Corazón rosa

Un atacante sexual acecha la ciudad. La detective que lo rastrea descubre su asombrosa identidad cuando queda a su merced. Su cuerpo no escapará al tormento que le tiene preparado.

Soportando su cabeza con el brazo que se recargaba en el escritorio, tomaba apuntes sobre una libreta la detective Lorena López. Su pelo castaño y quebrado se extendía por debajo de sus hombros, atrapado por una cola de caballo que nacía a la altura de su cuello y era ceñida por una liga. Su mano derecha escribía con determinación y se detenía tan sólo para sacudirse la manga de su cazadora de piel que se atoraba de vez en cuando sobre el filo del escritorio. La otra mano sostenía su cabeza, de forma meditabunda y se rascaba la frente cuando parecía atar cabos sobre el asunto que examinaba.

Frente a ella, la puerta de la oficina, con un cuadro traslúcido que anunciaba a “L. López” con letras negras; al lado de la puerta una pizarra repleta de notas, fotos de sospechosos y anotaciones de la detective en diferentes colores. Pero en este momento, su blanca carita redonda y pequeña, con su nariz respingada se orientaba solamente al documento que, con gran concentración,examinaban sus iris color madera, como el de su pelo.

Una torre de varios expedientes yacía sobre el escritorio. Eso, la libreta donde hacía apuntes la detective y un bote de agua  eran lo único que ocupaba aquel espacio de trabajo. Con 35 años había aprendido de la vieja escuela y tomar notas en la libreta le resultaba incluso más eficiente para hacer consultas que llevarlas en su móvil. Su astucia le había hecho ascender rápidamente en la fiscalía y en su registro ya figuraban un par de peces gordos encerrados gracias a ella.

Finalmente terminó las anotaciones de aquel expediente que revisaba. Hizo una pausa, tomó un trago de agua y se dispuso a revisar el siguiente expediente de la torre, cuando unos fuertes pasos apresurados se escucharon por fuera de su oficina y un hombre abrió abruptamente la puerta. Apenas alcanzó a asomarse un rostro aterrado que se dirigió a la detective con una exclamación ahogada.

—¡El violador Loquendo! ¡El violador Loquendo ha hecho otra vez de las suyas!

Y entonces la cara de terror se contagió a la detective, quien se tornó pálida y al querer hablar únicamente pudo producir una mueca con sus labios. Pasó saliva y entonces habló con la voz entrecortada.

—¿Cuándo?¿Dónde?

—Anoche liberó a su víctima. Ella está en la sala de interrogatorios en este momento.

Lorena se levantó rápidamente, tomó su libreta y se encaminó apresurada a la sala. Ahí sentada estaba una chica, con los brazos cruzados y la mirada perdida, como queriendo olvidar lo sucedido. Al verla, Lorena solo pudo conmoverse y antes de cualquier pregunta, le tendió un fuerte abrazo. De los ojos de la chica comenzaron a brotar lágrimas y su expresión se tornó en un llanto abierto y la detective comenzó a llorar junto con ella.

Al terminar la entrevista Lorena aún limpiaba lágrimas de sus ojos.

—¡Voy a atrapar a ese zorro!—dijo enfurecida.

—¿es seguro que se trata de él?—preguntó su ayudante, el mismo que había corrido a avisarle a su oficina.

—No hay duda, es el mismo modus operandi: su víctima es secuestrada en un lugar público, utiliza un poderoso sedante, la mantiene vendada y se comunica con ella únicamente por medio de un sintetizador de voz, no lleva a cabo agresiones físicas, le retira el vello púbico y... la retiene por varios días como esclava sexual—señaló la detective con la sangre hirviendo de enojo—y, de nueva cuenta, no ha dejado una sola pista, no conocemos su rostro, su voz, no hay huellas,no hay rastro de fluidos, nada.

—Ya en dos años el violador Loquendo ha abusado de 15 mujeres ¿Cree que podremos detenerlo?

—Tenemos que hacerlo—afirmó tajante la detective, mientras retornaba a su oficina.

En su pizarra estaba la única imagen que se tenía del violador: una silueta oscura que había sido tomada por una cámara de vigilancia en la noche que no servía ni para determinar la estatura del violador. Cinco meses transcurrieron desde aquél ataque y Lorena volvía a contemplar aquella silueta al momento que se preparaba para dejar su oficina y volver a casa. Seguía sin más pistas del agresor, por la ubicación de los secuestros era claro que éste vivía en la ciudad. La detective confiaba en un descuido del violador para poder atraparlo.

Tomó su cazadora de piel, que completaba su vestimenta de zapatos cafés, pantalón caqui y una blusa de botones blanca con rayas, sobre la cual llevaba cruzada la correa de su portapistola. El arma descansaba sobre su costado izquierdo y fue cubierta cuando Lorena se colocó la cazadora. Cerró su oficina y bajó al estacionamiento donde tenía su camioneta.

Ya en marcha, decidió hacer una parada para comprar un café. No encontró lugar donde dejar su camioneta sino en un callejón detrás de la cafetería. Pidió un café y un panquecillo para llevar. Salió de la cafetería dando un sorbo a su bebida al tiempo que contemplaba las estrellas en el cielo. Dio un suspiro y se dirigió a su camioneta con el café y el panquecillo en su mano izquierda y sus llaves en la mano derecha. Se escuchó el chirrido de desbloqueo de su camioneta, guardó sus llaves en la bolsa de la cazadora y abrió la puerta. Daba el primer paso para abordar cuando sintió un brazo que le ceñía el abdomen con fuerza y sobre su cara se estampaba un paño. El seco golpe del vaso de papel del café se escuchó, pero no hubo en el callejón quien pudiese oírlo. Lorena trató de contener la respiración, pero el brazo en su abdomen hacía presión para sacarle todo el aire. Su mano derecha se estiró hacia su pecho, tratando de alcanzar la pistola debajo de la chaqueta, pero como a un títere al que se le cortan las cuerdas, su cuerpo se desplomó al primer respiro de cloroformo.

Una respiración calmada y profunda era lo único que podía oír, era su propia respiración. Algo mareada, intentó abrir los ojos pero solo se dió cuenta que no podía ver nada. Al momento de mover su cabeza sintió un roce en ambas mejillas; era un antifaz de tela que cubría sus ojos. Trató de incorporarse y sintió como estaba sentada en una silla a cuyos brazos estaban sujetas sus muñecas, al parecer con esposas metálicas. Igualmente sentía en sus tobillos una pulsera metálica que la mantenía anclada a lo que suponía eran las patas de la silla. Al intentar mover sus extremidades únicamente conseguía que se escucharan chasquidos metálicos.

Sintió que pasó un largo tiempo, su respiración comenzó a volverse agitada.

—¡Ayuda!—gritó

—¡Ayuda!, ¿hay alguien ahí?

No hubo respuesta, pero el eco de sus gritos le hizo figurarse que estaba en un cuarto cerrado y pequeño.

Pasó más tiempo sin que nada sucediera. Lorena comenzaba a desesperarse, aunque tenía ya por seguro la identidad de su captor.

—¡Ayúdenme, por favor!, ¡sáquenme de aquí!—volvió a gritar ansiosa.

Desesperada, comenzó a forcejear sin éxito para tratar de liberar sus extremidades. Duros golpes metálicos resonaron cada vez que Lorena forcejeó.

—Deja de hacer eso, te vas a lastimar—dijo una voz masculina de sintetizador, con su característico tono robótico, que provenía del mismo cuarto donde ella estaba.

—¡Eres tú!, ¡maldito violador

!, ¡hijo de puta!, da la cara

—gritó Lorena con todas sus fuerzas—¡libérame! ¿qué quieres de mi?

—Sabes lo que quiero, equis de, equis de.—

Entonces vinieron a Lorena los recuerdos de los testimonios de las mujeres abusadas por el violador, y fue cuando terminó de entender que estaba ahí para ser vejada. No pudo ya concentrarse en nada. Un frío intenso la invadió desde dentro y comenzó a temblar.

—¿Tienes frío?—dijo la voz—¿quieres que suba la temperatura de la calefacción?

—¡Déjate de juegos! —chilló Lorena—Déjame en paz—y al decir esto último se quebró su voz y comenzó a sollozar.

—Tienes razón, habrá que dejarse de juegos. Creo que mereces saber quien soy en realidad.—señaló la voz—a fin de cuentas, eres quien más se ha preocupado por mí en este par de años. Creo que es justo que me revele ante ti.

Se escuchó el sonido de una puerta y después unos ligeros pasos. Lorena lo sintió, estaba detrás de ella.

—Aahhhh—gritó llena de miedo.

—¿Así que quieres saber quien soy yo?—dijo la voz robótica

Sintió como las manos desanudaban el antifas y lo retiraba por encima de su cabeza. Abrió los ojos lentamente para no quedar cegada por la luz, pero el cuarto se iluminaba con una luz tenue. Comenzó a reconocer objetos, la pared de enfrente, se vió ella misma esposada en un mueble metálico. Justo de su lado derecho vio pasar a la persona, la cual avanzaba hacia adelante y se colocó enfrente de ella.

—Así es, soy yo, o como ustedes me llaman, el violador Loquendo—dijo, ya no la voz robótica, sino una voz aguda y suave.

