Consulta médica

Si en una consulta tu doctor te pide “Por favor, separe las piernas y flexiónelas” ¿Qué puede significar?. Nada. O todo. Depende del examen que te estén haciendo... y de las intenciones del médico.

Consulta médica

En silencio, con dedicada atención, el Dr. David Hansen revisaba los resultados de los análisis de su paciente.

Sentado frente a él, también silencio, Rafael devoraba con la mirada a su doctor mientras estudiaba sus controles médicos. Sus ojos recorrían una y otra vez los mechones rubios que caían sobre la frente, las pestañas largas y arqueadas, la nariz recta, la boca de labios finos, la mandíbula angulosa.

Por fin, el Dr. Hansen alzó la cabeza y miró a Rafael con sus grandes ojos azules. Y como siempre le sucedía ante la vista plena de ese rostro tal viril como bello, Rafael experimentó una suerte de hipnosis que lo hizo permanecer inmóvil contemplando embobado a su médico.

Durante unos segundos el Dr. Hansen clavó sus ojos en los de su paciente sin decir palabra, hasta que finalmente sonrió y dejando los papeles sobre el escritorio dijo:

" Bueno, parece que está todo en orden .".

" ¿Sí?. Qué bien ", comentó Rafael despertando de su letargo, como si la noticia no tuviese nada que ver con él.

" Sí, muy bien. Y ahora por favor, siéntese en la camilla y arremánguese ", agregó el Dr. Hansen mientras se ponía de pie y tomaba su estetoscopio.

Rafael obedeció, dejando al descubierto su brazo izquierdo. El médico se paró junto a él, le colocó en la extremidad desnuda la banda ajustable, y después de inflarla midió la presión de su paciente. "Normal", dijo al terminar el control. Luego miró el pecho de Rafael y pidió:

" Abrase un poco la camisa, por favor ".

Solícito, el paciente desabrochó dos botones de la prenda dejando al descubierto el nacimiento de su pecho, El doctor apoyó entonces el estetoscopio en el tórax del muchacho, y siguiendo la rutina comenzó a mover la pieza metálica sobre la tetilla izquierda. E inevitablemente, cada vez que desplazaba el instrumento, sus dedos rozaban la piel de su joven paciente.

Aunque fuese involuntaria, Rafael acusó recibo de la suave caricia. Un escalofrió recorrió su espinazo haciéndolo estremecer, y su corazón aumentó notoriamente el ritmo de sus latidos. Trató de serenarse, y como siempre hacía para ello posó su mirada en la alianza matrimonial que el apuesto médico llevaba en su dedo anular izquierdo.

" Mm . . . se puso nervioso por algo ?", indagó el Dr. Hansen mientras se sacaba el estetoscopio y miraba inquisitivamente a su paciente con una sonrisa en los labios.

" No, no! ", respondió algo turbado Rafael, sintiendo en sus mejillas el calor del rubor que las teñía.

" Bueno Rafael, como le dije antes, parece que está todo en orden ", comentó el doctor mientras caminaba hacia su escritorio. " No obstante, quisiera hacerle un control más ".

Rafael miró con expresión anodina a su médico, y mecánicamente comenzó a bajarse la manga de la camisa.

" ¿Recuerda que hará cosa de . . . dos meses . . . me consultó por un dolor en su vejiga? ", continuó el Dr. Hansen mientras tomaba asiento y abría el cajón del escritorio para sacar una agenda.

Por unos segundos, Rafael miró con gesto de desconcierto al facultativo, pero luego pareció recordar el episodio y entonces exclamó:

" Ah!. Sí, sí! ".

Como para olvidarlo!. Efectivamente, un par de meses atrás había acudido al consultorio de Hansen por un latiente dolor a la altura de la vejiga, aunque en esa oportunidad el rubio doctor no encontró ninguna afección en su salud que justificase la dolencia. Claro que aquella vez, Rafael omitió mencionar que muy probablemente la molestia había sido causada por el tamaño superlativo de un rabo cuyo dueño, un moreno espectacular, lo había follado sin descanso durante toda una noche. La experiencia había sido fabulosa, pero además de las inolvidables horas de placer, por varios días le quedó como recuerdo un también inolvidable ardor en el culo, además de una fastidiosa incomodidad en el bajo vientre.

" Sí, claro que recuerdo ", aseveró Rafael con una sonrisa de felicidad en los labios. " Bueno, pero fue algo pasajero. De hecho, no volvió a suceder ", dijo sinceramente, ya que había perdido el rastro del morochazo.

