Consolando a mi amigo (2)

Nada de morbo, tal vez hasta poco erótico, pero, ¡se trata de mi pasión!

Nos despertamos, me pareció, muy entrada la mañana. No ví el reloj por ninguna parte, (creí recordar que en alguna de nuestras efusiones durante la noche, todo lo que había sobre la mesa de luz había volado por el aire), pero el sol, fuerte y brillante se había adueñado de la habitación, creando, al estar las cortinas totalmente descorridas, un ambiente demasiado caluroso.

Traté de girar la cabeza porque estaba aún aprisionado por los brazos de Franco y lo ví mirándome.

¿ Qué hacías? Le pregunté con la voz ronca y baja de la mañana, sobretodo cuando uno se despierta entre los brazos de alguien.

Te miraba.

¿

Cuánto hace que estás despierto?

No sé. Un rato. No hay reloj. Sonreí respondiendo a su sonrisa.

Me parece que fuimos algo tumultuosos, ¿no?

Mucho más que lo esperado. Y me besó en la nariz.

¿

Y cómo estás ahora?

¿

No me ves?

¡Claro que te veo! ¡Pero no veo dentro tuyo!. Y anoche, en cierto momento tuve miedo del despertar.

Estamos despiertos. No parece temblar la tierra. El sol es el de todos los días. Y volvió a besarme la nariz.

Sigo teniendo miedo. Y me apreté contra su cuerpo. Siento que las cosas se precipitaron, que tus líos con Ana te condicionaron, que tal vez eso te llevó a tomar lo que tenías más a mano, ¡qué sé yo! ¡tantas cosas que no encajan!. Pero bueno, no me arrepiento de nada, pasé una noche maravillosa, y de aquí en más, todo lo que suceda si es bueno es un regalo inesperado, y si no es tan bueno, en fin, es lo que hay…¿no?

Olvidate de Ana, no te preocupes tanto por el futuro. Hablemos del presente. ¿No sería buena idea comer algo?

¡

Ay mi amor! Rompí a reir. ¡Prepararé para vos un desayuno espectacular!. Lo besé en los labios, me levanté, me enfundé en una bata y me dirigí a la cocina.

Unos minutos más tarde, ya con el olor de las tostadas tentando a nuestro apetito, el café humeante servido, Franco apareció con una toalla envuelta en su cintura. Lo recorrí descaradamente con mi mirada, su cuerpo tan bien formado, el cabello mojado estirado hacia atrás, su sonrisa regalando el espectáculo de sus dientes perfectos, sus gestos rezumando una deslumbrante virilidad por cada poro de su piel. Pensé para mi: Pase lo que pase, haber tenido a Franco entre mis brazos, haberlo tenido dentro mío, "bien valían una misa" y para siempre serían un recuerdo imborrable. Se sentó y agradeció con un beso el servicio a su disposición. El café, las tostadas, el jugo, sus dulces preferidos. Eso sí. El café sin azúcar.

Más tarde, se vistió y se fue. No hizo ningún comentario sobre cual sería su actividad, ni tampoco cuando volvería a verlo. Ni yo lo pregunté.

Me puse a trabajar en la traducción que me tenía ocupado en esos días, fui a la editorial, compré cosas en el supermercado, en síntesis, todo pareció retomar el ritmo habitual. Pero a la noche, mientras miraba televisión, supe que pasaría mucho tiempo antes de poder hablar de habitualidad recuperada. ¡Maldición! ¿Por qué estos dos tuvieron que venir a pelearse justamente aquí? ¿Qué habría pasado con ellos?. Me tentó llamar a su casa, pero regresé desde el teléfono y me senté de nuevo en el sillón. Pero Franco seguía ahí. Estaba en mi mente, estaba en mi piel, su boca en mis labios. Comencé a tocar mi cuerpo, deslicé las manos por mi pecho, acaricié los pezones que en su boca me hicieron vibrar y acariciar tantos pensamientos tan raros, tan diferentes, intrigantes, ¿preocupantes?. Me masturbé y luego me quedé dormido allí mismo y vestido como estaba.

Nuevos ritmos, o los mismos, pero el tiempo sigue. Los días pasan y Ana toca el timbre, abro y nos abrazamos como los amigos que siempre fuimos. Entra, se la ve bien, ¿estará todo tan bien?. Le ofrezco una copa o café, pero antes de escuchar su respuesta estoy preparando el café. Fuma, lenta, lánguidamente. La noto pensativa. Y bueno Ana, contame de una vez, ¿no ves que yo también tengo mis propias ansiedades? Pero no hay sonido de palabra alguna, sólo la música de fondo que estaba escuchando cuando llamó a la puerta. "¿Olga Román?" Pregunta. Asiento. "Siempre te gustó mucho". Asiento nuevamente. Escuchamos. "Te va a destruir". "¿Olga Román?". Pero sé que no habla de Olga Román. "Franco te va a destruir". "Ana, mirá… yo…" "¡Nada!. No digas nada. Sé todo lo que hay que saber". "Ana, por favor…". "¿Crees que estoy enojada con vos?. ¡Querido, querido, estoy encantada. ¡Y me alegra que ese hijo de puta se haya metejoneado con vos!". "Ana… fue una noche nada más, una noche llena de cosas raras.". "¿Pero te creíste que para él fue sólo una noche?. ¡No, mi querido, se metió de cabeza, le mostraste un mundo que necesitaba conocer! ¡Y me alegro! ¡Si, no pongas esa cara, me alegro, por vos y también por él. Porque aún lo quiero, porque es un tipazo, aunque te haga pelota, como me hizo a mi. Pero me liberé" "Ana, ¿Qué pasó?". " ¡Nada quedaba por pasar!. ¡Solamente saber que te había descubierto a vos!. Disfrutalo querido, gozá con él, como yo lo hice, pero debés estar alerta. Se apropiará de vos. De tu vida, de tu mente, de tu corazón, Hará con vos y de vos lo que quiera hacer y cuando lo haya logrado… bueno, espero que tengas la suerte mía, y te sueltes a tiempo".

