Convierto mi inocente esposa en una verdadera puta
Le doy partida a volver realidad todas mis locuras y adiciones lascivas involucrando nada menos que al amor de mi vida: mi esposa.
Llevo unas cuantas semanas disfrutando de los magníficos relatos subidos a esta página y siendo honesto: se me ha abierto con esto un mundo de posibilidades. Además, es reconfortante descubrir que no se está solo en este mar de lujurias distorsionadas y perversiones mórbidas; cada cual sabe cómo disfrutar de esta vida y de los placeres que nos brinda. Es así como me vi motivado a compartir con uds mis más profundas confesiones, que fácilmente me pueden llevar directo al infierno.
No estoy muy seguro de como comenzar a compartir mis locuras por este medio, ya que es la primera vez que escribo un relato de este tipo, teniendo especial consideración en que se tratan de relatos completamente reales y transparentes… creo que lo mejor sería comenzar por presentarme. Me llamo Walter y tengo treinta y dos años, soy casado hace once con una maravillosa mujer, a la cual amo mucho y tenemos una pequeña de diez años que es el brillo en mis ojos. Soy un tipo relajado y amistoso, me gusta compartir en buen plan y conocer gente interesante. En lo íntimo soy un hombre muy apasionado y romántico y me preocupo de hacer sentir bien y de lograr satisfacer a mi pareja: reforzando lo que ella más disfruta y buscando nuevas formas de hacerla gozar. No tengo mayores tapujos ni tabúes en cuanto al sexo, de hecho, me gustaría experimentar todo lo humanamente posible en cuanto al mundo de los placeres se refiere, pero por razones que detallaré más adelante, he tenido que reservarme estos ardientes deseos por alcanzar el fruto prohibido.
Mi esposa es algo mas joven que yo, tiene veintiocho años y es muy tierna e inocente, reservada y tradicionalista en exceso. La amo desde el primer momento en que la vi, pero honestamente siempre he deseado que sea algo más atrevida, libidinosa y empoderada en el sexo. Tengo que trabajarla y estimularla mucho cuando tengo ganas de coger con ella (que es casi todo el tiempo), por su parte si no intimáramos nunca, ella estaría bien con eso. Por alguna razón desconocida, tiene un apetito sexual muy bajo… casi muerto, exceptuando en algunas pocas oportunidades y condiciones.
En cuanto a mi físico tengo rasgos claros: piel clara, cabello castaño y ojos pardos. Soy algo alto (sobre el metro ochenta). Mis rasgos faciales… diría que soy atractivo en su mayoría, he resultado ser del gusto de algunas y para otras no tanto. Soy de contextura gruesa y pasado en unos pocos kilillos, que pasan desapercibidos; en lo personal estoy muy conforme con mi aspecto. Mi mayor atributo masculino diría que sería mi pene, la naturaleza me hizo algo dotado: mi verga alcanza entre diecinueve y veintiún centímetros dependiendo de lo caliente del momento, es muy grueso y de glande cabezón. Sé que parece el sueño de todo hombre, pero a medida que vayan sabiendo más de mí, se darán cuenta que no siempre es bueno tener algo tan grande.
Estefanía mi mujer, es bajita, pasa por poco el metro y medio, cosa que siempre ha visto como una desventaja (pero en cuanto a mí: me encanta). Es morena, de cabello negro azabache y ojos marrones. De aspecto muy tierno, casi adolescente. De linda figura, grandes y sensibles senos que me encantan y un lindo culito que no puedo dejar de acariciar en cada oportunidad que tengo.
Llevamos una vida tranquila y estable, cosa que agradecemos considerando los locos tiempos que estamos viviendo hoy en día. Nos amamos mucho a pesar de tener discusiones terrenales como cualquier otra pareja, pero que, por lo general, no duran mucho nuestros enojos. Pero no todo puede ser color de rosas: como bien se sabe. He llevado toda mi vida viviendo con demonios en mi interior, demonios que pude mantener tranquilos durante muchos años, pero que a estos últimos tiempos están desesperados por salir.
