Contabilizando sentimientos III

Todo el frío que hacía, desapareció en ese momento.

Pasé todo el camino hasta casa pensando en qué hacer, no sabía si había fastidiado todo lo que había conseguido con ella, quizás yo había malinterpretado todos sus gestos, aunque por como ella respondió a mi beso, juraría que ella estaba deseándolo tanto o más que yo.

Me costó mucho aguantar los impulsos de mandarle un mensaje para ver si todo estaba bien, pero no quería forzar la situación, asique llegué a casa, cené y me puse a ver una película en mi habitación aunque decir que la vi sería mentira puesto que me tiré todo el rato mirando el móvil por si ella daba señales de vida. Pero no las dio.

No sé en qué momento me quedé dormida pero recuerdo a la perfección mi sueño de esa noche…

Marina era la protagonista, claro. Estábamos en clase y ella estaba bastante enfadada, en una de las veces que saqué el móvil para mirar la hora ella me vio. Interrumpió la clase y dijo:

- Laura, deberías saber que está prohibido usar el teléfono en clase – Me miraba con enfado, bastante más del que me gustaría ver en sus ojos.

Yo me limité a mirarla y guardar el teléfono sin decir nada.

- ¿No piensas pedir disculpas? – Dijo con un tono arrogante, que jamás le había escuchado.

- Lo siento – Fue lo único que iba a decir, si ella estaba de malas, yo iba a estar peor.

- ¿Qué pasa contigo, Laura? Crees que puedes hacer lo que quieres con las personas o qué. Un día me besas y al otro ni me hablas. – Esto lo dijo con cierta burla, como queriéndome dejar en evidencia delante de todos mis compañeros.

La clase se giró hacia mi mesa completamente, no sabía dónde meterme, me puse roja. Tenía tanta vergüenza que me tape la cara con las manos y no me moví. Todos empezaron a hacer burlas y lo último que recuerdo del sueño fue verme a mí saliendo corriendo por la puerta de clase.

Desperté bastante exaltada, me avergoncé por lo que había hecho ayer, incluso no me veía con fuerzas para volver al día siguiente a clase por si mi sueño se cumplía.

Eran alrededor de las 5 de la tarde cuando me metí a la bañera, necesitaba despejarme un poco. Perdí un poco la noción del tiempo al estar ahí tumbada con la música sonando en los auriculares.  Me disponía a salir de la bañera asique cogí mi móvil para parar la música y se me paró el corazón. Tenía un mensaje.

Marina: Hola Laura, me gustaría hablar contigo sobre lo que pasó ayer. ¿Podemos vernos en un rato?

Lo leí varias veces, había recibido el mensaje una hora atrás, me culpé por mi relax excesivo en la bañera. Igualmente, contesté.

Laura: Perdón por no responder antes, no llevaba el móvil conmigo. Espero que la oferta siga en pie, a mí también me gustaría hablar sobre lo de ayer. ¿Qué te parece si voy a tu casa en media hora?

Comencé a vestirme tan rápido como cuando te quedas dormida por la mañana y solo tienes veinte minutos para vestirte y salir corriendo hasta el instituto. Me daba igual su respuesta, por si acaso, quería estar lista. Estaba secándome el pelo cuando volvió a sonar el móvil.

Marina: No te preocupes. Me parece bien, pero mi compañera está en casa. Te espero en mi portal y damos una vuelta por aquí. Te espero.

Me espera. Terminé de vestirme y salí corriendo para su casa. Cuando llegué le mandé un mensaje avisándole y a los cinco minutos bajó. Iba perfectamente vestida, con ropa que le marcaba muy bien las curvas a pesar de llevar abrigo por el frió. En ese momento me arrepentí de haberme puesto lo primero que encontré por mi armario. Salí tan corriendo que ni siquiera cogí abrigo suficiente y empezaba a oscurecer.

  • Hola – Me dijo mientras la puerta de su portal se cerraba tras ella. Me sonreía como siempre y yo me moría, como siempre.

  • Hola, ¿cómo estás? – No sabía muy bien que era lo que ella me tenía que decir sobre lo pasado la noche anterior, pero yo quería que estuviésemos como si nada hubiese pasado.

  • Bien, bastante bien – Me miraba fijamente a los ojos, cómo no.

  • Me alegro – Y le dediqué una sonrisa que consiguió sacarle otra a ella.

La conversación parecía un poco de besugos, pero yo creo que las dos estábamos lo bastante nerviosas como para no saber qué decir.

Comenzamos a pasear alrededor de su bloque en silencio, de vez en cuando nos mirábamos y reíamos, o hacíamos bromas propias de la vergüenza. Esto me recordaba bastante al paseo de vuelta a su casa del día anterior.

Llevábamos ya como diez minutos andando y estábamos pasando por una especie de callejón bastante solitario, pero no solitario de los que dan miedo, sino solitario con un toque acogedor.