Lorena quedó desconcertada por completo. Apenas trataba de ubicarse, de recuperar la visión, y la identidad que se revelaba enfrente de ella era por demás sorprendente. Tenía delante de sí a una mujer blanca y rubia, estaría en sus veintes, era delgada y más bien de talla baja. Tenía una cara alargada y nariz fina. Los fijos ojos que miraban a Lorena eran azules. El pelo lo llevaba suelto, le caía por debajo de los hombros y terminaba con una mechas de color rosa intenso. Vestía una blusa rosa que le quedaba holgada, unos jeans a la altura de la pantorrila y su calzado eran unos Converse rosas.

—¿Qué...qué...—trató de gesticular algo Lorena, pero no acababa de asimilar lo que estaba pasando delante de sus ojos.

—Jajaja —río agudamente la chica—deberías ver tu cara.

Llevó la palma de su mano hasta la cara de Lorena y le dió una ligera caricia en su mejilla.

—Es bueno conocerte en persona, eres muy bonita.

—¡Suéltame!—replicó Lorena—¿Estás loca? ¡Estás enferma!—gritó enfurecida—¿por qué me haces esto?—volvió a preguntar la detective.

—No sé si esté enferma, pero desde hace mucho tiempo he estado hambrienta. ¿sabes?, no se lo he contado a nadie, pero desde que estaba en la secundaria, se despertó en mí un hambre voraz. Alguna vez, jugando, le bajé la falda a una compañera. Esa vez no sólo entendí que me encantaban las mujeres, que  me volvía loca por esas suaves piernas. Su cara de humillación, su prisa por volverse a subir la falda, me resultaron muy excitantes. Ese fue como el momento en que el tiburón huele la sangre y nació en mí una predadora que se nutre de la humillación.

Sin interrupciones, Lorena la miraba atentamente, tratando de descifrar su mente, así que la chica se sintió motivada para seguir con su relato.

—Así que—continuó—desde aquel momento traté de saciarme, pero resultaba peligroso. En cierta ocasión me metí en problemas por tratar de abusar de una amiga en la universidad, comencé a cuidar mis pasos, y a planear un verdadero festín, sin meterme en problemas. Y ya ves, en dos años me he agasajado como nunca, me he merendado 19 sabrosos coñitos. El tuyo será el 20, el postre final.

Los ojos de Lorena no podían estar más abiertos y parecía que su respiración se había interrumpido, estaba como un maniquí, inmóvil ante la revelación de la chica, ante el destino que le tenía preparado. El temblor de la detective se hizo más fuerte, comenzaron a recorrer sus mejillas lágrimas que brotaban paulatinamente.

Con una voz completamente quebrada, ya al punto del llanto suplicó:

—Déjame ir, no te he hecho nada, por favor.

Pero la súplica de Lorena sólo fue como pólvora que alimentó el fuego del deseo de la chica, quien la miró detenidamente de arriba a abajo con lujuria. Lorena sucumbió ante la desesperación y forcejeó de nuevo contra el mueble. Su corazón palpitaba sin cesar y un sudor frío la comenzaba a envolver. Sus forcejeos fueron inútiles, de nuevo, pero comenzó a prestar atención al lugar en el que estaba.

El mueble en el que estaba sentada no era una silla en sí, sino una estructura de metal conformada por tubos que se alineaban con sus extremidades. Una estructura de tubos iba bajo cada una de sus piernas y otro par bajo sus brazos. Ambas se anclaban a un asiento rectangular angosto que sólo tenía espacio para sus glúteos, por lo que sus muslos no reposaban en el asiento sino que estaban sostenidos por el tubo que pasaba debajo de ellos. Tenía un angosto respaldo, y sentía una especie de cojín detrás de su cabeza. Tanto el respaldo como el asiento estaban acolchados.

La estructura de tubos tenía articulaciones correspondientes a las rodillas y a los codos. Estaba sostenida por una base debajo del asiento, los tubos de las piernas no se anclaban al piso sino que estaban por encima de éste, iniciaban justo donde sus tobillos estaban apresados por una argolla metálica, por lo que sus pies descansaban en el piso. Lorena entendió que las articulación hacían posible mover la estructura y ella se movería alineada a ésta, como si se tratara de una muñeca de alambre.

Delante de esta estructura, había un mueble rectangular metálico con cajones, como una especie de archivero pequeño, con ruedas. A su derecha, en el piso, había un colchón, sería de tamaño matrimonial, tenía dos almohadas en él, pero estaba sin ropa de cama. La habitación, entonces, no era tan pequeña, pero sólo esos tres objetos estaban en él. Y ahora ella estaba en este cuarto sola, junto a su captora...Lorena no podía estar más alterada y forcejeó inútilmente de nuevo, envolviendo a la habitación con sonidos de chirridos metálicos.

Frente a ella, la chica de mechas rosas dibujó una sonrisa pícara en su rostro.

—Me encanta ver como te retuerces, pero la mala noticia para tí, es que no podrás liberarte.

Dicho esto, la chica se acercó a la pared y manipuló un control. La luz del cuarto se volvió mucho más intensa, como si el día hubiese entrado a la habitación.

—Bien, si me quiero comer al pavo, primero tengo que desplumarlo—señaló, mientras acercaba el mueblecillo rectangular junto a la silla y se ponía en cuclillas delante de Lorena.

La cautiva, ya dejando de luchar por liberarse, sólo dió fuertes exhalaciones nerviosas mientras veía como la chica se postraba y volteaba hacia ella con una mirada lasciva. Tomó su zapato de la punta y el talón y lo retiró; subió sus manos por debajo del pantalón hasta alcanzar el extremo de su calceta y la comenzó a enrollar hacia abajo, no sin lidiar con los abruptos movimientos que Lorena hacía con su pie. Por debajo de la argolla metálica, bajó la calceta hasta el talón en el punto en el que con un doblez rápido y un par de tirones la calceta fue liberada y quedó expuesto un pie blanco de dedos esbeltos. La misma operación se repitió con el otro pie.

La chica abrió un cajón del mueblecito y sacó una gruesas tijeras de metal, cortas, con la forma del pico de un loro. Miró a Lorena y abrió y cerró las tijeras en señal de desafío.

—¡No!, no me hagas daño, te lo suplico—dijo gimiendo Lorena

—No te haré daño—respondió.

Pasó su mano izquierda por debajo del pantalón y tenso el extremo del mismo. Sobre la tela tensada colocó las tijeras abiertas y las cerró. Se escuchó entonces el ligero crujido de la tela y las tijeras avanzaron abriendo el pantalón hasta la rodilla. Al llegar al muslo, por estar más ajustado el pantalón a la pierna, las tijeras avanzaron pegadas a la piel de Lorena, quien se estremeció al sentir el frío del metal. Abriendo y cerrando las tijeras se fueron dando paso por el muslo hasta llegar a la altura de la cadera, faltaban unos cuantos centímetros para llegar al filo de la cintura. La blusa de Lorena cubría ese espacio del pantalón, así que con detenimiento y por debajo de la blusa, la chica de las mechas rosas dió el último corte y el pantalón quedó completamente abierto por su lado izquierdo. Por la abertura se asomaba la piel clara y tersa de la piernita de Lorena.

Hizo lo mismo con la pierna derecha del pantalón, pero no lo cortó hasta la cadera sino que después del muslo comenzó a dirigirse hacia el centro del pantalón, las tijeras avanzaron por debajo del cierre pasando por el área púbica de Lorena, a quien solo le quedó temblar desesperada cuando sintió las tijeras en ese punto. El corte de la derecha se unió al de la izquierda y la chica dejó las tijeras sobre el mueble. Se puso de pie, levantó un poco la blusa de Lorena y tomó con sus dos manos el pantalón por la cintura derecha. Dio un tirón con fuerza, comenzó a venir hacia la chica la parte del pantalón que cubría los glúteos, sobre la que la detective estaba sentada. Dió otro fuerte tirón y logró sacar la parte de arriba del pantalón. Lorena protestó al sentir el rudo rozamiento del pantalón con sus glúteos, mas fue ignorada.

La parte de abajo del pantalón salió con menos esfuerzo, se escurrió sobre sus piernas, las cuales quedaron completamente descubiertas desde los muslos hasta los pies. Instintivamente, Lorena se encorvó hacia adelante para que su blusa cubriera lo más posible su parte de abajo, pero como no podía cerrar sus piernas, debajo del filo de su blusa podía verse el puente de su pantaleta blanca. La chica tiró el pantalón en el suelo, y se quedó disfrutando por un momento al ver ese par de hermosas piernas.

—¡Déjame!—gritó Lorena—no es necesario que hagas esto, no me hagas esto. Te lo suplico.

—Será divertido.—se limitó a contestar.

Tomó de nuevo las tijeras, estiró la manga de la blusa de Lorena y desde el puño comenzó  a cortar hacia arriba. Deslizó las tijeras que abrieron la tela de la manga sin dificultad a lo largo del brazo, cortó por encima del hombro hasta el cuello de la blusa, donde Lorena movió abruptamente la cabeza al sentir las tijeras tan cerca. Puso las tijeras del otro lado del cuello y con ellas recorrió el camino inverso que había realizado en el otro lado, terminando en la manga abierta por ambos lados, la chica puso una mano sobre el pecho de la cautiva y la otra sobre la espalda, cerró los puños y tiró de la blusa hacia abajo. De pronto Lorena sintió el aire en contacto con su abdomen, con su pecho y con sus brazos, pues habían quedado descubiertos.

La chica se puso delante de ella y la miró de los pies a la cabeza. Lorena tenía unas caderas anchas que volvían curvos los costados de su torso. Llevaba unas pantaletas blancas y lisas y bastante altas. El sujetador también era blanco y sin decorado, con unos tirantes anchos; en su escote se asomaban un par de senos regordetes, grandes más no muy voluptuosos.

