Cora

A sus 32 años por fin aprendería el significado de la palabra lascivia.

.Cora tenía 32 años, llevaba 9 de casada, tenía 3 hijos y una vida que ella consideraba gris, monótona, casi casi aburrida. Se casó demasiado joven y enseguida se convirtió en lo que era hoy, una mujer sin otra cosa que la fortuna de quienes no renegaría jamás: Sus hijos.

Ellos le daban el sentido a sus días y estaba dispuesta a lo que fuera para mantener unida a la familia, aunque eso implicara seguir al lado de Miguel. Era un esposo bueno, trabajador, comprometido con su hogar, pero carecía de algo elemental para Cora: imaginación.

Miguel se conformaba con poco, casi casi con nada y a todo nivel. Tenían una casita pequeña, pero agradable. Los dos trabajaban, así que no pasaban penurias, pero tampoco nadaban en billetes y Cora ya se había acostumbrado a los picnic en días de sol con la familia de su cuñada, a los partidos de fútbol de los Domingos con el volumen del televisor algo más alto de lo normal y a hacer el amor dos o tres veces por mes, cuando Miguel estaba de ánimo, o no llegaba cansado de su trabajo o no podía contener más su instinto.

..Esta era una de las cosas que más le reprochaba Cora en silencio, acá era donde por lo menos ella esperaba algo de imaginación de su parte, donde necesitaba imperiosamente ser satisfecha, pero escuchada, tomada en cuenta. No podía ser que a su edad algo tan vital como el sexo fuera a la vez tan mecánico.

Cora se consideraba pasional al máximo, pero pocas veces había podido demostrárselo a su marido, cuando estaban de novios fue todo a las corridas, alejándose de cualquiera, en lugares poco cómodos, temiendo siempre ser descubiertos, caricias furtivas y escasas horas en hoteles, alojamiento, solo para saciar el deseo urgente y ahora, en el matrimonio era ocasional, convencional, poco ardiente y la verdad es que Cora estaba harta de sentirse una muñeca que solo podía abrir las piernas, jadear en señal de aceptación y ser receptora de Miguel y sus urgencias.

Nunca sintió que estallara dentro de sí la locura del orgasmo, como así tampoco pudo liberar sus fantasías y dominar aunque sea una vez la situación. Miguel no le daba espacio, no le daba tiempo, no podía ver más allá de su propia necesidad de poseer a su esposa cuando él tenía ánimo y Cora, cansada de hablar y pelear ese espacio que jamás le fue cedido, llegó a creer que él no se lo dio jamás sólo porque no le interesaba tener a su lado a una mujer de esas características. Él estaba feliz con su hogar, con ver crecer a sus hijos y con sentir que el dinero alcanzaba hasta fin de mes. En estas y en tantas otras cosas pensaba Cora cada día cuando salía de su trabajo y se sentaba en el primer asiento del subterráneo, rumbo a su casa, a darles la merienda a sus hijos, bañarlos y sentarse a su lado para vigilar sus tareas escolares.

Salía de su oficina a las tres de la tarde y tomaba el subterráneo que la dejaba a dos cuadras de su casa. Siempre se sentaba en el mismo lugar, primer asiento al lado de la puerta, lista para poder salir rápidamente cuando se acercara a su estación. A la hora en que ella tomaba el subterráneo viajaba casi sola en el vagón y eso le daba tiempo a pensar, a estar en silencio un rato, a sentir cada una de las cosas que soñaba día a día.

Aquel miércoles habían anunciado un paro general de colectivos en la ciudad con lo cual Cora se armó de paciencia, dejó pasar tres subtes porque venían a pleno y aunque el cuarto no cambiaba demasiado la situación, lo tomó igual, de lo contrario no llegaría a tiempo (bastante tarde se le había hecho ya).

Se olvidó de poder sentarse, su asiento estaba ocupado así como los demás, así que se quedó parada, tomada de uno de los caños verticales del vagón sosteniéndose sobre todo de la cantidad de gente que entraba y entraba en cada estación, gente que la empujaba para entrar y gente que la empujaba para salir. Su viaje normalmente demoraba 20 minutos, pero ese día se le hacía eterno, así que trató de poner la mente en blanco y recordar canciones que le agradaban, para tararearlas mentalmente.

En eso estaba cuando sintió una leve presión en su espalda y dándose vuelta lentamente, se encontró con un señor que parecía soldado, a su espalda, respirándole en la nuca.