Vivo sufriendo por una hipersexualidad incontrolable, todo el día pienso en tener relaciones y tengo delirios con todas las mujeres que me rodean, incluso las desconocidas con las que me atravieso en mi camino no se salvan. Debía hacer algo urgente, tomar cartas en el asunto y poder retomar el control. Me hubiera gustado poder contar con el apoyo de mi mujer, pero no podía contar con ella para estas cosas, simplemente era muy vergonzosa, reservada y de mentalidad algo inmadura; así la amaba, pero realmente necesitaba su ayuda. En el pasado podía vivir con estas interminables temporadas de abstinencia impuestas por la baja libido de Estefanía y sus creencias religiosas, pero ya no podía más, tenia que lograr satisfacerme a cualquier costo.
Algo avergonzado reconozco que por mi mente pasó la idea de tener una aventura, es más, alcancé a arrojar mi anzuelo por ahí esperando pescar algo y… se presentaron un par de oportunidades: la asistente de recursos humanos de la empresa donde trabajo comenzó a responder a mis insinuantes coqueteos y una ex me respondió unos mensajes dispuesta a verse conmigo en algún lugar. Pero cobardemente aborté toda posibilidad de una infiel aventura, mi moral y mi honra absurda simplemente no me lo permitieron, a pesar de mi desesperación.
Los días pasaron y mi sufrimiento no hacía más que acrecentarse, intentaba por todos los medios de cautivar a Estefanía, sin tener mayores resultados. Siempre eran mayores el cansancio, el estrés y los problemas que se inventaba en su propia cabecita loca. Recurrí al romanticismo, intentaba mantener nuestro hogar en óptimas condiciones para que no se estresara, me puse en forma y cuide mi imagen, intentaba seducirla e incluso recurrí al alcohol que en viejas oportunidades fue el gatillante de su oculta perversión… pero nada resultó. Estaba atrapado, no podía calmar mis ansias carnales con mi mujer, pero tampoco me atrevía a hacer algo con otras; me estaba volviendo loco.
El único con el que contaba para desahogarme, era con mi mejor amigo: Leónidas. En él confiaba a tal punto que se había vuelto mi válvula de escape, mi consejero y mi cómplice. Estaba al tanto de todo mi sufrimiento y seguido (muy a su etilo de vida) me aconsejaba que nos fuéramos de aventura por ahí, tuviéramos una noche loca con algunas mujeres del ambiente o buscáramos algunas que gustaran pasarlo bien, pero simplemente no me atreví a seguir sus pecaminosos consejos. Siendo honesto no me parecía mala idea, pero jamás sería el infiel que arriesgó a su familia por algo tan banal como el sexo.
En la ultima conversación que mantuve con mi amigo Leo, me dejó clavado en mi subconsciente un par de realidades que no pude ignorar: “Estefanía es una chica linda, muy tierna e inocente que la infantilizaron demasiado, recuerda como son tus suegros con ella aún al día de hoy. Tú lo sabes mejor que nadie” … “recuerda que antes de ti no estuvo con nadie, tu fuiste el primero y único en su vida. No lo sé ¿quizás le faltó experimentar su soltería y su sexualidad?”. Ese día no pude quitar de mi mente las palabras de mi amigo, tenía razón, era innegable la falta de experimentación de mi mujer, quizás si le hubieran permitido salir un poco al mundo y conocer algo de la realidad, las cosas serían distintas hoy en día.
A medida que lo analizaba sin parar, obscenas fantasías comenzaban a brotar en mi mente: veía a mi mujer ganosa, empoderada, libre e independiente; experimentando la sexualidad sin miedos ni vergüenzas. Me la imaginé en brazos de otros… y no me generaba rechazo ni celos, es más, despertaba cierto morbo desconocido en mí. Desde ese momento me obsesioné con esa idea, con esa fantasía tan desviada e irreal como imposible. Pero simplemente mi mente no paraba: la imaginaba desnuda frente a otros, besándose con otros, siendo penetrada por otros y acabando en el pene de otro. Esas malditas ideas se convirtieron en mi obsesión, me provocaban sensaciones que no había sentido jamás en toda mi vida… debía hacerlas realidad a toda costa.
Ese mismo día me pongo en contacto con Leo, quien además de ser mi compinche, trabaja junto a mi mujer. Para mi suerte, ella ignoraba lo cercanos que somos con mi amigo, siempre quise que nuestra hermanda se mantuviera bajo perfil, que fuera mi as bajo la manga nada más y nada menos que en el trabajo de mi mujer y que fuera mi espía si algún día lo necesitaba. Ella sabía que Leo su “compañero de trabajo” era conocido mío, pero nada más. De hecho, cuando salía a beber con él, Estefanía creía que iba con otras personas. Por lo que, según lo que ella creía “ya no teníamos mayor contacto ni amistad”. Estado perfecto para llevar a cabo mis siniestros planes.
