Cornudo ... y sin remedio (4)

Otra infidelidad de mi querida esposa me hace darme cuenta en lo que me espera de aqui en adelante.

Después de que mi esposa, Carmen, se follara a los dos vecinos, la cosa se apaciguo un poco, por lo menos no presencie escenas de sexo con ella, aunque varios médicos y algunos fisioterapeutas, de los que me atendían en mi recuperación, tuvieran más confianzas de las debidas con la esposa de un paciente. Se lo hice notar a Carmen, pero ella respondió que eran imaginaciones mías.

Acabe mis largas jornadas de rehabilitación y empecé a llevar una vida más normal, abandone la silla de ruedas y me enganche a unas muletas y acabé con un bastón.

Finalicé con mi rehabilitación y volví al trabajo, como no podía conducir cada mañana venía un coche de la empresa a buscarme a casa y me llevaba al despacho, allí realizaba mi jornada laboral y luego me devolvía a casa. Durante todo el tiempo que estuve convaleciente mi ayudante se hizo cargo de la dirección de mi departamento, pero mi familia me reclamaba que volviera a mi puesto, cuando lo hice todo estaba casi patas arriba y tuve que invertir mucho tiempo en dejar las cosas como estaban antes de mi accidente. Cuando llegaba a casa estaba reventado de cansancio y no estaba para fiestas aunque alguna vez cumplí con mis deberes matrimoniales, no era como antes. Aunque Carmen no se quejaba mucho y yo no tenía tiempo en pensar si follaba con otros.

Pasó un tiempo, varios meses, y todo continuó igual hasta que mi vida volvió a sufrir un nuevo cambio.

Ese día llegué un poco más temprano a casa de lo normal, pero creo que esto no influyó en lo que pasó, cuando entré en casa tuve una sensación extraña de que algo ocurría pero no le hice mucho caso, me dirigí a nuestra habitación sin pasar por la salita donde suponía que estaba Carmen, pues estaba la televisión encendida, solo la salude en voz alta.

  • Hola Carmen ya he llegado, voy a ducharme. ¿Qué hay para cenar?

Creí que me respondía con un "hola que tal te ha ido", pero debieron ser imaginaciones mías, pues cuando abrí la puerta de nuestra habitación el cuadro que encontré volvió a golpearme como un mazazo en mi autoestima. Me encolerice e intente agredir a mi esposa pero a los dos pasos algo ocurrió y caí de bruces sobre la alfombra. Mi brazo débil por el accidente no pudo impedir el golpe y el dolor en la nariz más la escena que veía hicieron brotar mis lagrimas, hice suplicas y ruegos a mi esposa, mientras intentaba sacar mi pie y mi bastón del tirante del sujetador de mi esposa, que estaba en el suelo provocándome la caída. Pero ella hacia caso omiso a mis requerimientos y continuaba con su actitud de esposa infiel.

Así como pude me incorporé y me senté en una de las butacas que había en la habitación enfrente de la otra que ocupaba mi esposa y ser mero espectador de la escena que allí se representaba.

Allí enfrente mío estaba mi esposa, no diré completamente desnuda, ya que llevaba dos prendas de vestir, una eran unos zapatos negros de tacón alto y la otra un collar de perlas que yo le regalé al segundo mes de casados. A decir verdad estaba maravillosa, daba gozo verla, con su piel algo bronceada y brillante por la situación en la que estaba, su pelo, que ahora llevaba teñido de rubio platino, suelto y despeinado sobre el respaldo del sillón, todo eso hacía que uno deseara amarla.

Y delante de ella había un hombre alto y negro, de ese negro color chocolate oscuro, él si estaba completamente desnudo, y que se había puesto a sonreír, enseñando dos filas de dientes blanquísimos, desde el momento en que yo había entrada en la habitación hasta ahora. Allí estaba mi "santa" esposa agarrando con sus dos manos la enorme polla del negro, que mediría más de treinta centímetros y casi llegaba a los cuatro dedos de ancha, y se la metía en la boca hasta donde podía, con una cara de gusto y satisfacción que parecía que no querría hacer otra cosa en la vida que chupársela al negro ese.

