Consuelo madre e hijo

Una madre separada se siente atraída por su hijo desde tiempos atrás. Un hijo que se marcha con una chica y regresa arrepentido y traicionado por la fémina. Frustración, soledad y deseos, complementos perfecto para una noche de amor materno - filial.

Hola a todos los lectores de esta gran página, la historia que les quiero contar es sobre como llegué a tener relaciones con mi hijo, después de muchos años de retener mi deseo por él. Agradezco a la autora, por permitirme publicar mi historia, haciendo los cambios que ella estima conveniente.

Me llamo Laura, soy una mujer que va a cumplir 48 años, en el plano físico soy una mujer que no se considera un bombón ni una súper mujer, pero todos los que me conocen dicen que siempre me he mantenido espléndidamente en forma, mis pechos son muy grandecitos eso sí, casi al tamaño de unas sandías, pero no caídos, mis pezones van acorde a mis senos, mido 1.69, cabello largo negro, ojos azabache, un culito bien durito, por los años de deporte y mis piernas muy firmes, especialmente siempre me ha gustado ponerme faldas cortas, sea verano o cualquier estación y cuando tenía reuniones o fiestas, me ponía pantalones jean muy apretados, casi al punto de pitillos. Todos los hombres que me veían, me miraban con deseo, algunos hasta se tocaban sus miembros, imaginándose metérmela por delante y detrás y eso a mí como mujer, me llenaba de alegría, al saber que me consideraba apetecible. Quiero aclarar que, si bien me gustaba ser coqueta, he sido una mujer con ética y jamás engañé a mi entonces marido y en especial, le debía respeto al mayor de mis amores, mi hijo Luis.

De mi hijo Luis les puedo decir que a él lo amo con locura, con toda el alma, ya que es mi único hijo que la naturaleza me permitió tener, ya que al momento de concebirlo fue de riesgo por mi delicada naturaleza ovárica y en el parto fue una situación de vida o muerte, al punto que mi ex marido, decidió que me salvaran a mí, antes que a mi hijo. Por suerte ambos salimos bien de la operación y mi Luis desde ese momento, se convierte en mi razón de vivir.

Para toda mujer que tiene la dicha de ser madre, es una bendición ver a tu hijo crecer y, sobre todo, recibir ese cariño, amor y caricias que tu retoño te entrega como recompensa a todo el sacrificio que hacemos por ellos. Mi hijo Luis ha sido muy chochito, mi todo. Nunca le he negado nado. Le he consentido a montón, le he resondrado cuando ha sido necesario y en especial, le he inculcado valores para ser un hombre de bien.

Siempre estuvimos muy unidos, y sé que mi exmarido tuvo celos de él, desde el día que vino al mundo. En realidad, era normal que los tuviera, porque nadie se podía interponer a lo que sentía por Luis, quizá algo más que un amor de madre, que con el tiempo me fue atrapando en mi propio deseo.

Como dije desde que me volví madre, mi marido comenzaba a reclamarme porque no estaba cumpliéndole como mujer. Yo a pesar de todo mi actuar como esposa, me daba cuenta que mi marido, quería que un poco más le ponga en un altar. Problemas, gritos, infidelidades, todo eso fue suficiente para que cuando mi hijo cumplió 12 años, le pidiera el divorcio, deseo que no fue objetado por el otro idiota.

Ya llevaba divorciada 8 años antes, el suficiente tiempo para tener todo superado. Lo llevaba bien, porque me conformaba con la presencia de mi Luis, pese a que éste me decía que yo tenía derecho a ser feliz, que pensara en mí como mujer también. Mi hijo tenía esos pensamientos bastante serios, luego que escuchará a sus tías, familiares que nos visitaban y conversaban conmigo sobre mi futuro como mujer, que debía voltear la página y volver a tener otro compromiso. Aunque si bien intente tomarles la palabra e intentar algo, me era aún reacia a iniciar alguna relación, ni tampoco me apetecía tener aventuras ocasionales. Por eso, sólo vivía solo con mi hijo, su compañía me era suficiente para vivir. Llámenme egoísta o tonta, pero mi universo y felicidad se centraba en mi pequeño.

