Conversaciones delicadas

Esta para gozarlo

Conversaciones delicadas

Kamouraskan

Ephiny estaba intentando no hacer caso de la algarabía habitual en el comedor de las amazonas. Sentada sola, la regente de pelo rizado comía distraída el contenido de un cuenco mientras se concentraba en sus papeles oficiales. Por esa razón percibió de inmediato el repentino silencio que se hizo en la estancia y miró por instinto hacia la puerta.

Allí estaba Xena, y en opinión de Ephiny estaba claro que se mantenía en pie por pura fuerza de voluntad. Intentando disimular el dolor, sin conseguirlo, la guerrera recorrió el lento y dificultoso trayecto hasta su mesa. Era evidente que ante la regente se encontraba una mujer emocional y físicamente agotada y, mientras se acercaba cojeando con movimientos a todas luces torturados, Ephiny se quedó de piedra al ver lo pálida que tenía la piel normalmente bronceada. El agotamiento de sus ojos resultaba casi penoso. Casi.

—Guerrera... —la saludó Ephiny, esforzándose por mantener la cara seria.

—Eph.

—Cuánto tiempo...

—Mm-mm.

Varias de las amazonas alzaron la vista para quedarse mirando a la Princesa Guerrera, pero se achantaron de inmediato bajo los láseres azules. Despacio, Xena recorrió con los ojos la estancia entera, hasta que todas se ocuparon de otras cosas. Con cuidado, se sentó en el banco. Ephiny hizo una mueca de dolor al oír el crujido de las articulaciones.

Alguien colocó un cuenco de cereales delante de la guerrera. Xena esperó un momento antes de ponerse a comer.

—¿Eph? —Se produjo una especie de lucha interna mientras la guerrera, normalmente taciturna, intentaba resolver por dónde empezar.

—¿Sí? —La regente sabía que a la guerrera le costaba mucho hablar, de modo que dejó el pergamino y concentró su atención en la mujer que tenía al lado—. ¿Qué ocurre, Xena? Si hay algún problema y puedo ayudar...

—Pues...

—¿Sí?

—Ephiny... ¿Tú dirías que soy una mojigata?

La regente intentó controlar el ataque de tos que le entró.

—¿Estás bien?

—Sí, sí. ¿Mojigata? Mm, no, no creo que ésa sea una palabra que alguna vez haya asociado contigo. ¿Por qué?

—Pues... se trata de Gabrielle. —Xena carraspeó.

—¿Qué pasa con Gabrielle?

—Pues... creo... supongo que ya sabías que no habíamos... bueno, es decir, hasta ahora...

—Sí, ya lo sabía —sonrió Ephiny. En la aldea todo el mundo lo sabía. Varias amazonas sonrientes habían preguntado si podían quedarse con lo mejor de la camada de lo que fuera que estuvieran criando en la cabaña de la reina en los últimos días. Xena la fulminó con la mirada.

Ephiny respiró hondo para calmarse y se puso seria.

—Continúa.

—Pues es que se ha puesto muy... extremadamente... entusiasta.

Ephiny se esforzó por mantener la boca rígida.

—Bueno, Xena, no es tan raro que una mujer joven se comporte... mm... como una niña con un juguete nuevo.

—Tú nunca has sido el juguete, Ephiny.

Los labios de Ephiny se movieron un poco.

—Es una reacción normal.

—Eph. Cuatro días. Con sus noches. Dejó de ser normal hace dos días. —La guerrera cerró los ojos un momento.

—¿Cuatro días sin parar? —La regente parecía escéptica. La guerrera se estremeció ligeramente antes de asentir—. Estás exagerando. Hacéis descansos, ¿no?

—Sí, pero... luego empezamos a tocarnos y a achucharnos y una cosa lleva a la otra...

La regente tenía que mirar a cualquier parte menos a Xena. Se puso a examinar el patio que se veía por la ventana.

—No sé qué decirte. Éste no es el tipo de conversación que me habría esperado tener, al menos contigo... ¿Dónde está la reina ahora?

—Se ha ido a correr.

—¿Sí?

—Dijo que quería ejercitar un poco las piernas.

—Ah.

—¡Eph, pero si es capaz hasta de cascar nueces con los muslos! —La guerrera había alzado la voz y algunas captaron el comentario. Hubo algunas risitas que una mirada fulminante apagó de inmediato.

—¿En serio? ¿De verdad puede...?

—¡Eph!

Ephiny empezó a preocuparse.

—Por cansada que estés, no le habrás dado a Gabrielle ningún motivo para sentirse... rechazada o no deseada en los últimos días, ¿verdad?

Xena se limitó a resoplar.

Ephiny volvió a intentarlo.

—¿Ni siquiera sin intención? O sea, en estos momentos la cosa es muy delicada para ella.

