Constantin

María descubrirá los placeres que ningún ser humano le había podido conceder hasta ahora.

Hola, me llamo María.

Tengo 35 años y estoy en esa edad difícil en la que toda mujer se ve en algún momento. Supongo que de mí  se esperaban las cuatro metas, casarme, hijos, compra de un piso y un trabajo estable, pero hasta ahora solo he conseguido el trabajo estable.

No soy muy alta, tengo un color de pelo rojizo, ligeramente ondulado, mi piel es blanca y si por algo destaco es por mis curvas.

Desde que cumplí los 17, muchos chicos han querido acariciar estas curvas, pero solo los elegidos lo han conseguido. Los elegidos y esta es la historia de Constantin, quien me eligió.

A Pedro le quiero mucho, somos pareja. Vivimos juntos desde hace 8 años, pero no creo que tengamos las condiciones necesarias para poder casarnos. Vivimos en un piso alquilado en el centro de Málaga. Él trabaja muy duro como taxista para poder ahorrar algo y yo tengo un sueldo casi digno como funcionaria.

Tampoco estoy muy convencida de que ninguna de esas metas que me faltan sean mis metas realmente. Ninguna de esas metas es mi gran pasión.

¿Qué cual es mi gran pasión? Subir a un escenario, poder cantar, bailar, y dar todo lo que llevo dentro. Esa sí sería mi meta, aunque solo fuera por un tiempo.

Ya sé lo que estaréis pensando, a mi edad y quiere ser una actriz o bailarina famosa, pero sinceramente creo que estoy preparada para ello.

He hecho teatro amateur, recibo clases de danza y voy a todo tipo de talleres, de mimo, de vocalización, de payasos… en los que siempre puedo aprender algo nuevo.

El año pasado hice la obra “Las tres vidas de Diana Murdock” en el Centro Cultural del barrio y fue un éxito. Pablo, el director, me dio el papel principal y no defraudé. Pedro, mi actual pareja, me dijo que le encantó mi actuación, pero creo que no lo pasó bien en la escena en la que Mr. Barks me besaba. Supongo que debí haberle puesto en aviso.

Pablo Arranz, el director de la obra, fue quien propuso que mi compañero de escena pusiera una mano en uno de mis pechos mientras me besaba, siempre que ambos actores estuviéramos de acuerdo. Era una escena de gran pasión y ninguno de los dos pusimos objeción.

Esta escena la ensayamos 3 veces nada más, y luego la representamos otras 2 veces entre el ensayo general y la actuación.

La primera vez  José, mi compañero de escena, me besó torpemente con los labios cerrados y apenas acercó su mano a mi cadera. Le temblaban los dedos como si fuera un niño y fui yo quien le tuvo que coger la mano y apoyarla en mi pecho para darle confianza.

En el tercer ensayo, Jose ya me besó buscando con su lengua la mía y cogió mi pecho con tal confianza, que sentí sus dedos jugando en mi pezón. Al finalizar la escena tuve que hablar con él.

-. Mira Jose, sé que esto es teatro y que los dos estuvimos de acuerdo en hacer la escena así, pero no me gustaría que te aprovecharas de ello.

-. Siento que pienses así, María. Mi única intención es dar emoción y sentimiento a la escena.

-. Ya, pero el día de la actuación estará mi chico entre el público. Solo te pido limites tu emoción y sentimiento a lo que marca nuestro director.

Afortunadamente, durante la representación Jose volvió a ser el torpe actor de los labios cerrados y de la mano temblorosa y creo que su mala actuación ayudó a que Pedro no se incomodara tanto.

De hecho, recuerdo que aquella noche Pedro me hizo el amor con algo más pasión de lo habitual. Supongo que es humano el morbo que puede despertar ver a tu pareja con otro, no lo sé.

Volviendo a cómo es mi vida actual, supongo que me enfrento a una edad en la que debo tomar decisiones sobre si seguir con una vida corriente en la que se buscan “las metas” de las demás o tratar de buscar, por difícil que sea, algo de chispa. Al menos una de esas chispas me llegó por casualidad tras una llamada de teléfono el pasado mes de Noviembre.

-. 645.23…… no sé de quién es este número. ¿Dígame?.- Contesté al teléfono.

-. ¿Hola?.- Se escuchó una voz entrecortada en el teléfono.

-. Si, si yo te oigo, ¿Quién eres?- Dije en voz alta.

