Consolando a mi amigo (3)
Ya la historia no habla de consuelos, sólo del placer de sentir mío a ese varón. Y de buscar otras formas de vivir nuestro amor.
Un rato después estábamos nuevamente entrelazados, apretándonos en el desesperado intento de hacernos uno, acariciándonos, bebiéndonos, arrancándonos la vida en cada suspiro, que es cuando de puro satisfecho, el corazón no tiene palabras que dictarle a la boca. La alfombra era ahora el plano en el que se exaltaba nuestra pasión. Ya no aguantaba la espera. Me puse en la posición del perrito para tentarlo a mi amado ofrendándole mi culo anhelante y su ataque no se hizo esperar. De ansiosos y apurados la torpeza marcó nuestros movimientos, su glande buscaba en mi rayita y el siguiente movimiento lo llevaba entre mis piernas. Al par que lo acariciaba lo guiaba y ya estaba ahí de nuevo, Pero antes sus dedos sabios dilataban el agujero, jugaban sus yemas suaves en las paredes del recto, su saliva y la mía lubricaban la entrada y ahora si, el hierro candente que entraba, que me abría, que se hundía en mi.
Comenzó a cogerme por momentos suave, dulcemente, luego agresivo, duro, brutal, apoderándose de mi, haciéndome suyo, adueñándose de mis entrañas, entrando, saliendo, otra vez entrando, rítmicamente, al compás de nuestros movimientos sólo por momentos exactamente en sincronismo.
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¡Mi puta amada! ¡mi querida! ¡yegüa reputísima! ¡mi esclava! ¡Gritá que sos mi esclava! ¡Decime que lo único que harás será darme este placer todo el tiempo! ¡Gritá puta! ¡Gritá mientras te destrozo, te parto este inmundo culo tuyo!
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¡
Ay amor!
¡
Cielo mío! ¡Si, si, si! ¡Soy tu puta esclava! ¡Usame, rompeme, haceme tuya!
¡Ya casi al borde del agotamiento, un fuerte empujón, la última penetración, y mi culo llenándose de su leche amada!
En un dulce abandono luego tendidos en la alfombra. Mis pies jugando con su pija, los suyos en mi culo, pero de inmediato su pija en mi boca, mi lengua en su culo, su boca en la mía, mis tetas entre sus dientes, dejando ir los minutos, hasta que la verga en busca de nuevas batallas buscaba otra vez su cuevita, mi culo que se abría pidiendo ¡más, más, más!. Y más tarde otra vez su leche corriendo por mis nalgas, deslizándose por mis muslos, mis dedos recogiendo cada gota, bebiendo y saboreando el espeso semen.
Después los dos acurrucados en el diván envueltos en una manta, fumando, bebiendo, mirándonos, como si necesitáramos convencernos de que todo era real.
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Putita
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¿
Amor?
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¿Harías algo por mi?
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Lo que me pidas.
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¿
Seguro cielo?
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¿Tenés dudas?
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Quiero que seas mi mujer.
Dí un respingo. Levanté la mirada y la clavé en sus ojos. Él sostuvo mi mirada, sonriente, seguro
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¿
No es como si lo fuera?
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Si. Asi tiene que ser. Pero quiero que me seduzcas como lo haría una mujer.
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No soy una mujer.
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Pero te parecés mucho. Y si te vistieras
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¿
Ese era el misterio de la ropa en el placard?
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Es toda tuya. Ana me dio tus medidas. La compré y la hice hacer para vos.
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Franco, querido, alguna vez fui bastante mariquita, hasta que un novio me dijo que eso no le agradaba. Aprendí a dejar de serlo. No soy ni seré nunca una mujer. Puedo ser un remedo de mujer, vestirme, pintarme, tal vez una noche para jugar, pero no soy una mujer. Franco, no soy ni puedo ser Ana.
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Olvidate de Ana, olvidate de esos celos sin sentido. Quiero que seas vos, como sé que podés serlo, que dejes salir a esa mujer que pugna dentro tuyo, que lo seas para mi.
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Franco, queridísimo mío, presiento que en tu deseo hay algo que tal vez ni vos sepas que existe. No, por favor, dejame hablar, insistí, ante su gesto de besarme en la boca. "Varón heterosexual luego de perder a su mujer, se encama con un puto" ¿Qué te parece el titular?. Tal vez, sólo tal vez, te cueste mirarte y mirarnos a la luz del día, tal vez, ¡ay, querido!, ¡qué sé yo!. Pero no creo que verme vestido o arreglado como una mujer, resuelva nada de lo que pasa dentro tuyo.
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Precioso,
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hacés gimnasias especiales, usás cremas en tu cuerpo? ¿Te mirás al espejo, sabés que tu cuerpo depilado dice algo? ¿Sabés que tus músculos son blandos, que tenés el traste llamativamente redondeado? ¿Todo eso es natural?
