Cornudo sin carácter. 3

Javier "el Viejo". Mis primeros cuernos. Marta sigue usando a mi novia. Y consigue que se lo haga con otro.

CORNUDO SIN CARÁCTER 3

“Javier El Viejo”. Mis primeros cuernos.

Javier y Marta se conocieron el día que Marta fue a los almacenes a recuperar su cartera. Y a otras cosas por supuesto. La idea no se la había ido de la cabeza.

Se había puesto faldas y una camiseta amplia. Ropa fácil, de quita y pon. Se había arreglado a conciencia. Pintado. Echado colonia. Hasta recortado, mejor dicho, perfilado el vello púbico. Llevaba esperando el momento todo el día. Deseándolo toda la noche mientras se masturbaba sin parar hasta dormirse agotada.

Paseó por los almacenes buscando a los guardas con la mirada. Allí estaba el enano cabrón. Cerca de la puerta, el que la cacheó. Ese fue el que discreto se acercó a ella. Muy educado la preguntó si buscaba algo, si podía ayudarla. “La sección de lencería por favor”, respondió casi tartamudeando por los nervios. Sonrió. Suficiente. El guarda confirmó a qué había venido.

Disimuladamente pero para que ella lo viera, acarició la porra. La estaba recordando que esa misma porra se había paseado por su coñito hasta hacerla gemir. Los pezones de Marta respondieron por ella.

Apareció justo en el momento clave. Justo cuando Marta iba “a robar” esa lencería tan atrevida y el guarda de seguridad estaba ojo avizor. Claro, lo que no sabía el señor ese, es que no estaba robando. Y que el vigilante no la estaba siguiendo por eso, para vigilarla, sino por un motivo muy, pero que muy distinto.

Cuando la detuvo, inmediatamente el señor mayor que estaba detrás salió y se puso por el medio. El pagaba todo. Era su sobrina y era su regalo de cumpleaños, y claro eso de acompañarla en estas secciones, quedaba un poco mal, ¿no le parece a Usted? El guarda no sabía ni qué decir ni qué hacer. Ella tampoco. Solo temblaba. Obviamente era todo mentira pero ni Marta ni el vigilante dijeron nada.

Caminó con las prendas y el señor a su lado. El vigilante detrás.

Pagó la cuenta. No sabía ni qué decir, dijo en cuanto salieron.

-.”No pasa nada, ven vamos a tomar algo, te veo muy nerviosa”.

Entraron en la cafetería que había enfrente. La gustó su tono de voz. Calmado. Seguro. Paternal no, seguro de sí mismo.

Claro tuvo que inventarse una explicación a lo de robar ropa. Y encima ese tipo de ropa. Y a imaginación, a Marta no la gana nadie. Es que en su casa no la dejan, no sabe qué hacer con ella.

-. “Póntela en la mía. Vivo aquí al lado. Y para que no te pase nada en tu casa, si quieres, yo te la guardo, no te preocupes.”. Lo dijo tal cual. Tan natural que su descaro la quedó estupefacta.

Por una extraña sensación sintió que debía devolverle el favor. No sé, su voz era tan tranquilizadora, de esas que inspiran confianza.

Marta y sus increíbles historias porque eso no se lo cree nadie. Bueno nadie no, mi novia si se lo cree. Todo lo que dice Marta mi novia se lo cree.

Hablaban y hablaban… y la fue contando cosas… y convenciéndola.

-.”Mira si quieres te las pones aquí y luego vuelves y”…

-. Ya… ¿y a cambio? Dijo Marta, que si tengo que hacer algo a cambio, volvió a preguntar. Tanta amabilidad no podía ser… digamos gratis. Algo tiene que haber.

-. Nada. A cambio nada. Solo que si me dejas mirar. Pero te repito, si no quieres nada. Respondió él sin inmutarse.

Se sorprendió. Alucinaba. Estuvo a punto de levantarse y mandarle a la mierda, pero pensó que qué mal hacía. Recién cumplidos los 18 ya podía hacer lo que quisiera.