-. Espera que me cambie de sitio. Estoy de viaje. Tengo poca cobertura.

-. ¿Quién eres?- Repetí.

-. María, soy Pablo.

-. Pablo, ¿Qué Pablo?

-. Ay María! Pablo Arranz, tu director de teatro.

-. Ah! Pablo, perdona. Es que se oye muy entrecortado, no te había conocido. Dime, dime.

-. Mira, no te quiero entretener. Tengo un conocido artista que necesita ayuda y he pensado en ti. Te mando un mensaje con su móvil y le llamas de mi parte.

-. Si, si genial, pero ¿de qué se trata?

La llamada se cortó y pocos segundos después recibía un sms, con un nombre y un número.

Sin esperar a volver a hablar con Pablo marqué el número del mensaje.

-. Buenos tardes, quisiera hablar con Dante, llamo de parte de Pablo Arranz.

-.Buenas tardes, yo soy Dante.- Contestó una voz masculina con ligero acento italiano.

-. Me llamo María, Pablo Arranz me ha dado su número…

-. Ah si! María, ¿te viene bien mañana a las 10:30 de la mañana?

-. Vaya, de verdad que lo siento, mañana trabajo. ¿Podría ser por la tarde o en fin de semana o..?

-. No, no, tiene que ser a las 10:30. Siento haberle hecho perder el tiempo señorita.

-. Bueno, espere, espere. ¿Cuánto tiempo me llevará?

-. Supongo que cuatro o cinco horas, más o menos. Yo diría que a las 3 y media de la tarde habremos terminado.

Mi cabeza empezó a dar vueltas como una peonza y no sé cómo, le dije que estaría a las 10:30.

-. De acuerdo María, te mando un mensaje con la dirección. Sólo te pido que seas muy puntual. Supongo que Pablo ya te ha dado todos los detalles.

-. Si, si, claro. Contesté con tono dubitativo.

No sé por qué dije que sí, Pablo no me había podido dar ningún detalle. Supongo que me dio miedo volver a poner pegas a la cita. Además si estaba recomendado por Pablo, tenía que ser un anuncio o algo así.

Nada más colgar a Dante, volví a llamar a Pablo para que me diera esos detalles, pero ya no hubo manera de volver a contactar con él.

Al día siguiente amaneció lloviendo copiosamente. Pedro como cada mañana, me acercó a la parada de autobús a las 7:30 de la mañana. Pero esa mañana no iba a ir al trabajo.

A las 8:00 en punto hice una llamada para decir que no me encontraba bien y como una niña que hace novillos en el colegio cogí el autobús en la dirección que me había enviado Dante.

Mientras viajaba por una línea que no era mi línea habitual, suplicaba por no encontrarme con ningún conocido que me preguntara el por qué de esa dirección.

Llegué con más de una hora de antelación a mi destino. Al salir del autobús me encontré en una zona residencial. Dante me había dado la dirección de su domicilio.

Al llegar al número de la dirección indicada, me encontré una mansión, rodeada de un muro de dos colores, cuya corona estaba totalmente poblada por vegetación perfectamente cuidada.

-.Debe ser aquí.- Pensé mirando la dirección que aparecía en el mensaje de mi móvil.

La casa estaba justo entre las calles Pino Padre y Panorama. La entrada apenas dejaba ver cómo podía ser la casa.

Seguía lloviendo, pero la en la zona era evidente que no encontraría un bar donde guarecerme así que opté por esperar bajo el tejadillo de la entrada con mi paraguas hasta que diesen las 10:30.

Poco después de las 10:00, llegó un Aston Martin del color gris a la puerta del garaje.

-. ¿María? Dijo una voz desde dentro del vehículo.

-. Si

-. Soy Dante, pase, que se está empapando.

Hice ademán de entrar al coche.

-. No, no, perdone que no le deje entrar en mi coche, pero es que está usted empapada, pase detrás del coche.

Una vez dentro del garaje, Dante salió del deportivo. Era un tipo normal, de unos 40 ó 42 años, no muy alto, con ciertas trazas de canas en su cabello.

-. Disculpe que no le haya dejado entrar en el coche, pero es que me iba a poner la tapicería perdida.

-. No se preocupe.

-. Ha llegado antes de tiempo. Pase y tomaremos un desayuno.

-. Gracias, ya he desayunado.

