Convivencias

Me arrepentí de mis palabras cuando me empaló de un puntazo con su tranca. Tal fue el dolor que tuve que morder la almohada para no soltar un grito desgarrador. Pero aunque amortiguado sonó un estremecedor quejido. Ahora sí que parecía un alma en pena.

Tras el primer encuentro en el despacho del Director se inició una nueva etapa en mi vida sexual. Durante el resto del curso Don Pancracio me estuvo enculando  cada vez que podía. Y yo ponía el culo gustoso. Extrañamente le seguía tratando de Vd, cosa que me ponía mas burro. Lo volvimos a hacer en su despacho , pero también a veces me llevaba en el coche a algún descampado y me follaba en la parte de atrás, incluso pasamos algún fin de semana  en un motel de las afueras dandole caña sin tregua durante toda la noche.

Era puro sexo y puro vicio. Y aunque me trataba con mimo nunca fue excesivamente cariñoso conmigo. Después de la primera vez que besó mis labios nunca mas lo volvio a hacer. Era un objeto sexual para él y yo en realidad tampoco quería otra cosa.

Como ya os dije en mi primer relato desde muy pequeño me gustaron las pollas. No los hombre que no me importaba como fueran. Las pollas y punto.

Como dato positivo de mi relación con el Director fue que mi expediente mejorará enormemente. Y no es que estudiara mucho más, digamos que mis buenas notas las alcance por inseminación. O tal vez por algunos exámenes olvidados sobre la mesa del Padre.

De forma que cuando acabó el curso estaba entre los mejores alumnos de la promoción. Por desgracia las pruebas de selectividad “

no me salieron muy bien”

  • Que mala suerte, hijo- me decía la ingenua de mi madre.
  • Es que me puse muy nervioso - me disculpaba. Y no pude tirarme al tribunal pensaba para mis adentros.

No obstante alcancé sin problemas la nota de corte para poder matricularme en la Facultad que quería. Además como premio por finalizar mi formación en el colegio entre los mejores de la promoción, fuí invitado a unas convivencias con los alumnos más brillantes de la Institución en toda España.

  • ¿Y Vd irá Padre? - le pregunté a D Pancracio cuando me comunicó la noticia
  • Sí hijo yo también asistiré - me respondió circunspecto.

Así que a mediados de Julio nos encontrábamos en una furgoneta acompañados de dos alumnos más y otro profesor camino del norte de España.

Cuando llegamos me encontré con una vetusta construcción de piedra que a pesar de estar rehabilitada guardaba la austeridad del románico tardío. Unos pequeños ventanucos eran toda decoración en los anchos muros de piedra y una pequeña iglesia en la que destacaba bello pórtico con hermosas tallas en piedra, era el única construcción cercana al convento en aquel apartado y angosto valle.

Tras descender del vehículo de forma inmediata nos acompañaron a nuestras habitaciones. D. Pancracio me dejó para el último. Cuando abrió la pequeña puerta y pasamos al interior el que me quedé de piedra fui yo.

Era una auténtica celda monacal del medievo. Altos techos abovedados, toda ella enjalbegada de un blanco impoluto. Un rayo de luz entraba por el ventanuco tan alto en la pared que solo el cielo se podía ver a través de él. El  mobiliario constaba de una rústica mesa de madera, una silla y un pequeño camastro con la cama sin hacer. Sobre él unas sábanas y una manta. Por toda decoración un crucifijo de madera.

  • ¿Y donde pongo mis cosas? - le pregunté

Se acercó a una cortina que había en una de las paredes y descubrió un hueco en el muro habilitado como rudimentario armario.

  • Colocá tus cosas y haz la cama. En un cuarto de hora abajo en el vestíbulo- me dijo saliendo a continuación de la estancia.

Me quedé mirando el contorno anonadado.

  • ¡Joder menudos lujos! - no pude dejar de exclamar en voz alta.