Al cabo de un momento el negro la agarró con sus manos por la nuca, mientras mi esposa soltaba la polla y ponía las manos en las caderas del negro, y al mismo tiempo que embestía empujó hacia si la cabeza de Carmen, la polla del negro entro hasta casi los huevos, que eran también enormes, y mi esposa tuvo una arcada, entonces la polla salió de su boca, brillante por la baba de la que estaba impregnada y que colgaba de la punta de la polla hasta la boca de mi mujer con un grueso hilo. El negro siguió retirando su polla hasta que el hilo se rompió y una parte quedó colgando de la punta de su polla y la otra se estrelló contra la barbilla de mi mujer y empezó a caer por su cuello.

Volvieron a repetir y la polla entró otra vez hasta los huevos y volvió a salir brillante y con el grueso hilo de baba que se rompió, entonces me fijé como la baba que caía por la barbilla de mi mujer había formado como una especie de río que iba fluyendo primero por el cuello, seguía bajando por su pecho y se internaba entre sus dos tetones, que tenían los pezones muy erguidos, demostrando el gusto que estaba pasando Carmen. El río de baba después de pasar entre las dos tetas seguía fluyendo por su estomago hasta el ombligo, donde se remansaba un poquito formando un pequeño lago, muestra del tiempo que debían estar haciéndolo, luego seguía manando por su vientre hasta desaparecer en el interior del depilado coño de Carmen.

Al cabo de un par de metidas más mi esposa se decidió a hacerme caso y apartando el pollón de su boca me saludo haciendo un gesto con su mano y con estas palabras.

  • ¡Hola cariñito!, ya has llegado. Estoy aquí follando con… bueno no me acuerdo. ¿Verdad que no me molestarás? – pregunto con voz melosa y yo conteste negando con la cabeza, ella continuó.

  • ¡Muy bien! Pues mira como me folla este pedazo de pollón negro y cuando acabe, si te portas bien, te haré un regalito.

Yo, esta vez, asentí con la cabeza esperando ansiosamente el regalito de mi esposa mientras me pajeaba mi polla completamente erecta.

Ellos continuaron, mi esposa se metía la polla hasta el fondo de su garganta, luego se la sacaba para chupar el tronco de la polla y acabar metiéndose los huevos del negro en la boca y chuparlos. Estuvieron así varios minutos, hasta que el negro metió unos dedos largos y gruesos en el húmedo, por la baba y el flujo, coño de Carmen. Ahora ella empezó a gemir al tiempo que seguía chupando la polla de su negro amante.

Al cabo de un rato, Carmen dejando de chupar la polla del negro, levantó las piernas dejándolas en vertical y agarrándose los tobillos con las manos, para ayudarse a mantenerlas así, le dijo a su amante.

  • ¡Vamos, negro mío, méteme en el coño ese pollón!

Y el negro no se hizo de rogar y se lo metió, empezó despacio, entrando poco a poco. Al tiempo que la polla del negro iba entrando, despacito, en el coño de Carmen, ella iba cambiando su cara, primero los ojos cerrados, luego se mordió el labio inferior, para acabar con un grito exhalación de placer y abrir unos ojos como platos al momento que decía.

  • ¡Joder tío, me ha llegado hasta el estomago, sigue…sigue, no pares, cabrón!

El negro no paró, sino todo lo contrario y aumento el ritmo de sus embestidas, eso hizo aumentar el volumen de los gemidos de placer de Carmen, para llegar a convertirse en alaridos. La cara de mi esposa también expresaba su satisfacción, cerraba los ojos, se mordía los labios, movía la cabeza de un lado al otro, despeinándose más, y de tanto en cuanto abría los ojos como si estos fueran a salírseles de las órbitas.

El negro no paraba, la enorme polla entraba y salía del coño de Carmen a un ritmo endiablado, que también marcaban los tetones de mi esposa subiendo y bajando. Carmen para contrarrestar las embestidas de su follador, soltó sus piernas y con sus manos se agarró al cabecero del sillón. Pero las piernas no cayeron, el negro las había sujetado por detrás de la rodilla para poder dar más fuerza a sus embestidas.

Mi esposa bramaba de placer y el negro no paraba de meterle la enorme polla hasta los huevos, luego salía brillante de los jugos que debía estar soltando, pues por los gritos de mi mujer, se debía haber corrido varias veces. Durante un momento vi como un corto chorrito de líquido salía de su coño para caer sobre la alfombra y mi esposa decía a su amante con voz entrecortada y suplicante.

  • ¡Para… por favor, para...!