—¡Qué ropa interior tan aburrida!—exclamó la chica con una mueca de insatisfacción.

Acto seguido, metió su mano izquierda sobre el escote, agarró el sujetador y tiró fuertemente de él. Tomó las tijeras y trozó la banda izquierda, por detrás de la copa, en su hombro cortó el tirante y pasó rápidamente al otro hombro para cortar el otro tirante. Dada la fuerza con la que jalaba la chica, el sujetador rebotó hacia la mano de la chica dejando los senos descubiertos:  dos carnosas semiesferas coronadas con un pequeño halo color almendra.

—¡Yaaa!—gritó al punto del llanto Lorena.

Sin inmutarse por el grito,  la chica se deshizo del sujetador y metió su mano en el pubis de Lorena, por debajo de la pantaleta. Como en el caso del sujetador agarró y estiró fuertemente la pantaleta hacia ella. Cortó la banda izquierda, luego la derecha y a pantaleta también rebotó hacia el puño de la chica donde quedó un pedazo de tela con la forma de un pañal abierto. Al ver el pubis descubierto la chica exhaló una risa sarcástica.

—Jajajaja ¿por qué tienes ese erizo ahí?—dijo de forma burlesca.

Una densa alfombra de vello oscuro y muy quebrado cubría el pubis y bajaba hasta perderse en la entrepierna de Lorena. A eso era lo que la chica llamaba “erizo”.

—Al menos no tienes marcas de bronceado,tu piel está de un color uniforme.

La chica dio una profunda inhalación y movió la lengua, literalmente saboréandose el cuerpo de Lorena.

—Estás muy buena. Pero no quiero espinarme con ese erizo.

Tomó un vello del pubis y lo jaló traviesamente.

—¡Ayyy!—gritó Lorena—¡Déjame en paz!

—Jajaja, ¿cuál es tu excusa?, ¿por qué te dejas ese bosque de pelos?

—Ya déjame, no soy una niña

—Mmm...—murmuró la chica—pues cuando niña tampoco tenías vello en las axilas y en las piernas, y te depilas ambas. Me parece que lo que tenemos en la entrepierna es una cosa muy bella como para dejar que se cubra con vello.

Lorena  sopló como indicando que le daba igual lo que dijera la chica.

Abrió un cajón y sacó una pequeña caja, un frasquito de vidrio lleno de una sustancia cristalina, un paquete de algodón y un bote de alcohol. Puso las cosas sobre el mueblecito, abrió la cajita y de ella extrajo una jeringa. Al verla, Lorena, se estremeció y su quijada comenzó a temblar.

—¿Q..q..que.. vas a hacer?, ¡deja de hacer locuras!

La chica de las mechas rosas se limitó a mirar de reojo a Lorena mientras llenaba la jeringa de la sustancia cristalina.

—Tendré que sujetarte mejor para que no te lastimes—dijo la chica.

De un cajón sacó un par de correas y con ellas sujeto cada uno de los muslos de Lorena a la estructura de metal. Con ello la movilidad de las piernas de Lorena quedó más reducida. Hecho esto, la chica humedeció con alcohol un pedazo de algodón y con él limpió la parte superior del pubis de la cautiva.

Tomó la jeringa  y se dispuso a picar en la zona que había limpiado. Lorena sintió un frío piquete sobre su pubis que se introducía sobre su blando tejido. Intentó moverse pero únicamente consiguió realizar espasmos con su abdomen.

—¡Ahhhh!—gritó—¡muchacha cabrona!—exclamó al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas y temblaba helada.

El émbolo de la jeringa bajaba y Lorena sentía como la sustancia se introducía dentro de sí. De su entrepierna comenzaron a brotar unas gotitas cada vez más continuas hasta que formaron un fuerte chorro que duró unos segundos. Unas últimas gotas se escurrieron por su vello púbico.

—Jajaja. Te hiciste pipí del miedo—expresó la chica de forma risueña, a quien el fluído había alcanzado a esparcir unas gotas en su pantalón.

Sin hacer mucho caso del charco que se había formado en el suelo. la chica inyectó otra parte del pubis de Lorena.

Limpió ahora con alcohol la zona entre las nalgas y también ahí inyectó a la temblorosa mujer. Una inyección más dolorosa fue sentida por atrás, en el fondo de las nalgas, por detrás de la vagina. Gruesas lágrimas se deslizaban por las mejillas de Lorena, imposibilitada para defenderse del embate de la chica de las mechas rosas, la cual pasó su mano sobre la cabeza de Lorena, acariciando su pelo.

—Yaaa, yaa, ya pasó—dijo con ternura la chica.

Hizo un bulto con toda la ropa rota de Lorena.

—Ya no necesitaremos esto, por fortuna no tuve que cortar tu chaqueta, te la quité para retirarte la pistola, no queremos armas aquí —y salió por la puerta. Después de un momento regresó con un trapeador y un cubo con agua y limpió la pipí bajo Lorena, quien intentaba calmarse tras lo sucedido. La chica miró a Lorena y le dijo:

—Debes tener hambre, no has cenado. Creo que alguien te impidió comer tu panqué jejeje. Es un buen momento para que comas algo, en lo que hace efecto la anestesia.

Y así la chica salió con las herramientas de aseo y regresó en algunos minutos llevando un plato con un guisado y un bote de agua.

Tomó con el tenedor un bocado y se le ofreció a Lorena, quien instintivamente movió su cara para rechazarlo.

—Come—le ordenó la chica—te hace falta comer algo.

Tras todo lo acontecido, en lo que menos pensaba Lorena era en comer, sin embargo se sentía agobiada y al oler la comida se le abrió el apetito.  Delante de sí estaba la chica sosteniendo el tenedor con comida y tratando de dárselo en la boca. Trató de salvar algo de su dignidad y pidió alimentarse por ella misma.

—Déjame comer, déjame tomar el tenedor—le suplicó Lorena.

—Vamos abre la boca—insistió la chica, que no tenía ninguna intención de ceder. Y volvió a aproximar el tenedor a la boca de Lorena.

Viendo que era inútil insistir, finalmente Lorena abrió tímidamente su boca y suavemente entró en ella el bocado. Con desgano comenzó a masticar, mientras la chica esperaba que tragara para ofrecerle otro bocado.

Lorena estaba cabizbaja, no quería ver a los ojos a la chica que la tenía prisionera, estaba desnuda, inmovilizada y comenzaba a sentir que su pubis y su suelo pélvico se adormecían como resultado de la anestesia.

—¿qué me vas  a hacer?—dijo Lorena

—Ya lo verás. Mejor termina de comer.—le indicó la chica mientras le seguía ofreciendo bocados y Lorena no tenía más opción que comerlos dócilmente. Terminó el plato de comida y la chica le acercó el bote a sus labios para tomar agua. Lorena dio varios tragos sin poder evitar que varias gotas se derramaran de su boca.

Las gotitas cayeron sobre su pecho y fueron dibujaron varios caminos hacia abajo sobre sus senos y su abdomen. Los ojos de la chica se llenaron de fuego al ver como el agua recorría el cuerpo de Lorena y lo hacía brillar.

Retiró los enseres de la comida y la chica salió por un momento del cuarto. Al regresar, le dió un ligero pellizco la Lorena en su pubis.

—Parece que ya no te duele—dijo al notar que Lorena no reaccionó con el pellizco.

Se colocó detrás de Lorena. Apretó un botón sobre el respaldo y comenzó a inclinar a Lorena hacia atrás hasta que quedó de manera horizontal. La chica pasó hacia adelante y por detrás de las rodillas de Lorena apretó un botón en el mueble metálico. El botón liberaba las articulaciones y hacía posible moverlas. Levantó primero la pierna izquierda de Lorena hasta formar un ángulo de 90 grados; después la giró hacia afuera, quedando en diagonal respecto de su cuerpo. La misma operación fue repetida con su otra pierna de manera que Lorena quedó recostada con su espalda baja apoyándose en el asiento de la silla y con sus dos piernas completamente abiertas.

Sin alegar más, Lorena observaba todo aquél movimiento que hacía con su cuerpo y respiraba nerviosamente. Al mirar hacia adelante veía sus piernitas levantadas formando una “V”.  Su intimidad había quedado a merced de la chica de las mechas rosas.

La chica sacó de uno de los cajones varios materiales: un tarrito blanco que se conectaba a la electricidad y resultaba ser un fundidor de cera; unas pastillas de cera para depilar, tiras de papel, espátulas de madera y un par de botes.

Conectó el fundidor a la electricidad y tiró una pastilla de cera al interior de él. En lo que la cera se derretía la chica tomó las tijeras y comenzó a rebajar, tanto como pudo, el vello de Lorena.

La frondosa mata de vello se fue reduciendo hasta ser un no muy grueso recubrimiento que oscurecía su piel y el piso se cubrió de vello recortado. La chica esparció talco toda la zona de vello. Tomó una espátula de madera y la hundió en la cera derretida. Con detenimiento untó la viscosa sustancia desde donde iniciaba el vello, en el pubis, hacia abajo. Tomó una tira de papel que adhirió de arriba a abajo a la franja de cera que había formado, con una mano estiró la piel y con la otra dio un fuerte tirón al papel. Se escuchó el seco crujido de los vellos arrancados, lo cual habría sido muy doloroso para Lorena de no ser por la anestesia. Únicamente sintió un ligero cosquilleo.

