Conversión al placer

Relato de una Ama convertida a esclava por su propio esclavo.

CONVERSIÓN AL PLACER.

Me siento acorralada. Me observo en el espejo que has colocado frente a mí, y maldigo el día en que accedí a probarte. Tú, condenadamente hermoso, eras mi esclavo. Besabas mis pies con delicadeza extrema, ansiabas solamente mis suspiros de placer. Singularmente bello, tu cuerpo estaba enteramente a mi servicio, ni siquiera osabas mirarme con tus ojos color miel si yo no te lo permitía.

Ayer me pediste permiso para hablarme, y yo te lo concedí durante el tiempo que dura un café en aquella cafetería céntrica que tanto nos gusta. Me propusiste cambiar los roles. Llena de curiosidad, yo, tu Ama, acepté. Me convertí en tu esclava. Y allí mismo comenzó mi delirio. Me indicaste mi ropa, y me llevaste hasta mi casa a cambiarme… Pasamos de largo aquella habitación que tan bien conoces, y vi tu mirada soslayada, astuta. Me elegiste un vestido, y me lo puse para ti. Medias, liguero, zapatos… todo lo escogiste tú.

Me dejaste para que me vistiera tranquila, y fuiste a la cocina. Te oí revolver, y luego escuché el tintineo de una copa contra el vidrio de una botella, supe que habías servido vino.

Llegué a tu lado, dispuesta a complacerte. Me colocaste el mismo collar que tú portabas, y me arrojaste al suelo. Me dijiste que ese era mi sitio, que era una perra, y que ahí debía estar siempre. Levanté hacia ti mi mirada, y un seco chasquido de tus botas me obligó a agachar la cabeza, a humillarme. Ya excitada, me arrastré hasta tus pies deseando adorarlos, pero me rechazaste. Dijiste que era sucia, que no querías tocarme. Con unas pinzas te deshiciste de mi ropa, y me ordenaste que me introdujera en la ducha. Ataste mis manos a la barra, tapaste mis ojos, y sentí el impacto del agua helada sobre mi piel ardiente. Grité. Me amordazaste con ese juguete tan especial que yo tenía para que no pudieses cerrar la boca. Cuán perverso te has vuelto

Después de ducharme, me sacaste a rastras, y me arrojaste de nuevo al suelo. " Ni una queja" me ordenaste, y comenzaste a atar mis manos y mis piernas, muñecas y tobillos juntos. Me quitaste la venda, y vi lo que te proponías hacer. Protesté. No estoy habituada a someterme, pero tu golpe certero en mis nalgas me hizo callar. Poco a poco comenzaste a tirar de la cuerda anillada a la polea del techo, y sentí cómo me izabas. Después de colocarme como querías, ataste a mi pelo otra cuerda, tensándola hasta que mi cabeza quedó hacia atrás. Te situaste muy cerca, sacaste tu hermosa y muchas veces atormentada verga, y la introdujiste en mi boca, moviéndome adelante y atrás en el aire.

De pronto te detuviste, y sentí dos intrusiones en mi cuerpo. El dolor de estar colgada, junto con los dos enormes vibradores que tu invitada me estaba introduciendo en el culo y en el coño, fue demasiado. Me abofeteaste ante mi intento de expulsarte de mi boca, y comenzaste a follármela salvajemente, provocándome náuseas una y otra vez. Mientras, Andrea, tu amiga, había puesto los vibradores al máximo, y me estaba acariciando, pellizcando y estirando el clítoris. Yo, presa ya de locura, me corrí sin pedirte el permiso necesario, me corrí como la zorra y la puta que me sentía, y tú, al sentir mis estremecimientos, comenzaste a empujarme hacia ti hasta que te vaciaste con un grito en el fondo de mi garganta, mientras tu amiga lamía los jugos que yo iba soltando, obediente a una orden tuya… no deseabas que se ensuciara el suelo por mi culpa, recuerdo que le dijiste

Sentí como me bajabas, hasta que mi espalda tocó el suelo. Sonriendo, nada en tu hermoso rostro evidenciaba lo que se me venía encima. Retiraste mis cuerdas y correas, y yo te lo agradecí derramando mis lágrimas, lavándote los pies con ellas. Y de pronto, sentí un metal helado en torno a mi cintura… ¡Me aprisionaste! Hiciste lo mismo con mis manos, de modo que pudiera moverme, pero atada a una cadena cuya llave cuelga indolente sobre tu pecho. Tu amiga Andrea trajo dos cuencos. Uno con agua, otro con algo de comida. Los puso a mis pies, y tu voz profunda dijo unas palabras que reverberarían en mi alma de esclava recién descubierta durante mucho, muchísimo tiempo:

"Aquí te quedas, perra, mañana volveré."