¿Qué podía hacer? ¡Nada, eso era lo peor! No podía moverse de allí ni tampoco pretender que él lo hiciera, no había resquicio del subte vacío, estaba lleno por completo así que trató, en la medida de lo posible, de pegar su pelvis a la puerta del subte, aferrándose más y más al caño, para poder despegar su espalda del pecho de aquel varón.

Lo hizo una vez y él seguía allí, lo hizo dos y él seguía allí, como soldado a su espalda, respirando cada vez más fuerte, sin alejarse ni medio centímetro. Cada paso que daba Cora para alejarse, lo daba él para acercarse y en contados segundos ella comprendió que ya no se trataba de una cuestión de espacio, ese hombre estaba decidido a seguir allí, unido a su cuerpo.

Cora siguió tarareando mentalmente sus canciones, tratando de alejar sus pensamientos de ese señor desconocido que la estaba poniendo muy nerviosa, pero no por miedo, esa cercanía la estaba excitando, estaba sintiendo calor y un hormigueo la estaba recorriendo completa.

Por un instante quería que ese hombre se alejara para que él no se diera cuenta de su excitación creciente. El aliento de ese hombre le llegaba directo a su cuello y muy despacio comenzó a sentir el leve roce de su pelvis contra sus caderas, refregándose sensualmente contra ella, dejándola sentir su excitación.

Cora sentía que se mareaba levemente, pero ahora ya no se alejaba de él sino que, por el contrario, había pegado sus nalgas a las caderas que la empujaban desde atrás y casi imperceptiblemente, las movía al ritmo del otro.

El vaivén del subterráneo disimulaba algo de esa danza en la que los dos habían caído.Cora tenía los ojos entrecerrados, las manos blancas por la fuerza que hacía para aferrarse más y más a ese caño y la respiración agitada por la situación y por la calentura que le subía desde las entrañas.

Ese hombre no dejaba de moverse contra ella, no dejaba de soplarle en el cuello, de respirarle acompasadamente, de enloquecerla. Ahora Cora no quería bajarse y vio con desesperación que faltaban solo dos paradas para que llegara la suya así que presionó más y más contra él hasta que sintió una de las manos de aquel hombre que trepaba por su pierna derecha hasta la cintura y volvía a bajar.

Mientras se entretenía con eso, su voz le preguntaba ronca si le agradaba, si le gustaba toda esa situación. Sin que pudiera dominarse, Cora asintió con su cabeza y la mano siguió su ruta, subiendo y bajando, arrastrando la tela de la falda gris, moldeando la pierna.

Estaban tan apretados que nadie podía ver la escena y el sujeto, sabiendo esto, dejó que su mano se deslizara hacia adelante, de derecha a izquierda, acariciando el vientre duro e inexplorado desde hacía tiempo de Cora, presionando a la altura de la vagina, endureciendo un dedo para marcar territorio a esa altura, abriendo la palma de la mano para tomarla por completo.

La vista de Cora estaba nublada, sus oídos estaban como tapados, sentía como si estuviera en lo alto de una montaña y la altura la apunara. La boca se le había secado y sentía perlas de sudor poblando su frente, pero no quería bajarse y las puertas del subte estaban abriéndose en su estación.

Un poco por conciencia y otro poco por presión de los demás pasajeros, en contados instantes se vio sobre el andén, alejándose de aquel extraño que la había calentado en instantes, despidiéndolo con los ojos mientras veía que la oscuridad del túnel se tragaba al vagón y a él.

Caminó las pocas cuadras que la separaban de su casa totalmente ida, confundida, tratando de respirar hondo para que no se le notara la excitación y pensando que el aire frío le bajaría el rubor de las mejillas.

Llegó a su casa y se encontró con sus hijos, les preparó la merienda y los dejó un rato solos, tomando su leche para correr presurosa al baño.

No solía masturbarse cuando sus hijos estaban allí, pero el nivel de calentura que aquel hombre le había dejado requería una rápida solución y no era precisamente esperando a Miguel como esa urgencia se arreglaría.

Se metió en el baño, abrió el grifo de la bañera, la llenó de agua tibia, se desnudó y se metió de lleno en ella. Dejó que el agua y la espuma cubrieran su cuerpo por completo y una vez allí, bajó sus manos hasta su entrepierna. Se encontró con un mar de deseo, con una excitación increíble, nunca había creído que diez minutos de caricias tan intensos podían ponerla en ese estado.

