Cornudo consentido (1)

-Mi amor. Quiero que te folles a mi padre. Quiero ver cómo te lo follas delante de mí.

Nota previa: Este relato iba a ser publicado en una sola parte, pero me salió muy largo, así que decidí partirlo. La categoría es filial, aunque en esta primera parte no se vea hasta el final, pero he decidido incluirlo aquí de todas maneras. La siguiente parte está a puntito de salir del horno

Antes de casarse, varios amigos de Juan le dijeron que no lo hiciera. Que Ana, su novia, era un poco...ligerita de cascos. Pero la quería, la amaba con locura. Así que se casaron.

Juan era muy feliz. Ana también.

Los amigos tenían razón. Ana era, es, ligera de cascos. Le gusta más una polla que a un tonto un lápiz. Y siente debilidad por los maduritos. Los calvos la ponen a mil, y si tienen barriga, más. Para gustos, los colores, que se dice.

Al principio lo intentó. Fue buena unos meses, pero la tentación era muy fuerte. Tentación en forma de portero, calvo y con prominente barriga. Lo veía cuando venía a recoger la basura, con sus guantes, sudoroso. Lo saludaba siempre con amabilidad.

-Buenos días, Manuel

-Buenos días, doña Ana.

-¿Tan vieja soy?

-¿Disculpe?

-No me digas doña.

-Oh, disculpe doña...Ana. Es que me sale solo.

-Le veo muy sudado. ¿Quiere un poco de agua?

-No, gracias. Es Vd., muy amable... Ana.

-De nada, Manuel.

Cuando él se iba, Ana notaba el coño ardiendo. Se imaginaba que el portero tenía una enorme polla y que se la follaba sin descanso.

Pero ahora estaba casada. Ahora no era libre. Y se aguantaba. Recurría a sus juguetitos sexuales y cuando Juan volvía de trabajar, se tiraba sobre él como una fiera y le exigía que se la follara bien follada.

Juan estaba encantado. Creía que la calentura de su mujer era por él. Pero sólo lo era en parte. La llama la avivaba el portero. Una llama que cada vez le quemaba más. O la apagaba o la consumiría.

Días después tuvo una avería con un grifo, y llamó al portero. El acudió, solícito, a la llamada.

-Gracias, Manuel. Tuve que cerrar la llave de paso, pero necesito el agua.

-Déjeme echarle un vistazo, doña Ana.

-Ana. Sólo Ana.

-Ana. Es la costumbre, ¿Sabe?

Mientras Manuel cambiaba una de las llaves que estaba rota, Ana lo miraba. Y a medida que el hombre empezaba a sudar, el coño de Ana se empezó a mojar. Empezó a recordar.

Recordó a Jacinto, un amigo de su padre. Era un hombre de unos 55 o 60 años, que la miraba siempre con ojos lascivos, cuando ella era aún una jovencita. Esas miradas, lejos de molestarla, le provocaban extrañas sensaciones.

Recordó como un día Jacinto vino a ver a su padre y éste no estaba. Ana estaba sola en casa. Lo hizo pasar para que lo esperara y le ofreció un refresco.

Recordó su cálida y áspera mano tocar la suya. El temblor que le recorrió el cuerpo. Cómo él se abalanzó sobre ella, besándola, metiéndole mano. Cómo le rompió la blusa. Cómo le chupó los pezones, con fuerza. Y sobre todo, como la hizo mujer en el sofá, rompiéndola con una gruesa polla y matándola de placer. Jacinto le enseñó los placeres del sexo. Le enseñó a gozar y a hacer gozar con su cuerpo.

Y ahora, Manuel estaba allí, arrodillado, sucio, sudando. Ella llevaba una falda que le llegaba a las rodillas. Sin que él se diera cuenta, pues estaba a su espalda, se quitó las bragas, que estaban empapadas. Se sentó en la taza del wáter. Él la miró y le sonrió. Ana abrió ligeramente las piernas. Los ojos de Manuel se perdieron entre aquellos dos bellos muslos y al final descubrieron el tesoro que ella escondía. Se sorprendió y giró la cabeza. El sudor aumentó. Se intentó concentrar en su trabajo, pero con el rabillo del ojo comprobó que Ana abría más las piernas, que las separaba del todo. Si miraba, vería su coño. Todo su coño. La polla amenazó con romper su pantalón.

No miró hasta que ella habló.

-Manuel, estoy cachonda. Mira como tengo el coño.

Él giró la cabeza. Ana se estaba abriendo el coño con dos dedos, mostrando una vulva rosadita y muy mojada, que brillaba. Miraba fijamente a los ojos de Manuel, que tenía su mirada clavada en aquel coño.

-Es por ti...estoy cachonda por ti.

Manuel miró como Ana se pasaba dos dedos por la raja, y luego se los llevaba a la boca, chupándolos.

-Ummmmmm ¿No quieres comprobar lo rica que estoy?

Manuel ya no pudo más. Ana era una propietaria. Él estaba a su servicio, pero todo hombre tiene un límite. Tiró la llave inglesa al suelo y enterró la cara entre las piernas de Ana. Ella atrapó su calva cabeza y la apretó contra ella.

-Aggggggg sí...cómemelo...cómemeeeeloooo

Manuel no se podía creer que aquella preciosa mujer fuera así, que se fijara en alguien como él. Y sobre todo, estaba impresionado por lo mojada que estaba, por lo rico que sabía su coño. Le pasó su gorda lengua arriba y abajo, a lo largo de los hinchados labios.

Él no era un experto comedor de coños, pero por los gemidos de Ana lo parecía. Le dio un lametón sobre el clítoris y la sintió tensarse, dejar de respirar y luego empezar a temblar. Recibió en la cara un chorro de flujo, que rápidamente recogió con su lengua y se tragó. Dejó de lamer.

