Conseguí mi aprobado

Un suspenso que haría que mi padre me llevara a un internado. No podía permitirlo

En mi casa somos dos hermanas, nuestra madre falleció cuando teníamos 8 y 9 años respectivamente, y desde entonces ha sido nuestro padre quien se ha encargado de nosotras.

Creo que para un hombre debe resultar incómodo criar sólo a dos hijos, sobre todo, cuando son del sexo contrario. Explicar la menstruación, enseñar a utilizar las compresas, o comprar el primer sostén crean situaciones bastante embarazosas (aunque cómicas); pero, al mismo tiempo, esas mismas situaciones crearon un lazo de confianza mutuo.

Comprenderán que, por la misma razón, él solía ser muy discreto y reservado para los temas sexuales; supongo que fue por eso que nos inscribió en un colegio sólo para chicas, dirigido por monjas. Así, el tema de la sexualidad era tabú. Creciendo con una idea muy limitada de lo que era el sexo.

No me malinterpretéis, para esa época, yo ya sabía cómo se hacen los niños.

Aunque bien es cierto que el concepto del placer solo me era conocido gracias a las incipientes cosas que hacía con mi novio, un chico de la facultad que estaba enfrente del colegio de monjas, y con los cuales interactuábamos casi todas las chicas, ya que ahí había muchos chicos de muy buen ver.

Tenía 18 años cuando inicié el segundo curso de Bachillerato y fue ahí donde conocí a Mónica.  Con padres divorciados, viviendo ella con su padre.

Era una rebelde, solía llevar las faldas del uniforme muy cortas, además de usar calcetines al tobillo haciendo que sus piernas se vieran muy provocativas.

Pronto me hice su amiga. Me enseñó a fumar (ella solía robar cigarrillos a su padre), a beber; a maquillarme y con ella vi mi primera película porno.

La relación con mi padre se había ido deteriorando un poco, nada serio, un poco relativo a la edad y la rebeldía de una adolescente.

Comencé a rebelarme faltando a clases. Mónica y yo nos íbamos a los parques o a la casa de alguna amiga, en donde nos sentíamos libres e importantes, y con la que alguna vez tenía mis aventurillas aparte de mi novio, aunque he de decir que poca cosa.

Era ella la que casi siempre me proponía salir con algún otro chico diciéndome que éramos muy jóvenes para tener novio ya, que la vida había que disfrutarla. La verdad es que era un poco putón, jajajajajaja!!! , y siempre se las arreglaba para que el chico con el que quedaba llevara algún amigo, que me encalomaba a mi.

Con todas estas cosas, mis notas comenzaron a bajar de manera preocupante, y la directora mandó llamar a mi padre, el cual al enterarse de todas mis faltas amenazó con enviarme a un internado.

El internado en cuestión estaba lejísimo. La idea me aterró y comencé a estudiar para no suspender; también dejé de faltar al cole, situación que agrió un poco mi relación con Mónica, que se sintió relegada y no entendió que dejara de salir con ella tan continuamente y no siguiera su ritmo.

Todo esto, a pesar de todo, tuvo su premio y al final del curso conseguí aprobar casi todas las asignaturas. La única excepción, Ciencias Naturales, de la que me

faltaba un punto para obtener el pase en dicha materia.

El profesor era un tipo más bien raro, extraño, mayor, más de 50 años y viviendo con su madre.  A lo largo del año había escuchado muchísimas historias sobre él. Se contaba que hacía que las chicas que le gustaban suspendieran, para así luego tener la oportunidad de, a cambio de notas favorables, pedir ciertos favores sexuales.

Físicamente era un hombre que medía a duras penas 1.65, gordo y calvo, con unos ojos azules profundos que impresionaban, sobre todo porque los lentes eran de gran aumento.

En su rostro se podía apreciar las cicatrices de la varicela. Remataba su figura el hecho de que la punta de sus zapatos solía estar doblada hacia arriba, y la leyenda decía que no tenía, o tenía deformados los dedos de los pies por alguna enfermedad.

