Coque

¿Se puede querer vivir si sabes al 100% que el amor de tu vida es la persona más inaccesible? Puede que sí, pude que no.

Abrí los ojos. No podía enfocar imágenes por la cegadora luz que venía de no sé dónde. Además, el mareo que pululaba en mi cabeza no es que ayudara en lo más mínimo. Me notaba sucio, con humedad en mi espalda que sería de mi propio sudor, con la boca con la sensación de haber devorado una caja de arena… seca, estropajosa. Oía un murmullo de ruidos. Sonidos difusos que se iban aclarando con el paso del tiempo, familiares.

Cuando reconocí las voces que me llamaban y pude acostumbrarme a la luz vi a mi madre que me miraba con los ojos arrasados en lágrimas. A su lado mi hermana con aún peor cara que mi madre y detrás, con cara de preocupación, mi padre. También puede reconocer la estancia en la que me encontraba, estancia que, a todas luces, era o una habitación de hospital o un box de urgencias. Sobre mí un tubo metálico con reguladores de oxígeno, conectores varios y pulsadores de llamada. También en ese momento supe el motivo de mi estancia allí. Mis ojos empezaron a desbordarse y tuve que girar la cabeza hacia donde no estaba ninguno de ellos, incapaz de aguantar su mirada. Había fallado. No conseguí mi objetivo de terminar con mi agonía y, seguramente, mi familia tendría ahora más sufrimiento por mi culpa del que sabía que hubieran podido tener.

Un motivo más para no querer seguir viviendo…

*  *  *  *  *  *  *  *  * Meses atrás…

Hola. Soy Jorge y soy un chico de veinte años de edad y bastante corriente. Ni alto ni bajo, ni feo ni guapo, ni delgado ni gordo, ni listo ni tonto… Vamos, la mediocridad más representativa. Lo que en términos bonitos se suele decir un chico normal. Vivo en un barrio medio de un pueblo medio de la periferia de Madrid. Estudio con bastante esfuerzo para llegar a ser un ingeniero técnico industrial. Me chifla la tecnología, los “gatches” electrónicos, los ordenadores,… Como no soy ninguna lumbrera no pude optar a estudiar para teleco (ingeniero de telecomunicaciones) aunque espero poder especializarme dentro de mi carrera en lo más parecido a esta carrera. No suelo suspender mucho pero las buenas notas son igual de escasas que los suspensos. ¿Se puede ser más normal?

Mi familia la componen cuatro miembros. Mi padre, de nombre Luis, que es taxista. Gracias a su esfuerzo siempre hemos tenido las comodidades más corrientes cubiertas. Ahora el pobre, por la crisis, tiene que echar más horas para traer un buen sueldo a casa pero nos vamos apañando. Luego está mi madre, Cristina, que se encarga en exclusiva de las tareas del hogar. Gracias a su esfuerzo, el resto de la familia puede desentenderse de la casa y centrarse en sus respectivas tareas, aunque eso no impide que la ayudemos cuando podemos. Mis padres tienen ambos 44 años y tienen el aspecto más corriente para su edad y estilo de vida. Voy a describirles.

Mi madre de cara es muy guapa, rubia de bote para tapar las canas que ya la están saliendo y con unos ojos preciosos de color miel. Debido a los dos partos y un aborto avanzado que tuvo, su cuerpo tiene las marcas características del hecho: caderas anchas, pechos grandes y un poco caídos (lo sé porque mi madre no se corta en hacer topless en la playa), culo y muslos fuertes, que no gordos, y con pequeños inicios de celulitis. Esto sumado a su baja estatura (no llega al metro sesenta) la hace aparentar más rechonchita de lo que de verdad es. Para mí, personalmente, me parece la más guapa de todas las amigas suyas y de las conocidas del barrio. Además que su carácter abierto y alegre la hace ser muy querida por todas las personas conocidas.

Mi padre es más como yo. Moreno de pelo abundante y sin canas, y con los ojos de color azul verdoso (una de las cosas que enamoró a mi madre). Tampoco tiene arrugas en la cara al igual que mi madre pero sí que le delata la barriguita cervecera que tiene, producto de la falta de actividad física y el continuo picoteo que hace en las horas de aburrimiento del taxi. No es que esté gordo porque apenas tiene un sobrepeso de algo más de diez quilos. Lo que le pasa es que se le quedan todos en el flotador lo que hace que tenga que usar camisas más grandes que le hacen parecer aún más gordo. De carácter es algo menos extrovertido que mi madre pero también es muy afable y buen conversador (¿horas de charla en el taxi?) aunque cuando le sale la mala leche… Como podéis ver nos tuvieron bastante jóvenes y me consta que todo sigue siendo igual entre ellos desde que empezaron a salir con los dieciséis recién cumplidos. Hay veces que incluso dan vergüenza ajena por cómo se comportan.

Luego está mi hermana Natalia (Nata para todo el mundo) y es… ¿cómo decirlo?, preciosa, cariñosa, inteligente, graciosa,… Es la chica que todo hombre busca para vivir y morir a su lado. Mide lo mismo que mi padre, es decir, algo más de metro setenta, de pelo castaño claro (o rubio oscuro, que con eso de los colores los hombres tenemos más problemas que ellas J), unos labios carnosos como los de Scarlett Johanson aunque más pequeños, ojos un poco rasgados de un hipnótico color verde y una figura estilizada pero con todo en su sitio y con “de todo, TODO”. Resumiendo, que me tengo que emplear a fondo cuando la tengo que ayudar a espantar a las miríadas de moscones que se arriman a ella. Con deciros que tenemos hasta un código de señas para tal fin… Por cierto, ella es once meses más pequeña que yo.

Y luego estoy yo. Como dije, veinte años, metro ochenta, robusto (no gordo), soy también castaño pero más oscuro que Nata y mis ojos son del tono miel de mi madre pero algo más oscuros. Las chicas me dicen que lo que más les gusta de mí es la carita de niño bueno que tengo por las posturas y gestos que pongo de forma natural y ayudado por la forma de mis ojos y cejas. Lo único que destaca de mí son mis fuertes músculos debidos al ejercicio que hago. Me gustan la natación, el baloncesto, el tenis y la bicicleta y procuro practicarlos todo lo más que puedo lo que ha hecho que, a pesar de todo lo que me meto para el cuerpo, no engorde aunque tampoco sea capaz de marcarlos por las ligeras chichillas que tengo y los tapan, aunque doy fe de que están ahí.

La relación entre Nata y yo es muy cercana porque nuestra poca diferencia de edad ha propiciado que desde siempre lo hayamos hecho todo juntos. El colegio, el instituto, la pandilla de amigos, campamentos de vacaciones, actividades extraescolares,… Todo. Como a diferencia de la mayoría de los hermanos, y más cuando son chico y chica, nunca hemos tenido enfrentamientos o gustos dispares hemos crecido siendo el uno la sombra del otro. Si se jugaba a las muñecas o a casitas, se saltaba a la comba o cualquier otro juego (mal dicho) “de chicas”  yo lo hacía con ella. Si era fútbol, baloncesto, canicas, chapas,… ella lo hacía conmigo. Como tampoco era la única chica del grupo que lo hacía pues tampoco lo veíamos raro. Fijaros que estábamos tan juntos desde siempre y desde tan pequeños que si nos dicen que nuestra primera palabra fue el nombre del otro nos lo creeríamos.

Cuando empezamos a alborotarnos con las hormonas, cada uno de nosotros era el confidente del otro. Nunca hemos tenido entre nosotros ese pudor referente al sexo o a la distinción de sexos. No era extraño que nos contásemos nuestros avances en las relaciones con el otro género. Nuestros primeros toqueteos, besos, inquietudes, salidas de novios… Incluso no teníamos problemas en vernos en ropa interior o desnudos, aunque por respeto a la privacidad del otro procurábamos tener cuidado. También es cierto que, pese a no haber sentido nunca una clara atracción hacia el cuerpazo que apuntaba maneras de mi hermana, sí era consciente de cada uno de sus atributos femeninos y de la atracción que provocaría entre los chicos. Vi sus curvas redondearse, sus pechos transformarse desde unos montículos puntiagudos a un pecho curvo, erguido y desafiante a la gravedad, cómo sus piernas se estilizaban. En fin, que fui testigo directo de su completo desarrollo. Pero nunca tuve otros pensamientos hacia ella.

Nunca, hasta el día en que la pillé desnuda, follando con su novio, completamente desatada en el salón de casa. Se habían suspendido las dos últimas clases de un catedrático y salí hacia casa mucho antes. Además ese día tenía planeado quedar con unos compañeros en unas pistas de basket para echar un partidillo pero, como estaba un poco atrasado con los estudios, tuve que darles plantón e irme a casa a aprovechar la tarde. Al entrar por la puerta noté ciertos ruidos que, aunque al principio no reconocí, poco a poco ubiqué como los de un combate sexual. Nuestra casa tiene un pasillo que conecta todas las estancias y, aún siendo el salón la primera de todas, hay una puerta que conecta con la cocina desde la que se puede acceder también al resto de las habitaciones. Pasando por la cocina me dirigía a mi alcoba, pensando que ya la valía a mi hermana (porque tenía claro que no era mi madre) el arriesgarse a hacerlo ahí con el riesgo de que volviéramos mi madre o yo (mi padre solía venir entre las ocho o nueve de la noche y solía comer con conocidos del taxi) y la pilláramos en plena faena. Aunque mi madre hubiera salido, como tenía toda la pinta, muy claro debería haberlo visto. Iba un poco enfadado porque, para más INRI, el capullo con el que salía me caía igual de bien que un puntapié en donde la espalda pierde su casto nombre. Me giré con cuidado para asegurarme que no me vieran y fue lo peor que pude hacer en mi vida.

