Corazón destrozado
Descubro a mi compañera de trabajo follando en la oficina con otro compañero.
Cierro los ojos y escucho sus gemidos, sus gritos de placer. Me recreo en escuchar los sonidos de su goce. Abro los ojos y disfruto sabiendo que no es un sueño. Tengo a la mujer de mi vida encima de mí.
Estamos en la oficina, sentado en su silla y con ella cabalgando apasionadamente sobre mí. Contemplo su fabuloso cuerpo desnudo. Sus pechos, grandes y sudorosos, se columpian a pocos centímetros de mi cara. Bajo la mirada por su ombligo, como siempre irresistible, más abajo veo como su sexo engulle al mío con pasión. Sus magníficas piernas se abren, rodeando mis caderas y cayendo por el lateral del asiento.
No puedo verlo, pero mis manos amasan sus fantásticas nalgas, explorando con mis dedos hasta el punto justo en que puedo notar mi sexo entrando y saliendo de ella.
Alzo la mirada, sus ojos cerrados y la forma en como se muerde el labio inferior no dejan duda del placer que la recorre. Su pelo, enmarañado y sudoroso, cae hacia mí, tapando ligeramente esos pendientes grandes, en forma de aro, que le dan esos rasgos rebeldes y agitanados que tanta lujuria despierta en mí.
Vuelvo a contemplar sus pechos, magníficos, solo el momento justo para alzarme ligeramente y lamerlos, mordisquear sus enhiestos pezones, grandes y redondos, como a mi me gustan. Notar como su cuerpo se tensa, agradeciendo mis caricias. Sus manos se enredan en mi pelo, apretándome contra sus pechos.
En cuanto vuelvo a mirarla a los ojos, la veo sonriéndome lujuriosamente, agradeciéndome que todavía no haya sucumbido al orgasmo. Pero me falta poco, lo noto y no puedo evitarlo. Su ritmo aumenta, ahora sus caderas se mueven adelante y atrás, atrapándome de manera impresionante en su interior.
Su boca viene a mí, la recibo con un húmedo beso, su lengua se introduce en mi interior, buscando la mía. Ambas lenguas se encuentran, se enroscan todo lo que pueden. Ahora la abrazo, nuestros cuerpos buscan el máximo contacto. Noto su sudor hirviendo sobre mi piel, se mezcla con mi propio sudor. Noto sus pezones duros sobre mi pecho. Mis manos aprietan sus nalgas, atrayéndola más todavía hacia mí. Y mientras nos apretamos lo máximo posible, arqueo mi espalda y sin poder aguantar ni un segundo más me corro en su interior con un grito de placer, gritándole lo maravillosa que es.
Ella se zafa de mi abrazo, echándose hacia atrás y apoyando sus codos en la mesa. Sigo en su interior y puedo contemplar su voluptuoso cuerpo. Su respiración, acelerada, realza más todavía la magnificencia de sus pechos, que se mueven lujuriosos delante de mí, al ritmo de su respiración. Mis manos se recrean acariciándolos y pellizcando sus duros pezones.
Todo es perfecto, todo menos un detalle. Ella es la única mujer en la vida de la que he estado enamorado, locamente enamorado. Y el problema principal es que no soy yo el que acaba de correrse en su interior, el que acaba de disfrutar de su espectacular cuerpo y el que acaba de hacerla gozar hasta el orgasmo. No. Yo simplemente los he pillado en plena faena al volver a la oficina a por unos papeles. Simplemente he contemplado desde las sombras como nuestro comercial se la beneficia.
Y ahora, en mi casa, simplemente he escrito esto con el corazón roto, aunque con una dolorosa erección, para compartir mi pena y desesperación con más gente. Todo ello mientras ella seguramente disfruta en su cama del recuerdo de todo lo gozado y él le da alguna excusa a su mujer de por qué no está motivado esa noche.
Aunque eso sí, pienso disfrutar más veces desde las sombras del espectáculo de ver a la mujer más voluptuosa que he visto nunca en plena actuación, menos da una piedra. Otra cosa es como me las apañe para no ser descubierto.