Convertí a mi novio en cuckold - Parte II

Nuestra primera vez como pareja en un bar swinger.

PARTE II

Era inútil tratar de concentrarme en el trabajo por más agobiada que estuviera.  No tenía caso invertir tiempo en ello si mi cabeza estaba en otro lugar, así que opté por tomarme el resto de la tarde e irme a casa.  De camino llamé por teléfono para reservar, e hice una parada estratégica para comprarme algo lindo que usar en la noche.

Mientras contemplaba los aparadores pensaba en la estrategia para la noche.  Tenía tiempo de haber dejado el ambiente por procurar la monogamia y jugar a la casita.  Pero siendo honesta conmigo misma, mis recuerdos y mis ganas jamás dejaron de frecuentar a mi vagina.  Fue en este punto que me encontraba tocando las texturas del encaje, recordando las manos de otros hombres arrebatándomelo y masajeándome la piel.  El aliento de esos machos en mi cuello, lamiéndome el sudor y restregándome su virilidad en mis nalgas siempre había hecho sucumbir a la puta que he luchado por someter.

Finalmente, esa amazona se estaba abriendo paso desde las entrañas de mi ser nuevamente, apoderándose de mi mente y de mi cuerpo con cada minuto que pasaba, y yo … yo estaba disfrutándolo.  Recordaba todas esas noches en que me entregué a la fantasía de hombres para que cumplieran la mía, esos deleitables manoseos que luchaban por mi atención, los labios que al calor de la pasión pierden el rastro original y se confunden con las pistas del deseo con rumbo a mi placer.

Así me sorprendió la chica de la tienda preguntándome si quería llevar algo más, mientras me sentía totalmente mojada, y absorta en mis memorias más indecorosas.  Todo el trayecto del centro comercial hasta mi casa pasó como en una película.  Estaba emocionada nuevamente por sentir más de esa droga emocional que le daba sentido a mis días, pero también comencé a meditar si no estaba boicoteando aquello que deseaba construir mi parte racional.

Resonaban sus palabras en mi cerebro, el tono de voz y la seguridad con que me habló.  Lo sentí muy capaz y decidido, lo que me dejaba tranquila, pero la experiencia no me permitía bajar la guardia y dejarme fluir con la idea.

El tiempo seguía su marcha.  Me duché y me procuré cada milímetro de mi piel.  Tomé del cajón de los recuerdos una de esas tangas lindas que me enmarcan seductoramente las nalgas, pero que tampoco me molestaría perder en una noche de fiesta.  Y al final recuperé de los rincones de mi closet la caja con mis vestidos de recreo.  Tomé el plata, que tenía una tela que estira y delinea perfectamente el contorno de mi cuerpo y un escote bestial en la espalda y en los senos.  Sin brassiere y sin stickers que mantuvieran mis senos a resguardo.  ¡Esta noche es como el restreno!.

Llegó tan puntual como siempre, enfundado en unos pantalones azul marino que le quedaban como esculpidos, con una camisa blanca que le resaltaba ese pecho que tanto me inspira.  Zapatos color vino combinados perfectamente con el cinturón y podría apostar que hasta con la cartera.  Nos dimos un beso e inmediatamente percibí esa loción Jean Paul Gaultier que me hacía querer quitarle los pantalones ahí mismo.

Tuve que contenerme, no quería arruinar la noche que durante tanto tiempo ansié.  Tomé mi gabardina y nos encaminamos, me abrió la puerta y en minutos nos encontramos manejando en periférico rumbo al centro.

Dejamos el auto en el valet y lo tomé del brazo guiándolo hasta la puerta del lugar.  A fuerza de ser sinceros, nunca fue un lugar glamoroso.  De hecho, resultaba un poco tétrico a primera instancia y hasta algo descuidado.  Sus mejores años ya habían pasado claramente, pero el ambiente seguía estando ahí.  O tal vez, solo sea la subjetividad de mis recuerdos adornándolo.

Noté inmediatamente que se resistía a caminar producto del impacto que provocaba el lugar a primera vista.

“Está bien amor, relájate.  Es seguro” – le comenté.

“¿De verdad frecuentabas este sitio?” – me preguntó.