Luis cuando llegó a cumplir los 20 ya era todo un arquetipo herculino. Poco a poco él se cambió de un cuerpo menudo a uno musculoso, su estatura apenas pasaba el metro setenta y cinco, si, es un poco más alto que su padre, pero aun así es más alto que otros chicos de su edad, su piel es moreno claro y aun que no llega a ser irracionalmente guapo, si ha captado la atención de muchas chicas por varios aspectos, entre ellos su gusto por el fútbol, situaciones que muchas veces me ha puesto en celos enfermizos, ver como esas regaladas, se le insinuaban a mi tesoro, hasta llegué al punto de que cuando venían de visita, les negaba a ellas su presencia y otras cosas que mi hijo muchas veces me increpaba que no tenía derecho a meterme en su vida privada y otros temas que le relacionaban con su círculo social.

De todas las novias que mi hijo conoció, hubo una que no me gustaba no en pelea de perros. De nombre Paula, siempre pensé que la relación de mi hijo con ella no duraría demasiado, por eso, cuando hablé con él y me dijo que quería convivir con ella, porque tenía planes a boda, yo le vaticiné que iba a cavar su propia desgracia.

Luis por primera vez en su vida, no me hizo caso y termino marchándose de la casa. Al principio sufrí mucho por su partida, pero conforme pasaba las semanas, tuve que aceptar que mi niño, ahora era un hombre y tenía derecho de vivir su vida.    Yo por no pensar en él, también decidí salir una noche con unas amigas a tomar un trago por ahí, pero tanta sería la decepción, que me embriague como nunca en mi vida. Lo único que recuerdo que esa noche, me puse a conversar con un amigo de una amiga que nos acompañaba, nos quedamos los dos hasta tarde porque el resto se había ido y viendo que ya era las 4 de la mañana, lo llevé a la casa y pese a mi embriaguez, dejé que este tipo me hiciera suya por casi tres horas.

Cuando desperté en mi cama, mi acompañante no estaba y yo me sentí como una puta sucia barata. Lloré amargamente y llamé al celular de mi hijo. Quise contarle la burrada que había cometido, pero solo pregunté cómo estaba. Él me dijo que estaba tranquilo, pero mi intuición de madre, me decía que no. Por supuesto aclaro que, desde ese día, decidí no volver a salir con ninguna amiga por un buen tiempo.

Un día me llamó Luis, para decirme que su relación con Paula había terminado. Me sentí ciertamente aliviada, y también apenada por él, ya que esto le afectó muchísimo en lo personal. Aunque mi hijo tenía un departamento que su padre le había obsequiado, como regalo de 18 años, le ofrecí regresar a nuestra casa, para que se sintiera más acompañado. No aceptó, pero empezó a visitarme con frecuencia e incluso nuestro contacto se intensificó, hablando por teléfono y sobre todo a través de WhatsApp.

Todo ello, pero sobre todo a través de los mensajes, hizo que aumentásemos la confianza. Me hacía bromas relacionando que los dos estábamos ahora sin pareja. A veces al principio, y luego con más frecuencia, olvidábamos que éramos madre e hijo, pareciéndonos más a dos chicos que se estaban metiendo floro, a ver quién caía rápido.

De pronto, los mensajes subieron de tono. Mi hijo me pregunto si durante su ausencia, yo me había acostado o conocía a algún hombre, respondiéndole que ni que estuviera puta, para estar buscando maridos. A pesar de su depresión, Luis me levantaba la moral. Yo le decía que sería muy afortunada su próxima novia, y él me respondía que ojalá fuera cierta y otras palabras más de aliento para mi hijo.

Era martes, y ese día los chats se tornaron un poco más eróticos. Él se refirió al tamaño de mis pechos, y me dijo que siempre le habían encantado, cuando ya de adolescente, me los había visto. Entre estas confesiones, me recordó a Jordan, su inseparable amigo de la escuela, que, en una ocasión, cuando fuimos a pasar un domingo en la piscina y ellos rondaban entre los 15 y 16 años, me vieron de reojo como hacía toples, junto a la mamá del segundo. Después de escucharle, le respondí:

― Hijo. Eso fue hace mil años. Tal vez, en aquellos momentos yo estuviese buena, hoy ya soy vieja.

― Mamá, estás mejor que nunca. Aún te pones faldas cortas para ir a trabajar. Pocas mujeres de tu edad pueden decir lo mismo, y desde luego, yo no conozca a ninguna más guapa que tú. Tus pechos son el sueño de cualquier hombre.

― Paula tendría que haber dado ricos gemidos cuando le hacías el amor. Recuerdo que tu mástil es más grande que el de tu padre.