-. Al menos espero que me acompañe, pase por aquí a la cocina. Si lo desea puede quitarse los zapatos. Aunque creo que no le vendría mal comer algo que le dé fuerzas.

La casa de Dante era impresionante. Como diría mi madre “puesta a capricho”. Un estilo acogedor y minimalista donde cada detalle parecía tener su por qué.

Dante se puso un café y me preguntó por mi experiencia artística. Le hablé de mis actuaciones en el teatro amateur, de mis talleres de expresión, de mis clases de danza.

Él me miraba, no sólo atendiendo a mis palabras, parecía fijarse en los detalles, en mis gestos, en mis miradas. Esa forma suya de observarme me hacía sentir importante, pero a la vez me agobiaba pensar que cualquier metedura de pata, podría detectarla.

-. Es impresionante, que con un trabajo de 8 horas le dé tiempo a hacer todo esto que me cuenta. Creo que tiene una gran vocación por el arte. ¿Por cierto, al final ha pedido permiso en el trabajo?

-. No he pedido permiso. Les he mentido. Y no son 8, son 7 horas diarias.

-. No me lo diga. Fantástico. Les ha llamado y les ha dicho que. ¿Le duele la garganta?

-. Y fiebre, mucha fiebre.

-. Fantástico, eso quiere decir que nadie sabe que usted está aquí.

En ese momento se me encendió la bombilla de alarma. Era cierto, nadie sabía que estaba en aquella casa.

-. Bien, si quiere podemos empezar. Pase al dormitorio de la derecha y cámbiese.

Avancé por el pasillo  y entré en un dormitorio de ensueño, donde había colgada una percha con una funda con ropa.

Miré a mi alrededor y no había otra posibilidad, aquella era la ropa. Al abrir la funda, tan solo había un corsé de alta costura en color burdeos y unas braguitas de color negro.

-. ¿Hola? ¿Dante?.- Grité desde el interior del dormitorio.

-. Si, dígame María ¿ha encontrado la ropa?

-. Es que solo hay un corsé y…

-. Eso es, le espero en la cocina mientras acabo el café.

En este momento eché de menos no saber los detalles que debió haberme contado Pablo. Pero ya había llegado muy lejos para no seguir adelante. Tenía la esperanza de que fuera una prueba, un casting y que no me utilizara para alguna actividad para la que quizás no estaba preparada.

No tenía ganas de salir corriendo de aquella casa vestida con esa ropa y lloviendo a cántaros como estaba.

Comencé a quitarme la ropa que aun estaba algo empapada. De pronto el instinto me hizo buscar cámaras ocultas, pero no encontré nada sospechoso, aunque hubiera jurado que alguien me observaba.

-. Vaya sujetador cutre llevo puesto. Menos mal que no tengo que enseñarlo.- Pensé.

Mis manos accedieron al cierre y pronto mi sujetador estaba sobre la cama del dormitorio. Sentí que en ese preciso instante alguien me estaba observando y me giré para pillar al mirón, pero no había nadie más que yo en aquel dormitorio.

Para comprobar si Dante estaba cerca pregunté:

-. ¿Me pongo ya los tacones?

-. Si, si póngase todo lo que le he dejado.- Sin duda, la voz de Dante partía de la cocina.

Aun así, las sensaciones que recorrían mi cuerpo eran algo confusas. Mis pezones estaban totalmente endurecidos y el tacto de mis pechos tenía la sensibilidad a flor de piel.

Mis dedos se posicionaron para bajar mis braguitas y de nuevo sentí que alguien me observaba. No me giré, sabía que no había nadie conmigo, pero la duda me hizo estremecer.

Cogí las medias que Dante me había preparado y me las puse lentamente, tratando de dominar las sensaciones encontradas de mi cuerpo. No acertaba a saber qué me estaba ocurriendo.

Después tomé las braguitas, me senté en la cama mirándome ante un gran espejo y la seda de aquella maravillosa prenda de encajes comenzó a resbalar por la piel de mis pies hasta encontrar mis piernas.

-. Menos mal que me depilé hace dos días. Uf, ni un pelito.- Pensé mientras miraba mi sexo en el espejo. ¿Por qué me vino aquel pensamiento? ¿Realmente temía que me hicieran quitarme la ropa interior? O peor.. empezaba a encontrarme a gusto con aquella situación.