El capullo estaba en el sofá, sentado y mirando hacia la puerta donde yo me encontraba. Claro está que no me veía puesto que el cuerpo de mi hermana me tapaba. Nata estaba sentada sobre él, acuchillándose con la polla del imbécil. Éste la cogía con fuerza de las nalgas para dirigirla la velocidad y la fuerza con la que se follaba a mi hermana, un ritmo bastante alto que todo hay que decirlo. Veía de refilón los pechos de Nata saltando con cada embestida y el pelo, ligeramente humedecido en la zona de su cuello, moverse al ritmo de la danza sexual. Gemían cada vez que sus pelvis chocaban y la polla del gilipollas llegaba al fondo de mi hermana. Aunque tenía que haberme ido de allí y encerrarme en mi cuarto, algo me retenía estático en mi posición de voyeur.

– Uhmm, que culito tienes, zorrita mía.

– Uff… Mmm… No me llames… aahhh… zorrita, que no me… gustaaahh. –contestaba mi hermana al cretino.

– Argg, lo que tú digas pero… ¡Dios! ¡¡¡Cómo me follas, tía!!! Aggg…

Oír al estúpido llamar zorra a mi hermana me sentó como una patada en los huevos. ¿Cómo se puede llamar así a un ángel como ella? Es tan sacrílego como decir que Jesús es el Diablo. Aun así tuve que escuchar al baboso decir unas cuantas lindezas más a mi hermana y ella mostrar su disgusto por ello, eso sí, bastante tibiamente a mi forma de ver. Sé que hay gente que le gusta usar ese lenguaje en mitad del polvo y puede que se lo hubiera perdonado al cerdo ése, pero no es el caso porque muchas veces le había visto usar ese lenguaje con mi hermana y con referencia a otras chicas. Vamos, un perfecto Neanderthal en todo el espectro de la palabra.

Finalmente me encerré en mi habitación a estudiar, o a intentarlo al menos. En mi cabeza no dejaba de aparecer la imagen de Nata, botando y gimiendo durante el polvo. Milagrosamente sólo aparecía ella en mis pensamientos y no había rastro del soplapollas.

Tras un rato que no pude medir (pudieron ser 5 minutos o 60) dejé de oírles follar. Sí escuchaba a Nata decirle al pavo que no la gustaba que la llamara así mientras oía como éste pasaba de ella. Después de un tiempo de discusión noté un portazo en la puerta de la calle por lo que asumí que lo había mandado a la puta calle. Sentí a mi hermana hablando sola y el ruido del aseo mientras se estaba lavando e imagino que quitando los restos de lo que acababa de hacer. Y a continuación, silencio.

Poco después salí de mi cuarto encontrándome con mi hermana que casi vestida, a falta de la camiseta y con un sujetador de florecitas, recogía el salón para borrar el rastro de lo acontecido.

– Hola nena…

– ¡¡¡Coño!!! ¡Coque, que susto me has dado! –me llaman así en casa.

– Pues anda que tú a mí con tu grito…

– ¿Llevas mucho tiempo en casa? –me preguntó Nata, intentando claramente saber si me habría enterado de todo.

– Sólo un rato. –respondí escuetamente, no dándome por aludido. Pocas veces había ocultado algo a mi hermanita pero esta vez iba a ser una de ellas. No me apetecía hablar con ella del tema.

– Ah, vale. –respondió Nata aunque claramente no muy convencida.

Pasaron los días pero mi inquietud interior seguía por lo visto con mi hermana. Lo achacaba al mosqueo que tenía con el payaso del novio por cómo se refería a ella, por la desazón de ver a mi dulce Nata empalada hasta las entrañas en la verga del tío ése. Fue por ese entonces cuando empecé a ver a mi querida hermana como mujer, con una mirada menos filial y más sexual. Cientos de veces la había visto en formas suficientemente provocativas como para poner a tono a una manada de toros, pero no fue hasta ahora cuando algo cambió en mi cabeza, un fusible que saltó y me hizo verla distinta. Apetecible.

Mi cabeza era un puto hervidero de pensamientos. Excitación ante su magnífico cuerpo frente a los sentimientos de remordimiento al tratarse de mi hermana. Deseos de algo más, no sólo quererla como hermana sino para mí pero estando prohibido por nuestro estatus. Cada día era una lucha de sentimientos cada vez más intensa que empezó a notarse en el exterior.

Ahora, echando la vista hacia atrás, puedo decir que ese fue el momento en el que me empecé a interesar en mi hermana. Nata ya no era mi confidente, mi amiga, mi hermana… Nata era la misma mujer de siempre pero, para mí, había hecho metamorfosis. Ahora la veía como veía a mis amigas. Sólo que ellas perdían en todo con mi adorada Natalia. Ya no es el hecho de la belleza que es, no. Para mí trasciende a todo lo físico. Me encanta su manera de moverse; con gracia, sutil, elegante. Su forma de hablar, pausada, melosa y con un timbre de voz de que es capaz de subyugarte, de convencer al Diablo para vaya de visita al Cielo. Y esa forma de clavarte los ojos en los de los demás cuando habla, siempre atenta a la conversación…

De repente estaba más callado, más encerrado en mí mismo y mis pensamientos que con la gente que me rodeaba, incluida, claro está, mi familia. Extrañados de mi comportamiento me preguntaban pero yo me hacía el loco dando respuestas peregrinas como los estudios, movidas con algún conocido e incluso pensamientos que rondaban hacia alguna chica. Mis padres lo dieron por bueno puesto que tampoco había motivos para pensar otra cosa. Pero mi hermana no es mis padres. Ella sabía que había algo que me estaba torturando y que no la reconocía y esto sí que la mosqueaba y la jodía (cada vez era más claro que sabía que algo la ocultaba y que no quería decir). Y es que no estaba acostumbrada a que yo fuera esquivo con ella.

Al final, para evitar otros males, no tuve otra genial idea que hacerme el cabreado con ella y/o con el mundo. Empecé a ser más brusco en maneras, contestaciones, apariencia… Me hice huraño y protestón siendo incluso muy desagradable en ocasiones. Muy habitual buen humor se desvaneció y todos los que me conocían notaron el cambio a peor. Incluso hubo quien me empezó a rehuir.

Esa era mi fachada externa. La interna era peor.

Esto duró hasta que pasaron seis meses desde la pillada de mi hermana. El último punto de inflexión (y definitivo para mi salud mental) ocurrió cuando ya estábamos de vacaciones de nuestras carreras. Volvía yo a casa de madrugada después de haber estado bebiendo con los colegas (también subí el consumo de alcohol en un tonto intento de olvidarme de todo) y me encontré con la desagradable sorpresa de ver a mi hermana medio sentada en el portal y el cabrón del novio intentando meterle la polla en la boca. Había algo malo puesto que mi hermana no bebe casi nada (como mucho un cubata de Martini con limón o Malibú con zumo de piña) y tenía síntomas de estar muy borracha o que hubiera tomado “algo” (tema tabú para ella). Además, a pesar de su estado, estaba oponiendo una tenue resistencia debido a su estado.

Y se montó el lío. Cabreado como estaba siempre, sumando al cabreo de la situación más el “cariño” al desgraciado de su novio, me acerqué a él y le aparté de mi hermana con un violento empujón. El tío no tuvo otra ocurrencia que revolverse hacia mí y lanzarme un puñetazo que me llegó a medias, no haciendo ningún daño pero elevando al cubo mi genio. Le conseguí trincar cogiendo con mi mano derecha sus huevos y parte de la polla, empezando unas “suaves caricias” consistentes en cerrar mi puño con toda la fuerza de la que fui capaz procurando que no se me escaparan sus atributos de la misma. El dolorcillo debió ser cojonudo porque en muy poco tiempo se le puso la polla como la de un liliputiense mientras del  dolor se encogía sobre mí, totalmente incapaz siquiera de pronunciar palabra. Me miraba con miedo puesto que tenía que tener un careto para echarme a comer aparte.

Cuando le solté le dije “Vete de aquí y como te vuelva a ver con mi hermana te corto la polla y te la meto por el culo” acercándome a Nata pero sin perder el contacto visual con él. Cuando hubo salido del portal me agaché para ver cómo se encontraba mi hermana. Ciertamente no le olía el aliento a alcohol por lo que me confirmé en mis sospechas de que el hijo de puta la hubiera colado algo para ponerla así. Estaba totalmente ida e intentó apartarme como si fuera el otro sin reconocerme. No me quedó otra que cogerla como un fardo al no colaborar y subirla a casa. Era un viernes y mis padres se habían ido a la casa de mi tío para pasar el fin de semana, un hermano de mi madre que tenía un chalecito en un pueblo de Toledo.

Mi dulce hermana hizo una gracia más. Debió sentarle mal lo que fuera, el caso es que vomitó y se puso la ropa perdida, librándome yo por poco. No me quedó otra que llevarla al baño, dejarla en ropa interior y lavarla. Todo esto a peso muerto porque ya se quedó grogui al aliviarse tras la vomitona. Tras acostarla arreglé todo el estropicio y me acosté. Seguía dormida al día siguiente cuando, tras levantarme y hacer la comida, salí con la bici a hacer una ruta larga entre los pueblos cercanos.