Dejó que sus manos vagaran por los mismos lugares donde segundos antes la había tocado aquel desconocido, reconoció la zona porque aun conservaba caliente la piel y llegó a su vagina.

Al abrir sus labios se sorprendió de la dureza de su clítoris y entendió que ese iba a ser un momento de placer intenso, intensísimo, que estaba lista para cualquier cosa y ese momento, una vez más, debería proporcionárselo ella sola.

Sus manos acariciaron alternadamente sus pechos, sus pezones que estaban más erectos aun por el agua tibia, sus piernas musculosas y aun durísimas (tenía un muy buen físico a pesar de los tres partos que había tenido) estaban semi abiertas, para dar lugar a sus dedos que no tardaron en quedarse exclusivamente en su vagina.

Dejó que la espuma se mezclara con sus flujos, los dedos no dejaban de acariciar los labios, de pellizcarlos levemente, de estirarlos para estimularlos y de tomar su clítoris entre dos dedos, masajearlo y acariciar con una pequeña y suave esponja su extremo, delicadamente, en círculos.

No dejaba de pensar en ese hombre, en la presión de su entrepierna con sus caderas, de su respiración y esa imagen la calentaba más y más, la hacía gemir y arquear su cuerpo, permitiendo que sus dedos la penetraran a fondo, como si de los de él se trataran.

En ningún momento pensó en Miguel, ese desconocido ocupaba cada centímetro de su mente. Entró y salió de sí misma varias veces hasta que no pudo contener el orgasmo tan deseado que la recorrió completa, la dejó sin aliento, exhausta, cansada, pero aliviada.

Permaneció unos instantes más en la bañera, se enjuagó completa, salió envuelta en una toalla, se colocó una bata de algodón y se sentó al rato con sus hijos para realizar las tareas del colegio. Aun así, la escena del subterráneo seguía en su mente y eso hacía que se excitara al recordarla miles de veces, pero sabía que era en vano: Miguel no acusaría recibo de nada.

Antes de dormirse aquella noche pensó en que deseaba que el día siguiente llegara lo más rápido posible, que su horario laboral volara y pudiera llegar al subte enseguida, anhelaba encontrárselo nuevamente. La jornada laboral se le hizo eterna, los minutos no pasaban más y eso la ponía de cierto mal humor.

Llegada la hora de la salida, retocó el poco maquillaje que llevaba y se encaminó rápidamente a la estación de subte. Esta vez no había huelga de colectivos por ende supuso que viajaría más aliviada, sentada en su lugar de siempre. Igualmente dejó pasar dos subtes antes de tomar el tercero, confiando en que allí estaría él.

Subió y se sentó en su lugar habitual, pero no lo vio. Una, dos, tres estaciones, ella seguía sin verlo y la decepción aumentaba. El viaje llegó a su fin sin que Cora se encontrara con aquel hombre y el resto del día le resultó fatal, sus chicos estaban intolerables y Miguel molesto, indiferente o al menos su desencuentro de aquella tarde hizo que viera las cosas de esa forma.

Rutina y más rutina para otro día en su vida, levantarse, dejar la casa en orden antes de salir a trabajar, lidiar con los clientes y su jefe, ansiar la hora de salida y tratar de llegar lo más rápido posible a su casa solo para poder quedarse a solas con ella misma cuando todos se hayan acostado y poder disfrutar de un baño placentero, donde hallaba el goce que nadie más que ella misma se proporcionaba.

Estaba tarareando sus canciones habituales en el subte cuando sintió esa respiración que la había puesto tan nerviosa dos días atrás. Esta vez provenía del asiento trasero al suyo.Giró solo un poco su cabeza y lo vio.

Estaba sentado atrás de ella, inclinado hacia adelante, acercando su boca a su cuello. Esta vez pudo ver sus ojos oscuros, rasgados, su boca que le pareció enorme, su piel morena, su cabello negro y el conjunto la excitó más aún.

Tenía un cierto aire animal, salvaje y eso la fascinaba. Volvió a mirar hacia el frente y dejó que él continuara con su acoso, con su particular forma de excitarla. Esta vez las manos se deslizaron por el costado del asiento y dejo oír su voz... "¿Te gusta, cierto? ¿Quieres más?." Y se encontró asintiendo con su cabeza, dándose cuenta de que se le había comenzado a secar la boca y humedecer la entrepierna.