Salí del dormitorio con el corsé, la braguitas, medias, liga y zapatos de tacón tan alto que apenas sabía dominar.

-. Fantástico. Bellísima, muy bien, acompáñame al estudio. Dijo Dante

Le seguí por un laberinto de pasillos hasta llegar a lo que él llamaba estudio. ¡Dante era pintor!, o al menos era una gran afición.

-. Siéntate aquí. – me dijo Dante. El cheslong donde estaba sentada parecía una autentica reliquia.

-. Supongo que estarás pensando si este chaise longue es auténtico.

-. Algo así estaba pensando.

-. En esta casa todo es auténtico. Por esta pieza pagué 85.000 dólares, así que espero que no pongas los pies encima.

-. No se preocupe…

-¡Es broma, María!, relájate. El chaise longue es auténtico, pero tú también lo eres.

-. Vaya, gracias. ¿Podría secarme un poco el pelo con una toalla?

-. No, me gusta tal como lo tienes. Ese tono rojizo me encanta y combina a la perfección con el tono de tu pálida piel.

-. ¿Me va a pintar?

-. No exactamente. Voy a sacar 3 o 4 bocetos a carboncillo, con diferentes posturas. No creo que tardemos más de 20 minutos por cada boceto. Después yo les daré un acabado para terminarlos. Si te cansas, podemos hacer una pausa para tomar un lunch a eso de la 1 y media si te parece.

Dante se parapetó tras su caballete y su lienzo. Me observó atentamente unos minutos, explorando cada rincón de mi cuerpo y así comenzó a dibujar.

Su mano derecha era ágil y su izquierda retocaba con la yema de sus dedos. 15 minutos después había finalizado el boceto.

-. ¿Puedo verlo?.- Insinué con dulce voz.

-. No. Ahora ponte de pié, junta las piernas… así está bien. Mirada desafiante.. Perfecta. No te muevas.

El mismo ritual, unos minutos de observación y volvió a la carga con toda su energía creativa.

-. Muy bien, muy bien.- Dijo al finalizar su segundo boceto.- Vamos a descansar unos minutos.

Agradecí el descanso. Los tacones me estaban matando.

-. Bien María, ahora quiero que te quites las braguitas y te des la vuelta, te abres de piernas y los brazos en esta posición. ¿Ok?

-¿Me quito las braguitas?

-. Sí, eso dije.- Dijo Dante sin prestar mucha atención.

De pronto me temblaba la voz. No me hacía ninguna gracia enseñar nada y menos a un desconocido.

En ese momento se me vino a la mente Pedro, mi trabajo en la oficina y qué se me había perdido a mí en esa casa de la que ni sabía si cobraría un solo céntimo. Y lo peor, nadie sabía que estaba allí.

-. Cuando quieras María. Vamos bien de tiempo, pero no me gustaría retrasarme.

Me di la vuelta para quitarme las braguitas, pero pensé que con esos tacones podría llegar a caerme si me las quitaba de pie. Al final me senté en el cheslong y me saqué las braguitas ante la atenta mirada de Dante que no perdía detalle.

Traté de ocultar todo lo posible mi sexo ante su mirada, pero imaginé que el señor Dante había podido ver sin duda todo lo que gustosamente hubiera querido ver.

De pronto volví a recordar que estaba bien depilada… ah sí, dos días antes me lo había arreglado. ¿Pero, por qué me había venido eso a la mente? Yo no quería mostrar nada… aunque ya que lo había mostrado, así que mejor tenerlo perfectamente depilado.

Me di la vuelta mostrando mis nalgas bajo el corsé. Tengo unas nalgas que son un auténtico melocotón. Estoy muy orgullosa de mi culito respingón, así que disfruté pensando que Dante estaría observando mi maravillosa fruta.

-. Perfecta, perfecta. Dame unos minutos más y ya puedes volver a descansar.

Al terminar me giré ya sin pudor. Me había sentido tan observada los últimos 15 minutos que el hecho de mostrar mi coñito a Dante no me produjo ninguna perturbación, más bien al contrario.

-. María estás perfecta. Creo que lo vamos a dejar por hoy, no quiero cansarte.

-. ¿Ya?

-. Como quieras. Yo tengo tiempo para un último boceto.

Miré a los ojos a Dante, tal y como él me había mirado desde que entré por primera vez empapada en su cocina y no pude evitar buscar con la mirada si estaba excitado.

