Contacto
Un joven inicia contactos a través de Internet y logra respuestas que cambarán su vida.
CONTACTO
I-.
Soy un joven de 19 años, estudio en la Universidad y, debido a los trabajos de investigación que debo realizar, me veo obligado a visitar constantemente diversas páginas de Internet. Generalmente, cuando termino de hacer mis tareas, me relajo un poco, navegando también dentro de diversas páginas de sexo, tanto de mujeres y de parejas, como de hombres.
Hasta entonces, nunca me había considerado gay o bisexual, ya que había tenido abundante sexo, con numerosas chicas. Se puede decir que desde que me inicié en el sexo a los 15 años, no había desperdiciado ninguna oportunidad al respecto. Pero al ir viendo aquellas páginas, fui sintiendo unas ganas locas de probar qué se sentía en una relación sexual con un hombre
Se fue convirtiendo en una obsesión que cada día ocupaba más mis pensamientos, al grado de que, muy a menudo, me masturbaba fantaseando con relaciones homosexuales y, cuando tenía sexo con alguna mujer, hacía lo mismo.
La situación se fue haciendo más y más urgente, llegando a la conclusión de que debía tener una relación homosexual. Estaba decidido. ¡Tendría mi primera relación homosexual!
En Internet descubrí una página de contactos gay y me dediqué a leer todos los anuncios, donde diversos prospectos exponían su situación y sus deseos. Algunos me parecieron demasiado agresivos, otros muy descarados y, finalmente, otros no llenaban mis expectativas, máxime porque yo no tenía experiencia. Entonces, decidí poner un anuncio propio, solicitando un compañero que me iniciara en el sexo homosexual.
Recibí ocho respuestas en mi buzón de correo, el primer día. Emocionado, abrí cada uno de los mensajes y analicé una y otra vez lo que decían. Finalmente, escogí uno de ellos, el que me llamó la atención de manera especial: era un joven que decía tener 26 años, y me ofrecía conducirme a la mejor experiencia sexual de mi vida. Al final, había un número de teléfono.
Con algo de duda y temor, marqué el número de teléfono, sintiendo que se me salía el corazón del pecho. Hablamos y dijo llamarse Josué. Mientras nos extendíamos en nuestra charla, me fui calmando en mi nerviosismo. Finalmente, convenimos en vernos esa noche, en un apartamento, cuya dirección me dio.
Nuevamente nervioso, llegué a la hora convenida. Dudé bastante antes de llamar a la puerta. Finalmente lo hice. Me abrió un joven de raza negra, alto (más que yo), musculoso, que se adivinaba bien formado, por debajo de la ropa. Era Josué. Nos saludamos y me invitó a pasar. Después, él dominó enteramente la situación. Me ofreció una cerveza, se sentó a mi lado y comenzó a hablarme directamente sobre el tema que me interesaba: el sexo.
- Cuando quieras, empezamos -me dijo abriéndose la bragueta y sacándose su miembro.
Vi entonces su pene, largo, negro y regularmente grueso. Me acerqué a él y, lentamente, fui poniendo mi mano izquierda sobre su falo, que ya mostraba una erección. Yo había visto muchos penes masculinos antes, en las duchas del gimnasio de la escuela, pero aquello era realmente diferente.
Lo acaricié con lentitud y él cerró los ojos para disfrutar de la forma delicada y un poco temerosa con que yo le sobaba el miembro. Me miró de frente y me lanzó un beso. Me hizo señas de que me acercara más a él y nuestras bocas se unieron en un beso febril.
- Vamos a la cama -me dijo con suavidad.
Entramos a la habitación y él procedió a desvestirse. Yo me sentía aún un poco cortado. Finalmente, me quité la ropa. Él se tendió en la cama, exhibiendo sin pena alguna su gloriosa erección, que alcanzaba fácilmente unos 22 cm. Me acosté a su lado.
¿Qué deseas hacer? -preguntó.
Creo que sólo deseo sexo oral, ya que es mi primera vez de estar en la cama con otro hombre.