Las caricias eran intensas, seguía recibiendo su aliento en la nuca, en el cuello, en sus orejas y no podía contener su propia respiración cada vez más agitada.

-Bajemos en la próxima, escuchó que le decía.

Como si estuviera en trance asintió y la próxima estación la sorprendió abajo, con él atrás, guiándola con una mano sobre su espalda al rincón más oscuro. Bajó una escalera herrumbrosa donde no había más que papeles esparcidos por doquier y alejada de la multitud.

Recién allí pudo verlo de frente. Era alto, fuerte, musculoso. Sus ojos negros la envolvían y ella se sentía derretir. Era una locura, pero no deseaba detenerse, ni siquiera saber que estaba en un lugar público la amilanaba, su cuerpo la urgía y se entregó a lo que viniera.

Cora quedó contra una pared que olía a humedad y en lugar de asquearla, la excitaba más. Las manos de aquel hombre la manosearon entera, la recorrieron con fuerza, la apretaron en cada rincón, la hurgaron sin cesar.

Aquella boca enorme la sorbía sin control, su cuello, sus hombros, sus pechos y las manos que subían y bajaban, violaban esa intimidad que Miguel jamás quiso conocer y ella siempre soñó con mostrar... Era todo instinto y le encantaba.

-Te calienta esto, ¿cierto? Decime que si.-

-Si, no pares - llegó a decir en forma entrecortada.-

-Me gustas, me gustas mucho.-

-No dejes de hablarme, decime más.-

Cora estaba dejando salir a la que siempre supo que existía en ella, a la que le encantaba el sexo pasional, el sexo salvaje, el sexo fuerte. Imaginó que aquel hombre la estaba violando y eso la calentaba, la alentaba a seguir y a excitar más a aquel desconocido.

Sus manos empezaron a recorrer ese físico duro y generoso que la aplastaba contra la pared. Arañaron la espalda cubierta por esa camisa de fajina, aspiró el aroma sudoroso que emanaba de él, apretaba las caderas de aquel hombre contra su pelvis y sentía su pené endurecido refregarse contra ella y la respiración masculina que pasaba de la excitación a la urgencia, de la voz ronca al deseo profundo.

En menos de dos segundos sintió como saltaban los botones de su blusa y el aire invadía sus pechos expuestos ante los ojos y la boca masculina, su falda se había subido con las manos del hombre que tenía frente a sí y la piel se le estaba calentando con el roce de la yema de los dedos y las pupilas negras que no la abandonaban.

-Te quiero coger acá y ahora.-

-Cogeme, lo deseo, lo necesito.-

Semi desnuda ella, vestido aun él, la ubicó de espaldas a su pecho, la sujetó por atrás y dejó vagar sus manos por sus pechos, los encerró entre sus manos, los pellizcó mientras Cora subía y bajaba refregándose contra él como una gata en celo, calentándose con el roce de ese pene cada vez más erecto.

Cora sentía como sus hombros eran mordidos y lamidos por una lengua cálida y húmeda y mientras esa sensación la inundaba, tomó las manos de él para que abandonara sus pechos y llegara hasta su vagina, hizo que él la acariciara por sobre su ropa interior y él consiguió correr un poco la tela para poder meter un dedo y tocar la carne.

-Estas muy caliente, preciosa,dijo en sus oídos.-

-Si, muy, muy caliente, ayudame!.-

-¿Qué querés que te haga?, preguntó mientras seguía rozando la carne tierna y húmeda.

-Méteme un dedo.

No se hizo esperar el pedido, un dedo dejó el borde de la ropa interior y con destreza abrió los labios y se metió entre la carne, buscando, como una culebra, arrastrándose entre tanto flujo, dibujando círculos entre el poco vello que Cora llevaba y el centro.

Ante cada centímetro que ese dedo acariciaba, Cora sentía que perdía más y más el aliento, que estaba enloqueciendo, que no podía dejar de pedirle cosas. "Más despacio, más lento, más profundo". Y el dedo se multiplicó y fueron dos, que aprisionaron el clítoris, que lo estiraron y que trataron de penetrarla sin conseguirlo, la posición no era la ideal para ese estímulo, debía moverse. Se dio vuelta y cuando nuevamente lo tuvo frente a sí, lo arrastró hacia el piso. Se acomodó en la escalera, tres escalones más arriba que él, subió más su falda y quedó con las piernas abiertas frente al moreno.

