Conversión

Aunque me consideraba una chica moderna, abierta y muy resuelta para mi edad, en ciertas cosas no podía esconder que era una chica de provincia perdida en la capital del país.

CONVERSIÓN

Llevaba ya unas tres semanas viviendo en Madrid y todo me seguía pareciendo nuevo. Aunque me consideraba una chica moderna, abierta y muy resuelta para mi edad, en ciertas cosas no podía esconder que era una chica de provincia perdida en la capital del país. La gente de la facultad me acogió perfectamente, pero no así el resto de chicas de la residencia femenina en la que vivía, cosa que no entendí porqué.

Un día que salimos de fiesta, unas compañeras me presentaron a una de sus mejores amigas: Alejandra, Alex para los amigos. Éramos el día y la noche. Yo, estudiante, bajita aunque bien proporcionada, adoraba los tacones, la ropa ajustada que marcaba mis tetas bien puestas, mi cuidada melena rubia y unos labios de escándalo siempre pintados de rojo. Alex, una diseñadora gráfica abiertamente lesbiana, con el cabello negro con toques azulados, cortado cuidadamente desaliñado, siempre con zapatillas deportivas, pantalones rotos, y unos ojos azules que te miraban desde su 1,80 de altura, dejándote sin respiración. No pude dejar de pensar en ella desde el momento en que la vi. Yo, la que hasta entonces había tenido una no corta lista de amantes masculinos y pensaba que una buena verga era el mejor placer de este mundo, me estaba planteando si sería o no lesbiana.

Removí cielo y tierra para volver a vernos. Pensaba en ella constantemente, intentaba conocerla mejor a través de los comentarios de mis amigas, me masturbaba por las noches pensando en ella, en silencio, para evitar que la mojigata de mi compañera de residencia me oyese. Ahogaba los gemidos mientras me agarraba a la almohada pensando que era su cuerpo.

Finalmente, sucedió. Tras varios días viéndonos en grupo, conseguí quedar a solas. Como siempre, llegué extremadamente puntual, así que la esperé en la puerta del bar donde íbamos a cenar, fumándome un pitillo. Al poco rato ella salió de la boca del metro, con su característico caminar y también con un cigarrillo medio colgando de su boca, sujetándolo solo con los labios; esos labios que yo ardía en deseos porque me recorriesen todos los rincones de mi cuerpo. Cenamos, reímos, bebimos vino, probé a medio insinuarme para ver si obtenía respuesta del lado contrario…sin resultado. Parecía inmune a mi perfume y a mi escote, los dos grandes aliados que nunca me habían fallado. Empezaba a entristecerme, pero lo sobrellevé gracias al vino. Era una novata intentando lidiar con la reina de las mujeres, que parecía estar claramente fuera de mi alcance.

Para mi sorpresa, Alex propuso continuar la noche a base de unos gin tonics en un sitio que conocía, bastante cerca de allí. Acepté sin dudar. La recibieron muy familiarmente, casi me dio la impresión de que esperaban su llegada. Nos acomodaron en una mesa al final del local, muy cerca de una zona de cortinajes que parecía separar el bar de una zona reservada. Alex eligió por mí y comenzamos a beber. Los ánimos y las lenguas se desataron gracias al alcohol.

-          Elena me dijo que solo llevas unas semanas en Madrid, ¿verdad?

-          Un poquito más de un mes… Todavía no me ubico muy bien, pero voy haciendo lo que se puede – reí.

-          Si hubieras sido de por aquí ya nos conoceríamos de hace tiempo… Una chica tan guapa como tú no se me habría escapado. Pero seguro que me oye tu novio y querría partirme la cara – bromeó Alex.

-          ¿Qué novio?

-          Creía que estarías con alguien – dijo, acercando ligeramente su cuerpo un poco más a mí.

-          La persona con la que quiero estar creo que no hace caso a mis señales, me ignora…

-          ¿Alguien de la facultad?