El sábado decidí no salir (estaba matado entre la noche anterior y la bici) y me quedé viendo un par de pelis en casa. La primera la vi pero en la segunda me quedé frito. Sobre la una de la mañana vino el terremoto Natalia. Me despertó de golpe y me preguntó de muy mala leche que qué era lo que le había hecho a su novio, que había cortado con ella y que, al pedirle explicaciones, sólo le dijo que no me aguantaba más y que me preguntase qué le haría si la volvía a ver con ella. Por la forma tan brusca de despertarme no tuve mejor idea que contárselo de iguales formas.

– ¡Ah! Pues nada, sólo que le cortaba la polla y se la metía por el culo. –la solté la bomba mientras que su mandíbula se descolgaba para, poco después, cerrarse de nuevo violentamente mientras su cara pasaba al color encarnado de furia.

– ¿Pero quién te crees que eres para meterte así en mi vida sin siquiera hablar conmigo? ¿Sabes que te has pasado quince pueblos, verdad?

– Pues la verdad es que no me he pasado. Por una casualidad, ¿me puedes decir que te pasó anoche? –vi como su cara cambiaba a la sorpresa.

– ¿Y eso a que viene ahora? No te quieras escaquear de… –no la dejé seguir con su diatriba. Sin saber el por qué exacto, mi cabreo había subido de forma exponencial.

– Pues es muy sencillo. Ayer me lo encontré en el portal intentando que se la mamaras como una guarra mientras no estabas en condiciones. ¿Recuerdas algo de cómo llegaste a casa o como te acostaste?

– ¿Qué? ¿Cómo? Ahora me dices que soy una guarra por chupársela a mi novio. –no tenía mucho sentido esa salida de tono. Si no hubiera estado tan alterado habría reconocido esa señal de mi hermana. Pero en mi estado del momento, la terminé de cagar y bien.

– No te digo que seas una guarra por chupar pollas. Lo que te digo es que el hijo puta ése te estaba tratando como a una guarra intentando casi forzarte a que se la mamaras. Y no has contestado a mi pregunta…

– ¡Fantástico! Ahora mi hermano me llama puta a la cara. Te metes en mi vida y me insultas.

– Te lo estás diciendo tú todo. Esas palabras no han salido de mi boca. Y te sigues saliendo por la tangente. Contesta ya, ¡COÑO! –la dije ya gritándola.

– ¿Qué quieres que te diga, joder? Ayer me encontré mal, mareada y me trajo a casa. Debí quedarme frita y me subió a casa.

– ¡Y una mierda! Te acosté yo después de desnudarte porque te echaste encima la pota, eso después de evitar que ese gilipollas te intentara violar y tuviera que mandarle al puto carajo. –dije volviendo a subir el tono.

– Pues no sé qué pasó, pero te sigo diciendo que te has pasado, idiota. Me lo tenías que haber dicho y yo le hubiera cortado las pelotas y así me habría ahorrado quedar como una gilipollas. –me dijo colérica.

– O sea, que lo que te preocupa es que has parecido gilipollas, no que te intentara forzar aprovechando que estabas ida perdida, ¿no? Vamos, que te da igual que se te hubiera tirado el cuerpo de bomberos, pero te jode parecer idiota. ¡Pues muy bien!

– ¿Pero me meto yo contigo, GILIPOLLAS? Se acabó. No te pienso aguantar más… ¡¡¡que te jodan!!!

– Pues procura no beber y así te enterarás cuando te jodan a ti. –ese último exabrupto terminó de rematar a Natalia. Intentó sacudirme un guantazo que esquivé por los pelos (que también hay que decirlo, porque como me hubiera calzado…) y totalmente colérica, con una voz cargada de rabia, me dijo “¡¡No me vuelvas a dirigir la palabra!!”. Tras esto se dio la vuelta y se marchó. Y ciertamente en todo el día no la dirigí la palabra, entre otras cosas porque nada más coincidir en alguna habitación, ella se esfumaba en el acto sin una palabra y con unas miradas que… brrrr.

Los días pasaban y el cabreo monumental de mi querida hermana perduraba. Aunque por fuera daba la fachada de “Me importa una mierda”, lo cierto es que lo estaba llevando fatal. Ya no sólo eran los sentimientos hacia mi hermana sino que la echaba de menos a ella, ¡qué coño! Que no se pueden quitar de un plumazo años y años de profundo roce y camaradería.

Cada día que pasaba me dolía más su cara de desdén, su indiferencia hacia mí, el muro que erigió con todo lo referente a mí. Y lo cierto es que no la podía culpar puesto que todo esto era cosa mía.

Y toqué fondo. Dejé de salir con todo el mundo. No podía ir con los amigos puesto que los míos eran los suyos y ya no podía evitar mirarla sin que se me aguaran los ojos. Adelgacé más de siete quilos en menos de dos meses. Mis ojos perdieron el brillo y unas enormes ojeras los decoraban al no poder tampoco descansar por las noches.

Mi madre intentaba por todos los medios averiguar qué era lo que me pasaba pero no soltaba prenda. Me quedaba callado sin saber que decirla. Claro que, cuando además veía a Nata mirarme también preocupada (el cabreo la iba remitiendo acorde a mi mal aspecto) mis lágrimas salían libremente, sin poder esconderlas. Como no, me llevaron al médico y éste me remitió a un psiquiatra que tampoco tuvo mayor fortuna puesto que, con él, también me cerré en banda. Sólo consiguieron que me recetara unas pastillas que sólo me tomaba cuando mis padres me las metían (casi literalmente) en la boca. Excepto estar más somnoliento, no cambió nada más.

Caminaba zombi, encerrado en los pensamientos hacia mi hermana, llamándome monstruo por estar enamorado de ella. Por desearla en todas las facetas: hermana, amiga, mujer, compañera,… pero sabiendo que era algo antinatural y socialmente condenable. Un círculo que se cerraba sobre mi mente, destruyendo todo lo positivo de ella y dejándome en la oscuridad.

Ya no tenía nada sentido. Los estudios de todas las cosas que me gustaban no me decían nada. No quería socializar con nadie puesto que, para mí, no había nadie imprescindible (salvo ella), no encontraba interés en vivir…

¡¡¡Eso era!!! ¿Para qué querer vivir así? Cada día que pasaba la acongoja que atenazaba mi corazón iba a más, cada día era peor que el anterior. A pesar de saber positivamente del dolor que iba a causar en mi familia, sabía que tarde o temprano lo acabarían superando. Mi padre se distraería con su taxi y era lo suficientemente fuerte para tirar de sí mismo y de mi madre, que sería posiblemente la que peor lo llevase (teniendo en cuenta, sobre todo, el tiempo que pasa sola en casa a pesar de las salidas con las amigas del barrio). A Natalia también la costaría, pero acabaría saliendo con algún chico, tarde o temprano, con la que formaría su propia vida y el recuerdo de su hermano quería en el pasado. No digo que no la fuera a doler, pero siempre se supera cuando tiene a una persona especial a tu lado y no me cabía la menor duda que ella conseguiría a ese hombre que bebería los vientos por ella y la cuidaría para siempre.

Yo no tendría esa oportunidad. Puede sonar melodramático pero era consciente que no encontraría a una persona que llenase el hueco de Nata… nunca se podría comparar ninguna a ella. Sería incluso injusto para la chica en cuestión que siempre la estuviera midiendo en comparación con mi hermana y no creo que nadie se lo merezca. Y sé positivamente que no soy persona de vivir solitariamente. La idea de no compartir mi vida con nadie me ha dado pavor desde siempre. Y en estos momentos, ése era el futuro que veía para mí.

Y no lo quería. Prefería desaparecer para siempre que sentirme así para siempre. Habrá que me tilde de cobarde y puede ser que tengan razón. Pero para aguantar así toda la vida se requiere una fortaleza que yo no tenía, tengo ni tendré.

Planeé mi suicidio. Deseché las muertes más violentas, pero no por mí sino por mi familia. El trago ya sería muy duro como para añadir una última imagen mía desagradable que perdurara en su recuerdo. Opté por una solución más “calmada”… sobredosis. Repasé mis opciones. Siempre podía agenciarme algún tipo de droga en cantidad suficiente para acabar con mi vida de una forma rápida. Pero siempre me he mantenido alejado de ese mundo y no conocía a nadie que me pudiera “indicar” cómo conseguirla.

Recordé que a mis padres les habían recetado varias cosas que podrían serme útiles. Mi madre a veces tenía problemas de sueño y la recetaron Lorazepam®, una especie de ansiolítico o algo así. A mi padre, por las horas en el taxi, conservaba varias cajas que me podrían valer también puesto que le habían recetado varios relajantes musculares hasta dar con uno idóneo. En total tenía casi dos cajas completas de relajantes y una caja de mi madre. Para potenciar el efecto (como decía algún prospecto de los fármacos) juntaría todo eso con una botella entera de ron que me bebería completa. Contaba que esto sería más que suficiente para provocarme alguna depresión cardiaca o un infarto cerebral o algo con desenlace fatal.

Esperé un par de semanas hasta un fin de semana en el que mis padres no estarían y mi hermana saldría hasta muy entrada la madrugada, momento en el que contaba que mi corazón hubiera parado ya de latir.

Y llegó el día. Mis padres quedaron con unos amigos, saliendo de casa a las siete de la tarde,  y Natalia había empalmado una comida con unas amigas de la facultad y no vendría hasta la noche. El día propicio para mis tristes fines.