-Ummm no pares, cabrón...sigue comiéndome el coño...hazme correr otra vez.

Una cosa es que él fuera un empleado, y ella la que pagase su suelto. Otra cosa es que lo llamara cabrón. Se levantó. Ana lo miró. Tenía la cara roja y llena de sus flujos.

-Ahora vas a saber quién es este cabrón, putita.

Ana sonrió. Dejó de hacerlo cuando Manuel se bajó la bragueta y se sacó una enorme polla, larga y gruesa.

-¿Te gusta?

-Me encanta - respondió, mirando la polla con ojos brillantes

-Espero que seas una buena mamona.

-Jajaja. La mejor.

Se arrodilló delante de aquel hombre, dispuesta a demostrarle lo que podía hacerle a una polla con su boca. Sin usar las manos, y mirándolo lascivamente, le pasó la lengua a lo largo del duro tronco. Estaba salado, y olía a sudor...Lejos de repugnarle, la puso aún más caliente. Se agachó más, para tener que mirar hacia arriba. Abrió la boca y se empezó a meter la polla en la boca. Llevó sus manos a sus tetas y se las acarició, mientras se tragaba la enorme verga.

Le llenaba la boca. El coño le quemaba. Una de las manos la metió debajo de la falda y se masturbó a la vez que mamaba. Manuel miraba, embelesado. Aquella belleza con su polla en la boca. Media polla dentro, tocándose las tetas y el coño.

-Trágatela toda, zorrita.

Ana lo intentó, pero le fue imposible. No entraba toda. Manuel la agarró por la cabeza y empezó a follarle la boca. Grandes cantidades de saliva bajaban por la barbilla de Ana, que gozaba de aquel trato, duro y caliente, hasta el punto que justo cuando le entró una arcada, se corrió, gimiendo de placer, cerrando los ojos. Estaba en el cielo.

Manuel estuvo a punto de correrse, pero deseaba más. Sabía que si se corría ya todo terminaría, y deseaba follarse a aquella putita, clavarle su polla en su rico coño y darle caña a fondo. Así que le sacó la polla de la boca y la hizo levantar. La agarró con fuerza y la besó, metiéndole la lengua a fondo en la boca.

-Vamos a tu cama. Quiero follarte en tu cama. Así los cuernos de tu marido serán más puntiagudos!

-jajaja

Ana lo cogió por la polla y sin dejar de reír lo llevó a su dormitorio. La cama estaba sin hacer, toda revuelta fruto del polvo que echaron ella y Juan por la mañana. Ana se tiró en la cama, en el centro. Abrió las piernas y se abrió el coño con las manos.

-Venga, adórnale la frente a mi marido.

Manuel ni se quitó los pantalones. Se los bajó hasta los tobillos y se tiró sobre la mujer. La enorme polla la taladró de una sola estocada que hizo que Ana se retorciera de placer sobre la cama. Lo rodeó con sus pies

-Aggggggggg asíiiiiiiiiiii fóllameeeeeeeeee

Manuel le abrió la camisa, haciendo saltar los botones y hundió su cara entre sus tetas, dos preciosa tetas, duras, turgentes. Le apartó el sujetador y le chupó lo pezones, se los mordisqueó, haciendo que Ana arqueara la espalda de placer, sin dejar de follarla. Ella estaba tan mojada que la polla hacía ruidos de chapoteo al entrar y salir. Le rozaba el clítoris y el placer que sentía la hacía gemir.

-Si supieras las veces que te miraba pasar por el pasillo menear el culito.... Y ahora te estoy follando.

-Pues no dejes de follarme... Rómpeme el coño con ese pollón.....joder...vaya polla....agggggggg.

Parecían dos animales sobre la cama, sudando, jadeando, gozando del sexo. Manuel le arrancó a Ana dos orgasmos, que le nublaron la vista, la llenaron de espasmos. La llenaron de felicidad. Manuel sintió que su corrida se aproximaba.

-Ummm preciosa, ahora voy a consumar... la cornamenta..... agggg.... de tu maridito.

La miró fijamente a los ojos, le metió la polla hasta el fondo y se empezó a correr. Potentes chorros de hirviente semen chocaron contra el fondo de la vagina de Ana. Con cada disparo, los ojos de ella se entornaban. Con cada disparo, Manuel gruñía de placer.

Se quedó un rato más sobre ella, hasta que la polla se le encogió y se salió del coño, seguida de una mezcla de semen y flujos vaginales que mancharon las sábanas.

Se levantó y la miró. Aún no se creía que se había follado a aquella hermosa mujer. Morena, guapa. Y allí estaba, acostada en la cama matrimonial, con el pelo revuelto, las piernas abiertas, mostrando su coño recién follado, hinchado, rezumando su leche. Y sonriendo. Pensó que era una lástima no ser ya un jovencito para echarle otro polvazo. Pero no tenía tiempo para que su polla volviese a levantarse., Tenía que volver al trabajo.

Casi se tira otra vez sobre ella cuando vio como con cara de zorra, Ana llevó sus dedos a su coño, recogió la leche que salía y se la llevó a la boca.

-Ummmmm que rica leche tienes, Manolito. Quiero más.

-Ahora no tengo más, preciosa. Pero descuida, que te vas a hartar.

Y vaya si se hartó. Desde ese día las averías en su casa eran constantes. "Manolito, que se sale el agua de la lavadora.". "Voy en seguida, señora". "Manolito, que no me enciende la encimera". "Voy volando, señora".

Incluso, a veces, sonaba el timbre de su casa, Ana abría y era el portero.

-Buenos días señora. Creo que tiene averiada la secadora.