Decidí ignorar la pregunta y lo guié hacia las escaleras.  Eran estrechas y apenas cabíamos los dos en el espacio para subir juntos.  Una vez en el siguiente piso empecé a sentir esa libertad que aligeraba el peso de mi vida a cuestas.  Le pedí que me despojara de la gabardina y la llevara al guardarropa.

Lo notaba incómodo, no dejaba de observar y analizar así que decidí tomar la iniciativa:

“A ver mi amor, ya estamos acá.  Llegamos con un propósito y nosotros somos lo importante.  Que no te importe la decoración, la falta de mantenimiento ni el servicio.  Venimos con el objetivo de que descubras una parte de mí que hasta hoy desconocías, ¿OK?” – le delimité.

El sonrió en aprobación.  Acto seguido le tomé de la mano y caminamos hacia la pista y las mesas de alrededor.  El lugar estaba a menos de la mitad de capacidad, pero aún era temprano.  Me daba risa ver a los meseros reconocerme y sonreírme en complicidad sabiendo que mi pareja era nueva para ellos.  Yo les devolví la sonrisa y un guiño.

Dimos una vuelta para ver y ser vistos por la gente reunida.  Como siempre, todo el mundo sonreía amablemente y con cortesía.  Algunos hasta me saludaban con familiaridad pese a que yo no les reconocía en lo absoluto.  Solo pensaba si en alguna noche de recreo cabía la posibilidad de haber jugado con ellos.

Había poca gente bailando en la pista, pero el cachondeo ya era evidente.  Constantemente veía a JC analizándolo todo.  Era claro para mí que la experiencia estaba empezando a adueñarse de sus sentidos y eso me empezó a estimular.  Verlo observando todo con la avidez de un niño en una juguetería me causó ternura de entrada, pero rápidamente se comenzó a tornar en excitación.

Nos sentamos en una mesa al lado de la pista de baile y justo atrás de nosotros había una pareja de nuestra edad que llamó mi atención.  En ese momento fue que dejé que la noche fluyera a través de mí.  Estando sentada, me giré para quedar de frente a la pareja, apoyé los codos en la mesa y me recargué.  JC, que estaba sentado a mi lado, se me quedó viendo.  Estudiaba lo que planeaba hacer.  Yo sin retirar el contacto visual abrí las piernas de par en par de modo que la pareja pudiera ver perfectamente mi ropa interior.  De inmediato entendió y metió su mano entre mis piernas, se acercó y nos besamos.  Nuestras lenguas empezaron a abrazarse velozmente.  Sus dedos hicieron rápidamente a un lado mi tanga y empezaron a masturbarme de forma deliciosa.

Abrí los ojos y observaba como la pareja de la mesa frente a nosotros me morboseaba.  Tomé del cuello a mi novio y lo guié para que me besara el cuello.  Con habilidad su brazo izquierdo me abrazaba y su mano fue a dar hasta mi seno que acarició con impaciencia. Sentir cómo me procuraba placer en el clítoris, me masajeaba las tetas y me lamía el cuello, me tenían al borde del clímax.  En los ojos de la pareja podía adivinar que les gustaba lo que contemplaban con encanto, aunque quizás la mirada de puta que le dedicaba al hombre de la chica era el centro de su atención.

JC me besaba, pero yo mantenía los ojos abiertos mirando en otra dirección.  Como era de esperarse, se dio cuenta y giró rápidamente a ver a quién veía de forma tan sugerente.  Sonrió con maldad cuando se percató de mis intenciones.

“¡No puedo creer lo puta que eres!” – me susurró al oído.

“Créeme mi amor que no tienes ni la más remota idea, pero esta noche lo descubrirás” – le aseguré.

Empezó a acelerar el ritmo con el que ingresaba sus dedos en mi vagina y comencé a gemir con desfachatez.  La gente nos miraba sonriendo, quizás porque disfrutaban de lo que veían, o quizás porque se impresionaban de que no esperara a que abrieran el cuarto de juegos.

JC sacó sus dedos empapados de mí y me los metió en la boca.  Yo se los chupé con devoción al tiempo que sentía esa corriente de energía sexual recorrerme el cuerpo completo.  El sabor de mis fluidos siempre me pareció especialmente embriagante.  Como si el gusto de ellos desatara emociones ocultas en mi cuerpo, o abriera puertas que dejaran libre las sustancias más intoxicantes en mi cerebro.

