Corazón positrónico I
Sam y Femme son dos androides creados para un experimento sentimental... y sexual.
-Comprobación de sensibilidad… dime qué sientes.
-Hum… suave sensación, agradable, entre caricia y picor. Me gustaría poder rascarme. Pequeña sensación de inicio de euforia… los músculos de mi rostro se estiran solos… ji, ji, ji… y emito sonidos que escapan a mi control, de respuesta positiva ante el estímulo.
-Sam, ¿porqué no dices simplemente “cosquillas”? – preguntó el Doctor con ternura, apartando la pluma de la cara de Sam, también conocido como “Prototipo Alfa MX/8.6”, donde la palabra “alfa” significaba que se trataba de un robot totalmente antropomórfico; la M indicaba que se trataba de un androide con apariencia masculina; la X, que era apto para el sexo, y el 8.6, que era la octava versión, con seis actualizaciones hasta la fecha. Las antiguas versiones del prototipo MX ya no estaban en operativo… a decir verdad, la versión 8.6, llevaba la mayor parte de los componentes de las mismas.
-Me gusta analizar en profundidad las sensaciones y los estímulos, Doctor – contestó el androide mirándole con sus oscuros ojos con expresión de listillo de la clase -. Me ayuda a comprenderlas. Decir “simplemente cosquillas”, implica que uno tiene que saber qué son las cosquillas… y cuando empezamos el procedimiento, yo no lo sabía.
El Doctor Connor negó con la cabeza, sonriendo. Sam era muy inteligente, sensible y trabajador, era, como él lo llamaba “su hijo favorito”. Pero era así, porque así lo había programado él. En el lateral izquierdo de la cabeza, oculto tras la oreja y el cabello negro, había una diminuta ranura en la cual se ocultaba la tarjeta que definía la personalidad del androide. Sin ella, Sam no sería muy distinto de una cafetera. Podría seguir obedeciendo órdenes, moviéndose y hasta produciendo sonidos… pero ya no sería capaz de hablar tal como lo hacía ahora. No sería capaz de razonar, de entender una broma o de sentir alegría o dolor.
“En realidad, siendo totalmente justos, tampoco las siente ahora”, se obligó a recordarse el anciano Doctor. Lo que sentía Sam no podía clasificarse como auténtica alegría… entre otras cosas, porque aquello que debía producirle alegría, ni siquiera lo había elegido él mismo, sino que le había sido programado en su cerebro positrónico y su tarjeta de personalidad. Sam “sabía” que una postal con gatitos debía producirle ternura, que el reencuentro de Heidi con su abuelito debía emocionarle y producirle alegría, y que la despedida de Marco de su madre debía entristecerle y hacerle llorar… pero no eran verdaderos sentimientos, sólo impulsos eléctricos que, de acuerdo a su programa, producían reacciones en su sistema enviando señales positivas o negativas, que podían hacerle sonreír, o perder agua por los ojos. Claro que el Doctor Connor intentaba no recordar que esa manera de actuar, se parecía mucho a la del cerebro humano… “¿acaso nosotros elegimos realmente lo que nos causa alegría o pena? ¿O lo elige nuestro instinto o educación? ¿Qué persona, simplemente recordando que un cachorro sin madre no puede vivir, podría no sentir pena viendo a Marco gritar “no te vayas, mamá”, por todo el muelle?”
El Doctor se obligaba a sí mismo a ver a Sam cómo una máquina, y el propio Sam parecía esforzarse por actuar así, pero Connor a veces lo miraba y se preguntaba cosas… “¿dónde te programé para que fueras tan redicho…? ¿Dónde, para que tuvieras tacto con mis sentimientos? ¿Quién te ha dicho que tu bomba de calor debe acelerarse al verla a ella? ¿En qué parte de tu tarjeta está lo que sientes por ella… y el nombre que le diste?”. Si Sam era difícil para verlo como una mera máquina, ella lo era mucho más. El prototipo Alfa FX/5.5, androide antropomórfico, femenino, apto para el sexo, quinta versión actualizada cinco veces. Y Sam la había llamado Femme.