-Ahora si, chupame!

La gloria le supo a poco cuando esa boca se enterró en su vagina, atrás quedó la ropa interior, sus pechos ya estaban desnudos por completo, sus propias manos se encargaban de ellos, de sus pezones, de apretarlos y juntarlos para poder llegar con su boca a lamerlos mientras ese salvaje se encargaba de su concha.

-Chupame, chupame... ¡Más, más!

La lengua de él no la dejaba en paz, la recorrió entera, la lamió sin cesar, sentía como cada rincón de sus labios vaginales eran llenados de saliva, como la punta de esa lengua recorría los bordes de su agujero delantero y calmaba los temblores, como los dedos masculinos ahora si estaban en la posición adecuada para penetrarla.

Primero uno, entró y salió con total facilidad porque estaba tan mojada que no era necesario más lubricación que esa. Después dos, primero de costado y una vez adentro, de frente, entrando y saliendo, haciéndole sentir su fuerza ante cada entrada y salida. Más tarde tres y ya los gemidos no dejaban de salir de su boca, subían desde su garganta y estallaban en el aire.

-¡Estas muy mojada, me encanta tu olor!

-¡Dame más lengua!

Y las dos cosas, sus dedos y su lengua, se encargaban del calor de Cora. Su lengua no cesaba de enloquecer el clítoris y sus dedos la cogían como nunca nadie hizo y ella siempre esperó. Ni siquiera el borde de los escalones podían incomodarla, nada hacía que su atención se desviara del placer que esa boca le estaba dando y del que estaba segura, seguiría obteniendo.

Cada vez que esos dedos salían de su concha arrastraban flujo que él mismo saboreaba, que colocaba dentro de la boca de Cora para que ella lamiera, dedos que también cogían su paladar, acariciaba su lengua y recorrían sus labios, mojándola y dejándole su propio sabor.

Después de enloquecerla, pero sin permitirle el orgasmo, se paró frente a ella, la sentó en los escalones con las piernas abiertas y le colocó la boca sobre sus pantalones. Cora dejó que sus mejillas acariciaran la entrepierna de él y se sorprendió mordiéndolo despacito entre el cierre y la tela de los pantalones.

Cuando la urgencia de él no pudo más, sus manos dejaron al descubierto ese pene que la maravilló en cuanto lo vió. Era moreno como él, lucía terso, suave y brillante y esa tersura y esa suavidad se confirmaron cuando lo tomó entre sus manos. Su cabeza quedé algo agachada y mientras ella comenzaba a besar su pené, las manos de él se escurrieron para poder acariciarle los pechos en forma sincronizada con la boca de ella.

-Te gusta mi pene, ¿verdad?.-

-¡Me encanta!

-Demostrámelo!

Era hora de que Cora soltara toda su pasión, así que se encargó de ese pene como siempre soñó hacer. Sus labios acariciaron la punta, dejó que la tibieza de esa punta se transmitiera a toda su boca, lamió su extensión, notó que cada vez crecía más y le encantó. La metió completa en su boca mientras sentía como las manos de él acariciaba sus pechos y la alentaban a seguir.

-¡Chupamela, me gusta, me gusta!

Cora quería engullirla, la sensación de poder que le daba ese pené entero dentro de su boca era maravillosa. La metía y la sacaba una y otra vez, acariciaba con ella sus mejillas, la sacudía frente a sus ojos, sentía que era su dueña y los gemidos del desconocido la calentaban.

El sonido de sus labios sorbiéndola la mareaban, el olor que subía de su propio sexo era embriagador y eso hacía que aumentara la velocidad de succión, que dejara vagar su lengua por sus testículos.

Tomaba alternadamente uno a uno y los escondía entre sus labios, dejaba que se arrastraran por esa piel que allí era más suave, más delicada y los soltaba despacio, mientras sus dedos seguían acariciando la piel del pené que había adquirido dimensiones soñadas.

  • Siiiiii, así, hummmmm, me encanta, no pares.

Dejó que ese pene también cogiera su boca, que la llenara, que la alimentara con la leche que salió de una sola vez y lamió la espesura de su esperma, que tomó por asalto su paladar y sus mejillas.