—¿Que ella es delicada?

—Lo que quiero decir es que con esto del amor nuevo, todos estos sentimientos nuevos... no habrás tenido la tentación de aplicarle el pellizco para poder dormir o algo así, ¿no?

—¡Maldita sea, Eph, si no puedo quitarle las manos de encima! —El gruñido provocó otra ola de risitas por el comedor. Esta vez la guerrera se levantó con una mano en la espada hasta que una vez más lo único que se oyó fue el ruido de la gente comiendo.

Ephiny tiró de Xena para que se sentara.

—Bueno, eso está bien, ¿no?

—Eso no es lo que me preocupa.

—Mm, Xena... Yo creía que tenías un poco más de, bueno, de resistencia...

—La tenía. Pero todo el mundo tiene límites.

—Pues parece que no. —De la boca de la regente brotó una carcajada contenida. Xena la miró furiosa y se puso las manos en los muslos.

—Perdona, Xena, pero es que tienes que aceptar que la cosa tiene su gracia. O sea... —Se le escapó otra carcajada—. Estamos hablando de ti... —Señaló a su alta y morena acompañante—. Y luego de esta rubita de nada...

Xena frunció la boca pensativa.

—¿Te refieres a esa rubita de nada que te da una zurra cada vez que lucháis...?

—No es lo mismo... ¿o sí?

—Cuando te dan una zurra, es que te dan una zurra, Eph...

Con eso, la tensión que había entre ambas despareció y se echaron a reír, aunque Xena todavía estaba un poco ruborizada.

—Le he hecho unas cosas, le he dado unos orgasmos, —la voz de Xena bajó hasta su registro más grave, y Ephiny sintió un leve estremecimiento—, que habrían acabado con cualquiera de mis anteriores amantes. Ella dice que simplemente la llenan de energía...

—Y entonces...

—Quiere "aprender" más...

Ephiny cerró el puño y golpeó a Xena en el hombro con un gesto de camaradería.

—Debo recordarte que has sobrevivido a cosas peores.

—Sí, pero a lo mejor... podrías hablar con ella...

—¿Qué? ¡Ja! Ni hablar.

—Eph, aquí hay algo más, no sé. Está casi frenética... Le he preguntado, pero sólo dice que yo la inspiro. Si pudieras hablar con ella...

—Ni. Hablar. Gabrielle odia hablar de este tipo de cosas.

—Te sorprendería saber de lo que le gusta hablar a Gabrielle, últimamente... y... yo voy a morirme como siga así. Eph... algo va mal —rogó la guerrera.

Ephiny suspiró.

—No te prometo nada. Pero veré qué pasa. Eso es todo.

Fue entonces cuando se hizo otro silencio, y Ephiny levantó la mirada y vio entrar a Gabrielle. Envuelta casi en una nube de alegría, su felicidad algo desenfocada parecía iluminar la estancia entera. Se detuvo para saludar a varias de sus amazonas y luego continuó hacia ellas. Se sentó modosamente al lado de su guerrera y sonrió cuando las encargadas cubrieron el resto de la mesa con lo que solía pedir.

La guerrera murmuró algo sobre Argo y se alejó a trompicones hacia la salida.

—Ah, ¿Xena? —llamó Gabrielle a la espalda que se alejaba. Xena se quedó inmóvil—. Volverás pronto, ¿verdad? Para que podamos repasar... esos temas que hemos hablado otra vez...

Con un ligero gesto de asentimiento, la guerrera escapó.

Ephiny esperó a que Gabrielle hubiera terminado su primer plato de huevos. Carraspeó nerviosa.

—Xena parece como... cansada —empezó.

La cara de Gabrielle relucía de satisfacción, pero también con algo de diversión maliciosa.

—Sí, eso parece, ¿verdad?

Ephiny intentó empezar de nuevo.

—Gabrielle, de verdad que no quiero meterme donde no me llaman, pero...

Los ojos de la reina volvían a ser totalmente inocentes.

—Ephiny, tú eres una de mis mejores amigas, por no decir la mejor. Puedes preguntarme lo que quieras.

—Bueno, Gabrielle. Tú sabes lo que le estás haciendo, ¿verdad?

La bardo sonrió.

—Al principio no del todo, pero creo que ya le voy cogiendo el aire. Y lo digo literalmente. ¿Sabes esas vigas del techo...?

Ephiny bajó los ojos.

—Pues ahora me doy cuenta de verdad de lo bien construidas que están las cabañas de esta aldea.

Ephiny se tapó los ojos con una mano. Le empezaron a temblar los hombros. Respiró hondo y estudió la cara reluciente de su amiga.

—¿Se lo estás haciendo a propósito? ¿Es una especie de venganza por todas esas marchas forzadas a las que te sometía el primer año que estuvisteis juntas?

