antes de que pudiese darme cuenta le metió la poya de un solo empujón provocando que mi mujer diese un alarido de dolor. Su respuesta fue pegarle un par de manotazos bien fuertes en las nalgas, mandarla callar y comenzó un bombeo constante, mientras que mi mujer mordía la sábana y lloraba en silencio aguantando el dolor como podía. No me sorprendí al darme cuenta que me encantaba ver a mi mujer así, mi poya intentaba ponerse dura, pero el cinturón lo impedía, aún así, me bajé los pantalones, me daba igual que me viesen, y empecé a acariciar mis huevos y la jaula que encerraba mi poya, a sabiendas de que me daría igual.
El tío debió estar cerca de media hora bombeando el culo de mi mujer, que a esas alturas había cambiado el llanto y el dolor por gemidos y placer, le azotaba las nalgas de vez en cuando y terminó corriéndose dentro de Ella. Una vez lo hizo, sacó la poya del culo de mi mujer del mismo modo en que la había metido, se dirigió hacía su cabeza, la cogió por pelo y le metió la poya en la boca todo lo que pudo provocándole varias arcadas y obligándola a chupársela hasta dejarla completamente limpia. Una vez satisfecho se fue sin decir una palabra con una sonrisa de satisfacción.
Volvimos a casa sin apenas hablar, yo estaba confuso por lo sucedido, aunque Ella me confesó que eso era lo que quería, ese tío la había violado, pero yo había disfrutado viendo a mi mujer violada y maltratada porque deseaba que sufriese, pero al mismo tiempo había disfrutado por mi propia humillación como cornudo y mostrñandome como tal públicamente.
El tiempo siguió pasando y nuestra vida estaba cada vez más supeditada al sexo o lo que es lo mismo, a los deseos sexuales de mi mujer. Se dejaba follar por cualquiera de sus agujeros sin poner impedimento alguno en que se corriesen donde deseasen, muchas veces, después de follar con alguno, nos íbamos a otro local para que follase con otro e incluso, en varias ocasiones, la follaban dos tíos al mismo tiempo. Por mi parte seguí con el cinturón de castidad todo el tiempo, al principio me despertaba todas las noches en algún momento por el dolor cuando tenía una erección, pero al cabo de varios meses me di cuenta que mis erecciones cada vez eran menos habituales y también menos intensas, incluso tenía la sensación de que el cinturón no estaba tan apretado.
Al siguiente aniversario mi mujer me regaló un nuevo cinturón de castidad algo más pequeño por que el que llevaba se me había quedado algo grande. Me le puso y tengo que reconocer que sentir que mi poya, además de más pequeña, no se ponía dura me gustó.
A continuación me dio otro paquete en el que había un vibrador, antes de que pudiese preguntarle nada me dijo que, después de un año sin poder correrme, debería de estar preparado para descubrir el placer de correrme sin empalmarme y necesidad de tocarme la poya. No entendía a que se refería, hasta que me indicó que me desnudase y me sentase en una silla abierto de piernas. Una vez situado me sujeto las manos a la espalda con unas esposas y mis piernas a las patas de la silla, me dio un morreo, se arrodilló frente a mi sonriendo, colocó el vibrador bajo mis pelotas y le puso en marcha.
La verdad, después de un año estaba mentalizado a vivir el resto de mi vida en un estado de excitación constante, pero las vibraciones consiguieron que a los diez minutos sintiese que estaba a punto de correrme y mi mujer, justo unos segundos antes de que lo hiciese, retiró el vibrador. Pasaron unos segundos hasta que mi poya empezó a expulsar semen, pero sin fuerza, como si estuviese rebosando y además estaba más cachondo que antes de sentarme por que, a pesar de haberme corrido, realmente no había sentido ese climáx que siempre iba asociado a las corridas.
Mi mujer estaba riéndose y aplaudiendo por lo conseguido, le encantaba que mi primer "ordeño", como Ella le llamó, hubiese salido tan bien, era necesario vaciar mis testículos cada cierto tiempo, pero hacerlo de este modo evitaba que sintiese el placer del orgasmo y perdiese la excitación, lo cual era muy cierto. Sorprendentemente acercó su boca a mi poya, recogió de ella los restos de semen que quedaban sin caer al suelo y me beso obligándome a probar mi semen por primera vez, no tardaría en averiguar que comer mi semen y el de muchos otros tíos se convertiría en algo habitual.