Era el sabor que su boca anhelaba y un desconocido se lo estaba regalando, Miguel hacía años que no le permitía esa experiencia y ahora la estaba disfrutando como loca.

Cora se sentía la más puta de las mujeres, pero ese pensamiento solo la calentaba más y más. Cuando él había terminado su primer orgasmo, Cora separé su boca de él y levantando la mirada entendió que ahora si le tocaría a ella gozar con ese pené dentro de su cuerpo.

Aquel hombre, del que sabía su sabor, pero no su nombre, la recostó en el escalón y abriéndola completamente, separándole las piernas al máximo, acercó su pené a la entrada de su concha y enloqueció su agujero con su punta, dejó que lo recorriera en círculos, acarició el clítoris de Cora una y otra vez y cuando ella estaba casi inconsciente de placer, dejó que las manos femeninas tomaran el pene y de un solo empujón lo enterrara en su interior.

Cada empujón de él era un nuevo movimiento que clavaba el borde del escalón en la espalda de Cora, pero nada importaba, excepto la sensación de plenitud que la invadía con ese miembro dentro.

-¡Cogeme, no dejes de hacerlo!- suplicaba entre gemidos.-

-Muévete así, así. Abrite para mí.

Y Cora elevaba las piernas, las abría hasta que las dos quedaran casi en la misma línea a la altura de su vientre, formando una sola recta y facilitándole a él la penetración. Dejaba que las manos del hombre marcaran la abertura, que las subiera a sus hombros para que su pené entrara más y más. Ambas caderas chocaban ante cada empujón, los olores se mezclaban y los gemidos escapaban de sus bocas, llenando el aire, retumbando en esa especie de cueva en la que estaban escondidos, calmando su deseo.

-Me encanta sentirte adentro, tan grande.

-¡Sos tan estrecha!

Y los músculos de la vagina de Cora se contraían para que el placer fuera más intenso y el pene de ese hombre respondía sujetándose más dentro de ella, mientras la cara de goce de él se hacía más intensa.

-Siiiiii, eso... Así... hummmm, es la locura. ¡Movete!

La voz de él la alentaba, la calentaba, la excitaba y Cora no quería parar, le dolía todo el cuerpo, pero quería más y más. Cuando sacó su pené y ella aún seguía dispuesta al goce, creyó que se hundía en un agujero, pero él solo se limitó a quitarlo de su concha para poder tomarlo con una mano y con su punta, rozarle en círculos el agujerito trasero de Cora, cortándole la respiración por el goce y la sorpresa.

¿Cómo había adivinado sus fantasías? ¿Cómo sabía él que ella anhelaba ser penetrada por atrás? ¿Cómo respondería a su deseo?.

Bordeó la zona rozándola, mojando su pene con su flujo y arrastrándolo hacia su ano, dejando que la punta de su pené le marcara la ruta de un deseo añejo y dejando una estela de fuego allí.

Cora sentía como se dilataba cada poro de su cuerpo deseando cobijar cada centímetro de carne del otro, quería que ese salvaje la cogiera todo el día, en cada orificio que ella tuviera, quería estallar por completo.

Él volvió a su concha, volvió a penetrarla y así, con su miembro dentro de ella, la elevó, la pegó a su torso, los pechos de ella aplastados contra el propio, las manos de ella cerradas sobre su cuello, las piernas de ella atrapando su cintura y así pegados caminaron unos pasos hasta que él la depositó en el suelo más frío y más húmedo de aquel escondite.

-Decime qué es lo que más deseas, ahora.

-Por atrás, dámelo por atrás.

-Siiiiiiiiiiii, ya, ¡ya!

Y sin más, le dio vuelta y la colocó en cuatro y deslizó otra vez él pene por el borde, ahora bien ubicada, ahora en posición ideal. Acarició sus glúteos desde atrás y se fascinó con la dureza del cuerpo femenino, cegado por la idea de poseerlo como sea, el tiempo que fuera hasta que aquella hembra quedara más que satisfecha.

Una de sus manos recogió cuanto flujo pudo de la hermosa vagina de aquella mujer que solo se balanceaba de atrás hacia adelante, esperando el momento de ser penetrada y con ese mismo flujo mojó uno de sus dedos, lubricó el agujero del culo de ella y lo introdujo lentamente.

