Convivencia

F/m, incesto

Helen había sido abandonada por su marido hacía ya nueve años y durante todo este tiempo la vida le había sido muy difícil. Había tenido que buscarse un empleo y trabajar horas extra para mantener a su hijo, ya que su situación económica no era muy buena y además había tenido que  criarlo ella sola desde que tenía seis años.

Siete años después, su situación había mejorado, y más habiéndole sonreído la fortuna en la lotería, en la que había ganado un millón y medio de dólares. Inmediatamente se había mudado con su hijo de un pequeño apartamento en el centro a una lujosa y grande casa en las afueras de Seattle. Allí, los dos llevaban una vida de abundancia y comodidad, sin necesidad de trabajar.

Helen se dedicaba a sus hobbies, la jardinería, la lectura, la televisión. . . y su hijo, David, iba al colegio y luego veía la televisión o se entretenía en su ordenador. Era un chico que no daba muchos problemas a su madre, ya que sacaba buenas notas y no solía salir demasiado. A sus quince años medía un metro setenta y tres, tenía el pelo moreno y el cuerpo de un adolescente aún formándose, delgado y no muy musculoso.

Por su parte, Helen, era una mujer de cuarenta años recién cumplidos, pelo moreno como su hijo que le llegaba por los hombros, algo entrada en carnes dada su edad, metro sesenta y cuatro y unas medidas de 98-76-100. En conjunto era una mujer que, a pesar de estar rellena, daba buena impresión.

La convivencia entre madre e hijo era bastante sencilla, ya que ambos se llevaban muy bien y cuidaban el uno del otro cuando estaban enfermos o tenían algún problema. Pero había una costumbre en David que a su madre la incomodaba un poco, y era que solía andar desnudo por casa desde muy pequeño. Era algo que siempre le había gustado, le parecía más cómodo y más natural. Helen recordaba cuando se había llevado todo el día detrás de su hijo subiéndole los pantalones a sus siete años, pero ya no se preocupaba aunque le incomodara. Y la incomodidad se debía a que David ya no tenía siete u ocho años, sino quince, y sus atributos masculinos habían cambiado con el tiempo.

Helen había visto evolucionar su pene flácido desde unos cuatro centímetros a sus ocho años hasta los diez u once que alcanzaba a hora, ya con mucho vello púbico a su alrededor. No es que a ella le importase que su hijo fuese una especie de nudista casero, sino el hecho de que verle tenía efectos naturales en su propio cuerpo, sintiendo cosquilleos alrededor de sus pezones cada vez que éste pasaba alrededor suya con su pene balanceándose. Una vez tres años atrás, David le había llegado a decir que podía ir ella también desnuda por la casa, pero no le había parecido una buena idea si iba a empezar a hacerlo cuando él tenía ya doce años, así que fue él el único que siguió con la práctica.

Una noche, cuando Helen estaba sentada en camisón en el sofá de su salita viendo la tele, David entró como de costumbre desnudo con su pene hacia abajo y se sentó en el otro extremo del sofá de tres plazas. Helen no prestó especial atención al hecho, salvo que tuvo una reacción lógica en sus zonas erógenas. Estuvieron viendo una de esas comedias tan americanas en la tele durante veinte minutos hasta que a Helen le entró hambre. Fue, moviendo su cuerpo de forma sexy, a la cocina y cogió un largo plátano, los cuales solían gustarle mucho a esas horas, porque satisfacían su apetito sin ser demasiada cantidad de comida. Volvió al sofá y se sentó donde antes lo había estado haciendo.

Mientras quitaba la piel al plátano, David la miró, recordando por unos instantes cómo se habían balanceado sus grandes tetas mientras veía andando de la cocina. Sin darse cuenta, su falo se puso en estado de semierección, con unos catorce centímetros que aún apuntaban hacía abajo.

Helen no se percató de ello, y habiendo quitado la piel al plátano, la lanzó hacia la mesa baja de madera de la sala, pero falló y cayó al suelo sobre la moqueta a los pies de David. Éste no tuvo tiempo de reaccionar y su madre se echó hacia delante a lo largo del sofá para alcanzar la piel. Al tener el plátano en una mano y el mando a distancia en la otra, no reparó en sujetarse el escote del camisón, y éste se abrió dejando a David ver sus tetas y gordos pezones en todo su tamaño. Helen sí se dio cuenta de esto, pero no prestó mucha atención hasta que vio que el pene de su hijo se apuntaba hacia arriba muy gordo y con más de 18 cm de tamaño. Sus testículos estaban muy duros también y David no sabía dónde meterse mirando a su asombrada madre enrojecido.

