Cornudo consentido (2)

Finaliza el relato del cornudo consentido, con una inesperada peteción de Ana, su mujer.

Cuando llegaron a casa, acostados en la cama, siguieron hablando sobre el asunto de la seducción de su suegro. Juan quería que Ana se insinuase para que su padre le entrase, pero Ana creía que la mejor manera sería un ataque directo, como había hecho con el portero.

-Mi amor, tal como me miraba tu padre, está claro que me desea. Sólo tengo que ofrecerme claramente y vendrá corriendo a follarme.

-¿Tú crees? A lo mejor que seas su nuera lo hace echarse para atrás.

-Juan, tu padre es un hombre, y te aseguro que si le pido que me folle, me folla.

-De acuerdo. Lo dejo todo en tus manos. Joder, estoy cachondo otra vez.

-Y yo. Pensar en follarme a tu padre me tiene loquita. Vaya dos.

-¿Me quieres?

-Con locura, mi vida. Cada día más.

-Y yo a ti. Y no me importa quién te folle, mientras me lo cuentes y me dejes mirar.

-Ahora te deseo a ti. Ahora quiero que me folles tú.

Si miraron el uno al otro, se acercaron y empezaron a besarse, con pasión. Una mano de Ana fue directamente a la dura polla de su marido. No era el pollón del portero, pero le era más que suficiente para colmarla de placer. Cuando una de las manos de Juan empezó a acariciarle el coño, ambos gimieron en la boca del otro.

Ane se subió sobre Juan, se sentó sobre su polla, clavándosela hasta el fondo del coño. Aún le quedaba semen del polvo que echaron en el coche, y la polla resbaló como un cuchillo caliente en un bloque de mantequilla.

Lo hicieron lentamente, sin prisas, recreándose en las sensaciones. A veces, Ana de erguía y cabalgaba, rotando las caderas alrededor de la dura estaca que la atravesaba una y otra vez, mientras Juan acariciaba sus tetas. Otras, se echaba sobre el cuerpo de su marido y lo besaba, mientras Juan acariciaba su espalda y sus nalgas.

Lo miró. Su marido. Su hombre. Pensó un momento en el grado de compenetración al que habían llegado. Se dijo que estaban más unidos que el resto de las parejas 'normales'. Si hubiese sabido cómo era en el fondo, no lo hubiese engañado con el portero. Y ahora sabía que no tendría que volver a engañarlo jamás. Estaban en perfecta simbiosis. Ella era una zorra cachonda que le gustaba ser follada por maduritos y él un cornudo consentido.

Se corrieron casi a la vez, mirándose a los ojos, viendo el uno en los ojos del otro el placer que sentían. Ana se quedó sobre Juan un buen rato, hasta quedarse casi dormida.

Con cuidado, Juan la puso a un lado y la tapó. La estuvo mirando hasta que su suave respiración le indicó que estaba dormida.

Ahora fue él el que la miró. Recordó las palabras de sus amigos cuando les dijo que se iba a casar con Ana. Que no era buena para él. Alguno llegó a insinuarle que se había acostado con ella, antes de ser su novia, claro.

¿Qué tenía que ver con quien se había acostado ella antes de salir con él? La quería tanto que aunque lo hubiese hecho ya siendo su novia, se hubiese casado con ella. Y ahora, la realidad era mucho más de lo que habían intentado decirle. Su Amada Ana era más zorra de lo que se imaginaron, y por extraño que le pareciera, eso le encantaba. Para el resto del mundo él no sería más que un cabrón, un cornudo, un imbécil, pero la excitación y el deseo que sentía viendo a su mujer follada por otro hombre era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar.

Y verla en brazos de su propio padre iba a ser lo máximo. Se durmió imaginando ese día.

Decidieron esperar a que pasaran las fiestas navideñas. El Fin de Año lo pasaron con sus amigos, muchos de los cuales fueron los que advirtieron a Juan sobre Ana, pero que al final la habían aceptado. Juan parecía muy enamorado de su mujer, y ella de él. Alguno, conociendo la reputación de Ana incluso había intentado algún 'acercamiento', pero fue amablemente rechazado.

Las mujeres, siempre más inquisitivas, llegaron incluso a hablar con Ana y alabarla por su cambio. Ana, seria, les respondió que a pesar de lo que habían oído de ella, era mujer de un sólo hombre, que Juan era ahora su marido, que lo amaba y que jamás habría nadie más.

Todo esto lo dijo muy tranquila y convincente, pero luego, sola en el baño, no pudo evitar reírse. Y Juan se rio con ella cuando se lo contó más tarde.

Siguieron los encuentros con el portero. Juan sorprendió a su mujer apareciendo un día con una cámara web, que escondieron en el dormitorio, apuntando al lecho conyugal. Así Juan ya no se perdería detalle de los encuentros y podría verlo tranquilamente desde su despacho en la oficina. Aún así, de vez cuando se inventaban una reunión a la hora de comer para poder esconderse en el ropero y ver en directo a su amada mujercita follada por Manuel. Y después, cuando el portero se iba, Juan limpiaba de leche a Ana. Si tenía en la cara la corrida de Manuel, Juan se la lamía hasta dejarla limpia. Si el coño le rezumaba leche, Juan se lo comía hasta dejárselo limpito, oyendo como Ana se corría una y otra vez contra su boca. Sólo se salvaba de limpiarla si la corrida había sido en el culito de Ana.

El día 7 de enero, pusieron en marcha el plan. Al medio día, después de comer, se sentaron los dos en el salón y Ana llamó a su suegro, activando el manos libres para que Juan oyera todo. Por suerte, se puso éste y no su suegra.

-¿Sí?

-Buenas tardes, Alberto. Soy Ana.

-Ah! Hola Ana. ¿Pasa algo? - preguntó el padre de Juan, preocupado.

-No, no. Todo está bien. Es que... Juan no ha venido a comer y me acordé de lo que me dijiste en Noche Buena.

Mientras hablaba con su suegro, le sobaba la polla a Juan sobre el pantalón. La tenía como una piedra.

-¿En noche Buena? Bueno, te dije muchas cosas en Noche Buena.

-Me refiero a que estaba muy guapa.

-Ah, jeje. Es que lo estabas.

-Me di cuenta de cómo me mirabas.

-Bueno, yo... Sólo admiraba tu belleza.

Ana le bajó la cremallera a Juan y le sacó la polla. Se dio cuenta de que su marido estaba muy excitado por lo hinchada y dura que estaba. La agarró y empezó a subir y bajar la mano, apretando.

-Me gustó como me mirabas. A las mujeres nos gusta que nos miren así.

El tono de voz de Alberto cambió. Ya no era el tono de voz de un suegro hablando con su nuera, sino ese tonillo que ponen los hombres cuando hablan a una mujer en una discoteca, acercándose a ella para que la oiga por encima de la música.

-¿Sí? Bueno, a mí me gusta mirar a las mujeres bellas. Y tú lo eres.

-Gracias, Alberto. A algunas mujeres les gusta especialmente que un hombre como tú las mire. Un hombre maduro, con experiencia. A esas mujeres una mirada como la tuya les... excita.

-Ummm ¿Y eres tú una de esas mujeres?

Estaban jugando. Dando rodeos. Dejando entrever una idea pero sin decirla abiertamente. Juan no pudo más y se levantó. Se acercó a Ana y empezó a pasarla la polla por la cara. Ana sonrió.

-Sí, lo soy.

-Entonces... ¿Te excitó como te miraba?

-Uf, no lo sabes tú bien. Me puse tan caliente que le pedí a Juan que me echara un buen polvo, pero tu hijo... Bueno, no es que lo haga mal, pero a veces me gustaría que fuera más, digamos, apasionado.

Lo dijo mirando a Juan, que le enseñó la lengua, burlón. Ella también le enseñó la lengua, momento que aprovechó su marido para meterle la polla en la boca, mientras oían a Alberto.

-Bueno, Ana. Ya somos mayorcitos. Eres la mujer de mi hijo. Me has llamado y me estás contando cosas. Dime claramente lo que quieres.

-¿No te lo imaginas? - respondió Ana sacándose la polla de la boca.

-Claro que me lo imagino, pero quiero que me lo digas clarito para que luego no haya mal entendidos de ningún tipo.

Ana miró a Juan, como pidiéndole permiso para dejar las cartas boca arriba. Juan, con un gesto de la cabeza, le dijo que adelante.

-Suegrito, tus miradas me pusieron cachonda. No he dejado de pensar en ti desde ese día, y quiero que vengas a casa a follarme bien follada. ¿Es lo suficientemente clarito?