" Pues mejor así. Pero sabe, a veces hay señales a las que debemos prestar atención ", respondió el médico mientras buscaba en el índice de una agenda.

" ¿Señales? ".

" Ajá. Verá, usted es una persona joven, tiene apenas. . . veintiséis años, pero en algunas ocasiones los problemas de próstata aparecen a una edad temprana ", agregó el doctor.

" ¿Y? ".

" Y por eso voy a pedir la opinión de un proctólogo ".

" Un proctólogo?!! ". Rafael se puso de pie de golpe, haciendo que la camilla rechinase. " Yo no . . . si es por aquella vez, no creo que . . . "

" Mire Rafael, se que no es un examen agradable ", comentó el médico con expresión risueña ante la reacción del muchacho, " Pero creo que es lo mejor para aclarar algunas dudas que tengo. Además, conozco al doctor Salas desde hace mucho tiempo, y puede estar tranquilo porque es un excelente profesional ", agregó mientras le extendía a un atribulado Rafael el papel con los datos del colega.

" Llámelo esta tarde para pedirle un turno, y luego que lo revise volveremos a vernos ", dijo el médico mientras se ponía de pie. " Yo ya mismo voy a llamar a Salas para darle los antecedentes del caso y explicarle el tipo lo que necesito averiguar ".

El Dr. Hansen acompañó a Rafael hasta la puerta del consultorio, y antes de despedirlo le comentó:

" Ah!. Me olvidaba!. Tenemos un acuerdo con Salas, y las consultas de este tipo son sin cargo ".

Rafael miró a su médico con expresión de desconsuelo, y casi se sintió un estúpido por dar las gracias al saber que un desconocido no le cobraría por meterle el dedo en el culo.

Esa misma tarde, a regañadientes, el muchacho telefoneó al consultorio del proctólogo. Lo atendió una secretaria de trato cortés pero seco, que con el mismo tono neutro con el que le dio el último turno le indicó que una hora antes de asistir a la consulta debía hacerse un enema.

A la tarde siguiente, a las 19 horas en punto, Rafael tomaba asiento en uno de los sillones que amoblaban la sala de espera del consultorio del Dr. Salas. La secretaria resultó tal cual la había imaginado: una mujer entrada en años, flaca, de espalda recta y peinada con un apretado rodete que hablaba lo justo y necesario.

Amoscado como estaba por la inminencia del examen que le desagradaba, en un arranque pueril Rafael supuso que la secretaría se asemejaría a su jefe y por ende el proctólogo debía ser un viejo antipático, que seguramente lo miraría con reprobación al comprobar durante la revisión que su esfínter no era tan estrecho como podía esperarse.

Pero cuando la puerta del consultorio se abrió y la figura del desconocido-pero-detestado Dr. Alejandro Salas se recortó en el marco, Rafael se sintió completamente desconcertado. Lejos del ser el carcamán decrépito que esperaba, el muchacho pudo apreciar que el facultativo era un tipo joven, que rondaría los treinta y seis años (más o menos la edad del Dr. Salas). El hombre era alto, de espaldas anchas, y el atuendo hospitalario que vestía (como si en lugar de estar en su consultorio estuviese en una sala de operaciones) lo hacía verse más corpulento aún. Llevaba el cabello negro crespo muy corto, en un corte que armonizaba perfectamente con los grandes ojos azabache, la nariz ligeramente aguileña y los labios carnosos.

" ¿El Sr. Rafael Lasalle? " preguntó el médico mientras le tendía la diestra, una manaza que Rafael miró con inquietud. " Pase por favor, y tome asiento ". Después el galeno se dirigió a su secretaria, y con el mismo tono amable le dijo: " Vaya, Susana, yo me encargo de cerrar ".

Sentado frente al escritorio del médico, Rafael escuchó el taconeo de la secretaria alejándose, luego el ruido de la llave cerrando la puerta, y finalmente los pasos del médico acercándose. El inesperado aspecto del proctólogo lo había puesto algo nervioso, sobre todo cuando notaba la reacción de su entrepierna al imaginar que en unos minutos más los dedos del tipo estarían hurgando entre sus nalgas.

" Perdón por la demora ", dijo unos segundos después el moreno doctor mientras ocupaba el sillón frente a su paciente. " Ayer me llamó Hansen . . .", continuó el galeno, ". . . y me pasó los antecedentes de su caso. No se haga problema, este es un examen de rutina. Por supuesto, se que el chequeo no es agradable, pero procuraremos que sea lo menos traumático posible " completó el médico, exhibiendo una amplia sonrisa enmarcada por dos sensuales hoyuelos que hizo que Rafael definitivamente deseara haberse encontrado con un carcamán.