-Vaya. . . ¿Qué te ha pasado, David. . . ? -preguntó Helen algo contrariada.

-Bueno, yo. . . -se bloqueó éste.

-¿Se te ha puesto así de dura porque me has visto las tetas por el escote. . . ?

-Cr. . . creo que sí, mamá. . .

-Vaya. . . Bueno, no te preocupes. . . es natural. . . -lo tranquilizó Helen, que sentía su vulva humedecerse poco a poco con la conversación subida de tono.

Los dos siguieron allí viendo la tele, pero a David no se le bajaba la erección, así que, sin darse cuenta, se llevó una mano a su pene y comenzó a masturbarse lentamente. Helen, viendo por el rabillo del ojo moviemiento, miró a su hijo y descubrió que estaba jugando con su gran falo mientras seguía mirando la televisión.

-David. . . ¿Qué estás haciendo. . . ? -le preguntó alucinando.

-Eh. . . yo. . . bueno. . . Es que. . .

-¿Te estabas masturbando. . . ?

-S. . . sí. . .

-¿Pero es que sigues teniéndola dura. . . ? -le preguntó como si no lo supiera.

-Sí. . . ¿Te importa que me lo haga aquí. . . ?

-Haz lo que quieras. . .

-¿Quieres decir que me dejas hacerme una paja aquí. . . ? -preguntó algo incrédulo David.

-Sí. . . Ya te he dicho muchas veces que respeto lo que quieras hacer. . . incluso si lo haces delante mía. . .

-¿Y no te importa que te mire mientras lo hago. . . ?

-La verdad es que no. . . si tú me dejas que te mire. . . -le dijo Helen.

-Puedes mirarme todo lo que quieras, mamá. . .

Dicho esto, Helen se sentó con las piernas cruzadas sobre el sofá mirando a su hijo, que también estaba apoyado sobre el brazo del sofá mirándola. David pudo ver una de las cosas que más cachondo le ponían de su madre, sus pequeños pies con las uñas pintadas de negro y sus blancas piernas, ahora un poco más rellenas que cuando había tenido veinte años.

-La tienes muy grande, David. . . -observó Helen muy metida en lo que su hijo hacía.

-Gracias, mamá. . .

-Oye, David. . .

-¿Qué? -preguntó éste

-¿Puedo hacerte una pregunta un poco íntima. . . ?

-Sí. . .

-¿Lo has hecho con alguna chica ya. . . ?

-No. . . -respondió David algo apesadumbrado.

-Ah. . . ya, me creía. . .

Pasaron unos instantes hasta el próximo diálogo de ambos, durante los cuales Helen estiró sus piernas hasta ponerlas junto a las ya estiradas de su hijo, rozándolas de arriba abajo con sus pies lentamente.

-Mamá. . . ¿te estás poniendo cachonda. . . ? -preguntó por fin David.

-Un poco, sí. . . Es inevitable. . .

-Bueno. . . ¿y por qué no te lo haces tú también mirándome. . . ? Así, los dos nos pondríamos más calientes y nos lo haríamos mejor, ¿no? -sugirió el joven.

-¿No te importa que yo también juegue conmigo un poco. . . ?

-Claro que no. . . No es justo que yo le esté haciendo y tú no puedas. . .

-Es verdad, y además no es justo tampoco que tú me hayas enseñado tu pene y yo no te enseñe nada. . .

Helen se quitó el camisón y lo tiró al suelo, quedando en bragas y sujetador ante su hijo. Luego, se desenganchó el sujetador y sus enormes tetas cayeron libres sobre su pecho. Sus rojo-violáceos pezones estaban muy duros y gordos y sus tetas, aunque ya algo caídas por la edad, aún no se movían demasiado. . . Llevó sus manos a sus pequeñas bragas celestes y las fue deslizando por sus piernas hasta que se las sacó por sus pies. Ahora David podía ver la vulva negra de su madre, cuya raja pudo ver cuando ésta abrió sus piernas y empezó a acariciarse.

-Mmmm, mamá. . . estás genial. . . Nunca había visto unas tetas y un chocho tan cerca. . . Me pones muy caliente. . .

-Tú también a mí, cariño. . . tú también. . .

-Mamá. . .

-¿Qué, David. . . ?

-¿Por qué no lo hacemos. . . ? ¿Por qué no. . . follamos. . . ?