-Diáfano, nuerita. Siempre pensé que eras demasiada mujer para mi hijo.

-Es un buen chico.

-Lo sé, lo sé. Yo soy su padre. Pero una...

-¿Una qué?

-Una zorrita como tú necesita un buen macho... o varios.

-Jajajaja. Espero que me demuestres que tú eres ese machito que necesito.

-¿Cuándo?

-Ahora. No puedo esperar más.

Juan había agarrado a su mujer por el pelo con la mano izquierda mientras con la derecha se masturbaba furiosamente, mientras escuchaba la conversación que mantenía con su padre. Ella lo miraba con cara de zorra, de morbo, y cuando hablaba su suegro le lamía la punta de la polla, le daba besitos en la punta.

-Coño, ahora mismo no puedo. Tendrá que ser más tarde, sobre las cinco.

-Ummm suegrito, pero estoy mojadita ahora. Me estoy tocando el coñito pensando en ti, en tu polla en todos mi agujeritos, follándome.

-De verdad que no puedo, Ana. Hasta las cinco no puedo.

Juan no aguantó más. Apretó más la mano izquierda, tirando del cabello de Ana, le levantó un poco la cara y se empezó a correr sobre ella, cubriendo su bello y sonriente rostro con una impresionante cantidad de espeso y cálido semen. Y mientras Juan se corría en su cara, Ana seguía hablando con Alberto.

-Ummmm está bien, suegrito. Está bien. Pero no tardes. Ahora me voy a acariciar hasta correrme, y pensaré que son tus dedos.

Varios chorros de semen le entraron en la boca, y los saboreó con gusto. Juan terminó de correrse y le pasó la polla por la cara, extendiendo toda su leche.

-Ana, como me has puesto. Tengo la polla a reventar.

-Ni se te ocurra follarte a tu mujer. Lo quiero todo para mí.

-Despreocúpate. Hace mucho que ella y yo no... cohabitamos.

-Mejor, así todas tus energías serán para mí.

Con la cara brillante por la corrida, Ana abrió sus piernas y le indicó con un gesto a Juan que le comiera el coño. Juan obedeció, se arrodilló entre sus piernas, apartó las empapadas bragas y empezó a lamerla.

-Que cachonda eres Ana. La clase de mujeres que me gustan.

-Aggggggggggg Alberto... me he metido dos dedos en el coño - gimió Ana cuando Juan atrapó su clítoris entre los labios y empezó a darle golpecitos con la punta de la lengua.

-Joder, Ana. ¿Te vas a correr?

-Ummm estoy a punto, sí... de correrme pensando en ti, suegrito. ¿Quieres oír cómo me corro?

-Sí preciosa, quiero oír cómo te corres para mí. Si me toco la polla me correré yo también en lo pantalones.

-Ni se te ocurra... Si te corres te mato...ummmm

Ana llevó sus manos a la cabeza de Juan y la apretó contra ella. Cerró los ojos y notó la llegada del orgasmo. Su cuerpo se tensó sobre el sofá y por unos instantes su mundo era sólo de placer. No había nada más que el intenso placer que atravesaba su cuerpo.

Al otro lado de la línea, Alberto oía como su nuera se corría. Se imaginaba a aquella bella mujer tocándose el coño por él. Sus gemidos, el sonido de su respiración le erizaron la piel. La polla le dolía, encerrado en los pantalones. Si su mujer no estuviera en casa, ya se la hubiese sacada y se habría corrido con Ana.

Un último y largo gemido, seguido por un suspiro, le indicó que el orgasmo de su nuera había terminado. No podía saber que Juan, su hija, la miraba desde entre sus piernas, sonriendo y con la cara brillante, llena de los abundantes flujos que Ana había expulsado durante su fuerte orgasmo.

Pero a las cinco de la tarde, a la hora del té, se iba a follar a esa zorra caliente. Aunque ella se echase para atrás, sería suya.

-Ummm que rico, suegrito. Vaya corrida que he tenido. He dejado el sofá perdidito de jugos. Pero deseo más. Te deseo a ti. ¿Vendrás, verdad?

-Nuerita, truene, relampaguee o nos invadan los marcianos, a las cinco de la tarde te voy a follar.

-Jajajaja. Bueno, te espero. Hasta pronto, Alberto.

-Hasta ahora, Ana.

Colgaron. Juan se sentó al lado de su mujer y la beso. Cada uno tenía en la cara los restos del orgasmo del otro.

-Mierda, mi amor, no podré verlos en directo. Tendré que conformarme con la webcam.

-Ya habrá más oportunidades, mi vida.

-Jeje, eso espero.

Juan comprobó que todo funcionaba, que recibía señal de la cámara, que el ángulo era bueno. Después eligieron entre los dos la ropa que Ana se iba a poner para recibir a su suegro. Un camisón cortito, y nada más. Cuantos menos impedimentos, mejor.

Cuando llegó la hora de volver a la oficina, Ana fue a despedir a su marido a la puerta. Aún faltaban un par de horas para que llegara Alberto.

-Cariño, estoy chorreando ya. ¿Sabes que te quiero, verdad?

-Lo sé. Y yo a ti, mi amor.

-Eres un hombre muy especial. Eres...perfecto para una...jajajaja, para una zorrita como yo.

-Y tú eres perfecta para un hombre como yo, un cornudo consentido. En cuanto llegue a la oficina te llamo para que lo conectes todo a ver qué tal lo veo.

-Vale mi amor.

Juan salió corriendo hacia su despacho. Entró, cerró la puerta y encendió el ordenador. En el escritorio tenía el acceso directo a su cámara. Llamó a Ana y le dijo que encendiera.

Pulsó el icono y una clara imagen de su cama apareció. Su mujer estaba sentada, con el móvil en la oreja.

-¿Me ves bien?

-Muy bien.

Ana bajó el teléfono y lo tapó con la mano. Dijo algo y luego volvió a coger el teléfono.

-¿Me oyes bien?

-Bueno, apenas, pero lo importante es que te veo bien.

-Mi amor, estoy ardiendo. No sé si llamar al portero para que me arregle algo.

-No, no, que podría llegar mi padre antes.

-Ummm ¿Y qué? ¿No te gustaría verme follada por los dos a la vez? Dos pollas para mí sola.

Juan se lo pensó un momento. La idea le encantaba, pero decidió que no. Ana no pudo más y se tumbó en la cama, abriendo las piernas, mostrándole a la cámara su mojado coño. Llevó una de sus manos allí y se empezó a hacer una lenta paja.

-Claro que me gustaría verte bien follada por dos buenas pollas, pero otro día. Hoy quiero que te concentres sólo en mi padre.

-Agggg está bien, está bien

Con la polla dura, encerrada en el pantalón. Juan disfrutó del caliente espectáculo de ver a su amada espesa gozar de ella misma. Por teléfono oía sus gemidos, sus suspiros, y en la pantalla la vía meterse los dedos en el coño, acariciar su clítoris, arquearse sobre la cama, hasta correrse con un fuerte orgasmo, revolcándose sobre las sábanas.

Era una lástima que la cámara fuera normal. Había oído hablar de unas mejores, que se podía controlar a distancia, hacer zoon, etc. Le hubiese gustado poder ver un primer plano del coño de Ana corriéndose. Y sonido en directo. Se rio sólo al darse cuenta de lo que estaba pensando, en convertir su dormitorio en un estudio de cine secreto.

Entonces cayó en la cuenta. Podría grabar lo que veía. Buscó en su ordenador y encontró el programa de grabación de la cámara. Lo probó y se sintió feliz al ver que funcionaba. Inmortalizaría el momento.

Ana quedó sobre la cama, algo más relajada. Sólo quedaba media hora para las cinco.

-Bueno mi amor, cuelgo ya - dijo Juan - deja la cámara encendida

-Cariño, tu padre me va a follar.

-Lo sé.

-Te voy a poner los cuernos con tu padre.

-Lo sé, Ana lo sé. Y si sigues diciéndome cosas así, me harás correr en los pantalones.

-Jajaja ¿Qué dirían tus compañeros de trabajo si ven el machón en los pantalones?

-Quita, quita. Te llamo cuando mi padre se vaya. Hasta pronto mi amor.

Colgó. Estaba sudando, cachondo, ansioso. No pudo concentrarse en el trabajo. Sólo miraba a la pantalla, a le ventanita que le mostraba lo que pasaba en su casa.

Ahora sólo le mostraba su cama, vacía. Ana debería haberse ido al salón a esperar. El tiempo pasaba lentamente. Parecía que los minutos no pasaban, pero al fin, dieron las cinco. Juan se preparó. Los nervios se lo comían.