Nuestro emocionado mirón levantó su trago brindando por el espectáculo que recién les habíamos ofrecido.  Yo le devolví una sonrisa y un guiño coqueto mientras me levantaba de la mesa.  Dejé a JC sentado mirándome el trasero al tiempo que me dirigía a la pista de baile.

Una vez ahí le dediqué mis pasos más cautivadores, el contoneo de mi cadera al ritmo de la música y los muchos momentos en que el diminuto y holgado vestido dejaba mis senos al aire, o mis nalgas.  Ver a JC mirando como otras parejas me manoseaban descaradamente, mientras simulaban bailar conmigo, me excitaba descomunalmente.  Era ostensible que para él también resultaba estimulante ver cómo otros hombres y mujeres se daban gusto con la que, hasta hace algunas horas antes, era exclusivamente SU mujer.

La noche continuó, la pista de baile cerró y abrieron el playroom.  Tomé de la mano al dueño de mis emociones y caminamos hacia la escalera para subir al mezzanine que llevaba al cuarto de juegos.  La escalinata sin lugar a duda había visto descender a más de una quinceañera varias vidas atrás.  Me causaba risa pensar en qué se había transformado el lugar, que ahora albergaba las fantasías más perversas de un grupo de gente liberada de complejos y sin ataduras mentales.

Al llegar a la planta alta JC quedó petrificado.  La escena era primorosamente placentera.  Varias parejas estaban hechas muégano en el sillón central de la salita que se ubicaba por fuera del cuarto oscuro.  Con la luz tan tenue apenas se atinaba a distinguir espontáneamente alguna mano, o la cadera de alguien.  Del lado derecho del umbral estaba una chica asida del muro siendo penetrada por un hombre que le duplicaba en tamaño y sus gemidos inundaban el espacio.

Caminé hacia las bancas que se encontraban en las paredes por fuera del salón de juegos, había unas pequeñas rendijas que permitían ver el interior, pero me tenía que trepar en el escaño.  Con la luz negra y la casi inexistente iluminación otros sentidos se potencian.  Percibes el olor a sudor y sexo en el ambiente, escuchas claramente los jadeos de los hombres empujando con fuerza para poseer a la mujer en turno, los gemidos de las chicas sintiéndose sometidas al gozo del momento.  De vez en cuando una o más manos repasan tu cuerpo buscando respuesta, cosa que particularmente disfruto muchísimo.

Llamé con la mano a mi pareja para que se acercara mí, deseaba que absorbiera la experiencia conmigo.  Me di cuenta de igual forma que había un par de chicas solas que le habían puesto la mirada encima, cosa que me agradó bastante.

JC estaba ansioso, le notaba la mirada inquieta estudiándolo todo.  Lo guié de la mano para que se sentara conmigo y observara la escena.  Le manoseaba el pecho y sentía su respiración agitada.  Lo besé en la mejilla de forma sugerente y bajé mi mano para bajar el cierre de su pantalón.

El entrecerraba los ojos disfrutando de mis labios en su rostro, pero no retiraba la atención de cuanto sucedía en ese ambiente.  Habría alrededor de unas quince parejas en este espacio y prácticamente todas tenían las manos ocupadas en algún cuerpo o en varios.  Había una especie de sillón circular al centro y una pareja de muy buen ver se encontraba al centro.  Ella con las piernas abiertas y el vestido a la cadera recibía modestos embates del que evidentemente era su esposo.  Muchos solo los observaban.  Su belleza destacaba por encima del promedio de la concurrencia, pero no provocaban nada.

“Resulta aburrido notar que aún aquí, ellos están totalmente hastiados el uno del otro” – me susurró JC

“¿Lo dices por la monotonía con que cogen? – le pregunté.

“Demasiado obvio, ¿no te parece?” – JC

“Vamos a demostrarles como se tiene que hacer” – le dije con firmeza.

Yo ya estaba acariciando a mi amante, pero de forma sutil.  Habiendo dicho lo último comencé a hacerlo con mayor énfasis, al tiempo que lo penetraba con la mirada.  Esa conexión que teníamos al mirarnos fijamente mientras nos masturbábamos me parecía adictiva.  Sentía como si pudiera ver a través de mí y yo de él.

Estaba a punto de arrodillarme para darle una felación cuando él me inclinó para recostarme sobre el colchoncito de la banca de concreto.  Me levanté el vestido y le abrí el compás de par en par.  Inmediatamente se puso a trabajar.  Tenía esa forma de comerme que me desquiciaba.  Había tenido suerte hasta ese momento con hombres que supieran darme sexo oral, pero lo que él hacía era único.