Me soltó, nos vestimos y me dijo que tenía una sorpresa para mi. Fuimos a uno de los locales que solíamos frecuentar los fines de semana, al entrar le preguntó al encargado si estaba todo preparado, respondió afirmativamente y nos acompañó al interior. Me extraño que la zona de la barra estuviese desierta y más aún que en la sala interior hubiese cerca de veinte tíos, pero ni una sola mujer. Según entramos el encargado dijo que podía empezar la fiesta, todos se volvieron mirando a mi mujer, que ya estaba desnuda y antes de dirigirse hacia ese grupo de hombres me ordenó desnudarme y hacer todo lo que me indicase, tanto Ella como cualquiera de los hombres.
Durante las siguientes horas fui testigo de como todos esos hombres, incluyendo el encargado y alguno que llegó más tarde, se follaron a mi mujer, algunos más de una vez, como quisieron y por donde quisieron, sin condón y corriéndose en todos sus agujeros y sin dejar de hacer comentarios soeces y denigrantes hacia mi y sobre todo hacia mi mujer. Por si eso fuese poco, también tuve que hacer de mamporrero varias veces cogiendoles las poyas a algunos de ellos para que las metiesen en cualquiera de sus agujeros y lo peor de todo, besar su boca y lamer sus agujeros llenos del semen de esos tíos.
A partir de ese día pasé de simplemente ver como otros se follaban a mi mujer, a ejercer de mamporrero y usar mi lengua para limpiarle su cuerpo del semen de los hombres que la follaban, incluso en alguna ocasión tuve que chupar las poyas de algunos para limpiarlas después de que se la hubiesen follado.
Para entonces ya éramos conocidos en todos los locales liberales de nuestra ciudad, también en algunos de otras ciudades, mi mujer follaba con todo el que se lo proponía, incluso algunos con los que entablamos cierta amistad venían a nuestra casa, en esas ocasiones no solo la follaban, también se quedaban a pasar la noche, por supuesto en nuestra cama con mi mujer, yo pasaba la noche en el sofá mientras que ellos follaban sin que yo estuviese presente, eso si, lo habitual era que me llamasen para limpiar con mi lengua sus corridas.
Mis "ordeños" se hicieron habituales y nunca pasaban más de dos meses entre ellos, aunque en algunas ocasiones mi mujer me los hacía a diario, incluso en cierta ocasión estuvo una semana entera ordeñándome dos y tres veces al día. Reconozco que disfrutaba viendo a mi mujer convertida en una puta, pero sobre todo disfrutaba viendo como los hombres que la follaban la trataban como tal, llegando incluso a traerse a amigos para que la follasen y Ella nunca decía que no. De hecho, excepto en nuestros entornos laborales, familiares y las amistades anteriores a nuestro cambio, no teníamos reparos en mostrar públicamente nuestra relación, incluso nuestras vacaciones las pasábamos siempre en algún complejo nudista, preferentemente liberar y sin restricciones sexuales de ningún tipo, para que todo el mundo pudiese verme con el cinturón de castidad y si nos preguntaban, tanto mi mujer como yo respondíamos sin tapujos cual era nuestra relación.
A pesar de todo, sentía que nos faltaba algo y no era capaz de saber el que, al decírselo a mi mujer me confesó que a Ella le pasaba igual, por suerte el destino nos mostró la solución el día en el que coincidimos con mi jefe en uno de los locales y llegó justo para verme chuparle la poya al que se acababa de follar a mi mujer y lamerla el coño limpiándole toda la corrida. No se cortó ni un pelo en tomar el mando de la situación, en menos de diez minutos estaba sentado a mi lado, con mi mujer haciéndole una mamada y yo contándole todo sobre nuestra vida, no por decisión propia, fue Él quien nos ordenó que lo hiciésemos. En ningún momento preguntó nada, tan solo nos ordenó las cosas, yo no se por qué, además de darle todo tipo de detalles sobre nuestra vida, incluyendo esa sensación de que nos faltaba algo, le confesé que cuanto más veía denigrar y maltratar a mi mujer más me gustaba. Cuando se corrió en la boca de mi mujer, sin apenas mirarla, como si no fuese más que un objeto, se levantó y se fue no sin antes decirme que el lunes a primera hora quería verme en su despacho.