Pero nada pasaba. Los minutos seguían pasado, y sólo veía la imagen de su cama.

Las cinco y cinco. Las cinco y diez. ¿Y si su padre se había arrepentido? No, no podía ser. Ningún hombre rechazaría a una mujer como Ana. A las cinco y cuarto ya no pudo más y cogió el móvil para llamar a Ana. Empezó a marcar cuando Ana apareció en imagen.´

Tenía agarrado a su suegro por la polla, que le salía por la bragueta, abierta. Ana sonreía y miró hacia la escondida cámara, guiñando un ojo. Juan, con los dedos temblorosos, empezó a grabar, mirando como Ana llevaba a su suegro justo delante del armario. A esa distancia, la podía oír algo mejor que desde la cama, lo suficiente para entenderla.

-Ummmm vaya comida de coño que me has hecho, suegrito. Tú sí que sabes comerte un coño como dios manda. Lástima que eso no se herede.

-¿Juan no te lo sabe comer?

-No - mintió - le da asco el olor.

"Cabrona", pensó Juan, sonriendo. "No sólo me dejas por cornudo sino que además por mal follador. Con lo que me gusta a mi comerte el coño, jodía"

-No pensé que mi hijo fuera tan remilgado. Si no hay en el mundo olor más excitante que el de una hembra en celo.

-Tampoco me deja chuparle la polla. Dice que eso sólo lo hacen las putas. Y a mí me encanta chupar pollas. ¿Soy una puta, suegrito?

Juan vio como su padre besaba con pasión a su mujer. Se fijó que tenía los alrededores de la boca brillantes. Debió de ser una buena comida de coño. Y se la había perdido.

Ana levantó el cuello y Alberto lo besó, lo lamió.

-Claro que no eres una puta, Ana. Sólo una mujer caliente.

Juan había colocado la cámara para ver bien toda la cama. Desde donde estaban ahora Ana y su padre, sólo les veía desde un poco más arriba de la cintura. Así que cuando vio cómo Ana miraba hacia la cámara y hablaba, se quedó tenso.

-Ummm creo que sí que soy un poco puta. Me voy a arrodillar delante de ti y te voy a hacer la mejor mamada de tu vida. - y empezó lentamente a bajar.

-Noooooooooo - gritó Juan en su despacho - mi amor que así no te veoooooooooooo.

Pero no había nada que pudiese hacer. Ana no sabía que así no la vería.

Lo que sí pudo ver fue la cara de placer de su padre al sentir la cálida boca de su nuera  alrededor de su polla. Como miraba hacia abajo, hacia la preciosa carita de Ana, que le pasaba la lengua a lo largo de la polla.

Enseguida Alberto se dio cuenta de que Ana sabía chupar una polla.

-Aggg Anita. Vaya boca que tienes. El imbécil de mi hijo se merece los cuernos que le pongas. Pero mira que no gustarle que le chupes la polla.

-¿Tu mujer te chupa la polla?

-Claro que no. Eso es de putas. Jajajaja, es broma. Hace mucho que no, pero antes sí.

-Ummmm entonces será toda para mí.

En la ventana de su ordenador, Juan observó como su padre llevaba sus manos hacia adelante. Sin duda, hasta la cabeza de Ana. La agarró y empezó a moverse, follándole la boca.

Juan sólo oía los gemidos de su padre y el ruido que hacía Ana chupándole la polla. Seguro que los hacía más fuertes de lo normal, para que él los oyera.

-Agggg que gusto. Que boquita tienes Ana...

La mamada continuó un poco más.  Y Juan se la estaba perdiendo. De repente, su padre se paró y tiró de Ana, haciéndola levantar. Ana habló, mimosa.

-Suegrito, quiero mi lechita. ¿No me quieres dar mi lechita?

-Joder, claro que quiero. Pero ya no soy un chaval y primero quiero follarte.

Besándolo, Ana fue desnudando a su suegro, hasta dejarlo completamente desnudo. Ella siguió con el camisón cortito que llevaba. Se fueron a la cama. Por fin Juan podría verlos bien.

Se arrodillaron en la cama, besándose. Ana tenía cogida la polla de su suegro y la masturbaba lentamente. Se decían algo, pero ya Juan no lo distinguía.

Ana hizo acostar boca arriba a Alberto, con la cabeza apuntando hacia el ropero. Ella se sentó sobre él, clavándose la dura polla en el encharcado coño de un sólo golpe. Los cuernos de Juan por fin estaban consumados.

Ella sonrió, mirando directamente a la cámara, y empezó a rotar las caderas, haciendo que la polla rozase las paredes de su vagina, que su clítoris se frotase contra el pubis de su suegro. Alberto metió las manos por dentro del ligero camisón y atrapó las bellas tetas de su nuera. Pellizcó los pezones y la hizo estremecer.

Y entonces, Ana, consciente que de que su marido la estaba mirando y que casi no la oiría, empezó a hablar alto.

-Aggggggg suegrito. Al fin te tengo dentro de mí.

Cerraba los ojos. Gemía. Miraba hacia abajo, hacia los ojos de sus suegro, clavados en ella. Y sobre todo, miraba a su marido, a través de la cámara.

-Umm mi amor. Me estoy follando a tu padre. La polla de tu padre me está perforando el coño. Me está pellizcando las tetas. Que placer....

Alberto estaba encantado de follarse a una mujer tan caliente. Ella empezó a cabalgarlo, salvajemente. Gritaba, gemía. Decía cosas, como si hablara con su marido. Jamás había conocido a una mujer así. Era la mujer de su propio hijo y se la estaba follado. Llevado por como actuaba ella también empezó a decir cosas, a gritos.

-Sí, tontaina. Me estoy follando a tu mujer. Ya que tú no sabes se ha tenido que buscar un macho que sepa darle lo que esta zorrita necesita.

-Aggggggggg sí sí, mi amor. Tu padre sí que sabe follarme como a mí me gusta. Aprende de él.

Juan, con la polla a punto de reventar, miraba la tórrida escena, sin tocarse. Sabía que un simple roce bastaría para correrse en los calzoncillos. Y casi lo hizo cuando su mujer se empezó a convulsionar encima de su padre, atravesada por un intenso orgasmo.

Pero siguió moviéndose, empalándose en la dura polla de su suegro, hasta que volvió a correrse. Esta vez, destrozada por el placer, cayó sobre Alberto, quedándose quieta sobre él, que abrazándola, rodó sobre ella, quedando encima y prosiguiendo con la dura follada. La agarró por las manos y empezó a darle duros golpes con la cadera, clavándole la polla a fondo, con fuerza, hasta que Ana empezó a gritar otra vez.

-Siiiiiiiii fóllame, fóllame... párteme en dos

Alberto se apoyó en las palmas para poder levantarse un poco, y poder admirar a la belleza que se estaba follando. Veía sus pezones duros marcarse en la fina tela del camisón, pero deseaba más. Sin sacarle la polla del coño, se arrodilló y con las manos rompió el camisón, arrancándoselo y desnudando sus tetas.

En cuando las vio, bamboleándose al ritme de le follada, se fue a por ellas. Lamió los pezones, los chupó, y hasta los mordió. Ana se limitó a gemir más fuerte, arqueando la espalda para acercar más sus tetas a la boca de su suegro.

De repente, Juan vio como su padre se detenía y le decía algo al oído a Ana. Ella asentía y después se giraba sobre sí misma, poniéndose boca abajo. Miró hacia la cámara, con una sonrisa pícara.

-Ummm suegrito. ¿Así que mi culito te vuelve loco? Es todo tuyo. Clávame la polla hasta el fondo.

Por la cara de placer que ambos pusieron, Juan supo que su padre le estaba metiendo la polla en el culo a su mujer. Ana, sonriendo, con una expresión de lujuria en el rostro, miraba a la cámara, le mandaba besitos.

La enculada empezó suave, con mimo, pero se fue animando a medida que Ana le pedía a Alberto que le diera más polla, que le rompiese el culo a pollazos. Alberto estaba como poseído. Su nuera lo tenía sorprendido. Era la clase de mujer que todo hombre desea. Menos su hijo, parecía. Pero que tonto. Un bombón caliente como aquel en casa y era un remilgado.

Pero allí estaba él para follársela como se merecía. Ya no podía más. El placer era demasiado, la excitación infinita. La cogió con fuerza por el cabello, levantándole la cabeza al tiempo que le metía la polla hasta el fondo y empezó a correrse.