—¿Es que lo ha comparado a una marcha forzada?

—¡No, no, no! Lo he comparado yo.

—Más le vale. —La bardo cogió otro bollo y se lo comió muy seria—. Ephiny, dentro de unos días, vamos a volver al camino. Con todos los peligros que la mantienen en estado permanente de señora de la guerra. Y eso si tenemos suerte. ¿De verdad puedes garantizarme que vamos a tener una larga vida para disfrutar de esto... de esta cosa espectacular? Ya la he perdido dos veces...

Los ojos de la regente se enternecieron.

—No, no te lo puedo garantizar. Pero no se puede tener una vida entera de sexo en una sola semana.

Gabrielle alzó los ojos para mirar fijamente a los de la regente.

—No, pero se puede hacer todo lo posible por intentarlo.

—Pero Xena...

—Ahora sólo está un poco... abrumada.

—No. Me refería a que si has hablado de esto con Xena.

—No.

—¿Se lo vas a decir?

Gabrielle no contestó.

Xena por fin se acercó a la cabaña de la reina con mucha preocupación. Irguiendo los hombros, recordando lo que le había dicho Ephiny, recordándose a sí misma los terrores a los que se había enfrentado en el pasado, por fin fue a abrir la puerta.

Estaba bloqueada.

Una voz grave habló desde el interior.

—¿Qué quieres?

Xena esperó un instante antes de responder.

—Quiero, necesito meterme en esa cama, nuestra cama, y abrazarte. Y necesito dormir.

—No me puedo creer que hablaras con Ephiny. ¡Ha comparado los últimos días a una marcha forzada!

—Gabrielle, ¿por qué no me has dicho que todavía tenías miedo? ¿Que ese miedo sólo ha empeorado al estar juntas?

Silencio.

—Quiero entrar y dormir. Contigo. Y luego quiero despertarme contigo. Cada mañana. Eso es lo que quiero. Haré lo que sea necesario para poder hacer eso.

—¿Por cuánto tiempo?

La guerrera se quedó parada. Se le hundieron los hombros. ¿Cómo podía hacer que tuviera fe?

—Ya te lo he dicho, Gabrielle. Más allá de la vida, más allá de la muerte. —La guerrera hablaba con claridad, con ternura, recordándole a Gabrielle la promesa que le había hecho hacía tanto tiempo y, sin embargo, no tanto—. Nunca. Te. Dejaré.

La guerrera esperó y oyó el ruido de la barra al descorrerse. Entró en la cabaña.

Gabrielle estaba sentada en la cama. No tenía los ojos enrojecidos, pero su rostro estaba inexpresivo. Tenía los brazos cruzados sobre el regazo y estaba vestida con su delicado camisón. Xena se quedó paralizada por un instante.

—Alto —fue la orden—. Ahora puedes venir a la cama, sólo para dormir, pero hay ciertas... condiciones. —La expresión de la bardo era firme.

—¿Condiciones?

—Sí. Hay una línea imaginaria alrededor de la cama. A partir de esa línea no se permite ningún tipo de ropa.

Xena sonrió. Esto ya era más propio de su Gabrielle.

—Pero tú aún estás vestida —señaló la guerrera razonablemente.

—Sí, pero es mi línea. La he trazado yo.

—Gabrielle...

—Es que necesito... mirarte, Xena. Por favor.

—Lo que sea necesario, pero... ¿no mucho tiempo?

—Xena, en el camino, tú estás a cargo de nuestra vida y nuestra seguridad. Ésta es la cabaña de la reina y es mi línea.

—Bueno...

—Desnúdate.

La guerrera empezó a soltarse la armadura. Gabrielle estaba sentada en la cama mirándola, comiéndose una galleta muy despacio, con la cara algo impasible, pero concentrando toda su atención en cada movimiento que hacía Xena, memorizando cada detalle. Xena sintió un rubor poco habitual en ella.

Se quitó los brazales mientras los ojos de la reina le recorrían el cuerpo de arriba abajo.

—¿Algún problema, Xena? —Era una pregunta delicada, pero así y todo la guerrera sintió un estremecimiento.

La mirada de la bardo estudiaba sus brazos y hombros a medida que iban apareciendo a la luz y Xena notaba la mirada como algo físico. Algo físico muy caliente.

—No... en realidad no es un problema...

—Nunca hasta ahora te has puesto tímida con tu cuerpo.

A Xena le dieron ganas de darse la vuelta mientras se levantaba despacio la camisa. La mirada seguía la costura de la camisa a medida que iba subiendo y revelaba cada vez más piel tersa y bronceada. Xena se chupó los labios repentinamente secos.

—No, pero...