No hay problema -me dijo-. Verás que te va a gustar.
Comenzó entonces a chupármela con maestría. Quedé sorprendido de su habilidad. ¡Lo hacía tan bien como las mujeres con las que yo había estado! Llevaba unos diez minutos mamando, controlando exactamente el grado de excitación que me provocaba, para hacerme gozar lo más posible y evitar una eyaculación prematura. Sin embargo, poco a poco se fue dando vuelta en la cama, hasta que estuvo acostado en la dirección contraria a la mía, dejando su pene delante de mi boca. Suspendió un momento su labor y, con voz suave, me dijo:
- Mámame. Chúpame.
Dudé en hacerlo, pero comprendí que si estaba allí, era para experimentar la relación homosexual en pleno. Entonces, tomé su verga en mi mano y empecé a chuparla, lenta y suavemnte al principio, con furia, después.
Estuvimos así otro rato. De pronto, él se detuvo. Se incorporó y se agarró firmemente la base del pene, con los dedos índice y pulgar. Supe inmediatamente, que estaba conteniéndose un orgasmo, que yo le había provocado con mi accionar.
Entonces, me miró fijamente y poco a poco se fue poniendo encima de mi cuerpo y empezó a pasar su pene por toda mi anatomía, frotando su pene contra el mío, metiéndolo en el triángulo formado entre mis muslos a los lados y mis huevos en la parte superior. Luego, me dijo:
- Date vuelta.
Obedecí, pero le advertí que no quería que me fuera a penetrar. Él no me respondió, pero empezó a frotar su pene por mi espalda, mis piernas, mis nalgas, hasta llegar a mi ano. Apoyó la cabeza del instrumento contra mi agujero, mientras me acariciaba las nalgas, y con cierta ansia, me dijo:
- ¿Te animas a probar? Si no quieres, no lo haré.
Después de dudar unos instantes, respondí:
- De acuerdo, pero no me vayas a hacer daño.
Sonrió. Se puso un condón que sacó de un cajón de la mesita cercana, junto con un frasco de vaselina. Comenzó a lubricarme el culo y, cuando estuvo satisfecho, intentó penetrarme.
Mi esfinter se resistió y sentí algo de dolor. Josué se detuvo un momento y luego, acometió otra vez. En esta ocasión logró que entrara la punta del glande. Volví a sentir dolor, pero lo animé a seguir entrando. Me sentía muy excitado. Él esperó un momento a que mi ano se acostumbrara y empujó otra vez. Otra porción de su pene entró.
Sentí nuevamente dolor, pero le rogué que no la sacara. Aguardó otro momento y dio un nuevo empujón. Esta vez, su glande traspasó el anillo de mi esfinter. Sentí un dolor lacerante.
Si quieres te la saco -me dijo con voz preocupada.
¡No, no! -le dije- Te lo suplico. ¡No me la saques!
Tras una breve pausa, Josué empujó nuevamente. Esta vez, su pene se fue hasta el fondo. Me sentí completamente lleno en mi interior. ¡Nunca había sentido tanto placer en mi vida! Fueron los momentos más maravillosos que yo hubiera sentido en una relación sexual.
- ¡Qué placer! -exclamé-. ¡Dios mío, qué placer!
Satisfecho, comenzó a moverse; con lentitud al principio, acelerando el ritmo después. ¡Fue maravilloso! Nunca había sentido así. Él empujaba, hasta que sus bolas tocaban mis nalgas y yo paraba el culo, para ir a su encuentro. Josué me agarraba de las caderas y seguía cogiéndome con gran pasión. Más rápido a cada momento. Yo gritaba de gozo, sintiendo aquella verga maravillosa dentro de mí.
- ¡Así, así, así...!
Nuestros cuerpos siguieron en aquel ritmo febril, al tiempo que yo sentía el orgasmo formarse en mi interior. Josué se movía cada vez con más velocidad. La cabeza de su pene llegaba hasta casi salir de mi ano, para penetrar un segundo después hasta lo más profundo de mis entrañas.