Juan nunca olvidaría la expresión de la cara de su padre mientras se vaciaba en el culo de su mujer. Puro placer. Y Ana se volvía a correr, sintiendo su recto inundado de la hirviente lava de su suegro. Fue un orgasmo compartido y silencioso. Ninguno de los dos emitía sonidos. Ambos tensos.

Hasta que Alberto cayó sobre la espalda de Ana, con los ojos cerrados, agotado, pero feliz. Ana sonrió a la cámara y habló, ahora, en voz baja. Juan no distinguió lo que decía, pero su padre la besó en la mejilla, con ternura, y luego, en los labios. Ella se dio la vuelta y siguieron los besos.

En ese momento, por primera vez, Juan sintió una punzada de celos. No era como cuando el portero se la follaba, que después se marchaba. Ahora su padre le hacía arrumacos, carantoñas. Y eso ya no le gustaba. Dejó de grabar, pero siguió mirando la pantalla, hasta que los dos desaparecieron de la imagen.

Juan se quedó mirando la vacía pantalla. La cama, con las sábanas revueltas. ¿Dónde estaban? ¿Qué estaban haciendo? Cogió el móvil, dispuesto a llamar a su mujer, pero no marcó. Confiaba en ella. ¿O no?

Todo había sido por su culpa. Él fue el que se lo había pedido. Él fue el que la había animado. Pero no, sólo eran neurosis suyas. Sólo un poco de lógicos celos al ver a otro hombre, a su padre, besando cariñosamente a su amada mujer. Si lo hubiese visto tratarla como a una puta, insultarla incluso, no se hubiese sentido tan mal. Se dio cuenta de la extraño de su actitud.

Los minutos pasaban. Seguía la cama vacía. Juan cada vez se ponía más nervioso. Ya no podía más. Cogió el teléfono y marcó el número de Ana. Empezó a sonar justo cuando ella entraba en el dormitorio. Ella contestó, mirando a la cámara y sonriendo.

-Hola mi amor.

-Hola - contestó Juan, seco.

-Ya se ha ido tu padre.

-Ah, bien.

-¿Qué te pasa?

-No, nada nada.

-¿Es por algo que dije? Sólo era un juego, ya sabes que no era verdad.

-No es eso, mi amor. No es por ti, es por mí. Pero no me hagas caso.

-¿Es que no te gustó verme?

-Claro que sí. De verdad, no importa. Ya te lo contaré luego. Dime. ¿A ti te gustó?

-Ummmm mucho mi vida. Lo que más caliente me ponía era saber que tú me estabas mirando mientras tu padre me follaba.

-Uf, pues no veas cómo me ponía a mí verte con esa carita de zorra mientras te follaba. Te juro que si me llego a tocar, me corro en los pantalones.

-Mi amor...

-Dime.

-Te quiero.

-Y yo a ti, Ana.

-Sigo caliente. No sé qué me pasa, pero tengo el coñito empapado otra vez. Aún siento el culito lleno de la leche de tu padre y sigo cachonda.

Juan pensó rápido. Se había comido el coco pensando en su padre y su mujer, y ahora que ella le decía que seguía caliente lo primero que le vino a la cabeza era verla follada por el portero. Verla bien follada y luego dejada sobre la cama, tirada. Sin mimos. Sin caricias. Sólo sexo.

-¿No se salía el agua del fregadero? - preguntó Juan, invitándola a llamar al portero.

La respuesta de su mujer lo sorprendió, y le hizo olvidar los celos.

-No, mi vida. Hoy te quiero a ti.

-Dentro de 15 minutos termino. Nos vemos en casa, mi amor.

-Te espero.

A las seis en punto, Juan salió corriendo hacia su casa. Ana lo esperaba en la puerta, completamente desnuda. Se abrazaron y se besaron. Ana se restregó contra el cuerpo de su marido, como una gatita mimosa.

-Fóllame mi amor. Fóllame ya.

-Espera, espera. Tengo una sorpresa.

La llevó al salón, encendió la tele LCD de 46 pulgadas y le enchufó su pendrive. A los pocos segundos apareció la imagen de Ana arrastrando a su suegro por la polla.

-! ¡Lo has grabado!

-Jeje, sip. Vamos a verlo.

Se desnudó también y se sentó en el sofá. Su polla apuntaba al techo. Tendió las manos a Ana y la hizo sentarse sobre él, dándole la espalda. Agarró la polla con una mano, la acercó al ano de su mujer y ella sola se terminó de empalar. La polla entró con facilidad, hasta el fondo.

-Agggg que rico. Aún tengo el culito llano de la leche de tu padre. ¿No te da morbo tener tu polla bañada en la leche de tu papaíto?

-Joder, ya lo creo. No te muevas o la mezclo con la mía ya mismo.

Ana se quedó quieta, sintiendo la dura polla bien clavado en su culito. Miró la pantalla. En ese momento, ella se arrodillaba y desaparecía de la imagen

-Jo, no se ve la mamada.

-No. No veas el grito que di en la ofician cuando despareciste de la imagen.

-Jajaja.

Juan llevó una de sus manos a la teta izquierda de su mujer. La otra, la llevó a su coño, u empezó a hacerle una rica paja mientras miraban la película. Ana empezó a gemir. Trató de no moverse, como Juan le había pedido, pero no pudo evitar que su vagina se contrajera de placer, que los músculos de su culo se apretaran y aflojaran alrededor de la dura polla que la atravesaba.

-Ummm mi amor. Tu padre me folló muy bien.

-Cuéntame lo que pasó antes de que entrarais en el cuarto.

-Pues... le abrí la puerta. Le miré el paquete. Ya la tenía dura. Apenes hubo palabras. Me llevó al sofá, me hizo sentar y abrir las piernas. Se arrodilló y me comió el coño

-¿Es un buen comecoños?

-Agggggggggg no lo hace nada mal. Incluso me folló el culito con sus dedos.

-Vaya con mi padre. Y tan respetable que parecía. ¿Crees que le come el coño a mi madre?

-Pues...ummmm, no lo sé. Espero que sí, porque si no tu madre se está perdiendo algo muy rico.

Entre la polla que tenía metida hasta el fondo en el culo, una mano en el coño y otra sobándola las tetas, además de verse a sí misma en la pantalla cabalgando sobre su suegro, fue demasiado para Ana, que empezó a temblar y estalló en un fuerte orgasmo. Las intensas contracciones de su recto casi hacen correr también a Juan, que se concentró para no correrse.

Cuando Ana dejó de suspirar, le pidió que siguiera contándole.

-Pues...después de correrme en con su experta boca, se sacó la polla y me quiso follar, allí mismo, en el sofá del salón.

-! ¡Coño!

-Jajaja. Sí. Pero le dije que no. Le dije que quería que me follara en tu cama. Eso pareció encantarle.

-Como al portero. Parece que a los hombres les gusta follarse a las mujeres de otros hombres en su terreno.

-Le cogí por la polla y lo llevé a nuestro dormitorio. El resto lo estamos viendo.

En ese momento su padre le susurraba algo al oído a su mujer.

-¿Qué te dijo?

-Que mi culito le volvía loco. Que no podía quitárselo de la cabeza. Que deseaba follármelo.

-Vaya si te lo folló.

Miraron la enculada en la tele, y cuando el video terminó, Juan, sin sacarle la polla del culo la hizo tumbar en el sofá boca abajo y la folló con la misma fuerza que su padre la había follado, hasta que ambos se corrieron con fuerza. Ana volvió a sentir una fuerte descarga de semen caliente en lo más profundo de su culito y gritó de placer.

Se quedó como dormida, pero sonriendo. Juan se agachó y besó su cuello, sus mejillas, la comisura de sus labios.

Descansaron un poco y después, cenaron.

-¿Me lo vas a contar? - le preguntó Ana.

-¿Qué cosa?

-Eso que no quisiste contarme antes. El por qué estas serio.

-Pues por...celos.

-¿Celos? ¿De tu padre?

-Sí, ya sé que es una bobería. Cuando el portero te folla, solo te usa para su placer, y luego se va. Pero mi padre después fue cariñoso contigo.

-Ummmm pero eso no significa nada. Cada hombre es distinto. Y yo solo te quiero a ti, lo sabes.

-Sí, lo sé. Pro no pude evitar sentirlo.

Ana lo miró a los ojos.

-Le diré a tu padre que todo fue un error. Que nunca más volverá a pasar.

-No no, lo superaré. Es más la excitación que me ha dado verte follada por él que los celos.

-¿Estás seguro?

-Sí, lo estoy. Quiero volver a verte. Esa cara de zorra que pones cuando te follan.