Siempre se cuchicheaba que su puesto lo obtuvo por ser el amante de la Madre Superiora.

Me ví obligada a buscarle para pedirle que me diera la oportunidad de aprobar con algún trabajo extra, o que me hiciera un nuevo examen.

Él se negó en rotundo, y yo insistí, suplicándole que por favor lo hiciera, sin ningún resultado. Nada.

Cuando le dije que estaba dispuesta a cualquier cosa por esa oportunidad, él me miró de arriba abajo con un brillo en la mirada,

(el mismo que me había lanzado todo el curso cuando comencé a usar las faldas cortas y me veía las piernas), y luego dijo:

-Entenderá usted que debió estudiar más y que lo que le ocurra es una consecuencia de sus actos. A mí no me importa si la mandan o no al internado.

Me sorprendió que estuviera enterado de esta circunstancia, pero no dije nada.

Volví a pedirle que me ayudara, que comprendía que había sido culpa mía, y que estaba dispuesta a acarrear con las consecuencias.

Se quedó mirándome fijamente, y me dijo que de acuerdo. Me dio la dirección de su casa, me citó a una hora, y me pidió que estuviera puntual.

Además, me pidió que asistiera con el uniforme del colegio y llevara mi libreta de matemáticas. Y, por supuesto, que no le dijera nada a nadie.

Cuando dije estar dispuesta a cualquier cosa, no me refería a lo sexual; y, más confundida que contenta, regresé a casa para prepararme. Supuse que me haría un examen, así que repasé fórmulas y conceptos de todo lo que habíamos visto.

Cuando faltaban dos horas para la cita, me metí a darme una ducha pues hacía demasiado calor, del tipo previo a una tormenta, y quería estar fresca para el examen.

El profesor vivía en una urbanización bastante agradable, con zona verde, piscina, etc.... Su vivienda estaba en el cuarto piso y tenía una vista maravillosa de la ciudad. Cuando llamé a la puerta me abrió, haciéndome la indicación de que no hiciera mucho ruido y pasara. El recibidor estaba lleno de muebles antiguos y muchísimos libros, al final había un pasillo por el que nos introdujimos. Observé que había cuatro puertas. La del final del pasillo era la del baño, me di cuenta ya que estaba abierta. Otra más que estaba cerrada, y otra que estaba entreabierta y me permitió ver a una mujer en silla de ruedas, de espaldas a mí, que observaba en la televisión una película antigua. El profesor le dijo a la mujer que iba a trabajar en el estudio, por si necesitaba algo. La mujer se dio la vuelta, asintiendo con la mirada y luego me observó, volviendo a darse la vuelta sin decir nada.

El profesor me llamó desde la puerta del estudio, que resultó ser una copia de la clase del colegio. Había nueve pupitres, frente a ellos un escritorio, y tras éste la pizarra. Incluso el color de las paredes era el mismo que el de la escuela.

-Siéntate ahí - me ordenó y señaló un pupitre frente al escritorio. Yo, mirándole, seguí su indicación.

  • Quiero que sepas que lo que vamos a resolver aquí es tu aprobado, - me decía mientras me miraba las piernas y toqueteaba su móvil - y que lo que hagas es bajo tu propia voluntad, no te voy a obligar a nada, y en cuanto quieras dejarlo puedes hacerlo, ¿entendido? También quiero que sepas que esta conversación de ahora mismo la estoy grabando, no quiero tener problemas.

Asentí con la cabeza y comencé a sentirme incómoda y temerosa.

-Pero, ¿por qué graba esto?, le pregunté

-Quiero que contestes que estás de acuerdo con lo que te he dicho, si no, lo dejamos ahora mismo.

-Eh, vale, sí estoy de acuerdo, dije cada vez más nerviosa.