La guerrera se echó hacia delante para quitarse la tela por encima de la cabeza y captó el brillo casi fiero de los ojos de la bardo. Gabrielle parecía muy concentrada, memorizando cada aspecto, cada músculo, sin dejar de comer la galleta en silencio. Xena dejó caer la camisa y se quedó desnuda ante su silenciosa amante. Xena se olvidó de soltar aire por un momento cuando la pequeña lengua rosa apareció por un instante y tocó la punta de la galleta. De repente, parecía que el aire de la cabaña era difícil de respirar.

Gabrielle inició su repaso por los pies, recordando cómo la habían acariciado... siguió la curva natural, pensando, Esas piernas... y esos muslos... y se le cortó la respiración al clavar los ojos un momento en los rizos oscuros, sacando de nuevo la lengua un instante.

La guerrera vio el gesto y se estremeció levemente, pero por lo demás permaneció inmóvil como la estatua morena que parecía ser.

Gabrielle siguió subiendo, apreciando los pechos, y su lengua aún era capaz de notar la sensación de esos pezones y de los pequeños y sensibles surcos que los rodeaban. Luego las manos callosas, pero tan tiernas, y subió por los fuertes hombros, pensando en ese punto justo en el comienzo de la curva hacia abajo. Cómo se agitaba y gemía Xena cuando se lo lamía y chupaba. ¿Cuál es la parte más erótica de mi amante? , se preguntó. Pero estaba muy claro. Llegó a la cara de la guerrera y se quedó hipnotizada por esos ojos. Como siempre.

—Mía —afirmó con determinación.

—Para siempre —susurró Xena.

Gabrielle soltó un suspiro, liberando la tensión reprimida. Se quedó callada un momento, preguntándose si esta pequeña semilla de permanencia debía ser alimentada.

Sí, quiero esto, voy a creer en ello.

Una vez tomada la decisión, se tumbó, echándose las mantas por encima, y las levantó para recibir a su amante.

Xena se unió a ella.

—Sabes, Gabrielle...

—¿Sí, Xena?

—No tenemos por qué... no...

—¿No, Xena?

—Bueno, es que me he dado cuenta de que...

—¿Sí, Xena?

—De que ahora mismo ya no me duele tanto todo...

Gabrielle se echó a reír suavemente.

—Nos queda mañana, ¿verdad?

—Más que sólo mañana, te lo prometo.

Hubo un momento silencioso de ajustes placenteros, un movimiento que despertó el deseo de ambas, y luego calma.

—¿Xena?

—Sí, Gabrielle.

—Esto también es amor, ¿verdad?

—Sí. Lo es. —Xena besó la cabeza que reposaba sobre su pecho y cerró los ojos.

Gabrielle alzó la mano para acariciarle suavemente la cara y luego se acomodó, regodeándose en el calor, y movió la cabeza para besar un hombro cercano.

—Pero Xena...

—¿Sí, amor?

—Tú sabes lo que cuesta despertarme.

—Sí, amor.

—Cuando me despiertes mañana...

—¿Sí, amor?

Pausa.

—¿Podrías hacerlo con la lengua?

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Escena Primera: Ejemplo de narración descriptiva y sin adornos

Alguien que entrara en esta aldea amazona identificaría fácilmente la cabaña de la reina. Está oculta en las sombras y el añadido de una sala de baños privada la diferencia del resto de edificios con techo de paja. Ese añadido también proporciona un punto de acceso perfecto para entrar sin ser visto.

La figura estaba de pie en el lado en sombra de la cama, asombrada de que la afamada Princesa Guerrera no hubiera reaccionado hasta ahora por su presencia. Los ojos de la intrusa se posaron en un punto justo encima de la figura dormida y levantó en silencio el pesado objeto. ¿Podía correr el riesgo? ¿Lo que había bebido la guerrera le daba seguridad suficiente para jugársela? Sólo había una forma de averiguarlo...

La guerrera en cuestión estaba atrapada en un torbellino de náuseas. Dolor machacante de cabeza. Boca reseca. Pero un hecho penetró sus sentidos abotargados.

Alguien se movía furtivamente por la habitación.

De algún modo la persona había conseguido situarse por encima de ella, ¡con una especie de cadena! A pesar de la tremenda resaca, Xena se puso repentinamente en movimiento. Saliendo de lado de debajo de las mantas, golpeó con un brazo rígido para derribar al intruso. Cuando éste cayó como un árbol al suelo, ya había previsto el ángulo de la caída y con el talón le asestó un golpe demoledor en el cráneo. Sacando un corto puñal, saltó para colocarse por encima de su enemigo inconsciente, intentando no hacer caso de los tambores que resonaban dentro de su cabeza.

La figura menuda yacía inconsciente en el suelo, con el pelo rubio rojizo esparcido a su alrededor.