  • Estoy cansada de andar – y sin pensármelo me senté en un bordillo apoyando mi espalda sobre la pared, pero cuando apenas había terminado de sentarme e incluso sin darme cuenta Marina se estaba sentando entre mis piernas, de modo que su espalda quedó apoyada en mi pecho.

Se me cortó la respiración, los nervios se me subieron al estómago, en ese momento parecía que yo era parte de la pared por lo inmóvil que me quedé. Ella solo se limitó a decir:

  • Parece que he encontrado un sitio mejor que el tuyo – Mientras cogía mis dos manos con sus manos y las ponía de forma que yo quedaba abrazándola. Desde luego no paraba de sorprenderme.

  • Sí, eso parece – No era capaz de articular ninguna palabra.

  • ¿Te ha comido la lengua el gato? – Dijo ella entre risas, siendo consciente de lo que estaba provocando en mí.

  • Digamos que eres un poco impredecible, nunca sé por dónde vas a salir – Me iba acostumbrando a su calor y era capaz de formar una frase completa.

  • Ya tendrás tiempo de ir conociéndome – Ella se mostraba muy segura de lo que estaba pasando allí, creo que hasta lo tenía todo planeado.

Entrelazó sus dedos con los míos y yo la abracé mas fuerte hacia mi, no sé cuánto iba a durar  esto pero yo no quería dejarla escapar de allí. Estuvimos un rato así abrazadas hablando de tonterías, de los gustos de cada una, étc.

Si ella pensaba que tenía el control sobre mí, yo iba a hacer que el control pasara a mi bando. Si ella me sorprendía, yo la iba a sorprender más. Y así es como empecé a hacerla “sufrir”.

Deshice nuestros dedos entrelazados de ambas manos y las usé para echar su larga melena hacia el lado izquierdo, de modo que su cuello quedaba totalmente desnudo a pocos centímetros de mi boca. Ella se empezó a mostrar nerviosa, y ahí es donde yo quería tenerla.

  • ¿De qué querías hablar exactamente? – Le dije muy cerca de su oreja. Ella inclinó su cabeza hacia mi boca como reacción.

  • Pues de… - Y justo ahí se cortó su frase porque yo estaba besando su cuello muy suavemente, sólo me hizo falta posar mis labios para dejarla sin habla. Ella suspiró y se quedó en silencio.

  • ¿De qué? – Volví a decir dejando su cuello para volver a susurrarle al oído.

Se notó que ella estaba en desventaja e intentó separase un poco para poder hablar, pero yo le cogí ambas manos y la volví a abrazar como al principio, dejándola inmóvil.

  • Estás haciendo… trampa – Sus palabras se oían con dificultad por culpa de que volví a besar  su cuello, esta vez bajando hasta su hombro y volviendo a subir.

  • Esto solo acaba de empezar – Le besé la oreja y seguí con el cuello. Apenas podía ver su cara pero tenía los ojos cerrados y su espalda estaba en tensión, ya no la tenía apoyada en mi pecho.

Todo el frío que hacía, desapareció en ese momento. Yo seguí besándola, cada vez acaparando mas trozos de su piel, ya no me hacía falta ni hacer fuerzas para que no se moviese, sabía que no lo iba a hacer. Solté sus manos de las mías, empecé a acariciarle la barriga mientras ella tenía sus manos encima de las mías. No podía dejar ese cuello, tenía algo que hacía que mis labios no se pudiesen separar.

Empecé a meter la mano por debajo de su jersey y toqué su piel, ella se encogió por el frió tacto de mis manos, pero en ningún momento tuvo intención de hacerlas parar. Su mano derecha pasó a mi cabeza y la usaba para dejarme claro que no quería que dejase de besarla, enredaba sus dedos en mi pelo y yo empezaba a no poder parar. Mi mano izquierda seguía por su barriga mientras que la derecha empezó a bajar un poco, se paró al borde de su pantalón y empecé a meter las yemas de los dedos cuando su mano izquierda me paró.

Me pilló de improviso, pero ella aprovechó para girarse y me besó en la boca muy salvajemente, ella estaba igual o incluso más encendida que yo, estuvimos besándonos un buen rato, su lengua recorría mi boca con tanta fuerza que sentía que cuando se fuese me iba a dejar vacía. Mordía mis labios y yo le respondía mordiéndole los suyos. Se separó por un segundo y me dijo:

“Aquí, no” mientras podía ver su deseo en los ojos, ese brillo que debía ser como el que ella podía ver en mis ojos. Asentí y la besé muy lentamente y suave. Volvió a su posición inicial y allí nos quedamos durante un rato más, abrazadas, entre caricias y besos tranquilos. No sé cómo se iba a ir si en mis planes no entraba soltarla de mi abrazo.

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Hasta aquí la tercera entrega, espero que les guste.