De pronto, sentí su pene hincharse y, con un grito sordo, eyaculó. Continué con el movimiento, frotándome contra la cama, hasta que menos de 30 segundos después, hundí la cara en la almohada, y exploté.
Fatigado, Josué se quedó recostado sobre mi espalda, con su pene dentro de mí. Yo, pasando mi mano hacia atrás, acaricié su cuerpo, su cabeza, su cara, hasta que su miembro se redujo lo suficiente, para poder desconectarnos.
Nos quedamos un rato acostados, desnudos, uno al lado del otro, conversando suavemente. Entonces, Josué comenzó a juguetear con mi pene nuevamente. El noble bruto comenzó a dar señales de vida, otra vez. Cuando la cabeza se elevó, Josué la tomó en sus labios y empezó a mamar con fe.
- ¡Ooohhhh! -gemí-. ¡Esto es maravilloso!
Mi erección se desarrolló con gran rapidez y el deseo se apoderó nuevamente de mí. Al principio, dudé en hacerlo, pero luego le dije en forma tímida:
- Te quiero penetrar...
Josué suspendió su labor oral, él mismo me colocó un preservativo, lubricó su ano y procedió a colocarse en cuatro patas, poniendo su culo frente a mí. No pude resistir la visión de aquel ano ofreciéndose a mí, directa y abiertamente. Lo tomé por las caderas, apoyé el glande en el orificio y empujé. Josué gimió levemente.
¿Te duele? -pregunté temeroso de hacerle daño.
¡No te detengas! -dijo de manera imperiosa-. ¡Sigue!
Empujé otra vez y su esfinter cedió. Mi pene se fue para adentro con facilidad. Emití un largo suspiro, reflejo del placer que me produjo penetrarlo. Sin tregua, comencé a moverme, hacia afuera y hacia adentro; hacia afuera y hacia adentro, cada vez más rápido.
- Dale, mi amor. ¡Dale! -me dijo-, ¡Me haces tan feliz!
Ciegamente, seguí moviéndome, metiendo y sacando, hacia adentro y hacia afuera, hasta que no pude más: ¡Eyaculé!
- ¡Aaahhhh...! -grité loco de placer.
Josué sintió en su recto las contracciones de mi pene, que me hicieron volcar dentro del condón toda mi leche y, apenas terminaron mis contracciones, se desensartó y se dio vuelta frente a mí. Sin dudarlo, tomé su pene en mis labios y comencé a mamar como loco. No me detuve, hasta que oí su grito de placer y sentí mi boca inundada por su esperma, que hube de tragar para no ahogarme.
No puedo decir más. ¡Fue maravilloso! ¡Nunca había gozado tanto! Bendito sea el día en que decidí poner aquel anuncio en Internet.
II-.
Desde aquella primera vez que tuve sexo homosexual con Josué, en respuesta a aquel anuncio de Internet, me he convertido en un voraz lector de las páginas de contactos. Una tarde, después de hacer mi tarea de la Universidad, me puse, como todos los días, a buscar páginas de sexo. Vi un "link" desconocido, al final de una de ellas, y decidí meterme a esa página, nueva para mí. Parecía ser una página de reciente creación, porque los anuncios eran pocos: 37 de mujeres y 69 de gays. Por una equivocación, al hacer "click" teniendo la manita del apuntador entre dos teclas de opción, me metí sin querer, a la sección de contactos bisexuales.
Había sólo cuatro anuncios. Decidí leerlos. El primero trataba de una pareja que buscaba otra pareja. El segundo, era de un hombre buscando una pareja, lo mismo que el tercero y... ¡Oh, sorpresa!. Al regresar para ingresar al cuarto anuncio, vi que ya había un quinto. Picado por la curiosidad, ingresé a este último. Decía literalmente:
"Matrimonio maduro desea conocer a un joven, no mayor de 22 años, bien parecido, para relaciones sexuales. Debe ser sano, sin vicios ni enfermedades, en el entendido de que las relaciones serán hombre(s)-mujer y hombre-hombre y no habrá dinero de por medio".