Mi respuesta me dejó después avergonzada, ya que sabía y me volvía loca el sexo de mi hijo. Siempre lo había tenido grande, y aunque ya hacía muchos años que no le había visto desnudo. Todo aquello, hizo que por la noche me sintiera ridícula y avergonzada, ya que esos comentarios no eran propios de mí.

El miércoles, a primera hora de la tarde, me llamó. Estaba mal, se le entrecortaba la voz. Lloraba. Me contó que Paula había conocido a otro hombre, algo que yo ya suponía. Él esperaba que la ruptura fuera temporal, tan sólo una crisis, pero las razones de su esposa significaban que la relación había terminado. Decidió tomarse unos días de vacaciones y venirse a mi casa para no estar solo.

Una semana después de los hechos mencionados, yo volvía de la oficina donde trabajaba y cuando llegué a la casa, lo vi a él que ya había llegado. Estaba en el salón, sentado en el sofá. Le notaba abatido y muy triste.

― ¿Has comido?

No tengo hambre.

Le preparé un sándwich y me senté a su lado. Intenté animarle, pero creo que no me escuchaba. Comprendí que quería estar sola y me fui a mi recamara a cambiarme. Desde esa pieza, decidí entonces, lanzarle mensajes a su celular. Le decía que no se preocupara, que pronto lo superaría y encontraría otra mujer. Le animaba lanzándole piropos, algo que jamás había hecho, ni cuando estaba de enamorada y mucho menos casada.

Al ver que no respondía a mis mensajes, me puse mi ropa de dormir (una bata blanca, con braga rosadas y un corpiño crema) Cuando pasé a su lado, no se inmutó y seguía con la vista perdida. Entonces me movía de manera erótica, intentando mostrarme sensual y sexy. Procuraba que mis ojos no se dispersaran de los suyos. Sólo quería tenerlo a mi lado.

Procuraba entremezclar el papel de madre con el de mujer. Crucé mis piernas e hizo que mi vestido se subiera un poco más, y las enseñase hasta la mitad de los muslos.

Aunque Luis tenía su mirada perdida, curiosamente lo hacía cabizbajo y dirigiendo sus ojos a mis piernas. Sin duda, aquellas armas de mujer que nunca llegué a utilizar, comenzaban a dar sus frutos.

Noté que sus ojos se dirigían a ellos, por lo que aquello me dio buena señal. Empecé a mover las piernas, a agacharme y levantarme, deseando que se fijase en mi cuerpo, algo que sin duda conseguía. Mi deseo que algún día mi hijo me mirase como mujer, se estaba realizando. De verdad sí que me enloquecía esa idea.

Conseguí llamar su atención y aunque estaba deprimido, sus ojos reaccionaban. Me acerqué a decirle, que no necesitábamos de otras parejas, ya que siempre nos tendríamos el uno al otro.

Pronto se fueron haciendo más evidentes mis coqueteos, a los que Luis no era indiferente. Me separé un poco más mi bata, fingiendo que hacía mucho calor en casa. En realidad, yo sentía un poco de calor y quería sacarme la bata, intentando darme aire a la vez que mostraba las bragas, haciendo notar mis pechos.

Sin darme cuenta, me iba acercando cada vez más a mi hijo. Me gustaba que me mirase como mujer. A mí siempre me gustó el físico de mi hijo, y era reiterado por mis amigas, muchas de ellas divorciadas, que me decían la rabia que sentían porque no tuviera veinte años más, o ellas, veinte menos. Comentarios como esos, siempre me pusieron celosa, pero lo disimulaba. Los ojos se han hecho para mirar, después de todo.

Ya no había vuelta atrás, yo cambié el papel de madre a mujer. Sólo sé que cuando quise echarme atrás, yo ya estaba pegada a Luis, hombro con hombro. Lo siguiente fue abrazarle, darle un beso en la mejilla. Ya no había vuelta atrás y di el último paso, que ya resultaría definitivo.

Ya verás qué poco tardas en usar esto. – Dije mientras apoyaba mis dedos en su entrepierna.

A pesar que mostró cara de ¿ qué estás haciendo ?, pero no hizo ningún gesto de apartarse de mí. Eso me hizo continuar. Me sentía tranquila y cálida. Comenzaba mi deseo de hembra a escapar. En realidad, creo que ya no sentía que aquel joven que estaba a mi lado, fuese mi hijo, sino un hombre con un sexo dotado a probar.

