Contengo sombras
Decir adiós.
“Contengo sombras”
Estoy llena de sombras
de noches y recuerdos
de culpas y reproches
que el llanto limpiará.
No puedo encontrarme a mí, el espejo devuelve mi rostro pero no soy yo.
El delineador negro es arrastrado junto a las sombras que contengo por un llanto que no cesa, río de despedida, cauce de dolor. En cada lágrima un recuerdo junto a ti mi niño travieso; en cada cristal de pena un momento de felicidad robándole una sonrisa a este presente. Fuimos uno los dos. Eras tú siendo yo. No era yo sin ti. Y así fuimos superando todas las adversidades. En cada lágrima reflejos de ésa, tu mirada de admiración reflejándome admirada de ti; el génesis en un décimo piso, el balcón sin golondrinas, las sonrisas iluminando el lado oscuro de mi corazón, la luna que te regalé, el sí que me arrebataste a fuerzas de besos e incansables te amo.
Evoco la suavidad de tus manos blancas, la nada entre nuestras carnes empapadas de pasión, la cercanía de nuestras almas, mis labios apretando tu nombre, tus párpados reteniendo mi imagen. Y ahora los ecos de tu voz del otro lado del teléfono, ecos desinflados de promesas, hastiados de esperanzas secas. No puedes, no quieres, no sabes. Y ésta vez no miraré sobre mis hombros ni intentaré continuar remando este bote de dos. Hemos llegado al final del camino. No sigas. Ya no quiero escuchar. Me niego a permitirte que destruyas nuestras rosas. Hundo los dedos entre mis cabellos y los deslizo suavemente hacia las puntas en el afán de darme una caricia. Debo volar hacia mí para encontrarme. Es hora de vivir.
Mi cuello aún siente tus besos y mordiscos, ese asedio húmedo, cantinela de te amo. Las sábanas blancas enredadas en nuestros cuerpos. Las almohadas en el piso tras una guerra sin vencedores ni vencidos. Piernas, brazos, suspiros, gemidos, voces pequeñas, la pasión desbocada, la inocencia aprendiendo, crecimiento sin pausa. Tu pecho agitado, mi oído sobre él, tu sonrisa enamorada, mi anular brillante de eternidad recorriéndola. Tu nombre. Mi nombre. Los latidos. El silencio.
Esa mujer que era yo, ésta que me enfrenta al espejo, se sentía amada como jamás nadie fue amado y amó como solo ella sabe amar, con el alma, en total entrega.
Uno los dos. Eras tú siendo yo. Yo no era yo sin ti.
Las mariposas del ayer descienden y se convierten en garfios que me van desnudando. Los tirantes se deslizan desde los hombros hacia los brazos, caída suave, la seda acaricia mi pecho, mis senos, mis caderas y el espejo me muestra tan desnuda, tan libre, tan vacía, tan viva. Me exploro, me agrado, me consiento con los dedos deshechos, con la mirada cansada. Dibujo círculos invisibles en mi piel, espirales de esperanza en mi alma. Y todos los llantos de mi vida descienden desde mis ojos como si los diques de la pena dejasen escapar todas las sombras que contengo. Los hoyuelos de mis hombros aún sienten la mordida húmeda de tus arrebatos, la superficie de mi pecho todavía resguarda mil latidos que te nombran, mis senos presienten la sensación de tus garras suaves, mi abdomen aloja espasmos que dejaste y el útero, a pesar de todo, sueña con la dicha de ser habitado por un yo que sería tú y viceversa… pero ya no será tal. Nunca más. Un nunca tan rotundo como el dolor que provoca. Y es que esta noche entrarás en mi pasado, mi tango perdido, mi ángel de luz, aunque duela más que el amor, más que el orgullo, más que el mismo adiós.
Necesito limpiar todo el daño y ensordecer a los ecos de la despedida pero las lágrimas no bastan, nunca bastan. Mis pies descalzos me llevan hacia la ducha. Pasos lentos, adoloridos, huellas en la humedad del vapor. Nunca me agradaron los cerámicos claros, las luces son para los días y yo estoy conformada de noches, contengo sombras. Siempre lo supe. Siempre lo supiste. Y este llanto no cesa, es negrura bajo los ojos, es guadaña cortando alma, hoy soy muerte… estás muriendo dentro de mí. Deslizo las cortinas plásticas, abro los grifos y el agua se desliza sobre mi piel, dentro de mis pliegues, entre mis cabellos. Quiero lavar tanta sangre y adiós, necesito despedirme de ti para darme la bienvenida. Me desahogo, me desintegro, me diluyo junto a esa historia que nos creímos, que sobredimensionamos, que equivocamos.
Les confieso a los azulejos de mi pena del orgullo herido, del filo de lo inevitable, de ese amor endeble que quebró, que colapsó incluso mucho antes de este momento. Debo admitirlo, me cuesta dejarnos. Los años, las trivialidades, las rutinas, las seguridades, quién sabe. Tanto tiempo hemos sido uno los dos, tanto que te preguntaban a ti y contestaba yo. Me observa el jabón que alguna vez en la lejanía hizo de tus manos, de tus caricias, de tus maniobras de conquista. Sonrío de lado. Miles de imágenes con tu rostro desfilan ante mis ojos.
Uno los dos. Eras tú siendo yo. Yo no era yo sin ti.
Me quiebro en el silencio, un gemido acongojado se escapa de entre mis labios. Tiemblan mis manos, mis piernas, el alma. ¿Alguna vez podré dejar de llorarte? ¿por fin podré llorarme? ¿cómo olvidar todo lo que compartimos? ¿y el tiempo que perdimos? ¿de qué manera continuar un camino sin tu mano ni tu hombro? Bajo mis pies corre el agua rumbo al desagüe, ni un solo segundo de nuestros diez años va con la corriente. Y nunca se irán. En forma de recuerdos habitarán los rincones de mi corazón. La juventud de tu sonrisa, el reflejo de tus cabellos, el valor de las esperas, aquél dolor por no tenernos, este dolor por despedirnos, todas las noches, todos los días. Nunca se irán. A pesar de todo, a pesar de nada.
Extiendo mis alas, es hora volar hacia mí en pos de encontrarme. Mis latidos me reclaman, mis pasos me esperan más allá, el futuro se abre tras la línea del horizonte. Por fin, el espejo me devolverá un rostro que será el mío y el delineador negro solo enmarcará a mis ojos.
Esta noche comienza el resto de mi vida, pienso. Y sonrío.
Para vos todo, porque cada lágrima fue el génesis de un nuevo comienzo, porque desde el dolor se construyen las bases para las alegrías futuras.