Consolando a mi vecina

Una mañana inesperadamente tuve que consolar a una joven y desconsolada vecina.

CONSOLANDO A MI VECINA

Esa noche de viernes yo no había podido dormir bien a causa del escándalo que provenía de la calle. Una fiesta de cumpleaños de un vecino que vivía frente a mi casa se había extendido hasta casi las cuatro de la mañana y la música y los gritos de hombres y  mujeres borrachas bailando se filtraban inevitablemente por mi ventana. La noche estaba exquisita sin embargo y yo estaba solitario esa noche porque mi mujer había partido en un viaje de trabajo por dos días y regresaba al día siguiente a medio día.

Las canciones en alto volumen sonaban una tras otra y entre el breve silencio que había entre el final de una pieza y el comienzo de la otra, empecé a escuchar la voz llorosa y rabiosa de una mujer que reclamaba algo; al parecer a su marido o compañero. Pensé en  principio que se trataba de una de las mujeres borrachas que estaban disfrutando de la fiesta, pero luego me di cuenta que el sonido de esa voz desgarrada provenía del apartamento de al lado. Me levanté un poco malhumorado a tomarme un vaso de agua fresca y pude entonces escuchar más claramente. Era la voz de mi vecina María que reclamaba airosa alguna inconformidad a su marido.

  • “Lárgate y no vuelvas” – gritó la joven muchacha a su silencioso marido.

Escuché entonces el ruido de la puerta cuando se abre y se cierra con fuerza y luego los sollozos inconsolables de una mujer decepcionada y triste. Miré la hora en el reloj de mi cocina y me di cuenta que eran las cuatro y cincuenta de la mañana, casi amanecía y afuera ya aclaraba.

Me puse una camiseta y una pantaloneta, pues suelo dormir solo en calzoncillos. Despacio abrí la puerta del apartamento y me asomé con ademán chismoso. Noté así que la luz del apartamento de María estaba encendida. Su marido se había marchado de momento tal como ella lo había pedido. Sentía pena por ella y aunque no tenía mucha confianza quería hacerla sentir mejor de alguna manera.

Preparé café en cinco minutos y  me atreví a tocar el cristal de la ventana de mi vecina. Luego de dos minutos se acercó a la ventana asomándose entre las cortinas con aire malhumorado tal vez creyendo que quien insistía en la ventana era su marido arrepentido. Sus ojos rojos e hinchados estaban cansados de tanto llorar, hizo una mueca parecida a una sonrisa al verme con las dos tazas de café y con la mano hizo un gesto de que esperara un minuto mientras se vestía. Al cabo de un minuto abrió la puerta y secando sus ojos con las delicadas manos y con gesto de persona un poco apenada me hizo entrar. Le ofrecí café que me agradeció mucho. Le dije que inevitablemente escuché sus sollozos y por tanto quería hacerle compañía a manera de consuelo y que no tenía porque contarme nada si no le parecía.

  • “gracias vecino, necesitaba una compañía” – me dijo con voz ronca.

Se había medio puesto un vestido enterizo corto estampado de flores rojas sobre fondo blanco. Lucía simpática. María era una chica de 19 años que acabada de llegar del pueblo a la ciudad con su también joven marido con el que se había casado hacía siete meses. Vivían desde hacía un par de meses en el apartamento de al lado el cual compartía pasillo de acceso con el mío. No era bonita ciertamente, pero irradiaba siempre mucha simpatía y tenía muy buen cuerpo. Era bajita de estatura y sus senos eran jugosos al igual que sus muslos gruesos que podía apreciar a plenitud mientras silenciosa tomaba el café.

Sin yo preguntarle nada ella empezó a hablar sobre lo que le pasaba con su marido, infiel y tomador. Estaba cansada y decepcionada de eso y luego de contarme detalles estalló en llanto nuevamente. Me levanté de la silla de plástico que me había ofrecido y me acerqué a ella que había permanecido de pie. Su rostro me daba a la altura de mi pecho, así que por instinto de hombre consolador solo se me ocurrió abrazarla hundiendo su rostro en pena contra mi pecho. Ella se aferró fuertemente abrazándome como hija que abraza a un padre. Sentí que desesperada ella buscaba un refugio.

