Cornudo sin caracter 1
Los grandes almacenes. Hablaré primero de Marta, la prima de mi novia.
CORNUDO SIN CARÁCTER 1
LOS GRANDES ALMACENES
Los médicos me dicen que te va a costar, pero que si pones de tu parte te curarás. ¿Curarse? No, más bien desengancharte. Aunque anticipan que va a ser muy duro.
Me han preguntado cómo era nuestra vida. Qué hacíamos, bueno sobre todo qué hacías tu… tus compañías…
Lo voy a hacer. Aunque suponga hablar de nuestras intimidades y tener que tragarme mucha vergüenza. Muchas cosas de las que estoy arrepentido.
Si me decido a contar todo, tal vez deba empezar contando primero la relación de mi novia con Marta. Y donde yo creo que empezó todo. Aquella vez en los grandes almacenes, donde Marta dijo que pasó tanta vergüenza.
Si, debo decir que gran parte de culpa, si es que se puede hablar de culpa, fue de Marta, su prima.
Marta era algo más que su prima. Su íntima amiga. Su compañera inseparable. Casi eran de la misma edad, apenas se llevaban unos meses. Desde muy pequeñas siempre estaban juntas. Incluso cuando los padres de Marta se separaron y se fue a vivir con la madre, la tía Carmen. Por cierto, entre tú y yo, y sin que salga de aquí, Carmen era una puta golfa de tres pares de demonios.
El caso es que pese a vivir en ciudades distintas la relación no desapareció. Siguieron siendo uña y carne. Además como, la madre trabajaba, pues Marta disponía de mucha más libertad que antes en algunas cosas. En otras la tía Carmen, se volvió un ogro rígido, cuadriculado… Marta era mucho más autónoma que una chica normal de su edad. La madre se iba a currar de cocinera a un restaurante. Llegaba siempre sobre las 2 ó 2.30 de la madrugada. Los fines de semana más. (Decía que claro que había que hacer más horas, recoger, dejar montadas las mesas, limpiar… aunque la verdad es que se piraba de copas, daba igual que fuera conocido o desconocido a “hacer sus cositas”.)
Claro, para Marta, era la libertad total para estar en casa, ver pelis, usar el ordenador… O invitar al noviete de turno, su diversión preferida. Y la más prohibida por la tía Carme claro. Marta espabiló muchísimo. Se “hizo mayor” muy deprisa, como decían los padres de mi novia.
Salía de compras… llevaba la casa entera. Y la madre toda orgullosa. Lo que no sabían es que Marta, lo que verdaderamente aprendió, fue a buscarse la vida y a mentir. Encontrar un tiket de un menú en un bar, decir a su madre que se lo había pagado ella y comer solo un bocata. Se quedaba con la diferencia para sus gastos… Sí, eran tonterías, pero eran a diario y teniendo dinero, pues a gastar.
A Marta la gustaba más que gastar, comprar cosas. Y cuando no podía, pues usaba otros medios. Hasta que un día pasó lo que tenía que pasar. La pillaron. Sí, según salía, los guardas de seguridad la echaron el alto.
-. “Señorita… las cámaras de seguridad la han visto… se introducía usted bajo la ropa… tenga la amabilidad de acompañarnos… a ese cuarto”.
Y a Marta se la cayó el mundo encima. Nada más entrar en el cuarto, se vino abajo. El miedo. Pánico más bien. ¿Llamar a la Policía? “No, no por favor, mire, lo devuelvo. Lo que sea, que mi madre no se entere”…
Y empezó a llorar. Se levantó la blusa y sacó una camiseta arrugada. Había arrancado la etiqueta magnética de seguridad. No valía ni 10 euros. Era el caprichito. Si hasta tenía dinero… intentó justificarse.
Primero el cacheo. Tenía que haberlo hecho una mujer, pero no había. “Usted verá si quiere lo hacemos en comisaría”.
Las manos en la cabeza, tras la nuca. Las piernas algo abiertas. Un detector de metales. Y luego desde atrás, unas manos que comienzan por la cabeza y van bajando. Muy profesionales, si, pero cuando llegaron a las tetas se entretuvieron mucho, muchísimo más de la cuenta.
La miraban con ojos lascivos a tope. El más bajo hasta babeaba. Y encima el muy cerdo se tocaba el paquete. Estómago. Nalgas… y entre las piernas. “Sepárelas más por favor”. Ahora por adelante. La dieron un buen repaso al coñito.
-. “¿Y quién me dice que no tiene usted más cosas debajo de la ropa? ¡Desnúdese!”.
Y Marta pálida, inmóvil. Tres tíos mirando. El de enfrene tenía un bulto enrome en los pantalones.
-.” Luis, llama al 091”. Y Marta a suplicar llorando. Roja como un tomate, muerta de vergüenza, empezó a desabrochar la blusa.
Los soeces comentarios la aturden aún más… “Qué buena está la ladrona... Joder, con este cuerpazo no sé qué haces choriceando. Si quieres dinero lo que tienes que hacer es mamar pollas, so puta. Venga sigue. Bájate los pantalones”.
Y Marta obedeció. La mandaron a un rincón y se pusieron a rellenar unos papeles. Les vio cuchichear mientras la miraban. Se la comían con los ojos. Estaba acojonada, allí, en ropa interior intentando taparse con las manos.
Empezó a temer lo peor. Iban a abusar de ella. A lo mejor tenía que hacerlo con ellos. Violarla no, claro porque ella se dejaría, pero… empezó a sopesar qué era mejor, si dejarse follar o ir a comisaria. No pensó en que se la iban a follar. Un rabo más un rabo menos daba lo mismo. Solo pensaba en las caras, en las voces de su madre. Y en que se iban a terminar muchas cosas.