Femme estaba más actualizada que él. Ella podía ruborizarse, sus sentimientos eran más complejos y… Connor sabía que era difícil ser completamente profesional cuando se daba forma a un androide, y más aún de sexo femenino. Era muy bonita. Sam podía ser considerado un hombre atractivo, con su rostro ovalado terminado en una barbilla ligeramente prominente, su nariz recta y sus ojos simpáticos, tenía una cara graciosa, aunque las orejas fueran un poquitín más grandes de lo deseable, pero era atractivo en conjunto y podía serlo hasta mucho cuando sonreía. Pero Femme era de rostro dulce, de nariz graciosamente respingona, grandes ojos castaños llenos de calidez y cabellos cortos castaño rojizos, suaves y agradables al tacto. Su pequeña boca sonreía prácticamente siempre, su busto era llamativo, sus caderas redondeadas y su piel había sido tratada con mimo para que fuera suave como la misma seda. Hasta Sam le había dicho en una ocasión que prefería la de ella a la suya propia, aunque ésta fuera más realista hasta el punto de haberle incluido folículos pilosos para tener vello en brazos, piernas y pecho… Aparte de en la cabeza y las cejas, el único sitio donde Connor había dejado vello, estaba en una zona del cuerpo de Femme que de momento, no había sido visto por Sam.
Las anteriores versiones de los prototipos MX y FX ni siquiera había llegado a conocerse, pero Sam incluso había estado presente en el “nacimiento” de Femme. El androide lo había grabado en el chip de memoria de su tarjeta de personalidad para volver a visualizar el momento siempre que quisiera. El prototipo FX estaba tendido, aún sin conectar, en la mesa metálica donde sería animado, mantenía los ojos cerrados, como si estuviera dormida. El Doctor se la había enseñado, “ella será tu compañera de investigación”, había dicho cuando le extrajo parte del gel testicular que MX producía; ese gel fue inyectado en el cuerpo del nuevo androide sin que Sam pudiera ver cómo, pero Connor le explicó “Necesitábamos que sintierais un principio de necesidad mutua… algo que os ayudara cuando llegue el momento. Por eso se me ocurrió esto, tus testículos fabrican este gel, y es bueno que periódicamente eliminen el exceso que no usas para lubricarte y mantener en forma tu aparato genital. Ella no lo produce, su cuerpo es distinto del tuyo, pero lo necesita también con regularidad para lo mismo que tú. Ella lo necesita, tú puedes dárselo. Tú necesitas soltarlo, ella puede recibirlo.” Era una buena idea, como todas las del Doctor Connor.
Él le había dejado verla a solas. No le dejó levantar la sábana que la cubría, eso sí, y Sam experimentó un activación fortísima del impulso que controlaba su timidez cuando el doctor le agarró la mano con la que había pretendido levantar la sábana y le llamó “sinvergonzón”. Él sólo había querido satisfacer su curiosidad en cuanto a las diferencias entre su cuerpo y el de ella, pero luego se le ocurrió pensar cómo se hubiera sentido él si un desconocido, aunque fuera su futura colaboradora, le hubiera visto sin nada de ropa, y no fue lo que definiría como “sensación agradable”, pero de todos modos, pudo verla a solas. Cuando por fin la activaron, la bomba de calor que regía el riego del gel caliente que daba al cuerpo del androide color y tacto cálidamente naturales, se le aceleró considerablemente. El prototipo FX abrió los ojos lentamente, y éstos, en lugar de quedarse fijos en un punto, como era lo normal, se pasearon por toda la habitación, mirándolo todo, registrando en su memoria, fijando imágenes y haciéndose preguntas para sí. “Es curiosa” pensó Sam, dándose cuenta que los músculos de su cara se habían activado sin él, y sonreían. Y cuando ella le miró, puesto que él era el único que sonreía, analizó la imagen de su rostro para saber qué estaba viendo… y devolvió la sonrisa.