-Sí, sí. Pase.

Lo hacía pasar y él la seguía. Ana meneaba su redondo culito y lo llevaba a la solana.

-Esta es la secadora que no va - le decía, sin mirarlo, dándole la espalda.

Ponía las manos apoyadas en el aparato y se agachaba hacia adelante, levantando el culito. El portero le levantaba la falda, le bajaba la bragas y le metía la polla hasta el fondo del coño, de un sólo empujón. Siempre lo encontraba caliente y empapado.

-Ummmm veamos qué podemos hacer que el jodío aparatito, le decía follándola con fuerza.

Donde más le gusta meterle la polla y llenarle el coño a rebosar de su caliente y espeso semen era en su cama, donde dormía con Juan, el cornudo. Eso le daba más morbo, y a ella la volvía loca.

No sólo lo hacían en la casa de Ana. Les gustaba lo prohibido, hacerlo en sitios en donde pudiesen pillarlos. Le hacía estupendas mamadas en el ascensor. A él le encantaba correrse en su cara para que ella tuviese que ir desde el ascensor a su casa con la cara bien decorada.

Cuando Ana venía del super, Manuel, amablemente, se ofrecía a ayudarla con las bolsas. Sabía que como premio descargaría su polla en la boca, en la cara o en el coño de aquella preciosidad.

Una de la veces que Ana más morbo sintió fue cuando, pasando por delante del mostrador del Manolo, vio que entraba en el portal doña Amparo, una simpática pero muy pesada viejecita. Sin que ella la viese, se metió por detrás del mostrador y se arrodilló entre las piernas de Manuel. La viejecita se acercaba al mostrador cuando Ana le bajó la bragueta al portero y le sacó la polla, que se endurecía por momentos.

Bastaron un par de caricias para que la polla se pusiese como a ella le gustaba. Gorda, dura. Empezó a pajearla, y le dio un besito en la punta.

-Buenos días, doña Amparo - saludó cortés Manuel, procurando que no se notase el placer que sentía al notar la ágil lengua de Ana dar vueltas alrededor de la punta de su polla.

-Hola Manuel, buenos días. Parece que hoy hace más fresco que ayer.

-Sí, eso parece

La boca de Ana se empezó a tragar la polla, sin dejar de mover la lengua. Ana sabía que la anciana era muy habladora. Se esmeró en hacerle a Manuel una placentera mamada.

-Pues Vd. parece tener calor, Manuel. Le suda la frente.

-Sí... Ummmm es que.....he tenido que recoger unas bolsas...del....sótano.

-Mi difunto Jacinto, dios lo tenga en su gloria, también era un hombre que sudaba enseguida.

Manolo deseaba que la anciana se marchara, para poder gozar sin tener que reprimirse de la endiablada boca que lo mamaba debajo del mostrador. Ana estaba tan cachonda por la situación que llevó la mano libre, que no agarraba la polla, debajo de su falda hasta su encharcado coño, y chupando con más fuerza, se empezó a frotar el clítoris y a meter dos dedos.

-Yo....ummm ya sabe, doña Amparo. Mi trabajo....uf...a veces me hace sudar...mucho.

-Ya lo veo, Manuel. Está Vd. congestionado. Tiene la cara roja. ¿No le irá a dar un pasmo?

-No no....agggg no se preocupe...estoy muy bien. Sólo...cansado

Tenía los puños cerrados con fuerza sobre el mostrador, con los nudillos blancos por el esfuerzo. Y la viejita no se iba. Estaba allí, mirándolo. Y la zorra de Ana que cada vez chupaba con más ganas. Se iba a correr y doña Amparo lo miraba fijamente.

Ana notó que la polla empezaba a temblar, y se preparó para recibir su caliente y espeso premio. La anciana señora miró como la cara del portero se crispaba, sus ojos se cerraban y se mordía el labio inferior. Se asustó.

-Manuel, Manuel, por dios. ¿Le duele el pecho? ¿No le estará dando un infarto?

-Agggg...no...no... - trató de responder mientras se corría abundantemente en la boca de Ana, que tragaba su leche a medida que se le disparaba contra la lengua.

Ana también se corrió, bebiéndose aquel manjar. La polla que llenaba su boca le impidió gritar su placer. Después de cuatro o cinco chorros, la polla dejó de escupir y Manuel pudo relajarse. Sus nudillos volvieron a coger color y miró a doña Amparo con cara de bobo, con una sonrisita en los labios. Sentía la boca de Ana aún en su polla, lamiendo ahora suavemente.

-Uf, que susto, Manuel. ¿Se encuentra ya mejor?

-Sí sí... sólo fue un...ligero mareíto, doña Amparo. Es que hoy no he desayunado.

-Ah, pues vaya, vaya, que el desayuno es la comida más importante del día, según dicen.

-No se preocupe, que ahora iré.

-Bueno, pues me voy más tranquila. Adió Manuel.

-Adiós doña Amparo. Cuídese.

Por fin la viejecita se fue y Ana, pasándose la mano por la boca para limpiarse cualquier posible resto se semen, pudo salir de debajo del mostrador.

-Jajajaaja. Pues yo acabo de desayunar - le dijo a Manuel, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia el ascensor.

Manuel se guardó la morcillona polla mientras miraba como Ana meneaba el culo. Un precioso y tentador culito que aún no había sido suyo. Le decía que la tenía muy gorda. Pero se iba a enterar. Lo que le acababa de hacer, a pesar de haberle proporcionado mucho placer, había sido muy expuesto. Se merecía un castigo. En unas horas, cuando se recuperase, iría a arreglarle la lavadora.