Así como cuando puse el anuncio que me llevó a brazos de Josué, la curiosidad me llevó a responder a aquel anuncio. Me describí a mí mismo y manifesté estar interesado en el tipo de relación que ellos proponían. Envié el mensaje y fui hacia el refrigerador a prepararme un bocadillo.
Cuando regresé, me llevé una gran sorpresa. Ya había una respuesta en mi buzón de correo. Emocionado lo abrií y pude leer:
"Hola. Gracias por responder. Somos un matrimonio. Yo tengo 54 años y mi esposa, 51. Somos atractivos y dinámicos, desinhibidos y sin prejuicios. Nos gustaría establecer contacto contigo para tener un encuentro personal. Pero antes, quisiera tener una foto tuya para conocerte y que mi esposa la vea. A cambio, te enviaremos una foto nuestra. Hasta luego".
Al leer aquello, no lo dudé. Busqué rápidamente en mi escritorio un diskette donde guardaba unas fotos mías y las envié, junto con un mensaje reiterando mi interés en el encuentro personal.
Sabiendo que, probablemente, él estaba aún en línea, esperé. Minutos más tarde, respondió. Esta vez, el mensaje traía una fotografía como anexo y, muy importante, un número de teléfono.
Observé la fotografía detenidamente. Presentaba una pareja en traje de baño. Él mostraba un pecho bien formado, unas piernas igualmente esculpidas y tenía puesto una pequeña tanga, que permitía observar un tamaño de paquete nada despreciable. Ella, por su parte, lucía un minúsculo bikini, mostrando un cuerpo maduro, con unos pechos grandes, hermosas caderas y algo de grasa en la region del abdomen, pero de todos modos, un conjunto corporal muy atractivo. Tomé el teléfono y llamé.
¿Aló? -respondió una voz masculina en el otro extremo.
Te llamo por el anuncio en Internet...
Estaba esperando tu llamada -me dijo con convencimiento-. Sabía que no me ibas a fallar.
Conversamos durante un rato. Me indicó que se llamaba Mauricio y su esposa Elena, e insistió en la conveniencia de tener un encuentro personal, ante lo cual me mostré encantado. Convenimos en reunirnos los tres en el bar de un conocido hotel del centro, esa misma noche, a las nueve.
Durante toda la tarde, me sentí algo nervioso, sensación que fue aumentando, mientras más se acercaba la hora del encuentro. Vestido con jeans, camisa blanca de manta y saco sport, llegué cuando faltaban diez minutos para las nueve. Ordené un ginger ale y, sentado a la barra, observaba detenidaemnte a todas las personas que entraban. Eran las nueve con siete minutos, cuando llegaron.
Ella lucía un conjunto con blusa negra, muy escotada, el pelo rubio y era más atractiva de lo que parecía en la foto. Él, vestía un traje formal de color oxford, con corbata corinta, se veía más alto que en la foto, mostraba el cabello obscuro, con las sienes cubiertas de canas. Sus facciones eran muy masculinas.
Dudaron un momento, mirando hacia todos lados, hasta que fijaron su vista en mí. Le hice una señal amistosa con la mano y caminaron hasta donde yo estaba.
¡Hola! -dijo él tendiendome la mano-. Soy Mauricio; ésta es mi esposa, Elena.
Encantado -le respondí y me presenté, a mi vez.
Nos sentamos en una mesa y Mauricio ordenó una ronda de bebidas. Charlamos unos momentos de aspectos intrascendentes y, luego, nos fuimos acercando al asunto que nos tenía reunidos. Platicamos de diversos temas sexuales, como fantasías.
Bien -dijo él-, como dije en mi anuncio y mis correos, nuestro interés es conseguir un compañero sexual. Elena y yo gustamos de los tríos y requerimos a alguien que nos haga compañía. Ahora que ya te conocemos, no tenemos ningún inconveniente de que tú seas esa persona.