-¿Cómo te llamas? – Preguntó el Doctor. Era la pregunta de rigor cuando un nuevo androide era conectado. Puede parecer algo simple, pero el robot debía recitar su nombre completo y funciones sin ninguna vacilación, para probar que todo estaba correcto. Había algunos que no pasaban la prueba, que se atascaban, que olvidaban su nombre o que directamente, no sabían quiénes eran… eso implicaba un fallo que hacía necesaria la desconexión y debía ser reparado de inmediato. Pasaba muy pocas veces, pero en una ocasión, un androide no sólo no contestó, sino que miró al ingeniero que le hablaba y preguntó “¿Mamá?”. Tuvo que ser destruido. Sam supo que estaba sintiendo un principio de temor por si acaso ella no contestaba correctamente, pero no tuvo fallo alguno.
-Soy tu compañero en ésta investigación – le dijo, inclinándose ligeramente sobre la mesa cuando acabaron los ajustes y por fin pudo acercarse – Soy el prototipo Alfa MX/8.6, pero puedes llamarme Sam.
-¿Y cómo puedes llamarme tú a mí? – preguntó ella, con su voz de niña. Sam sabía que no le correspondía a él dar nombres de pila a los androides, es el ingeniero, en éste caso el Doctor Connor quien se encarga de ello si lo cree oportuno… pero antes de poder darse cuenta, su boca contestó:
-Femme. ¿Te gusta?
-Femme: nombre femenino – procesó su compañera - (être humain), mujer, ser humano/ (épouse), esposa: sa femme, su esposa, su mujer/ (adulte) adulta, mujer adulta/ (féminine), femenina; elle est trés femme, ella es muy femenina…. Me gusta.
Y se quedó con ése nombre. No era correcto, no era el procedimiento, al Comandante le irritó cuando se enteró y exigió que le fuese borrado ese nombre del registro para ponerle otro… pero Connor se negó.
-No es una buena idea andar interviniéndole la memoria, y menos por tan poca cosa. – El Doctor entendía que el Comandante tenía intereses en el asunto, habían gastado muchísimo dinero para el proyecto de sentimientos y sexo entre autómatas, era primordial para él que todo se hiciera al pie de la letra… pero el que Sam hubiera querido elegir el nombre de su compañera, era precisamente un indicativo de lo bien que estaba saliendo todo. Hasta la fecha, los androides podían ser amables con un compañero, como lo eran con todo el mundo, pero ninguno había mostrado especial interés en ninguno, ni intentos de trabar amistad o preocupación por caer simpáticos al otro.
Desde entonces, Sam había colaborado activamente en la educación de Femme, en evaluar la sensibilidad de su piel, su expresividad, si ella era capaz de entender sentimientos, de expresarlos, de describirlos… En las horas de las comidas, solían estar juntos, y con frecuencia se separaban un poco del resto para hablar. Connor los miraba desde lejos y no podía evitar sentirse enternecido al verlos charlar, mirarse a los ojos, y a veces, hasta tomarse de la mano. “Mis queridos hijos… los únicos que tendré”, pensaba. El Doctor les preguntaba después por separado acerca de lo que sentían cuando estaban a solas y se miraban. Sam contestaba sin apenas vacilar y describía sus sensaciones con exactitud. Femme se ruborizaba y sonreía, y usaba circunloquios con frecuencia, y hasta metáforas, cosa de la que Sam era incapaz. El Doctor se sentía orgulloso de ellos. Pero aún faltaba la prueba, la más importante, aquélla para la que habían sido creados y de la que dependía la continuación del proyecto y el éxito o fracaso del mismo… Sam y Femme tenían que practicar sexo.