Pese a las protestas de Ana, que agarrada a la lavadora le suplicaba que la dejase, el portero le llenó el culito primero de polla y luego de leche caliente. Y pese a las protestas, el coño de Ana le chorreaba muslos abajo y se corrió gritando de placer. Si Manuel no le hubiese tapado la boca con una mano, los gritos los hubiesen oído en medio edificio.

Ana era feliz. Manuel era feliz. Y hasta Juan, ajeno a todo, era feliz. Estaba enamoradísimo de su preciosa mujer, además de desearla. Hasta que un día...los pilló.

A media mañana Juan se dio cuenta de que se había olvidado en casa unos papeles que necesitaba, así que fue a buscarlos. Le gustaba darle sustitos a su mujer, así que entró en su casa haciendo el mínimo ruido. Los gemidos que oyó le erizaron el pelo. Sin duda era Ana. Pero distinguió otra voz. Una voz de hombre. Provenían de su dormitorio. La sangre empezó a hervirle en la venas. Alguien iba a morir.

Se acercó sin hacer ruido. Las persianas aún estaban bajadas y la semioscuridad del pasillo le permitió acercarse hasta la puerta sin ser visto. Miró dentro y los vio. Un hombre estaba sobre su mujer, follándosela a la bestia, con los pantalones en los tobillos. Ella lo tenía rodeado con sus piernas, empujándolo contra ella, y le acariciaba su sudorosa calva.

-Agggg así...cabrón...fóllame más.

-Zorra...cómo te gusta que te den caña....Toma polla.

Juan reconoció la voz del hombre. Era Manuel, el portero. De repente entendió las sonrisitas y las frases con sorna que el portero le echaba desde hacía unas semanas. Se quedó paralizado viendo como aquel sucio hombre se follaba a su mujer en su cama, como ella le pedía más. Su culo blanco subía y bajaba entre las piernas de Ana. Toda la cama se movía al compás de los pollazos que el portero le daba.

Y entonces, la sangre que le hervía en las venas llenó los cuerpos cavernosos de su polla. Se estaban follando a su mujer delante de sus narices y en vez de matarlos a los dos a golpes, se le ponía la polla dura, como nunca. Parecían dos animales en celo, y el espectáculo le pareció lo más morboso que había visto en su vida. La bella, su amada Ana, estaba siendo follada por la bestia, el sucio portero. Hubiese deseado ver más. Ver la polla entrar y salir del coño marital, que se suponía que debía ser invadido por su polla.

Vio como Ana se corría, como Manuel la besaba con fuerza para que no gritara, sin dejar ni un momento de follarla, con fuertes golpes de cadera. Fue un orgasmo largo, intenso. Más fuerte de los que tenía con él. Llevó una mano hasta el bulto de su bragueta. La polla le dolía y se la sacó. Cuando se la agarró con la mano la notó dura como nunca.

Ana seguía temblando, con espasmos, y ahora fue Manuel el que empezó a dar golpes más fuertes hasta que se quedó quieto, gruñendo como un cerdo. Juan supo que le estaba llenando el coño de leche a su mujercita. Casi se corre en los pantalones.

El portero se levantó y le pudo ver e pollón, brillante y goteando semen. Con razón su mujercita se corrió así.

-Bueno, zorrita. Como siempre un placer llenarte el coñito de leche madura. Me encanta follarte en la cama de tu marido. Cada vez que lo veo me dan ganas de reírme en su cara.

-Jajaja. No seas malo. Que es mi amorcito.

Juan Observó como Manuel se subía los calzoncillos y los pantalones. Se apartó y pudo ver bien a la adultera esposa, abierta de piernas, con el coño ofrecido. Lo vio abierto, mojado, rezumando líquidos.

-¿Vendrás esta tarde? Creo que la antena de la tele se me va a romper.

-Umm no sé. Ya no soy un chaval. Me estás dejando los huevos vacios.

-Venga...ven...te dejaré follarme el culito.

-Ya veremos, ya veremos.

Un amante de verdad, hubiese abrazado a Ana y le hubiese dado un beso. El portero simplemente la dejó allí. La relación era puramente sexual. Juan, se escondió en la habitación contigua para que no lo descubriera y salió cuando oyó la puerta principal cerrarse. Se asomó con cuidado y miró en su habitación.

Su mujer seguía igual, con las piernas abiertas, los ojos cerrados. Disfrutando, sin duda, de la relajación después del intenso orgasmo. Sin que la oyera, entró

-¡Puta! - le gritó

Ana se sobresaltó, y al ver a su marido en la puerta, se asustó. La había descubierto, sin duda. Le miró a los ojos. En ellos vio ira, pero había más. Deseo, excitación. Una mirada a su entrepierna se lo confirmó. La polla de su cornudo marido estaba apuntando hacia ella, bien dura.

Una burlona sonrisa se dibujó en el rostro de Ana.

-¿Te gustó mirar cómo me follaba el portero?

-Zorra - respondió Juan acercándose a la cama.

-Ummmm ese gordo calvo tiene una polla que me vuelve loquita, mi amor. Me ha dejado el coño lleno de leche. Mira como me chorrea - le dijo, abriendo más aún las piernas

-Guarra - añadió Juan, subiéndose en la cama, de rodillas, mirando como del coño de Ana empezaba a salir el semen de Manuel.

Para calentarlo aún más, Ana recogió con dos dedos un poco de la mezcla de semen y sus flujos y se los llevó a su boca, chupándose los dedos mientras miraba a su marido.

-Ummmm y su leche es tan rica

Juan miraba como su amada esposa se relamía los dedos llenos de la leche de otro hombre. Aquello, lejos de darle ganas de apretar su cuello, lo llenó de rabia, de rabia sexual. Se tiró sobre ella y le clavó la polla en el coño. Lo notó caliente y más resbaladizo de lo habitual.

