Control de calidad - 2

¿Cómo es que esta misteriosa compañía prepara su producto más exitoso? ¡El secreto del proceso de conversión está por revelarse!

Siendo alumbrada solo por una lámpara de neón de esas que sueltan un leve zumbido mientras están encendidas, no había la menor duda de porqué la temperatura de esa habitación de paredes blancas estaba muy baja, sin embargo Susan, una mujer alta y delgada, morena clara y de largo cabello oscuro, podía sentir ese frío y por una muy buena razón: se encontraba desnuda, dejando a la vista sus grandes tetas de areola marrón, sus nalgas redonditas y su coño tupido por una mata de vello negro.

Lo normal en esa situación sería buscar una fuente de calor, pero ella no podía gracias a un collar plateado que llevaba alrededor del cuello, el cual había tomado el control de su cuerpo y le impedía moverse más allá de lo que le ordenara alguna persona que ese collar reconociera como una “unidad de control”, por lo que en ese momento se encontraba de pie, firmes, con los brazos al lado de sus caderas y con una leve sonrisa en sus labios.

Sin embargo, mientras que para cualquier persona eso podría pasar por una situación aterradora, para Susan no lo era. Ella sabía lo que estaba pasando y más importante, lo que le iba a pasar… y eso la emocionaba mucho.

Por contactos de unos amigos, Susan logró encontrar trabajo en una compañía clandestina dedicada a manufacturar un producto muy especial: muñecas sexuales vivientes. El proceso era muy sencillo: tomar a mujeres hermosas, lavarles el cerebro hasta que nada de sus previas vidas quedara y entonces, reprogramarlas para convertirlas en obedientes robots al servicio de la persona que fueran a denominar como “amo”.

Y eso era algo que a Susan le excitaba sobre manera, la idea de que su mente fuera borrada y fuera reducida a un mero objeto de placer a las órdenes de a quien le fuera impuesto como su amo.

Sin embargo, Susan no quería irse por la vía “fácil”, que la gente de la organización la tomara y la convirtiera, ella quería que fuera emocionante, sentir que sus futuros dueños la convertían no por lujuria, sino por castigo. Por tal motivo, cuando empezó a trabajar en el “área de preparación”, se las arregló para arruinar un “poquito” el proceso de una de las chicas, le pareció que se llamaba Clara, para que su cerebro quedara totalmente jodido y no pudiera ser reprogramado en una muñeca.

El plan funcionó: los jefes estaban cabreadísimos por perder a un excelente espécimen como Clara y ordenaron la inmediata detención y conversión de Susan en una muñeca para reemplazarla, por lo que de inmediato los guardas de la compañía la detuvieron, le colocaron en el cuello el collar de control con lo que sus movimientos quedaron sellados, la desvistieron y la guardaron en “la bodega” en espera de que iniciara su proceso, esperando que ella estuviera aterrada por su funesto destino, pero era ella la que tuvo la última carcajada: estaba tan excitada al ver cumplido su plan, que incluso su coño se estaba mojando y algunas gotas de su humedad caían al suelo.

Mientras esperaba su turno de conversión, entornó los ojos, la única parte de su cuerpo que el collar no controlaba completamente, y se paseó por la bodega; no era la única ahí. Al menos una docena de chicas, de distintos tamaños, razas, colores, alturas y formas de cuerpo, todas igual de desnudas e inmovilizadas que ella, esperaban su turno para ser convertidas. Aunque todas esas mujeres también habían sido forzadas a sonreír así como ella, podía ver en sus ojos el pánico que ellas sí estaban sufriendo, el verse indefensas, con sus cuerpos controlados, sin saber qué es lo que les iba a ocurrir. Susan comprendía que estuvieran asustadas, después de todo ellas no sabían que estaban por entrar a la mayor felicidad de una mujer: ser una hembra sin mente, obediente a los deseos de un hombre.

Entonces algo ocurrió que rompió con la quietud de esa sala y sacó al fin a Susan de sus propias fantasías: una puerta se abrió en una de las paredes de esa bodega.

