Consecuencias

... estás desnuda, boca arriba, tendida sobre la mesa baja, preparada para la ocasión: tu pelo está recogido en una coleta, tu cuerpo está perfectamente afeitado, desde tus axilas hasta tu exquisito coño; tus pechos se muestras sublimes, y los pezones ...

Aquel relato te impactó.

Tanto, que... bueno, estamos aquí esta noche.

Hemos movido los muebles de mi salón para que no molesten, todos a excepción de la típica mesa baja rectangular, robusta, que hemos cubierto para protegerla.

Salvo tú y yo, todos los demás están sentados alrededor de la mesa.

Tú estás desnuda, boca arriba, tendida sobre la mesa baja, preparada para la ocasión: tu pelo está recogido en una coleta, tu cuerpo está perfectamente afeitado, desde tus axilas hasta tu exquisito coño; tus pechos se muestras sublimes, y los pezones, que tantas veces he lamido y mordido, los coronan erectos y rosados.

Bajo la mesa hay sendas cuerdas de seda japonesa, de la que se emplea en el bondage. Hemos jugado con ellas antes: su tacto te es conocido, tu piel recuerda sus tormentos … sus placeres.

Nuestros acompañantes, seis en total, deslizan su vista por tus espectaculares curvas. Todos están desnudos y, por lo que puedo observar, deseosos de empezar.

Yo, cámara en mano, rodeo la mesa tomando fotos de la sensual escena antes de pasarle la máquina a uno de los acompañantes masculinos, para que retrate el proceso.

Y así empieza todo.

Tomo un antifaz y te pregunto si estás segura. Elevas tu cabeza de la pequeña almohada dispuesta sobre la mesa y miras a los ojos a todas y cada una de las personas de la sala antes de asentir.

-    Si, totalmente.

Beso tus labios e introduzco mi lengua en tu boca, buscando ansioso tu contacto. "Estoy excitado", pienso, justo antes de anular tu vista con el antifaz de terciopelo negro.

Me dirijo al lado opuesto de la mesa, a tu lado derecho, y empiezo a deslizar con mi mano diestra sobre tu muslo una de las cuerdas, mientras que mi mano izquierda se cierra sobre tu delicado tobillo y lo coloca donde deseo que esté. Oigo clicks mecánicos mientras sostengo firmemente tu tobillo. Deslizo la cuerda por la blanca piel de tu muslo y de tu espinilla, haciendo que rodee varias veces tu flexionada pierna. Cuando estoy seguro de que la seda de la cuerda está correctamente colocada sobre tu extremidad, impidiendo cualquier intento de movimiento que ésta pudiera pretender, libero tu tobillo y uso las dos manos para cerrar la atadura con un nudo a la altura de la rodilla. Fijo el cabo a la pata de la mesa, dejando tu pierna doblada y tensa.

Veo como tu coño brilla a consecuencia de los flujos que has empezado a secretar. Me pregunto si serás capaz de aguantar sin correrte antes de que empecemos a follarte y a disfrutarte. Mientras, le hago una seña al fotógrafo para que tome unos bonitos planos de tu rosada vagina a medio exponer.

Voy hacia tu lado izquierdo, y reproduzco la atadura que acabo de realizar, dejándote en una simétrica y bonita figura, como recomiendan las reglas del bondage. Los clicks de las instantáneas no dejan de sonar mientras llevo acabo el proceso.

Esta vez, no ha sido necesaria ninguna seña al fotógrafo: tus delicados e inflamados labios mayores se abren, forzados por las cuerdas fijadas a las patas de la mesa. Tu estado de excitación hace que tus labios menores, también ligeramente abiertos, brillen sensualmente; todo el fluido que brota de tu interior impregna toda la vulva, haciendo que su natural tono rosado se vea más intenso.

Ahora me acerco hacia tu cabeza, y te pregunto si estás bien. Contestas afirmativamente.

-    Estás a punto de correrte, ¿verdad?- te susurro. Y, nuevamente, tu asentimiento me confirma lo que sólo quería corroborar.

Me coloco a tu derecha y deslizo una nueva cuerda alrededor de tu muñeca. Tu piel se eriza con su contacto, y un pequeño suspiro emerge de tu garganta cuando tenso la seda y tu mano roza la rodilla. Cambio de lado rápidamente para repetir la operación, y me aparto para dejar que nuestro amigo tome todas las imágenes que desee de tu bello cuerpo totalmente inmovilizado y expuesto.