La espátula volvió ir al tarro de cera derretida varias veces y, después de unos cuantos tirones de cera, el enmarañado pubis se transformó en un triángulo de piel suave y tersa que continuaba la curva del cuerpo que partía del abdomen. Llegó el turno a sus labios íntimos. Extendió la cera sobre el labio derecho, colocó la tira de papel y lo liberó de pelos. Siguió con el labio izquierdo y terminó con una franja angosta de la parte donde sus labios se juntaban.

Como si se tratase de un antiguo tesoro oculto en la oscuridad y revelado por la luz, quedó expuesta ante la chica una esponjosita almeja formada por dos suaves conchas muy apretaditas entre sí de tal forma que en medio formaban una línea recta que guardaba celosamente la carnosidad del interior.

Eran tan bonitos sus genitales que la chica no pudo resistirse a darles un fuerte beso.Lorena no pudo sentir el beso pero se incomodó ante la cara de la chica entre sus piernas. Después de haber saboreado la dulce parte, la chica continuó con la depilación. Pasó la espátula con cera hacia abajo de sus labios íntimos, luego con una mano separó uno de los glúteos de Lorena y embadurnó con cera toda la íntima superficie expuesta. Tiró de la cera con el papel. Repitió la operación para su otro glúteo. Separó con tenacidad ambos glúteos para dar una última aplicación de cera para  asegurarse de que todo el vello alrededor de su orificio fuera removido.

Después del último tirón, tomó otro pequeño bote con aloe. Con delicadeza lo aplicó en toda la zona depilada. Levantó la vista para contemplar la preciosa imagen: el quebradizo y oscuro pelo de Lorena caía de su cabeza como una cascada, unos ojos llorosos y una cara mortificada, un cuerpo curvilíneo en el que no había prenda que lo cubriera de la cabeza a los pies, dejando cada pliegue de su sedosa piel a merced de la captora, la cual quedó embobada unos minutos contemplando la belleza de ese cuerpo.

La chica puso sus manos sobre la cabeza de Lorena y le dió un tierno beso en la frente mientras su prisionera apenas emitía algún gruñido de inconformidad. La chica reacomodó la estructura para que Lorena volviera a quedar sentada y quitó las correas que abrazaban sus muslos.

—Habrá que esperar un poco—dijo la chica. Guardó las cosas que había utilizado para depilar a Lorena, limpió el piso lleno de pelos y salió del cuarto.

Lorena comenzó a gimotear, vio su pubis liso y se sintió terriblemente vejada, había tenido miedo y no terminaba de darse cuenta de lo que le había sucedido. Gruesas lágrimas salieron de sus ojitos y lloró sin emitir llanto, deseando que toda esa pesadilla terminara de una vez. Sumida en su dolor no se percató del paso del tiempo, pero habría transcurrido una hora desde que la chica se había ido cuando, sin darse cuenta, se encontraba de nuevo frente a ella. Lorena la miró con rabia.

—Déjame ir, por favor, para esta locura—suplicó chillando.

—Lo bueno apenas comienza—respondió la chica con una sonrisa boba en su cara. Se puso en cuclillas y comenzó a desanudar las agujeta de sus converse. Aflojadas éstas, sacó sus pies vestidos con calcetines blancos. Llevó sus manos a la parte superior de sus jeans, desabrochó el botón y bajó su cremallera.

—¿Quisieras música para el espectáculo?—y comenzó a tararear lo que se suponía era una melodía sexy —ta,ta,ta,ta— mientras se contoneaba y comenzaba a bajar sus pantalones. Unos muslos delgados, blancos y torneados se revelaban conforme bajaba el pantalón hacia las rodillas, dobló su pierna izquierda y la sacó por completo del pantalón, lo mismo hizo con la derecha. La chica, con sus calcetines blancos y sus piernas descubiertas seguía bailando al ritmo de la melodía que tenía en su cabeza. Con sus manos apretó el borde debajo de su blusa y comenzó a subirlo. Quedó al descubierto su tanga rosa de encaje y después un abdomen blanco y firme, casi marcado, con un pequeño ombligo que adornaba su centro. La blusa siguió subiendo revelando el par de copas rosadas, también de encaje, del sujetador de la chica, las cuales ceñían firmemente sus pequeños pechos. Se deslizó hacia su cabeza y salió por su cabello, el cual se movió juguetonamente al tiempo que la chica meneaba la cabeza. Se encorvó para retirarse los calcetines y quedó ella cubierta tan sólo por su coordinado de encaje rosa.

—¿Te gusta?—le preguntó la chica a Lorena mientras pasaba sus manos por su propio cuerpo gozándoce ella misma, ante el gesto de incomodidad de la cautiva. Se puso de espaldas y llevó sus manos al broche del sujetador, lo liberó y lo retiró hacia adelante. Quedó aquella blanca espalda descubierta, adornada únicamente por el rubio cabello de puntas rosas que apenas pasaba sus hombros. Giró la chica hacia Lorena, con una mano tomaba su sujetador y con su otro brazo cubría sus senos. Le lanzó una sonrisa pícara y también su sujetador que chocó con su abdomen y quedó detenido por su muslo. Dio vuelta de nuevo, puso sus manos en sus caderas y se agachó, quedando levantado su trasero. Comenzó a bajar su tanga dando un tirón por lado, por lo que la tanga fue descendiendo con movimiento de zig-zag a lo largo de sus glúteos, siguió bajando por sus muslos y el puente de su tanga se desprendió de su posición quedando expuesta una carnosa conchita lampiña y rosada de la que de su interior se asomaban un par de pétalos húmedos — sus labios menores—, a diferencia de los de Lorena que se resguardaban dentro de su abultadito capullo exterior. La tanga bajó por los muslos hacia las rodillas, la chica la soltó y se resbalaron delicadamente por sus pantorrillas. Finalmente la chica tomó la tanga, se incorporó tomando su prenda con una mano y dió la vuelta para mostrarse a Lorena. Puso su otra mano en su cadera y separó ligeramente sus piernas para que la cautiva pudiera apreciar todo su cuerpo. Uno delgado pero tonificado, cubierto de una piel muy clara y sin ningún rincón con vello. Unos senos del tamaño de una naranja adornados con unas areolas muy rositas y en lo alto una carita con una mueca perversa.

La chica se aproximó a Lorena, quien se estremeció tratando inútilmente de cubrirse. Con la tanga en la mano rozó un muslo de Lorena y luego acarició con la prenda el pubis, el abdomen y el pecho de la cautiva. La llevó a su rostro y ahí la agitó un momento para que Lorena la oliera. La tanga no estaba saturada de olor, apenas emitía un aroma ligeramente agrio que no era desconocido para Lorena pero aún así se sintió nauseabunda al percibirlo.

—¿no te gusta?—señaló la chica, que se agachó y puso su cara entre las piernas de Lorena al tiempo que dió un profundo respiro. —Mmm...la tuya huele deliciosa—. Los chirridos metálicos volvieron a escucharse ya que Lorena comenzó a forcejear. La chica se aproximó a Lorena, retiró su sujetador que todavía estaba en el muslo de la cautiva y se sentó sobre ella. Ciñó a Lorena con un fuerte abrazo y sus muslos quedaron sobre los muslos de ella. Frente a frente la chica comenzó a besarle la cara. Harta de de sus ultrajes, instintivamente Lorena le soltó un mordisco sobre la oreja que la chica apenas pudo esquivar. La chica se apoyó en los hombros de Lorena, miró a Lorena con enojo y se puso de pie —me obligas a hacer cosas que no quiero—dijo mientras abría un cajón. Lorena sintió pánico de nueva cuenta y terminó por convencerse que toda resistencia sólo empeoraría las cosas.

Sacó una mordaza negra con una bola roja, la abrió y se la aproximó a Lorena a la cara —está bien, no es necesario—dijo Lorena nerviosa —abre—replicó la chica —ya no te haré..glg glg—decía Lorena cuando la chica le introdujo la bola y, pese al forcejeo de su cabeza, logró abrochar la mordaza en la nuca, por debajo del pelo de Lorena.

—Me hubiera gustado oir tu voz—dijo resignada la chica. Volvió a sentarse sobre Lorena y la abrazó. Suaves besos recorrieron toda la carita de Lorena. los labios de la chica bajaron por su cuello y comenzaron a dar suaves y profundos besos entre el cuello y el hombro. Los brazos de la chica abrazaban se sujetaban con fuerza a Lorena y las manos acariciaban toda la superficie de la espalda y los costados de lorena, con delicadeza y a la vez con desesperación, como si la chica se estuviera untando la piel de Lorena en su piel. Se rozaban sus muslos, sus vientres, sus senos, sus pechos. La chica frotaba gustosa su piel con la tersa piel de Lorena y se cobijaba con la calidez de su cuerpo. Pequeñitos balbuceos de placer salían de la chica cada vez que plantaba un beso en el cuerpo de la cautiva.

La chica se apretujó contra Lorena y recargó su barbilla en el hombro y su cabeza con la cabeza de ella,  inició un ligero balanceo con su cuerpo. Lorena claramente escuchaba un gemidito de la chica cada vez que los pechos de la chica se apretaban contra los suyos, rollizos y suavecitos. Estuvo un rato con ese masaje y luego se despegó dándole besos en el pecho, bajó hasta sus senos, los masajeó con sus manos y le dio besitos a ambas mamas, sin tocar sus areolas. Ante tanta manipulación, los botoncitos color almendra de los senos de Lorena se pusieron firmes, tras lo cual fueron embestidos por la boca de la chica que los lengueteó y succionó leve, pero constantemente, al punto que si Lorena hubiera estado lactando, la chica la habría secado. Mientras Lorena emitía algunos gemidos de inconformidad, las caricias sobre sus pezoncitos le hacían sentir choques fríos y pequeños calambres que la incomodaban, no pudo evitar ni que se pararan sus botoncitos ni se inflamaran sus pechos.