En menos de cinco minutos acabé mis labores y bajé al punto de encuentro. Allí ya se encontraban alguno de los jóvenes estudiantes y algún profesor. Era abundante la presencia de hermosos, lánguidos y delicados muchachos, aunque tambien se veia alguno mas fortachon que destacaba entre tanto efebo.

Cuando al fin llegaron todos los que faltaban nos hicieron un recorrido enseñándonos las instalaciones. El comedor estaba acorde con el lugar pero el abundante mostrador del self-service me hacía pensar que hambre no íbamos a pasar. Había también una pequeña biblioteca con estanterías que repletas de volúmenes llegaban hasta el techo.

Un enorme salon con toda clase de máquinas recreativas, billares, futbolines, ordenadores y plagada de mullidos sofás y sillones; contrastaba enormemente con la austeridad del resto de las instalaciones.. Al fondo se veía una barra de bar bien surtida y una música moderna aunque un poco ñoña sonaba por los altavoces.

  • Bien muchachos. Tienen bebidas en la barra. Pero sean prudentes. Recuerden  en la moderación está la virtud. Templanza pues hijos, Templanza. - Nos dijo sin mucha convicción un hombre gordinflón, que parecía estar al mando

Lo que quedó patente cuando inauguró la barra sirviendose una cerveza en una jarra de considerables proporciones. Todos nos surtimos con distintas bebidas y cada uno se dirigió a lo que más le gustaba. Enseguida se llenó el salón del ruido de entrechocar bolas en los billares,  el golpeteo de los futbolines  y las trepidantes músicas de los videojuegos.

Yo estaba mirando la colección de cds cuando sentí a alguien a mis espaldas. Al volverme vi a D. Pancracio.

  • ¿Quieres ver el huerto y las cuadras? - me dijo en un susurro.
  • Vale - le respondí.
  • Te espero en el vestíbulo - me dijo mientras se alejaba de mi.

Minutos después abandoné la ruidosa congregación y fuí a su encuentro. Salimos al exterior y nos dirigimos a una construcción adosada al edificio cuyo portón denotaba a la legua su uso como establo y pajar. Delante de él un cuidado y surtido huerto.

  • Ven que te voy a enseñar el ganado - me dijo el cura.

Entramos por el portalón en la edificación que se encontraba en penumbras. Un olor a boñiga fresca y heno me golpeó las narices. Me asusté cuando de entre las sombras vi moverse a alguien hacia nosotros.

  • Buenos tardes Don Pancracio. Cuanto tiempo - dijo una voz
  • Buenas tardes Lorenzo - le contestó el Padre mientras le estrechaba la mano.

Era un viejo enjuto y arrugado con esa tez que aporta el trabajo duro en el campo.

  • Miré Arraiz. Este es Lorenzo, nuestro hortelano y quien se cuida del ganado. Es una auténtica joya no se que haríamos sin él.

El viejo me estrechó la mano con firmeza y con un golpe de cabeza se dio por presentado.

  • ¿Me permites que le enseñe el establo al muchacho?
  • Como no Padre.
  • ¿Quieres acompañarnos? - le preguntó el cura.
    • Lo haría con mucho gusto, pero en estos momentos tengo mucha labor en el huerto. Así que si no tiene inconveniente prefiero que lo hagan solos - le contestó al cura.

Un destello pícaro chispeó en sus ojos.

  • Vete, vete Lorenzo. No lo dejes por nosotros

El hortelano se marchó tras despedirse.

El cura me enseñó todas la instalaciones y cuando llegamos al lugar más apartado y oscuro, me  cogió una mano y la puso sobre su sexo.

  • Mira como estoy. Atiéndeme un poco. - me dijo con la voz cargada de vicio.

Efectivamente tenia la polla a reventar, pude comprobar mientras se la agarraba a través de la ropa.

  • ¿Pero…..? ¿ Y si viene Lorenzo? - le pregunté un poco nervioso.
  • No te preocupes. No vendrá. Es de total confianza- me tranquilizó.