Posé mis ojos en el bulto de su pantalón y él se notó observado.

-. ¿Quieres que me quite el corsé?- Le pregunté. Nada más acabar la frase, me dí cuenta realmente de lo que acababa de decir. No sé cómo había podido decir algo así.

-. Quítate el corsé.

De pronto mi sangre entera destilaba sensualidad.

-. Échame una mano por favor.- Susurré

Con la ayuda de Dante, me fui quitando el corsé poco a poco, sin perder de vista ni los ojos, ni el bulto de la entrepierna de Dante.

Dejé caer el corsé, y por fin estaba totalmente desnuda, mostrando mis pechos, grandes y realmente jugosos.

Llegué hasta el cheslong y me tumbé, dejando mostrar todo mi cuerpo, notaba como mis pezones se habían endurecido hasta el límite y cómo poco a poco me iba humedeciendo.

No pude evitar acariciarme un par de veces los pechos, haciendo como si me los colocaba, pero realmente necesitaba una caricia, como aquellas que me hacía Jose en los ensayos.

Dante me observó como siempre unos minutos, escrutando cada centímetro de mi cuerpo, haciendo que cada vez estuviera más excitada.

15 minutos después había acabado el boceto.

-. Se acabó. Dijo Dante

-. ¿Ya? ¿Puedo verlo?

-. Creo que ha llegado el momento de que lo veas.- Respondió Dante con aire misterioso.

Me acerqué al lienzo sintiendo de nuevo cómo alguien me observaba. Era la misma sensación que tuve en el dormitorio mientras me desnudaba. Pero Dante estaba allí junto a mí, observándome. Mis sensaciones eran totalmente absurdas y a la vez excitantes.

En el lienzo reflejaba la escena tal como había posado, con mis pechos al descubierto e incluso los íntimos detalles de mi sexo. Solo que junto a mí aparecía de pie, la figura de un hombre, alto, delgado, elegante. En la lámina apenas podía distinguirse su rostro pero era evidente que era quien me había estado observando.

-. ¿Quién es?- Dije con voz temblorosa.

-. Es Constantin..- Respondió Dante.- Sé que notas su presencia, sé que notas cómo te observa.

-. Pero ¿qué es?, ¿un hombre?, un fantasma o.. no entiendo nada.- Pregunté excitada e ingenuamente.

-. Constantin es un señor de la noche y ahora es tu señor. No le temas. Tan solo deja que tome lo que es suyo. Él te premiará.

El miedo me inundaba. Dante comenzó a pasar la mano por encima de su bulto, acariciándolo, masajeándolo.

Toda esta parte había dejado de gustarme, no estaba dispuesta a tener sexo con aquel hombre por muy excitados que ambos estuviéramos. Y no sé cómo se me había ocurrido quitarme el corsé, no sé qué hacía desnuda delante de aquel extraño.

El juego de las miradas había estado bien, pero no me gustaba nada el rumbo que estaba tomando la situación. Sabía que todo se encaminaba a tener sexo con Dante, pero mi mente se resistía a hacerlo, aunque mi cuerpo pareciera reaccionar solo en sentido contrario.

De pronto volvió a mí la imagen de Pedro, mi novio, recuperé por un instante la cordura. Necesitaba buscar con qué taparme. Lo primero taparme con el corsé.

Para cuando había tomado tal decisión, Dante ya estaba junto a mí, colocando sus manos ligeramente tiznadas de carboncillo en mis pálidos pechos.

Me sentí paralizada, sin fuerzas para decirle nada, solamente esperaba que se conformara con tocarme los pechos, acariciar mis pezones. Mi mente decía que huyera, pero mi cuerpo necesitaba esas caricias.

Nunca había experimentado un placer así arrancado de mis pezones. Creí que tendría un orgasmo en ese momento, pero poco a poco desplazó su mano izquierda y tomó con ella mi mano derecha. Bajó mis dedos hasta su pantalón, y no pude evitar sentir la sensación de su pene excitado, queriendo salir.

No sé cómo, pero de pronto me vi desabrochando su cinturón, sus botones y bajando ligeramente el bóxer para descubrir su pene totalmente excitado. Mi mano lo tomó y comenzó a acariciarlo, dejando su capullo al aire.

No quería hacer aquello, pero era como si no tuviera opción. Me sentía como una rama de árbol bajando por el cauce de un rio.