El Dr. Salas se puso de pie, abrió un armario y retiro una chaqueta verde. " Aquí tiene ", dijo después mientras se la entregaba al muchacho. " Por favor, quítese la ropa y colóquese esto. Puede cambiarse detrás de ese biombo. Mientras tanto, yo voy preparando todo ".

Rafael no imaginaba a que se refería con " todo ", pero no quiso preguntar. Se paró detrás del biombo, se desnudó dejándose sólo las medias blancas de algodón y luego se colocó la chaqueta, que era bastante holgada y no tenía botones. Estaba nervioso, y gruesas gotas de sudor perlaban su frente. Pero sabía que cuanto antes terminase sería mejor, de manera que respiró hondo, exhaló, y salió de su precario refugio.

" Por favor, acuéstese en la camilla, la cabeza en aquel lado ", dijo amablemente el proctólogo cuando lo vio parado junto al biombo. Rafael obedeció en silencio, y notando alarmado como la situación comenzaba a excitarlo, apoyó disimuladamente las manos sobre su entrepierna.

El médico se acercó a la camilla, y con el mismo tono cortés le pidió al paciente que flexionara y separara ambas piernas. Luego le tomó suavemente las muñecas, y le indicó:

" Coloque los brazos a los costados. Y trate de relajarse ".

Rafael asintió con la cabeza, y aunque sabía que estaba muy lejos de lograr lo que se le pedía, con intención de distraerse comenzó a pasear su vista por los cuadros que colgaban de la pared. Pero su propósito fracasó estrepitosamente cuando vio acercarse al Dr. Salas mientras se calzaba un guante de látex blanco en la mano derecha.

" Bueno, vamos a comenzar. Primero voy a colocarle un gel para que no sienta molestias, y luego voy a hacer el examen. ¿De acuerdo? ".

Rafael apenas pudo murmurar un tímido " Psí " como respuesta. Después, con ojos ansiosos siguió el trayecto del doctor hasta el extremo de la camilla, en donde lo vio tomando posición entre sus piernas abiertas. Casi al instante sintió una sustancia fría y untuosa deslizándose en su raja, y luego el dedo mayor del médico presionando su esfínter. No pudo evitar estremecerse, e instintivamente apretó sus nalgas.

La mano desnuda del proctólogo se posó en la cara interna del muslo del muchacho, y le dio un suave apretón. " Relajado, relajado ", murmuró sonriente el médico.

Rafael tragó duro, dejó escapar un suspiro y aflojó la tensión de sus glúteos. El dedo del doctor ya no encontró resistencia, y avanzando lenta pero firmemente penetró en el culo del joven paciente.

Con los ojos cerrados, la respiración agitada, Rafael sentía las falanges del proctólogo horadando sus entrañas.

" Ah! Tiene muy buena dilatación! ".

Rafael se ruborizó y puteó para sus adentros. " Tenías que decirlo ", pensó, pero no dijo nada. En silencio trataba de soportar estoicamente el hurgueteo, cuando de repente una oleada de placer lo inundó haciendo que de su garganta escapase un gemido de gozo. Un cálido cosquilleo agitó su bajo vientre, y con alarma notó como su miembro empezaba a envararse. Avergonzado, abrió los ojos, y su mirada se cruzó con la del médico que lo contemplaba risueño.

" No se haga problema ", dijo el proctólogo como si le hubiera leído el pensamiento. " Es una reacción normal. El masaje prostático es estimulante, y evidentemente usted es muy sensible al tacto ".

" Sí, debe ser eso ", dijo Rafael inquieto, aunque sabía muy bien que esa no era la única razón de su creciente excitación. Y aunque apretaba los dientes, no podía acallar los jadeos que colmaban su garganta.

" ¿Falta mucho? ", preguntó ansioso el muchacho un par de minutos después, sintiendo como las gotas de sudor corrían por sus sienes.

" No, no mucho ", respondió con gesto circunspecto el Dr. Salas. " Relájese ".

Pero Rafael encontraba eso imposible, porque la dureza de su miembro aumentaba segundo a segundo y apenas unos instantes después estaba erguido en toda su plenitud. Su mente ya no se esforzaba en recordarle que estaba en medio de un examen médico, y en lugar de eso le presentaba calientes escenas en las que el apuesto proctólogo reemplazaba las falanges por su verga, la que imaginó grande y agarrotada. Comprendió que si seguía así terminaría por correrse, y justo cuando empezaba a sentir los primeros latidos en su increíblemente tiesa polla, el médico retiró el dedo intruso de sus entrañas.