Me alegro -le respondí-. Digo lo mismo.
Bebimos en silencio unos instantes y luego Elena me preguntó:
Dime, ¿qué tamaño de pene tienes?
Unos... 20 cm -le respondí, mientras me miraba satisfecha.
Realmente -continuó ella-, quisiéramos tener una primera experiencia contigo.
Encantado. Estoy a su disposición.
¿Tienes alguna experiencia previa? -preguntó Elena.
No, realmente. Pero estoy dispuesto a aprender.
Mauricio sonrió y pidió la cuenta al camarero. Una vez hubo pagado, hizo ademán de levantarse, al tiempo que decía:
Me he tomado la libertad de alquilar una habitación en este mismo hotel. Espero que no te moleste.
Por el contrario... -respondí, sorprendido de lo rápido que se movían.
Subimos hasta la habitación 512 y, ya adentro, fue la mujer quien tomó la inciativa. Comenzó a quitarse la blusa lentamente, al tiempo que decía lo mucho que le gustaba estar con dos hombres a la vez. Se acarició los pechos por encima del brassier y luego dejó caer su falda al suelo. No pude reprimir la erección que me provocó aquel espectáculo.
Mauricio, a su vez, empezó a quitarse la ropa, dejando su saco y sus pantalones cuidadosamente colocados en un sillón que estaba junto al tocador. Tenía un pequeño slip y no pude dejar de apreciar que su verga era grande (quizás más grande que la mía) y rica. En ese momento sentí morirme de ganas por mamársela de inmediato.
Mauricio comenzó a tocar su pene masturbándose lentamente. Para entonces, yo no dejaba de ver su pene delicioso y se me hacía agua la boca. Lentamente, comencé a desvestirme yo también.
Ya estando ellos totalmente desnudos, Elena se puso de rodillas sobre la alformbra y tomó en sus manos y en su boca el pene de Mauricio, comenzando a mamarlo. Yo estaba ya supercaliente al ver ese pene tan rico, imaginándome que yo era la esposa, y comencé a masturbarme viendo cómo él le metía la verga a ella en la boca y me lo saboreé.
De repente Elena me exhortó a participar y, como estaba tan excitado de verlos me acerqué, dejando que ella me tomara el pene en su mano y comenzara a chupármela, mientras él manifestaba su intención de cogérsela. Yo no dejaba de ver el pene de Mauricio, aún más grande (unos 23 ó 24 cm) después de la mamada, y lo deseaba. Era curioso, pero lo deseaba más a él, que a ella.
Elenaa nos dirigió en cuanto a la forma de participar. Se puso en cuatro patas y pidió a su esposo que se la cogiera por detrás, mientras ella me hacía el sexo oral. Yo muy rapidamente me tumbé en el suelo boca arriba, iniciando un 69 con ella, yo abajo. De esta forma, mi boca quedó cerca del pene hermoso de Mauricio, ya que él la tenía en cuatro.
Yo, chupándole y lamiéndole el clítoris, rozaba constantemente contra el hermoso pene de Mauricio, que entraba y salía de su vagina. Intencionalmente, mientras hacía el sexo oral con ella, acercaba mi lengua más y más al fantástico pene del marido, cuando la penetraba a ella.
Mauricio se dio cuenta en ese momento, que yo aprovechaba para lamer lo más que podía de su linda verga y eso lo excitó aún mas. La excitación iba creciendo en mí por momentos, ya que Elena era muy ducha para el sexo oral y manifestaba sentirse a gusto mamando mi pene.
Entonces, no sé si accidental o intencionalmente, la verga de Mauricio se salió de la vagina de Elena y cayó sobre mi cara.
- ¡Perdón! -exclamó, al tiempo que me observaba cuidadosamente, para ver mi reacción.