Poco a poco me arrimé a él. Una vez cara a cara, volví a besarle en la mejilla, sólo que esta vez, el primer beso vino seguido de otros muchos, más pequeños y sensuales, hasta que nuestros labios se juntaron.

Respondió de inmediato llevando su mano a mi sostén, desabrochándolo poco a poco hasta llegar a mi pecho y dejarlo libre y comenzar pellizcando directamente mi pezón. Aquel dolor, me excitó mucho.

Yo ya me sentía ya muy caliente. Quería avanzar. Procedí a quitarme la ropa interior, quedando totalmente desnuda y con un montón de flujos que me manchaba la pierna. Luis también hizo lo mismo, quedando totalmente desnudo. Me sorprendió el tamaño de su miembro, que hacía muchos años que no lo veía, desde aquella vez en la piscina junto a su amigo, quienes estaban midiéndosela quien de ellos era más vergón que el otro.

Se lo acaricié suavemente, con cariño, para de inmediato llevármelo a la boca. Hacerle esa mamada, me sentía mujer. Succionaba su pene con auténtico deseo. Mi hijo mostro su cara de excitado y yo quería darle todo aquello que jamás hubiera tenido con una mujer, por mucho que llevase ya un tiempo casado. Chupaba golosa esa tranca erecta. Gemía de una forma exagerada y además sabía que esa situación era provocada por mí, pero tampoco deseaba que tuviese un orgasmo tan pronto. Yo también quería tener mi parte y detuve las mamadas.

―¡¡¡ Mamá. Estás buenísima!!! ¡¡¡ Tienes unas tetas enormes¡¡¡¡

―Te recuerdo que has comido de ellas . – le contesté bromeando.

Me pasó su mano por la espalda. Era todo muy erótico, muy sensual. La fue bajando hasta acariciar mi culo. Seguía de espaldas. Aunque excitada me encontraba un poco cohibida, y no terminaba de ponerme frente a Luis, que continuaba sentado en el sofá.

Me coloqué encima de él, pero seguía dándole la espalda. Estaba muy húmeda y no tuvo problemas, cuando él me tomó en sus brazos, me llevó a la cama, me abrió las piernas y luego de darme una rica chupada de vagina, que me arrancó unos gritos de puta, esto junto a mi saliva untada en su pene, facilito que, al momento de metérmela, entrara muy fácil y comenzar con sus ricas embestidas.

La sensación era rara, la primera vez que lo hacíamos y la postura de misionera en que era penetrada por él. En ningún momento podría haber imaginado algo así, aunque reconozco que desde siempre me sentí atraída por él, desde que era un muchacho, los ojos de deseo con que le veían mis amigas, las miradas de puta de sus compañeras y sobre todo yo, mi libido que no le entregué a mi marido ni al tipo de esa noche, todo ese cúmulo hizo que la caja de placer se liberara.

Cuando mi hijo se echó en mi encima, me cogió la cintura y empezó a manejarme a su antojo. Me besaba los pechos, los muslos, me obligaba a verle a los ojos, mientras yo le apretaba con mis piernas, intentando y consiguiendo que su pene entrase y saliese evitando que saliera de mi concha, en ningún momento.

No pensaba en ningún momento que la relación materno - filial que mantenía con mi hijo, diese paso al de hembra – macho, que solo buscan copular.

Podía oír el sonido de la penetración cuando se mezclaba con mis jugos vaginales. Le sentía dentro, sentía como jugaba con mis pechos y mi excitación hacía que yo misma, jugase con mi clítoris, buscando aún más placer.

―Házmelo a cuatro patas. Al estilo perro. – Le propuse a mi hijo ofreciéndole una postura que siempre me había gustado.

Me levanté y me situé al filo de la cama, en la posición que le había pedido. No tardó en embestirme. Aún recuerdo el cosquilleo tambaleante cuando buscaba de nuevo mi sexo.

Notaba el miembro de Luis aún más tenso que en la posición anterior. Me cubría completamente y me agradaba. Sus movimientos empezaron a ser bruscos por la excitación. Comenzó a tirarme del pelo, haciendo de mí, una yegua sobre la que cabalgaba.

― Estoy a punto de correrme. – Me dijo preocupado.