La verdad sea dicha que yo tambien tenia ganas de polla. Y más en aquel lugar y con el cura vestido de montañero. Aunque no era la primera vez que le veía ataviado sin la sotana, con aquella ropa me excitaba sobremanera.

Le bajé la cremallera de los pantalones de pana y metí la mano buscando la tranca que tanto me gustaba. Me introduje en su calzoncillo y la encontré dura, caliente y babeante como nunca.

Le empecé a masturbar con deleite. El cura suspiraba.

  • ¿Me la chupas? - me dijo tras unos minutos

Me dejé caer de rodillas y como un poseso me afané en liberar tan hermoso cipote. ¡Como brillaba su glande en la penumbra!

Y entonces le hice una mamada de las que hacen historia. El olor del establo me hacían sentirme mas cerdo y mientras se la comía hambriento me saqué el rabo empezando a masturbarme.

Estábamos tan calientes que yo no tardé en correrme y me percaté que él también estaba a punto cuando me agarró la cabeza y sentí su rabo hincharse y convulsionar. Trallazo tras trallazo disparó su lechada en mi boca. Me afané en tragar tan delicioso brebaje y permanecí mamandosela hasta que extraje la última gota. Solo la saqué  cuando empezó a encogerse entre mis labios.

Salí por el portalón aun relamiendome.

  • ¿Te ha gustado la leche? - oí una voz.

Sobresaltado miré hacia donde procedían aquellas palabras.  Era Lorenzo que me miraba apoyado en una azada

  • ¿Queeee? - le dije mientras me sonrojaba.
  • Don Pancracio suele ofrecer a sus invitados leche recién ordeñada. ¿No lo ha hecho contigo? - me dijo con cara extrañada.

Miré al cura y a Lorenzo sorprendido. Unas sonrisas cómplices se empezaron a dibujar en sus rostros.

La cena fue cojonuda como me esperaba. Que bien se cuidaban los cabrones de los curas. Después se hizo la primera convivencia en el fuego de campamento con queimada incluida. A medida que el pote fue menguando las desinhibiciones se desataron y algunos empezaron a soltar más pluma que una bandada de gansos en la muda. Me daba la sensación que muchos de nosotros, si no todos, habíamos alcanzado nuestros meritorio status por inseminación y no precisamente artificial.

En cambio los tutores se apartaron del grupo reuniéndose entre ellos. Eso no impedía que nos mirasen como una manada de lobos hambrientos a un rebaño. Pero guardaron las formas en todo momento.

Ya un poco colocados nos dirigimos cada uno hacia nuestra celda.

Estaba a punto de dormirme cuando empecé a oír unos gemidos lastimeros. En el silencio del convento produjeron tal efecto en mí que cagado de miedo metí la cabeza bajo la almohada. Las imágenes de frailes cadavéricos cantando lúgubres misereres se agolparon en mi cabeza y se me puso toda la piel de gallina.

Cuando oí el chirriar de la puerta, despavorido, me incorporé raudo y encendí la lamparilla pinzada en el cabecero de la cama.

Un hombre de espaldas, en pijama de rayas, cerraba la puerta y ponía la aldabilla. Cuando se volvió respire aliviado.

  • Don Pancracio ¡Vaya susto que me ha dado! - exclamé al verle

Puso un dedo en la boca indicándome que guardar silencio. Caminó silencioso hacia mi lecho y apartando las sábanas se tendió a mi lado apagando la luz.

  • ¿Tenías miedo? - me preguntó quedamente.
  • Estaba cagado - me sinceré.
  • ¿No oye Vd esos quejidos lastimeros? - añadí.
  • Pues claro
  • ¿Y que son?
  • Hay quien dice que son las almas errantes de los frailes, condenados a vagar toda la eternidad entre estos muros en castigo por su concupiscencia y su vida disoluta abandonados al pecado nefando. - me dijo muy serio en un gutural susurro

Puse los ojos como platos.