Cuando por fin se sació de las mamas de Lorena, le dió un beso en el centro del pecho y, con un tren de besos sobre el torso, comenzó a moverse hacia abajo, besó su abdomen, lengueteó su ombligo, bajo por su vientre, sus manos se deslizaban por los curvilíneos y firmes costados de Lorena mientras quedaba hincada  frente a ella. Quedó la carita de la chica frente al vientre de la cautiva, abrazándola por lo glúteos. Levantó su vista para contemplar el rostro espantado y agotado de Lorena.

Desde enfrente, la chica apretó el botón para ajustar de nuevo la estructura. Empujó ligeramente los muslos de la prisionera para abrir sus piernas lo más que pudo ante los inútiles balbuseos de ésta. Comenzó a deslizar sus manos por las tersas piernas abiertas de la prisionera, primero por la cara exterior; deslizó sus manos de los muslos a las pantorrillas y después, de las pantorrillas al lado interno de los muslos. Sopló ligeramente donde las piernas se unen al pubis y comenzó a besarla. Delicados besos cubrieron la pierna izquierda de Lorena, y después la derecha. Los besos bajaron a las pantorillas. Besó los tobillos y con finos besitos fue bajando por su pie hasta llegar a sus dedos, los cuales introdujo ligeramente en su boca, aunque Lorena  los encogió. Su otro piecito también fue tapizado de besos.

La chica se había comido todo el  cuerpo de Lorena a besos, llegaba el momento del postre. Con sus manos se apoyó en los muslos de Lorena, movió ligeramente para atrás sus piernas al tiempo que las abría y colocó su carita a la altura justa para degustar la dulce pulpa que tenía frente a ella.

Las mechas rosas colgaban por un lado del cuello de la chica. En su pecho tocaba un tambor acelerado. Estaba hincada frente a su prisionera a punto de saborear el delicioso manjar que solía permanecer oculto, resguardado por el cruce de las piernas, por la ropa exterior, por el algodón de las pantaletas, por un greñudo vello. Pero la chica era una predadora experimentada que había capturado a su presa y la había despojado de cada una de las líneas de protección para su tesoro. Había roto su ropa, arrancado sus bragas y desbrozado su pubis. Sus piernas no podían vencer a la cerradura metálica para venir a defender a la delicada flor que se asomaba, tímida, en el fondo del cuerpo de Lorena. Por el contrario, así completamente separadas, parecían invitar a tomar lo que se encontraba en medio de ellas.

La conchita de la chica, de por sí rosada, se había ruborizado como la carne de una sandía, e hinchado. Los pétalos que salían de ella se empaparon. Estaba muy excitada, lo contrario de Lorena, que nunca había estado tan seca. También en su pecho tocaba un tamborcito, pero eran los nervios los que lo movían. Al ver la cara de la chica, frente a su intimidad y dispuesta a abalanzarse contra ella, comenzó a sudar frío. Deseaba que como los labios de su boca, los de su intimidad se pudieran cerrar a voluntad para apretarlos lo más fuerte que pudiera.

La chica tuvo que contenerse para no arrojarse sobre hendido fruto como un perro hambriento sobre un trozo de carne. Su respiración se entrecortaba entre más acercaba sus labios. Hasta que por fin plantó un beso sobre el centro de la rajita, cubriendo parte de ambos labios íntimos. Desde ese momento su boca no pudo despegarse de ahí. Con tiernos besos fue recorriendo la abultadita vulva; subía y bajaba por un labio y luego por el otro, ascendía al pubis y descendía hasta donde se cerraba la rayita.

Lorena estaba fría por dentro. Su piel íntima estaba especialmente sensible, pues la acababan de depilar, así que sentía con intensidad cada besito, incluso la respiración de la chica, la cual se iba haciendo cada vez más rápida y fuerte. Agotados los besitos, la chica comenzó a lengüetear tímidamente la lampiña piel. Conforme lo hacía cada vez daba lengüetazos más grandes y firmes.

La cautiva daba fuertes y continuas respiraciones, sentía toda la piel de su conchita ensalivada. Las caricias de los lengüeteos le hacían brotar en ella un montón de sensaciones que no podía describir pero la incomodaban y le hacían sentir nerviosa. Cerraba los ojos y trataba de no pensar en ello, pero repentinamente la húmeda lengua de la chica se introdujo rápida y fuertemente en su hendidura. Por fin se encontraba la lengua con los finos pétalos internos de Lorena quien respingó con un fuerte gemido y comenzó a sentir escalofríos. Todas sus extremidades comenzaron a temblar.

La lengüita de la chica comenzó a explorar la abertura con cuidado. Aunque la chica hubiera querido engolosinarse lamiendo a placer, su lengua se rozaba contra una carnosidad un tanto áspera, pues Lorena estaba seca. Los temblorcitos de la prisionera excitaron aún más a la chica que se apresuró a dar largos lengüetazos para lubricar la íntima hendidura. Ya ensalivada, comenzó a hacer figuras y remolinos con la lengua, desde la abertura de la vagina hasta casi llegar al pubis.

Con una respiración cada vez más errática Lorena trataba instintivamente de moverse y quitarse de encima a la chica, pero inmovilizada como estaba, apenas lograba producir ligeros contoneos que terminaban por ayudar a la chica en su actividad. A pesar de todo, la cautiva intentaba mantenerse calmada, pero comenzó a tener taquicardia y temblar con más intensidad cuando se dio cuenta que comenzaba a sentir…

Hubiera querido que la golpeara, la tratara con violencia y que fuera el dolor lo que la invadiera. Pero desde que la chica se había sentado frente a ella todo eran mimos sutiles. Aunque no quisiera, su piel se erizaba con las caricias, suaves y superficiales de la chica, como el viento soplando sobre la piel. Los besos no eran chupetones violentos  sino acolchadas impresiones de los labios de la chica sobre ella. Había entrado a su intimidad, no como arrancando los pétalos de una flor sino con la delicadeza de una mariposa.

De este modo aunque Lorena no quería, su cuerpo comenzó a responder a todos estos estímulos. La lengua no descansaba de pasar una y otra vez, sobre la carnosidad de la prisionera, ya humedecida con bastante saliva. Hacía diversos movimientos que se comenzaron a intercalar con leves succiones. Y entonces desde dentro de Lorena, como un globito largo que se va inflando, comenzó a crecer el pequeñito apéndice en la parte superior de su hendidura.

Y aunque Lorena luchaba por mantenerse tranquila, comenzó a sentir cosquillitas que emanaban desde su intimidad cada vez con más intensidad. Yo no puedo evitar que el pequeño apéndice creciera y se fuera poniendo más durito. De esta forma, la lengua que hurgaba en la intimidad de Lorena, encontró a la que debía ser su presa. Lo que comenzó como un borde suave entre los pliegues húmedos se fue convirtiendo en un botoncito cada vez más definido, un haba dura en medio de las suaves carnitas, hacia la que se dirigieron los embates de boca de la chica. Lengua y labios atacaban juntos a través de lamidas, succiones, besos el firme apéndice íntimo.

Ya con sus músculos agotados por los escalofríos, Lorena cerraba los ojos, trataba de respirar con calma y pensar en cualquier cosa. Pero cada vez le costaba más trabajo ignorar el hormigueo que se extendía por todo su cuerpo. Las puntitas de sus senos se ponían firmes y  bastaba el contacto con el aire para inyectar más cosquilleos a su interior.

La chica lamía y chupaba con tremenda insistencia. Si hubiese estado sedienta en el desierto, no  habría  bebido agua  de un manantial con tanta devoción como con la que lamía la dulce partecita de Lorena. Por un muslo de la chica se escurría una gotita de humedad que salía de su rosada conchita, sentía un fuego en su interior que trataba de apagar devorando la entrepierna de Lorena.

En el cuarto se escuchaban apenas los constantes chasquidos húmedos de los lengüetasos y chupaditas, a veces los ligeros refunfuños de la cautiva que se ahogaban por la mordaza o, de vez en cuando, algún chirrido producido por los temblorcitos que hacían vibrar las argollas. Pero entonces los sonidos de Lorena se volvieron más protagónicos,  comenzó a dar pequeños gimoteos, cada vez más constantes, a veces seguidos como de una risa que trataba de apagar. Después de gimotear producía pequeños espasmos, sentía fiebre. Luchaba contra las sensaciones que la chica se empeñaba en producirle.

Esta reacción sacó de quicio a la chica que ya sin ningún tipo de freno  lamió y chupó con toda la fuerza y velocidad que pudo. Tanto que se quedaba sin aire y tenía que pausarse para respirar. Y entonces la chica lo percibió: el espasmo del pubis de Lorena hacia arriba y las ligeras y rápidas sacudidas de sus piernitas. El gruñido prolongado de la cautiva le confirmó que había salido victoriosa.

Lorena había comprimido todos sus músculos, apretó su ojitos lo más fuerte que pudo, como tratando de detener un estornudo. Más no pudo contener al dique que la chica hizo desbordar. Sintió un orgasmo seco, frío, que se le clavaba en las tripas; incómodo pero con la marca inconfundible del placer. Abrió los ojos y vió a la chica que también la miraba directo a los ojos, sacando la lengua cuya punta aún mantenía dentro de Lorena, como desafiándola, celebrando su triunfo.