Yo aún no había llegado al orgasmo, por lo que pensé en la oportunidad de retrasarlo un poco. También deseaba darle todo el placer que pudiera y hacer que este fuera el mejor polvo de su vida. Se separó ligeramente de mí. Me levanté y me coloqué de nuevo espaldas arriba, donde tenía más espacio y me tumbé con las piernas bien abiertas.

Aquí me tienes. Haz conmigo lo que quieras. Hoy soy tu esclava sexual y estoy aquí para hacerte feliz.

Él no respondió. Supongo que al parar unos instantes también pensó en quien era la mujer que estaba con las piernas totalmente abiertas, delante de él.

En esa posición podía verme la cara, contemplar mis pechos, y me di cuenta que la escena era excitante.

De nuevo comencé a excitarme. Dejaba a mi hijo que me manejase a su antojo. Yo no podía parar y mientras él me penetraba yo comencé de nuevo a tocarme, acariciando mi clítoris y mis pechos.

Aquella posición me originaba algo distinto y era poder ver a mi hijo mientras me penetraba, a la vez que veía mi cuerpo, incluso mi vagina depilada, un verdadero manjar a ser poseído.

Me pellizqué los pezones, algo que sin duda era lo que más me había gustado siempre del sexo y con el cual, me satisfacía personalmente a falta de una pinga. También las embestidas de mi hijo, a quien cada vez sentía más, me hicieron tener uno de los orgasmos más notorios de mi vida.

― ¡¡¡Hijo, hijo, así, así!!!. ¡¡¡Me haces muy feliz!!!. ¡¡¡Lléname de ti!!!. ¡¡¡Te quiero Luis, te quiero con locura, como madre, como mujer, como tu puta¡¡¡¡ – Grité perdiendo el control.

Quedé relajada, pero con las piernas abiertas. Miraba a Luis que casi desencajado de placer intentaba culminar la relación.

―Hijo. Córrete dentro de mí. – le Dije porque sabía que yo ya no podía concebir, debido al ligamiento que me hice después que nació.

TRANQUILA MAMÁ. NO TE PREOCUPES. TE DARÉ LO QUE ME PIDES - AHHHHH

Fue casi al momento cuando bruscamente sentí que su pene se hinchaba y tras un grito de placer, comenzó a inundar mi vagina de su semilla caliente. A pesar de haber tenido una buena ración de sexo me sentía excitada, por lo que rebañé un poco con el dedo y lo llevé a mi boca.

Me sentía feliz y muy satisfecha. No valoraba las consecuencias que podría tener el haber mantenido una relación sexual con mi hijo. Me levanté, me duché y me acosté. Luis salió de casa y volvió tarde. Me daba igual lo que hiciese y con quien fuese, pero sabía que no iba a buscar a otra mujer.

Al día siguiente me levanté confusa. Estaba excitada por lo que había sucedido, pero también me sentía responsable como madre. Apenas había dormido y de madrugada escuché como Luis abrió la puerta. Pensé que tal vez viniese a dormir a mi cama, pero no fue así. Oí como cerraba la puerta del baño y después la de su habitación. Me sentí un poco decepcionada y también frustrada. Pensé que tal vez habría estado con Paula, y me puse mala al hacerlo.

A pesar que no pasó ni un día de lo ocurrido, yo seguía deseando a mi hijo como hombre. Me senté a su lado y mientras le escuchaba procuraba mostrarme lo más erótica posible. Acariciaba su pierna y su brazo. Le susurraba al oído de forma sensual y sobre todo, cada vez me iba acercando más hasta que al final, acerqué mis labios a los suyos y nos fundimos en un profundo beso de pareja.

Noté que estaba excitado, y sobre todo, al aceptar mi beso, sabía que iba a volver a tener una sesión de sexo con mi hijo. Me senté, con las piernas cruzadas sobre la cama, corrí un poco mi escote y llevé sus manos a mis pechos, agarrándolos con fuerza.

Comencé a respirar de manera agitada, mientras mis pezones volvían a erizarse. Luis, sin duda, sabía cómo tocar a una mujer, y lo demostraba conmigo. Mi mano se acercó a su pantalón, pero la apartó y procedió a quitárselos. Sin duda, estaba muy excitado. Su pene así lo demostraba.

Estábamos los dos impacientes. En cuanto quedó desnudo de cintura para abajo mi boca, me dirigió a su pene y comencé a succionarlo de manera incontrolada. Me sentía con ganas de sexo, y saber que a mi hijo le volvía loco, hacía que aquello me contagiase.