Por el momento, todo había consistido en experimentar si el sistema de sensaciones implantado era realmente funcional, si podían sentir placer, y tener sentimientos complejos, y eso de momento había funcionado. Sam sabía que no podía olvidar lo que registraba en su memoria salvo que le fuese borrado, pero aún así, sentía que había recuerdos que iban más allá de lo simplemente grabado, que se quedarían con él de algún modo… como la suave oleada de calidez que sintió bañarle en aquélla ocasión que el Doctor le dejó a él la pluma y le permitió hacer cosquillas a Femme, y ésta sonrió al notar la caricia en su cuello y se estremeció, encogiéndose de hombros y mirándole con ojos sonrientes… y cuando él retiro la pluma ella le pidió que no se detuviera, que lo hiciera otra vez, que era divertido. Y Sam obedeció. Pero todo aquello, no eran nada más que pequeñeces, como decía siempre el Comandante. Lo importante, lo que realmente deseaba el gobierno, era el asunto sexual, era imprescindible. Connor sabía que físicamente, los dos estaban preparados para ello… pero psíquicamente, era otro cantar. Había hablado por separado con ellos, los dos lo habían entendido. Pero para ellos, era complicado.
Conocían la teoría, pero no tenían la menor idea de la práctica. Sam, en especial, se había dejado notar bastante preocupado por la idea de procurar placer a su compañera. “Ella está diseñada para sentir placer, Sam, y no se trata de un poste, sino de tu compañera en esta investigación. Te ayudará, te guiará, igual que tú deberás guiarla a ella.”. Había dicho el Doctor, y tenía razón, pero igual que podía sentir placer, también podía sentir dolor, y eso preocupaba a Sam. No sabía ni siquiera besar, ¿cómo se iba a defender? “Podría dirigir cualquier nave del imperio con los ojos vendados sin necesidad de ordenador de a bordo; podría calcular la ruta sin ayudas, sólo mirando las estrellas, sin necesidad de ningún mapa ni instrumento de medida; podría operar a corazón abierto, hacer cirugía cerebral, dar clases en la universidad y tocar cualquier instrumento musical… pero ni siquiera sé dónde debo poner las manos cuando la bese”.
El androide había sugerido si no sería adecuado que, antes de tener sexo juntos, lo tuvieran por separado, aprendieran a conocer sus cuerpos, experimentaran el autoerotismo…
-¿Quieres decir “masturbación”? – Había preguntado el Doctor, y Sam había asentido. “Para la mayor parte de las cosas, es incapaz de dar un rodeo. A veces titubea, pero sólo porque busca palabras lo más exactas posible, en cambio el sexo le produce pudor… y hasta un poco de miedo. Porque su idea de la masturbación no es tanto para aprender de sí mismo, como para retrasar el momento y para sentirse un poco más seguro”. – Yo también lo he pensado, Sam, pero no es viable.
-¿Porqué?
-Pues… en primer lugar, dime, tú has leído literatura erótica para intentar encontrar algo que te sea útil en ese momento, ¿te has excitado con ella?
-No. – admitió Sam.
-Tu cuerpo, no es como el humano, hijo. Tus reacciones, no son tan automáticas como cabría desear. Un hombre normal, una mujer, pueden excitarse viendo imágenes, o leyendo… un androide necesita estímulos más directos, necesitas estar con ella para sentir estímulo sexual. En la especie humana, la masturbación nos guía al sexo. En vuestro caso, primero necesitáis practicar sexo para aprender después a masturbaros. Si tu cuerpo no lo experimenta, para tu cerebro es como si no existiera… es como las cosquillas. Tu cerebro no entendía la sensación, ni siquiera sabías qué significaba esa palabra, porque nunca lo habías sentido. Tuve que hacerte cosquillas con la pluma para que supieras qué era, y todo cobró sentido. Esto, es lo mismo. Sabemos que eres sensible, sabemos que, teóricamente, podéis tener sexo… pero tenemos que ver si en la práctica realmente os funciona el cuerpo, sentís placer y con qué intensidad. Y debéis hacerlo juntos.