Me puse una música lenta en la mini cadena, saqué la botella de ron junto a todas las cajas de los fármacos. Sentándome en el suelo, justo enfrente de la mesita auxiliar del salón, comencé a sacar parsimoniosa y metódicamente todos los comprimidos de sus respectivos blisters. Acababa uno y me tomaba una copa de ron con un poco de hierbabuena y azúcar en el borde (sí… pensé que ya que me iba, lo haría al menos tomándome un buen copazo).

Según bajaba el nivel de la botella empecé a sentir los efectos del alcohol. Sólo que cogí la mona en plan llorera. Ni siquiera borracho me olvidaba de los motivos de toda aquella parafernalia que había montado. Cuanto más ron ingería, más lágrimas impedían mi visión y, a la par, más me costaba sacar las pastillas. Cuando por fin “liberé” todas las medicinas de su  encierro y las junté en una montañita me dispuse hacer el número final. Como apenas quedaba medio vaso de ron de toda la botella, lo apuré de un trago y me fui (o mejor dicho, trastabillé) al mueble bar del cual tomé otra botella de whisky. Lo cogí aunque no me gusta porque no había otra cosa exceptuando una botella de Martini rojo de mi madre y otra de Malibú de Nata.

Rellené el vaso bien hasta arriba del licor, dejándolo en la mano izquierda, mientras con la mano derecha cogía todas las pastillas. Haciendo un brindis al cielo llevé mi mano a la boca en la que vertí todas las pastillas dando un trago largo al vaso de whisky hasta que su contenido consiguió deslizarlas todas a mi estómago.

Bueno, pues ya estaba hecho.

Como pude me levanté del suelo y fui a mi habitación por última vez. Cogí una foto en la que estaban todos mis familiares en la que, sobre todo, destacaba Natalia. Tomé también una nota que había escrito para despedirme de ellos y me marché hacia el salón, comprobando la dureza de todas las paredes y de los bordes de las puertas con las que me daba al ir de lado a lado. Me volví a sentar y dejé la foto delante de mí sobre la mesa, justo de después de besar cada una de las imágenes de ellos. Quería que lo último que viera antes de morir fueran mis padres y, sobre todo, Natalia. Esa mujer que, estando tan cerca de mí, siempre estaría tan lejos. Volví a leer la nota de mi despedida como pude porque ya casi ni era capaz de enfocar las imágenes y mucho menos las letras.

Papá, Mamá, Natalia…

Sólo quiero deciros que os quiero mucho, que os amo con todo mi ser y que siento muchísimo el dolor que sé que os voy a causar. Por favor, encontrad la forma de perdonarme algún día por mi egoísmo pero hay cosas que me oprimen de tal manera que no me dejan vivir, cosas que no puedo cambiar ni evitar.

Papá, cuida mucho de mamá y ayúdala a que lo supere. Por favor, no cambies. Siempre quise ser un hombre como tú. Mamá, quiero que sepas que ni tú ni nadie hubiera podido evitar esto. No te eches la culpa. Me has enseñado a amar y por eso te estaré siempre agradecido.

Nata, por favor, recuérdame con cariño. Busca a alguien que te complemente como lo hacen papá y mamá y sé muy feliz. Te lo desea tu hermano de todo corazón.

Os veré desde donde esté a partir de ahora. Os quiero.

Jorge

Después de leer mi carta de despedida, llorando, me recosté contra el asiento del sofá. Sentía una sensación muy vaga de todo lo que me rodeaba a mi alrededor. Me sentía como en una nube, adormecido. Me daba cuenta que debía ser la medicación haciendo efecto.

Al poco tiempo era ya incapaz de enfocar imágenes coherentes del mundo a mi alrededor. Sentía la cabeza ida, como cuando te bajas de una montaña rusa, pero con una sensación mucho más fuerte. Mis ojos se cerraban y, en medio de la oscuridad, pasaban imágenes por mi cabeza de forma aleatoria y sin sentido. Natalia y yo montados en una bici cuando éramos pequeños, sentados haciendo los deberes, jugando juntos, excursiones con nuestros padres por el campo,…  Empecé a reír “a lo borracho”, sin sonidos porque no tenía ni fuerzas ya para emitirlos. Me sentía volando, soñando que era aire… oxígeno, nitrógeno y amor  (como decía la canción de Mecano). Y mientras estaba flotando volvió a aparecer la imagen de mi Nata, que se acercaba a mí, llamándome. La veía insistir tanto que imaginé que la contestaba, a lo que ella no se daba cuenta mientras me seguía llamando y zarandeando. Y entonces la negrura me invadió y ya no recuerdo más…

*  *  *  *  *  *  *  *  *

Mis padres me hablaban con cariño, intentando sonsacarme el porqué de mi intento de suicidio. Yo casi no podía ni hablar, sólo lloraba y les pedía sin cesar que me perdonaran, que sentía mucho hacerles sufrir. Y vuelta a llorar. Mi hermana mientras tanto me miraba todo el rato, intentando ver mis ojos sin conseguirlo pues, a ella, no era capaz de aguantar la mirada.

Tras mucho insistir sin conseguir nada, llegó el cuadro médico que me atendía. Informaron a mis padres (yo estaba allí pero no contaba puesto que no aparentaba hacer caso) que los resultados de mis analíticas eran casi normales, que el lavado gástrico había limpiado lo que quedaba en mi cuerpo después de vomitar (cosa que no recordaba haber hecho) y que, a excepción de poner un poco de vitamina B12, no sería necesario ningún tratamiento adicional por parte de ellos, que sólo quedaría el tratamiento que me dispensase el psiquiatra que me iba a tratar.

Después de irse, me enteré por mis padres que Natalia me había salvado la vida, que si no llega a ser por ella que fue a casa antes de tiempo… Parece ser que me encontró tirado en el suelo, totalmente borracho pero que, al ver las pastillas (o mejor dicho, los blisters vacíos) sumado a lo raro que estaba últimamente fue consciente de lo que había intentado y que, casi inconsciente del todo, se había apañado en meterme los dedos hasta la garganta para hacerme vomitar la mezcla que tenía dentro de mí y llamar al 112.

Inconscientemente miré a mi hermana que me miraba aún de forma inquisitiva, seria y preocupada. Una vez más mis ojos se desbordaron y no puede aguantar su escrutadora mirada. No había conseguido matarme porque me había salvado la misma persona causante (sin saberlo) de mi sufrimiento. Esto me hizo sentirme aún más sucio por dentro.

Mis padres dejaron que descansara por órdenes de un sargento de enfermera que casi se podría decir que los echó. Sólo permitió que se quedara una persona que fue Natalia ya que consiguió hacer ceder a mi madre ante la promesa de dejarla a ella al día siguiente. Cuando se fueron Natalia se sentó en la silla junta a la cama y se puso a mirarme, sin distraerse de mí.

– Estoy bien. Vete a descansar que llevas desde ayer sin dormir y yo estoy bien. –la dije para ver si la convencía y me dejaba solo.

– Le he dicho a mamá que aquí estaría y sabes que siempre cumplo lo que digo.

– Eso no es del todo cierto. También dijiste que no querías saber nada más de mí, que no me volverías a dirigir la palabra y lo estás haciendo. Anda, déjalo y vete a descansar, que no van a dejar que me escape de aquí.

– ¡Claro! Eso fue antes que la vida de la familia se revolviera porque el idiota de mi hermano ha intentado quitarse la vida. ¿Se puede saber qué mierda tienes en la cabeza para haber llegado a eso? –me sorprendió un poco la agresividad de mi hermana en ese momento, sobre todo comparándola con la forma pasiva de interrogarme de mis padres.

– No quería revolver nada. Sólo… –no puede seguir. La voz se me quedó muda en la garganta y empecé de nuevo a sentir escozor en los ojos. ¿Quién fue el gilipollas que dijo que los hombres no lloran? Porque yo me estaba deshidratando de tanta llorera.

– ¡YA! Pues no sé qué es lo que  esperabas. Quizás que no nos importara, que nos diera igual, o yo qué sé que narices tenías en la cabeza. Lo único que parece es que no te importamos para nada si crees que esto no nos iba  afectar nada, ¿no crees?

– Pues claro que me importáis –dije con, incluso, demasiado ánimo. – Y sí que lo sabía pero ya… no aguanto… más…

Mi voz se fue difuminando poco a poco de nuevo. La emoción me embargaba y la presión de mi pecho subía. Y mi hermana parece que lo sabía porque no dejaba de machacarme, consciente de sobra que suelo irme de la lengua cuando me “emociono” en exceso.

– Pues entonces, ¿qué es? ¿Qué ya no quieres a papá y mamá? Porque no parece que pensaras en ellos…

– Pues claro que sí los quiero. Me han dado todo lo que soy y…

– Pues entonces es por mí… Está claro que ni me quieres ni te importo una mierda.

– ¡¡¡No!!! No puedo dejar de quererte aunque quiera y por eso yo… –ahí me di perfecta cuenta que había largado de más. Se me había escapado quizá por las ganas reales que tenía de decírselo a Nata, habiendo el subconsciente jugado en mi contra. Además, para terminar de rematarlo, empecé a ponerme rojo como la grana.

– ¿Y entonces es por el enfado que tenía contigo? Porque no queda otra explicación. No tienes novia con la que haber discutido, no sales con nadie de amigos, casi ni a clase. Porque estábamos enfadados, ¿te has querido matar? No me creo que seas tan imbécil para eso.

– ¡Pues claro que no! Quería olvidar y el enfado era un intento de olvidarme de que te qui… –una vez más, metedura de pata hasta el corvejón. Si es que cuando se es tonto, se es y punto.