Se escucharon rápidos chirridos metálicos producidos por los espasmos con los que Lorena comenzó a relajarse. Volvía a sentir calor en su cuerpo pero se sentía muy aturdida. La chica se levantó, tomó la carita de Lorena por el mentón. Su rostro mostraba que estaba abatida, triste.

—Parece que se te han secado lo labios —dijo la chica con cierta malicia.

Y acto seguido se llevó su mano a su zona íntima, la frotó y, como si se tratara de gloss, con sus dedos untó su humedad en los labios de la prisionera que hizo un fuerte gesto de rechazo. Desabrochó la mordaza y retiró la bola de la boca de la cautiva.  Una gran cantidad de sentimientos se acumularon en su pecho: tristeza, rabia, enojo, desolación. Lorena no sabía ni lo que sentía, pero en cuanto su boca fue liberada exclamó un largo y contundente llanto. Sus ojitos se humedecieron y lloró con fuerza.

Sus mejillas se empaparon de lágrimas y todo el aire que entraba a sus pulmones se convirtió en llanto. Mientras lloraba, la chica acariciaba su cabeza, tratando de consolarla. Pero la caricia solo hacía sentir a Lorena más humillada y rompía en llanto con más fuerza ¿Cómo iba a consolarla su propia agresora?.

Por varios minutos siguió  hasta que el llanto se debilitó y se convirtió en una serie de gimoteos. La chica ajustó la estructura de nuevo y cerró las piernas de la prisionera.

— Es hora de descansar.— dijo la chica.

Entonces liberó la argolla de una de las piernas de Lorena. Las argollas de la estructura no estaban fijas a ésta sino que eran, por así decirlo, esposas independientes para cada extremidad y podían sujetarse a la estructura o entre ellas. Gracias a este mecanismo la chica liberó las piernas de la cautiva pero unió las argollas entre sí, esposando las piernas.

Lo mismo sucedió con los brazos. Antes que Lorena pudiera levantarse la chica esposó sus muñecas  por la espalda.

—Ven—le indicó la captora— tienes que ir al baño.

Tomada por un brazo la chica le dio vuelta y le indicó que pasara hacia una puerta que estaba tras de ella, por lo que no la había visto. También a espaldas de la estructura de metal estaba una repisa que sostenía el dispositivo por el que "Loquendo" hablaba. Pero Lorena no estaba en ánimo de hacer observaciones. Iba desconectada de la realidad, dócil, sollozando,sentía que flotaba  hacia donde la llevaban.

Dando los pasitos que podía con las piernas esposadas. Cruzó la puerta que le indicó la chica. Dentro estaba un baño. Lo primero con lo que se topaba era una tina de jacuzzi bastante amplia. Al fondo estaba otra puerta donde se encontraba el excusado. Hasta ahí la dirigió la chica.

—Entra, cuando termines me avisas.

Aún gimoteando Lorena pasó y se sentó. Estaba muy triste, sentía un hueco en el vientre, le venían temblores. Sentía que desconocía su cuerpo. Tras unos minutos pasó la chica a preguntar.

—¿Ya terminaste?

Pero en lo que menos pensaba la prisionera era en estar ahí. Sin embargo, tras un largo rato por fin dijo hacía afuera —ya terminé.

La chica abrió la puerta —ponte de espaldas y flexiónate, voy a limpiarte.

Lorena dio un largo respiro y se contuvo de alegar nada. Tras lo que le había hecho, que le limpiara la cola era lo de menos. Se dio la vuelta y se dobló dejando todo su trasero expuesto ante su captora.

—Envidio tus caderas. ¡Me prenden!— dijo la chica, que seguía excitada pues, no se había desfogando. Con un paño húmedo limpió la colita de la prisionera. También limpió toda la saliva que le había dejado en la conchita. Luego dio una ligera nalgada.

—Listo. Ven conmigo.

Lorena hizo una pausa y miró a su captora.

—¿Puedo limpiarme la boca? — solicitó de forma tímida, pues el aroma íntimo que le había dejado la chica no le resultaba agradable.

—Claro que sí, yo misma te limpio.

Dicho esto la chica proyectó sus labios contra los de la cautiva de forma brusca. Le besó y lengüeteó la boca. Lorena apenas hizo un tímido esfuerzo por apartarse. Pero el acto le tomó por sorpresa y se sintió de nuevo agredida. Su semblante se marchito y comenzó a gimotear. No estalló de nuevo en llanto porque ya estaba seca de lágrimas.

Sin arrepentirse del beso, la chica se compadeció de Lorena. Le lavó los labios en el grifo que estaba fuera del excusado.

—¿Así que no te gusta el sabor de mi coño? —dijo indignada— pues tú te lo pierdes, el tuyo está riquísimo.

Tomó a la prisionera del brazo y la llevó hacia el colchón que estaba en el cuarto. Éste tenía por su orilla unas pequeñas estructuras de metal.

—Siéntate aquí —le ordenó la chica, señalando un lugar cerca de la esquina. Liberó sus piernas y las sujetó a una de las estructuras que rodeaban el colchón.

—Espera—dijo la chica. Salió del cuarto un momento y regresó con un vaso de agua.

—Tiene un calmante. Te ayudará a conciliar el sueño.

Lorena bebió resignada el agua. Sabía que la chica era una violadora mas no una asesina, así que prefirió creerle. Una vez que lo tomó, la chica separó sus brazos y los sujetó a otra estructura. La cautiva quedó acostada de lado.

La chica movió algunos interruptores para subir la temperatura y atenuó la luz del cuarto. Se acostó a un lado de Lorena y la abrazo. Lorena estaba muy agotada, comenzó a sentirse mareada pero también sintió que la chica de las mechas rosas la abrazaba y comenzaba a darle caricias y arrumacos.

—¿Por qué haces esto?—preguntó Lorena, tratando de dar sentido a todo lo que acababa de vivir en tan poco tiempo. Pero no hubo respuesta, sólo más arrumacos; parecía que la chica quería deshacer sus manos acariciándola. No supo cuando cesó de hacerle mimos porque se quedó dormida. Y así desnudas, captora y cautiva pasaron la noche.

Una melodía se escuchaba por el cuarto, conforme se incorporaba, Lorena distinguió que la voz aguda de la chica cantaba y tarareaba con alegría. La chica se movía de un lado a otro, el cuarto estaba ya bien iluminado, pero no sabía qué hora podría ser, pues toda luz ahí era artificial.

Escuchó un chorro de agua. Su captora estaba preparando el jacuzzi. Andaba desnuda y no parecía tener intenciones de vestirse.

—Hola dormilona—le saludó—el desayuno está casi listo. La chica desbloqueó las argollas de la manos de Lorena pero la volvió a esposar por la espalda. La maniobra para esposarla la hacía con cuidado. La chica era bastante lista y, como se dio cuenta su prisionera, la sujetaba por la espalda para evitar cualquier intento por atacarla o tomar algún objeto.

—Siéntate, ya traigo el desayuno.

Y la chica salió, como de costumbre y volvió con una charola con alimentos. Se sentó a un lado de Lorena rozando su pierna con la pierna de ella. La prisionera trató de alejarse, pero la chica se movió otra vez. Exhaló profundamente al verse derrotada, de nuevo. La chica comenzó a alimentar a Lorena y también tomó bocados para ella. Lorena estaba cabizbaja, masticaba lentamente sin prestarle mucha atención al sabor de los alimentos.Pero la chica trataba de ser parlanchina.

—¿Te gustó? ¿qué te gusta desayunar? ¿cuál es tu comida favorita?— preguntaba, sin tener una respuesta de parte de Lorena, pero tampoco se molestaba por la falta de esta.

—Espero te haya gustado, lo preparé especialmente para ti—dijo la chica mientras tomaba la charola y los cubiertos y salía del cuarto. Entró de nueva cuenta y se paró frente a Lorena, que permanecía sentada en el colchón.

—¡Vamos a darnos un baño!—exclamó entusiasmada, ante la mirada afligida de Lorena, quien entendía que cada cosa que hacía su captora era un pretexto para aprovecharse de ella.Dando los pequeños pasitos que sus pies esposados le permitían se dirigió al jacuzzi, el cual ya estaba preparado con agua tibia y espumada. Pero la chica había colocado algunas velas aromáticas alrededor de éste y estaban encendidas.

La chica se introdujo en el agua y extendió los brazos para ayudar a Lorena a entrar, ya que no se podía mover con facilidad. Bajó con cuidado los escaloncitos del jacuzzi. El movimiento de sus caderas y el pequeño rebote de sus senos al descender hacían brillar los ojos de la chica. Su captora descendió y se sentó en la tina y le pidió a Lorena que se sentara frente a ella, para poder abrazarla desde atrás.

La chica abrió las piernas para recibir a la cautiva que bajó lentamente sobre el agua. Los glúteos de Lorena se posaron rozando el vientre de la chica, la cual pudo ceñir a su prisionera con sus brazos y sus piernas. La sensación de frotar la piel húmeda de Lorena hacía derretir a la chica, que no pudo contenerse y con todas sus extremidades trataba de envolver a la cautiva. Con sus manos esposadas por la espalda Lorena dejaba sus senos a merced de la chica, que no desaprovechó la oportunidad de resbalar sus manos sobre sus húmedas y frondosas mamas.

Abrazó fuertemente a Lorena y le dio besitos detrás del cuello y hacia sus hombros. Cuando se cansó de untarse a la mojada prisionera, tomó un jabón que tenía a la orilla del jacuzzi y empezó a frotarle la espalda con él. Continuó por sus brazo, hombros y pecho, gozando de hacer espuma sobre la piel.