  • Pero yo creo más bien que alguien está gozando - me dijo con tono guasón..

Me agarró la polla con ahínco.

  • Se te ha quedado chiquita. ¿No te alegras de verme?

Empezó a magrearme y enseguida me tenía con el rabo tieso.

  • Ya veo que sí - me dijo burlón.

Metió entonces la mano en mi pijama y empezó a masturbarme. Empecé a gemir de gusto.

  • No ves. Otra alma en pena se une al coro de penitentes- me dijo sarcástico al oír mis gemidos.

Me desnudó por completo para lamer y besar todo mi cuerpo con gula, mientras con parsimonia se acercaba a mi rabo que se engulló de un bocado cuando estuvo a su alcance. Me estaba derritiendo de gusto con su mamada pero no quería correrme tan pronto y además estaba ansioso por tener su polla enterrada en mi culo.

Así que lo aparté y fui yo el que comencé a quitarle el pijama. En el momento que lo tuve en cueros me abalancé sobre el cipote de mis sueños y empecé a chupar con ansia. Ya destilaba aquel liquidillo que me volvía loco. Se la ensalivé bien ensalivada e incapaz de esperar más a que me montase me tumbé sobre el pecho.

  • Metamela Padre. Folleme, ya no aguanto mas - le dije ansioso

Intento dilatarme con sus dedos pero yo tenía tal premura por sentir aquel pedazo de carne en mis entrañas que no estaba dispuesto a perder el tiempo en preliminares.

  • Con el dedo no. ¡Claveme la polla ya!. - le impetré.

Me arrepentí de mis palabras cuando me empaló de un puntazo con su tranca. Tal fue el dolor que tuve que morder la almohada para no soltar un grito desgarrador. Pero aunque amortiguado sonó un estremecedor quejido. Ahora sí que parecía un alma en pena.

Se detuvo aguardando que me serenase pero a los pocos segundos ya estaba moviendo mi culo reclamando que me follara. Y vaya si me folló.

El crujir de las tablas del catre con cada envite se acrecentó y percibí entonces, como si de un eco se tratara, el mismo sonido repitiendose por todo el convento. No era el único lobo que estaba montando a su hembra aquella noche sin luna.

Por primera vez me centré exclusivamente en mi goce. Sintiendo aquel cipote frotándose en mis carnes ardientes como nunca lo había sentido. Percibía cada pliegue, cada inflamada vena, los latidos de su piel en mi ojete Disfrutaba con cada penetración y  contraia mi esfínter estrujando aquel rabo para notarlo con más intensidad hollando mis entrañas. El roce en mi próstata hizo que mi verga comenzara a destilar de forma continua los jugos que atesoraba. Y como un manantial fui mojando el colchón. Me encontraba en un estado de  éxtasis continuo traspasado por aquel dardo de fuego, me sentía como en la Transverberación de  Santa Teresa asaetada por el venablo de ángel y no pude más que acordarme de sus escritos.

“Viale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto.”

Pero en mi caso no era un ángel el que hería mi corazón, más bien era el rabo del diablo que se clavaba en mi culo con furia. Y no me dejaba abrasado de amor a Dios si no del vicio y el morbo de ser sodomizado en aquel lugar bajo el crucifijo. Y aunque tambien sentia un poco de dolor, era mi cuerpo el que lo recibía junto al inmenso goce que aquella lanza me causaba en cada arremetida. Aquello no tenía nada de espiritual era de una carnalidad sangrante.

  • Eso,eso. Asi, asi - le decia entre gemidos
  • ¿Te gusta? - bufaba el Padre
  • Si clavemela con fuerza. Hasta el fondo.