Se hicieron eco los pasos de dos pares de tacones marchando en perfecta sincronía y pronto se hicieron presentes las dueñas de esas: un par de jóvenes mujeres que vestían un babydoll que simulaba ser el uniforme de una enfermera, dejando a la vista sus tetas desnudas y sus coños perfectamente depilados sobre los que se alcanzaba a ver un código de barras tatuado sobre ellos, pero además, ambas tenían sus rostros inexpresivos y sus ojos totalmente en blanco, desprovistos de toda vida. Susan miró a las mujeres y apretó los dientes, pero por envidia; ya no veía el momento de ser como ellas.

Las dos “enfermeras” traían con ellas una carretilla y se pasearon entre las mujeres próximamente a ser convertidas en muñecas hasta que al fin se detuvieron frente a una. Susan.

El coño de la muchacha tembló de la emoción mientras sentía como esas dos muñecas la subían y aseguraban a la carretilla para llevársela como si fuera un elemento de decoración y no un ser humano.

Una vez que Susan estuvo bien asegurada, las enfermeras empezaron a empujarla fuera de la bodega y a pasearla por los pasillos del complejo, con Susan al ya haber trabajado ahí, sabiendo lo que seguía.

Entraron a una sala donde en fila había varias sillas metálicas que parecían de ginecólogo, en donde se encontraban sentadas varias chicas con sendos cascos en la cabeza además de “otros aditamentos”. El lugar apestaba a coño follado, pero eso no parecía afectar ni a las dos enfermeras ni a Susan, cuyo aroma la excitaba y no podía esperar el momento de dejar “su marca” en ese lugar.

Al fin las enfermeras se detuvieron al lado de una plancha de metal, le quitaron las ataduras a Susan y con una voz monótona una de las enfermeras le ordenó:

—Sube a la mesa y acuéstate ahí.

—Esta unidad obedece —respondió Susan obligada por el collar, pero de haber podido lo habría dicho voluntariamente y con un chillido de emoción.

El cuerpo de la chica empezó a moverse hasta que se acostó en la plancha de metal y una vez estuvo acomodada, las dos enfermeras la ataron a la mesa y tras tenerla sujeta, empezaron a operar unos controles cerca de esta, haciendo que la mesa se moviera hasta adoptar una forma igual a las demás sillas en la sala, con una abertura lo bastante grande para que el coño y el ano de la muchacha quedara expuesto.

Una vez preparado, las enfermeras empezaron con la parte final del proceso: metieron consoladores en el coño y en el culo de Susan, luego clavaron una aguja esterilizada en la base de su cuello que estaba conectada a un catéter, sujetaron unos electrodos a sus pezones, luego le colocaron un casco que cubría bien sus oídos con unas bocinas y sus ojos con unas lentes como de realidad virtual y finalmente, le abrieron la boca para introducirle otro dildo.

Susan ya sabía lo que estaría ocurriendo: los dildos en su coño y ano le estarían provocando orgasmo tras orgasmo tanto para debilitar su mente como para que aprendiera a relacionar la obediencia con el placer sexual, los electrodos en sus pezones tendrían una función similar pero además al estar estos tan cerca del sistema nervioso, también enviarían señales eléctricas que ayudarían a “formatear” su cerebro. La droga que le estaba siendo inyectada en la base del cuello serviría para debilitar todavía más su voluntad, el dildo que tenía en la boca no solo la entrenaría para realizar orales, también segregaría una sustancia que aparte de mantenerla alimentada durante todo el tiempo que durara el proceso, iba con algunos nanobots que realizarían modificaciones en su cuerpo. Y finalmente el casco: las bocinas bombardearían sus oídos con millones de mensajes subliminales por minuto mientras que la pantalla haría lo mismo pero con sus ojos, además de bombardear su mente con cientos de imágenes sexuales para entrenarla en las artes amatorias.

Una vez más el coño de Susan vibró por la emoción; ya no veía el momento en que todo eso comenzara.