Gabrielle.

En la mano derecha aferraba los restos de una pancarta larga en la que ponía "¡FELIZ DÍA DE CUPIDO, AMOR MÍO!" y que evidentemente había planeado colgar encima de la cama como sorpresa.

Xena cerró los ojos.

—Oh, cielos.

Escena Segunda: Dos ejemplos de diálogo entre personajes principales

Ejemplo A

—¿Está enfadada? —Eponin miró a la hosca guerrera que estaba sentada al otro lado de la mesa, jugando con el desayuno.

—Sí —gruñó Xena.

—¿En serio?

La mirada fulminante de la guerrera desde el otro lado de la mesa fue bien elocuente. No, Pony. La conmoción cerebral y la cojera la han animado un montón. No hace más que darme las gracias una y otra vez. Xena tiró la cuchara en la mesa con disgusto y miró furiosa a la maestra de armas, comunicándole: No puedo creer que no supiera que era ella. ¿Y por qué tuvo que ser en ese momento?

Eponin se encogió de hombros, diciendo en silencio: Ni siquiera tú puedes beber más que una tribu completa de amazonas y despertarte fresca como una lechuga. Agitó una mano flexionada como preguntando: ¿Pero por qué, en nombre de Artemisa, tuviste que pillarte una cogorza la noche antes de vuestro primer Día de Cupido?

Xena cerró los ojos y se le hundieron los hombros, reconociendo claramente: Porque... era la noche antes de nuestro primer Día de Cupido, ¿vale?

—Ah. —Por fin una palabra logró escapar de los labios de Eponin. Se hizo un largo silencio en el que cada una intentaba animar a la otra a no interrumpirlo. Por fin, la amazona habló—. Xena... sé que vosotras dos... no os habéis estado... —volvió a continuar con los ojos: ...follando vivas mucho tiempo... —, pero... — ¿No lamentarás que estéis juntas...?

La guerrera siguió contemplando su cuenco, en un silencio que lo decía todo.

Los ojos de la amazona se pusieron muy redondos.

—Oh... —Y continuó en silencio: ...mierda, ¿en serio? ¿POR QUÉ? ¿Lo sabe Gabrielle?

La guerrera habló despacio.

—Durante mucho tiempo... —Llena de dolor, apartó la mirada. Simplemente... tomaba... todo lo que quería. Volvió a mirar a los ojos a la maestra de armas—. Gabrielle y yo no, bueno, no éramos... ya sabes. A lo mejor se convirtió en algo que podía digamos que... señalar y decir "He cambiado". Que se podía... confiar en mí.

Sin pensar, Eponin soltó:

—¿No la habrás... — forzado?

Los ojos azules entraron en acción y de repente Xena estaba de pie por encima de la amazona, ahora paralizada.

—No. Yo nunca he pensado... yo... —farfulló la amazona.

La guerrera dijo entre dientes:

—Eso es lo que cree la gente. Da igual.

—No —dijo la maestra de armas con firmeza. Yo sé que no es así.

—Pero... — La estoy cambiando... y ahora le he hecho daño...

Eponin sacudió la cabeza con convencimiento. Conozco a nuestra reina, no lamenta nada.

Un encogimiento de hombros. Me perdona. Siempre me ha perdonado.

—Somos tan distintas... y eso es lo que va a acabar...

Eponin estaba asombrada de la facilidad con que Xena y ella estaban hablando. Parecía que Ephiny tenía razón al enviarla a ella. Sí que tenía talento para estas charlas delicadas.

—A lo mejor si hicieras algo... —Meneó las cejas. ¿...romántico?

Con eso sólo obtuvo otra mirada fría. Eponin. Yo mato gente. No les envío bombones.

Eponin la miró con escepticismo. Has cambiado...

La guerrera dio unas vueltas, con un ligero temblor en la mano y el brazo izquierdos por un atípico nerviosismo. Luego levantó la mirada.

—¿Cómo se llaman esos pasteles? Eso es tradicional, ¿no? Es lo que dan las mujeres el Día de Cupido, ¿verdad?

La amazona dejó sus autofelicitaciones para más tarde.

—Pues sí. Pero... —Y aquí tragó antes de continuar—. Hay que hacerlos. Cocinarlos. En un horno, ¿sabes?

La guerrera se cruzó de brazos.

—Escucha, estuve sobreviviendo con lo que yo misma cocinaba durante mucho tiempo antes de que Gabrielle entrara en mi vida. Me estoy hartando un poco de tanta bromita con que soy igual de mortífera en la cocina.

Eponin intentó mostrar apoyo al mismo tiempo que trataba de cambiar el cariz que parecían ir tomando las cosas.

—Es que es hojaldre y es muy... delicado... y hace falta...

La guerrera se echó hacia delante.