Ella sonrió. Alargó su mano y empezó a sobarle la polla a Juan sobre el pantalón, hasta que se la puso bien dura.

-Grábame mientras me follas y podrás ver mi cara de zorra cuanto quieras.

Fueron al dormitorio. Mientras Juan sacaba la cámara del armario, Ana se colocaba en la cama, a cuatro patas. Juan puso la webcam justo de delata de su cara, y comprobó en su portátil que todo se veía bien. Empezó a grabar.

Fue una follada lenta, larga, placentera. Y como le había prometido, Ana puso su mejor cara de zorra mientras su marido le enterraba la polla, primero en el coño y después en el culo. Miraba a la cámara, gemía. Entrecerraba los ojos, se mordía el labio inferior. Y le decía cosas. Que se la follaba bien duro. Que ere su zorrita, para siempre.

Juan había dejado el portátil de tal manera que podía ver la cara de su mujer. Era como si se la estuviese follando mirándola a los ojos. Y cuando se fue a correr, le sacó la polla, la hizo ponerse de rodilla delante de él, cogió la cámara y siguió filmando, filmando como ella, mirando a la cámara como si le mirara a los ojos, le pajeó la polla hasta hacerlos corre sobre su cara.

La imagen se su esposa, con la polla metida en la boca, la cara llena de su leche y una sonrisa en sus labios es algo que no olvidaría jamás. Y además, lo había grabado.

Por las mañanas, seguían las visitas del portero. Varias tardes a la semana, de Alberto. Y Juan fue poco a poco convirtiendo su casa en un mini estudio de cine. Compró más cámaras que colocó estratégicamente por la casa. Las podía controlar desde su portátil e incluso desde su oficina. No se perdía detalle de los encuentros de Ana. Después los veían juntos y follaban como locos.

Una tarde, Juan estaba observando como Ana, arrodillada entre las piernas de su padre, le hacía una lenta y sensual mamada. Juan hizo un zoom hasta obtener un primer plano de la polla entrando y saliendo de la boca. Esa mañana el portero no había venido, y a Juan se le ocurrió una loca idea.

Llamó por teléfono a su edificio, a la oficina del portero.

-¿Sí? Diga.

-¿Alberto?

-Sí, soy yo.

-Ah, bien. Soy D. Juan, del quinto A.

Juan no vio la sonrisa de Manuel al reconocer al cornudo.

-Dígame, D. Juan. ¿En qué puedo ayudarle?

-Verá Vd., Manuel. Es que al salir esta tarde para la oficina vi que uno de los grifos del baño goteaba, pero tenía tanta prisa que no le dije nada a mi mujer. Y ahora la estoy llamando pero no me coge el teléfono. Creo recordar que me dijo que iba a salir con sus amigas.

-Pues no sé. No creo haberla visto.

-Habrá salido por el garaje. Estoy preocupado por ese grifo. Mi señora me ha dicho que Vd. ha sido muy amable otras veces y que le ha arreglado alguna que otra cosilla.

El portero tuvo que tapar el auricular con la mano para que Juan no oyera su risotada. "Alguna cosilla, dice. Pero si debe tener todos los techos rayados, el muy idiota".

-Sí, alguna cosilla le he hecho, sí - y volvió a tapar el auricular para ocultar otra carcajada.

-¿Vd. debe de tener una llave maestra, no?

-Sí, la tengo.

-¿Sería tan amable de mirar el grifo?

-Claro, D. Juan. No se preocupe. Será un placer.

-Gracias, Manuel. Muchas gracias.

Manuel subió en el ascensor aún riéndose. Pero después de follarse tanto a la zorrita de Ana, lo menos que podía hacer por el cornudo de su marido era aquella chapucilla.

Juan siguió al portero con las cámaras desde que entró en la casa. También miraba a la ignorante pareja, que seguía a lo suyo. Manuel se dirigió, con la caja de herramientas en la mano, al baño, pero se paró de repente.

Había oído algo.

Ahora que el que se tapaba la boca para no reír era Juan. Miró, divertido, como el portero dejaba la caja, con cuidado de no hacer ruido, en el suelo, y se dirigía de puntillas hacia la alcoba.

Juan manipuló con maestría su panel de control. Una cámara enfocaba a la puerta y otra a la boca de Ana, que seguía con la mamada. Abrió un poco el plano. Su padre estaba acostado boca arriba, gozando de la boca de su nuera, con los ojos cerrados, acariciándole su cabello. Ni él ni Ana se percataron de la presencia de Manuel hasta que éste habló.

-Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?

Ana se sobresaltó un poco, pero enseguida se amoldó a la situación.

-Hola Manolito. ¿Qué haces por aquí?

-Venía a arreglarte un grifo. Pero ya veo que tienes a un nuevo... fontanero.

-Jajajaja. Te presento a Alberto. Alberto, este es Manuel, el portero.

Cuando Alberto vio como el portero se bajaba la bragueta y se sacaba una enorme polla, se acercaba a su nuera y ésta, sin decir ni pío, se la empezaba a mamar, supo que no era la primera vez, y se dio cuente de que Ana era más zorra de lo que pensaba.

"Pero qué diablos", se dijo. "Es mujer para dos hombre, y más". Se levantó y se plantó de pie junto a Ana, ofreciéndole también su polla. Ana cogió cada una con una mano y fue alternando su boca de una a otra.

-Encantado, Manuel. Ya veo que no es la primera vez que te la chupa mi nuera.

-¿Nuera? Joder. ¿Te follas a la mujer de tu hijo?

-Pues sí, ya ves.

-Jajajaja. Pobre chico. No sé cómo puede caminar con ese peso en la cabeza. ¿Sabes que vine porque él me llamó?

-¿Cómo? - preguntó Ana sacándose la polla de Alberto de la boca.

-Sí. Me dijo que el grifo se salía, y que tú habías salido.

Ana supo enseguida que todo había sido una treta de su marido. Mirando una de las cámaras, y poniendo la cara de zorra que tanto le gustaba a Juan, juntó las dos pollas y le pasó la lengua a la vez por las puntas.

Juan tenía un primer plano de aquellas dos pollas siendo chupadas por su mujercita. Chupándolas para que él lo viera.

Lo que presenció aquella tarde fue un magnífico polvo a tres. Y el remate final fue cuando Ana fue follada por los dos a la vez. Los hombres decidieron que el culito sería para la polla más gorda, la del portero.

Alberto se tendió boca arriba. Ana se subió sobre él y se clavó la polla de su suegro hasta el fondo de su encharcado coño. Se echó hacia adelante y sintió la estocada de Manuel, que le enterró su dura polla en el culo.

Juan no lo pudo resistir. Aún estando en su oficina, con el peligro que eso conllevaba, se sacó la polla y se pajeó mirando la estupenda doble penetración que su padre y el portero le estaban practicando a su mujer.

Contó los orgasmos de Ana, que no paraba de pedirle a sus folladores que siguieran, que le dieran bien duro. Que le rompieran el culo y el coño a pollazos. Juan tenía una cámara enfocada a la cara de Ana, para mirar su expresión de placer al sentirse llena de polla. Babeaba de gusto, con los ojos casi en blanco. Otra cámara apuntaba hacia las pollas, que acompasadamente entraban y salían de sus dos agujeros.

El primero en correrse fue su padre. Vio perfectamente como su polla tenía espasmos. Cada espasmo era un chorro de semen lanzado con fuerza en el interior del coño de su mujer. Ana lo acompaño con un nuevo orgasmo, que crispó su rostro de placer.

La polla de Alberto de aflojó y se salió del coño, que empezó a gotear semen mezclado con flujos sobre la polla. Manuel seguía con la furiosa enculada hasta que también se corrió, bufando como un cerdo y dejando la polla clavada en lo más hondo del precioso y caliente culito.

Cuando le sacó la polla, un reguerito de semen salió y bajó por el coño de Ana, mezclándose con el de Alberto. Juan, con el cuerpo tenso, apretando los dientes para no gritar, se corría en ese momento en un pañuelo.

Ver a su mujer follada lo volvía loco. A veces pensaba que casi más que follársela él mismo. Pero al poco tiempo, se empezó a cansar. Siempre el portero, su padre, o los dos juntos. Necesitaba cosas nuevas.

Una noche, mientras follaba con su mujer, se lo dijo. Le dijo que deseaba verla con otros hombres, otros distintos de su padre y el portero.

-¿Estás seguro? - le preguntó Ana, cuyo coño se mojó más aún.

-Sí. Lo he pensado mucho. Me encanta mirar cómo te follan. Sólo dos condiciones.