El flujo que sale de tu interior ha formado un pequeño charco entre tus nalgas, por donde se ha deslizado como una bella catarata.

Entonces, cuando tu retratista deposita la cámara en una zona apartada, yo me arrodillo a los pies de la mesa, e inicio con mi lengua un excitante recorrido por tu bellísima anatomía, totalmente expuesta y abierta a raíz de la forzada postura. En cuanto mi lengua te roza, todo se inicia: nuestros seis amigos se levantan y se aproximan a ti, cinco de ellos, todos varones, con sus penes erguidos; la fémina del grupo, acariciándose ella misma.

No sé si es por el áspero tacto de mi lengua contra tu inflamado clítoris, por el ruido que hago al sorber el exquisito néctar que mana de tu interior, o por el hecho de que seis pares de manos acaben de posarse sobre tu cuerpo, pero mis labios, pegados a tu intimidad, notan perfectamente cómo se inicia el primer orgasmo de esta noche y como éste sube de intensidad, acrecentando el ritmo y el énfasis de tus convulsiones.

Un gemido de puro placer escapa de lo más profundo de tu morbosa alma y abandona tu cuerpo a través de tu garganta.

Me aparto para deleitarme con el espectáculo: doce manos danzan sobre tu piel, acariciando cada rincón, recorriendo cada curva y palpando cada milímetro. Tus pechos, tu cara, la parte de tus muslos que no está cubierta por seda, tu monte de Venus, tu liso vientre, tu cuello, tus hombros ... Mire donde mire, veo manos sobándote. Un par de dedos atenazan un pezón y lo estiran al tiempo que los retuercen; una mano se apodera del otro pecho y lo oprime para luego liberar la presa y golpearlo suavemente; una de tus nalgas recibe suaves cachetes de una palma, mientras el otro glúteo no deja de ser acariciado y masajeado; varios dedos se deslizan a lo largo de tu húmeda vagina; un par de hábiles apéndices, no sé si del mismo o de otro dueño, exploran el interior de tu coño; tus labios mayores no se libran de recibir su correspondiente ración de caricias …

Un parpadeo después, uno de nuestros acompañantes aproxima su enhiesta virilidad a tu boca entreabierta. Glotonamente la rodeas con tus deliciosos labios y la engulles. La cara de placer del sujeto es un poema.

Imagino lo que siente, cómo tu piercing golpea su glande para, a continuación, recorrer toda la polla mientras sus labios la aprisionan... Joder, estoy a cien, de manera que busco a la otra integrante femenina de la velada. Coloco mi mano en su hombro, haciendo que aparte su boca de tu pecho izquierdo y sus manos de tu cuerpo, la giro para que te dé la espalda y alojo mi verga en su cálida y dulce boca.

Mientras disfruto de nuestra amiga, los penes de los demás integrantes masculinos se presentan a tu boca, la cual los recibe gustosa y se descubre como la experta mamadora que es.

Las caricias de nuestra amiga, aún distando mucho de ser tan placenteras como las que tu me brindas, hacen que me corra abundantemente. Justo cuando acabo y ella va a tragarse la corrida, la detengo. Un sucio pensamiento cruza mi mente, de manera que chasqueo los dedos y señalo la cámara, haciendo que uno de nuestros amigos la tome mientras dirijo a la mamadora a tu cabeza. Los clicks empiezan a sonar antes de que te susurre que abras la boca y todos podamos ver cómo mi caliente esperma cae de su boca a la tuya, y no acaban hasta algo después de que ambas os fundáis en un profundo y excitante beso.

Al estar, ahora, tu boca inaccesible, una verga empieza a introducirse en tu encharcado coño, consiguiendo que vuestro beso se vea interrumpido por un enérgico grito de placer que sirve para que todos sepamos que otro orgasmo acaba de nacer en tus genitales y que avanza por la espina dorsal hasta llegar a tu excitado cerebro. Miro como tu cuerpo se mueve mientras es penetrado durante unos instantes, como con cada empellón que recibes las cuerdas se tensan, como con cada nueva embestida tu tercer orgasmo está más próximo.

Un nuevo miembro reemplaza al anterior en tu interior, y a éste, tras unos instantes, otro y otro y ...