-Doctor, eso… eso quiere decir, que, el día de la prueba… ¿hay posibilidades de que no… no funcione?
-Pierde cuidado, Sam, se te levantará. – A Connor le gustaba de vez en cuando, soltar alguna expresión de poco gusto, sólo para ver cómo reaccionaba el androide. Si se reía nerviosamente, si entendía qué quería decir, si se lo tomaba a mal… También eso era parte del sexo y los sentimientos, pero Sam se limitaba a parecer apurado. El Doctor sabía que su creación confiaba en él ciegamente, pero a veces, el haberle dado sentimientos resultaba un incordio para Sam, porque su aprensión se sobreponía a su confianza. Lo que Connor no quería decir es que había un segundo motivo para que la masturbación no se produjera, y era el Comandante. “Nadie nos asegura que ese par de monigotes tengan control sobre sí mismos” aseguraba el militar “¿Quién nos dice que empieza a meneársela y le gusta tanto que no puede parar? No estoy dispuesto a correr ese riesgo, si eso sucede, que sea cuando follen, así si hay que desactivarlos, por lo menos ya tendremos las respuestas que buscamos”. De modo que Connor se había visto en la obligación de incluir pequeñas inhibiciones subconscientes en el cerebro de ambos que considerasen la masturbación algo triste y humillante, algo sucio y una pérdida de tiempo. Sam y Femme ni siquiera sabían que eso estaba dentro de sus cerebros positrónicos, y en realidad no era tan grave, cuando practicasen sexo, esas inhibiciones se desconectarían solas y posteriormente ya podrían masturbarse, pero a Connor le molestaba aquélla imposición militar. De hecho, le molestaba todo lo que viniera del Comandante.
Al día siguiente, en la cafetería donde todos almorzaban, los dos androides, como siempre, estaban sentados juntos. Al principio se habían sentado frente a frente, ahora se sentaban el uno al lado del otro mientras comían. Sus almuerzos no eran diferentes del resto del personal, porque sus aparatos digestivos habían sido construidos para no destacar, de modo que mediante procesos electrónicos y químicos que emulaban los biológicos, procesaban las comidas, extrayendo de ellas la energía y los elementos aprovechables, que eran la mayoría. Los restos que no servían, eran empaquetados dentro de sus propios cuerpos y también se expulsaban de manera idéntica a la humana.
Femme y Sam se miraban y finalmente ella le preguntó:
-¿Se lo sugeriste?
-Sí, no hay nada que hacer. Dijo que no podríamos hasta después de haberlo hecho juntos. Dijo que nuestro cuerpo es distinto al humano, que no podíamos excitarnos como ellos, que necesitamos forzosamente el uno del otro para lograrlo. Y… tiene razón. Se me ocurrió intentar probarlo, de forma estrictamente experimental, pero…
-¿No te gustó?
-Bueno, yo lo hice como leí que se hacía. Me tumbé en la cama sin ropa y empecé a acariciarme mientras intentaba pensar en algo que me excitase. Me hubiese gustado pensar en ti, pero era como si no pudiese… me daba la sensación de que te ofendía, así que recordé imágenes o fragmentos de libros…
-¿Y qué pasó? – Femme lo interrogaba con sus cálidos ojos castaños. A Sam le encantaba que ella lo mirase así y poder adoptar esa expresión de listillo que tanto les gustaba a ambos… pero lo cierto es que hoy, no tenía una respuesta tan superior como le gustaría dar.
-No pasó nada. – admitió – Eso sí, me resultó muy curioso la forma en que puede producir tanta frustración el que no pase nada. Las caricias eran agradables, verás… eran como cosquillas, y me gustaban, pero… Yo no podía ni mirarme. Tuve que taparme con las mantas porque no soportaba mirarme haciendo aquello. Era como si estuviera desperdiciando algo estupendo. Sólo era capaz de pensar que si me veías haciendo aquello yo solo, tú te sentirías triste.