Y pasando sus brazos alrededor del cuello de su amante negro lo abrazó. A este no le quedó más remedio que parar y sacó la polla del coño de mi esposa y empezó a morrearla y chuparle las tetas, que aún se pusieron más duras. Estuvieron así varios minutos dando tiempo a mi esposa que recuperara el resuello, luego se separó de su macho negro y levantándose me dijo.

  • Ahora, cornudito, me voy a meter esa tranca por el culo.

Y poniéndose de rodillas en sillón, bajo el tronco hasta apoyar su cabeza sobre el asiento y cogiendo ambas nalgas con sendas manos, las separó diciendo a su amante.

  • ¡Vamos, negrazo mío, rómpele el culo a esta puta guarra blanca!

El negro se acerco y soltó un salivazo en el agujero del culo de Carmen y metió un dedo en él, seguido de otro. Metía y sacaba los dedos intentando ensancharle el agujero del culo a mi esposa, que muy excitada y anhelante le dijo.

  • ¡Vamos, mi negrito, mete tu pollón en el culo de tu puta!

Pero el negro no le hizo caso, sino al contrario, le metió la polla por el coño al tiempo que le metía un tercer dedo por el culo. Cosa que le hizo exclamar a mi mujer.

  • ¡Macho mío, enséñale al cornudo de mierda de mi marido como enculas a la puta perra de su mujer!

Esto si tuvo efecto sobre el negro, que sacando su brillante polla del coño de mi esposa, apoyo la punta de aquella sobre el agujero del culo de ella y haciendo presión le metió la cabeza. Carmen emitió un gritito de dolor y placer y luego le dijo a su amante.

  • ¡Méteme más!

El negro empezó a meter la larga polla por el culo de mi mujer, despacito. Pero ella le urgió.

  • ¡De una vez… la quiero toda de una vez!

Él la obedeció y le enterró la polla en el culo, hasta los huevos. El grito de Carmen retumbó por toda la casa, hasta diría que por todo el edificio, pero al instante se recuperó para decirle al negro.

  • Muéstrale al maldito cornudo como un macho le rompe al culo a un puta… dame fuerte… macho mío.

Y el negro empezó, otra vez, un mete saca con un ritmo tan endiablado. Carmen gemía de placer, creo que intentaba decir algo, pero el ritmo de la enculada no me permitía entenderla. Su amante continuó follándola por el culo, mi esposa se había soltado las nalgas y amortiguaba las embestidas el negro apoyando las manos en el asiento del sillón, mientras el negro había tomada el relevo, con sus manos, de mantener separadas las nalgas de Carmen. Esto duró unos minutos, luego mi esposa levanto una mano y apoyándola en el vientre de su macho le hizo parar y sacarle el pollón que le metía por el culo, cuando lo hizo sonó un plop y mi mujer soltó una pedorreta.

Carmen se dirigió hacía mí y girándose dándome la espalda se inclinó hacia delante para enseñarme bien como tenía el culo de abierto. Con una mano en cada nalga mantenía el agujero abierto, pero creo que no le hacía falta, de la manera que lo tenía abierto tardaría bastante en cerrársele. Giró su cara hacía mi y me dijo.

  • Ves, maridito, esto será una cosa que tú nunca podrás hacerle a la puta de tu mujer.

Y dirigiéndose al negro le indicó que se sentara en el sillón, luego se fue hacía él y se giro dándole la espalda y mirándome a mi de frente, puso una pierna a cada lado de las piernas del negro y agarró con una mano la polla dura y levantada que dirigió al agujero de su culo, cuando noto que la punta del pollón estaba bien situada, empezó a sentarse sobre ella hasta que solo se vieron los huevos del negro, entonces con una cara de extremo placer, se quitó los zapatos y puso sus bellísimos pies, con las uñas pintadas de rojo, sobre los muslos de su amante, levanto un poco el culo y arqueo el cuerpo hacia atrás apoyando sus manos sobre los apoya brazos del sillón. El negro la asió por la cintura y volvió a comenzar el ritmo infernal de la enculada, mientras lo hacía sus manos iban cambiando de lugar acariciando su vientre, estimulando su clítoris, amasando sus tetones y tirando de sus pezones.

Carmen tenía los ojos casi en blanco, jadeaba y gritaba como una posesa y de su muy húmedo coño salía de tanto en cuanto un chorrito de liquido que caía sobre la alfombra. Creo que era pis que se le escapaba al estar pasando tanto gusto.

A los pocos minutos el negro dijo algo así como.

  • Quiero correr… quiero correr.

Y Carmen contestó.