Dejé de mamar el clítoris de Elena y estiré mi lengua para tocar ese pene. Mauricio, cuidadosamente, agarró su verga con la mano izquierda y comenzó a masturbarlo lentamente, viéndome a los ojos. Luego, lo restregó ccontra mi cara y boca, en tanto yo deseaba mamarlo por completo. Abrí mi boca, él me metió el pene profundamente, para luego comenzar a sacarlo lentamente. Entonces, yo no pude resistir más y empecé a mamarlo todo, desde la punta hasta el final, y tambien sus bolas, dejando por unos momentos, en el olvido a Elena, quien reacció con enfado:
- ¡Vamos! ¿Qué pasa?
Amabos, Mauricio y yo, estábamos encantados y nos excitamos muchísimo. Yo empecé a tocar sus piernas y su trasero, mientras él sacaba su pene y lo metía nuevamente en la vagina de su esposa. Después de unos segundos, volvió a sacarlo y lo volvió a meter en mi boca, mientras nos mirábamos directamente a los ojos. Nos dábamos cuenta entonces, que ella estaba de más; que lo que realmente queríamos era coger él y yo, pero no podíamos hacerla a un lado.
Mauricio siguió penetrando a su mujer y volvió a sacar su pene después de un rato y lo metió en mi boca nuevamente. Y otra vez, para disimular, lo metió en ella. Pero ya no aguantaba más e iba a acabar, pero quería hacerlo encima de mi y yo solo abrí mi boca, indicandole que quería recibir su semen sabroso dentro de mi boca.
Y Mauricio comenzó a eyacular con un profundo gemido.
- ¡Aaahhhhh! -y me llenó la cara de semen.
Y yo tragué y se la mamé todo lo que pude, mientras me metía su hermosa verga en la boca para recibir sus chorros fuertes y abundantes.
- ¡Aaaahhhhhhh! -gritó, mientras yo tragaba hasta las ultimas gotas de su semen.
Esto me excitó tanto, que no pude resistir más y tuve mi orgasmo en la boca de Elena, que se sintió inundada por mi semen y obligada a tragar para no ahogarse.
- ¡Oooohhhhhh! -grité, mientras los espasmos sacudían mi cuerpo.
Fianlmente, para terminar, la mamé y masturbé con ahinco, hasta que ella tambien tuvo un orgasmo. No sé si Elena supo lo que realmente pasó, pero Mauricio y yo, sabiamos perfectamente que el sexo era entre él y yo.
Después de un momento, Mauricio y yo nos tendimos en la cama, mientras Elena entraba al baño. Estando yo boca abajo, Mauricio acercó su cara a mi trasero y empezó a chuparlo.
- ¡Aaahhh, qué rico! -exclamé, al tiempo que agarraba su pene con mi mano y comenzaba a masturbarlo.
No pudiendo resistir más, con una erección enorme y dura como el acero, Mauricio se montó en mí y, de un solo golpe, me penetró.
- ¡Aaaayyyyy! -grité-. ¡Qué riiiico!
Sentir su monstruo en mis entrañas fue algo muy especial para mí. Es cierto que ya había tenido varias experiencias homosexuales, pero nunca con algo de estas medidas de largo y grueso. Sentí que casi me partía en dos. Era tremendo, pero... ¡era rico!
Masuricio comenzó a moverse rítmicamente, haciéndome gozar. Estábamos superexcitados y me lo hizo muy lentamente, pero muy rico. En ese momento, Elena salió del baño, se quedó mirándonos y no dijo nada. Se acercó a lecho, poniéndose a nuestro lado y se empezó a masturbar. Ella estaba tan caliente, que no resistió mucho y nos pidió darnos la vuelta. Mauricio lo hizo, girando sobre sí mismo, llevándome consigo y sin desensartarnos. Ahora estaba yo encima de él.
Elena se acercó y se metió mi pene en su boca. Mauricio estaba cogiéndome detrás de mi y Elena mamándome por delante. No lo podía creer. ¡Qué gozo! ¡Qué placer!