Poco después note una mano en mi nuca. Era evidente que quería que me introdujera su pene en mi boca. Me arrodillé y besé su miembro, acaricié su bolsa. Su sabor, el sabor de aquel miembro me abrió de nuevo la puerta a la excitación y lo introduje entero. Traté de mirar a los ojos a Dante y allí estaban, clavados a los míos. Su mirada era cálida y fría al mismo tiempo. Daba miedo y seguridad a la vez.

Continué unos minutos saboreando aquella polla. Mi lengua jugaba con su capullo. Mi mano acompasaba los movimientos de mi boca.

Jamás había disfrutado tanto dando placer a un hombre. Mi sexo se inundaba mientras mis pezones me pedían a gritos ser mordidos.

Cuando él lo decidió, me abrazó para ponerme con las piernas abiertas tumbada en el cheslong, cerré los ojos, me abrió suavemente las piernas y noté como una lengua de perfectos movimientos llegaba a mi clítoris, subiendo y bajando, haciéndome disfrutar cada milímetro de mi sexo, introduciendo de vez en cuando su lengua en mi interior y provocando en mí un estallido de placer.

Fue en ese momento, con los ojos aun cerrados, cuando noté que alguien echaba su aliento en mi cuello, pero no había nadie más con nosotros, aunque ya no estaba segura de nada.

Poco después sentí como la lengua de Dante subía por mi abdomen y se posaba en mis pezones… y ahí fue cuando noté su pene entrando dentro de mí.

Pude sentir sin lugar a dudas como cada milímetro de su miembro se adentraba hasta el fondo de mi ser. Era un cuchillo ardiente en una pastilla de mantequilla, suavemente entraba y suavemente salía.

No pude evitar dar unos ligeros gritos de placer que Pedro no había conseguido arrancarme, ni siquiera el día que me hizo el amor tras la obra de teatro.

Noté como Dante bombeaba en mi interior de manera acompasada, con un ritmo perfecto, hasta el fondo y yo no podía hacer nada más que disfrutarlo.

Fue entonces cuando note un ligero pellizco en mi yugular, un pellizco de absoluto placer y cómo mi cuello entero ardía y al tiempo notaba húmedo, como si alguien estuviera dejando su saliva, pero no era así.

Entre el placer que mi cuerpo no tenía opción de controlar escuché un goteo que golpeaba en el cheslong. Era mi propia sangre que manaba tras el pellizco.

Durante 3 minutos Constantin estuvo bebiendo mi sangre, la cual regalaba con inmenso placer a cambio de las miles de sensaciones que mi cuerpo estaba experimentando al mismo tiempo.

Justo al notar como su boca se apartaba de mi cuello tuve un brutal orgasmo, una corriente de placer extremo que me recorría mi cuerpo por completo. Tuve la necesidad de gritar esa sensación, con un desgarrador chillido que me dejó exhausta.

Cuando Constantin acabó de alimentarse, Dante sacó su pene de mi interior y me lo acercó a la boca.

No quería que eyaculara en mi boca, lo odiaba, pero nada pude hacer para evitarlo. Su polla bombeó en el interior de mi boca, descubriendo un nuevo y excelente placer en el sabor del semen de Dante.

No acababa de entender como me había dado tanto placer tragar todo lo que Dante se había vaciado si con Pedro me resultaba tan difícil complacerle.

Cuando empecé a vestirme no me sentía sucia, y supe que jamás tendría remordimientos por aquello que había tanto había disfrutado.

Solo esperaba que Pedro no tuviese ganas de hacer el amor aquella noche… quería reservarme para mí, para pensar en lo que había sucedido esa mañana, para poder masturbarme pensando cómo Dante volvía a correrse en mi boca.

Me miré en el espejo del dormitorio mientras volvía a ponerme mi cutre sujetador. Constantin estaba detrás de mí, notaba su presencia y sonreí.

No tenía marca alguna en el cuello, pero si tenía un aspecto algo enfermizo, quizás por haber alimentado a Constantin. La huella de su fuerza si había quedado dentro de mí.

Al día siguiente, Margarita, mi jefa me preguntó qué tal me encontraba.

-. María ¿Qué tal tu garganta?. Te noto algo pálida, desmejorada todavía.

-. Mejor, mejor, me tomé algo y me alivió mucho las tensiones. Gracias por preguntar.

Mi señor de la noche, Constantin, espero que vuelvas a llamarme.