-. “Tú, choriza, ¿tienes algo más?” No se lo pidieron. No tuvieron que explicarlo. Ni que repetirlo dos veces. En cuanto se acercó uno, bajo la cabeza y se soltó el corchete del sujetador. Los guardas se reían.
-. “Joder, mira esta putita… Menudos melones más ricos… Termina guarra… ya que estás, bájate las bragas” Soportó todo sin rechistar. Los insultos. El quitarse las bragas y que uno se quedara con ellas. Soportó las burlas.
Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue cuando el pequeño quiso cachearla otra vez, pero no porque volvieran a tocarla ni por sentirse más humillarla aún. Fue por otra cosa.
-. “¿Te importa? ¿Verdad que no?”
Lloriqueando se puso ella sola las manos en la nuca levantando las tetas. Y vino el “cacheo”… ya los pezones decía “algo”. Podría ser por el frio. Pero cuando llegó abajo, la tocó el coñito y…
-. “Joder, ¡¡¡esta puta está mojada!!!. Joder tíos que si, que esta zorra está caladita. ¿A qué si, a que estás mojada?”
Y Marta empezó a llorar sin poder negarlo. Estaba empapada. Llorando de auténtica vergüenza. Cada vez que la tocaba era un escalofrío. No podía disimular. No podía fingir que no la estaba gustando. El mínimo roce en sus pezones la hacía jadear. Cuando la agarraba las tetas creía morirse. No digamos cuando el tipo la metió dos dedos en el coñito y empezó a moverlos entrando y saliendo de ella. Se corrió mientras la tocaba y se reían a carcajadas. Cuanto más gemía, más la insultaban llamándola de todo.
A uno se le ocurrió la feliz idea de ponerla un casco de moto y sacarla fotos “para tener un recuerdo”. Empezaron por las tetas. Llegaron a tumbarla y obligarla a abrirse ella sola el coño. No la follaron. Hubieran podido hacerlo perfectamente. Se limitaron a sobarla y a burlarse de ella mientras se corría por segunda o tercera vez.
Aquello duró una media hora. Hasta que sonó un timbre. No sé qué del cambio de la cinta de las cámaras. “Vete de aquí so puta… te salva la campana”. Creyó oír como si a su espalda se subiera una cremallera. Iban a hacerlo. La iban a follar. Si hubiera durado un poco más la hubieran violado. Al menos uno.
Tiraron despectivamente la ropa al rincón para que se vistiera, pero no la devolvieron la cartera. El dinero sí.
-. “Que no somos uno ladrones como tú. Por cierto guarra, si quieres mañana, te vienes a buscarla y te damos más... Ah, y pásate antes por lencería y cógete unas bragas y algún sujetador. Te los vas a probar aquí… dijo uno riendo. Que sean picantes… Y que se quiten pronto porque te van a durar muy poco puestos, dijo pellizcando uno de los pezones. Todos a reír. Sácala por la puerta de atrás”.
Cuando se terminó de vestir, el más bajo se puso delante de la puerta. Mirándola desafiante la agarro la mano y se la llevó a la entrepierna. Tenía un bulto considerable. “Tócala puta… mañana la vas a probar”. Marta notó un pene gordo. Duro. Durísimo. Estaba paralizada. Sin mover la mano. No por miedo. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Si por ella hubiera sido le hubiera respondido ¿para qué esperar a mañana? Se hubiera arrodillado allí mismo y… pero la agarraron por detrás y la acompañaron por los pasillos de aquella nave hasta la calle.
Mientras salía lo pudo oír perfectamente…
-. “Joder ¿habéis visto? esta puta no quitaba la mano… te lo digo yo… esta zorra se nos va con ganas”…
Salió de allí llorosa y sin bragas. Humillada y con su intimidad empapada. Cuando llegó a su casa, a salvo, lo recordó todo. Con la espalda apoyada en la puerta. Llorando. Había estado desnuda delante de varios hombres, pero además de la humillación sintió también su excitación. Otra vez. Todo mezclado. Y era una sensación brutal. Desconocida. Se había corrido mientras uno de ellos la tocaba el coñito. Primero con los dedos y luego restregando la porra entre los labios de su sexo, frotándola con su clítoris. No sabe el por qué ni el cómo, pero… El morbo. El peligro. La situación. El tener que “hacerlo medio forzada”…
El clítoris estaba que explotaba. Otra vez. Y los pezones como nunca se los habían puesto sus novietes. No paraba de llorar, pero si no la echan de allí, salta encima de cualquiera y se les folla ella a ellos, vamos que estaba deseando que la metieran el rabo. Estaba como loca. Salida a tope. Abrió los ojos. Se vio en el espejo del hall. Apoyada en la puerta. Una mano acariciando sus pechos por encima de la tela. Soltando los botones… Bragueta abierta. El pantalón algo bajado. Lo necesario para poder meter su mano. Ni siquiera recordaba haberse bajado la ropa. Ni comenzar a tocarse. Las piernas ni la sostenían. Temblaba entera cada vez que se tocaba. Volvió a cerrar los ojos y recordando las palabras del más bajito comenzó a masturbarse sin poder parar.
No podía detenerse. Tenía que seguir. Y seguir. Se meaba de la excitación. Pero no podía parar. Se lo estaba haciendo encima. Sintiendo el líquido caliente… daba igual… ya lo recogería luego… tenía que seguir… Ojala tuviera una buena polla ahora… pensó y llegó uno de los orgasmos más fuertes que recordaba…
Continuará.
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