-¿Cuáles?

-Te podrás follar a quien quieras, pero siempre aquí, en casa, para que yo pueda verte, ya sea en directo o por las cámaras.

-Ummmm, vale. ¿Y la segunda condición?

-Todos deben ser maduritos, tipo el portero. No quiero hombres amables. Sólo machos calientes que te follen como a una zorra.

-Ya sabes que me vuelven loquita los calvitos sudorosos... Aggggg sí, sí. Lo haré. Pero ahora, fóllame mi amor. Fóllame.

-¿Lo harás? ¿Traerás a casa hombres calvos y sebosos para que te follen? ¿Harás eso por mí? - le dijo Juan aumentando el ritmo de la follada.

-Sí, sí...siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

La idea de poder follarse a quien quisiera, con el total beneplácito de su marido la puso tan cachonda que empezó a correrse, y no dejó de hacerlo hasta que Juan le llenó el coño de abundante y caliente semen.

Durmieron abrazados. Se amaban más que nunca.

Durante los siguientes meses Juan grabó una ingente cantidad de material. Aunque el portero seguía follándose a Ana regularmente, ya no lo grababa. A veces, ni miraba. Tampoco grababa a su padre. Sólo grababa a los demás. Una o dos veces en semana, Ana salía de 'caza', y siempre volvía con una presa nueva.

Mantuvo su promesa. Sólo hombres maduros, nada refinados, como le pidió su amado marido. Además, eran los que más le gustaban a ella.

No todos eran unos folladores de primera. Alguno se corrió en los pantalones nada más tocarlo. A un par de ellos ni siquiera se les puso dura, aunque sí que resultaron unos magníficos come-coños a juzgar por los gemidos de Ana.

La mayoría, sin embargo, le echó unos magníficos polvos a Ana, que gozaba siendo follada para su marido. Y todas las veces en Juan estaba presente, escondido en el armario, Ana le pedía a su maduro follador que le llenara el coño de leche. Cuando después de haberse ido el hombre y Juan se lazaba a comerle el coño, los orgasmos eran interminables.

Una noche estaban acostados, en la cama. Acababan de follar. Ana estaba tumbada a su lado, con su cabeza en su pecho. Oía el corazón se Juan latir con fuerza. Habían estado viendo el video de uno de los encuentros de Ana, con un señor de unos 55 años con la polla más grande que habían visto. Con ese Ana repitió varios días.

Ese día Ana había salido. Juan la encontró un poco extraña, pero cuando empezaron a ver la película se olvidó. Le acariciaba el pelo.

-Juan, mi amor...

-Dime cariño.

-Hasta ahora no te he pedido nada. He hecho todo lo que me has pedido.

Era cierto. Ella nunca le pidió nada. Juan se puso un poco tenso. Le iba a pedir algo. Y no sabía que podría ser. A lo mejor no le gustaba.

-Sí. Algo te preocupa. Lo noté cuando llegaste. ¿Qué pasa?

¿Sería otro hombre? ¿Querría Ana acostarse con uno que no siguiera los cánones establecidos? ¿Quizás un guaperas? Juan no creía poder resistir eso. Verla con un hombre atractivo, mejor que él.

-Juan...esto...quiero que te acuestes con mi madre.

-¿QUEEEEEEEEEEEEE?

Juan no se esperaba eso.  Su mujer le pedía que se follara a su suegra, Doña Ana. Él le pidió que se acostara con su padre, pero esto. Esto era muy distinto.

Ana se incorporó en la cama. Lo miró. Estaba seria.

-Esta tarde he ido a verla. Estaba con el ordenador, navegando, me dijo. Cuando se fue a prepararme un café, sin querer, abrí una página que tenía minimizada. Era una página porno, Juan.

-Vaya con mi suegrita.

-Cuando volvió y me vio, se le cayó el café al suelo. Se puso roja y se echó a llorar.

-Joder.

-Uf, me sentí muy mal. Me dijo que la perdonara, que estaba muy avergonzada. Me costó mucho convencerla de que no tenía por qué sentir vergüenza. Poco a poco se calmó y hablamos largo rato.

-¿Sobre qué?

-Sobre sexo. Me contó que desde que murió mi padre no había tenido relaciones con ningún hombre, y que mi padre había sido el primero y el único.

-¿Sólo con él?

-Sí. Joder Juan. Estoy es muy duro para mí. Lo que me contó me costó creerlo.

-Me tienes en ascuas.

-Me dijo que amaba mucho a mi padre, pero que nunca gozó con él. Era un hombre chapado a la antigua, y en el sexo... Bueno. Sólo para procrear, ya sabes.

-¡Coño!

-Juan, mi madre me confesó que no supo lo que es un orgasmo hasta después de que mi padre muriera. Que un día, navegando por internet, buscando nosequé cosa, se topó con una página porno. Sitió curiosidad, y no la cerró. Empezó a ver fotos, videos. Vio cosas que nunca se imaginó que existieran. Sintió deseo. Se sintió excitada. Imitó uno de los videos en donde una mujer se acariciaba su coño y por primera vez en su vida, se corrió.

Juan miró a Ana. Se dio cuenta de que estaba llorando. Lágrimas caían por sus mejillas.

-Juan...mi...mi madre no supo lo que era el placer hasta los 55 años. Sola. Se ha perdido una de las cosas que hacen que la vida valga la pena. Y ahora, se masturba mirando videos  de internet.

Hasta Juan sintió pena por su suegra.

-¿Y por qué no se busca un amante?

-Eso le dije yo. Que aún es joven. Y que hay mucho madurito que estaría encantado de echarle un buen polvo.

-Jeje, sip. Más de uno.

-Pero me dijo que no. Que no se sentía con fuerzas de buscarse un amante. Que ya se las arreglaba ella solita. Yo le dije que no era lo mismo. Que un hombre es mucho mejor que unos dedos.

-Desde luego.

Juan se había metido tanto en el problema de su suegra que se olvidó de lo que Ana le había pedido.

-Me dijo que ya no se sentía atractiva. Que se ver gorda y vieja.

-No tanto. Tu madre tiene un tiento.

Por fin, Ana sonrió.

-Eso le dije yo. Que muchos hombres la encontrarían atractiva. Que...tú la encuentras atractiva.

-¿QUEEEEEEEEEEEEEE? ¿Le dijiste eso?

-Sí.

-¡Coño!

-Fue para darle ánimos. Y funcionó. La noté interesada. Me preguntó que cómo lo sabía. Le dije que a veces, mientras me follas, me dices lo buena que está mi madre y que te gustaría echarle un buen polvo.

-¡ANA!

-Juan, a toda mujer le gusta oír que un hombre tiene ganas de echarle un buen polvo, y más si ese hombre es más joven que ella y es tan guapo como tú. Me empezó a hacer preguntas.

-¿Qué preguntas?

-Sobre nosotros. Que si lo hacíamos mucho. Que cómo eras en la cama. Mi amor, la vi tan interesada que...se lo pregunté.

-¿Qué le preguntaste?

-Que si le gustaría que tú te la follaras.

-¿Qué contestó?

-Que sí. ¿Lo harás mi amor? Dime que sí, Deseo que mi madre conozca el placer con un hombre. Y tú eres el mejor hombre que conozco.

Juan nunca le había dicho a Ana que le gustaba su madre. Nunca pensó en su suegra de esa manera. Siempre la vio como eso, como su suegra, la madre de su mujer.

Una imagen de Doña Ana vino a su mente. Parecida a su mujer, aunque mayor, claro, y más rellenita. Siempre lo trató bien.

Ana miraba a su marido. Casi oía su cabeza pensar, las ruedas girar, asimilando todo lo que había oído. Lo miró. Puso su mejor carita de niña buena.

-¿Lo harás? ¿Te follarás a mi madre? Por favor.

Juan también la miró. "¡Qué diablos!', pensó. Su suegro no estaba nada mal. Podría excitante enseñarle los placeres del sexo. Le sonrió a Ana.

-Lo haré. Me follaré a tu madre.

Ana se lanzó sobre él y lo abrazó. Se lo comió a besos, dándole una y otra vez las gracias. Luego, de un salto, salió de la cama y corriendo, desnuda como estaba, se dirigió al salón.

-Hey, ¿A dónde vas tan rápido? - preguntó un sorprendido Juan.

-A llamar a mi madre. Tengo que contárselo.

Juan cruzó sus manos por detrás de su cabeza. No pudo evitar reírse por la situación. Su mujer iba a llamar a su madre para decirle que su marido estaba de acuerdo en follársela. Se iba a follar a su suegra. La polla se le empezó a poner dura.