Le acaricié los gajos de cabellos negros mientras ella encontraba sosiego en mi pecho. Sus senos calidos y carnosos se apretujaban contra mi cuerpo y los malos pensamientos empezaron a discurrir por los rincones de mi mente. Controlaba mis ideas morbosas, pero inconscientemente las caricias sobre los cabellos se desplazaron a sus mejillas y cuando me di cuenta mi mano se frotaba con ternura sobre su cuello desnudo. Ella sollozaba y gemía y su abrazo se tornó más fuerte. Sentí que nuestros cuerpos se comunicaban en otro lenguaje sin nosotros proponérnoslos. Ella alzó su mirada como si buscara contemplar el cielo y yo bajé la mía como si fuera a mirar al suelo e inevitablemente se sobrevino un leve toque de mis labios sobre los de ella que estaban cálidos y medio húmedos de lágrimas. Nos quedamos quietos como indecisos, pero yo simplemente me lancé con naturalidad. Ella correspondió. Fue el beso más dulce que sentí en muchos años.

Nos besamos con ternura de jovencitos recién hecho novios y no hubo palabras ni interrupciones por espacio de una hora y media. Ni las decenas de personas borrachas y jubilosas que rondaban nuestro espacio se imaginarían lo que estaba ocurriendo tras los cristales de esa ventana vieja de cortinas rojas.

La abracé fuertemente y mi mano delicadamente descendía por las curvas cortas de su cuerpo bien proporcionado. Sus nalgas abultadas llenaban las palmas de mis manos que luego bajaron la bragueta que daba justo en su cadera. La tela suave del vestido cayó por gravedad hasta su ombligo desnudando así ese par de senos hermosos; blancos y de aureolas rosadas bien redondas. Los amasé entre mis manos morbosamente bajo su mirada complaciente y luego jugué a lamerlos con ganas únicas uno a uno entre gemidos. Se pusieron duros sus pezones y los mordisqueaba ya sentado en la silla mientas ella permanecía de pié abrazándome y acariciando mis cabellos como asiéndome hacía sus redondos pechos para que los devorara con mas ahínco. Sentí que estaba muy a gusto vengando las infidelidades de su marido. Se sentía protegida y atendida por un hombre mayor, pues en ese entonces contaba yo con treinta y seis años. Su vestido terminó de caer al piso frío y solo quedaba cubierto su triangulo púbico abultado bajo la tela fina y blancuzca de su calzoncito diminuto que muy suavemente ella misma retiró con entereza y determinación de buena amante. Me quitó la camiseta y se entretuvo acariciando por un momento mi pecho velludo.

  • “siempre quise estar con un hombre peludito y mayor” – dijo susurrando mientas me halaba con sus manos para llevarme a la cama.

Caminé despacio y me senté al borde de su cama desordenada en la que había todos los vestigios recientes de una discusión airosa de pareja: almohadas en el piso, sábanas desordenadas, ropa tirada en el piso etc. Tomé las dos almohadas y me incliné hasta recostar mi cabeza cómodamente. La contemplé toda desnuda parada frente a mí. Su rostro sonreía con cariño y con cierto atisbo de perversión y su sexo de pelos bien oscuros sobresalía a la blancura intensa de su piel. Me quitó lentamente mi pantaloneta y mi calzón con gesto atrevido y mi verga graciosa como juguete salió disparada como misil apuntando al techo ante su mirada intensa.

María, con sus ojos iluminados por la lujuria se agachó y sin vacilar inició una chupada intensa y rítmica sobre la punta roja e hinchada de mi verga que le resultó gruesa y rica como lo expresó mas tarde. Su mamada se tornó cada vez mas segura hasta que encontró el ritmo ideal engullendo dos tercios  sacudiendo sus cabellos. Yo la dejaba a su ritmo gozar luchando a no venirme tan rápido ante tanto oleaje de goce y morbo con una chica prohibida catorce años menor que mi ausente mujer.

