Copulando en la Covacha

Ana y Carlo descubren algo más en su clase de dibujo y se entregan al placer.

Ellos Copulan en la Covacha

Ana es de las chicas que no quiere aceptar el amor en su vida porque tiene miedo que la vayan a engañar, y que no resulte tal y como lo espera. Ese sueño donde el príncipe azul está ahí para demostrarte que puede ser fiel hasta el final; una situación que ella sólo ven en los cuentos que ya está muy crecida para leer. Ahora sólo lee novelas de terror y se escuda en esa misma personalidad para que los demás no piensen que está deseosa de explorar otras situaciones en la vida. El sexo que tanto le atrae, pero tiene miedo a reconocer que cada noche sueña con tener un hombre dentro de él, y demostrarles a los demás que la niña ya creció. En cambio Carlo sólo quiere placer y dentro de su egocentrismo narcisista desea encontrar a alguien que le demuestre que pueden llegar a algo más profundo. El sexo salvaje con el que él siempre soñó, y aún sueña cada vez que se levanta a media noche, cubierto de sudor, pero sólo. Igual que Ana.

El destino se burló de ellos y se conocieron en una clase de dibujo, y desviaron la mirada ante el penetrante sentimiento del amor. Fue casi instantáneo, pero ella tenía miedo a dejarse enamorar. Pocas semanas después, él se sentó junto a él y acarició su mano bajo la mesa, tiernamente. Ambos estaban excitados y por más que lo negaran, necesitaban esa oportunidad para demostrar el sexo adolescente que crecía dentro de ellos.

"Vamos a la covacha Ana", dijo Carlo, refiriéndose a la pequeña bodega que tenían en la librería, donde tomaban la clase de dibujo. Ella tembló ante la idea, y se dejó llevar ante la primera orden de la noche.

Entonces ambos se levantaron y tomados de la mano se alejaron de todos los demás y se ocultaron para declarar su amor prohibido.

Así, sin una sociedad que los reprimiera, se besaron. La mano de Carlo acariciaba lentamente el cuello de Ana y ella se dejaba penetrar por la lengua loca de su nuevo amante. Entonces ella recordó todos esos momentos en que ella recordaba todos eso momentos en que Carlo presumía de su cuerpo y sin pensarlo un momento más, le empezó a quitar la camisa blanca que tenía. Los botones no cedieron ante la excitación y Carlo ya mostraba una erección que los iba calentando a los dos. En pocos segundos el ya mostraba su pecho desnudo y ella vio los pectorales duros de su amado. Pasó la mano por todo su pecho.

"¿Te gusta lo que estás viendo? Yo sé que ninguna mujer puede resistirse a Carlo. Con tal de complacerme me vas a obedecer. ¿Verdad Ana?"

"Sí, Carlo. No quiero hacer nada para enojarte"

Y la excitación dio fruto cuando Ana se dio cuenta que el cuerpo de su amado se empezaba a cubrir de sudor y ella quería probarlo. Alargó su lengua para saborear el jugo de macho que escurría.

"No, Ana. Habrá tiempo para eso. Por ahora tendrás que quitarte la ropa lentamente ante mí para que pueda admirarte."

Y ella empezó con movimientos felinos que fueron dejando caer prendas negras hasta que Carlo pudo ver esos pechos redondeados con los que tanto había soñado. Los tomó con las dos manos. Ella sólo portaba una tanga negra.

"Son hermosos"

"Son tuyos", dijo Ana.

"Y tú eres mía. Cumplirás mi fetiche. Te arrodillarás ante mí para demostrar que soy superior. Me quitarás los zapatos y demostrarás todo el amor que me tienes."

Ella se había convertido en una sumisa, y cuando se arrodilló frente a él, le deslizó sus tenis fuera y después sus calcetines.