Conversando con Leo, le comienzo a preguntar sobre lo que opinaba acerca de mi Estefanía, como le parecía como mujer y si le gustaba físicamente. Con toda mi confianza me revela que siempre le ha parecido muy atractiva, además su inocencia y timidez le resultaban muy cautivantes. En sus propias palabras: “Dan ganas de pervertirla y llevarla al lado oscuro”. Con mucho cuidado comienzo a confesarle mis oscuros planes y como pretendía cautivarla para hacerla caer en brazos de otro hombre. Muy preocupado me advierte que debo tener cuidado con este tipo de fantasías, es normal desear hacerlas realidad, pero hay que ser muy cuidadosos. Completamente de acuerdo con él, le confieso que estaba pensando que comenzara a coquetear con ella, no había hombre en el planeta en el que confiara más, si alguien debía hacer de sujeto de pruebas, definitivamente debía ser Leo. “¿Pero y si ella no quiere? O ¿si se comienzan a involucrar sentimientos?”, me pregunta preocupado. Acordamos que a la mínima muestra de que los planes no están saliendo como esperábamos, abortaríamos de inmediato esta locura: era sexo, pasión y nada más; respetando en todo momento los deseos de ella y sin forzarla ni obligarla a nada que no quisiera. Mi meta era lograr una relación abierta de plena confianza con mi mujer, donde ambos disfrutáramos de los placeres de la vida, dejándonos llevar por nuestros bajos instintos juntos como pareja.
Terminados de acordar los términos de nuestro siniestro acuerdo, le pido que me hable un poco de ella, que me cuente lo que estaba haciendo en ese momento: “está sentada en su escritorio, ingresando información de los pacientes a la base de datos… se ve hermosa, como siempre”. Me cuenta mi amigo que se encontraba en la misma oficina que ella: “su uniforme de enfermera me encanta, en especial como se le marca su ropita interior en su culito”. Le confieso que a mí también me encantaba eso de sus uniformes y para calentar aún más nuestro mórbido crimen, le envío unas fotos privadas de ella: en la primera estaba recostada boca abajo en nuestra cama, levantando un poco el culito en un lindo calzoncito violeta, en la otra mostraba sus hermosos senos al desnudo, eran fotos que me encantaba tomarle cuando me lo permitía. Le fascinaron las fotos a Leo, pero más me fascinó a mí el hecho de compartírselas, el pensar que otro hombre está viendo mi mujer casi al desnudo me volvía loco de placer y morbo provocándome una máxima erección que no puedo evitar comenzar a masturbar. Leo me envía una corta grabación, se veía en ella como dejaba el celular apoyado en un escritorio apuntando a mi amada y parte rumbo hacía esta, se para detrás de ella apoyando ambas manos en sus pequeños y delicados hombros, se acerca a su oído y le hace algunas preguntas sobre lo que estaba haciendo, luego como jugarreta de oficina, comienza a dar un leve masaje a mi mujer la que comienza a arquear y estirar su espalda en señal de relajación. El audífono inalámbrico con micrófono que cargaba Leo, me permitió escuchar lo leves gemidos de relajación de mi hembra, me sentía en la gloria. ¿Como algo tal simple y absurdo podía provocarme tal nivel de calentura y excitación? No podía creer el potencial de esto, terminaría desquiciándome de perversión.
Continuamos conversando acerca de ella todo lo que pudimos, mientras mi gran verga estaba a punto de explotar, así que de la ropa sucia tomé unos calzones usados de mi mujer: necesitaba sentir su privado aroma. Una leve mancha justo en la zona reforzada con suave algodón donde descansa su vagina, tenía impregnado su exquisito sabor, mancha en la que poso mi pene a punto de eyacular y envuelvo este con la íntima prenda. Me aseguro que mi glande quede justo en la zona de la entrada de su vagina, como si la estuviera penetrando a ella. Con lo caliente que estaba no necesité de mucho estimulo para eyacular en una explosión de placer, grandes cantidades de semen acumulado en una larga temporada rebosaba la pequeña prenda. Completamente extasiado llamo a mi mujer para escuchar su hermosa suave voz…