No mucho más sucedió ese día, aunque hablamos hasta por los codos. Habían puesto en venta su casa y Ana se iba a Londres, dónde tenía un trabajo que la esperaba. "Y un futuro", dijo. "Pero, ¿y Franco?" me animé a preguntar. "¡Ya sabrás de él querido, confiá en mi, sé de lo que hablo. Y te deseo los mejores días de tu vida". Y luego se fue. Y yo me quedé sin saber que hacer con mi mente, con mi corazón, con mi vida patas arriba.

Un montón de días después, seguramente no tantos, pero así fueron por mi vividos, un mensaje en el contestador y una cita. Te invito a comer…te espero…no me falles…. A las nueve y media…¿Sabés dónde es?. Asentí. Si, claro que sabía dónde era. Y claro que no le fallaría. Y claro…. Pero ¿qué habría de claro en todo?.

Estaba como siempre. Alto, sonriente, seguro, bellísimo. Nos abrazamos y nos sentamos.

¿

Cómo estás? Y me miró tan profundamente que supe que él ya sabía como estaba.

Bien, bien, con mucho trabajo, y no te pregunto a vos porque se te ve muy bien, bah, como siempre.

Si, es cierto estoy muy bien, porque estuve preparando todo. Por fin terminé.

¿

Preparando?

¿

En qué andás?

Estoy con vos. Lo miré como sobrando el presunto chiste. Es cierto, no me mires así, estuve preparando nuestro hogar.

¡

Franco!

Querido, te cité para pedirte solemnemente que vengas a vivir conmigo. Habilité una linda casa fuera de la ciudad, ya la vas a conocer, ¡te encantará! Tomó mi mano y supe que Ana tenía razón.

La casa era hermosa, no muy grande, luminosa, en medio de un parque y resultó cierto que la había estado preparando. Un sinfín de detalles me hicieron sentir que era mi casa. Había un pequeño estudio, equipado para mi trabajo, un equipo de música, un ventanal, un pequeño escritorio, la biblioteca, aún vacía, pero supe que había lugar hasta para el último de mis libros. Una muy linda cocina, moderna, también llena de luz. Y el dormitorio. Decorado con el mejor gusto, con los infaltables ventanales, la cama regia, un baño amplísimo, un cuarto de vestir… y demasiada ropa de mujer.

Franco,

¿

Qué es esto? ¿Quién vivió acá? ¿De quien es todo esto?

¡

Nadie vivió acá querido! ¡Es una casa para que estrenemos nosotros!

Pero, no entiendo,

¿

y toda esa ropa?

¡

Ah!

¿

La ropa?, Dejemos eso por ahora,

¿

si?. ¿Vamos a organizar tu mudanza?

Tres días después, disfrutábamos de nuestra primera noche en nuestro nuevo hogar. Bebíamos una copa, luego de comer. Estábamos sentados en un hermoso diván, Es decir, Franco estaba sentado. Yo estaba recostado, mi cabeza apoyada en sus piernas, su mano jugueteando debajo de mi camisa, mi piel recibiendo las ansiadas y demoradas caricias de las que mantenía intacto el recuerdo. Me estremecí y me dí vuelta, desprendí su pantalón, tomé su miembro hasta que por fin lo tuve, hermoso, ya durísimo, listo para recibir mis besos. Que no se hicieron esperar. ¡Lo comí a besos!. Besé el glande, ya casi morado, besé el tronco, sus gruesas venas, besé los huevos, hasta que agotado tal vez por mis besos, introdujo la punta en mi boca, donde mi lengua lo recibió gozosa, mis dientes que jugaron a morder, mis labios que aprisionaban esa pija que por nada dejaría libre.

¡Y chupé! ¡Ay, cómo chupé! ¡Con deleite, con regocijo, regodeándome y dando placer, todo el placer del que era capaz, todo, deseoso de que fuera tanto como el que yo recibía. Y los minutos pasaban, los quejidos de mi amado aumentaban en frecuencia e intensidad, sus manos, ora eran toda una suavísima caricia, ora garras que aferraban mi cabeza reclamando la totalidad. Él ahora inclinado, sus dedos pugnando por quedarse a vivir en mi culo, mi cuerpo temblando, mis piernas tratando de seguir el ritmo de mi boca en su pija, de sus dedos dentro mío. Mi leche ya derramándose en los almohadones…. Un súbito apresuramiento, sus dedos como garfios en mi agujero y por fin… mi cara cubierta con la leche que tres o cuatro potentes chorros depositaban sobre mi ansiedad. Mi lengua que nada quería perderse, mis dedos no dejando escapar una sola gota. Mis labios golosos recibiendo el adorado jugo. Y el descanso, los tiernos besos, las aterciopeladas caricias, mis pezones erguidos gozando la cosquilla de la yema de sus dedos, las miradas, las promesas…. El amor.