Al lado de ella, las enfermeras terminaban de preparar el proceso por el que una vez ellas habían pasado, mirando indiferentes como estaban a punto de destruir la mente de otra mujer, aunque no era que a esta en particular le importara mucho. Terminaron de preparar el proceso en la computadora, dieron Enter en el teclado… y todo empezó.

Susan lo sintió de inmediato. Primero como los dildos en su coño y en su ano empezaron a vibrar, primero levemente y después con mucha fuerza, sacándole de inmediato un fuerte orgasmo. Los electrodos en sus pezones empezaron a mandar una leve descarga eléctrica que primero le dio cosquillas, luego sintió que se los entumió y después de un rato los sintió más duros de los que jamás pudiera haber sentido. Empezó a sentir después que la jeringa clavada en su cuello empezó a bombear un líquido frío a su cuerpo y aunque al principio le dolió, después de un rato se acostumbró a la sensación. Finalmente el casco se encendió: por las bocinas empezó a escuchar una especie de música clásica que le invitaba a relajarse y frente a ella en la pantalla de las gafas, empezó a reproducirse una imagen que primero iba desde una espiral rosa tomando varias formas: olas, círculos, burbujas… Y para concluir, luego de un rato, de tanto en tanto el dildo arrojaba una sustancia gelatinosa pero algo caliente en la garganta de la chica que esta no dudaba en tragarse.

El proceso era simple: el lavado de cerebro primero la pondría en un trance hipnótico extremadamente profundo, para dejar su mente susceptible para las siguientes órdenes que se le darían. Una vez el sujeto estaba en el trance deseado, el sistema empezaba a bombardearle con instrucciones que servían básicamente para que el sujeto por su propia voluntad empezara a borrar de su mente todo lo que pudiera relacionarse con su personalidad, para dejar básicamente a un dron, el proceso no tocaba para nada los recuerdos, para que así el sujeto próximo a convertirse en juguete sexual pudiera llevar a cabo actividades normales como comer, ir al baño o hasta follar, pero aunque recordara no tendría ninguna atadura a personas de su pasado que llegara a ver. Finalmente, una vez la personalidad del sujeto hubiera sido sistemáticamente borrada, ahora sí el lavado de cerebro “instalaba” todas las instrucciones que un buen robot sexual debería poder llevar a cabo.

Las enfermeras entonces dejaron a Susan para que siguiera el proceso y se fueron a realizar otras actividades, regresando solo de tanto en tanto para continuar revisando el proceso. La verdad Susan nunca supo cuánto tiempo estuvo sentada en esa humillante silla, con su cerebro siendo bombardeado por todos esos mensajes subliminales que ella aceptaba sin chistar, aunque tal vez el gran charco de sus propios fluidos que ya había debajo de la mesa y que tal como ella había querido, ahora impregnaban el aire de esa sala, le podría dar una pista de que por lo menos más de un día había sido.

Finalmente las puertas se abrieron y junto con otras dos enfermeras de ojos blancos entró una mujer con una bata de laboratorio que tenía el puesto al que pudiera haber aspirado Susan si no hubiera elegido otra “especialización” dentro de la compañía.

Junto con las enfermeras se detuvo al lado de la chica y esta solo dijo:

—Detengan el proceso.

—Sí ama —respondieron las enfermeras al unísono y fueron hasta el equipo para parar todo el procedimiento, con lo que los dildos dejaron de vibrar, los pezones de recibir descargas eléctricas, la jeringa y el consolador en su boca de bombear su contenido y el casco de reproducir los mensajes subliminales.

La mujer de la bata miró a una de las enfermeras, una pelirroja de cabello rizado con la cara llena de pecas y le dijo:

—Quítale el casco. Quiero examinarla.

—Sí ama —respondió la pelirroja empezando a caminar sobre sus grandes tacones hasta el lado de la mesa y empezando a quitarle el casco a Susan.

Lo que reveló este una vez fuera le arrancó una sonrisa a la mujer de la bata: los ojos de Susan ahora estaban totalmente en blanco, indicando que el proceso había sido un éxito y que en teoría, ya debería estar lista para iniciar su vida como nada más que una muñeca sexual.