Rafael suspiró aliviado, aunque a decir verdad, también experimentaba cierta frustración por el placer interrumpido. Ladeó la cabeza, y con aire distraído se puso a mirar al Dr. Salas mientras se quitaba el guante de látex. El médico estaba concentrado en su tarea, y Rafael aprovechó para recorrer fugazmente ese ejemplar tan deseable que hasta hacía unos instantes había imaginado follándolo.

El muchacho paseó su mirada primero por el rostro, de rasgos tan varoniles como atractivos; siguió por el pecho amplio, que se notaba velludo debajo de la casaca; luego admiró los fuertes antebrazos y las grandes manazas; pero cuando llegó a la entrepierna, Rafael abrió muy grandes los ojos al descubrir la inconfundible y apreciable prominencia que abultaba la tela liviana del pantalón.

" Bueno, puede quedarse tranquilo ", dijo de repente el Dr. Salas. Sobresaltado, Rafael alzó rápidamente la vista y vio al médico acercarse.

" Ah, sí? ".

El proctólogo dio unos pasos más y se detuvo pegado a la camilla. Y Rafael, sin necesidad de mirar, supo que lo que había rozado el dorso de su mano era el endurecido paquete del médico.

" Sí, está todo en orden ", agregó el Dr. Salas sonriéndole satisfecho. Después, con hablar pausado, el médico comenzó explicarle los resultados del examen. Y aunque Rafael se esforzaba por escucharlo, su atención estaba puesta en el bulto duro que cada tanto presionaba su mano.

Se moría por apretarlo, tantear las formas, sentirlo endurecerse más aún con sus magreos, y esos pensamientos le habían puesto otra vez la verga dura y enhiesta. El desfile de escenas tórridas volvió a copar su mente, y sin detenerse a pensar en lo que hacía, en un instante dado movió sus dedos y acarició suavemente con los nudillos la abultada prominencia.

El Dr. Salas dejó de hablar y clavó sus negrísimos ojos en los de su paciente.

Y luego sonrió. Con una sonrisa enorme.

Como si hubiese estado esperando esa caricia.

Alentado por la reacción del médico, Rafael fue por más. Con mano trémula tomó la cintura elastizada del pantalón, y lentamente bajó la tela hasta descubrir el endurecido miembro del médico que saltó como impulsado por un resorte. Luego lo recorrió con los dedos en toda su respetable longitud, desde la raíz rodeada de hirsutos vellos hasta la morada cabeza triangular. Lo apretó suavemente, como tanto había deseado, y al hacerlo brillaron en el glande unas gotas cristalinas que recogió con la yema del dedo y depositó en la punta de su lengua, saboreándolas.

El médico dio unos pasos y puso su envarado miembro a la altura de los labios de Rafael, acariciándolos con la punta satinada. El muchacho abrió la boca y entonces el moreno doctor introdujo su rabo muy lentamente en ella, para luego comenzar a deslizarlo hacia fuera y hacia adentro, sofocando en cada arremetida a su felador. Pero bastaron apenas unos segundos de masaje bucal para que el proctólogo sintiese las incipientes señales del orgasmo, y entonces se detuvo.

" Si sigo, me corro ", dijo jadeando sonriente.

Imposibilitado para hablar, con la boca tan ocupada como la tenía, Rafael asintió haciendo un sonido ininteligible y luego aumentó la presión de sus labios sobre la verga del proctólogo. Pero el Dr. Salas tenía otros planes, porque negando con la cabeza murmuró:

" No, todavía no. Antes, voy a follarte. Quiero hacerlo desde que saliste de atrás del biombo ".

Rafael dejó que el médico sacara suavemente el rabo de su boca, y con ojos anhelantes lo observó mientras se ubicaba en el extremo de la camilla. Después, con las manos aferradas a los costados de la camilla, la respiración agitada, el corazón al galope, sintió como el proctólogo le acomodaba la cabeza del vergajo en la raja del culo, y comenzaba a empujar.

Despacio. Muy despacio.

Desmadejado sobre la camilla, el muchacho percibía como la tranca del proctólogo avanzaba centímetro a centímetro en sus entrañas, hasta que el cosquilleo en las nalgas causado por el vello pubiano le indicó que el apetecible Dr. Salas le había enterrado el cipote hasta la raíz. Entonces el médico le rodeó la cintura con sus manazas, y sujetándolo firmemente inició un acompasado bombeo en su dilatadísimo ano.