Cuando volvimos a casa le comenté a mi mujer que estaba preocupado por lo que pudiese suceder con mi jefe, me respondió quitándole importancia y que por Ella no tendría ningún reparo en follar con Él de manera habitual.
El lunes, nada más llegar a la oficina, me dirigí a su despacho, entré y Él empezó a hablar. Me explicó que le gustaba someter y denigrar a las mujeres, tenía algunas con las que se divertía ocasionalmente, pero ninguna estaba dispuesta a entregársele de manera total y llevaba tiempo buscando alguna que lo hiciese. El caso es que, tras ver nuestro comportamiento de la otra noche y por lo que yo le había contado, estaba seguro que mi mujer era la que estaba buscando, además, el que estuviese casada con un cornudo consentido y este fuese su empleado le resultaba mucho más interesante. Yo era incapaz de decir nada y la única vez que fui a decir algo me mandó callar.
Cuando terminó de contarme todo lo que le gustaba, me dijo que me tomase toda la semana libre, pero que el próximo lunes quería que fuese con mi mujer para firmar su contrato de entrega, desde ese momento Ella pasaría a ser de su propiedad, no solo podría usarla a su antojo, también podría prestarla, alquilarla, exhibirla y comerciar con Ella como si no fuese más que un objeto, lo cual incluía trabajar públicamente de puta y de actriz porno para películas y espectáculos. Evidentemente, todo ello implicaba que mi mujer debería dejar su trabajo actual, aunque Él le haría un contrato de trabajo con las mismas condiciones que el que tuviese en este momento para que no se convirtiese en una parada y dado que yo había aceptado ser dominado por Ella de manera permanente, también pasaría a pertenecerle a él. Finalmente, antes de que me mandase irme, sin permitir que dijese nada, me aclaró que si nos negábamos me despediría.
Estuve todo el día dando vueltas por la calle, poco antes de que mi mujer saliese de trabajar le puse un mensaje para avisarle que iría buscarla. Al verme me preguntó que si pasaba algo le respondí que si y le conté todo lo sucedido con mi jefe. Se quedó pensativa, pero no pareció molestarse ni preocuparse en exceso, a pesar de que mi puesto de trabajo estaba en juego. Tras unos minutos sonrió y me dijo que le parecía algo muy excitante. Le hice hincapié en los detalles de que mi jefe podría prostituirla, convertirle en actriz porno, lo cual implicaría que nuestras familias se enterarían de todo y peor aún, económicamente estaríamos completamente en sus manos, pero Ella dijo que, no solo no le importaban esas cuestiones, es que tampoco le importaba mi opinión y lo único que debía hacer era aceptar que el lunes comenzaría nuestra nueva vida.
Durante el resto de la semana, mi mujer gestionó todo lo necesario para dejar su trabajo, a mi me ordenó llamar a todos los hombres que se la follaban con cierta asiduidad para explicarles su inminente entrega a mi jefe y preguntarles si tenían algún problema en que él tuviese sus teléfonos por si deseaba ofrecerles a mi mujer en algún momento, casi todos se negaron, pero a algunos les pareció bien. Cuando llegó el lunes nos dirigimos a mi trabajo, pasamos a la oficina y al entrar vi que a mi jefe le acompañaban tres hombres y una mujer.
Esas personas eran un notario que levantaría acta de que nuestra entrega se realizaba de manera voluntaria y las otras tres venían en calidad de testigos, aunque también se beneficiarían de la entrega de mi mujer ya que uno de los hombres era el dueño de una productora porno, el otro de una cadena de locales con espectáculos porno, en los que también había cabinas y reservados para shows privados y la mujer era la dueña de varios burdeles junto con una agencia de escorts.