La mujer de la bata sonrió, tomó unas notas que estaban colgadas de la computadora y garabateó sobre ellas, luego le pasó las notas a la otra enfermera, una morenaza de grandes tetas, y ordenó:

—Lleven a esta muñeca a la siguiente parte del proceso y después al área de control de calidad.

—Sí ama —dijeron las dos muñecas al unísono.

Ambas enfermeras empezaron a desatar a Susan y mientras tanto, la mujer de la bata pasó al lado de esta, miró el coño peludo y empapado, sonrió y pasó su mano por los labios vaginales de esta, que luego de tantas horas de placer, estaban bastante hinchados y sensibles. Su mano quedó empapada con las babas de la muchacha, pero a la mujer pareció no importarle, pues olfateó su mano y luego se pasó la lengua por la palma de su mano como si esta fuera una paleta; una paleta con sabor a coño de Susan.

Las muñecas desataron a Susan y luego pasaron un trapo por su coño para secárselo, después hicieron que la silla de ginecólogo recuperara su forma de plancha metálica y Susan se quedó ahí, quieta e inerte. La enfermera pelirroja le quitó el collar del cuello a la chica, después de todo ya no era necesario, y entre las dos volvieron a subir a Susan a una carretilla para llevarla a su siguiente destino: una habitación con una marca de círculo en el centro de esta.

Las dos muñecas dejaron a Susan dentro del círculo y luego fueron a la computadora que estaba en la sala, teclearon algo en ella y luego insertaron una de las notas de la mujer de la bata en una ranura. Pronto la habitación cobró vida: del techo bajó un brazo robótico que se posó frente a la chica, uno de sus “dedos” se estiró revelando que era una cámara. La cámara empezó a explorar el área púbica de Susan, el proceso tardó solo unos minutos y después regresó a la mano para que un nuevo “dedo” tomara su lugar, apuntando al coño de la muchacha y después, un potente laser salió disparado de este con el que empezó a depilar con precisión quirúrgica la zona de la muchacha hasta que quedó tan lampiña como si fuera la piel de un recién nacido, aunque eso sí: bastante irritada por el procedimiento.

Pero ahí no terminó la cosa: después, el dedo laser regresó a la mano y uno nuevo salió, uno que tenía una aguja. Este dedo-aguja se acercó a Susan, poco más arriba del coño de la muchacha, y empezó a tatuarle algo: un código de barras como si fuera un objeto más que un ser humano… y de cierta forma, eso ya era.

El brazo mecánico retiró la aguja y giró hasta ponerse detrás de Susan, justo sobre sus nalgas. Una vez más el dedo cámara salió y exploró la espalda de la muchacha hasta que dio con algo que buscaba, se regresó y lo reemplazó el dedo aguja que empezó a tatuar arriba de las nalgas de la muchacha el nombre con el que se reconocería por el resto de su vida: Susan Bot.

—Tatuajes de Susan Bot listos —dijo la enfermera pelirroja—. Pasando a la fase final de su preparación.

Las enfermeras volvieron a cargar a Susan por los pasillos hasta que llegaron a una nueva habitación. Ahí solo había un escritorio y un hombre desnudo, solo con una bata sobre los hombros. Las muñecas llevaron a Susan hasta él y le entregaron los documentos que la mujer de la bata les había dado, este los tomó y al ver a la nueva muñeca que debía probar, sonrió, pues la reconoció y sabía su razón de estar ahí.

—Hola querida Susan —dijo el hombre con una sonrisa de oreja a oreja, rio por la situación y luego dijo—. Trabajo es trabajo. ¿Lista para las pruebas Susan Bot?

Susan esbozó una sonrisa, pues aunque su personalidad había sido borrada y su mente estaba totalmente en blanco a la espera de órdenes, muy dentro de ella sentía una felicidad indescriptible por ver su sueño hecho realidad al punto de que sin que su programación se lo ordenara, respondió:

—Lista para lo que usted mande, amo.