Y lo hizo. No sabe dar una explicación lógica pero acabó subiendo a su casa y probándose la ropita. No se desnudó delante de él. No le dejó mirarla desnuda. Solo con la ropa puesta. Se probó y se puso la lencería. Se miró al espejo. Incluso salió a preguntar lo típico de “¿qué opinas, qué tal me queda?… Y hasta dio un paseíto por la casa. Aplausos. Silbidos, risas. El desfile fue de lo más gracioso y divertido según ella.

Y él, respetuoso, educado y correcto. Sentado, tomando una copa. Mirándola con la sonrisa en la boca.

A la media hora, dijo que se tenía que ir.

-. “No pasa nada. Toma y la dio un catálogo. ¿Puedes llevártelo?. Si te dejan tener esto en casa claro. Dijo retándola. Si te gusta algo me lo dices… Te apunto mi teléfono por si te apetece volver otro día”.

La primera noche, en cuanto se quedó sola, sacó el catálogo de debajo de la cama y empezó a mirarlo. Se imaginó con aquellas braguitas, aquellos “sujes” y se empezó a poner… Pero lo que más la puso y lo que hizo que su mano fuera directa a su coñito fue el imaginarse que podría, no que podría no, que tendría que probárselos delante de un hombre. Daba lo mismo que fuera ese que había conocido y que era mayor, mucho mayor que ella. Si me apuras la daba más morbo. Una ”niña” delante de un viejo mirón… y sus dedos ya estaban como locos.

La curiosidad y las ganas pudieron más que ella. Tan solo aguantó tres días.

Quedaron. Y miraron unos catálogos.

-. ¿Pervertido? Trabajo con textil, dijo él tan tranquilo.

Tenía muchos catálogos de todo. Viajaba. Vendía… Charlaron y subieron a su en su casa. Había algunas “muestras”. Muchas ropas sin desempaquetar. Aun en las bolsas. Puedes probarte las que quieras, la dijo. Con lo presumida que era Marta se la pusieron los ojos como platos.

Se desnudó. Se vistió. Se miró…

Esa noche llamaron a una pizza por teléfono. Ella salió a recibir al repartidor con una batita, casi trasparente, descubriendo más de la cuenta… Las risas por el calentón del chico…

Él vestido. Ella en ropa interior, “enseñando” más de lo que tapaba, fue la primera cena. Ni se molestó en cerrar la puerta o en taparse. No la importó que al cambiarse para volver a su casa la viera completamente desnuda.

Era cuestión de tiempo. Entre las sábanas se imaginó. Empezó a tocarse pero no pasaba de ser un mero “calentón”. Pero lo que la animó a seguir fue la cara del repartidor. Imaginó que la empujaba… que la arrancaba la poca ropa que tenía y que allí mismo…

La amistad fue surgiendo. (Para mí, entre otra serie de cosas, porque tenía dinero, la daba cosas, vamos que la compraba sus caprichitos y además porque un lugar para ir: un piso.).

En las siguientes visitas se fue relajando aún más. Se probaba modelitos muy, pero que muy atrevidos. Algunos los usaban, otros pasaban al catálogo, o los devolvían o incluso los revendía…

Un día llegó un poco antes. Abrió la puerta recién salido de la ducha, con un albornoz o una bata. Accidentalmente se abrió. Marta alucinó en colores. Aquello no era normal. Además, estaba completamente depilado. No tenía pelos ni en el pene ni en los testículos. Aun parecía más grande. Claro él se dio cuenta dónde miraba…

-. ¿Quieres tocarlo? Preguntó con el descaro habitual.

Marta cortada dijo que no se atrevía. Que no. Pero se dejó convencer con mucha facilidad.

Y mirando, y tocando aquello… pues lo normal. Se puso durísimo. Y la curiosidad más que nada, bueno eso dijo ella, yo lo hubiera llamado vicio, pudo más que Marta.

-. ¿Y ahora qué hacemos dijo él cuando le tenía apuntando al techo. Marta se reía. Y siguió tocando. Y no dijo nada cuando él empezó a quitarla la poca ropa que tenía.

No es que terminara desnuda con una polla enorme metida en su coñito, es que estuvo horas. Se la estuvo follando todo lo que quiso. Y la gustó claro. Sabía follar. Sabía hacérselo desear. Y empujar cuando había que empujar. Hacérsela sentir. Hacérsela desear. Y la decía cosas en su oído… putita… zorra… y ella se ponía cada vez más caliente. Y consiguió que Marta explotara.