– ¿Pero qué dices que no te entiendo nada? Que querías olvidarte de que me…

Por la cara que veía en mi hermana, Nata acababa de sumar dos más dos, dándole el consabido cuatro. Sus ojos debieron de cubrirse de nieve de lo que subió las cejas ante lo que acababa de descubrir. Balbuceaba “No, no puede…”, “Pe… pero”, y luego algo inconexo que no fui capaz de oír. Yo volví a llorar (¿pero aún me quedaban lágrimas?) e incapaz de aguantar más me arrebujé entre las sábanas de la cama y me tapé con ellas, como si eso me pudiera proteger de cualquier cosa.  Nata debía estar desbordada porque la pedí que me dejara solo y, no sólo lo hizo, sino que se fue sin decir nada, algo que en ese momento agradecí.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que me quedé dormido en la misma posición en la que me quedé cuando se fue Natalia. Me pareció que habría dormido horas cuando me despertaron los enfermeros para hacerme una revisión rutinaria de temperatura, tensión y reflejos. Me pusieron un goteo en una vía que había en mi brazo con algún tipo de relajante o somnífero puesto que, poco a poco pero de forma imparable me volví a quedar dormido hasta el día siguiente.

Cuando desperté estaba mi madre sentada a mi lado, preguntándome por cómo había pasado la noche, si tenía hambre y todas esas cosas. Ya se sabe, intentando normalizar una situación totalmente extraña para nosotros. Me contó que Natalia había vuelto pronto porque me habían puesto un goteo para dormir (por lo cual me enteré que estuvo vigilándome aun cuando yo no la había visto ni hecho caso). Mi madre consiguió que hablara con ella algo más que el día anterior aunque se encontró de nuevo con mi cerrojazo cuando intentaba, una vez más, interrogarme sobre qué me pasaba. A pesar de eso su ánimo no decayó y estuvo solícita y pendiente de mí en todo momento. Pero ni siquiera de esta forma consiguió que el día se me pasara rápido. Todo lo contrario. Tenía que vigilar que no me fuera de la lengua para que no sufriera más de lo que, seguro, por dentro llevaba ya la pobre.

El día siguiente fue mi padre el que no salió con el taxi para estar conmigo todo el día. Estuvo paseando conmigo por el ala del hospital (no me dejaban salir) mientras hablábamos. Él, sin embargo, no quiso saber qué me pasaba pero sí que hizo mucho hincapié en intentar “averiguar” si mis tendencias suicidas persistían. Estuvimos hablando un poquito más que con mi madre el día anterior y debió de notar que mis ganas de morir debían habérseme pasado. Ciertamente no iba a volver a intentarlo viendo de primera mano el sufrimiento que causaría, amplificado además por la culpabilidad que tendrían por no haber sido capaces de evitarlo.

Ese día decidí mi futuro. En vez de irme del mundo para siempre me tendría que bastar con alejarme de ellos. Viendo la tele, en una película un hombre se alistaba en la Legión Extranjera para huir de la justicia de su país. Yo haría algo similar. Decidí que me apuntaría al ejército a terminar mi carrera y a, valga el símil, hacer carrera en él a ser posible en algún sitio como embarcado en un barco, en una base o embajada fuera de España. Así me alejaría de todos pero sin hacerles daño.

Al día siguiente volvió mi madre contrariamente a lo que suponía, ya que yo imaginaba que iría Natalia. Me contó que dijo que estaba un poco cansada (aunque ella pensaba que estaba algo afectada aún) porque estaba muy seria pero que ya volvería a verme. A la pobre la di otra bofetada cuando recibió la noticia de mi decisión, cortándola la alegría que la debió dar mi padre ante mi actitud del día anterior. Me interrogó ahora en serio. Quiso saber sí o sí los motivos reales de esa decisión. Directamente no la contesté pero la dije que no estaba dispuesto  a que ellos volvieran a pasarlo mal por mi culpa pero que las razones que me habían llevado a esa decisión no habían desaparecido, que eran reales y no comeduras de cabeza y que no veía otra alternativa que marcharme muy muy lejos. No para siempre pero sí para bastante tiempo. Mi madre se quedó callada, mirándome seria (no enfadada) e intentando evaluarme. Me preguntó si era una decisión firme, contestándola yo que quizás, y sólo con la mediación de un milagro, me lo replantearía.

Ese día ambos estuvimos más callados que la vez anterior. Mi madre me miraba calculadora durante todo el tiempo, haciendo notar mi ausencia de sentimientos. Esto lo dijo porque vimos la tele y en ningún momento, pese a ver programas ciertamente cómicos y también muy tristes, mi rostro permaneció totalmente inexpresivo, apático a cuanto me rodeaba. Incluso notó los momentos en los que parecía que veía la tele pero en realidad mi mente volaba por otros lugares (concretamente por el por qué no habría ido Natalia, si me odiaría, me vería aún más enfermo o qué).

Estuve ingresado una semana en el hospital, hasta que el psiquiatra dictaminó que no parecía un riesgo para mí mismo y, tras suscribir la medicación y dar las recomendaciones de alta, me fui con mis padres a casa. Desde aquel día no había vuelto a ver a mi hermana, creándome un desasosiego muy alto. Aunque pensaba que eso quizá fuera mejor. Si no la veía no tendría que retomar la “conversación” del hospital y podría ver tranquilamente las opciones para irme de casa. Mi padre no decía nada, aparentando que había “delegado” el problema a mi madre. Ella no había vuelto a sacar el tema. De hecho, me llamaba mucho la atención su mutismo. Y ya de Natalia no digo nada porque seguí sin verla aun estando ya en casa (pero no porque me esquivara sino porque no coincidimos).

Esto duró otros cuatro días, justo hasta el fin de semana. Me sorprendí cuando me dijeron mis padres que ellos no tenían más remedio que salir de casa todo el fin de semana y que me quedaría solo con Natalia así que, por favor, la hiciera caso y que no la diera problemas. Dicho y hecho, me dijeron esto el viernes por la noche y el sábado por la mañana se iban mis padres, quedándonos Natalia y yo solos. Ciertamente me chocaba mucho esta muestra de confianza o ese “desentenderse” de mis padres estando tan cerca la fecha de mi intento de suicidio, aun habiéndoles jurado y perjurado que no lo volvería a hacer.

Natalia y yo estábamos viendo cómo se marchaban mis padres cuando me dijo:

– Coque, vamos al salón. Tenemos que hablar muy seriamente. Y mucho.

– Creo que no deb… –me cortó tajante.

– No te lo he pedido. Si prefieres verlo así, es una orden. Tengo que hablar contigo y no puedo ya demorarlo ni un minuto más. Ya no puedo guardarlo dentro más tiempo…

Asentí. Sabía que en algún momento tenía que pasar y decidí coger el toro por los cuernos y hablar con ella. Al fin y al cabo, es mi Nata y pese a todo eso se lo debo al menos. Tan pronto nos sentamos en el sofá empecé a hablar.

– Bueno. Hablaremos pero, si me lo permites, déjame que empiece yo y que lo haga del tirón porque, si no, creo que seré incapaz de terminarlo.

– Bueno, vale. Te escucho. Luego hablaré yo.

– Gracias Nata. Lo primero que quiero decirte es que si piensas que intenté matarme por tu causa, que no por tu culpa, te lo tengo que admitir. Sé que te diste cuenta perfectamente el otro día, cuando se me escapó lo que no debía haberse sabido, y que imagino lo que estarás pensando de mí. Y tienes toda la razón. Nadie se desprecia más que yo por no haber sido capaz de separar el amor filial que te debía como hermano de lo demás. No podía más con todo ello y, quizás de forma cobarde, decidí no seguir sufriendo.

– ¿Desde cuándo…? –se quedó callada, invitándome a seguir.

– Creo que desde siempre. Cuando me di cuenta estuve pensando mucho tiempo y llegué a la conclusión que te quiero como mujer desde que tengo uso de razón. Ahora creo que si estaba siempre junto a ti era para, al menos en parte, sentirme a tu lado. Incluso las chicas que siempre me han llamado un poco la atención se te parecían, si no en el físico, sí en el carácter y en la forma de ser. Pero el punto de inflexión fue cuando, hace unos meses, te vi haciendo sexo con el gilipollas de tu ex. No es que te viera distinta en ese momento, aunque también. Es que me sentí… no sé explicarlo, como si me atenazara el pecho una garra helada. Al principio me cabreó su forma de tratarte pero, pocos días después, era una desazón más profunda. Me di cuenta que eras una mujer que pronto echaría a volar y que ya no sería yo quien estuviera a tu lado. Y eso me fue minando hasta que supe diferenciar el motivo que no era otro que el más básico de los sentimientos y es que te quería sólo para mí. Yo quería ser tu hombre y que tú fueras mi mujer y que nadie se metiera entre nosotros. Y a lo largo de estos meses ese sentimiento no ha hecho más que aumentar. Sé que no es posible y, ante la posibilidad de no tenerte, preferí no seguir…  –la palabra “viviendo” se quedó muda en mis labios. Nata miraba mis ojos, expectante a mis palabras. – Pero he fallado y veo que no puedo ser responsable de otro disgusto como el que os he dado a todos. No puedo volver a ser tan canalla. Por eso he decidido que me iré lo más lejos que pueda, para intentar serenarme, y he decidido seguir la carrera en el ejército. Cuando pueda, me enteraré qué rama me interesa más para mis fines y me iré. Seguiremos en contacto pero espero que la distancia me ayude a mitigarlo.