-          Alguien que tengo ahora mismo justo enfrente – dije, mientras el corazón me daba un vuelco y se me subía hasta la garganta. Estaba acalorada, y no solo por todo lo que había bebido…

Alex arqueó una ceja y puso su característica sonrisa de medio lado. Despacio, como a cámara lenta, acercó su boca a mi oreja y me susurró: “Niña mala, no sabes lo que me pones… ¿Ignorarte? Si no dejo de pensar en estas dos de aquí…” Acto seguido me agarró una de mis preciosas tetas mientras me lamía la oreja. Mis pezones estaban ya tan duros que tenía que notarlos incluso a través del sujetador. Su boca se fue abriendo paso a través de mi mandíbula hasta llegar a mi boca. Nos devorábamos con ganas, mordiéndonos los labios, metiéndonos la lengua, yo jugando con el pendiente que ella llevaba en el medio de su labio inferior, ella agarrando mis pechos y yo su pelo. Perdí la vergüenza, la concepción del tiempo y del espacio. Me senté encima de ella para seguir besándola, prácticamente olvidando que estábamos en un bar y solamente concentrada en lo húmeda que me estaba poniendo.

Alex me separó bruscamente, buscando aire. Sin decir una palabra, me hizo levantarme de sus rodillas y me indicó que pasáramos al otro lado de la cortina, que resultó ser la trastienda y almacén. Tenuemente iluminado con un fluorescente que parpadeaba, a punto de fundirse, estaba lleno de cajas de las bebidas que se servían al otro lado de la sala. Agarrada a la mano de Alex, buscamos un pequeño escondite detrás de una columna, con urgencia, buscando nuestros cuerpos. Todo el cuello de Alex estaba con marcas de mi carmín rojo, lo que me puso todavía más cachonda, totalmente encharcada. Apoyó su espalda contra la columna, y sin dejar de besarme, su mano experta me desabrochó el sujetador, dejando vía libre a que sus manos exprimieran mis pechos, mientras yo me dedicaba a descubrir su perfecto culo.

-          Pídeme lo que quieras, putita…

Oírla insultándome me puso a mil. Le mordí el labio, llevándomelo suavemente con mi boca, mientras me apresuraba a bajarle las manos de mis pechos hasta mi falda. Salvajemente, con prisa, Alex me abrió un poco más las piernas y medio rompió mis medias buscando una entrada hacia mi sexo, que no aguantaba más y necesitaba ser penetrado. Yo buscaba también la cremallera de su pantalón, desesperada, pero ella me retuvo.

-          No puedes tocar hasta que no me digas lo que quieres que te haga, nena…

-          Fóllame… Vamos, vamos, fóllame con tus manos… - prácticamente le suplicaba, mientras ella se dedicaba a torturarme, jugando por encima de mi tanga.

-          ¿Tanga? ¿Esto es casualidad o querías provocarme, eh? – mientras lo decía, tiró de mis bragas hacia arriba, haciendo que el minúsculo trozo de tela se clavase en mi clítoris. Se me escapó un gemido de placer… Alex repetía una y otra vez su particular juego…

-          Desde que te conocí me muero de ganas de que me folles…nunca me había pasado esto con una chica…

-          Hoy vas a saber lo que es venirte de verdad – y mientras decía esto, me volteó, apoyando mi espalda contra la columna y con mano izquierda cogió las dos mías y me las puso en alto, inmovilizándolas.

Estaba completamente entregada a ella, caliente como una perra, con el coño chorreando, las manos inmovilizadas y dejándome hacer. Por fin su mano derecha se olvidó de mis bragas y se metió por dentro de ellas… Para mi sorpresa, fue directa al clítoris…el punto que tanto les costaba encontrar a mis antiguos amantes, que parecían no entender que para mí era la fuente de todo placer. Con su dedo índice comenzó a acariciarlo, mientras yo notaba que se hinchaba más y más y mis caderas empezaban a golpearse contra las suyas a un movimiento rítmico. Comenzó a introducirme el dedo corazón en mi coñito, cada vez más rápido, sin dejar de lado mi clítoris. Yo empezaba a fracasar en mis intentos de ahogar los gemidos que me producía el que me estuvieran haciendo el mejor dedo de mi vida y notaba que mi cuerpo se arqueaba, próximo al orgasmo.

Pero de repente todo paró.

Alex sacó su mano rápidamente de entre mis bragas y soltó mis manos retenidas. Yo la miré atónita, con las piernas separadas y esperando el orgasmo que nunca llegué a tener, sin entender qué es lo que había salido mal. Entonces comprendí. Se acercaban voces hacia nosotras, cada vez más cercanas, seguramente de los dueños del local, y nosotras no deberíamos estar allí. Rápidamente, Alex cogió mi mano y salimos corriendo por la puerta del almacén, que resultó ser una puerta de emergencia que daba a la calle. Ella se paraba pero yo seguí tirando de ella, (“¡No hemos pagado Alex!”), lo que provocó que las dos siguiéramos corriendo en una noche invernal en pleno centro de Madrid y riéndonos como chiquillas.