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Touché. Está bien, lo acepto. Soy definitivamente un profundo admirador de la estética femenina, pero tal vez por envidia o por frustración, elegí identificarme con esa estética, antes que buscarla fuera de mi. Es cierto que, muy chico, muchas veces pasé días como nena. Pero eso no cambia lo esencial. No tengo ni quiero tener una vagina, aunque te confieso que me encantaría tener un buen par de tetas, y siempre, cuando me quite los vestidos, cuando hagamos el amor, encontrarás a quien conociste y quisiste como amigo.
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¿
No crees que eso de con quien me encuentro cuando te desnudás ya ha sido probado? ¿No creíste, cuando te conté que ninguna concha le dio a mi pija lo que le dio tu culito? ¿No crees que por desgracia o por suerte, nunca recibí de una mujer una entrega como la tuya? ¿Qué en el sexo o fuera de él las mujeres han preferido competir conmigo antes que quererme?
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Amor, aunque no me dijeras nada de todo esto tan lindo, haré hasta nuestro último minuto juntos, todo lo que me pidas, todo lo que te haga feliz. Y lo besé, absolutamente feliz y entregado. ¿Cómo no estarlo?. Yo sé desde hace tiempo que cuando un homosexual ama "desde una postura femenina", en realidad resulta un patético anacronismo. La "femineidad" que muchos homosexuales cultivamos no tiene nada que ver con la verdadera femineidad actual. La mujer de hoy, una igual en su convivencia con el hombre, no es la mujercita dócil que se ocupa de la casa, o la histérica que estremece alterando su voz cuando grita, ni la que va a usar ese vestidito que a su hombre tanto le gusta. Pero ¡a mi me encanta ese patético juego naif!. Disfruto con él, lo sé, porque antes de ese momento lo había hecho, y si mi amante podía llegar también a disfrutar de él, entonces, ¿Qué? ¡A gozar, a gozar que se acaba el mundo!, es el viejo lema, ¿no?. Y acepté:
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Jugaremos entonces.
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No mi amor. Viviremos. Y de nuevo estuve entre sus brazos, su boca en la mía sellando nuestro pacto, tras el cual, excitantes promesas de nuevos y maravillosos placeres, tal vez nos dieran horas y vivencias que podíamos atisbar.
Cuando nos fuimos a la cama, fui al cuarto de vestir y elegí una bombacha y un camisón largo, de amplísima falda. Con la luz apagada me metí en la cama, me abracé a su cuerpo y al meter mis piernas entre las suyas, las envolví con la gasa de mi ropa. Y nos amamos de nuevo. Percibí la especial delectación con que sus brazos se deslizaban por mi cuerpo envuelto en el sugestivo deshabillé, el inconfundible gusto con que desplazó la bombacha sobre una de mis nalgas en el momento de penetrarme. Y por supuesto, estaba mi propio placer, envuelto en la deliciosa textura de la gasa, sintiendo sus brazos aprisionarme, viviendo las exquisitas sensaciones cuando lentamente me fue despojando de la prenda, para, centímetro a centímetro, redescubrir nuestra piel.
Lo paradojal, lo irónico, es que luego de tanta conversación, de tanto sesudo análisis ¡Terminé durmiéndome desnudo entre sus brazos!.
Y en la mañana, muy temprano, no hubo lycras ni gasas cuando desperté sintiendo su miembro erecto recorriendo mis muslos, mis nalgas, reclamante otra vez. Ni cuando giramos nuestros cuerpos y mientras mi boca adoraba su pija, mi culo recibía las caricias de su lengua. Siguieron muchos y largos minutos de chuparnos, de lamernos, de besarnos. Su lengua, alternándose con sus dedos, haciendo su festín con mi agujero. Mi boca extrayendo sus repetidos chorros de semen. Y de nuevo lamer, ¡no dejar una gota!, y en tanto retorcerme de gozo con las sensaciones que creaba en mi culo y dentro de él, girando, doblando sus dedos, hurgando, buscando hasta que por fin, fue su verga la que se enseñoreó del culo , al fin y al cabo, su propiedad y me cogió con violenta pasión, con frenético y desbordado placer. Y su leche, perdiéndose en mis entrañas, y más luego, el cosquilleo de los espesos hilillos en mi esfínter, saliéndose y corriendo por mis nalgas.
Desayunamos, él solamente con su boxer, yo con el único toque femenino de mi deshabillé. Él saldría luego, y yo me reservaba todo el día, para iniciar mi cuidadosa transformación. Sabía que podía sorprenderlo en la noche, a su regreso, y mis muslos parecían temblar anticipadamente con las nuevas y augurales pasiones que esas horas preanunciaban.
Creo que aquí termina lo que quería contar de Franco y yo. No creo que sepa describir la sucesión de nuestros nuevos días. O al menos, no por ahora.