Tu gimoteo se vuelve continuo a partir del segundo relevo, por lo que la bella dama que nos acompaña desiste del placer de besar tus labios y explorar con su lengua el interior de tu boca. Se levanta y una nueva obscenidad se me ocurre. Tomo a la joven y la hago separar las piernas a ambos lados de tu cabeza mientras doblo su cuerpo, dejando su cara muy próxima a tu entrepierna. Me separo ligeramente para disfrutar de la composición, y veo como los penes que desfilan por tu vagina son mimados por los labios de nuestra joven amiga, y que, cuando éstos están libres, son tus labios los lamidos por los suyos. Tú no haces más que gemir, haciendo imposible saber cuando un orgasmo da paso al siguiente, hasta que tomo tu cabeza con mis manos y te la pego al coño ajeno.

-Ella lo está dando todo por ti-  te susurro,- de manera que es justo que la correspondas.

Y dicho esto, empiezas a lamer el también rasurado y húmedo conejo de nuestra común amiga.

Un par de minutos después del inicio de tus caricias, los labios de nuestra bisexual amante dejan de ocuparse de coño y rabos ajenos para emitir un profundo jadeo que crece hasta convertirse en un espectacular grito de placer. Justo después se desploma sobre tu cuerpo, dejando de atender a las pocas pollas que, a estas alturas, embisten tu coño.

Los cinco hombres están a punto de correrse, pero saben cómo deben hacerlo.

A decir verdad, yo también estoy a punto de nuevo.

La joven ve venir el desenlace. Se aparta y su piel deja de rozar la tuya; una seña mía le indica la posición de la cámara de fotos, y acude rauda a tomarla para inmortalizar lo que vendrá.

Los cinco hombres se disponen en torno a tu cabeza, masajeando sus erectos mástiles. Los clicks mecánicos suenan cuando una de esas pollas se introduce rápidamente en tu boca, golpeando tu paladar, follándote la cavidad durante unos instantes antes de ser reemplazada por otro mástil, el cual te la folla haciendo que tu carrillo se hinche allí donde su verga empuja desde el interior.

Un tercer tipo coloca una pierna a cada lado de tu cabeza, retira la almohada bajo tu nuca y deja que caiga ligeramente por el borde de la mesa antes de introducir su miembro en tu estirada y profunda garganta, dejándote casi sin aliento.

Veo como los otros dos tíos reusan disfrutar de tu boca por última vez antes de correrse, y como incrementan el ritmo de sus masturbaciones para ser los primeros en hacerlo: un masculino gemido acompaña un primer disparo de caliente leche que impacta en tu mejilla, inmediatamente, un segundo disparo contacta con la piel de tu barbilla, y un tercero, con tus entreabiertos labios, por los que un gemido continuo no deja de salir...

Un segundo tipo, jadea.

-    Me corro, me corro-. Y empieza a esparcir su semen por tu bello rostro.

Una tercera verga comienza a regalarte su sudor.

Tu rostro ya está desdibujado por las tres corridas recibidas: mejillas, nariz, frente, barbilla, cuello, párpados, labios... Todo está cubierto de espesa y caliente lefa que resbala hacia tu pelo y nuca.

Tu boca entreabierta se convierte en el principal blanco de los dos individuos restantes, haciendo que gran parte de sus corridas se deslicen por tu paladar y tu lengua hacia la garganta, que no deja de emitir gozosos gemidos.

La imagen es estremecedora, y una vez que es inmortalizada, empieza a desvanecerse. Nuestra excitada fotógrafa aparta la cámara y empieza a lamer tu rostro, limpiando la máscara que ha formado sobre tus bellas facciones. Cuando ha recogido suficiente, lo comparte contigo en un profundo beso. Tu sonrisa, cuando ella termina de desmaquillar tu rostro, ilumina mi salón.

Es en ese instante cuando yo me acerco a tu ultrajada boca, te retiro el antifaz y disfruto intensamente de las caricias que tus labios y lengua arrancan de mi sobreexcitada y venosa virilidad, mientras tus satisfechos ojos se clavan en los míos.

Una más que generosa descarga abandona mis testículos directa a tu hábil y malévola lengua, para servir de postre al menú que acabas de degustar...

Limpias mi miembro antes de dejar que abandone tu deliciosa boca. Me arrodillo junto a tu cabeza, coloco nuevamente la almohada bajo tu, ahora, húmeda nuca mientras te susurro al oído.

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