Ella lo hizo todo. Luego se sentó encima de mí con sus piernotas blancas explayadas a lado y lado de mi regazo ensartada totalmente. Mi verga hurgó apretada en su cuca preciosa de pelos negros. Se sentía muy cálida allí dentro de ella. Hacía mucho tiempo no sentía tanto fogaje rodear mi verga. Se meneaba cabalgando de arriba abajo, inquieta y resuelta gimoteando expresiones de goce y placer con sus ojos cerrados y su boca abierta y jadeante mientras sus abundantes cabellos se sacudían azarosamente. El sudor le discurría por su piel y sus senos bailoteaban graciosamente con sus movimientos por momentos alocados. Todo me divertía y complacía. La música sonaba desde afuera y ahogaba nuestros gemidos y el chillido incontenible de las tuercas oxidadas de la cama exigida por los movimientos del sexo infiel que reinaba.

Le anuncié que estaba por llegarme y me gritó en su delirio que lo hiciera dentro. No hice nada por evitarlo y dejé que mis eyaculaciones fuertes y abundantes inundaran las profundidades de su vagina calida y húmeda. Ella pareció gozar de mis efluvios tanto como yo. Pareció tener un orgasmo al unísono. Jadeó fuerte y se detuvo como gozando cada escupitajo de semen en su sexo.

Nos quedamos quietos y ensartados hasta que mi pene se durmió dentro de su concha. Nos quedamos abrazados, ella acostada sobre mí, complacida y diciéndonos mentiritas de amor. Se sentía bien al estar con migo y la verdad a mi me agradaba su compañía.

Luego de media hora de charla y adormecimiento las ganas se nos vinieron con nuevos ímpetus. Se acomodó de espaldas hacia mi, arrodillada con sus manos apoyadas en los barrotes del madero de la cabecera de la cama matrimonial. Sus nalgas eran hermosas y bien abultadas, inevitablemente me excitaron y mi verga se volvió a poner rígida. La entré en su vagina hasta topar con mi pubis las carnes de es trasero hermoso y explayado. La tomé por sus caderas anchas y empecé a embestir con ritmo tímido hasta que empezó a gemir. Luego tomé fuerzas y las embestidas se volvieron algo violentas, el ruido del golpeteo de nuestras carnes sumado a los gemidos de María y los míos inundaban la habitación descaradamente. Por momentos descansaba recostándome en su espalda corta y jugando con sus tetas grandes entre mis manos. Retomaba el ritmo y seguía embistiendo divirtiéndome mirar mi verga salir hasta la mitad y luego hundirse toda por entre ese par de labios mayores carnosos. Era todo novedoso y placentero. Lo prohibido y lo perverso le daba al acto más emoción de lo normal. Escupí con sutileza dirigiendo el hilillo espeso de mi saliva que cayo justo en el canal de sus entre nalgas cerca de su culo rosado y cerrado y mientras la cogía mi dedo medio hurgaba untando saliva en su culito que se dilataban. Ella se complacía con mi juego dando permiso a mis anales intenciones.

-“me gusta por ahí también” – me dijo con voz morbosa y jadeante

El dedo fue entrando despacio y poco a poco en el calor estrecho de su culo ahora dilatado y mi verga no dejaba de hurgar en su cansada cuca. Le di dedo en el culo suavemente y ella gemía placenteramente incitándome que no lo sacara, pero la desobedecí. Saqué mi dedo y saqué mi verga mojada de su concha. La puse en la entrada de su anillo de cueros y con un poco de fuerza entré el glande. Ella se asustó un poco, pero la relajé quedándome quieto y acariciando sus tetas.

Luego me impulsé y mi pene se hundió todo en su culo, como absorbido, como inhalado. Se sintió tan estrecho todo que supe que no me quedaba mucho tiempo antes que el placer y el morbo me hicieran eyacular inevitablemente. Se lo meneé con cuidado hasta que la hallé cómoda y complacida con mis embestidas en su culo caliente. Lo hice cada vez mas seguro gozando como loco mirando sus nalgas blancas y preciosas hasta que estallé dentro en sus entrañas.

Eran las seis y veintisiete de ese sábado brillante. Cansado y complacido me fui a casa con el espíritu agrandado por haber podido ayudar a mi vecina María a sentirse mucho mejor. Ella me lo agradeció mucho y no volvió a reclamarle a su marido las infidelidades; mas bien aprendió con migo a disfrutar de ellas muchas otras veces.