Su polla estaba bañada en el semen del hombre que se follaba a su mujer. No le importaba. Al contrario, le daba más morbo. Incluso la besó en la boca, buscando su lengua.

Ana arqueó la espalda sobre la cama, sobrecogida por la repentina fuerza de su marido.

-Aggggggggggg así....fóllame mi amor....fóllate a la zorrita de tu mujer...lléname le coño de tu leche... que se mezcle con la del portero...

-Eres una...puta - le dio un beso en la frente - Agggg una zorra asquerosa - le dio un beso en las mejillas -Joder... te quiero - y la besó en la boca, follándola con fuerza

Ana jamás había gozado tanto con su marido como en ese momento. Se corrió, apretando sus unas en la espalda de su esposo, que no dejó de atravesarla con su polla hasta hacerla volver a correr. Entonces, Juan no pudo más y se empezó a correr con intensidad en lo más profundo del infiel coño. Tampoco Juan había gozado nunca tanto con su mujer como en aquel momento.

Quedó sobre ella, agotado, respirando por la boca. Ana le acarició la nuca, con ternura. A pesar del engaño, lo amaba. Y ahora, ese amor había aumentado. Juan se dio la vuelta, y quedó tumbado a su lado.

-¿Desde cuándo te follas al portero?

-Desde hace un par de meses.

-Joder, cuando le oí, venía dispuesto a matarlos a los dos, pero... joder. Cuando vi como te follaba... No sé que me pasó.

-Que te pusiste cachondo.

-Como nunca mi amor. ¿Hay alguno más?

-No, sólo el portero. Mi amor. Intenté serte fiel, una buena esposa, pero, caí - le dijo, apoyándose en un codo y mirándolo.

Le contó como el amigo de su padre la había desvirgado, y como desde entonces los hombres maduros como el portero la atraían.

-Joder, me tengo que ir a la oficina. Sólo vine a buscar unos papeles. Jajajaja quería darte un susto y el susto me lo llevé yo.

-¿Estás enfadado conmigo? -le preguntó Ana, poniendo carita de niña buena

.Pues... debo de ser un tipo raro. No, no lo estoy. Pero no me engañes más.

Ana lo miró, con cara triste. Era justo. Ya había sido demasiado bueno no montando un número, echándola de casa o algo peor. Intentaría ser buena de ahora en adelante, pero con ese portero rondando, no sabía si podría vencer a la tentación.

-Está bien, mi amor. Basta de portero.

-No he dicho que dejes de verlo. Sólo que no me engañes. Lo quiero saber todo. Lo quiero ver... todo. Y quiero ver como esta tarde te folla el culito.

Ana volvió a sonreír.

-Eres malo. ¿Así que quieres ver cómo me mete su enorme polla en mi cerrado culito?

-Sí

Ana se dio cuenta de que Juan tenía la polla otra vez dura. Alargó una mano y la agarró, empezando una lenta paja

-No tengo tiempo. Ya tendría que estar en la oficina.  - dijo Juan, levantándose y guardándose, con dificultad, la dura polla en los pantalones

Le dio un beso de despedida y se fue, dejándola sobre la cama. Desde la puerta la miró. Era la viva imagen de la lujuria. El pelo alborotado, las piernas abiertas y el coño mojado y manchado de semen. Su semen y el del portero. La polla quería romper sus pantalones.

Bajó por el ascensor al garaje, se subió al coche y se fue a la oficina. Durante el trayecto pensó en todo lo que había pasado. Se preguntó si era un hombre normal. Otro hubiese cometido una locura, o se abría largado para siempre. Él, sin embargo, no sólo había disfrutado de descubrir la infidelidad de su mujer, sino que le había dado permiso para seguir.

Normal o no, se sentía extrañamente bien. La amaba. Y ella a él. ¿Qué más daba lo demás? Incluso pensó que con la clase de hombre que era el portero no corría peligro de perder a su mujer. No era un guaperas del que enamorarse. Era sólo sexo. Puro sexo. Eso lo podía sobrellevar. Lo podía compartir con ella.

Ana se fue a duchar. Por la cara interna de sus muslos corrían reguerillos de semen. También ella se sentía bien. Ya no tenía que engañar a su marido. Se limpió bajo el agua  y después se fue a hacer sus cosas.

Preparó la comida para su hombre, que en cuando llegó a casa la abrazó y se la comió a ella a besos. Después comieron en la cocina.

-He pedido la tarde libre, así que podré ver todo lo que te haga el portero.

-Ummm mi amor, sólo de pensar que vas a estar mirándome mientras me folla me tiene el coño a caldo

-¿A ver? -dijo Juan, metiendo la mano por debajo de la faldita.

Ana no llevaba bragas, así que su marido se encontró con su encharcado coño desnudo. Le pasó un dedo a lo largo de la caliente y babosita hendidura, haciéndola estremecer.

-Aggggggggggg cariño... ¿Me quieres preparar el culito para el pollón de Manuel?

-¿Ya te lo ha follado?

-Sí, una vez.

-Zorra - le dijo, abrazándola y comiéndole la boca.

Le dio la vuelta, hizo que apoyara las manos en el poyete de la cocina, que se echase hacia adelante, poniendo el culo en pompa. Le levantó la falda y le desnudó el culo. A él sólo de dejaba follarle el culito de vez en cuando. Decía que le dolía, pero se había dejado encular por el portero, que tenía una polla más gorda que la suya. Levantó la mano y le dio una nalgada, más sonora que dolorosa.

-Puta.

-Aggggggggggg mi amor...yo le decía que no. Pero es más fuerte que yo.

PLAS!. Otra nalgada. El coño de Ana empezó a gotear.