Cuando Ana regresó, la tenía dura como una roca. Ana lo miró y sonrió.

-Vaya, parece que la idea de follarte a mi madre te pone cachondo.

-¿Qué dijo?

-Que estaba como un flan. Casi se arrepiente. Jajaja.

Ana llegó a la cama. Se subió y se acercó a la polla, de rodillas. Puso una pierna a cada lado del cuerpo de su esposo y se sentó sobre él, clavándose la polla. La follada fue salvaje, profunda. Juan le acariciaba las tetas mientas ella lo cabalgaba.

-Agggggggggggg Estoy muy cachonda, mi amor. Sólo de pensar que te la vas a follar me pone al borde del orgasmo.

-Uf, y a mí.

-Le dije que...ummm mañana por la tarde irás a su casa.

-¿A su casa?

-Sí, allí se siente más segura.

-Pero...No podrás ver nada.

-No me importa. Después...me lo cuentas todo.

Por segunda vez esa noche, Juan le llenó el coño a su mujer con su caliente leche. Pero esta vez pensaba en otra mujer. Pensaba en su suegrita.

La mañana siguiente la pasó nervioso. Habló por la webcam con su esposa, que de nuevo le dio las gracias por hacerlo con su madre. Le dijo que no tenía importancia, que lo iba a hacer con gusto. Y era verdad. La idea de follarse a su suegra lo tenía en tensión.

Tan caliente estaba, que al medio día, antes de comer, quiso follarse a su legítima esposa, pero ella no se dejó.

-No no no, mi amor. Guarda tus energías para mi madre.

-Joder, está bien. Estoy nervioso, ¿sabes? Es como una primera cita.

-Jajajaja. ¿La tratarás bien, verdad?

-Claro. Seré delicado, no te preocupes.

Ana se acercó a una de sus orejas y le susurró:

-No, trátala como a una zorra.

-¿Estás segura?

-Sí. No es ninguna niña. Quiero que sepa lo que es ser follada por un buen macho.

-Coño. Ya me la has puesto dura otra vez.

-Jajaja.

Llegaba la hora de irse. Se dio una ducha, se vistió elegantemente y se perfumó. Varón Dandy. Su padre siempre decía que nada como los aromas de siempre, no esas mariconadas modernas.

Ana fue a despedirlo a la puerta, con un besazo y un gran abrazo. Le resultó un poco extraño que su mujer lo despidiera para ir a acostarse con su madre. La vida a veces es extraña. Extraña pero excitante.

Se plantó delante de la puerta de la casa de su suegra. Respiró hondo y tocó. Al poco, Doña Ana, abrió.

-Buenas tardes, Juan, pasa.

-Buenas tardes, Doña Ana.

Ella no le miraba a los ojos. Y tenía un tenue rubor en las mejillas. Juan se fijó en ella con atención. Buenas curvas, un buen par de tetas, más grandes que las de su mujer, un redondo y tentador culete. Entradita en carnes. En fin, como decían por allí, toda una jamona. Llevaba un vestido, algo ajustado, cuya falda le llegaba por encima de las rodillas.

Lo llevó al salón y se sentaron en el sofá. Ambos estaban muy cortados.

-¿Cómo va todo, Juan?

-Muy bien, Doña Ana.

Empezaron a hablar de cosas intrascendentes. Aquello no llevaba a ninguna parte, así que Juan decidió ir de lleno al asunto. Por primera vez, la tuteó.

-Ana, los dos sabemos a lo que he venido, ¿no?

-Sí - respondió la mujer, ruborizándose un poco más, mirando sus propias rodillas.

-¿Estás segura de esto?

Ella le miró a los ojos. Respondió que sí. Juan se acercó más a ella, y sin dejar de mirarle a los brillantes ojos, le dijo:

-Sácame la polla.

Los ojos de Ana fueron de los suyos a su entrepierna y luego otra vez a sus ojos. Tenía los labios resecos, Se estremeció, pero no se movió. Estaba como paralizada.

-Venga, suegrita. Sácame la polla.

Lentamente, Ana acercó sus manos a la bragueta de su yerno. Se la bajó, metió una mano y agarró la polla. La segunda polla de su vida. Con dificultad la sacó, sin soltarla, con temor a que se le escapara.

Juan miraba la expresión de la mujer, que parecía hipnotizada por su dura polla. La miraba fijamente, con los ojos muy abiertos. Las calientes manos de su suegra se la pusieron aún más dura.

-¿Te gusta mi polla?

Ana no respondió. Ni siquiera lo oyó.

-Ana. ¿Te gusta mi polla?

-¿Eh? Oh, sí...es tan...dura

-Hazle una lenta pajita a tu yerno, suegrita. ¿Has meneado alguna polla?

-No, nunca.

-Es fácil. Sólo mueve la mano arriba y abajo.

Empezó la paja, lenta, acariciando a penas.

-Aprieta más la mano. No se va a romper.

-¿Así? - preguntó, haciendo más presión.

-Ummmmm, sí, así, suegrita. Muy bien

Ana fue cogiendo confianza. Le encantaba la sensación de aquella polla en su mano, dura y suave a la vez. Miró a Juan, que gemía de placer, y ambos se sonrieron.

Ella vio que de la punta de la polla manaba un líquido transparente. Cuando lo tocó, comprobó que era como una baba, pegajosa y espesa. Él la miraba hacer, hasta que con una mano, la atrajo hacia sí y la besó. Fue un beso con fuerza, con pasión, buscando la lengua de su suegra con la suya.

Se dio cuenta de que Ana no sabía besar, pero aprendió rápido. En pocos minutos, sin soltarle la polla, se besaba con su yerno como si lo hubiese hecho toda la vida. Él la notaba excitada. Gemía, se frotaba contra él, siempre sin dejar de mover su mano a lo largo de la polla.

Y cuando Juan atrapó con sus manos las tetas, todo el cuerpo de Ana se estremeció.

-Agggggggggggg - gimió la mujer cuando Juan besó su cuello, apretando sus tetas.

-¿Estás cachonda, suegrita?

-Ummmm sí.

-Seguro que tienes el coño mojadito, ¿Verdad?

-Uf...sí, sí.

-Dímelo. Dime como tienes el coñito.

-Oh, Juan. Lo tengo mojado, caliente. Estoy muy excitada.

-¿A ver?

Juan metió una de sus manos por debajo del vestido, y fue subiendo desde la rodilla hasta el interior de los muslos. Ana abrió sus piernas.

Las bragas ardían y estaban húmedas. Las apartó y empezó a pasar los dedos por la rajita del coño de su suegra. Era un coño grande, de largos labios, y estaba muy babosito. En cuando encontró su clítoris y lo frotó, el cuerpo de Ana estalló. Se tensó y abrazándose a él con fuerza y se corrió, llenando su mano de jugos.

Fue un orgasmo largo, intenso. El primero que Ana tenía con un hombre. Se quedó apoyada en su pecho, con los ojos cerrados. En su mano, palpitando, la polla de Juan. Él le levantó la cara y la volvió a besar.

-Bueno, suegrita. Ahora me vas a chupar la polla. ¿Lo deseas verdad?

-No sabes cuánto. Yo... nunca lo hice con mi marido.

-Y has estado viendo todos esos videos, de chicas chupando enormes pollas, deseando llevarte una a la boca, saborearla, sentirla vibrar dentro, ¿Verdad?

-Aggggggg sí, sí.

Mientras le hablaba, Juan volvió a masturbarla. Ana lo miraba, con los párpados medio cerrados por el placer. Los cerró cuando dos dedos de su yerno se metieron a fondo en su coño.

-Se te hacía la boca agua mirando aquellas chicas vaciar esas tremendas pollas. Querías ser tú la que recibía en la boca sus copiosas corridas. Ser tú la que terminaba con la carita llena de leche. ¿Verdad?

Aquellas palabras, aquellos dedos, la estaban volviendo loquita. Sintió que un nuevo orgasmo empezaba a nacer en lo más profundo de sus ser.

-Agggggggg Juan....sí, lo deseaba... lo deseo.

-Lo sé. Porque eres una zorra, como tu hija. Ni te imaginas de lo que es capaz tu hijita. Tendrías que verla con dos pollas dentro.

Ana no pudo más. Se volvió a correr, aún más intensamente que antes, cerrando las piernas y atrapando la mano de Juan entre ellas. Casi le muerde el brazo y hasta le hizo un poco de daño en la polla de tanto apretar.

Juan se llevó los dedos a la nariz. El olor del coño de su suegra era fuerte, tremendamente excitante. Se levantó. Ana se quedó sentada, mirándolo.