Natalia me miraba. Por un lado me sentí mejor al poder sacarlo todo fuera pero, aun así, el sentimiento de culpa no me abandonaba, sumando además el de vergüenza y temor ante lo que pensara mi hermana. En conclusión, que seguía jodido y bien jodido…

– Ahora me toca a mí, ¿no? –asentí– Bien. Lo primero que tengo que decirte es que me has defraudado bastante. A pesar de conocerme de toda la vida, de saber que siempre has podido hablar conmigo de cualquier cosa, que podías contar conmigo y no lo has hecho. Tampoco me esperaba que fueras tan poco considerado con los que te quieren y que no te respetaras aunque sólo fuera por ellos. Y lo peor, que no tuvieras tan poco carácter como tomar la vía más cobarde. Conste que no digo la más fácil porque hace falta echarle huevos para quitarse la vida, pero es lo más fácil si lo comparas con sacar pecho y luchar por lo que quieres.

Bajé la cabeza. No podía mantenerla erguida y mirándola a los ojos. Si bien era un palo sobre otro palo hacia mi persona, no puedo negar que tuviera toda la razón. Yo mismo ya me había dado antes ese discurso. No pude decir más que un lacónico “Lo sé” y seguir aguantando el chaparrón de Natalia.

– No te voy a decir que esto sea una cosa normal. Tampoco es que sea extraño pero sí es inusual. Pero eso ahora no me importa. Lo único que quiero es que me jures por lo más sagrado que consideres que nunca te dejarás rendir así otra vez y que lucharás contra todo y todos por nosotros.

¡Espera? ¡¡¿Qué?!! No he podido oír bien lo que acaba de decir Natalia o lo he sacado de padre, madre y hasta de abuela. La cara que debo tener tiene que ser de pánfilo total porque Nata no puede evitar, a pesar de la tensión que leo en sus ojos, en sonreír ante mí. Es que debo parecer tonto con la mandíbula descolgada y ojiplático total…

– Q… ¿Qué? ¿Cómo? Debo haberte entendido mal. ¿Quieres decir que…?

– Mira Coque. Estos días, si tú has estado pensando, yo no me he quedado a la zaga. No te voy a decir que me dejaste totalmente bloqueada, porque menudo mazazo me diste, hermanito. Pero, aunque no lo quería creer al principio, me he dado cuenta que a mí me ha pasado algo muy parecido. Siempre has sido mi compañero en todo y creo que he generado una dependencia a ti. Te quiero mucho, y no te puedes imaginar qué sentí cuando te encontré como lo hice. Lo primero que pensé es que te perdía y no podía pensar en que no estuvieras más a mi lado, como siempre… sentí pánico a verme sola. Estoy de acuerdo que es algo anormal, pero he tenido tiempo de documentarme y las relaciones entre hermanos no son tampoco tan raras aunque, por razones obvias, sí se suelen mantener ocultas. Y he llegado a la conclusión que quiero estar a tu lado, que ciertamente nadie me querrá nunca jamás en la vida más que tú y que, aunque nunca me lo había planteado, yo también te quiero a ti con un sentimiento que va más allá del amor filial entre hermanos.

Esto lo dijo mientras acariciaba mi cara con ternura. Nadie se puede siquiera imaginar el efecto balsámico para mi ánimo que aquella sutil caricia ejerció sobre mí. Suspirando profundamente sólo pude cerrar los ojos y ladear la cabeza hacia su mano, algo que no evitó que surgieran dos lágrimas que Natalia quitó tan tiernamente como me acariciaba. Al abrir los ojos su cara me pareció que iluminaba como el sol, con una dulce sonrisa y un gesto tranquilo que me llegó hasta la más profunda fibra de mi ser. También yo subí mis manos para acariciar una mejilla y el cuello, sintiendo el cálido tacto de su piel en la punta de mis dedos, cerrando ella a su vez los ojos.

No puedo calcular el tiempo que estuvimos acariciándonos dulcemente, sin prisas ni nervios. Lo hicimos por la cara, cuello, brazos, costados,… hasta que fue inevitable que nuestros cuerpos se fundieran en un abrazo mientras seguíamos con las caricias. Sin prisas. Ese momento era para los dos y teníamos todo el tiempo del mundo para disfrutar del tacto del cuerpo amado. Pero que nadie piense mal porque en ningún momento nuestras caricias traspasaron el umbral hacia lo sexual. Ya llegaríamos a eso. Ahora sólo queríamos sentirnos mutuamente, como no habíamos estado en los últimos meses por mi comportamiento. ¡Dios mío, cuánto tiempo echando de menos el cariño de mi Nata!

Evidentemente seguimos hablando. Y, por supuesto, la juré que nadie en el mundo (más que ella) la separaría de mi lado, que estaríamos juntos hasta que ella quisiera. En ningún momento dejamos que mantener el contacto con el otro, bien cogiéndonos de las manos, bien acariciándonos, bien abrazándonos. Hasta que llegó el momento en que nuestros labios se juntaron. La suavidad de los suyos me embriagó de amor e incluso nos hizo estremecer a ambos (hasta en eso nos parecíamos). Recorríamos la cara mientras nos besábamos en un beso tierno de amantes. Tampoco soy capaz de saber con certeza el tiempo que nos estuvimos besando. Tampoco importaba nada el tiempo en ese momento. Sólo sé que, tras un rato, Nata se sentó a horcajadas sobre mí para seguir con el beso, aprovechando ambos para aumentar la superficie que nuestras manos acariciaban. Tampoco sé en qué momento perdimos la dirección vertical. En un momento de lucidez me di cuenta que estábamos tumbados en el sofá, Nata sobre mí, mientras nos besábamos.

Tras un rato (¿cuánto de largo?) Nata se incorporó un poco, mirándome con sus dos luceros de ojos y un gesto sosegado, preguntándome.

– ¿Qué? ¿Cómo te sientes?

– En la gloria. Nunca creí que llegara este momento y ahora soy feliz. Y te juro que te haré tan feliz como lo soy yo aunque me cueste la vida.

– Por favor, no pongas esa comparación. En nuestro caso puede tener otro significado. –aunque me reprendió con gesto dulce, ahí quedó dicho.

– Tienes la boca atascada de razón. –la dije– ¿Qué te parece “aunque me cueste sangre, sudor y lágrimas”.

– Un poco melodramático, pero me puede valer. Pero no me refería sólo a eso. ¿Te sientes preparado para dar el siguiente paso? –me preguntó un poquito seria.

– Soy muy tonto porque no sé a cuál te refieres. –la respondí francamente sorprendido.

– ¿Quieres hacerme el amor? –se puso un poco roja a pesar de la determinación de sus palabras.

– Pues no lo sé sinceramente, porque nunca creí siquiera que llegara ni a besarte…

Natalia se puso de pie a mi lado y extendió el brazo, llamándome con la mano a que se la cogiera, cosa que hice. Tiró de mí para que me levantara y con paso lento, pero decidido, me llevó a su habitación.

De pie delante de su cama me cogió las manos y las llevo a sus pechos, acariciándoselos ella misma. Noté que sus pezones se iban endureciendo a pesar de estar por en medio una camiseta y un sujetador que noté que era de los que tenían la copa con un ligero relleno. Cuando se cercioró que ya la acariciaba yo solo, llevando sus manos a la espalda, soltó el broche del sujetador y, cogiendo la camiseta por abajo, se sacó ambas prendas por la cabeza dejando sus pechos desafiantes a las leyes de la gravedad frente a mí. No hizo falta que volviera a cogerme las manos. Yo mismo volví a tomar sus libres pechos mientras volvía a besarla. Sólo que esta vez, quizá por el aumento de la pasión que empezábamos a sentir, nuestras lenguas sí se unieron en su particular baile de amor, enroscándose entre ellas dulcemente, sin prisa, pero con ardor y sobre todo, sentimiento.

Mientras yo acariciaba sus pechos y pellizcaba sus picudos pezones, ella se dedicó a bajarme el pantalón que llevaba, arrastrando con él mi bóxer, dejando exhibido mi endurecido pene que empezó a acariciar con mimo y delicadeza. ¡¡Dios, qué sensación!! No sólo el morbo del momento, no. Era ella. Nata me estaba llevando al País de las Maravillas. Todo era por ser ella mi partenaire. Imité sus movimientos, soltando torpemente el botón de sus vaqueros bajándoselos y también arrastrando su tanguita. Ella me terminó de quitar la parte de arriba de la ropa para quedar los dos en igualdad de condiciones, o sea, desnudos por completo.

Delicadamente, empujando sobre mi pecho, Natalia me tumbó sobre su cama, poniéndose encima de mí. Llevó su mano derecha hacia mi tieso miembro y lo guió a la entrada de su gruta, insertándolo lentamente pero hasta el final, cuando nuestros vellos púbicos hicieron contacto. Mi hermana tenía un poquito de pelo, digo yo porque al no tener novio no querría depilárselo entero como solía hacer, algo que a mí me daba igual. Aunque reconozco que en ese momento me encantó la sensación de sus cortos pelitos clavándose sobre mí.