—¿Vienes conmigo o no?

Ejemplos de diálogo entre personajes principales

Ejemplo B

—Mira, Ephiny. No quiero hablar de ello porque cada vez que hablo de ello me deprimo y entonces no puedo comer... No me mires así, me ocurre. Es que nos pasamos la vida con este baile de dos pasos para delante y un paso para atrás y ya me está afectando. Así que no me hagas hablar de ello, ¿vale?

La regente la miraba divertida, pues Gabrielle parecía estar dando vueltas por la habitación, aunque la joven reina de las amazonas estaba sentada en la silla.

—¿Gabrielle? —preguntó Ephiny con calma—. Si no estás enfadada con ella, ¿por qué no quieres verla?

Con la cabeza vendada y la pierna entablillada, la reina se erizó llena de frustración.

—Porque en cuanto vea estas lesiones, voy a ver esa misma expresión de culpa en sus ojos, y por mucho que me empeñe en decirle que es culpa mía, sólo se sentirá peor. No puedo hacer eso.

—Ya carga con el peso del mundo sobre los hombros, ¿verdad?

—Sí. Así es. Es parte de ella, y aunque es tan distinta de mí, es lo que nos hace funcionar.

Ephiny probó por otro lado.

—Gabrielle, tienes que tener en cuenta otra cosa. Si la gente os ve separadas y a la reina paseándose con un ojo morado, eso puede confirmar lo que ya piensa mucha gente...

—¿El qué?

Ephiny carraspeó antes de decir:

—Pues que Xena es... que le va en plan duro...

—¿Cómo duro ? —La reina hizo caso omiso del dolor de tobillo para ponerse en pie, con un aire repentina y sorprendentemente imponente para la regente sentada.

Ephiny tragó con dificultad.

—Tú sabes que yo nunca he pensado...

Gabrielle alcanzó su vara.

—Pero eso es lo que piensa todo el mundo, ¿verdad? Pues me parece que más vale que les deje las cosas claras.

Ephiny se quedó atónita por el súbito cambio y luego se pegó un puñetazo en la frente. Se levantó de un salto para salir corriendo detrás de la mujer que avanzaba golpeando el suelo con su muleta/vara rumbo a la tienda de la cocina.

—¡Gabrielle! No puedes entrar así en el comedor... ¿Gabrielle?

Escena Tercera: Ejemplo de escena innecesaria

o

No hay Escena Tercera

Escena Cuarta: Sin descripción narrativa; ejercicio de diálogo

—¡¡¡No me puedo creer que hayan quemado la tienda de la cocina !!!

—Eph... mmm, no lo han hecho, en serio. Recuerda que Gabrielle todavía estaba soltando esa diatriba a la tribu y que se quedó de piedra al ver a Xena... y cuando Xena trató de ocultar lo que estaba haciendo, pues entonces empezó el incendio... y sé que Gabrielle en realidad estaba intentando apagarlo cuando los caballos salieron de estampida...

—Esa vieja cocina databa de cuando se fundó la aldea. Mi madre cocinaba en esa misma tienda, ¡yo me crié en esa maldita tienda de la cocina , Pony!

—Ya lo sé.

—Vale. —Pausa—. ¿Dónde están ahora?

—Las hemos puesto en extremos opuestos de la cabaña de la sanadora.

—Ve a decirle a Saras que junte sus camas.

—¿Por qué? Creía que eran demasiado peligrosas para estar juntas.

—Eso es cuando están juntas. Sabrán los dioses lo que le harán a la aldea si están separadas.

Escena Quinta: Mezcla de diálogo cómico y romántico con narración sin adornos

—¿Xena?

Los ojos azules flotaron dentro de las órbitas un momento hasta posarse desenfocados en la preocupada figura colocada a su lado.

—¡Hooolaaaa! —sonrió la Destructora de Naciones.

Gabrielle se volvió para mirar a la sanadora jefa.

—Saras. ¿Qué... es... esto??? —exigió saber, señalando a su compañera.

Impasible ante la cuidadosa enunciación, la sanadora respondió con frialdad:

—Majestad, Xena sufrió varias quemaduras mientras sujetaba los soportes de la puerta. Por alguna razón, cuando todo el mundo había salido, volvió dentro para recoger esa piedra que tiene en la mano. En esa mano tiene varias quemaduras y se niega a soltarla. Pensé que si estaba más relajada...

—¿Y ha funcionado? —interrumpió Gabrielle.

—No —reconoció Saras.

—¿Cómo has logrado que se tome tal cantidad de droga?

La sanadora miró al suelo.

—Le dije... le dije que lo habías ordenado tú.

Aunque la reina estaba vendada y magullada, Saras retrocedió un paso cuando los ojos verdes se endurecieron y algo tras ellos soltó un chasquido casi audible, antes de que Gabrielle devolviera su atención a la paciente.