-Ummmmmmm mi vida. Casi me rompe el culito con su enorme polla. Me la clavó hasta las los huevos y me estuvo follando mucho rato.

PLAS!

-Aggggggg Me quemaba. Su polla me quemaba. Pero me corrí como una cerda. Me corrí con su enorme polla clavada en lo más profundo de mi culo.

Ana no había oído como Juan se bajaba la bragueta y se sacaba la polla. Pero sí que sintió como se la clavó en el culo, que sólo estaba lubricado por sus propios jugos. Puso los ojos en blanco mientras la polla se su marido se fue clavando poco a poco hasta que sus cuerpos chocaron.

-Si te gustó la sucia polla del portero, con la mía no tendrás problemas.

La agarró por las caderas y empezó una soberbia enculada, a fondo, con fuerza, con golpes secos. El placer era inmenso, para los dos. Ana con las tetas aplastadas sobre el frío mármol ofrecía su culo para ser perforado por la polla de su amado esposo.

La estuvo follando largo rato, mirando como su polla entraba y salía del apretadito culo de su mujer, que gemía y se retorcía de placer. Buscaba su polla, como queriendo que se la clavase aún más.

-Ahhhh mi amor...me voy a ...correr...dame más...maaaaaas

El orgasmo fue casi simultáneo. Ana se empezó a correr, temblando, gimiendo, todo el cuerpo tenso. Los músculos de su recto de abrían y cerraban alrededor de la polla que la taladraba, e hicieron que Juan cerrara los ojos, apretara los dientes y se empezara a correr con grandes y potentes chorros de semen, bañando el interior de su amada esposa.

Los dos se quedaron callados. Ana, con una sonrisa en la cara, los ojos cerrados. Juan, con sus manos en las caderas de ella, la polla dentro de su culito. La sacó con cuidado. Luego, acarició con dulzura las rojas nalgas de su mujer, que ronroneó como una gatita.

Cuando se repusieron del placer, fueron a su dormitorio a arreglarlo todo. Vaciaron uno de los armarios para que Juan pudiese meterse dentro. La puerta tenía hendiduras. Se metió dentro para comprobar que desde fuera no lo veían. Ana miró y efectivamente, no se le veía. La cama quedaba justo en frente.

Estudiaron los ángulos en que Ana debería ponerse para que Juan lo pudiese ver todo. Parecían dos niños planeando una travesura.

Juan trabajaba de tres a seis, así que a las cuatro de la tarde, Ana llamó al portero.

-¿Sí?

-Manuel, no puedo ver ningún canal. ¿Podría subir a arreglarme la antena?

-Claro señora, enseguida subo.

Mientras Manuel subía, Juan se metió en su escondite y esperó. Cuando oyó el timbre, Ana fue corriendo a abrir la puerta, Juan miraba por las rendijas de la puerta del armario, deseando verlos entrar.

Tardaron un poco. Oyó risas y luego gemidos. No podía ser que Ana hubiese empezada ya, sin dejarlo mirar. Iba a salir del armario cuando los oyó acercarse.

Aparecieron por la puerta. Ana traía al portero agarrado por la polla, que sobresalía por la abierta bragueta. Miró hacia donde estaba Juan escondido y le mandó un beso con los labios.

Ana llevó a Manuel justo delante de la puerta del Ropero y se arrodilló delante de él Quería ofrecerle a su marido una vista privilegiada de la mamada que se disponía a hacer.

Juan, procurando no hacer el menor ruido, se sacó su ya dura polla mientras miraba como Anal lamía el pollón del portero. Una polla larga, pero sobre todo gruesa. Una polla que le iba a enterrar en el culo a su mujer. Casi se corre.

Ana se esmeró en hacer una manada de película. Lamiendo todo el tronco de la polla, chupando los huevos. Pasándose la verga por la cara, antes de metérsela en la boca y chupar, al tiempo que con las uñas acariciaba los enormes huevos. No lo hacía sólo para darle placer a Manuel. Lo hacía para que su marido viera lo zorra que podía llegar a ser. Y el que salía ganando era el portero.

-Aggggggg no sé qué te pasa hoy, Ana. Pero me estás haciendo la mejor mamada hasta ahora  -dijo Manuel agarrándola de la cabeza y follándole la boca.

Juan, desde su privilegiada atalaya disfrutaba en primera fila del caliente espectáculo. La boca de Ana se tenía que abrir al máximo para poder tragarse parte de aquella dura y venosa polla. De la comisura de sus labios salía gran cantidad de saliva, que bajaba por su barbilla hasta su cuello.

-Joder...zorra...que boca tienes... Me vas a vaciar los huevos.

Juan se puso tenso. Ese no era el trato. Pero Ana fue una 'buena esposa'. Se sacó la polla de la boca.

-Ummm Manolito. En la boca no. Quiero que me folles el culito.

-El otro días suplicabas que te la sacara y ¿Ahora quieres que te encule?

-Ya ves - respondió sonriendo - ¿Tú no quieres romperme el culito con esta enorme polla?

-Vaya si quiero.

La hizo levantar y le magreó las tetas metiéndole la lengua en la boca. Después bajó una de sus mandos hasta el culo de Ana y lo acarició. Ana se giró un poco para darle la espalda al mirón de su marido, que vio como el portero le subía la falda y el cogía una nalga con cada mano, amasándolas con gula

Ana sintió los gordos dedos del portero pasearse por la raja de su culo, hasta que encontraron la entrada. Echó el culo hacia atrás, para que Juan pudiese ver como Manuel le metía un dedo, y luego otro.

-Agggg que rico tus dedos en mi culito....

-Pues ya verás cuando te meta la polla

-Ummm malo.