Cuando consideramos que estábamos a salvo, paramos, nos volvimos a mirar y empezamos a reírnos la una de la otra. Medio borrachas; una con todo el cuello lleno del carmín rojo de mis labios, lo que hacía evidentes mis besos; y yo misma con las medias rotas a la altura del coño.

-          Ven aquí – le dije a Alex, besándola de nuevo - . Me debes un orgasmo y no voy a parar hasta conseguir lo que es mío. Y luego te me follaré hasta que te deje sin fuerzas.

-          Vayamos a mi casa, allí no nos molestará nadie…

Cogimos el metro hasta su casa. El poco trayecto que había lo pasamos escandalizando a dos matrimonios mayores con nuestras lenguas entrelazándose y nuestras manos escondidas entre la ropa. Alex los miraba desafiante y eso me ponía burrísima, mientras mi coño protestaba por ese orgasmo que le debían. Subimos a su casa con prisa, un piso antiguo rehabilitado que parecía precioso. En el ascensor nos fuimos quitando la mitad de la ropa, y el resto se fue quedando por el pasillo. Llegamos al dormitorio, desnudas y con urgencia, y Alex retomó la labor de su mano en mi sexo. Yo ya no ocultaba el enorme placer que estaba sintiendo y gemía sin control mientras la dejaba hacer. Me dijo que me colocase boca abajo y con el culo en pompa. Besaba mi culo mientras continuaba el ritmo frenético de sus dedos en mi coño y mi clítoris. De nuevo el placer comenzó a venir como una oleada, yo ya había perdido la cuenta de los dedos de Alex que estaban dentro de mí, mis caderas seguían el ritmo imposible que ella imponía con su mano y mis músculos comenzaron a tensarse hasta que exploté, sin poder remediarlo, gritando su nombre. Las convulsiones sacudían cada rincón de mi cuerpo mientras mis fluidos vaginales se escurrían hasta mis rodillas.

-          Campeona, esa es mi chica…

-          Trae aquí – le dije a Alex, mientras colocaba su coño totalmente depilado en mi boca, y actuaba por intuición, haciendo lo que sabía que a mí me daba placer.

La ausencia de pelo facilitaba la llegada a su clítoris con total libertad, pero no comencé por allí. Primero jugué con sus piernas, me detuve haciendo círculos con mi lengua en su ano, cosa que hizo que se estremeciera, succioné sus labios vaginales… Sin prisa, haciéndole sufrir un poco… Finalmente, deslicé suavemente la punta de mi lengua sobre su clítoris, haciendo que se encogiera, subiendo el ritmo poco a poco, mientras notaba que su respiración se aceleraba también. Sabía que estaba cerca del orgasmo, lo que significaba que pese a ser novata lo estaba haciendo bastante bien. De repente, Alex se colocó encima de mí, cambiando la posición.

-          Quiero terminar mientras te como el coño yo también – me dijo, y me colocó de nuevo el coño en la cara –.

Mientras yo me afanaba en lamer su clítoris, Alex hacía lo propio conmigo y pronto nuestros gemidos comenzaron a acompasarse y a hacerse más ruidosos. Hacíamos crujir todos y cada uno de los muelles de su vieja cama, manoseaba y le daba cachetes en su perfecto culo, que tenía ante mis ojos. Su orgasmo se acercaba y comenzó a moverse frenéticamente. Yo, agarrada a su culo, seguía sus movimientos y no dejé de penetrarle con mi lengua en ningún momento, hasta que derramó toda su corrida en mi boca. Alex, obediente, siguió jugando con su pendiente del labio por mi sexo hasta proporcionarme mi segundo orgasmo.

Exhaustas, nos tumbamos una al lado de la otra sobre su cama, compartimos un cigarrillo y seguimos besándonos y acariciándonos hasta que el cansancio pudo más.

Nunca había tenido sexo con una mujer y desde luego no lo cambiaría por nada del mundo. Actualmente, Alex y yo llevamos varios meses de relación, con un sexo increíble que me eleva hasta las alturas, donde nunca antes había llegado. Mis compañeras de facultad fueron las cómplices de Alex, que desde el primer día había perdido la cabeza por esa chiquilla rubia de las tetas bien puestas, que la provocaba con su escote y a su perfume mezcla de colonia y tabaco. Desde hace dos semanas he abandonado la residencia y vivimos juntas en su preciosa casa rehabilitada, dedicándonos a follar en todas y cada una de sus esquinas.