Corno do Bico
Segunda entrega de una serie de microrelatos con algunas aventuras vividas con mi mujer sin pretensiones ni florituras,en la uue dudo de sus intenciones
Era el tercero ya. Cuando salimos de la casa rural confieso que no me había fijado en su ropa. Íbamos de caminata para subir a una colina conocida como Corno do Bico y, en un día de senderismo, no esperaba algo así. Pero ahí estaba. Tres senderistas se habían cruzado con nosotros y los tres se la habían comido con la vista. Decidí mirarla con su perspectiva.
Con la excusa de probar el zoom de mi nueva cámara de fotos, le pedí me esperase al lado de un hermoso ejemplar de eucalipto. Subí unos 100 metros por el camino y me volví hacia ella. Hice la foto y observé su ascenso hasta donde la esperaba. Era espectacular.
Carmela ese día se había puesto unos shorts negros no muy ajustados, pero sí muy cortos. Su camiseta de tirantes de color rojo, en cambio, sí lo era. De hecho, parecía que una talla mayor le quedaría mejor. Sus tetas no cabían dentro de la camiseta y asomaban tanto por los laterales como por arriba. Verla acercarse caminando, con el cuerpo ligeramente inclinado para la ascensión, era un regalo para la vista. Tuve una erección que disimulé como pude porque cabía la posibilidad que fuera no buscado. Con ella nunca podías estar seguro de sus intenciones, no sabes si no se da cuenta o le gusta jugar conmigo a hacerse la tonta.
El resto de la subida fue un festín para los pocos senderistas que nos cruzamos. En la cima, en el mirador, viendo la espectacular vista, me entraron ganas de estar desnudo y sentir el viento caliente de ese día en la piel y me quité la ropa. Le pedí que me sacase una foto. Estar desnudo y verla así vestida, me provocó la erección que capturó para mi posteridad. Comimos algo y emprendimos el descenso en el que, a varios senderistas más, les sirvió de estimulante.
De regreso a la casa rural, nos dimos un baño en la piscina y fuimos a la habitación a descansar. Ojeaba un folleto de la zona cuando Carmela salió de la ducha.
Se tumbó a mi lado desnuda.
Sus dedos acariciaron mi torso desnudo.
Su mano se coló por debajo de mi calzoncillo.
Su cuerpo se deslizó hacia abajo.
Su postura pasó de tumbada a de rodillas.
Su boca se tragó mi glande.
Su mano aguantaba mi pene.
Carmela estaba excitada.
¿Lo estaba desde la mañana y fue así vestida por eso?
¿Fueron las miradas de los senderistas las que la pusieron así?
¿Era una mezcla de las dos más el efecto hotel y estar de vacaciones?
No lo sé. Ni lo sabré. Puede que ni ella sea capaz de dar una respuesta, pero ahora, sentada sobre mí, me cabalga cuál guerrera amazona, su melena castaña me oculta parte de sus pechos, haciéndolos más deseables todavía. Mis manos la sujetan por la cintura, frenando en ocasiones su ímpetu. Muerde sus labios, cierra los ojos, se mueve en círculos con toda dentro. Su orgasmo está ahí y sabe que así no llegará. Yo también lo sé y la bajo para que mi lengua le permita llegar a la meta. Sus muslos no me dejan oír su placer de lo mucho que aprietan. Mi boca, brillante de su placer, asoma juguetona por su pubis, besándolo despacio. Su cara está enterrada bajo 2 almohadas para ahogar sus gemidos.
Cuando recupera el pulso normal, no me da opción y volvemos al principio. Acaricio su cabello e intento alargar ese momento, pero ella no quiere florituras, va directa. Le aviso sin que me haga caso. Freno su cabeza y me aparta las manos. Lo digo en voz más alta, pero parece sorda. La amenazo con la cantidad y acelera el ritmo. No me queda otra que enterrar mi cara bajo las 2 almohadas para que no se oigan mis gemidos de placer fuera de la habitación.
Se tumba a mi lado. No ha ido al baño. Me besa. Mi boca sabe a su orgasmo, la suya al mío. Quiero saber, pero no pregunto. Sería estropear el momento.