  • Si, macho mío, córrete en mi cara.

Y se desenchufó de la polla del negro sonando otro sonoro plop. Se arrodilló delante de él abriendo la boca y sacando la lengua, mientras se metía varios dedos de una mano por el coño y los de la otra por el culo.

El negro empezó a menearse la enorme polla delante de la cara de Carmen, haciendo muecas y dando gruñidos, largo siete u ocho chorrazos de semen blanco y espeso sobre la cara y tetas de mi esposa y luego se la metió en la boca para que le chupara los restos de semen que le colgaban de la punta del capullo. Carmen se la chupó con frenesí, mientras el negro tiraba de su polla, al final logro sacársela de la boca de mi esposa y se fue en dirección al baño, no debía ser la primera vez que venía.

Después de esto, Carmen vino hacia mí de rodillas y a un paso de mi se giró deslizándose sobre sus rodillas y inclinándose hacia delante me enseñó el agujero del culo que aún no se había cerrado del todo y me dijo.

  • ¿A que te gustaría metérmela por el culo? , cornudito.

Yo asentí con la cabeza y ella me contestó.

  • Pues venga a que esperas ahora tienes la oportunidad que han ensanchado el agujero, cornudo de mierda. Y si crees que te falta un lubricante aquí tienes

Y cogiendo con sus dedos un chorretón de semen que le caía por la barbilla, se lo esparció por el agujero del culo.

  • Si no te basta con esto – siguió Carmen – hay más.

Y cogió con sus dedos más restos de semen para esparcirlos y meterlos por el agujero de su culazo. Yo ya no pude más y con mi polla muy endurecida y a punto de reventar se la metí por el culo, aunque estaba muy ensanchado para mi polla, pues casi no tocaba los bordes del agujero, me corrí a las cinco o seis embestidas.

  • ¿Ya te has corrido?

Me preguntó Carmen con tono de sorna. Y yo un poco avergonzado y sin poder decir palabra volví a asentir con la cabeza. Mi esposa con una mirada suave y con voz melosa me dijo.

  • Dame un beso.

Y yo besé su boca donde aún quedaban restos de semen del negro, luego me separó y cogiendo con sus dedos unos restos, ya casi licuados, de la corrida de su amante negro, se los puso en el agujero del culo y con voz autoritaria y mirada penetrante me ordenó.

  • ¡Ahora límpiame el culo de todo lo que has metido! ¡Vamos cornudo de mierda, límpiame bien o sabrás como las gasto yo!

Y obedeciendo sumisamente me agache y puse mi boca en su, aún, abierto culo y le lamí y trague toda la leche que salió de su culo y la que tenía por los alrededores, cuando hube acabado me dijo Carmen.

  • ¿Te ha gustado? ¿Eh?

Yo baje la mirada y no dije nada. Ella volvió a hablar en un tono más duro.

  • Contéstame cuando te pregunto, cornudo de mierda.

Y acercándose a mí me dio un sonoro bofetón, que casi me hizo caer. Y volvió a preguntar, con voz dura.

  • ¿Te ha gustado?

Esta vez respondí un si tímidamente por miedo a que me volviera a soltar otra torta. Entonces ella se inclino hacia mí y acercando su cara a la mía y mirándome fijamente me dijo.

  • Ya puedes ir acostumbrándote, cornudo come leches, pues a partir de ahora esto serás, un cornudo come leches y vas a obedecerme en todo.

Y para reforzar sus palabras me había cogido mis testículos con una mano y los apretaba fuertemente. El dolor era insoportable, pero cuando la mire y vi su cara con restos pringosos de semen, sus tetones bamboleantes y los regueros brillantes que se deslizaban por el interior de sus muslos, posibles restos de semen que se deslizaban hacía abajo, me corrí otra vez sobre la mano de Carmen.

  • ¡Ya veo que te gusta! – Y añadió – vas a ser un cornudo muy obediente. ¿Verdad? ¡Ahora límpiame la mano, cornudo!

Y puso su mano chorreante de mi semen delante de mi boca y yo lamí mi propia corrida.

Cuando acabé se dirigió a la cama donde estaba su amante negro y tumbándose a su lado me dijo.

  • Este se quedará unos días, todos los que yo quiera, dormirá conmigo y me follará siempre que quiera y tu estarás dispuesto para todo lo que yo ordene. ¿Has entendido, cornudin?

Yo asentí y aquí comencé una caída en pendiente que aún no ha terminado.