Sobre la mesa había varios contratos, todos estaban firmados por mi jefe y por alguna de las otras personas, se los ofrecieron a mi mujer para leer, pero Ella dijo que se conformaba con que le explicasen de manera resumida cuales serían sus obligaciones y que recibiría a cambio. El notario tomó la palabra y le explicó que, una vez firmado el contrato de entrega, ambos pasaríamos a ser propiedad de mi jefe, quien tendría el derecho de usarnos como Él desease, nuestras obligaciones serían obedecer y hacer todo lo que nos ordenase, en el caso de que generásemos algún beneficio económico, tanto por ser prostituidos como por cualquier otro servicio, serían de mi jefe. Laboralmente mi situación seguiría igual y mi mujer tendría un contrato de trabajo similar al de su anterior trabajo, pero nuestros sueldos pasarían a ser gestionados por mi jefe, quien se encargaría de pagar todos los gastos de nuestra manutención, incluyendo impuestos, vivienda, ropa, trasporte, etc, etc... De este modo dependeríamos completamente de Él. El los otros contratos entre mi jefe y alguna de las otras personas, mi mujer aceptaba que estas pudiesen disponer de Ella como mi jefe decidiese.
Mi mujer firmó todos sin dudar y me les pasó para que yo firmase también, cosa que hice por qué era mi única opción, aunque no desease hacerlo. A continuación el notario, tras recoger todos los contratos, nos entregó el acta notarial para que la firmásemos también y se despidió. Mi jefe me ordenó acompañarle a la puerta y antes de irse me dijo que nos veríamos pronto ya que tenía ganas de comprobar que tal era chupando poyas. Al volver la puerta del despacho estaba cerrada y con un cartel de no molestar, así que me fui a mi mesa y comencé a realizar mi trabajo habitual, mientras lo hacía podía escuchar algo de lo que sucedía en el despacho, no distinguía bien todo lo que decían, pero las risas, los insultos y alguna orden que si logré entender, eran suficiente para dame cuenta que estaban tratando a mi mujer como una puta, aunque cuando la escuché gemir y gritar de placer fue la confirmación de que mi mujer era realmente una puta.
EPÍLOGO:
Desde aquel día ya han pasado casi cinco años, sigo llevando un cinturón de castidad, pero mi poya se ha encogido tanto que donde va encerrada es media bola de apenas dos centímetros de radio, mis erecciones son inexistentes y sigo siendo ordeñado periódicamente, aunque hace tiempo que esos ordeños los realizan otros hombres, siempre en público y ya no usan el vibrador con el que lo hacía mi mujer, ahora me ordeñan a través de mi culo. He de añadir que también soy prostituido como esclavo gay y he sido obligado a protagonizar una gran cantidad de películas porno, en las primeras lo hice junto a mi mujer como su marido cornudo, pero ya hace mucho tiempo que solo son películas gays, en cualquier caso, tanto en las películas como al ser prostituido, mi único sexo consiste en mamar las poyas de otros hombres y que me sodomicen sin el morbo de que se follen a mi mujer, a la que tan solo puedo comer el coño un día al mes.
Mi mujer, por su parte, ha seguido un camino similar, durante un tiempo mi jefe la usó sin descanso, hasta que se cansó de Ella y, tal como ponía en el contrato, la puso a trabajar como puta y actriz porno. Desde que empezó ha rodado una media de tres películas al mes, aunque lo que nunca pude imaginar, es que rodaría películas de temáticas extremas que dejan un gangbang en algo insulso. Ha protagonizado cintas de fist fucking, sadomasoquistas extremas donde le han azotado hasta dejar su piel llena de marcas e incluso con heridas, bukakes en los que ha ingerido el semen de más de cincuenta hombres, incluyendo algunas meadas, han follado su garganta tan profunda y salvajemente que ha vomitado, en los últimos meses ha rodado varias películas de zoofilia, muchas con perros que se han corrido tanto en su culo como en su coño, pero también algunas con caballos o con cerdos y en casi todas se ha comido el semen de los animales, pero esta misma mañana le han avisado que la siguiente película será la primera de una serie escatológica de quince escenas, entre las que al menos tres serán de gangbang en las que mi mujer ejercerá de retrete donde todos los actores, además follarla, cagaran en su boca.