Cora dio un respingo de sorpresa, no estaba acostumbrada a sentir nada allí, pero ordenó a su cerebro obtener placer, calmarse y disfrutar de aquello. El dedo firme del hombre la penetró, se movió dentro de ella unos instantes y luego se quedó quieto, dándole tiempo al cuerpo de la mujer a sentirlo, a adaptarse para que sus músculos se acostumbraran.

Lo sacó más mojado de lo que lo metió y al ver como las nalgas de la mujer se elevaron más, comprendió que ella estaba lista para ese paso glorioso. Acercó su pene al culo de ella, apoyó su punta allí, bordeó la zona, bajó su punta a su vagina, la humedeció y ante la suplica de Cora, lo metió en dos tiempos dentro de su ano.

Cuando Cora lo sintió por completo allí dentro, lanzó un grito sordo de dolor que duró solo instantes porque enseguida se transformó en sonidos guturales de placer, sus caderas se movían hacia adelante y hacia atrás, con la sola idea de soldarse a la pelvis de ese hombre, queriendo retener ese pené dentro de ella, permitiéndole a él tomarle las caderas con una de sus manos para marcarle el ritmo, porque ella estaba desenfrenada.

  • Quiero más, dame más adentro.

  • ¡Esta entero! Te gusta, ¿eh?.

  • Siiiiiiii, siiiiiiiiiii, más fuerte, más adentro!

No podía parar de hablarle, quería su voz en los oídos.

  • Hablame, hablame, no dejes de hacerlo!

Aquel hombre se reclinó sobre la espalda de Cora, acercó su boca a los oídos femeninos y mientras que sus manos le tomaban los pechos por abajo, su voz ronca la estimulaba.

  • Te gusta sentir mi verga adentro, ¿verdad?.

-Hummmmmmm, siii.

-Me gusta como coges, nena.

Esas manos le sobaban los pechos, le pellizcaban los pezones y Cora se excitaba hasta el delirio con el peso de ese cuerpo sobre sus espaldas y con ese pené que no dejaba de entrar y salir de su culo, friccionando su piel, haciéndola sentir caliente como cuando veía a los perros de su barrio, liberando su instinto animal.

  • ¿Sentís que duro estoy, cómo me muevo?

  • Hummmmm, sí.

Y mientras él le hablaba, ella daba vuelta su cabeza levemente para buscar esa boca que la excitaba y poder besarla, dejar que ambas lenguas pelearan libres. Cora hubiera deseado poder acariciar su clítoris, sentía que lo tenía hinchado y húmedo y que necesitaba un dedo que lo calmara

.

  • Tocame, tocame la concha, le pidió sin disimulo.

El abandonó la presión sobre la espalda de Cora, colocó una mano sobre sus glúteos y con la otra se dedicó a sobarle el clítoris, a estirárselo, a meterle el dedo por adelante, a complacer cada pedido de aquella hembra que lo estaba haciendo gozar cada instante que pasaba.

  • Más, más, másssssssss, era el único pedido de Cora.

  • Me tienes entero adentro!!! Seguí, movete!!!.-

Cora no sabe cuanto estuvo así, en cuatro patas, moviendo sus caderas hacia adelante y hacia atrás, había perdido toda noción del tiempo, solo reconocía cada sensación de placer que ese desconocido le estaba dando, solo quería reconocer la llegada del orgasmo que sabía iba a tener de un momento a otro.

Cuando ninguno de los dos tenía más aire para continuar, cuando ninguno de los dos podía aguantar , Cora le pidió que volviera con su pene adelante, que quería acabar con él dentro de su concha.

Así, sin resguardo, sin nada debajo del cuerpo de ella, la recostó sobre su espalda y volvió a cogerla por adelante, dándole lo que pedía, dejando derramar su leche dentro de esa vagina que sabía como retenerlo y hacerlo gozar encerrándolo entre sus paredes.

Cora arqueó su cuerpo cuando sintió el estallido del varón, cuando sintió que la leche se derramaba dentro de ella, ese fue el instante mágico en el que se permitió explotar y alcanzar tal vez, su primer orgasmo como había soñado en años.

Quedó tendida en el piso, saboreando cada sensación de su piel, cada dedo masculino que había resbalado por ella instantes antes y solo alcanzó a escuchar que la misma voz que venía torturándola de deseo desde hacía dos días, le avisaba que se verían en el mismo subterráneo al día siguiente.