Quizá se debía al masaje preliminar con los dedos. Quizá, a la excitación animal que lo embargaba. O quizá, a la excelente calidad del follador. Rafael no podía precisar cual era la causa, pero lo que sí tenía claro era que estaba gozando de una de las mejores cogidas de su vida. Jadea, gemía, se mordía los labios, y con cada arremetida del proctólogo arqueaba su cuerpo y apretaba las nalgas, como queriendo devorar con su hoyito la durísima verga del médico.

El joven paciente hubiese querido prolongar por largo rato ese momento, ese placer que lo hacía temblar y podía sentir casi hasta en las yemas de los dedos. Pero la sesión de estimulación previa había desbordado su autodominio, y al cabo de unas pocas estocadas el muchacho supo que la acabada era inminente. Entonces alzó la cabeza, miró con ojos vidriosos a su follador, y llevando una mano a la entrepierna cubrió la cabeza de su polla para recibir en la palma los violentos escupitajos de blancuzca lefa. Un gemido largo y ronco acompañó los espasmos que lo sacudieron mientras duró la corrida, y cuando la descarga llegó a su fin se desplomó extenuado sobre la camilla.

Con las grandes manos aferradas a la cintura de Rafael, el Dr. Salas percibía el temblor que aún estremecía el cuerpo del muchacho. Sonrió satisfecho, aceleró el embate de su pelvis contra las nalgas carnosas que cobijaban su cipote, y al cabo de unos instantes él también comenzó a gemir roncamente mientras disparaba andanadas de espesa leche en las entrañas de su ardoroso follado.

Veinte minutos después, habiéndose marchado ya Rafael, el Dr. Salas telefoneó al Dr. Hansen.

" Hola, David?. Alejandro. ¡Cómo estás, mi viejo!. No, todavía estoy en el consultorio. Es que recién acaba de irse tu paciente. Sí, ese. Tenías razón. Carajo que tienes ojo clínico!. Sí, se abrió como una flor. ¿Qué cómo estuvo?. De puta madre, amigo, de puta madre. Una delicia. Gracias por mandármelo ".

Dos días más tarde, Rafael aguardaba su turno en el consultorio del Dr. Hansen. Cuando por fin el médico lo invitó a pasar, el muchacho experimentó el cosquilleo de siempre en el estómago al estrecharle la mano.

El médico cerró la puerta del consultorio y luego se acercó a Rafael. " Estuve hablando con Salas ", le dijo entonces al muchacho que todavía seguía de pie.

" Ah, sí? ". Por unos instantes Rafael se inquietó, pero después comprendió que eso era perfectamente lógico. Al fin y al cabo, Hansen lo había mandado a ver a Salas porque necesitaba la opinión profesional del proctólogo. "¿Y que le dijo?" preguntó entonces con un tono que intentaba sonase natural.

" TODO ".

Rafael abrió muy grandes los ojos y empalideció. Tragó duro, esbozó una sonrisa forzada, y con voz ronca repreguntó como si no hubiese comprendido la respuesta:

" ¿Todo? ".

El Dr. Hansen rodeó a Rafael y se detuvo detrás de él. Apoyó la diestra en el hombro derecho del muchacho y le repitió al oído, casi en un susurro:

" Todo, todo ".

Clavado como una estaca en el piso, Rafael no atinaba a hacer ni decir nada. Un nuevo susurro cosquilleó en su oreja cuando el médico agregó:

" Con lujo de detalles ".

" Yo . . . "

" Shh! ".

La mano izquierda del Dr. Hansen se deslizó dentro de la camisa de Rafael, acarició la tetilla derecha del chico, tomó el pezón con el pulgar y el índice y lo pellizcó hasta hacer gemir a su dueño.

" Así es, Rafael. Salas me brindó un relato pormenorizado de lo que pasó en su consultorio ", murmuró el rubio doctor. " ¿Y sabes qué? ".

Rafael jadeó al sentir la lengua del médico acariciándole el lóbulo de la oreja.

" Ya no tengo ninguna duda sobre la clase de "tratamiento" que necesitas ".

El Dr. Hansen apretó al muchacho contra su cuerpo, haciéndole sentir entre las nalgas la dura prominencia que abultaba su entrepierna.

" Y yo voy a dártelo. Con mucho mucho gusto ".