Siempre se acercaba poco a poco, me dejaba sentir el calor de su aliento en la vulva y eso me erizaba los muslos; me rozaba con su nariz la tela de la tanga y aspiraba como si deseara absorber mi olor.  Notaba claramente como disfrutaba de ello.  Me daba besos en la ingle al mismo tiempo que tomaba mi tanga de los costados y la empezaba a retirar.  En ningún instante dejaba de besarme y una vez que mi prenda alcanzaba las rodillas era cuando se aparecía su lengua.  Me recorría los muslos alternándolos y resoplaba los trazos que dejaba su saliva provocándome calosfríos.

Iba y volvía entre una pierna y la otra conectando sus caricias por encima de mi vulva.  Tenía el cuidado de pasar lo suficientemente cerca para sentirlo, pero no tanto como para gozar y con cada acercamiento yo deseaba que se ahogara en mi.  Me mojaba profusamente y hacía intentos por inducirlo tomándolo del cabello, le levantaba la cadera y le ponía a milímetros mi intimidad, pero con habilidad continuaba su camino a la otra pierna.

Poco a poco se acercaba y de pronto tomaba una pausa.  Yo presentía que en el siguiente instante se lanzaría a comerme y casi podía sentir como me fluía la sangre a mis labios que serían devorados en el siguiente momento.  Se lanzaba, pero a los costados de mis labios, su lengua los acariciaba de costado y eso me ponía en total ansiedad.  Forzaba su cabeza para mi entrepierna, pero él se resistía y yo ya estaba al borde de la locura.

“¡Cómeme ya por Dios!” – le grité.

Escuché su risita de placer al conseguir que le suplicara y era en ese segundo cuando se dejaba ir con todo.  Era como si fuera atropellada por un tren, su lengua se movía de forma rampante y a velocidad vertiginosa.  Yo no daba crédito cómo podía moverla tan rápido y con tanta habilidad.  Por si fuera poco, se comía todo mi flujo y hasta me tomaba de la cadera para inmovilizarme y hundir su cara completa en mi.  Sentía su nariz perfectamente en mi vagina y movía su cabeza completa de un lado a otro como si quisiera hacerse una mascarilla con mis jugos.

¡Dios!, ¡cómo disfrutaba eso!.  La manera en que este hombre me provocaba placer sin el menor asco y con total devoción era digna de reconocimiento.

Mis gemidos ya se escuchaban por todo el lugar y de reojo veía cómo habíamos llamado la atención de todos los presentes.  Una pareja descaradamente se había sentado al lado para observarnos con detalle y esto me excitó aún más.  Abri las piernas cuanto pude para que ella admirara la maestría con que mi novio me comía.

Me metió dos dedos en la vagina y siguió lamiéndome, chupándome, besándome todo.  Estaba empapada y a nada de venirme, lo tomé del cabello y lo sometí entre mis piernas hasta que me vine en su boca.  No sin antes hacer un escándalo de sonidos que tenían maravillados a todos.

JC me dejó tendida en la banca y se retiró con esa sonrisita de ganador que aprendí a adorar.  Me tomé unos segundos para incorporarme y había una chica sentada frente a mí con una sonrisa cómplice.

“Disfruté tanto del espectáculo que me dieron ganas de tomar prestado a tu esposo unos minutos”. – me dijo

“Ya ves mi amor, te he dicho que tienes una técnica prodigiosa” – cariñosamente le aseveré mirándolo.

JC solo sonrió y comenzó a abrocharse el pantalón.  Nuestra nueva amiga le tomó de la mano para impedir que continuara y con una mirada muy seductora le dijo:  “¿puedo?”.

Me encantó que el hombre de mi vida inmediatamente volteara a verme pidiéndome aprobación.  No lo habíamos platicado, no habíamos establecido ninguna regla aún y, ¡¡este cabrón por instinto reaccionaba de la forma adecuada!!

Honestamente no me iba a negar porque, inclusive deseaba verlo disfrutar también a él, pero fue el esposo de nuestra nueva amiga quien dio muestras evidentes de inconformidad y se levantó.  A ella no le quedó más remedio que retirarse junto con él.