-Eso no es cierto – contestó ella enseguida tomando su mano, y Sam sonrió y dejó que la suave sensación de calor fluyera dulcemente por sus dedos y la piel – Yo te quiero, Sam, y yo misma te sugerí aquello, ¿por qué habría de entristecerme que sintieras placer? Que sientas gozo me causaría alegría, no dolor.
-Lo sé… pero eso fue lo que sentí. Continué acariciándome bajo las mantas un rato más, moviéndolo, apretándolo... pero no funcionó. El Doctor tiene razón, Femme, hemos de esperar.
Su colaboradora asintió, un poco decepcionada. “Dice que me quiere… me ha dicho que me quiere” pensó Sam, masticando su ensalada de frutas “Creo que confunde la sensación de “tener cariño” con la de “estar enamorado”, sus sentimientos son más perfectos, y tan fuertes que a veces no los distingue bien… pero a mí me gusta que me diga que me quiere, aunque yo no esté seguro de que yo la quiera a ella”. Muy disimuladamente, movió su pierna bajo la mesa, lentamente, hasta que su rodilla tocó la de Femme. La joven pareció sobresaltarse ligeramente, pero sonrió. Sam frotó su pierna contra la de ella por unos segundos, y luego se separó de ella rápidamente.
-Me ha gustado eso que has hecho, ¿qué es? – preguntó Femme, sonriendo.
-Se llama “hacer piececitos”, o “jugar bajo la mesa” – explicó Sam, cómo le gustaba explicarle cosas a ella, le encantaba poder enseñarle cosas, era tan gratificante que ella le hiciese preguntas y que él pudiera contestárselas… - Lo vi en una película, forma parte de lo que se llama “coqueteo y seducción”, esto es, que dos personas intentan saber si el otro es receptivo y tiene ganas de emparejarse con él. Si te ha gustado, es porque tú tienes ganas de tener sexo conmigo.
-¿Y para eso, necesitas hacer algo así? – sonrió con dulzura – Ya lo sabes… - “Me gustaría poder sonrojarme como ella hace. Sé que su rostro es idéntico al que tenía hace unos segundos, y sin embargo, a mí me parece mucho más hermoso”.
-Tú y yo lo sabemos, pero los humanos no suelen saberlo, por eso recurren a este tipo de juegos. Se mandan señales mutuamente para decirse “me gustas”.
-¿Porqué no se lo dicen directamente?
-En algunos casos, no quieren que se entere nadie más, así, en lugar de decirle a una chica “me gustaría tener placer contigo esta noche” delante de más personas, lo que hacen es algo así. O guiñar un ojo… luego, a solas, ya se dicen que se gustan. Y también creo que con las señales es más divertido. ¿Qué te parece mejor a ti, que yo te diga simplemente que me gustas, o que haya acariciado tu pierna con la mía?
Femme sonrió y asintió. Luego se arrimó más a Sam y colocó su pierna sobre la de él, apretándole contra la otra y le abrazó con la mano, bajando por la cintura hasta casi el borde de las nalgas, sin dejar de sonreírle dulcemente. Sam se puso ligeramente tenso y notó que su bomba de calor se aceleraba de tal modo que apenas podía respirar, pero a pesar del apuro que sentía, no era desagradable en absoluto. De hecho, el calor que le colmaba el cuerpo, era delicioso. El peso de la pierna de Femme sobre la suya era adorable, y el hecho de que la mano de su compañera estuviese tan cerca de una de las zonas prohibidas, le parecía terriblemente transgresor y pícaro… le gustaba.
-Estoy intentando decirte que tú también me gustas – dijo ella - ¿Hago bien mi señal? – “Esto, no es una señal, es una sirena de bomberos” pensó Sam, pero asintió y contestó.
-La haces muy bien, sí – la voz le salió un poco temblorosa, pero lo suficientemente convincente.
A unos veinte metros de ellos, el Doctor los miraba embelesado y orgulloso. “Ojalá hacer hijos fuera tan satisfactorio como hacer androides…”