Elena pasaba sus manos por todo mi cuerpo, al tiempo que seguía haciéndome el sexo oral. De pronto se detuvo, se incorporó y, sin que yo lo sospechara, se montó en mí con gran destreza. Mi verga la penetró. La agarré de los pechos, mamándole los pezones con calentura. Ella me cabalgó con furia, una... dos... tres veces. Casi instantáneamente, tuvo un orgasmo. Sentí sus contracciones casi ordeñándome el pene y empecé a sentir que mi culminación, ayudada por aquella maravilla de verga que tenía dentro de mi culo, estaba muy cercana.
Me excité tanto, que eyaculé en el interior de la mujer, mientras Mauricio se aferraba a mi cintura y redoblaba sus esfuerzos en mi ano. Elena se desensartó y comenzó a mamarme con furia, limpiándome hasta la última gota, al tiempo que yo gritaba:
- ¡Aaaahhhhhhhhhhhh!
Mauricio me seguía cogiendo de la manera más deliciosa, acelerando el ritmo por momentos. De pronto, para sorpresa mía, ente la mamada y la cogida, sentí que no podía más y, con un rugido sordo, me vine nuevamente dentro de la boca de Elena.
- ¡Uuugghhhh!
En ese momento, Mauricio gritó:
- ¡Ya me vengo! ¡Ya me vengo! ¡ Yaaaaaa!
Sentí que la verga de Mauricio se hinchaba entre mi ano y comenzaba a largar espesos chorros de semen caliente, abundante, oloroso, condensado, como lava al rojo vivo.
Mauricio se desensartó de mi culo y yo, ni lerdo ni perezoso, me abalancé sobre aquel divino instrumento, para mamarlo con furia, hasta dejarlo totalmente limpio y, ¡oh sorpresa!, totalmente erecto.
Mauricio comenzó a masturbarse y, tanto la esposa como yo, nos acercamos más a su pene hermoso, lamiéndolo y disponiéndonos a recibir su semen en nuestras bocas y, mientras se la mamábamos, nos besamos con ella. Finalmente, el esposo eyaculó y nuestras bocas se llenaron de su semen y él siguió acabando en ellas y ella y yo nos lo pasábamos de una a la otra y luego se la seguimos mamando. ¡Ahhhhhhhhhhhh!
Yo siento aquel semen en mi paladar y me excité mucho, me puse de pie masturbándome y la esposa se arrodilló ante mi porque sabía que iba a sacar más semen. Continué con mi masturbación frente a su cara, la agarré del pelo y lancé mi semen en su cara y su boca ¡Aaahhhhhhhhhh!
Estaba tan caliente que no dejaba de eyacular y Mauricio se acercó a mamarme y saborear mi esperma al mismo tiempo. Aquel semen cayó en gotas por la barbilla de la mujer, hasta llegar a su cuello y luego caer en su pecho. A mi se me antojó y la ayudé a limpiarse y tragarlo, mientras la besé en la boca, tratando de recoger aquel semen (mezcla del mío y el de Mauricio) con mi lengua sobre su cara, cuello y pecho. Mamé largamente sus pezones y ella gritaba de emoción, mientras se masturbaba el clítoris con la mano, hasta terminar rápidamente con fuertes espasmos. Tras un momento de reposo, ella se levantó al baño y tras unos momentos, escuchamos el ruido de la ducha.
Mauricio y yo regresamos a la cama, para que yo pudiera seguirle mamando esa verga hermosa que tanto deseo me producía. Mamé con furia, al momento que me masturbaba con la mano. Mauricio giró en el lecho y, complacidos, comenzamos un salvaje "69" que muy pronto nos llevó al orgasmo.
Elena salió del baño ya aseada y fue entonces el turno de Mauricio y mío. Yo me encontraba agotado, pero feliz y deseoso de repetir aquella experiencia en un momento no muy lejano. Ya vestidos, salimos de la habitación y nos despedimos en el lobby del hotel. Le dí un beso a Elena en la mejilla y ella me susurró al oído:
- Espero mamártela pronto.
"Y yo espero mamársela a tu marido" -pensé.
Autor: Amadeo