-Bien, suegrita. Ven aquí. Arrodíllate. Para tu primera mamada debes de estar arrodillada.

Ana obedeció enseguida. Se arrodilló delante de su yerno. A la altura de su cara quedó su polla, apuntando hacia ella. No era una enorme polla como la de los videos que le gustaba mirar, pero era una polla real, viva. Miró hacia arriba. Se encontró con la mirada de Juan.

La situación estaba cargada de morbo. Juan estaba de pie, vestido completamente. Arrodillada delante de él, su suegra, también vestida. Su polla salía por su abierta bragueta. Se miraron unos segundos.

-Venga suegrita. Chúpame la polla.

Ana había visto muchas mamadas. Sin dejar de mirarlo, abrió la boca, la acercó a la polla y se la metió en la boca. Disfrutó de la sensación que le producía. Empezó a mover la lengua alrededor, a mover su cabeza hacia adelante y hacia atrás.

La cara de placer de su yerno le indicó que lo hacía bien. Que su primera mamada estaba siendo una buena mamada. Lo confirmó segundos después, cuando Juan llevó sus manos a su cabello y la acarició.

-Aggggggggggg Ana.... parece que llevas toda la vida chupando pollas. Qué bien lo haces.

Estimulada en su ego, puso en práctica todas las cosas que había visto. Le chupó el tronco de la polla, pasándole la lengua. Le chupó los huevos, metiéndoselos uno a uno en la boca. Le pasó la lengua una y otra vez alrededor de la punta. Incluso trató de tragarse toda la polla, pero no pudo.

Juan puso sus manos a su espalda. Ana las suyas apoyadas en sus muslos. El único contacto entre ellos era la dura polla entraba y salía de la boca.

-Ummmm vaya boquita que tienes, suegrita. Sigue así, que...aggggggggggg me vas a hacer correr en tu boquita. ¿Quieres que me corra en tu boca?

Ana asintió, sin dejar de mamar.

-¿Serás buena, verdad? Te tragarás toda la lechita, sin dejar ni una gota, ¿No?

Volvió a asentir.

El orgasmo iba a ser de antología. Juan se notaba muy cachondo, y tener a su suegra arrodillada mamándole la polla era demasiado caliente, demasiado morboso como para aguantar mucho. Además de que la mamada era estupenda. Le anunció que se corría, para que se preparara para la descarga.

-Agggggggggg me corro. Me..co..rroooooooo.

Ana sintió noto como la polla tenía un espasmo dentro de su boca, y como un potente chorro caliente le golpeaba el paladar. Otro espasmo y otro chorro. Luego otro más. Pasó la lengua alrededor de la punta, y notó en ella más disparos. La cara de su yerno era de puro éxtasis. No respiraba, no hacía ruidos. Sólo la miraba con una mueca de placer.

La polla dejó de escupir. Ana tenía la boca llena de leche. La mantuvo hasta que Juan le sacó la polla. Entonces, abrió la boca y le mostró el interior, lleno del blanco líquido. La lengua parecía un islita en un mar blanco.

Cerró la boca y tragó de una sola vez. Saboreó el semen. No le gustó, pero tampoco le desagradó. Lo que sí le gustó fue la cara de él, mirándola. Abrió la boca otra vez.

-¿Ves? He sido una buena niña. Me lo he tragado todo.

La ayudó a levantar y la besó. Su boca estaba salda y amarga. Para él no era la primera vez que probaba un poco de su semen.

La cogió de la mano y la llevó al dormitorio. Allí, la desnudó. Ella se avergonzó un poco de su cuerpo, que no creía atractivo. El la hizo mirarle a los ojos.

-Eres preciosa, Ana.

-Gracias, yo no me siento así.

Juan le cogió una mano y la llevó a su polla. Ella la agarró. Seguía dura.

-Está así por ti. Porque te deseo.

-Oh, Juan - le dijo, abrazándolo - Yo también te deseo.

Se besaron mientras él le acariciaba el amplio y regordete culo. Se lo sobó a conciencia, dándole algún que otra cariñoso cachete. Luego la hizo tumbar sobre la cama. Se desnudó mientras ellas, con ojos brillantes, lo miraba.

-Abre las piernas, déjame ver tu coño.

Lentamente, Ana las abrió. Juan contempló el coño de la madre de su mujer. El coño por dónde había salido. Era un coño precioso, bien peludito, y estaba abierto, mojado, caliente. Recordó como olían sus dedos después de acariciarlo.

-¿Te han comido el coño, Ana?

-No, nunca.

-Ummmmm ¿Quieres que tu yerno te coma el coño?

-Siiiiiiiiiiiiiiii

Ana jamás pensó que una boca pudiese proporcionar tanto placer. Desde que que la lengua de Juan empezó a lamerla, a besarla, a chuparla, se empezó a retorcer sobre la cama. Se corrió enseguida, cuando él atrapó su clítoris entre sus labios. Juan recibió en la cara y en la boca sus jugos, y los tragó con gula.

Pero no dejó de comerle el coño. Siguió, ayudándose de sus dedos. Le metió dos en la vagina al tiempo que su lengua subía y bajaba a lo largo de la raja. Ana estalló en un nuevo orgasmo.

Había llevado sus manos a la cabeza de Juan y la apretaba contra ella. Le restregaba el coño por la cara, Gritaba, gemía.

.-Aggggggg dios mío... que...placer. Sigue comiéndome el coño. Rezárseme por todos estos años sin placer.

Se corría una y otra vez, arqueando su espalda sobre la cama. Cuando uno dedo se metió despacito en su culito, otro fuerte orgasmo atravesó su cuerpo. Pensó que se moriría de placer. Y Juan no paraba. Seguía chupándola, follándole el coño y el culito, incansable.

Hasta que un orgasmo inmenso, el más fuerte de su corta vida sexual, la dejó sin respiración durante unos segundos, durante los cuales creyó estar en el cielo.

El coño le quedó sensible, y hasta el roce de la lengua le molestaba, así que tiró de la cabeza, apartándolo de ella.

-Para...para...no puedo...más.

Juan la dejó y se tumbó a su lado. La miró. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. Cuando los abrió, lo miró.

-Creí que me ibas a matar de gusto.

-Jeje, de eso no se muere.

Ana se fijó que Juan tenía los alrededores de su boca brillantes. Eran sus jugos. Los jugos de su coño en la cara de un hombre, del marido de su hija. Él se acercó a ella y Ana pudo olerse en la cara de él. La besó y pudo saborearse en su lengua.

Sin dejar de besarla, se subió sobre ella y la penetró. De un sólo golpe enterró su polla en aquel caliente coño, que a pesar de su edad, era bastante apretadito y se amoldaba como un guante a su polla. Ana gimió de placer y cerró los ojos.

-No puedo más. Déjame descansar.

-Ya has descansado bastante, ¿No crees?

Se la folló despacito, con calma, apenas moviéndose. Besaba su frente, sus labios, sus mejillas, su cuello. Ana cada vez gemía más, cada vez más excitada. Y empezó a pedirle que la follara cuando sintió como Juan atrapaba uno de sus pezones entre sus labios.

-Ummm yernito... Fóllame. Fóllame más...fuerte. Fóllate a tu suegra....

Su reciente corrida permitió a Juan aguantar bastante, follándola cada vez con más fuerza, haciéndola estremecer una y otra vez, y al final, haciéndola correr.

El último orgasmo de la tarde para Ana estalló cuando sintió en el fondo de su coño el calor del semen de Juan.

Él no se portó como el portero. No dejó a Ana después de follarla. Se quedó con ella, abrazados los dos, sin hablar.

La sintió llorar.

-¿Qué te pasa, Ana?

-Nada. Que soy feliz. Gracias por... esto. Es lo más bonito que nadie ha hecho por mí en mi vida.

-Para mí ha sido un verdadero placer. Y también tienes que agradecérselo a tu hija. Te quiere mucho.

-Y yo a ella.

Fue a despedirlo a la puerta. Se despidieron con un beso en los labios.

Cuando Juan llegó a su casa, Ana, su mujer, vino corriendo y se tiró en sus brazos. Casi se caen los dos.

-Gracias mi amor. Gracias, gracias, gracias.

-Hey, que me tiras.

-Me ha llamado mi madre. Estaba llorando, de felicidad. Me ha contado todo lo que habéis hecho y todo el placer que le has dado. Eres el mejor, mi vida.

-¿También te contó que hemos quedado mañana para estrenarle el culito?

-Jajaja. No. Eso no.

FIN

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