  • Bien, buena chica, dijo a su vez, volviendo a tocar su móvil en lo que interpreté que cortaba la grabación. Saca tu libreta, vas a escribir 300 veces "debo estudiar más y ser más aplicada en la clase de ciencias".

Pensé que tal vez bromeaba, pero su rostro era serio. De inmediato comencé la redacción y entonces me dijo:

-Cruza las piernas, y súbete un poco la falda.

Me espanté, pero al ver su rostro severo y autoritario y recordar el internado lo hice.

  • Muy bien - Dijo sonriendo sin quitar la mirada de mis piernas y mis bragas, que se me adivinaban un poco por debajo de la falda. Cuando llevaba las primeras cincuenta veces noté que con su mano se frotaba por encima del pantalón y observé un bulto que crecía por debajo de éste.

Al notar que lo estaba mirando de reojo se apretó más en su entrepierna haciendo que el bulto se viera de manera considerable.

  • ¿te gusta lo que ves?

Dijo, al tiempo de pedirme que me quitara el sujetador, estirando su mano para tomarlo.

Tuve miedo, no sabía qué hacer. Aun me faltaban doscientas veces y no sabía de qué sería capaz. Miré hacia la puerta con ganas de irme y él sonrió y me recordó que, si yo quería, podía hacerlo.

No podía pensar, y lo único que me vino a la cabeza fue el internado, así que sin saber cómo desabroché mi blusa y le entregué el sostén. Sonrió de una manera depravada, alargando su mano para cogerlo y, mientras seguía tocando su polla por encima del pantalón, comenzó a olerlo, suspirando: Sobretodo se concentraba en la parte que tiene los aros mientras se sobaba más fuerte.

Al ser mi blusa blanca, mis pezones se traslucían en ella, y por el frío y los nervios se endurecieron, notándose más.

Cuando llegué a las ciento cincuenta veces me pidió que me quitara las bragas y se las diera. Ya no dudé. Me las quité y se las entregué. "Ya falta menos, - pensé - y me podré ir".

Al acercarme al escritorio para entregarle mi prenda, él abrió un cajón en donde pude ver un montón de tangas y sujetadores de varias formas y colores; allí arrojó el mío y comenzó a oler mi braguita, sobre todo por la parte inferior.

--Espera, quédate aquí a mi lado, me dijo, mientras con una mano desabrochaba su pantalón.

Su polla saltó, totalmente tiesa, con el capullo rojo, hinchado, mientras él se la pajeaba lentamente al tiempo de, con la otra mano ya

no sólo olía mi braguita si no que la chupaba, la lamía, mirándome mientras lo hacía.

-Ven, siéntate aquí en la mesa, enfrente de mí, dijo, haciendo hacia atrás su silla dejándome espacio, mientras seguía masturbándose con ligeros gemidos

-Levanta tu falda y abre las piernas, quiero ver ese coño de zorrita que tienes

Mi cabeza estaba en blanco, solo pensaba que esto terminaría pronto, él seguía pajeándose y sus gemidos se hacían más intensos, así que l

e dí el gusto, me senté enfrente de él y abrí mis piernas enseñándole mi coño.

Ahora recordándolo pienso que en algún momento yo empecé a disfrutar también por el poder que sentía tener. Un profesor baboso del que observaba como pajeaba su polla totalmente dura y, por qué no decirlo, deseable. Él era desagradable a más no poder, pero su polla , ufff, sí, ver su polla grande, gorda, dura, hacía que mi coño empezara a lubricar, esa es una cosa que no se controla, se siente o no se siente, y yo, sin saber como ni porqué,  la sentía mirando su polla y sintiendo mi poder de hacer que se pusiera así.

Como digo, para ser un tipo tan insignificante, tenía un rabo demasiado grande. Bueno, nunca había visto uno así tan grande, el de mi novio no tenía nada que hacer contra ese tamaño, era grande de verdad. Paseaba mi braguita alrededor de su rostro, oliéndola, chupándola...