"¿Qué esperas? Te di una orden", dijo Carlo y ella emitió un gemido leve de aceptación. Se inclinó para pasar por su lengua cada uno de los dedos de su amo y saborearlos, mientras los masajeaba un poco. Él cerró los ojos y echó la cabeza para atrás. Poco a poco las manos de Ana fueron subiendo hasta el cierre del pantalón. Abrió el botón y de un movimiento rápido lo bajó para revelar un bóxer rojo que apretaba sus muslos.

"Eres una perra golosa", dijo él.

"Quiero que me melcoches aquí y ahora", concluyó Ana al bajar el bóxer rojo por completo. Una gran verga peluda saltó hacia su cara y no hubo que dar órdenes porque ella lo engulló de inmediato y le dio a Carlo una mamada como él nunca había experimentado en su vida. Estiró los brazos hasta tocar las paredes de la covacha y empezó a gemir. Ana se detuvo por un momento y le metió el bóxer en la boca para que se callara. La mamado continuó por varios minutos más hasta que la leche de Carlo salpicó toda la cara de Ana.

"Levántate", ordenó y en cuanto lo hizo, él empezó a lamer su propio semen de la cara de su amante sumisa. "Listo, ahora está limpia para que tu rey pueda penetrarte, mientras contemplas mi hermosura."

"Sí, soy una chica mala y merezco ser castigada por el rey."

Era el momento que ambos esperaban y seguramente negarían. De nuevo Ana se dejó penetrar por la lengua de Carlo, mientras él le arrancaba la tanga de un solo movimiento. Ella se cubrió.

"No hagas eso. Dentro de estas cuatro paredes no existe el pudor, sólo lo que yo diga. En este covacha yo soy el rey."

Así tenía que ser, porque Carlo era el ser dominante de la relación. Su ego mandaba sobre la voluntad de Ana, y ella quería ofrecerle su virginidad a él desde hacer varios días. Esperaban la penetración, y lentamente empezó a suceder. Primero vino la punta, después entró el pene entero y lo que Ana sintió al principio no fue placer, sino dolor. Carlo volvió a gemir de placer y esta vez el plan para callarlo fue muy diferente. Su cabeza fue forzada a envolver el pecho de Ana, a saborearlo y lamerlo. Y en esa excitación, su pelvis aceleró su movimiento. Pronto todo culminó en un a explosión de leche y sudor.

Un ruido se oyó fuera de la puerta.

"Nos están espiando", comentó Ana.

"Me gusta que me espíen cuando tengo sexo para que tengan envidia de lo que soy capaz, de todo mi cuerpo. Me gusta que admiren a Carlo. De hecho vamos a darle un espectáculo al fisgón", finalizó él.

La volteó y acarició suavemente sus nalgas, llenó su pene de saliva y le dio un tarascón en el culo. Ahora la estaba cabalgando y ella se resistía ser penetrada analmente, pero no era su voluntad la que contaba. Era la de Carlo. Su nuevo amor, el rey de la covacha.

Hubo un orgasmo de su parte también, y en ella vino el primero. Quedaron dos cuerpos sudados, fundidos en uno sólo, abrazados en la covacha.

"Ahora sí hay suficiente sudor para que lamas todo mi cuerpo. Quiero estar totalmente seco para que me vistas cuando termine", y ella lo hizo con gusto, saboreando especialmente el sudor de sus bolas. Después lo volvió a cubrir con ropa y se puso en cuatro para lamer sus tennis. Después se levantó desnuda, tímida como cuando entró. Dejó que su nuevo amo la manoseara a su gusto, que pasara sus dedos entre el pelo, que la vistiera mientras la seguían manoseando y finalizaron con un beso que los cambió todos.

"Penétrame otra vez, por favor", gimió ella.

"Sí, todas piden más de Carlo, pero no tendrás más por esta semana." concluyó él mientras abría la puerta y me encontraba a mí. El fisgón. Me dio unas palmaditas en la espalda.

"Espero que te hayas divertido", y con estas últimas palabras regresó a la clase de dibujo.

"Yo…" intenté protestar inútilmente.

Pronto sentí una mano cálida en mi espalda.

"Espero que no le digas nadie", y Ana se fue también.