Ephiny aprovechó la distracción y tiró de la sanadora para llevarla a un lado. Le habló como si hablara a una niña pequeña.

—Te han entrado de repente unas ganas enormes de visitar los lejanos puestos del norte para ver qué tal va el programa avanzado para sanadoras, ¿verdad?

Saras asintió y miró a la contenta ex señora de la guerra.

—Tengo tiempo hasta que Xena esté en pie, ¿verdad?

—No —sonrió Ephiny tensamente—. Tienes tiempo hasta que la reina esté en pie pisándote la cabeza.

Saras le devolvió la sonrisa hasta que se dio cuenta de quién estaban hablando y se quedó mirando la espalda de la joven cuya atención, afortunadamente, estaba centrada en otra cosa.

Gabrielle preguntó suavemente:

—¿Xena? ¿Me das la mano?

—Claaaaro, cariñito. —La guerrera feliz levantó las dos y se las ofreció—. Tengo dos —le confió en secreto.

—¿Cielo? —Gabrielle estaba logrando controlar su preocupación, lo suficiente como para preguntar con dulzura—: ¿Me darías esa piedra tan bonita?

Los labios llenos hicieron un mohín.

—No es una piedra.

Gabrielle desplegó con cuidado los dedos y soltó el objeto de la mano agarrotada, haciendo una mueca al ver que se llevaba un poco de piel calcinada.

—¿Y qué es? —preguntó, al tiempo que le daba instrucciones a Ephiny señalando con la cabeza el ungüento que estaba en un estante.

Xena seguía sonriendo.

—Es mi regalo, para ti.

Gabrielle examinó la pesada piedra negra e informe.

—Qué... bonito.

La sonrisa de la guerrera se apagó un poco.

—Está un poco quemado. —Alzó la cabeza y susurró al oído de Gabrielle en tono conspirador—. Yo creo que el horno no funcionaba muy bien.

A pesar de su preocupación, los labios de Gabrielle se curvaron por los extremos.

—Mmm... ¿Xena?

Los ojos azules flotaron sin rumbo un momento hasta que la mente atontada que había tras ellos captó la pregunta. Decepcionada, la guerrera dijo:

—Es un pastel. Para el Día de Cupido. Es en forma de corazón. Mi corazón. Te lo entrego.

Gabrielle cerró los ojos, atravesada por una ola de felicidad, soltando gran parte de la tensión que llevaba soportando desde que se había despertado en la enfermería por la mañana.

—¿Lo has hecho para mí?

—Nunca he tenido a nadie para quien quisiera hacer cosas así. Yo. —Un ruido extraño se escapó de los labios de la guerrera y Gabrielle tardó un momento en identificarlo como el poco habitual sonido de Xena soltando una risita. La guerrera suspiró llena de felicidad—. El Día de Cupido. Ja. Pero sabes, me alegro. ¡Porque ahora me siento fenomenaaaaaallllll!

Gabrielle examinó la sólida piedra que tenía en las manos y se dio cuenta de que lo que había tomado por estratos de sedimentación eran en realidad capas de lo que en algún momento había sido delicado hojaldre. Pero dijo con toda seriedad:

—Gracias, Xena.

La guerrera sonrió agradecida y parpadeó cuando una idea que corría dando tumbos por su cabeza chocó con una sinapsis.

—Ahora te lo tienes que comer.

Gabrielle se puso pálida.

—Tal vez más tarde.

—Se estropeará. ¿Es que no te gusta?

—Es estupendo. —Con disimulo, Gabrielle dio unos golpecitos con él en la cama, produciendo un claro tono de campana.

—Pony me ayudó. ¡Fue idea suya! —dijo Xena con entusiasmo—. Gracias, Pony...

La regente y la reina se volvieron a la vez para fulminar con la mirada a la maestra de armas.

—¿En serio? —dijeron al unísono—. Gracias, Pony.

Los ojos de Eponin se desorbitaron de miedo, señaló a su mejor amiga y amante y la guerrera normalmente estoica se puso a balbucear toda nerviosa:

¡Eh! ¡A mí no me miréis así! Yo no quería implicarme. Fue todo idea de Ephiny. Ella empezó. Fue todo idea suya. Dijo que había que tener una conversación delicada con vosotras dos y que yo tenía que ocuparme de Xena y que ella se encargaría de...

Ephiny estuvo a punto de caer de espaldas al recibir el impacto del poder malévolo que irradiaba de los ojos verdes, y sólo empezó a respirar cuando regresaron a la relajada figura tendida en el camastro, cuando Xena preguntó en tono quejumbroso:

—¿Y bien? ¿No me vas a decir qué tal sabe?