Sus lentes comenzaron a empañarse y sus gemidos, débiles al principio, se incrementaban cada vez más.

Verle la polla así de cerca, ese tamaño, su mano a lo largo de ese tallo subiendo y bajando, ummmm, sentía como mi coño se mojaba más y más. Recordaba sentir cosas así al ver alguna peli porno, pero ahora era más... sensual... más íntimo, no era una simple pantalla con unos actores, era yo la que estaba allí con el coño empapado provocando lo que ese hombre estaba haciendo y estaba sintiendo. Me sentía poderosa, dueña de la situación. Clavé mis ojos en él y bajé mi mano hacia mi sexo, empezando a deslizar mis dedos por mi clítoris, pasando uno de mis dedos por mi coño, desde abajo hacia arriba, abriéndolo en canal y dejando que viera como brillaba por mis propios líquidos que brotaban de los pliegues de mi coño.

-¿te gusta lo que ves, cerdo?

El se quitó las gafas, totalmente empañadas, tirándolas a un lado. -Si, claro que sí, eres más puta de lo que pensaba, sigue, sigue pajeándote conmigo, no pares, vamos, hazlo.

En ese momento, con las piernas abiertas, con mi coño empapado, mi blusa también entreabierta y los pezones que me dolían de lo duros que los tenía, sin saber por qué me vino mi novio a la cabeza, me sentí sucia,

sentí que le estaba siendo infiel de una manera asquerosa, con un hombre asqueroso.

En pensamiento y en actitud, ya que me estaba mostrando desnuda ante ese hombre, nadie me estaba obligando, era yo la que lo estaba disfrutando. Me excitaba verlo pajearse, verlo gemir, ahora ya de manera continua, sentía

como estaba mojando la mesa mientras yo también me pajeaba mirándolo a él. Los dos mirándonos, sin tocarnos uno al otro, pero los dos excitados totalmente uno con el otro de una manera totalmente libidinosa.

El empezó a gemir de manera más intensa y a acelerar el ritmo de su paja sin dejar de mirarme.

-vamos, vamos perra, sucia puta, sigue pajeándote conmigo, hazlo joder, hazlo!!!!!, hazlo, ahhhhhhhhh!!!!!,

Gritó al tiempo de que un gran c

horro de semen salió de su polla e impactó contra mi vestido. Rápidamente, con los ojos en blanco, impidió que saltara ninguno más al rodear su polla con mi braguita, recogiendo allí toda su leche, dejando que se empaparan enteras, limpiándose su miembro con mis bragas mientras se corría.

Yo abrí aún más mis piernas, echando un poco mi cuerpo hacia atrás, y apoyándome en una de mis manos, mientras con la otra, viendo cómo se corría, metía y sacaba mis dedos de mi coño, alternándolos con restregones sobre mi clítoris, de manera descontrolada, dejándome llevar totalmente,

--si, siii, siiiiiiii, claro que me pajearé contigo cabrón !!!!, me has puesto como una puta perra, me voy a correr, jodeer, me voy a correrrrrrr, vennnn!!!!

Cogí su cabeza y de golpe la pegué contra mi coño, al tiempo de que un orgasmo tremendo, como nunca había sentido, me recorrió el cuerpo entero haciendo que mi coño fuera un manantial del que no paraban de salir líquidos que se estrellaron en la cara y en la boca del cerdo de mi profesor.

Le retuve así unos segundos, jadeando con mi respiración totalmente alterada, mí líbido desbocada por lo que acababa de pasar, hasta que me fui recuperando poco a poco, empezando a respirar con normalidad.

Separé su cara de mi coño, y con la mejor de mis sonrisas, le pregunté,

-¿he aprobado señor?

  • Has sido una buena niña, sí, has aprobado.

Me acomodé la ropa, cogí mi mochila y salí corriendo de esa casa con una sonrisa por haber obtenido mi aprobado.