El sonido de sus huevos golpeando mis nalgas, el crujir del camastro bajo nuestros cuerpos y los sonidos que emitiamos en la cópula, componían una sinfonía apasionada que estoy seguro traspasaba los muros de la celda y se expandía por todo el lugar. Pero de nuevo los ruidos amortiguados que llegaban a mis oídos confirmaban que no éramos solistas en la ejecución del concierto.

Eso me calentó aun mas y como poseído por el diablo empecé a soltar obscenidades por la boca.

  • Quiero más polla, dele fuerte. Follame cerdo. Montame como a una perra cabrón. - empecé a decir en voz alta.
  • Si seras maricon. Nunca encontré a ninguno que le gustase tanto que le diesen por el culo como a ti. Pero no grites que vas a despertar a todo el mundo.
  • Aquí no duerme ni Dios. La mitad del convento la goza con una polla clavada en el culo y la otra mitad con el rabo ensartado en un ojete. Asi que calle y folleme. - le ordené.

Entonces inició una monta salvaje. El catre se zarandeaba de tal manera que temí se pudiera descuajaringar. Me la clavaba frenético durante minutos y luego la sacaba dejándome caliente como una perra con el ojete ávido de más polla. Cuando le reclamaba ansioso que me la metiese me la clavaba de una tremenda estocada hasta la empuñadura y proseguía furioso taladrandome. Nunca nuestros lances fueron tan brutales como aquella noche.

Ansioso de sus fluidos mi culo comenzó a ordeñar aquel cipote con maestría. Le estrujaba el rabo, me movía en todas direcciones para conducirle al orgasmo y empecé a gemir como una experta ramera.

  • AhAhAh - repetía con cada una de sus arremetidas.

Al notar como su cipote se hinchaba contraje de tal forma mis músculos que no se si fue su polla la que eyaculó en mis entrañas o mi culo el que le exprimió su contenido. Un estallido telúrico partió de mi culo y recorrió todo mi ser convulsionadolo  a su paso. Mientras trallazo tras trallazo su cipote inundaba mi interior con su leche, mi verga empezó a derramarse continua como lava del volcán sobre el tálamo. Mi culo trepidaba, su verga palpitaba y nuestros cuerpos se agitaban en un orgasmo interminable.

Luego la calma.

Quedó exhausto, tendido sobre mi cuerpo mientras poco a poco aquel cipote portentoso se fue deshinchando hasta salirse de mi. Manó entonces todo su semen que deslizándose entre mis carnes anegó el jergón.

Mas poco duro el sosiego por que a los pocos minutos ya estaba amorrado a su polla. Y como un encantador de serpientes conseguí que de nuevo aquella cobra bailase para mi. Mas no fue la última vez que lo hizo aquella noche. Cuando en el resto del convento ya reinaba el silencio todavía se escuchaban nuestros gozosos gemidos en la celda. No sé las veces que su esencia me preño pero muchas fueron, hasta que ahitos de sexo y placer nos dormimos rendidos.

Sentí  como se levantaba con los primeros cantos de la alondra. Mientras se vestía apartó las sábanas que me cubrían y contemplo mi cuerpo bañado con la primera luz del alba.

Antes de salir por la puerta se dirigió a mi.

  • Vete y lava esa sábana. No le cabe una gota mas de leche.

Cuando hubo salido del cuarto me levanté y miré el lienzo. Estaba totalmente manchada por nuestras corridas. Me llevé los dedos al ojete y pude comprobar como su simiente reseca lo lacaba. Expulsé una última gota y goloso la recogí en la yerma y la metí en la boca.

Ya bien de mañana en la lavandería había cola. Mucha mariquilla hacendosa haciendo la colada dirigiéndose cómplices miradas. Cuando salí al exterior decenas de sabana bailaban al viento colgadas en las cuerdas de los tendederos, recordaban los velámenes de una antigua flota en formación de combate. En algún lienzo se vislumbraba alguna sombra rosada. Prueba fehaciente que aquella noche más de uno había perdido el virgo en el fragor de la batalla.