Nos movíamos acompasadamente, despacio (no había prisa alguna) y gozando de la sensación del contacto de nuestros mutuos sexos. Notando nuestro calor. Percibiendo la humedad. Seguíamos besándonos como si el mundo se fuera a acabar no tuviéramos que darnos todos los besos antes que sucediese. Natalia se movía sobre mi polla y al estar apoyada sobre las manos, no podía acariciarme. Pero yo no tenía ese problema. Mis manos no paraban quietas acariciando sus pechos, espalda, cuello, enredando lo dedos en su pelo que caía al lado de su hermosa cara casi llegando a la mía, sus laterales con movimientos desde las axilas hasta donde podía tocar sus piernas, su duro culito,… Es decir, la tocaba a toda ella, rasguñando con las uñas para incrementar la sensación. Y debía surtir efecto porque notaba perfectamente cada respingo que daba Nata al ejercer más presión sobre mi polla en su interior. Al estar tan centrado en las caricias me permitía “distraerme” un poco y no dejar que mi orgasmo llegará tan rápido como lo hizo con Natalia. Gimiendo bajito (sí, nosotros somos más bien silenciosos) noté perfectamente la llegada de su placer como llega un coche a toda velocidad por una autopista. Primero empecé a ver sus señales, viendo cómo se acercaba cada vez más rápido hasta que el cuerpo de Nata se tensó sobre el mío, arqueando la espalda y apretándome de tal manera que precipitó el mío al poco tiempo.

La ventaja que tuve al suceder así es que mi orgasmo fue un “medio orgasmo” como los llamó yo. ¿Qué quiero decir? Sencillo; sí me corrí pero no con todo lo que almacenaba en mi interior, siendo además un poco más flojo que los normales. Pero como me conozco, sé que si no aumento la sensación  se me bajaría igual, algo que no quería que ocurriera puesto que, lo que de verdad era mi deseo, quería dar el máximo placer a mi mujer…

¡Sí! ¡Qué coño, mi mujer…! Nata ya era mi mujer y lo sería para siempre. Y queriendo “marcar territorio”, masculinamente hablando, empecé a moverme con saña y velocidad en el interior de ella. Al estar todavía bajo los efectos de su propio placer Natalia no pudo defenderse de mi ataque, teniendo que limitarse a seguir gimiendo y gozando de mi movimiento en su interior. Me llevé la grata sorpresa de ver que mi amada volvía a culminar una vez más sólo que esta vez pareció quedarse en el momento álgido o a sufrir varios orgasmos consecutivos de nivel medio (lo digo así porque ni siquiera ella es capaz de diferenciarlo). Su placer, una vez más, se tradujo en un aumento de la presión de su vagina sobre mi congestionado miembro, que no tuvo más remedio que liberar ya el resto del semen de mi interior, chapoteando con la mezcla de nuestros elixires y haciendo que, al notarlo, estallara la explosión definitiva en el cuerpo de mi querida hermanita. Poniendo  los ojos en blanco y engarfiando las uñas sobre mi pecho soltó una especie de mugido o gran exhalación, cayendo totalmente inerte sobre mí que trataba como podía de volver a recuperar un ritmo respiratorio normal. Nuestros cuerpos se hallaban totalmente sudados pero satisfechos.

Tumbándose a mi lado se giró sobre su costado, mirándome con infinita ternura y amor, totalmente correspondido por mi lado. No hablamos. Nos dimos unos tiernos besos y, sin darnos apenas cuenta, nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro.

Desperté varias horas después de la mejor forma posible, con el cuerpo desnudo de Natalia abrazado al mío propio. Su cara de paz me maravilló. Es una belleza siempre pero era la primera vez que la tenía dormida tan cerca y tan hermosa como se la veía en este momento. Si aún quedaba algo en mi cuerpo que no la amara, esto había sido corregido al verla de semejante guisa.

La estuve mirando embelesado durante un buen rato hasta que por fin abrió sus preciosos ojos color esmeralda. Os juro por lo más sagrado que la sonrisa que me dedicó haría fundir el acero más templado. ¡Dios, qué guapa es mi niña! (creo que me estoy repitiendo, ¿no?). Volvimos a besarnos y a hacernos arrumacos. Aunque me sentía feliz, aún me quedaba una pequeña duda que me roía por dentro.

– ¿Nata, te arrepientes de lo que hemos hecho o… no sé, algo?

– No. Si me quedaba algún tipo de reparo se ha esfumado por completo. Te juro que lo que me has hecho sentir al hacerme el amor no lo había sentido nunca. Y no me refiero al sexo, sino a todo. El polvo que me has echado ha sido el mejor de toda mi vida pero el sentimiento que he tenido mientras lo hacíamos no lo sentí nunca. Ahora mismo, si me preguntaran, sólo podría decir que me siento plena a tu lado, que no deseo nada más en la vida que seguir a tu lado. Y te juro que lo que diga cualquiera me la trae al fresco.

Oírla decir eso me despejó cualquier duda. Y mi determinación era la misma. Ahora que nuestros sentimientos estaban claros y perfectamente definidos, NADA sería capaz de separarnos, sólo la muerte e incluso, sobre eso, tenía mis dudas.

– ¿Cómo se lo vamos a contar a nuestros padres? Estoy seguro de lo que quiero y de que nada podrá ya separarme de ti.

– Bueno, no te preocupes de eso por ahora. –me dijo con una enigmática sonrisa que me hizo pensar que ella ya tenía la solución para ese tema.– Lo que tienes que hacer ahora es volver a amarme, hombre mío.

Y diciendo eso se abrazó de nuevo a mí, volviendo a comerme los labios con los suyos y buscando mi lengua con la suya. Había pasado el suficiente tiempo como para recargar mi “arma amatoria” que volvió a ponerse igual de dura que el asta de una bandera. Natalia dejó mi boca y bajó a mi pecho, dándome tiernos mordiscos a mis pezoncillos que se endurecieron por sus caricias. Siguió bajando por el suave vello de mi pecho hasta que llegó a mi entrepierna. Ante mi sorpresa y ningún tipo de consideración, se embutió mi falo hasta que llegó a su garganta de igual manera a como hicimos el amor anteriormente. Es decir, sin prisas pero con decisión y sin importarle que estuviera algo sucia por nuestro encuentro anterior.

Subía y bajaba de forma sensual, usando su lengua para estimular el trozo de pene que mamaba en cada momento. Cuando llegaba a su tope sacaba un poco la lengua para acariciar la polla que no era capaz de comerse sin dejar de mirarme a los ojos. Cuando sus labios llegaban hasta el glande cuando retrocedía, con sus carnosos labios hacía como si me diera un chupetón y luego relamía la rajita de mi polla con la lengua. Os juro que es la visión más erótica que se puede tener en la vida. No me dejó hacerla nada y siguió con esas maniobras. ¿Y quién es el guapo que aguanta el tipo ante tamaña mamada? Yo, desde luego, no. La aguanté apenas 5 minutos antes de llegar al punto de no retorno. Intenté que se quitara ante mi inminente orgasmo pero no me dejó. Volvió a hacer lo de los chupones sobre mi glande dejando el máximo de boca libre para recibir mi leche, que sin tardanza empezó a salir a borbotones llenando su cavidad. Puedo decir sin exagerar que sentía casi que se me iba la vida en cada trallazo de leche que salía de mis huevos. Conté seis disparos en total, cuatro fuertes y dos devastadores (los dos primeros) que hicieron que me tensara como la cuerda de una ballesta.

Cuando Natalia comprobó que ya no salía nada de mí, abrió la boca enseñándome la isla que hacía su lengua en el mar de mi leche y, guiñándome un ojo, se lo tragó todo haciendo más ruido del característico. Menuda mamada.

Ahora era mi turno, claro. La besé notando aún el sabor de mi leche en su boca y, mientras lo hacía, conseguí que se tumbara sobre la cama, situándome yo encima. Al igual que ella dejé sus labios para ir bajando por el resto de sus puntos erógenos. Esto queda muy bien escrito pero os recuerdo que los puntos sensibles de las mujeres son bastantes más que los de los hombres. Traducción, mucho trabajo por mi parte pero… bendito trabajo.

Primero jugueteé con los lóbulos de sus orejas, echándola suaves ráfagas de aliento sobre los oídos cuando estaban bien mojados, provocando en ella escalofríos y que se la pusiera la carne de gallina. Para que no fuese muy monótono y por su cercanía también jugué con su cuello de la misma forma. Natalia ya jadeaba quedamente ante mis caricias. A todo esto, empecé a acariciar y a jugar con sus pechos (que descubrí que son más sensibles de lo normal), dando pequeños pellizquitos en los pezones o arañando con suavidad los mismos con las uñas, volviendo loca a Natalia.

Cambié de caricias, dedicándome a su vientre mientras seguía trabajando los pechos con las manos, metiendo la lengua en su ombligo aumentando sus escalofríos (sí, reconozco que fui un poquito cabroncete) mientras la acariciaba los costados y el vientre alternativamente. Así estuve hasta que me pidió ronca de placer que no la hiciera sufrir más y, como buen chico, sus deseos fueron órdenes.

Enterré mi voraz lengua en su coñito, embriagándome con el fuerte licor que destilaba entre la excitación del momento y el conjunto de nuestros fluidos de la anterior vez. Lejos de sentir asco me pareció el más sabroso de los elixires. Alternaba las caricias a su clítoris con introducciones de mi lengua en el interior de su vulva, en un movimiento de imitación de estar recolectando, haciendo que sus gemidos se tornaran sincopados. Viendo que estaba muy excitada y que me sería fácil volverla loca, me centré en suaves caricias en su botón de placer, sin forzarlo ni apretarlo en exceso, simultaneando con la introducción de, primero uno y después dos, dedos en su interior, buscando su punto G al que localicé por sus rugosidades. Fue automático. Moví con rapidez los dedos de izquierda a derecha sobre su punto G mientras mi lengua se enroscaba sobre su clítoris, sorbiendo con delicadeza pero con decisión.