-. Ahora me toca a mi… la dijo. Tranquila putita no te puedo dejar embarazada. Empezó a notar como se tensaba. Cómo botaba en su interior y se retiró para clavársela con todas sus fuerzas. Gritó. Aquello era descomunal. Y sintió el primer chorro. Y otra vez. Se retiró y otro terrible empujón. Parecía que entraba más adentro aun. Y otro chorro. “Te la voy a sacar por la boca so puta”, gritó cuando la empujó por tercera vez. Marta empalmó un orgasmo con otro.

Después de acabar hablaron.

-. Me ha gustado… follas muy bien...

Y la amistad se fue convirtiendo en confidencias. Él la enseñaría a disfrutar del sexo.

-. ¿Me estás diciendo que te cepillaste al viejo? Dijo mi novia alucinando cuando Marta terminó de contarla que se acostaba con Javier.

Y Marta riendo dijo que si… “Tu hubieras hecho lo mismo al ver “aquello”.

Poco a poco la fue metiendo la curiosidad a mi novia. Ella también podría. Lo mismo de siempre. Que no pasa nada, etc., etc., etc. el discurso habitual.

Y fue a su casa.

La primera vez no pasó nada. Solo charla. La segunda se animó a probarse ropitas. Como Marta. Pero no tan atrevidas.

La tercera, la cuarta o vete tú a saber cuándo fue, vio “aquello”. Marta lo planeó todo. La explicó cómo lo harían… Unas copas, una cena… Y terminó viendo asomar “aquello”. Marta desfilando medio borracha. Ella también en ropa interior medio desnuda. Y el viejo haciéndose el borrachín empalmado con aquel garrote.

Marta se sentó a su lado. Sabía dónde estaba mirando. Sabía perfectamente que ese era el día. Y el momento. Abrió la bata del todo. No dejaba de animarla. “Venga… ven… míralo, no te de vergüenza… no pasa nada… mira que suaves es”…

Marta lo tocaba, lo acariciaba… Y se lo ofreció. Mi novia no pudo aguantar. Tenía que tocarlo. Y lo hizo, lo rodeó con la mano para sentir su calibre. Marta la sujetó la mano. Se la guio. De arriba abajo muy despacio. Quería notar todas las venas, los pliegues, esa tremenda dureza, el tamaño… y por supuesto sus cojones. Depilados. Redondos. Enormes, a juego con su súper pollón.

Sí, ella le masturbó, pero Marta sabía perfectamente que si lo veía y lo tocaba no iba a poder aguantarse. Terminaría cediendo. No habría resistencia. Y menos con dos copas. Conocía perfectamente el punto débil de mi novia. No podría resistirse a la curiosidad. Había que seguir jugando con la provocación. Paciencia, tiempo al tiempo. No hay que empujarla.

Su curiosidad puede más que la vergüenza inicial. Su deseo contenido, su perversión. No puede apartar la vista. Está como hipnotizada. Y Marta sigue haciendo de anfitriona… animándola… Menuda maestra de ceremonias…

Y aquello acaba como tenía que acabar: Marta la ayuda, claro y termina cediendo.

-. Pruébala.

Y ya no dice que no. Se deja manejar. Saldrá follada.

Se subió a horcajadas, bueno antes le había dejado que la sobara a conciencia y la desnudara, que la quitara la poca ropa que tenía.

Javier se sentó en el sillón. Mi novia se dejó guiar por marta. Se subió a horcajadas sobre sus piernas. La sintió entre sus muslos, pegada a su abdomen. Se incorporó un poco. Marta se la colocó a la entrada. Justo en el agujerito.

-. “Baja despacio, déjala que vaya entrando sola”, la decía… “Así…muy bien… sigue otro poco… ¿La notas? ¿La sientes?”...