Lorena buscaba estar en calma. Se trataba de acostumbrar a las caricias, que no eran del todo desagradables. Aunque en particular le molestaba que tocara sus senos. Lo que más temía es que la chica alcanzara su entrepierna y quisiera manosearla bajo el agua. Por eso se ponía tensa cada vez que las manos de la chica bajaban de la altura de su cintura.

—Me gusta tu pelo—le dijo con dulzura su captora.

Lorena no hacía ningún comentario, cerraba sus ojos para concentrarse en su sentido del tacto y que la calidez del agua la consolara. Le hacía sentirse más humillada el hecho de que, de estar pasando un momento como éste con un hombre que la quisiera, sería muy romántico y lo disfrutaría: el agua templada, la espuma, las delicadas caricias por toda su piel, las tenues luces y el dulce aroma de las velas. Pero estaba ahí en condición de juguete sexual viviente, únicamente para complacer los caprichos de la extravagante mujer rubia con mechas rosas que la tenía prisionera.

La chica lavó el pelo de su cautiva con abundante espuma, con una vasijita derramó agua sobre su cabeza para enjuagarlo. Disfrutaba de ver cómo la espuma caía sobre su espalda, también de pasar sus dedos entre su castaño pelo, como tejiendo con él.

Le dió un último fuerte arrumaco en el agua y le pidió que se incorporara.

—Has quedado bien limpiecita.

La chica salió de la tina y sujetó a Lorena del brazo para ayudarla a salir. Tomó una toalla con la que empezó a secarse ella. Lo hacía de forma pausada mientras se deleitaba con el cuerpo húmedo de su cautiva: las gotitas que se resbalaban por su torneado cuerpo, la superficie brillante de su piel clara, los mechones de su pelo mojado que se adherían a sus hombros y su pecho. Mantuvo así a la prisionera por varios minutos sólo para contemplarla: fresca, con su piel tersa y completamente lampiña, inmovilizada e indefensa ante ella. La chica sentía en su vientre una tormentosa marejada y Lorena sería el rompeolas contra la que la estrellaría con todas sus fuerzas.

Secar a la cautiva con la toalla fue otra excusa para recorrer cada rincón de su cuerpo. Ya seca, la chica la llevó de nuevo al colchón y la volvió a sujetar en la posición de la noche anterior. Se dispuso a salir del cuarto, no sin antes lanzar una mirada obscena sobre Lorena. Estuvo fuera por varios minutos.

Como efecto del baño de agua tibia y de a ausencia de su captora, la prisionera pudo relajarse por un momento. Su mente de detective comenzó a funcionar. Observó con detenimiento el cuarto en que estaba, era evidente que el lugar había sido especialmente acondicionado por  la captora. ¿Desde cuándo lo habría planeado?, ¿De dónde sacó el dinero para todo esto? Recordó lo que le había dicho la chica, ultrajó a 19 mujeres además de ella, pero Lorena sólo tenía el registro de 15. Cuatro chicas no la habían denunciado. Apretó los puños de enojo. Sus víctimas ni siquiera sospechaban que el monstruo que las vejó era en realidad una psicópata, una fémina como ellas.

Los pasos descalzos de la captora se escucharon. La chica de las mechas rosas entró de nuevo, desnuda y alegre como había permanecido desde que despertó. Había traído una botella de agua que dejó cerca del colchón. Sin aviso previo, movió la argolla de una de las muñecas de Lorena hacia otra posición de las estructuras metálicas. Lorena quedó con ambos brazos extendidos y desde dentro de sus entrañas comenzó a emanar frío de nueva cuenta. La chica planeaba algo. La cautiva trató de dar pataletas cuando su captora también acomodó sus piernas. No impidió que la posicionara con todas sus extremidades extendidas, como una “X”, sobre el colchón.

—Por favooor...—chilló Lorena, sin que la chica dudara de continuar. Tomó una almohada y la empujó por debajo del trasero de la cautiva, arqueando así un poco su cuerpo sobre el colchón. La imagen de la prisionera inmovilizada, exponiendo sin disimulo su divino cuerpo torneado hacían que la chica sintiera que sus entrañas hervían. Se mordió el labio y emitió un largo suspiro ansioso.

Se hincó sobre el colchón, entre las piernas de Lorena, quien volvió a sentir escalofríos. Comenzó de nuevo el ritual de no dejar ninguna superficie de la piel de la prisionera sin el roce de sus palmas. Mejillas, cuello y brazos recibían el trazo de las manos de la captora. Bajaban hacia el torso, el abdomen y el vientre. Los voluminosos  senos recibían, como de costumbre, atención especial; además de que en ellos la chica incorporó besos.

Bajó por sus blancas y suaves piernas, hasta sus pies y subió con delicadeza. Comenzó a masajear, con especial insistencia, la parte interior de los muslos, desde la rodilla hasta la entrepierna, preparando la zona para lo que venía. Las piernas de Lorena no dejaban de temblar, lo que provocaba una contínua melodía de leves chirridos metálicos, debido a las argollas de sus tobillos. Para evitar ser amordazada de nuevo, Lorena ya no protestó, únicamente exclamó lo que sus emociones le demandaron. Respiraba de forma interrumpida e inconstante y volvía a sentir frío por todo su cuerpo.

Las caricias se detuvieron…

Los iris azules se cruzaron con los iris amaderados. El corazón de la cautiva se aceleró  como nunca, su boca exhaló un vaho frío al tiempo que todas sus extremidades comenzaron a tiritar. Sin dejar de contemplar la carita de Lorena, su captora comenzó a inclinar levemente su espalda hacia atrás, con sus palmas cara a la superficie del colchón. Con sus brazos extendidos formaba un ángulo inclinado respecto a su espalda. Pasó su pierna izquierda por debajo de la pierna derecha de la cautiva, lo que se facilitó debido a que la almohada en el trasero levantaba un poco las piernas, y pasó su pierna derecha por encima de la pierna de la prisionera.

Quedó la chica posicionada como en un camastro de playa en el que se toma el sol, apoyada, no por un respaldo sino por sus brazos y con sus piernas extendidas hacia Lorena. Su pierna derecha, doblada sobre la pierna de Lorena ,dejaba su pie casi rozando el torso de ella, a la altura de su seno. Su pierna izquierda quedaba a una altura similar pero estaba más abierta, proyectada hacia afuera de la cautiva.

La pálida y aterrorizada carita de la prisionera contrastaba con sus ojos, más que abiertos, que miraban sobresaltados lo que tenía enfrente: su captora empiernada contra ella, unos ojos también muy abiertos que gozaban de toda la función, el torso inclinado hacia atrás de la blanca mujer pero en el que eran patentes sobre sus mamas unas cúspides rositas muy endurecidas. Pero lo que dejaba helada a la cautiva era el hecho de que, sin contar las piernas, la parte más próxima a tocarse entre ambas eran los gajitos carnosos de sus entrepiernas.

La esponjadita parte de la cautiva era blanquita, con sus anchos labios que cubrían los pétalos del interior, estaba seca y temblaba junto con el cuerpo temeroso de la prisionera. Frente a ella,una sonrojada almejita muy húmeda que no se avergonzaba de exhibir sus pliegues hacia afuera.

—Hora de la diversión.

La chica lanzó suavemente su pubis contra Lorena.

Sus vulvas se besaron.

Como si dentro de sus caderas tuviera un pequeño motor, la chica no dejó de menearse rozando con fervor la intimidad de Lorena. Se convirtió aquél vértice de sus entrepiernas en una aglomeración de suavidades. Las delicadas carnosidades de ambas se acariciaban entre sí. Los temblores de la cautiva se diluyeron entre los contoneos que sucedían sobre el colchón.

La chica, de vez en cuando, lanzaba su cabeza hacia atrás, se mordía o lengüeteaba su propios labios. Su respiración se aceleraba. El abundante fluido que emanaba desde dentro de la chica volvía más sedoso el frotamiento íntimo. Así como anteriormente su captora le había esparcido a la cautiva su particular gloss en los labios de su boca, ahora volvía a untarlo pero en los íntimos, dejándolos brillantes.

A Lorena toda esa humedad le incomodaba, le hacía sentir sucia. Sin embargo, toda esa continua fricción ya no le permitía distinguir sus propios genitales, sólo sentía un rozamiento imparable entre suaves y delicadas carnosidades mojadas.

Frente a los tibios sollozos que exhalaba la prisionera, su captora comenzó a dar cortos gemiditos. Con su mano izquierda la chica agarró firmemente la pierna derecha de Lorena para apalancarse. La chica incrementó la velocidad y fuerza de los meneos y se enfiló para que se rozaran especialmente los interiores de sus hendiduras.

Los breves gemidos de la chica se hicieron más fuertes y prolongados. Eran como ladridos pero con una voz aguda, grititos roncos. El motor de sus caderas se aceleró y comprimió con más fuerza su intimidad contra la de la prisionera como si quisiera borrarse la conchita. Se elevó el tono de sus gemidos.

Lorena trataba de sobrellevar sus escalofríos, la incómoda humedad de su entrepierna y el constante embate contra ella, pero comenzó a dolerle el pecho cuando de nueva cuenta su pequeño apéndice íntimo se ponía sensible y reaccionaba a los frotamientos. La cautiva comenzó a desmoronarse internamente. Quería desmayarse, quería ya no sentir nada.

