Cornudo y feminizado
Me animaste a que cumpliera mis fantasías más oculta y eso hice. Sin miedo. Confiando en ti. Hoy soy un sumiso cornudo feminizado que ve feliz como me pones los cuernos con tu jefe y me obligas a follar con otro sumiso, como si fuéramos dos lesbianas.
Sueño contigo y pienso que andamos ya casados y que has ido poco a poco adentrándome en tu mundo; en ese mundo que has creado para incluirme en él con arreglo a tus deseos, a tus fantasías. Porque todo comenzó un día que estábamos en la cama y tras ver que estaba muy excitado, que te deseaba, me preguntaste por mis fantasías. Yo no te hice caso, quise penetrarte y tú te apartaste y me dijiste que no, que antes tenía que confesarte mis fantasías; esas ensoñaciones que todos tenemos y que no solemos confesar por vergüenza. Me dijiste que ya teníamos confianza y que no te ibas a asustar por muy fuerte que fuera. Y dudé. Por un lado me excitaba que conocieras mis más íntimos deseos ocultos, pero por otro me daba miedo. Pero tú me animaste, me dijiste que me ibas a contar primero la tuya y que así perdería la vergüenza. Y comenzaste a acariciarte el sexo y me revelaste que te gustaría estar con un travestí.
¿Un travestí? –te pregunté asombrado.
Sí, un travestí, pero guapo y femenino.
Vaya, qué sorpresa.
Y dominante.
¿Dominante?
Sí, que nos domine a los dos y nos haga cosas.
No sabía muy bien a qué te referías, pero lo pude aclarar la noche siguiente cuando después de cenar llamaron a la puerta y abriste para dejar pasar a una chica muy mona. Bueno, a un chico, porque era travestí, pero muy femenino. Prácticamente no se notaba la diferencia. Y lo invitaste a pasar y sin más historias, te lo llevaste a la cama. Y lo fuiste desnudando, mientras yo miraba pasmado desde la puerta.
Pasa cariño y observa que sé que te va a gustar- me ordenaste a mí.
Sí, paso.
Y tú, vístete como ya sabes –le dijiste al travestí.
Y él sacó de la bolsa que había traído unos corsé de cuero y algunas fustas y me dio a elegir a mí qué se pondría. Luego me señaló un látigo de nueve colas y una fusta, para que también decidiera. Elegí un corsé de cuero y el látigo de nueve colas.
Y se vistió y se quedó parado/a frente a mi. La verdad es que estaba guapísima con esa ropa que dejaba aparecer por abajo una buena polla. Porque el tipo/a estaba bien dotado, según pude comprobar cuando tú se la acariciaste y comenzaste a chupársela. Se suponía que me estabas engañando, que estabas follando con otro y me estabas poniendo los cuernos. Pero yo no lo veía así. Mi polla tampoco porque estaba durísima.
- Ven cariño, que ya veo que te excita la idea – me indicaste con una pícara sonrisa.
Y fui, claro, porque era un travestí y ni era hombre ni mujer y entonces aquello no eran cuernos. Y si lo eran me gustaban porque cuando llevaste mi cabeza a su polla para que la chupara, me la metí en la boca y la chupé con fruición, con apasionado fervor hasta que él/ella me apartó, te cogió a ti, te echó sobre la cama y comenzó a darte fustazo en el culo mientras tú gemías y suspirabas. No tardaste en correrte dejando una evidente la humedad sobre la sábana a la altura de donde había estado tu coño. Y no tardaste en levantarte, musitarle al travestí algo al oído, no sé qué, y te sentaste luego en el sillón frente a la cama para sonreírme con tu proverbial sonrisa.
Te toca –me dijiste.
¿A mí?
Sí, a ti. No tengas miedo. He visto que navegas por Internet buscando travestís dominantes, como los de Shemale Revenge cuyas fotos guardas en el ordenador. Así que ahí tienes a uno. No tengas miedo.
No tenía miedo de él, sino de ti, porque me cogiste de la mano, me echaste sobre la cama, me obligaste a chuparle la polla y me ataste luego a los barrotes de la cama para dejarme indefenso ante él. Y yo me dejé, claro, porque no podía protestar ya que tenía la polla dura. Habías leído mis pensamientos, me habías pillado y sabías lo que te hacías.
- Que disfrutes, cariño - me dijiste mientras te levantabas, te vestías y salías de la habitación.
El resto de la noche la pasé chupando polla, recibiendo azotes en el culo y siendo la puta sumisa de aquel travestí femenino, pero macho. Perdí la noción del tiempo, hasta que tú llamaste por el móvil y me dijiste que estabas con Carlos, mi jefe, y que estabas en un hotel follando con él.
- Compréndelo, cariño, no sólo tú tienes fantasías –me dijiste sin rubor. Yo también las tengo y desde que supe que te gustaban los travestís dominantes, me dispuse a llevar a la práctica las mías y me follé a tu jefe que tanto me gusta y deseo. No te he dicho nada hasta comprobar que eras feliz realizando las tuyas, pero ahora ya estoy segura de que vamos a ser los dos muy dichosos.
Y lo fuimos, sí, porque desde entonces mi jefe me trata mejor, viene a casa a follar contigo mientras yo estoy trabajando o me dice que me vaya de la oficina antes de tiempo para prepararme. Y yo vengo a casa, me pongo bragas, medias con ligueros y un delantal de doncella francesa y espero a que lleguéis de tomar copas para serviros y quedarme al lado de la cama por si necesitáis algo mientras te folla. Por supuesto que le lamo a él la polla antes y después de follar contigo y a ti te limpio el coño cuando se ha corrido.
Por supuesto que ya no me llamo Andrés, sino Carola. Y por supuesto que he dejado de follar contigo, porque dices que no soy lo suficientemente hombre para eso. Y por supuesto que después de follar con él me azotas el culo mientras yo te doy las gracias por feminizarme y por hacerme cornudo. No sé cómo hemos llegado hasta aquí, pero últimamente has ampliado nuestro horizonte sexual y te has hecho amiga de otra chica dominante que has conocido por Internet y las dos os divertís mucho con vuestros maridos porque el de ella también es cornudo sumiso feminizado y cuando queréis divertiros juntas y montar una fiesta, llamáis a vuestros amantes, folláis con ellos en casa y cuando se van, os folláis entre vosotras, mientras los dos miramos.
O nos chupamos mutuamente la polla, mientras vosotras os reis. O hacemos “duelos de espadas”, según nos decís vosotras riéndoos, porque nos obligáis a que crucemos nuestras duras pollas como su se tratara de un combate de espadachines.
- A ver quién gana. A ver quién de los dos es más cornudo. Y más sumiso. Y menos macho.
Eso me dices y le dices a mi compañero de aventura, mientras os metéis mano, os morreais y nos advertís de lo que nos espera.
- A partir de ahora sólo vestiréis ropa femenina y follareis entre vosotros. Ya os la apañaréis para aliviaros mutuamente como dos lesbianas, porque nuestros machos ya nos satisfacen muy bien a nosotras y no necesitamos más.
No sé cómo hemos llegado hasta aquí. Ha sido todo muy rápido, pero he de confesar que has cumplido con mis fantasías. Con todas. E incluso con algunas que no sabía que tenía.