Se la fue metiendo despacio, muy despacio. Y mi novia fue cerrando los ojos y sintiendo cómo la perforaba ese pollón. Apenas tenía la mitad y ya estaba alucinando. Resoplaba y seguía. Como asustada de lo que estaba haciendo.  Paró un poco para adaptarse. Por fin terminó por entrar toda. El viejo sonreía. Una mano sujetándola por la espalda, justo por donde empiezan las nalgas. La otra sobándola las tetas…

-. Arriba, abajo… Arriba, abajo… despacio, deja que tu cuerpo se acostumbre…. Así… eso es muy bien…

Marta sonreía.

El viejo estiró los brazos. Ella rodeo la cintura con sus piernas. Los brazos alrededor de su cuello. Jadeando.  Marta le ayudó a levantarse. Con mi novia enganchada, ensartada en su pollón, caminó hacia la cama. Con suavidad fue bajando y se acostó encima de ella. La penetración aun fue más profunda… Por primera vez la sintió casi toda entera dentro de su cuerpo. No pudo contener un prolongado gemido de placer.

La faltaba el aire. No pudo aguantar el siguiente el gemido. Creía morirse con todo aquello dilatando al máximo la entrada de su coñito. Y ya, cuando la sujetó las piernas por debajo de las rodillas y se la separó… Las embestidas eran intensas, profundas. Hasta que los cojones no chocaban con sus nalgas no se detenía.

Sentía la profundidad de sus embestidas. Cómo llegaba a zonas donde antes ningún hombre había conseguido entrar… Las manos la sujetaban ahora por las nalgas… medio cuerpo en vilo. Y él empujando. Lento, rápido. Cambiando de ritmo. Haciéndola notar cada pliegue. Retirándola hasta dejar dentro solo su capullo… o enterrándosela entera…

Y Marta a su lado, mirando, masturbándose sin perder detalle del espectáculo. Viendo como mi novia se corría una y otra vez, cómo Javier la follaba sin parar, cambiándola de posición, taladrándola el coñito hasta dejárselo irritado.

Consiguiendo hacerla gemir, jadear, gritar a su capricho… Suplicar que parara o que siguiera a su antojo. Haciéndola rogar que la follara… Ponerla a mil por hora y parar en seco para que ella le implorase llorando que la follara, que la convirtiera en su puta, que estaba dispuesta a hacer lo que fuera…

Y él dale que te pego, dale que te pego. Hasta que ella ya no pudo más…

-. Por favor termina, me estás matando… para… me estás reventando el coño… Córrete… por favor para…

Javier miró a Marta sonriendo satisfecho. Habían ganado.

-. Asique esta niña quiere que pare… que me corra y que no la folle más… ¿tu qué opinas Marta? ¿Paramos? ¿O seguimos hasta que me corra?

Marta lo sabía perfectamente. Mi novia lo odiaba.

Sin decir nada, Marta la acarició la cara.

-. ¿No decías que querías convertirte en su puta? Pues empieza a tragar rabo so zorra.. Y no se te ocurra tirar ni una sola gota de leche.

Visto y no visto.

El capullo de Javier penetró entre los labios de mi novia. Marta la sujetaba la cara mientras se corría escandalosamente llenándola la boca de semen.

Fue su primer polvazo con “El Viejo”.

Roto el hielo, hubo más, muchos más. Además, de eso se encargaba Marta. Ese verano se convirtió en una rutina. Ir a casa de Javier, sola o con Marta. Alguna mamada. Muchas tardes, en lo que llegaba Marta, directa a follar en la cama… Y por supuesto, más de un trío. Marta espatarrada, ella lamiéndola el coñito Y Javier enchufándosela por detrás, o al revés, ella en el lugar de Marta. Según tocara.

Luego a cambiarse de ropita, ir a la discoteca y regresar antes de volver a casa.

Bueno había algo más. Javier o tenía la exclusiva. Una vez que ya había probado a follar con otro, vamos a ponerme los cuernos, pues ya podía hacerlo con cualquiera. Y no solo en la playa, claro. Más de una noche “cazaban” en la discoteca. Luego le dejaban las bragas sucias al viejo. Era un cerdo, Olía sus braguitas y si tenían “cubata” (mezcla de semen y fluido) mejor que mejor… Un pervertido en toda regla, pero tenía dinero y a Marta la permitía llevar un tren de vida inimaginable.

Continuará.

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