Natalia llegó a un orgasmo fortísimo. Pero en su punto álgido seguí con mis maniobras, aumentando la fuerza de la lengua y añadiendo un movimiento de follada al que ya tenían mis dedos. El resultado para ella fue demoledor. Soltó de su interior una cantidad de jugos que parecía que se orinaba en lugar de correrse amén de tensarse como una vara. Bajé la intensidad de mis caricias para que reposara y disfrutara de las últimas dos corridas. Era delicioso verla como estaba, con un intenso rubor en la piel, la frente con un poco de sudor y con una sonrisa de felicidad.

Cuando se calmó un poco, mirándome con ojos que presagiaban más lujuria todavía, se volvió a meter mi pene en la boca para volver a ponerlo en forma, algo difícil puesto ya había conseguido “secarme” previamente y mi miembro no pasaba del estado morcillón. Y así se lo hice notar.

– No vas a conseguir que se ponga dura en un buen rato. Me has destrozado antes y necesito descansar un poco. –la dije poniendo cara forzada de cansancio, intentando aumentar la convicción de mis palabras.

– No te lo crees ni tú. Voy a follarte otra vez y quiero volver a sentirme llena de tu leche.

– Bueno. Si quieres conseguir agujetas en los mofletes… –sonreí pícaramente.

– No sabes todavía con quien te la estás jugando, “nenito”.

Volvió a la carga. Al estar mi polla sólo morcillona se la metió toda entera en la boca, manteniéndola profundamente mientras me miraba a la cara. La imagen era súper excitante… pero seguía sin empalmarme por completo. Natalia intentó otra jugada. Empezó a alternar la mamada con comerse mis huevos. Los metía en la boca, acariciándolos con la lengua, primero uno, luego el otro… Eso sí que tengo que reconocer que no me lo habían hecho nunca y que me estaba volviendo loco. Mi pene reaccionó un poco, tornándose más duro pero sin llegar a su esplendor.

Entonces Natalia hizo su jugada definitiva. Alternó ya las caricias a mi polla y huevos con jugar con su lengua en mi ano, empapando mi  ojete. Aunque no lo vi en el momento, también se encargó de lubricarse el dedo anular. Volvió a meterse la polla en la boca, hasta el fondo, y mientras me miraba a los ojos me empezó a penetrar con su dedo por el culo. No sabía que mi hermana sabría buscar el famoso punto “P” de los hombres pero, esa maniobra decantaba que buscaba estimular mi próstata desde el interior de mi ano. Y lo logró. Dándome un gusto nunca antes experimentado mi falo llegó a su máximo esplendor (y si fuera posible diría que incluso parecía haber crecido y engrosado). Natalia siguió un poco más con la estimulación hasta que consideró que ya valía y, una vez más, apuntó con mi pene en su vagina y se acuchilló de un tirón hasta el fondo. Además lo hizo no medio tumbada encima de mí, como antes, sino en cuclillas consiguiendo mayor movilidad. La sujeté por sus caderas y culo para evitar que se pudiera salir mi pajarito de tan cálido nido y ayudarla con los movimientos amatorios.

Ésta vez sí que fue un polvo salvaje del todo. Natalia saltaba sobre mi polla parando cuando se juntaban nuestros cuerpos y cuando mi polla estaba a punto de salirse de su interior. Buscando, además, aumentar su placer no paraba de estimularse el clítoris hasta que noté que estaba a punto de correrse. Pero yo ya, presa de la pasión, necesitaba tomarla de otra forma. La bajé de encima de mí e hice que se pusiera en la posición de perrito. Poniéndome tras ella, me metí dentro hasta los huevos, iniciando una follada desbocada. La encantó esta postura porque ya no gemía tan quedamente como antes sino que lo hacía de forma alta, sin gritar pero sí más audible. Seguía estimulando su clítoris porque notaba que, de vez en cuando, aprovechaba también para llegar a mis huevos y acariciarlos cuando se unía mi pubis al suyo. Poco tiempo después se desataron nuestros orgasmos. En este caso Natalia sólo tuvo uno pero bastante largo y fuerte (según me dijo ella) que coincidió cuando la poca leche que quedaba en mí rellenó por última vez su vagina.

Ambos estábamos exhaustos. Pero felices, muy felices. Nos volvimos a abrazar y a comernos a besos mientras nuestros cuerpos (y la habitación en general) emanaban un olor a sexo fuerte. ¿Cómo no iba a ser así si estábamos pringosos de arriba abajo? Cogidos de la mano nos dirigimos a la ducha dejando abierta la ventana para ventilar la habitación. En ella (la ducha me refiero) seguimos besándonos mientras nos frotábamos mutuamente nuestros cuerpos con las manos, pasando de las esponjas (lo siento Bob) y dejando pasar las palabras ya que eran innecesarias. Sólo teníamos que besarnos y mirarnos.

Así estuvimos todo el fin de semana hasta que volvieron nuestros padres. Y me vais a permitir que dejé el resto de lo que ocurrió sólo para nosotros dos, más que nada porque sería repetir muchas veces lo anterior.

Cuando volvieron nuestros padres yo estaba nervioso, por no decir que acojonado vivo. Natalia, sin embargo, aparentaba estar tranquila e incluso divertida por mi acojone. Nada más entrar por la puerta y besarnos ambos, mi madre dijo.

– Bueno. Parece que han ido las cosas bien por aquí. Os veo muy buena pinta a los dos. –esto último lo dijo con un énfasis especial mientras me miraba. Algo debió notar y me empezaron a dar las mil cosas en pensar que mi madre detectara algo antes de que me diera tiempo a pensar cómo les venderíamos la moto. Pero ante mi asombro, Natalia se me adelantó.

– Bien. Muy bien de hecho. Coque y yo lo hemos arreglado todo y ya te puedo decir que está todo encarrilado.

– ¿Entonces? –mi madre hizo esta pregunta con cara un poco ansiosa.

– Bueno. Ya se le ha pasado toda la caraja a éste –me señaló– y no se va a ir a ningún sitio. Por lo menos no sin su pareja…

Sudores cayeron por mi frente, amén de estar con la boca abierta y los ojos como platos ante el desparpajo de mi hermana aunque ya fue mi madre la que terminó de rematarme.

– Entonces se puede decir que sois pareja formal, ¿no?

– Sí, mamá. Hemos definido de forma clara nuestros sentimientos y ambos son correspondidos. Y ese fue el problema de Coque, que no lo afrontó bien y no me dijo nada. Si no, nada habría pasado.

– Bueno. No puedo decir que me haga muy feliz la situación, pero dado lo ocurrido creo que es la menos mala de todas las opciones. Sólo necesitaremos un poco de tiempo tu padre y yo para hacernos a la idea pero, desde ahora, deciros que tenéis nuestro apoyo y comprensión. Ante todo deseamos la felicidad de nuestros hijos y si para ello es necesario esto, que así sea. Dadme un beso los dos.

A pesar de estar pétreo al entender lo que se había hablado, no pude hacer otra cosa que abrazarme a los dos, a mi madre y a mi padre, mientras mis lágrimas salían libres. Sí, reconozco que seré un poco llorón pero reconoced que la situación es muy muy muy fuerte. Ahora sí me sentía liberado y sólo me faltaba que mi hermana se abrazara a nosotros, cosa que hizo a un gesto mío, llorando los cuatro.

Puedo decir muchas de las cosas que nos dijimos en esa tarde de domingo pero, para no hacer ya más largo aún este relato, decir sólo que me enteré que mi hermana se lo contó a mi madre cuando se me escapó decirla que la quería. Estuvieron hablando mucho y, con la ayuda de mi madre, Natalia también consiguió aclarar sus propios sentimientos. De hecho, fue un ardid de mi madre el dejarnos el fin de semana para poder hablarlo todo aunque no se esperaba que al final fuese todo tan rápido. Hemos quedado en que ambos terminaremos nuestras carreras y, en cuanto podamos, nos iremos a vivir juntos a un piso en otro barrio donde no nos conozcan para poder hacer vida de pareja. Pensamos en cambiar de ciudad pero no es necesario al ser grande y tampoco queríamos separarnos de nuestros padres. Con un poco de tiempo se hicieron a la idea y dentro de casa nos tratan como si fuéramos una pareja normal, cosa que agradecemos ya que bastante debemos disimular día a día.

También hemos llegado a un pequeño acuerdo con ellos. Siempre que mantenemos relaciones lo hacemos cuando ellos no están en consideración a lo que podrían sentir. Aunque también reconozco que ambos procuran dejarnos “el camino libre” bastantes veces. Natalia se ha destapado como una auténtica fiera. La gusta todo a la jodía y, en cuanto me pilla por banda, me deja más escurrido que la ropa del tendedero en verano. Descubrió que la gustaba que a veces la tratara más bruscamente, como si fuera una puta barata, con humillaciones verbales y sexo duro, incluyendo el sexo anal (que la encantó cuando lo probó). Aunque también es cierto que, después de toda la fogosidad, la última relación que mantenemos es lo que se llama “hacer el amor” con toda su extensión. Es el polvete más largo, tranquilo y placentero puesto que somos capaces de estar una hora con él, buscando sólo el contacto de nuestros cuerpos y la unión de nuestras almas.

Al final, después de todo, puedo decir que sé que seré el hombre más feliz de la tierra junto a mi mujer que no es otra que mi dulce, preciosa, cariñosa e increíble hermanita Natalia. Y sabré esforzarme para conseguir también su felicidad… hasta que la muerte nos separé y quizá más allá.