Estaba totalmente arrecha. Sentía la humedad en mis bragas. Paré y me volví a situar sobre la cama, de rodillas, pero manteniéndolas separadas. Me abrí totalmente la bata e invité a Luis a que lo comprobase, introduciendo su mano por debajo de mi prenda íntima.

Me volvía loca. Comenzó a jugar con mi clítoris. Me gustaba y me gustaba verme tan atractiva, con mis pechos sobresaliendo sobre mi bata totalmente desataba y abierta.

No pude resistir más y me lancé a por él. Tomé su pene y comencé también a masturbarle, como él estaba haciendo conmigo.

Mi cabeza se giraba, moviéndola de un lado a otro, mientras que mi boca pronunciaba susurros de placer.

Había llegado el momento. Quería desnudarme. Él casi lo estaba. Procedí a quitarme la bata, de forma sensual, intentado siempre que mis pechos sobresaliesen.

Me alisé el pelo, quedando desnuda de cintura para arriba. Sólo quería parecer sexy y apetecible a mi pequeño. Tan sólo llevaba las bragas que me había puesto minutos antes, después de darme la ducha mañanera. Me tumbé sobre la cama y de inmediato, mi hijo procedió a quitármelas.

Puedo parecer una zorra al contar esto, pero sólo deseaba hacer el amor con mi hijo. Por eso, cuando abrí mis piernas, y él se situó entre ellas, me sentía excitada, y sobre todo me mostraba que yo podía a mi edad, ser muy atractiva.

Su miembro entró a la primera dentro de mí. Estaba muy húmeda y él tremendamente duro. Comencé a mover mi cabeza, pidiendo más, a la vez que él me tocaba, acariciaba mis pechos y continuaba con el mete y saca.

― Mamá. Estoy a punto de correrme . – Dijo con la voz entrecortada por la excitación.

Espera, no llegues aún . Voy a darme la vuelta y lo haces por detrás.

Me giré y me situé de rodillas. Apoyé mis manos y me coloqué a cuatro patas. Me sentía. Como una perra en celo.

En realidad, sólo pretendía retrasar un poco la eyaculación de Luis. De nuevo se introdujo dentro de mí, y de nuevo volví a gemir como una loca.

Mis gritos empezaron a ser tan fuertes que tal vez me oyeran los vecinos, pero me estaba haciendo sentir cosas que jamás había sentido con su padre, ni con aquel idiota de esa noche. Mis brazos dejaron de aguantarme y mis pechos cayeron sobre las sábanas. Mis manos se retorcían y mi boca permanecía jadeante.

Luis agarró mi pelo e hizo que mi cabeza se levantase. Instintivamente volví a situar las manos sobre las sábanas y me incorporé ligeramente. Entonces me di cuenta que lo que pretendía en ese momento eran tocar mis enormes pechos.

Vi que había llegado el momento, por lo que volví a situarme como antes. Tumbada, mirando hacia arriba. De nuevo se introdujo entre mis piernas. Estaba tan excitada que no podía parar de acariciarme. Mis manos pasaban de los pechos a mi clítoris en cuestión de segundos. Comencé a gritar, a sabiendas que era el final del acto. Sus movimientos me demostraban que él también estaba a punto de eyacular.

Me observaba en el espejo de mi cuarto. Creo que nunca me había visto así. Mis piernas totalmente separadas, con un hombre encima, aunque éste fuera mi hijo, y mostrando mi cuerpo desnudo, que hacía que aún me excitase más.

―¡¡¡Me voy a correr, mamá!!!

Su expresión me hizo volver a la realidad. Yo había tenido mi orgasmo unos segundos antes y tan sólo acerté a decirle:

― ¡¡¡Hijo!!! ¡¡¡RIÉGAMEEEEEEEE!!!

Sentí que otra vez, su leche caliente volvía a inundarme por dentro. Luis se quitó de encima de mí y se situó a mi lado. Yo le acaricié como si fuese su novia. Me sentía feliz.

Desde ese día y hasta hoy, solo soy para mi hijo y él para mí.

Y de Paula, solo sabemos que el otro tipo con el que se fue, la abandonó, dejándola con un embarazo avanzado. Por supuesto que mi hijo, hizo su corazón fuerte y se olvidó de ella, pese a que quiso volver como el perro arrepentido.

Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.