Se dio la vuelta restregándose por su sudoroso cuerpo. Sintió en el culo la dura polla de Manuel. Miró al ropero, fijamente, en donde sabía que Juan la estaría mirando. Poniendo cara de zorra, restregó su culo contra la polla.

-Mi marido nunca ha querido follarme el culito. Agggggg dice que es... sucio...

-¿Sí? ¿No será que lo que quiere es que le den por el culo a él?

-Jajajaja. Puede. Siempre ha sido un poco fino.

Todo eso lo decía mirando al ropero, mordiéndose el labio inferior. El coño le palpitaba y no dejaba de rezumar jugos. De repente, Manuel la empujó hacia adelante, haciéndola apoyar las manos en la puerta del ropero tras la cual Juan espiaba. La hizo echarse hacia adelante y sacar el culo hacia atrás.

-Clávamela. Dame por el culo - dijo Ana mirando a una de las rendijas,

-Ahora vas a saber lo que es una enculada de verdad.

Juan no pudo resistir más. Se cogió la polla en la oscuridad y empezó a pajearse mirando la cara de su amada esposa. Su cara de dolor y placer cuando la gruesa polla del portero empezó a clavarse centímetro a centímetro en su estrecho culito.

-Aggggggggggggggg dios...mío.....

-Toma...polla...

De un fuerte empujón terminó de meterle toda la polla en el culo, hasta el fondo. Se quedó quieto, gozando del soberbio espectáculo de tener a aquella preciosidad de mujer empalada en su polla. La agarraba con fuerza por las caderas. Y Juan, el cornudo feliz miraba como la carita de su mujer reflejaba el inmenso placer que sentía.

-Fóllame...fóllameeeee

Manuel empezó a darle fuertes empujones, sacando su polla hasta la mitad y volviendo a metérsela hasta el fondo. Ana gemía de placer, sin dejar de mirar hacia la rendija. Para Juan era como si ella lo mirase directamente a los ojos.

-Aggg eso si es una polla, y no la cosita que tiene mi marido....Tú sí que eres un hombre de verdad....Jódeme, no dejes de joderme como a una buena zorra.

Lo decía para calentarse ella, para calentar al portero, y sobre todo, para calentar a su marido, que aunque intentó aguantar más, le intensidad de lo que estaba bien lo llevó a un imparable orgasmo.

Dentro del ropero, luchando por no gritar de placer, empezó a lanzar chorro tras chorro de su leche contra la puerta del ropero. Alguno de los chorros pasó por una de las rendijas y empezó a gotear por fuera. Ana lo vio. Su maridito se estaba corriendo mirando como el portero le daba por el culo. Eso precipitó su propia corrida. Acercó la cabeza a aquella rendija y lamió la leche de su hombre al tiempo que su cuerpo estallaba en mil pedazos. Empezó a temblar y las piernas no aguantaron su peso. Cayó de rodilla, entre espasmos y gemidos de placer.

Ante Juan quedó un primer plano de la polla de Manuel, dura brillante. Se estremeció al pensar que esa enorme polla había estado dentro del culito de su amada mujer.

-Joder, no me has dejado correrme - protestó Manuel - Ven aquí.

La cogió del pelo y la obligó a sentarse delante de él. Ana estaba agotada, casi sin fuerzas, pero se dejó hacer. Tuvo la agudeza de ponerse de perfil con respecto al ropero. Así Juan no se perdería el espectáculo.

El portero, sin soltarle el pelo con la mano izquierda, cogió su polla con la derecha y empezó a pajearse apuntando al bello rostro de Ana. Ella cerró los ojos y esbozó una ligera sonrisa.

-Eres...tan...hermosa...Y tan...caliente. El cornudo de tu marido no sabe lo que se pierde.

En menos de un minuto de furioso movimiento de su mano, Manuel llegó al punto sin retorno. Empezó a tensarse y de repente, su polla estalló.

-Aggggggggg abre la boca zorraaaaaaa.

Ana obedeció. Juan, sin respirar, vio como de la polla del portero salían espesos chorros, potentes, que se estrellaban contra la cara de su esposa. Uno le cruzó la frente. Otro cayó sobre sus mejillas, y el tercero dio justo dentro de la boca, sobre la lengua. Vio como tirando del pelo, le metió la polla en la boca y gruñendo de placer le echó 2 chorros más, que Ana se tragó.

Se quedaron así unos segundos. Ana sentada en el suelo, con la cabeza levantada y la polla del portero en la boca. La cara llena de leche. Los dos mirándose. Y dentro del ropero, Juan mirándolos a los dos.

Manuel le sacó la polla de la boca, se subió los pantalones y se fue, dejándola allí. Su despedida fue un simple "Hasta la próxima, zorrita".

Cuando Juan oyó la puerta, salió de su escondite. Ana lo miró, desde el suelo, sonriendo. Un goterón de leche cayó sobre su camisa. Juan le tendió una mano y la ayudó a levantarse.

-¿Te ha gustado ver a tu mujercita follada por el sucio portero?

-Joder, Ana. Ha sido... increíble. No pude evitar correrme.

-Lo sé. ¿No me has un besito?

Juan la miró. Tenía leche de otro hombre en la cara. Otra polla se había corrido en su boca no hacía más de dos minutos. Aún así, la besó con pasión, con amor. La cogió de la mano y la llevó al baño. Allí se ducharon los dos, sin de dejar de besarse y acariciarse.

Lo que a la mayoría de las parejas habría destruido, a ellos los unió aún más. Ana lo llamaba siempre que Manuel se la follaba, y el contaba todo lo que le había hecho. Pero Juan necesitaba verlo. No podía dejar su trabajo tanto como él hubiese deseado.