Una cálida y dulce sensación de alivio cobijó todo su cuerpo al escuchar un sostenido y agudo gemido. La chica detuvo el movimiento de sus caderas. Su vientre provocó ligeras convulsiones. Unos cuantos suspiros de desahogo fueron expulsados de la boca sonriente de la chica. Permaneció en su misma posición por unos minutos, mientras se reponía. Cerró los ojitos por un momento; algunos ligeros temblores aún se sintieron en sus piernas. De forma pausada fue recogiendo sus piernas y se levantó.

Se sentó en la orilla del colchón, agarró la botella de agua y acabó con el contenido de la misma por medio de grandes tragos.  Limpió de sus labios un par de gotas de agua que se habían escurrido. Se apoyó sobre un brazo y volteo a ver, con unos ojos entreabiertos y maliciosos, la carita angustiada de Lorena. El aspecto que exhibió la chica en ese momento fue el de una gatita que acechaba a su presa. Había llenado su estómago de agua, pero seguía tremendamente sedienta.

Se levantó y fue hacia el mueble metálico que ya había utilizado previamente y abrió un cajón. Sacó un miembro masculino de plástico, formado de pene y testículos. Se lo mostró a Lorena, quien dilató sus ojos espantada y de forma espontánea gritó.

—¡Nooo..!

—Es de lo más realista —dijo la chica—incluso le sale el “relleno”, jejeje.

—Apuesto a que ninguna de mis nenas se dio cuenta que las había penetrado con un pene de goma—señaló la captora, ante la mirada aterrorizada de la cautiva.

—Pero la verdad, me parece repugnante. Ya que estamos entre damas, podemos usar algo más bonito. —dijo. Dejó el miembro y del mismo cajón sacó una barra plástica de color rosa neón. Era suave y flexible, algo ancha, como de 40 centímetros de largo y con puntas redondeadas: un dildo doble.

—Creo que ya sabes cuál es mi color favorito, jejeje— se burlaba al momento que, apuntando a Lorena, hacía oscilar el dildo. Abrió otro cajón y sacó un pequeño tubito. Con éste y con el artilugio rosa se dirigió al colchón. Un picor frío volvió a sentirse por todo el cuerpo de la cautiva.

—Para, por favor—sollozó —no me necesitas para hacer esto.

—Claro que te necesito—replicó la chica—este juguete es para dos.

De nueva cuenta subió al colchón entre las piernas abiertas de la prisionera . Le bastó una mano para destapar el flip top del botecito que llevaba. Lo acercó a una de las puntas del dildo y lo apretó. Una viscosa sustancia transparente cubrió el extremo del juguete rosa.

Lorena trató de decir algo pero se le entrecortó la voz con un sollozo. Sus ojitos se empezaron a empapar. Con una mueca perversa, la chica dirigió su mirada hacia la rajita de su cautiva. Con la punta lubricada apuntando al cuerpo de Lorena, su mano empuñaba firmemente su utensilio, como si llevara una  espada y aguardara para dar una estocada final a su víctima. Muy despacio acercó el dildo a la cochita de Lorena. La punta, al fin puesta sobre la rayita, tocó su piel.

–¡Ahhhgggg! –exclamó un espeluznante llanto la prisionera. Se escurrieron diversas lágrimas de sus ojos. Varios chirridos metálicos sonaron. Las piernas de la cautiva comenzaron a temblar descontroladamente.

El fuerte tiriteo de la cautiva no perjudicó la puntería de su captora, que tenazmente empujó un centímetro más. La barrita de goma se abrió paso separando las pulposas carnosidades que se plegaron de nuevo hacia ésta, como engulléndola.

–¡Uhhgggg!–chilló Lorena, que se quedó sin aliento. Había tensado su vientre esperando que le metiera el dildo de forma brusca. Pero la punta se había quedado exactamente en la entrada de su vagina. La chica ya no empujó con fuerza sino que con el extremo del juguete comenzó a masajear el marco de aquél portal. De forma suave trazaba círculos sobre el hoyito y poco a poco avanzaba hacia adentro. Lorena sintió como la redonda punta dilataba su conducto. Aunque la chica empujaba con suavidad, el lubricante permitió que se el dildo se deslizara con mayor facilidad. En cuestión de instantes la punta ya había invadido unos cuantos centímetros de la cavidad íntima.

De manera involuntaria, la prisionera arqueaba su cuerpo como última línea de defensa ante la intrusión. La penetración no era dolorosa, puesto que la introducción era delicada, pero sí incómoda, como durante una revisión ginecológica. Con la constancia de una cocinera que bate una pasta, la chica llevaba a cabo el suave movimiento con el que su incursión ganaba terreno.

El conducto se había dilatado y la punta del objeto estaba muy bien lubricada, así que en un momento, sin que la chica hiciera un esfuerzo especial, de manera súbita el dildo se deslizó completamente hasta el fondo. Lorena hizo bizcos y emitió un vigoroso mugido ante la sensación desconcertante que le provocó la expansión repentina  de su canal. Una sonrisa traviesa se trazó en la boca de la chica. Su prisionera estaba ensartada.

Los temblores de la cautiva se reducían pero le dió fiebre, comenzó a sudar. Mientras tanto, la chica volvía a acomodarse ligeramente flexionada hacia atrás. Esta vez, apoyándose de su mano, se fue introduciendo la otra punta del dildo en su hoyito al tiempo que extendía sus piernas hacia el frente. El movimiento fue ágil pues su cuerpo excitado le había provisto de toda la lubricación que necesitaba. Ambas vaginas quedaron conectadas por un puente de goma rosa.

Y entonces se encendió el motor de las caderas de la chica y comenzaron sus incansables contoneos. La chica no necesitaba imaginar nada que la pusiera cachonda, tenía frente a sí a su mayor fuente de excitación. Su mirada estaba perdida en el cuerpo de la cautiva. Su pelo, sus ojos, su respingada nariz, sus labios, su cuello, su blanca y tersa piel, cada cosa que entraba por la mirada de la chica se convertía en combustible de sus meneos.

–¡Bebé!, ¡hermosa!–llegaba a balbucear la chica mientras se balanceaba.

Lorena continuaba aturdida por la penetración, que con los balanceos le incomodaba más. Cerraba sus ojitos para tratar de desconectarse de la situación, para no ver la expresión de satisfacción de su captora que parecía bailar la danza más placentera de su vida. Pero las señales su gozo comenzaron a llegar a sus oídos: sus roncos y agudos gemidos. A diferencia del acto previo, ahora sus exhalaciones se oían más profundas, como si emergieran desde el fondo de su estómago.

Por fortuna para Lorena, ahora su captora no hacía presión directamente sobre su puntito de placer. Y los estímulos que recibía en su conducto se neutralizaban con los aplastamientos contra su intimidad. Otra vez recibía el fluido de la chica, ahora también entregado por medio del dildo. Lo anterior y  rebotar en el colchón al ritmo de la chica, era lo que la cautiva soportaba intranquila, vuelta un nudo de emociones.

Las mechas rosas en el cabello rubio de la chica se mecían al compás de la su cadera. Sus pequeños pechos apenas vibraban como gelatina, adornados por sus firmes pezoncitos rosas. Su inmenso lívido le había causado una persistente comezón dentro de su vientre que ahora se rascaba con violencia contra el blando poste rosa. Cada deslizamiento sobre las paredes de su vagina tenían el efecto contradictorio de apaciguar y avivar el fuego interno.

La aceleración de los contoneos estaba descontrolada. En el cuarto donde estaban resonó un enérgico bramido que duró varios segundos. Hizo una pausa y recuperó la aceleración sólo para ser víctima de otro berreo incontrolable. Gritaba y se retorcía de tal modo que parecía estar poseída por cientos de demonios. Siguieron una serie de gemidos, cada uno menos fuerte y duradero que el anterior, hasta que se transformaron en suspiros cansados y gimoteos de saciedad.

Lorena la miró. Su captora respiraba pausadamente. De su cabeza se escurrían gotitas de sudor. De forma delicada se retiró el dildo y se colocó de rodillas frente a su cautiva. También con pericia removió el rosado instrumento de la intimidad de Lorena, que respondió con un suspiro de alivio. Con un semblante de cansancio la chica se colocó a un lado de su prisionera y se tendió, acostando su cabeza en el abdomen de ella.

La cautiva respiró hondamente. Por el momento el suplicio había terminado y le servía de almohada a su captora. Lloriqueó y sollozó por un buen rato hasta que se quedó dormida.

Creyó escuchar la dulce voz de la chica cantando, pero al afinar el oído identificó que se trataba de trinos de pájaros. Abrió los ojos y quedó cegada momentáneamente por la luz.

Estaba en un lugar campestre, rodeada de árboles. Ella misma estaba recargada en el tronco de uno, envuelta en una frazada rosa. Miró hacia todas partes; estaba sola. A lo lejos comenzó a distinguir algunos gritos que parecían venir de personas jugando futbol. Dedujo que estaba en las afueras de la ciudad, su captora la había liberado. Suspiró profundamente con desahogo.

Se retiró la frazada. Llevaba puesto un vestido blanco, corto, de algodón. En sus pies tenía unas sandalias también blancas. Analizó cómo sentía su cuerpo, no llevaba ropa interior, todo estaba en orden excepto porque sentía adolorida su vagina. Se levantó con cautela, al hacerlo sintió que algo le colgaba del cuello. bajó la mirada y descubrió que llevaba un ligero collar. Tomó y revisó la joya que  de él colgaba: una gema traslúcida de color rosa, tallada en forma de corazón.