Acariciando la cabeza de su amante, Gabrielle logró decir con calma:

—No, esto que has hecho es taaan especial, y todo porque es nuestro primer Día de Cupido, que creo que voy a encontrar una manera de conservarlo... —Se oyó un resoplido por parte de las dos amazonas, del que ella hizo caso omiso—. ...Y será un recuerdo de lo más especial. ¿Vale?

La guerrera disfrutó de la ligera caricia un momento y luego replicó enfurruñada:

—Vale. Pero no lo guardes con todas tus demás piedras.

Gabrielle volvió a abrir la palma de la guerrera y emprendió la delicada tarea de aplicar el ungüento caliente en la herida.

—Bueno, esto puede dolerte un poquito, pero no es más que un poco de aceite...

—Ahhhhhhhh... —dijo Xena con pasión—. Me encanta ponerme toda aceitosa contigo...

Gabrielle miró a la pareja de amazonas, repentinamente petrificadas, y frunció el ceño.

—¿Podríamos quedarnos a solas...?

Escena Final: Para atar cabos sueltos y mostrar cariño por los personajes

Poco después, todavía en la enfermería...

—Teniendo en cuenta el estado en el que estás, ¿crees que deberíamos hacer una cosa así?

—¿Te refieres a esta cosa? —sonrió Xena mientras sus manos animaban a las de Gabrielle a explorar su cuerpo subrepticiamente por debajo de las mantas—. Creo que fuera lo que fuese lo que me ha dado, se me están pasando los efectos, porque... —Se calló y alzó la mano para acariciar la mejilla de Gabrielle, volviéndole la cara para examinar la magulladura. En sus ojos ensombrecidos apareció un brillo de humedad—. Te he hecho daño. Lo siento tanto...

Gabrielle cogió la mano con la suya.

—Disculpas aceptadas con una condición. Que me perdones tú.

—¿Que yo te perdone?

—Xena, ¿quién sabe mejor que yo que no se debe hacer el tonto a tu alrededor? Sabía que estabas borracha. Y como una estúpida pensé que sería posible sorprenderte. En cambio, lo único que pasó es que estabas lenta de reflejos, por lo que no te dio tiempo de reconocerme. Si estamos aquí es por mi culpa, yo he hecho que te sientas así.

—Pero...

—Habría dado igual que estuviera alcanzando el jabón o haciendo algo romántico. Fue una maniobra idiota en un mal momento. Si me hubiera tirado por un precipicio, ¿culparías a las rocas del fondo? Tú eres una fuerza de la naturaleza, guerrera boba, y te quiero por eso.

Xena se quedó pensando un momento. Sacudió la cabeza.

—No tendrías que...

—Conocía los riesgos. Los asumo de buen grado todos los días.

—Las amazonas pensaron...

—Ya no lo piensan.

Xena sonrió.

—Supongo que subirte a una mesa blandiendo la vara contribuyó a ello, ¿no?

—Énfasis.

—¿Y amenazarlas con hacerles morder el polvo si alguna vez volvían a pensarlo?

—Más énfasis.

Xena apartó la mirada de su compañera.

—Gabrielle, tú sabes que hay personas que...

El tono de Gabrielle fue firme.

—Nosotras no. Hacerme daño te hace a ti demasiado daño.

—No soy de fiar.

—Sí. Sí que lo eres. La falta de confianza ha sido nuestro único problema. E incluso entonces intentaste autoflagelarte por ello. Yo confío en ti y tú vas a tener que aprender a fiarte de mi criterio y de ti misma.

La guerrera carraspeó.

—Lo cierto es... Esto de estar enamorada... no se me da muy bien.

—No sé yo... —Gabrielle se sonrojó por una repentina acometida de recuerdos—. Además, no tienes por qué hacer nada especial por mí.

—Quiero hacer cosas por ti.

—Sshh. Haces cosas por mí cada vez que te veo o te toco o incluso pienso en...

—Sshh. Quiero hacer cosas. Cosas románticas. Pero es que no sé cómo...

Gabrielle sonrió.

—¿No venía en el Manual del Señor de la Guerra? ¿Y qué? Las dos tenemos que aprender. —Ladeó la cabeza y reflexionó en voz alta—: Yo tengo que dejar de esperar que llegue un momento en que todo se calme y se estabilice y darme cuenta de que me gusta más lo desconocido. Que me gusta explorar contigo. Ésa es mi vida ahora.

—Gabrielle... hay exploraciones y hay... oh... sí... exploraciones. A mí también me gusta explorar contigo... ooo... sí, ahí...

Gabrielle se volvió ligeramente y llamó a las amazonas que merodeaban por allí.

—¿Hay alguna razón por la que esta paciente no pueda estar en su propia cabaña? ¿ Ahora mismo?

FIN