Por lo tanto, le pidió a Ana que de vez en cuando le dijera al portero que le arreglase una avería a la hora de comer, con el pretexto de que su marido se había quedado a comer en la oficina.

La primera vez que lo prepararon, Ana le pidió que no se corriera sólo, que cuando el portero se fuera saliera del armario y se la follase. Juan  tuvo que poner mucha voluntad en no volver a manchar la puerta del ropero mirando como el portero se follaba a Ana, como gruñía como un cerdo cuando se corrió y le llenó el coño de semen.

-Preciosa, como siempre, ha sido un placer.

-Igualmente, Manuel.

Juan esperó a que se fuera y salió. La polla dura en la mano. Ana lo esperaba en la cama, con las piernas abiertas, el coño recién follado, abierto, mojado, rebosando leche. Su subió a la cama dispuesto a follársela, a añadir su leche a la de Manuel, pero Ana lo detuvo.

-No, no, mi amor. Antes de follarme, tienes que limpiarme el coño. Está llenito de la leche del portero.

-Zorra!

-Jajajaja. Mariquita!

Juan se tumbó entre las piernas de su mujer, acercó la boca y empezó a lamer. Ana le aplastó la cabeza contra su coño, restregándoselo por la cara. Estaba como loca, caliente y muy excitada.

-Eso eso, cabrón. Cómeme el coño a rebosar de leche. No te dejes ni una gota...Ahhhhhhhh

La boca de Juan se llenó de aquel extraño sabor, mezcla de semen y jugos vaginales. En vez de sentir repugnancia, se puso aún más cachondo, y le hizo a Ana la mejor comida de coño de su vida, haciéndola correr una y otra vez.

Tan cachondo se puso, que notó que se iba a correr, y cuando Ana estalló en un atronador orgasmo, Juan se levantó con rapidez, le metió la polla en el coño de un solo golpe, y se corrió abundantemente. Se le nubló la vista del intenso placer que sentía. Los dos cuerpos gozaron durante interminables segundos hasta que quedaron inertes. Sólo se oían sus agitadas respiraciones.

Se miraron. Se sonrieron. Y se besaron, con ternura, con amor.

Todo siguió igual. Ana le contaba los estupendos polvos que le echaba el portero. Dos o tres veces por semana, durante la comida, Juan era fiel espectador de los consentidos devaneos de su esposa. De su amada esposa.

Hasta que llegaron las navidades. Era la primera Noche Buena que cenarían en casa de los padres de Juan, con el resto de hermanos. Una gran cena familiar.

Juan no supo si es que era algo nuevo o que hasta ahora no se había fijado. Pero su padre no le quitaba ojo a Ana. Lo sorprendió varias veces mirándole el culo y el escote.

Con casi 60 años, su padre no estaba tan gordo ni calvo como Manuel, el portero, y era de modales más refinados, excepto, como decía su madre, cuando se juntaba con los amigotes a jugar al mus.

Aquellas lujuriosas miradas que su padre le echaba a su mujer le llenaron la cabeza de morbosas ideas.

Llamó a Ana aparte.

-Mi amor. Mi padre no te quita ojo de encima.

-Jajaja. ¿Qué dices?

-En serio. Se le van los ojos detrás de tu culo y se como tus tetas con la mirada.

-¿En serio?

-Sí.

-Joder.

-Sí, sí. Cuando vuelvas a la mesa, fíjate.

-Vale. Vaya con mi suegrito.

Ana volvió a la mesa. Ahora sí se dio cuenta de las miraditas que Alberto, su suegro, le echaba, disimuladamente.

Al poco rato, Alberto se levantó para ir a la cocina a por más patatas. Juan, con un rápido gesto, indicó a Ana que lo siguiera. Ana, con la mirada, le dijo que no, pero Juan añadió, en voz alta.

-Mi amor, ayuda a mi padre con las patatas.

Ana no tuvo más remedio que levantarse y seguir a su suegro a la cocina. En cuanto estuvieron solos, Alberto le dijo.

-Esta noche estás preciosa, Ana. Mi hijo es un hombre con suerte.

-Gracias, don Alberto. Es Vd. muy amable.

Ana cogió una bandeja con patatas y volvió al salón. Sabía que los ojos de su suegro estarían clavados en su culo, así que lo meneó más de la cuenta. Le echó una miradita a su marido antes de volver a sentarse.

Estaba nerviosa. Jamás había pensado en su suegro de esa manera, pero la forma en que la miraba la estaba poniendo cachonda. Era un hombre atractivo, con las sienes plateadas. Su Juan tenía bastante parecido con su padre. Se empezó a excitar, imaginándose siendo follada por el padre de su marido.

Durante el resto de la velada, siguieron las miraditas. Y ahora Ana, cuando cruzaba su mirada con su suegro, le sonreía.

Cuando se despidieron, el abrazo que le dio fue más largo y apretado que otras veces. Y Juan no se perdió ni un detalle. Se subieron a su coche y arrancaron.

-¿Que pasó en la cocina? - le preguntó.

-Me dijo estaba muy guapa, y que eres un hombre con suerte.

-¿Ves? Tenía razón. No ha dejado de mirarte.

-Joder, Juan. Hasta me he puesto cachonda con sus miradas.

-Y yo.

-¿En serio?

Juan paró el coche a la orilla de la carretera. Miró fijamente a Ana.

-Mi amor. Quiero que te folles a mi padre. Quiero ver cómo te lo follas delante de mí.

-Uf, mi vida. Qué caliente estoy.

En la madrugada del día de Navidad, en la cuneta de una solitaria carretera, Juan y Ana follaron como colegiales, empañando los cristales del coche. Después, reposando tras el placentero orgasmo, planearon como Ana seduciría a su suegro para follárselo delante de su marido.

Fin de la primara parte.

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