Un silencio algo extraño invadió la habitación hasta que Helen sonrió y le dijo:

-¿Tú lo harías conmigo. . . ?

-Claro. . . Si eres preciosa. . . Bueno, si tú no tienes inconvenientes en hacerlo, claro. . .

-¿Cómo voy a tener inconvenientes en hacer el AMOR con la persona que más quiero. . . ? -dijo Helen.

-Entonces. . . ¿Quieres. . . ?

-Claro que sí, mi amor. . . claro que sí. . . Ven. . . Ponte enfrente mía mientras abro las piernas y la metes en el chocho de mamá. . . Verás que mojado y calentito está. . .

David se bajó del sofá ( que estaba frente al televisor ) con su pene alcanzando niveles de erección nunca antes alcanzados, y se colocó frente a su madre dando la espalda a la televisión. Helen abrió sus piernas al máximo y apoyó sus pies en el filo del sofá flexionando sus rodillas. El pene de su hijo estaba tan solo a unos centímetros de su jugoso triángulo negro. Helen lo cogió en su mano y dijo:

-Deja que mamá juegue con tu colita un poco antes de follar, David. . .

Helen la acercó a su vulva y puso su glande sobre su raja húmeda. Fue pasándolo a lo largo de todo su coño prestando especial atención a su hinchado y escondido clítoris. Luego, tras jugar un poco con él, colocó el pene de su hijo en la entrada de su agujero de placer y esperó a que éste reaccionara instintivamente.

David, efectivamente, empezó a deslizar su falo al interior del coño de su madre. Era una sensación nueva, un agujero húmedo, cálido y estrecho a la vez. Cuando hubo llegado al cuello de su útero, David volvió hacia atrás para luego empujar de nuevo con el consiguiente gemido de su madre. Empezaron así a follar los dos muy compenetrados, David metiendo y sacando su falo y Helen rodeando la parte inferior de su espalda con sus sexys pies y piernas. Sus gemidos eran cada vez más intensos al sentir su agujero tan lleno con el enorme pene de su hijo. De pronto, se puso a casi gritar de placer y se revolvió en el sofá apretando fuerte el culo de su hijo hacia ella. Había sido su primer orgasmo.

Helen siguió gozando de los placeres de la carne con su hijo estrellándose con fuerza en lo más profundo de su húmeda vagina. Pronto, ante la constante embestida de David, sintió un nuevo orgasmo que la puso aún más húmeda y provocó que con cada penetración se produjera un ruído de chapoteo.

David sentía su clímax acercarse y su madre lo notó, así que le dijo:

-No te corras en mi chocho, cariño. . . Para un poco. . .

David obedeció y la sacó de su túnel del amor.

-¿Tienes un condón, mamá. . . ? -le preguntó.

-No, cariño. . . como hace tanto que no lo hago. . . Pero se me ocurre una idea. . . para que puedas seguir metiéndomela. . .

-¿Qué. . . ?

-Coge la piel de plátano y pasa la parte interior por toda tu colita hasta que hayas dejado toda la piel llena de la sustancia del plátano. . .

David lo hizo, y después de dos minutos tiró la gastada piel de plátano a un lado.

-Ya está. . .

-Bien, ahora métesela por el culo a mamá. . .

-¿Por el culo. . . ? -preguntó extrañado aunque excitado David.

-Sí, verás como te gusta. . .

David colocó su pene en la entrada del culo de su madre y empezó a apretar hasta que su glande la penetró. Luego lo sacó y apretó con más fuerza cada vez hasta que era un agujero lo suficientemente confortable.

Prontó, David y su madre copulaban con rapidez por vía anal, con sus cuerpos unidos no sólo incestuosamente, sino antinaturalmente. Helen jadeaba y gemía con fuerza mientras sentía esa extraña sensación de tener el pene de su hijo metido en el otro agujero.

Unos tres minutos más tarde, David explotó lanzando chorros de su blanco líquido al interior de su madre. Luego, sacó su verga y se echó sobre su madre para besarla en la boca mientras su pene se volvía a introducir ( ahora limpio ) en su chocho.

Estuvieron así, unidos por la boca y por sus genitales, durante más de quince minutos, saboreando sus bocas y labios a veces lentamente y otras con rapidez como si se estuvieran comiendo el uno al otro, mientras el semen salía del culo de su madre para gotear en la moqueta. Su convivencia sería mucho más agradable a partir de ahora.